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muchedumbre, cuando se mueve por escrúpulo y opinion de religion, mas fácilmente obedece á los sacerdotes que á los reyes; fué pues Gudesteo sacado de la cárcel. Este mismo año, que se contó del nacimiento de Cristo 999, y fué apretado por la dicha carestía grande y falta extraordinaria, se hizo tambien señalado por la muerte que sucedió en él del rey don Bermudo. En un pueblo llamado Beritio falleció de los dolores de la gota, que mucho tiempo le trabajaron. Fué sepultado en Villabuena ó Valbuena, dende pasados veinte y tres años le trasladaron á la iglesia de San Juan Baptista de la ciudad de Leon. Tuvo dos mujeres, llamadas, la una Velasquita, la otra doña Elvira. A la primera repudió mas por la libertad de aquellos tiempos que porque lo permitiese la ley cristiana; tuvo en ella una hija, llamada Cristina. De doña Elvira tuvo dos hijos, que fueron don Alonso y doua Teresa. Demás desto, de dos hermanas, con quien mas mozo tuvo conversacion, dejó fuera de matrimonio á don Ordoño y á doña Elvira y á doña Sancha. Cristina, la hija mayor del rey don Bermudo, casó con otro don Ordoño, llamado el Ciego, que era de sangre real. Deste matrimonio nacieron don Alonso, don Ordoño, don Pelayo, y fuera destos doua Aldonza, que casó con don Pelayo, llamado el Diácono, nieto del rey don Fruela, segundo deste nombre, hijo de don Fruela, su hijo bastardo. De don Pelayo y de doña Aldonza nacieron Pedro, Ordoño, Pelayo, Nuño y Teresa; destos procedieron los condes de Carrion, varones señalados en la guerra, de valor y de prudencia, como se declara en otro lugar. Volvamos á la razon de los tiempos. Pelagio, ovelense, y don Lúcas de Tuy atribuyen á este rey don Bermudo lo que arriba queda dicho de Ataulfo, obispo de Compostella, del toro feroz y bravo que soltaron contra él sin que le hiciese daño alguno. Nos damos mas crédito en esta parte á la historia compostellana, que dice lo que de suyo relatamos; y es bastante muestra de estar mudados los tiempos en los que esto dicen, y del engaño no hallarse por estos años algun obispo de Compostella que se llamase Ataulfo.

CAPITULO X.

De don Alonso el quinto, rey de Leon.

Ayos del rey don Alonso en su menor edad, por mandado del rey don Bermudo, su padre, fueron Melendo Gonzalez, conde de Galicia, y su mujer, llamada doùa Mayor. Los mismos, por quedar don Alonso de cinco años, gobernaron asimismo el reino con grande fidelidad y prudencia, conforme á lo que dejó en su testamento el Rey muerto mandado, en que vinieron todos los estados del reino. Llegado el nuevo Rey á mayor edad, para que los ayos tuviesen mas autoridad y en recompensa de lo que en su crianza y en el gobierno del reino trabajaron, le casaron con una hija que tenian, llamada doña Elvira. Tuvo deste matrimonio dos hijos, don Bermudo y doña Sancha. Reinó por espacio de veinte y nueve años. El segundo año de su reinado, que fué de Cristo el 1000 justamente, por muerte del rey de Navarra don Garci Sanchez, el Trémulo ó Temblador, sucedió en aquel estado un hijo que tenia en doña Jimena, su mujer (no aciertan los que la llaman Elvira ó Constancia o Estefania), por nombre don San

cho. Este Príncipe en su menor edad tuvo por maestro á Sancho, abad de San Salvador de Leire, que le enseñó todo lo que un príncipe debe saber, y amaestró en todas buenas costumbres. Reinó treinta y cuatro años; fué tan señalado en todo género de virtudes, que le dieron sobrenombre de Mayor, y alcanzó tan buena suerte, que todo lo que en España poseian los cristianos casi lo redujo debajo de su imperio y mando; bien que no acertó ni fué buen consejo dividillo y repartillo entre sus hijos, como lo hizo, menguando las fuerzas y majestad del reino. Cuán quietos estaban los dos reinos cristianos por la buena maña de los que los gobernaban, no menos se alteraron por este tiempo las armas de Castilla primero, despues las de los moros. Los unos y los otros por las diferencias domésticas se iban despeñando en su perdicion. Don Sancho García se apartó de la autoridad del conde Garci Fernandez, su padre, y de su obediencia; no se sabe por cuál causa, sino que nunca faltan, en las casas reales mayormente, hombres de dañada intencion que con chismes y reportes encienden la llama de la discordia entre hijos y padres. Puede ser que don Sancho, cansado de lo mucho que vivia su padre, acometió tan grave maldad, por serle cosa pesada esperar los pocos años que, conforme á la edad que tenia, le podrian quedar. Vinieron á las armas, y divididas las voluntades de los vasallos entre el padre y el hijo, las fuerzas de aquel estado se enflaquecieron; no estuvo esto encubierto á los moros, que la provincia estaba en armas, dividida la nobleza, alborotado el pueblo con sus valedores de la una y de la otra parte. Acordaron aprovecharse de la ocasion que la dicha discordia les presentaba. Con esta venida de los moros y entrada que hicieron, la ciudad de Avila, que poco a poco se iba reparando, de nuevo fué destruida, y la Coruña y Santisteban de Gormaz, en el territorio de Osma, padecieron el mismo estrago. Grande era el peligro en que las cosas estaban, y aun con el miedo de fuera no se sosegaban las alteraciones y parcialidades, si bien se entretuvieron para no llegar del todo á rompimiento y á las puñadas. El conde Garci Fernandez, movido por el daño que los moros hacian, con los que pudo juntar salió al enemigo al encuentro. Alcanzólos por aquellas comarcas y presentóles la batalla. Fué brava la pelea; el Conde, que llevaba poca gente, quedó vencido y preso con tales heridas, que dellas en breve murió. Tuvo el señorío de Castilla como treinta y ocho años; quién dice cuarenta y nueve. No fué desigual á su padre en la grandeza y gloria de sus hazañas. Los enemigos le quitaron la vida; la fama de su valor dura y durará. Su cuerpo, rescatado por gran dinero, le sepultaron en el convento de San Pedro de Cardeña. Dióse esta desgraciada batalla el año 1006. El año luego siguiente, 1007, en Toledo una grande creciente abatió el famoso monasterio agaliense; los monjes se pasaron al de San Pedro de Sabelices. Así lo dice el arcipreste Juliano. Dejó el Conde una hija, Ilamada doña Urraca, que fué monja en el monasterio de San Cosme y San Damian del lugar de Covarrubias. Este monasterio edificó el Conde, su padre, desde los cimientos, y le dotó de grandes heredades y gruesas rentas, dióle muchas alhajas y preseas. Puso por condicion que si alguna doncella de su descendencia no quisiese casarse, sustentase la vida con las rentas de aquel

monasterio. Sucedió en el señorío y condado de Castilla al padre muerto su hijo don Sancho, afeado y amancillado por haberse levantado contra su padre, y por el consiguiente dado ocasion á aquel desastre. Por lo demás fué piadoso, dotado de grandes virtudes y partes de cuerpo y ánima. Falleció por el misino tiempo en Córdoba el Alhagib Abdelmelic; sucedióle en el cargo Abderraman, hombre malo y cobarde; por afren"ta le llamaban vulgarmente Sanciolo. Muerto este dentro de cinco meses, Mahomad Almahadio, que debia ser del linaje de los Abenbumeyas, tomadas las armas, se apoderó del rey Hisem, que con el ocio y con los deleites estaba sin fuerzas y sin prudencia, y no se conservaba por su esfuerzo, sino con la ayuda de otros. Publicó que le quitara la vida, degollando otro que le era muy semejante; maña con que Almahadio quedó apoderado del reino de Córdoba y Hisem vivo, que le pareció guardarle para lo que aviniese. Esto pasó el año que se contaba de los árabes 400 justamente. Acudió desde Africa un pariente de Hisem, llamado Zulema; este con los de su valía y gente que se le arrimó, además de las fuerzas de don Sancho, conde de Castilla, que le asistió en esta empresa y con él hizo liga, en una batalla muy herida que se dió cerca de Córdoba venció al tirano Almahadio. Murieron en esta pelea treinta y cinco mil moros, que era toda la fuerza y niervo del ejército morisco y de aquel reino; por donde adelante comenzaron los moros á ir claramente de caida. Señalóse sobre todos el conde don Sancho, su valor, esfuerzo y industria, y fué la principal causa que se ganase la jornada. Almahadio despues desta rota se retiró y encerró dentro de la ciudad; y lo que tenia apercebido para los mayores peligros, sacó á Hisem de donde le tenia escondido y preso. Puesto á los ojos de todos y en público, amonestó al pueblo antepusiesen á su señor natural al extranjero y enemigo. Los ciudadanos, turbados con el temor que tenian del vencedor, no hacian caso de sus palabras y amonestaciones; en ocasiones semejantes cada cual cuida mas de asegurarse que de otros respetos. Así le fué forzoso, dejada la ciudad á su contrario, retirarse á Toledo. Llevó consigo, á lo que se entiende, á Hisem, ó sea que le escondió segunda vez. Era Alhagib de Almahadio, y como virey suyo otro moro, llamado Almahario. Este, con deseo de fortificarse contra las fuerzas y intenciones de los contrarios y para ayudarse de socorros de cristianos, pasó á Cataluña para con toda humildad rogar á aquellos señores le acudiesen con sus gentes. Propúsoles grandes intereses, ofrecióles partidos aventajados. Los condes don Ramon de Barcelona y Armengol de Urgel, persuadidos de aquel bárbaro, con buen número de los suyos se juntaron con las gentes que en aquel intermedio el tirano Almahadio tenia levantadas en Toledo y su comarca, que eran en gran número y fuertes. Contábanse en aquel ejército nueve mil cristianos y treinta y cuatro mil moros. Juntáronse las huestes de una parte y de otra en Acanatalhacar, que era un lugar cuarenta miHlas de Córdoba, al presente un pueblo llamado Albacar está á cuatro leguas de aquella ciudad. Trabóse la batalla, que fué muy reñida y dudosa, ca los cuernos y costados izquierdos de ambas partes vencieron, los de manderecha al contrario. Zulema y el conde don Sancho al principio mataron gran número de los contra

rios. Entre estos á los primeros golpes y encuentros murieron los obispos Arnulfo, de Vique, Aecio, de Barcelona, Oton, de Girona; cosa torpe y afrentosa que tales varones tomasen las armas en favor de infieles. El mismo conde de Urgel fué asimismo muerto. Almahadio con su esfuerzo reparó la pelea, y animando á los suyos, quitó á los enemigos la victoria de las manos. Zulema, como se vió vencido y desbaratados los suyos, se huyó primero á Azafra, despues desconfiado de la fortaleza de aquel lugar, determinó de irse mas léjos, que fué todo el año de los árabes de 404, de Cristo to 1010. Quedó el reino por Almahadio, si bien Almahario, su Alhagib, lo gobernaba todo á su voluntad, conforme á la calamidad de aquellos tiempos aciagos; en que pasó tan adelante, que despues de la partida de don Ramon, conde de Barcelona, sin ningun temor ni respeto alevosamente dió la muerte á su señor; una traicion contra otra. Con esto Hisem, el verdadero rey, fué restituido en su reino. La cabeza de Almahadio el tirano enviaron á Zulema, su competidor, que en un lugar llamado Citava se entretenia por ver en qué pararian aquellas revoluciones tan grandes. Pretendian y deseaban los moros que el dicho Zulema se sujetase á Hisem como á verdadero rey y deudo suyo, por quien al principio mostró tomar las armas. El encendido en deseo de reinar, cuya dulzura es grande, aunque engañosa, y que con muestra de blandura encubre grandes males, juntaba fuerzas de todas partes, y hacia de ordinario correrías en las tierras comarcanas. La parcialidad de los Abenhumeyas, de que todavía quedaban rastros en Córdoba, era aficionada á Zulema, y por su respeto trataba de dar la muerte á Hisem. No salieron con su intento, á causa que el dicho Rey, avisado del peligro, usó en lo de adelante de mas recato y vigilancia. Zulema, perdida esta esperanza, solicitó al conde don Sancho para que con respeto de la amistad pasada de nuevo le ayudase. El Conde, despues de haberlo todo considerado, se resolvió de confederarse con Hisem, de quien esperaba mayor ganancia, y en particular asentó que le restituyese seis castillos que el Alhagib Mahomad por fuerza de armas los años pasados quitara á los cristianos, lo cual él hizo forzado de la necesidad, por no faltar á tales esperanzas de ser socorrido en aquella apretura, y privar á su contrario de aquel arrimo. En el entre tanto Obeidalla, hijo de Almahadio, con ayuda de sus parciales se hizo rey de Toledo. Otros le llaman Abdalla, y afirman que tuvo por mujer á doña Teresa con voluntad de don Alonso, su hermano, rey de Leon; gran desórden y mengua notable. Lo que pretendia con aquel casamiento era que las fuerzas del uno y del otro reino que lasen mas firmes con aquella alianza; demás que se presentaba ocasion de ensanchar la religion cristiana, si el moro se bautizaba segun lo mostraba querer hacer. Con esto, engañada la doncella, fué llevada á Toledo, celebráronse las bodas con grande aparato, con juegos y regocijos y convite, que duró hasta gran parte dela noche. Quitadas las mesas, la doncella fué llevada á reposar. Vino el Moro encendido en su apetito carnal. Ella, « afuera, dice, tan grave maldad, tanta torpeza. Una de dos cosas has de hacer: ó tú con los tuyos te bautiza y con tanto goza de nuestro amor; si esto no haces, no me toques. De otra manera, teme la venganza de los hombres, que no disimularán nuestra afrenta y

tu engaño, y la de Dios, que vuelve por la honestidad sin duda y castidad de los cristianos. De la una y de la otra parte te apercibo serás castigado. Mira que la lujuria, peste blanda, no te lleve á despeñar. » Esto dijo ella. Las orejas del Moro con la fuerza del apetito desenfrenado estaban cerradas; hízole fuerza contra su voluntad. Siguióse la divina venganza, que de repente le sobrevino una grave dolencia; entendió lo que era y la causa de su mal. Envió á doňa Teresa en casa de su hermano con grandes dones que le dió. Ella se hizo monja en el monasterio de San Pelagio de Leon, en que pasó lo restante de la vida en obrás pias y de devocion, con que se consolaba de la afrenta recebida. A Obeidalla no le duró mucho el reino; venciéronle las gentes del rey Hisem, y preso fué puesto en su poder. Continuaban las revueltas entre los moros y las alteraciones en todas las partes de aquel reino. A los cristianos se ofrecia muy hermosa ocasion para deshacer toda aquella gente, si juntadas las fuerzas quisieran antes mirar por la religion que servir á las pasiones de los moros y ayudallos. Mas esta fué la desgracia de todos los tiempos; siempre las aficiones particulares se anteponen al bien comun, y ninguna cosa de ordinario menos mueve que el celo de la religion cristiana. Las tierras de los moros, no solo eran trabajadas con la llama de la guerra, sino tambien de gravísima hambre por haberse tanto tiempo dejado la labor de los campos. Zulema, visto que el conde don Sancho no le ayudaba, hizo sus avenencias con los reyes moros de Zaragoza y Guadalajara. Con estas ayudas se apoderó de Córdoba por fuerza; y como Hisem se huyese á Africa, tornó Zulema á recobrar todo aquel reino de nuevo. Entre los que seguian á Hisem, uno, llamado Haitan, tenia el primer lugar en autoridad y poder. Este se apoderó de Orihuela, ciudad asentada á la ribera del mar Mediterráneo, y por la comodidad de aquel lugar hizo venir á España con la intencion que le dió de hacerle rey á Ali Abenhamit, que tenia por Hisem el gobierno de Ceuta. Zulema no era igual en fuerzas á los dos encmigos. Así fué en batalla vencido cerca de Córdoba, y por los ciudadanos entregado al vencedor, y muerto por mano del mismo Alí con palabras afrentosas y ultrajes que le dijo, ca le dió en cara haber sido el primero que contra el rey Hisem, su legítimo señor, tomó las armas. No hay fidelidad entre los compañeros del reino; quejábase Haitan que Alí, el nuevo rey, no guardaba lo con él capitulado; hizo conjuracion y liga con Mundar, hijo de Hiaya, rey de Zaragoza ; juntaron de cada parte sus huestes, dióse la batalla cerca de Córdoba, en que Haitan fué vencido. Tras esto por ocasion de la muerte de Alí queria Haitan hacer rey á Abderraman Almortada. La muerte de Alí fué desta manera: salió de Córdoba en seguimiento de Haitan, llegó á Guadix, y allí sus mismos eunucos le mataron en un baño en que se lavaba, año de los árabes 408. Sucedió por voto de los soldados en aquella parte del reino y en Córdoba un hermano de Alí, llamado Cazin, que hicieron los de aquella parcialidad venir de Sevilla, do en aquella sazon moraba. Tuvo el reino por espacio de tres años, cuatro meses, veinte y seis dias con desasosiego, á causa que el Almortada ya dicho, con asistencia de Haitan y de Mundar, se apoderó de Murcia y de toda aquella comarca y se llamó rey. Era hombre soberbio Almorta

da, y que ni daba grata audiencia ni recebia bien á los que venian á negociar, y á los que le dieron el reino, como si fueran sus acreedores, los miraba con ojos torcidos y sobrecejo, que fué causa de su perdicion. En Granada por conjuracion de los suyos y con voluntad del señor de aquella ciudad fué muerto. Cazin con la muerte de Almortada le pareció quedaba de todo punto por rey, en especial que con deseo de ganalle la voluntad, los de Granada le enviaron los despojos del enemigo muerto. En breve empero aquella alegría le salió vana, se regaló y se mudó en nuevo cuidado. Los ánimos de la muchedumbre alterada nunca paran en poco; así los ciudadanos de Córdoba, con ocasion de que Cazin se partió á Sevilla, alzaron por rey á Hiaya, sobrino del mismo, hijo de su hermano Alí, hombre manso y liberal, de que mucho se paga la muchedumbre y el pueblo. Pero como este se fuese y partiese á Málaga, de que antes era señor, Cazin tornó por las armas á hacerse señor de Córdoba, año de los árabes 414. Este nuevo, señorío que tuvo de aquella ciudad le duró poco, solos siete meses y tres dias. Por causa de un alboroto que ocasionó en la ciudad la insolencia de los soldados que maltrataban á los ciudadanos, fué forzado á huir & Sevilla, en que asimismo no pudo detenerse mucho tiem→ po por tener su contrario ganadas las voluntades de aquella ciudad. Despues desto, anduvo vagabundo y descarriado, hasta tanto que al fin vino á poder de Hiaya, y fué puesto por él en prision. Eran los mas destos reyes del linaje de los Alavecinos, bando muy poderoso en aquel tiempo en fuerzas y en autoridad. Los ciudadanos del bando contrario, es á saber, de los Abenhumeyas, se juntaron, y hechos mas fuertes, alzaron por rey á Abderraman, hermano de Mahomad (creo de aquel Mahomad Almahadio que fué el primero que tomó las armas contra Hisem), pero con la misma liviandad fué muerto dentro de dos meses. La severidad que él mostraba, y la inconstancia de aquella gente fueron causa de su perdicion. Con tanto un cierto Mahomad fué puesto en su lugar; tuvo el reino un año, cuatro meses y veinte y dos dias; este al tanto murió á manos de los ciudadanos. Lo mismo sucedió al hijo de Alí, llamado Hiaya, que era del bando contrario, y el tiempo pasado fue alzado por rey, ca con la misma deslealtad del pueblo le mataron en Málaga, en que, como queda dicho, estaba retirado. Reinó en Córdoba solos tres meses y veinte dias. Por su muerte Idricio, hermano de Alí tio de Hiaya, fué llamado para ser rey desde Africa, do era señor de Ceuta. Este, llegado que fué á España, por el derecho que tenia del parentesco con los dos príncipes susodichos y por las armas, se apoderá del reino de Granada, de Sevilla, de Almeria y de otras ciudades comarcanas. Lo mediterráneo quedó por Hisem, ca despues de la muerte de Hiaya los de Córdoba le habian vuelto al reino, ó era otro del mismo nombre, que aquellos ciudadanos de nuevo levantaron por rey, que en todo esto hay poca claridad. Los desórdenes de los que gobiernan suelen redundar en daño de sus señores, como sucedió á Hisem; que su Alhagib, que era como virey, que lo gobernaba todo, por ser cruel y apoderarse de los bienes públicos y particulares, acostumbrado á sacar ganancia de los daños ajenos y desgracias, fué causa que la ciudad se alborotó de suerte que el Alhagib fué muerto y el Rey echa

do del reino. En aquella revuelta un cierto Humeya, ayudado de una cuadrilla de mozos desbaratados y revoltosos, entró en el alcázar y pidió á los soldadós que le alzasen por rey. Excusábanse ellos por la deslealtad de los ciudadanos, revuelta y desgracia de los tiempos. Decíanle que escarmentase en cabeza ajena, y por el ejemplo de los otros entendiese claramente que semejantes intentos no salian bien. A esto, hoy, dijo él, me llamad rey, y matadme mañana; tan poderoso es el deseo de mandar, tan grande la dulzura de ser señores. Todavía por orden de los ciudadanos fueron echados de la ciudad á un mismo tiempo este Humeya y el Hisem ya dicho, y con ellos todos los Abenhumeyas, como causa de tan graves daños. Hisem, trabajado con tanta variedad de cosas como por él pasaron, últimamente paró en Zaragoza; recibióle benignamente el rey de aquella ciudad, llamado Zulema Abenhut. Dióle un castillo, llamado Alzuela, en que pasó como particular lo restante de su vida. De Idricio no dice en qué parase el arzobispo don Rodrigo, que refiere esta cuenta de los postreros reyes de Córdoba con alguna mayor obscuridad de la que aquí llevamos; mas ¿cómo se puede relatar con claridad revuelta tan confusa y tan grande? Resta decir que desde este tiempo el señorío de los moros, que por tantos años tuvo tan gran poder en España, se enflaqueció de guisa, que se dividió en muchos señoríos; cada cual de los que tenian el gobierno se llamaron reyes de las ciudades que tenian á su cargo, sin que nadie en aquellas revueltas les fuese á la mano. Así, en lo de adelante se cuentan muchos reyes en diversas partes; en Córdoba Jahuar, en Sevilla Albucacin y su hijo Habeth, en Toledo Haitan, el que ayudó á Alí, rey de Córdoba, al principio, y despues fué su contrario. Hijo deste rey de Toledo fué otro Hisem, nieto Almenon, bien que algunos dan mas antiguo principio que este á los reyes moros de Toledo. La verdad es que aquella ciudad con sus reyes que tenia ó tomaba, muchas veces se rebeló contra los reyes de Córdoba. Los moradores della se atribuian el primer lugar entre las ciudades de España, y por esta causa no podian llevar que les hiciesen demasías. En otras ciudades remanecieron otrosi nuevos reyes, mas no hay para qué contallos aquí, ni aun se podria hacer con certidumbre y claridad. Basta saber que estos señoríos se conservaron y permanecieron hasta tanto que los Almoravides, linaje y gente muy poderosa, de Africa pasaron en España cou su rey y caudillo Tesefin, que fué el año de los árabes de 484, año que concurre con el de 1091 de Cristo, y en otro lugar mas á propósito se relatará. Al presente volvamos atrás al cuento de las cosas que los cristianos, el conde don Sancho y el rey don Alonso obraron.

CAPITULO XI.

De lo demás que sucedió en tiempo del rey don Alonso. Don Sancho, conde de Castilla, deseoso de vengar la muerte de su padre con ayuda de los leoneses y navarros, con quien el año pasado puso confederacion, entró por tierra de Toledo metiendo á fuego y á sangre todo lo que topaba. El mismo estrago hizo en tierra de Córdoba, hasta donde los nuestros entraron animados con el buen suceso; en ambas partes hicieron presas de hombres y de ganados. Si los daños fueron grandes, ma

yor era el miedo y quebranto de los moros, que divididos en bandos y por las discordias civiles apenas se conservaban, tanto, que los que poco antes ponian espanto al nombre cristiano fueron forzados de comprar por gran dinero la paz. Sepúlveda, asentada en la frontera, se ganó de moros, y con ella Osma, Santisteban de Gormaz, y otros pueblos por aquella comarca, que en la guerra pasada se perdieran, volvieron á poder de cristianos. Desde este tiempo se otorgó á la nobleza de Castilla, como dicen muchos autores, que no fuesen forzados á hacer la guerra á su costa solo con esperauza de la presa, segun acostumbraban á hacer antes, sino que les señalasen sueldo á la manera que en las otras naciones estaba recebido de todo tiempo. La reputacion y gloria que el conde don Sancho ganó por este camino escureció grandemente la muerte que dió á su madre con esta ocasion. Aficionóse ella á cierto moro principal, hombre muy dado á deshonestidades y membrudo. Dudaba de casarse con él, no tanto por el escrúpulo como por miedo de su hijo; recelábase de la saña que el dolor y afrenta le causarian; determinó con darle la muerte hacer lugar y camino á aquellas bodas malvadas, aparejábale ciertos bebedizos y ponzoña mortal. El Conde, avisado de todo, forzó á su madre con muestra de honrarla, aunque lo rehusaba y contradecia, de hacerle la salva y gustar la bebida que le daba. Principio de que algunos sospechan nació la costumbre recebida y muy usada en algunas partes de España que las mujeres beban antes que los varones. Otros refieren que una camarera de la Condesa, que la vió destemplar las yerbas, dió aviso á su marido (no falta quien le llame Sancho del valle de Espinosa), y él al Conde, y que por este servicio tan señalado desde entonces ganó el privilegio que hasta hoy tienen los de su tierra, los monteros de Espinosa, de guardar de noche la persona y la casa real. Verdad es que para dar este cuento por cierto yo no hallo fundamentos bastantes, У todavía la Valeriana lo refiere en el libro 9, título 1.o, capítulo 5.o, y los naturales de aquella villa lo tienen y afirman así como cosa sin duda. Dicen mas, que el Conde, con deseo de satisfacer este mal caso y por amansar el odio que contra él acerca del pueblo resultara por un delito tan feo, edificó un monasterio de monjas, y del nombre de su madre le llamó de Оña, que el tiempo adelante don Sancho, rey de Navarra, llamado el Mayor, dió á los monjes de Cluži, y en nuestra era tiene el primer lugar entre los demás monasterios de aquella comarca. Ilobo don Sancho en su mujer doña Urraca á su hijo don García, y tres hijas, que fueron doña Nuña, doña Teresa, doña Tigrida; las dos primeras fueron casadas con grandes señores, Tigrida, abadesa en el monasterio de Oùa. Por el mismo tiempo se abrió y allanó á costa del conde don Sancho nuevo camino para que los extranjeros pasasen á la ciudad é iglesia de Santiago, es á saber, por Navarra, la Rioja, Briviesca y tierra de Búrgos, como quier que antes, por ser el señorío de los cristianos mas estrecho, los peregrinos de Francia acostumbrasen á hacer su camino con grande trabajo por Vizcaya y los montes de Astúrias, lugares faltos de todo, ásperos y montuosos. El rey don Alouso, eso mesmo por beneficio de la larga paz que resultaba, así de las discordias de los moros como de la confederacion hecha entre los prin

cipes cristianos, vuelto su cuidado á las artes de la paz y al gobierno, hacia Cortes generales de su reino en Oviedo el año de nuestra salvacion de 1020. En estas Cortes se reformaron las antiguas leyes de los godos. Asimismo la ciudad de Leon, que por las entradas de los moros quedó asolada y hecha caserías, por diligencia del Rey y á su costa se reparó, y en ella levantó un templo con advocacion de San Juan Bautista, obra de barro y de ladrillo; allí trasladaron los huesos de su padre, don Bermudo, y de los otros reyes de Leon, que por miedo de los moros andaban mudando lugares, con que quedaron puestos en sepulcros ciertos y estables. El monasterio otrosí de San Pelagio se reedificó, en que doña Constanza, hermana del Rey, vírgen consagrada á Dios, vivió mucho tiempo. Los intentos y acometimientos de don Vela contra los condes de Castilla, de quien por particulares intereses y agravios se tenia por injuriado, cuán grandes hayan sido arriba queda declarado. A tres hijos deste caballero, es á saber, Rodrigo, Diego y Iñigo, el conde don Sancho, no solo los perdonó, sino les volvió las honras y cargos de su padre; mas ellos, sin embargo desto, tornaron en breve á sus mañas y á lo acostumbrado. Y aun sobre las desórdenes pasadas añadieron una nueva deslealtad, que, dejado el conde don Sancho, se pasaron á don Alonso, rey de Leon; de los moros poca ayuda podian esperar por estar tan revueltas sus cosas y por la mudanza de tantos príncipes, como queda dicho. Recibiólos benignamente don Alonso, dióles á la halda de las montañas estado no pequeño, con que se sustentasen como señores; pareció por algun poco de tiempo estar sosegados, como quier que á la verdad esperaban ocasion de mostrar nueva deslealtad, segun se entendió por lo que en breve pasó, de la suerte que poco despues se dirá. El rey don Alonso, deseoso de ensanchar su estado, rompió por la Lusitania; púsose sobre la ciudad de Viseo, que pretendia ganar de los moros. Avino que cierto dia desarmado y con poco recato se llegó mucho á la ciudad. Tiráronle de los adarves una saeta con que le mataron. Los suyos por esta desgracia alzaron luego el cerco; y el cuerpo del difunto los obispos que fueran á aquella guerra le acompañaron hasta Leon, y le enterraron en la iglesia de San Juan, que él mismo edificara para poner allí los sepulcros de sus padres. Sucedió esto el año de nuestra salvacion de 1028. Dejó un hijo y una hija: don Bermudo, que le sucedió en el reino, y doña Sancha, de pequeña edad. En aquel tiempo florecieron por santidad de vida dos obispos : Froilano, de Leon, y Atilano, de Zamora. Froilano fué natural de Lugo, Atilano de Tarragona. De monjes de San Benito, que lo eran en el monasterio de Moreruela, no léjos de Leon, los sacaron para obispos y los consagraron en un dia. Fué Atilano, de menos edad, discípulo de Froilano, mas igualóle en virtud, vida y milagros. Algunos á estos varones santos los ponen mas de cien años antes deste tiempo; nosotros seguimos lo que nos pareció mas probable. Tenia el principado de Barcelona de tiempo atrás un hijo de don Ramon, que se decia don Berenguel, y del nombre de su abuelo le llamaron por sobrenombre Borello, mas conocido por su ociosidad y poco valor que por alguna virtud. La falta deste Príncipe, con que las cosas de los cristianos amenazaban ruina, reparó en gran parte Bernardo Tallaferro, conde M-1.

de Besalú, que hacía rostro con valor á los moros. Y muerto él, que se ahogó en el Ródano en ocasion que pasaba á Francia, suplió sus veces Wifredo, conde de Cerdania, hasta alanzar los moros de aquella comarca, que no cesaban de hacer correrías y cabalgadas en las tierras de cristianos. A la muerte de don Berenguel le quedaron tres hijos: don Ramon, conde de Barcelona; don Guillen, conde de Manresa por testamento de su padre, y don Sancho, monje que fué benito.

CAPITULO XII.

De don Bermudo el Tercero, rey de Leon.

Don Bermudo, tercero deste nombre, aunque era de pocos años cuando su padre le faltó, fué alzado y coronado por rey, presentes los grandes del reino y los obispos, el año de 1028, en que falleció otrosí don Sancho, conde de Castilla, despues que tuvo el gobierno de Castilla por espacio de veinte y dos años. En el monasterio de Oña, que edificó á su costa, como queda arriba dicho, cerca del altar mayor, á mano izquierda se muestran tres sepulcros con sus letreros, el uno del conde don Sancho, el otro de su mujer doña Urraca, y el tercero de don García, su hijo, el cual, muerto su padre, sucedió en aquel estado. Daba de sí grandes esperanzas por las muestras de sus virtudes; mas todo se fué en flor por su muerte, que le dieron alevosamente dentro el primer año de su gobierno los que menos fuera razon, y lo que es mas notable, en la misma alegría de sus bodas. Tenia don García dos hermanas, doña Nuña y doña Teresa. Doña Nuña (á quien otros Haman Elvira, y otros Mayor, creo por la edad) casó sin duda con don Sancho, rey de Navarra, y de él tenia ya por este tiempo estos hijos: don García, don Fernando y don Gonzalo. Doña Teresa, ó en vida de su padre, ó luego despues de su muerte, casó con don Bermudo, rey de Leon; deste matrimonio tuvieron un hijo, llamado don Alonso, que murió muy niño. Don García, conde de Castilla, aunque de poca edad, ca no tenia mas de trece años, se desposó á trueco con doùa Sancha, hermana del rey don Bermudo. Procurábase con estos parentescos que el concierto fuese adelante, que pocos años antes se asentara entre los príncipes cristianos, con que parecia las cosas comunes y particulares alzaban cabeza, y no se turbase la paz. Señalaron la ciudad de Leon para celebrar estas bodas ó desposorios. Llevaba el conde don García grande atuendo y acompañamiento de gente principal, así de sus vasallos como del reino de Navarra. El mismo rey don Sancho con sus hijos don García y don Fernando para honralle mas le acompañaron, y con ellos muchedumbre de soldados, que representaban un ejército entero. Estos soldados ganaron de camino á Monzon, castillo asentado no léjos de Palencia; al tanto hicieron de otros pueblos por aquella comarca, que los quitaron al conde Fernan Gutierrez, que por desprecio del nuevo y mozo Príncipe se levantara con ellos; sin embargo, por rendirse de su voluntad y sin dificultad sujetarse á la obediencia le fué dado. perdon. Hacian las jornadas pequeñas, como era necesario por ser tanta la multitud de gente que llevaban. Don García, con deseo de apresurarse por ver á su esposa, dejó al rey don Sancho en Sahagun, y él con pocos á la ligera se adelantó sin algun recelo de lo que

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