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en Burgos, pasó con su campo sobre la ciudad de Leon, que a cabo de algunos dias se le rindió a partido el postrero dia de abril del año de 1368.

En la imperial ciudad de Toledo unos querian á don Enrique: la mayor parte sustentaba la opinion de don Pedro, escarmentados del riguroso castigo que hizo alli los meses pasados, y de miedo de la gente de guerra que tenia alli de guarnicion, que eran muchos ballesteros, y seiscientos hombres de armas, cuyo capitan era Fernando Alvarez de Toledo alguacil mayor de la misma ciudad. Tenia don Enrique en su ejército mil hombres de armas: con estos y con la infanteria que era en mayor número, no dudó de venir sobre una ciudad tan grande y fuerte como Toledo, y tenerla cercada. Tenia por cierto que apoderado que fuese de una ciudad y fuerza semejante, todo lo demas le seria fácil de acabar. Asentó sus reales en la vega que se tiende à la parte del setentrion à las aldas de la ciudad: puso muchas compañias en los montes que están de la otra parte del rio Tajo: este gran rio como con un compás rodea las tres cuartas partes de la ciudad, corre por la parte del levante, y revuelve ácia mediodia y poniente. Para que se pudiese pasar de los unos reales á los otros, y se favoreciesen en tiempo de necesidad, mandó fabricar un puente de madera que fué despues muy provechoso. Los Toledanos sufrian constantemente el cerco, puesto que harto inclinados á don Enrique; mas no osaban admitille en la ciudad por miedo no lo pagasen los rehenes que consigo se llevara don Pedro, que eran los mas nobles de Toledo.

La ciudad de Córdova en este tiempo, quitada la obediencia á don Pedro, seguia la parte de don Enrique con tanto pesar y enojo de su contrario que no dudó de pedir al rey de Granada le enviase su ayuda para irla á cercar. Envióle Mahomad gran número de Moros ginetes, con que y su ejército puso en gran estrecho la ciudad, y la apretó de manera que un dia estuvo á punto de ser entrada, ca los Moros á escala vista subieron la muralla y tomaron el alcázar viejo. Acudieron los Cordoveses, considerado el peligro y cuán sin misericordia serian tratados si fuesen vencidos, y pelearon aquel dia con gran desesperacion, y rebatieron tan valerosamente los Moros que mal de su grado los forzaron á salir de la ciudad: á muchos hicieron saltar por los adarves, y les tomaron las banderas y fueron en pos dellos hasta bien lejos. Señaláronse mucho este dia en valor las mugeres Cordovesas, ca visto que era entrada la ciudad por los Moros, no se escondieron, ni cayeron en sus estrados desmayadas, sino con varonil esfuerzo salieron por las calles y á los lugares en que sus maridos y hijos peleaban, y con animosas palabras los incitaron á la pelea; con esto los Cordoveses tomaron tanto brio y corage que pudieron recobrar la ciudad que ya se perdia, y hacer gran estrago y matanza de sus enemigos.

Desesperados los reyes de poder ganar la ciudad, levantaron el cerco: don Pedro se fué á Sevilla á proveer lo necesario para la guerra, que todo se bacia mas de espacio y con mayores dificultades de lo que él pensaba: el rey de Granada sin que don Pedro le fuese á la mano, saqueó y robó las ciudades de Jaen y Ubeda que á imitacion de Cordova seguian el bando de don Enrique; taló otrosí lo mas de los campos del Andalucía, con que llevaron los Moros á Granada gran muchedumbre de cautivos, tanto que fué fama que en sola la villa de Utrera fueron mas de once mil almas las que cautivaron. Con esto toda la Andalucia se veia estar llena de llantos y miseria: por una parte los apretaban las armas de los Moros, por otra la crueldad y fiereza de don Pedro.

EL

CAPITULO XIII.

Que el rey don Pedro fué muerto.

rey don Pedro desamparado de los que le podian ayudar, y sospechoso de los demás, lo que solo restaba, se resolvió de aventurarse, encomendarse á sus manos, y ponerlo todo en el trance y riesgo de una batalla : sabia muy bien que los reinos se sustentan y conservan mas con la fama y reputacion que con las fuerzas y armas. Teníale con gran cuidado el peligro de la real ciudad de Toledo: estaba aquejado, y pensaba como mejor podria conservar su reputacion esto le confirmaba mas en su propósito de ir en busca de su enemigo y dalle la batalla. Procuráronselo estorbar los de Sevilla: decíanle que se destruia, y se iba derecho á despeñar; que lo mejor era tener sufrimiento, reforzar su ejército, y esperar las gentes que cada dia vendrian de sus amigos y de los pueblos que tenian su voz. Esto que le aconsejaban, era lo que en todas maneras debiera seguir, si no le cegaran la grandeza de sus maldades, y la divina justicia ya determinada de muy presto castigallas.

Estando en este aprieto sucedióle otro desastre, y fué que Victoria, Salvatierra y Logroño que eran de su obediencia, fatigadas de las armas del rey de Navarra, y por falta de socorro por estar don Pedro tan lejos, se entregaron al navarro. Ayudó á esto don Tello, el cual si estaba mal con don Pedro, no era amigo de su hermano don Enrique, y así se entretenia en Vizcaya sin querer ayudar á ninguno de los dos. Proseguíase en este comedio el cerco de Toledo. Y como quier que aquella ciudad estuviese (como dijimos) dividida en aficiones, algunos de los que favorecian á don Enrique, intentaron de apoderalle de una torre del muro de la ciudad que miraba al real, que se dice la torre de los Abades. Como no les sucediese esa traza, procuraron dalle entrada en la ciudad por el puente de S. Martin, sobre lo cual los de un bando y del otro vinieron a las manos, en que sucedieron algunas muertes de ciudadanos. Sabidas estas revueltas por el rey don Pedro, dióse muy mayor priesa á irla á socorrer, por no hallarla perdida cuando llegase. Para ir con menor cuidado mandó recoger sus tesoros, y con sus hijos don Sancho y don Diego llevallos á Carmona, que es una fuerte y rica villa del Andalucía y está cerca de Sevilla.

Hecho esto, juntó arrebatadamente su ejército, y aprestó su partida para el reino de Toledo. Llevaba en su campo tres mil hombres de á caballo; pero la mitad dellos (mal pecado) eran Moros, y de quien no se tenia entera confianza, ni se esperaba que pelearian con aquel brio y gallardia que fuera necesario. Dicese que al tiempo de su partida consultó á un moro sábio de Granada llamado Benagatin, con quien tenia mucha familiaridad; y que el moro le anunció su muerte por una profecía de Merlin hombre inglés que vivió ántes de este tiempo como cuatrocientos años. La profecía contenia estas palabras: «En las partes de >>Occidente, entre los montes y el mar, nacerá una ave negra, comedora y robadora, y >>> tal que todos los panales del mundo querrá recoger en si, todo el oro del mundo querrá >>poner en su estómago, y despues gormarlo há, y tornará atrás. Y no perecerá luego por es» ta dolencia, caérsele han las peñolas, y sacarle han las plumas al sol, y andará de puerta >> en puerta, y ninguno la querrá acoger, y encerrarse há en la selva, y allí morirá dos ve>>ces, una al mundo y otra á Dios, y desta manera acabará.» Esta fué la profecia, fuese verdadera ó ficcion de un hombre vanisimo que le quisiese burlar: como quiera que fuese, ella se cumplió dentro de muy pocos dias.

El rey don Pedro con la hueste que hemos dicho, bajó del Andalucia á Montiel, que es una villa en la Mancha y en los Oretanos antiguos, cercada de muralla, con su pretil, torres y barbacana, puesta en un sitio fuerte y fortalecida con un buen castillo. Sabida por don Enrique la venida de don Pedro, dejó á don Gomez Manrique arzobispo de Toledo para que prosiguiese el cerco de aquella ciudad, y él con dos mil y cuatrocientos hombres de á caballo, por no esperar el paso de la infanteria, partió con gran priesa en busca de don Pedro. Al pasar por la villa de Orgaz, que está cinco leguas de Toledo, se juntó con él Beltran Claquin con seiscientos caballos extrangeros que traia de Francia: importantísimo socorro y á buen tiempo, porque eran soldados viejos, y muy ejercitados y diestros en pelear. Llegaron al tanto allí don Gonzalo Mexía maestre de Santiago y don Pedro Muñiz maestre de Calatrava, y otros señores principales que venian con deseo de emplear sus personas en la defensa y libertad de su patria.

Partió don Enrique con esta caballeria: caminó toda la noche, y al amanecer dieron vista á los enemigos antes que tuviesen nuevas ciertas que eran partidos de Toledo. Ellos cuando vieron que tenian tan cerca á don Enrique, tuvieron gran miedo, y pensaron no hobiese alguna traicion y trato para dejarlos en sus manos: á esta causa no se fiaban los unos de los otros; recelábanse tambien de los mismos vecinos de la villa. Los capitanes con mucha priesa y turbacion hicieron recoger los mas de los soldados que tenian alojados en las aldeas cerca de Montiel; muchos dellos desampararon las banderas de miedo, ó por el poco amor y menos gana con que servian. Al salir del sol formaron sus escuadrones de ambas partes, y animaron sus soldados á la batalla. Don Enrique habló á los suyos en esta sustancia: «Este dia, valerosos compañeros, nos ha de dar riquezas, honra y reino, ó nos »> lo ha de quitar. No nos puede suceder mal, porque de cualquiera manera que nos avenga » seremos bien librados: con la muerte saldremos de tan inmensos é intolerables afanes como » padecemos; con la victoria daremos principio á la libertad y descanso que tanto tiempo há » deseamos. No podemos entretenernos ya mas, si no matamos a nuestro enemigo: él nos ha de hacer perecer de tal género de muerte, que la ternemos por dichosa y dulce si fuere » ordinaria, y no con crueles y bárbaros tormentos. La naturaleza nos hizo gracia de la vida

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» con un necesario tributo que es la muerte: esta no se puede escusar, empero los tormentos, las deshonras, afrentas é injurias evitáralas vuestro esfuerzo y valor. Hoy alcanzareis » una gloriosa victoria, ó quedareis como honrados y valerosos tendidos en el campo. No » vean tal mis ojos, no permita vuestra bondad, Señor, que perezcan tan virtuosos y leales » caballeros. Mas qué muerte tan desastrada y miserable nos puede venir que sea peor que » la vida acosada que traemos? No tenemos guerra con enemigo que nos concederá partidos » razonables, ni aun una tolerable servidumbre cuando queramos ponernos en sus manos: » ya sabeis su increible crueldad, y teneis bien à vuestra costa experimentado cuán poca se»guridad hay en su fe y palabra. No tiene mejor fiesta ni mas alegre que la que solemniza » con sangre y muertes, con ver destrozar los hombres delante de sus ojos. Por ventura >> habémoslo con algun malvado y perverso tirano, y no con una inhumana y feroz bestia, » que parece ha sido agarrochada en la leonera para que de allí con mayor braveza salga á » hacer nuevas muertes y destrozos? Confio en Dios y en su apóstol Santiago que ha caido en la red que nos tenia tendida, y que está encerrado donde pagará la cruel carnicería que »en nos tiene hecha: mirad, mis soldados, no se os vaya: detenedla, no la dejeis huir, no » quede lanza, ni espada que no pruebe en ella sus aceros. Socorred por Dios à nuestra mi» serable patria, que la tiene desierta y asolada: vengad la sangre que ha derramado de » vuestros padres, hijos, amigos y parientes. Confiad en nuestro Señor, cuyos sagrados » ministros sacrilegamente ha muerto, que os favorecerá para que castigueis tan enormes » maldades, y le hagais un agradable sacrificio de la cabeza de un tal mónstruo horrible, y » fiero tirano. »

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Acabada la plática, luego con gran brio y alegría arremetieron á los enemigos: hirieron en ellos con tan gran denuedo que sin poder sufrir este primer impetu en un momento se desbarataron. Los primeros huyeron los Moros, los Castellanos resistieron algun tanto; mas como se viesen perdidos y 'desamparados, se recogieron con el rey don Pedro en el castillo de Montiel. Murieron muchos de los Moros en la batalla, muchos mas fueron los que perecieron en el alcance: de los Cristianos no murió sino solo un caballero. Ganóse esta victoria un miércoles catorce dias de marzo del año de 1369. Don Enrique visto como don Pedro se encerró en la villa, á la hora le hizo cercar de una horma, pared de piedra seca, con gran vigilancia porque no se les pudiese escapar. Comenzaron los cercados á padecer falta de agua y de trigo, ca lo poco que tenian, les dañó de industria (á lo que parece) algun soldado de los de dentro, deseoso de que se acabase presto el cerco.

Don Pedro entendido el peligro en que estaba, pensó como podria huirse del castillo mas á su salvo. Hallábase con él un caballero que le era muy leal, natural de Trastamara: deciase Men Rodriguez de Sanabria: por medio deste hizo á Beltran Claquin una gran promesa de villas y castillos y de docientas mil doblas castellanas, á tal que dejado á don Enrique le favoreciese y le pusiese en salvo. Estrañó esto Beltran: decia que si tal consintiese, incurriria en perpetua infamia de fementido y traidor; mas como todavía Men Rodriguez le instase, pidióle tiempo para pensar en tan grande hecho. Comunicado el negocio secretamente con los amigos de quien mas se fiaba, le aconsejaron que contase á don Enrique todo lo que en este caso pasaba: tomó su consejo. Don Enrique le agradeció mucho su fidelidad, y con grandes promesas lo persuadió á que con trato doble hiciese venir á don Pedro à su posada, y le prometiese haria lo que deseaba: concertaron la noche: salió don Pedro de Montiel armado sobre un caballo con algunos caballeros que le acompañaban: entró en la estancia de Beltran Claquin con mas miedo que esperanza de buen suceso. El recelo y temor que tenia, dicen se le aumentó un letrero que leyó poco ántes, escrito en la pared de la torre del homenage del castillo de Montiel, que contenia estas palabras: « esta es la torre de la estrella: ca ciertos astrólogos le pronosticáran que moriria en una torre deste nombre. Ya sabemos cuán grande vanidad sea la destos adevinos, y como despues de acontecidas las cosas se suelen fingir semejantes consejas.

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que se refiere que le pasó con un judío médico, es cosa mas de notar. Fué así que por la figura de su nacimiento le habia dicho que alcanzaria nuevos reinos, y que seria muy dichoso. Despues cuando estuvo en lo mas áspero de sus trabajos, díjole: Cuán mal acertastes en vuestros pronósticos. Respondió el astrólogo: Aunque mas yelo caiga del cielo, de necesidad el que está en el baño ha de sudar. Dió por estas palabras á entender que la voluntad y acciones de los hombres son mas poderosas que las inclinaciones de las estrellas.

Entrado pues don Pedro en la tienda de don Beltran, díjole que ya era tiempo que se fuesen en esto entró don Enrique armado: como vió á don Pedro su hermano, estuvo un poco sin hablar como espantado: la grandeza del hecho le tenia alterado y suspenso, ó no le conocia por los muchos años que no se vieran. No es menos sino que los que se hallaron presentes, entre miedo y esperanza vacilaban. Un caballero francés dijo á don Enrique señalando con la mano á don Pedro: Mirad que ese es vuestro enemigo. Don Pedro con aquella natural ferocidad que tenia, respondió dos veces: Yo soy, yo soy. Entonces don Enrique sacó su daga, y dióle una herida con ella en el rostro: vinieron luego á los brazos, cayeron ambos en el suelo : dicen que don Enrique debajo, y que con ayuda de Beltran, que les dió vuelta y le puso encima, le pudo herir de muchas puñaladas con que le acabó de matar : cosa que pone grima: un rey, hijo y nieto de reyes revolcado en su sangre derramada por 'la mano de un su hermano bastardo: estraña hazaña! A la verdad cuya vida fué tan dañosa para España, su muerte le fué saludable: y en ella se echa bien de ver que no hay ejércitos, poder, reinos, ni riquezas que basten á tener seguro á un hombre que vive mal é insolentemente. Fué este un extraño ejemplo para que en los siglos venideros tuviesen que considerar, se admirasen y temiesen; y supiesen tambien que las maldades de los príncipes las castiga Dios no solamente con el ódio y mala voluntad con que mientras viven son aborrecidos, ni solo con la muerte, sino con la memoria de las historias, en que son eternamente afrentados y aborrecidos por todos aquellos que las leen; y sus almas sin descanso serán para siempre atormentadas. Frossarte historiador francés deste tiempo dice que don Enrique al entrar de aquel aposento dijo: donde está el hideputa judio, que se llama rey de Castilla? y que don Pedro respondió: Tú eres el hideputa, que yo hijo soy del rey don Alonso. Murió don Pedro en veinte y tres dias del mes de marzo en la flor de su edad de treinta y cuatro años y siete meses reinó diez y nueve años menos tres dias. Fué llevado su cuerpo sin ninguna pompa funeral á la villa de Alcocer, do le depositaron en la iglesia de Santiago. Despues en tiempo del rey don Juan el segundo le trasladaron por su mandado al monasterio de Santo Domingo el real de Madrid de la órden de los predicadores. Prendieron despues de muerto el

Copia de la estátua sepulcral del rey D. Pedro que hay en el convento de Sto. Domingo el Real en Madrid.

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