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cióle que le era muy peligroso ir por tierra, así allegó de aquella costa una armada de veinte y dos navíos y algunos otros bajeles menores. Embarcóse en ella con don Juan su hijo y otras dos hijas, que doña Beatriz la mayor era muerta, aunque Polidoro escribe que falleció en Bayona de Francia. Çon buen viento llegaron á Bayona en la Guiena, que à la sazon se tenia por los Ingleses: llevó consigo una buena parte de sus tesoros; verdad es que la mayor cantidad dellos, que enviaba en una galera con su tesorero Martinez Yañez (2), se la tomaron los ciudadanos de Sevilla con deseo de hacer algun notable servicio á don Enrique, al cual todo se le allanaba. Córdoba se le habia entregado, y por horas le esperaban en Sevilla. Desta manera entendió don Pedro por su mal que las cosas humanas no permanecen siempre en un ser, y que muchas veces muy grandes principes por mas dichosos y mas poderosos que fuesen, aunque estuviesen rodeados de grandes ejércitos, fueron destruidos por ser mal quistos del pueblo, y llevaron el pago que sus obras merecian.

El nuevo rey don Enrique despues de llegado á Sevilla asentó paces con los reyes de Portugal y de Granada. Hecho esto, del ejército de los extrangeros escogió mil y quinientas lanzas, y por sus capitanes Beltran Claquin y don Bernal hijo del conde de Fox señor de Bearne: con tanto como si todo lo al quedara llano, despidió los demas soldados. De Aragon le enviaron á su muger y á su nuera la infanta doña Leonor, en cuya compañía vinieron don Lope Fernandez de Luna arzobispo de Zaragoza y otros señores principales. Era necesario asentar el gobierno del reino, y poner buen recaudo en las rentas reales, proveer de dineros, porque el tesoro real le halló muy consumido con la guerra pasada : no se ponia duda sino que de Francia bajaria otra tempestad de guerra, y que don Pedro por ser de corazon tan ardiente no sosegaria hasta que dejase juntamente el reino y la vida. Por tanto se hicieron en Burgos cortes generales de todo el reino, y en ellas el infante don Juan hijo de don Enrique fué jurado por sucesor y heredero del reino para despues de los dias de su padre. En estas cortes asimismo se concedió la décima parte de las cosas que se vendiesen, sin limitar al tiempo desta concesion: la gana de que se administrase bien la guerra, y el aborrecimiento que tenian á don Pedro, les hizo en parte que no advirtiesen por entonces cuán grave carga habia de ser este tributo en los tiempos venideros; la ciega codicia de venganza, y el dolor y peligro presente fácilmente turba y desbarata la corta providencia de los entendimientos de los hombres.

Hizo don Enrique merced á la ciudad de Burgos de la villa de Miranda de Ebro por los servicios que le hicieron en su coronacion, y en recompensa de la villa de Briviesca que era de Burgos y la diera á Pedro Fernandez de Velasco su camarero mayor; y porque la villa de Miranda era de la iglesia de Burgos, le dió en pago sesenta mil maravedís de juro cada un año situados en los diezmos del mar, para que se gastasen en las distribuciones ordinarias de las horas nocturnas y diurnas, y se repartiesen entre los prebendados que asistiesen á los divinos oficios en la dicha Iglesia Mayor, que antes desto no tenian estas distribuciones. Era á la sazon obispo de Burgos don Domingo único deste nombre, cuya eleccion fué memorable: por muerte de su antecesor don Fernando los votos del cabildo se dividieron sin poderse concordar en dos bandos: conviniéronse en que aquel fuese de comun consentimiento de todos electo por obispo, á quien nombrase el canónigo Domingo, como árbitro que le bacian desta eleccion, ca le tenian por hombre santo y de buena conciencia. El aceptado que hobo la accion que le daban, sin hacer caso de ninguno de los competidores, dijo por sí aquella sentencia que despues se mudó en refran: «Obispo por obispo 'seáselo Domingo. » Holgaron todos los canónigos que se hobiese nombrado, y recibiéronle por su prelado: diéronle las insignias Episcopales, é hiciéronle consagrar.

En estos dias el arzobispo don Lope de Luna vino otra vez á Castilla enviado por el rey de Aragon con embajada á don Enrique para pedille cumpliese con él lo que tenia capitulado, y acusalle los juramentos que le tenia hechos y las pleitesías, en particular queria le pagase mucha suma de moneda que le prestára. El rey don Enrique le respondió que él confesaba la deuda, y ser así todo lo que el rey decia ; todavía que aun no estaban sosegadas las cosas del reino, y que si no era con grande riesgo de alguna gran revuelta y escándalo, no podia tan presto enagenar de la corona real tantas villas y ciudades como le prometió: que pasado este peligro, él estaba presto para cumplir lo asentado: que le tenia en

(2) Llevaba 36 quintales de oro y muchas joyas, y el rey don Pedro se llevó á Bayona treinta y seis mil doblas en moneda de oro.

lugar de padre, y le debia el ser, vida y reino que poseia, y todo lo al. Esto decia por entretener al rey de Aragon; por lo demas muy resuelto de no enagenar ninguna parte de lo que antiguamente era reino de Castilla. Desta manera suelen los príncipes mirar mas por lo que les es útil y provechoso que tener cuenta con el deber y promesas que tengan hechas y juradas.

CAPITULO IX.

De las guerras de Navarra.

ESTAS TAS Cosas pasaban en Castilla: entre los Navarros y Franceses con varia fortuna se proseguia en Francia la guerra que tres años antes deste se comenzára, aunque con mayor daño del rey de Navarra por estar ausente y ocupado en negocios de su reino: tomáronle algunas villas y ciudades, cercáronle y combatieron otras. Los reyes de Francia y de Aragon hicieron liga en la ciudad de Tolosa, que es en la Galia Narbonense, por sus procuradores que cada uno dellos para este efecto envió: el principal en asentar los capitulos desta liga fué Luis duque de Anjou hermano del rey de Francia. Quedaron de acuerdo que el rey de Aragon hiciese guerra al de Navarra dentro de su reino, y que el rey de Francia le ayudase con quinientas lanzas pagadas á su costa; todo sin tener ningun respeto al estrecho parentesco que con él tenian, porque entrambos reyes eran sus cuñados por estar el de Navarra casado con hermana del rey de Francia, y el de Aragon tenia asimismo por muger una hermana del mismo Navarro. Aquellos príncipes que tenian obligacion á defendelle cuando otros le movieran guerra, esos se conjuraban contra él: ó fiera codicia de reinar! El mal modo de proceder del rey Carlos de Navarra y su aspereza le hacian odioso á los reyes sus vecinos, y era la causa que tuviese muchos enemigos.

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Entendida esta liga por el Navarro, él se estuvo quedo en España para hacer resistencia al rey de Aragon, mayormente que ya por su mandado Luis Coronel desde Tarazona hacia

guerra en Navarra, robaba y destruia toda aquella frontera: á la reina su muger envió á Francia, dado que preñada, para que procurase aplacar al rey su hermano, y buscase algun remedio para salir del aprieto en que se hallaban; esta ida no fué de provecho alguno, á causa que el rey de Francia pensaba y pretendia quedarse desta vez con toda la tierra que el de Navarra tenia en su reino. Estando pues la reina en su villa de Evreux en Normandía, en el postrero dia del mes de marzo parió al infante don Pedro su segundo hijo, conde que fué de Moretano 6 Mortaigne en Normandía, y con él en el medio del estio se volvió á Navarra. Por no hallar buena acogida en el rey de Francia, de necesidad el Navarro hobo de buscar de quien favorecerse: parecióle el mejor medio de todos aliarse y juntar sus fuerzas con el rey don Pedro que andaba desterrado, y le rogaba hiciese liga con él; y como los hombres cuando se ven en algun grande aprieto, son muy liberales, para traelle à su amistad le hacia una muy larga promesa de pueblos en Castilla, ca le ofrecia toda la tierra de Guipúzcoa, Calahorra, Logroño, Navarrete, Salvatierra y Victoria: parecen hoy dia (si no son fingidas) las escrituras que hicieron deste concierto en este año en la ciudad de Lisboa, cuando el rey don Pedro desde Sevilla se retiró á Portugal.

Al presente el rey don Pedro desde Bayona procuraba socorros para poder volver a cobrar el reino de Castilla; en particular solicitaba á Eduardo principe de Gales, que por su padre el rey de Ingalaterra gobernaba el ducado de Guiena, para que le ayudase con sus gentes. Viéronse en Cabreron, que es un pueblo cerca de la canal de Bayona: hallóse en aquellas vistas don Carlos rey de Navarra convidólos á comer el principe, sentáronse con este órden en la mesa: don Pedro á la mano derecha y luego junto à él el príncipe, y á la mano izquierda se sentó solo de por si el rey de Navarra. Confederáronse allí estos tres príncipes, y confirmaron con solemne juramento los conciertos que hicieron, que fueron estos: que el rey don Pedro fuese restituido en su reino, y que al príncipe Eduardo se le diese en recompensa de su trabajo el señorío de Vizcaya: que el rey de Navarra hobiese á Logroño y que don Pedro dejase en Guiena sus hijas para seguridad y prenda de que cumpliria lo capitulado, y pagaria (alcanzada la victoria) el dinero que se le prestaba para el sueldo de la gente de guerra.

Sabida esta liga por el rey de Aragon, receloso del daño que della le podia venir, para hallarse con mayores fuerzas y poder mejor resistir á sus enemigos renovó con el rey de Francia la confederacion y amistades que con él tenia hechas. El rey de Navarra estaba con gran cuidado y miedo no descargasen estos nublados sobre su reino, como el que caia en medio de dos enemigos tan poderosos como eran los reyes de Francia y Aragon. Por otra parte temia á los Ingleses: juzgaba que para pasar en Castilla ó les habia de dar el camino por sus tierras, ó se le abririan con las armas. Hallábase muy congojado: aquejado con este pensamiento no sabia que consejo se tomase. La peor resolucion que él pudo tomar, fué quedarse neutral, porque desta manera á ninguno obligaba, y á todos dejó querellosos; todavia despues que lo hobo todo bien ponderado, tomó por mejor partido concertarse con el rey don Enrique, hora lo hiciese con disimulacion y engaño, hora que hobiese mudado su voluntad y quisiese salir fuera de la liga hecha con don Pedro y el príncipe de Gales. Como quiera que esto fuese, él tuvo sus hablas con el rey don Enrique en Santacruz de Campezo, que es una villa en la frontera de Navarra: halláronse presentes don Gomez Manrique arzobispo de Toledo, que fuera elegido en lugar de don Vasco, don Alonso de Aragon conde de Denia y marqués de Villena, don Lope Fernandez de Luna arzobispo de Zaragoza, y Beltran Claquin. La confederacion que estos principes hicieron, fué que el rey de Navarra no diese paso á los Ingleses: que en la guerra que esperaban, ayudase con su persona y con todo su ejército al rey don Enrique, y que para seguridad diese ciertas villas y castillos en rehenes de que cumpliria estos conciertos; por el contrario que don Enrique le diese á él á Logroño, la misma ciudad que poco antes don Pedro le prometió.

En estos dias don Luis hermano del rey de Navarra se casó con Juana duquesa de Durazo en la Macedonia, hija mayor de Carlos de quien heredó este estado, y á quien algunos años despues el papa Urbano VI dió la envestidura del reino de Nápoles. Y porque comunmente se yerra en la decendencia destos príncipes, me pareció ponerla en este lugar; Carlos segundo rey de Nápoles tuvo por hijo á Juan duque de Durazo: hijos de Juan fueron Carlos y Luis: Carlos fué padre de Juana y Margarita; de Luis el otro hijo de Juan nacieron Carlos que vino á ser rey de Nápoles, y Juana la que dijimos casó con el infante don Luis hermano del rey de Navarra.

Las vistas del rey de Navarra y de don Enrique, que se hicieron en Campezo, fueron en el principio del año de 1367, en el cual (quien dice el año siguiente) en diez y ocho de enero murió en Estremoz villa de Portugal el rey don Pedro. Vivió por espacio de cuarenta y seis años, nueve meses y veinte y un dias: reinó nueve años y otros tantos meses, y veinte y ocho dias. Enterráronle en el monasterio de Alcobaza junto á doña Inés de Castro : hízosele un real y solemnisimo enterramiento con grande aparato y pompa. Entre otras cosas dejó buena renta para seis capellanes que allí dijesen cada dia misa por su ánima y por las de sus antepasados: fué aventajado en ser justiciero : lloráronle mucho sus vasallos, y sintieron su muerte como si con él en la misma sepultura se hobiera enterrado la pública alegria y bien de todo el reino. Tenia mandado que sus despenseros no comprasen ninguna cosa fiada, sino todo de contado y por justo precio. Hizo muy santas leyes contra la avaricia de los jueces y abogados, para que con su codicia y largas no fuesen los pleitos inmortales. Fué severisimo contra los malhechores, especialmente era rigurosísimo contra los adúlteros: llegó á que por haber cometido este delito el obispo de Portu, con sus propias manos le maltrató muy reciamente: así se decia vulgarmente que traia consigo un azote para castigar á los que cogiese en algun delito. Tenia costumbre de distribuir cada año muchos marcos de plata, parte labrada y parte acuñada, entre los suvos, segun la calidad y méritos de cada uno. Refiérese dél aquella sentencia: «Que no era digno de nombre de rey el que >> cada dia no hiciese bien y merced á alguna persona.» Hizo el puente y villa de Limia en Portugal: dejó por heredero de su reino á su hijo don Fernando, cuyo reinado no fué tal y tan feliz como el del padre. Con los embajadores que el rey de Aragon envió á su padre, asentó él paces en cuatro dias del mes de marzo deste año en los palacios de Alcanhaaes, que son cerca de Santarén. Tuvo amores deshonestos con doña Leonor de Meneses muger de Lorenzo Vazquez de Acuña á quien se la quitó. El marido por tanto anduvo mucho tiempo huido en Castilla, y se dice dél que traia en la gorra unos cuernos de plata como por divisa y blason, para muestra de la deshonestidad del rey y de su afrenta, mengua y agravio.

CAPITULO X.

Que don Enrique fué vencido junto á Nájara.

TODA Castilla y Francia ardian llenas de ruido y asonadas de guerra: hacíanse muchas

compañias de hombres, de armas, ginetes é infanteria; todo era proveerse de caballos, armas y dineros: las partes ambas igualmente temian el suceso, y esperaban la victoria. Don Enrique en Burgos, do era ido, se apercebia de lo necesario para salir al camino á su enemigo, que sabia con un grande y poderoso campo era pasado los Pirineos por las estrechas sendas y montañas cerradas de Roncesvalles. Llegó á Pamplona sin que el rey Carlos de Navarra le hobiese hecho ningun estorbo á la pasada, ca estaba á la sazon detenido en Borgia. Prendióle andando á caza cerca de allí un caballero breton llamado Olivier de Mani, que la tenia en guarda por Beltran Claquin su primo. Entrambos los reyes sospecharon que era trato doble, concierto con este capitan que le prendiese, para tener color de no favorecer ninguno dellos, y despues escusa aparente con el que venciese. A los príncipes ningun trato que contra ellos se haga, aunque sea con mucha cautela, se les puede encubrir; ántes muchas veces les dicen mas de lo que hay, y eso lo malician y echan á la peor parte.

Don Enrique partió de Burgos con un lucido y grueso ejército de mucha infanteria y cuatro mil y quinientos hombres de á caballo, en que iba toda la nobleza de Castilla y la gente que de Francia y Aragon era venida en su ayuda. Llegó con su campo al encinar de Bañares: llamó á consejo los mas principales del ejército, y consultó con ellos lo tocante á esta guerra. Los embajadores de Francia, que eran enviados á solo este efecto, y Beltran Claquin procuraron persuadir que se debia en todas maneras escusar de venir à las manos con el enemigo y no darle la batalla, sino que fortificasen los pueblos y fortalezas del reino, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y le entretuviesen y gastasen; que la misma tardanza le echaria de España por ser esta provincia de tal calidad que no puede sufrir mucho tiempo un ejército y sustentarle. Que se considerase el poco provecho que se sacaria cuando se alcanzase la victoria, y lo mucho que se aventuraba de perder lo ganado, que era no menos que los reinos de Castilla y Leon, y las vidas de todos. Que en el ejército de don Pe

dro venia la flor de la caballeria de Ingalaterra, gente muy esforzada y acostumbrada á vencer, á quien los Españoles no se igualaban ni en la destreza en pelear, ni en la valen

tia

Y fuerzas de los cuerpos. Finalmente que se acordasen que no es menos oficio del sabio y prudente capitan saber vencer al enemigo con industria y maña que con fuerza y valentia.

Esto dijeron los embajadores de Francia de parte de su rey, y Beltran Claquin de la suya. Otros que tenian menos experiencia, y menor conocimiento del valor de los Ingleses, y eran mas fervorosos y esforzados que considerados y sufridos, instaron grandemente en que luego se diese la batalla. Decian que las cosas de la guerra dependian mucho de la reputacion, y que se perderia si se rehusase la batalla, por entenderse que tenian miedo del enemigo, y serian tenidos por cobardes y de ningun valor. Que si el ánimo no faltaba, sobraban las fuerzas y ciencia militar para desbaratar y vencer dos tantos Ingleses que fuesen. Sobre todo que á lan justa demanda Dios no faltaria, y con su favor esperaban se alcanzaria una gloriosa victoria. Aprobó don Enrique este parecer: mandó marchar su campo la via de Alava para hacer rostro á algunas bandas de caballos ligeros del enemigo que se habian adelantado y robaban aquella tierra. Llegó con su ejército junto á Saldrian, y á vista del de su enemigo asentó su campo en un lugar fuerte (porque le guardaban las espaldas unas sierras que allí están) con que podia pelear con ventaja, si no le forzaban á desamparar aquel sitio.

Considerado esto, los Ingleses levantaron sus reales y tiraron la via de Logroño, ciudad que tenia la voz de don Pedro, con intento de traer á don Enrique à la batalla, ó entrar en medio del reino por donde tenian esperanza que todas las cosas podrian acabar á su gusto. Entendido por don Enrique, que estaba en Navarrete, el fin del enemigo, volvió atrás camino de Najara, que es una ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo en los Autrigones; y de que sea ella, no es pequeño indicio que dos millas de allí está una aldea que retiene el mismo nombre de Tritio. Esta ciudad alcanza muy lindo cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas cosas es un noble pueblo, y con el suceso desta batalla se hizo mas famoso. Escribiéronse estos príncipes: cada cual daba á entender al otro la justicia que tenia de su parte, y que no era él la causa de esta guerra; antes la hacia forzado y contra su voluntad, y tenia mucho deseo y gana de que se concordasen, y no se viniese al riesgo y trance de la batalla por la lástima que significaban tener á la mucha gente inocente que en ella pereceria. Mas como quier que no se concordasen en el punto principal de la posesion del reino, perdida la esperanza de ningun concierto, ordenaron sus haces en guisa de pelear. Don Enrique puso á la mano derecha la gente de Francia, y con ella á su hermano don Sancho con la mayor parte de la nobleza de Castilla: á su hermano don Tello y al conde de Denia mandó que rigiesen el lado izquierdo : él con su hijo el conde don Alonso se quedó en el cuerpo de la batalla.

Los enemigos que serian diez mil hombres de á caballo y otros tantos infantes, repartieron desta manera sus escuadrones. La avanguardia llevaban el duque de Alencastre, y Hugo Carbolayo que se era pasado á los Ingleses: el conde de Armeñac y monsiur de Labrit iban por capitanes en el segundo escuadron; en el postrero quedaron el rey don Pedro y el príncipe de Gales y don Jaime hijo del rey de Mallorca, el cual despues que se soltó de la prision en que le tenia el rey de Aragon, casára con Juana reina de Nápoles. Halláronse en esta batalla trecientos hombres de á caballo Navarros, que con su capitan Martin Enrique los envió el rey Carlos de Navarra en favor del rey don Pedro. Corria un rio en medio de los dos campos pasóle don Enrique, y en un llano que está de la otra parte, ordenó sus haces. En este campo se vinieron á encontrar los ejércitos con grandisima furia y ruido de las voces, de los combates, del quebrar de las lanzas y el disparar de las ballestas. El escuadron de la mano derecha que regia Beltran Claquin, sufrió valerosameute el impetu de los enemigos, y parecia que llevaba lo mejor; empero en el otro lado quitó don Tello á los suyos la victoria de las manos: con mas miedo que vergüenza volvió en un punto las espaldas, sin acometer á los enemigos ni entrar en la batalla. Como él y los suyos huyeron, dejaron descubiertos y sin defensa los costados de Beltran y de don Sancho, por donde pudieron fácilmente ser rodeados de los enemigos, y apretándolos reciamente por ambas partes, los vencieron y desbarataron.

Hízose gran matanza, y fueron presos muchos grandes y ricos hombres, entre ellos los capitanes mas principales del ejército. Don Enrique con mucho esfuerzo y valor procuró de

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