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Portugal, se tendion largamente á las riberas del rio Duero; por donde aquella comarca se llamó entonces Extremadura, y de allí con el tiempo pasó aquel apellido á aquella parte de la antigua Lusitania que cae entre los rios Guadiana y Tajo, y hasta hoy conserva aquel nombre. Caíanle aquellos moros mas cerca que los demás, y por esta causa, aumentado que hobo su ejército con nuevas levas de soldados, marchó contra los que acostumbraban á hacer cabalgadas y grande estrago en las tierras de los cristianos, y á la sazon con una grande entrada que hicieron robaran muchos hombres y ganados. Dióse el Rey tan buena maña, y siguió los contrarios con tanta diligencia, que vencidos y maltratados les quitó lo primero la presa que llevaban, despues, alentado con tan buen principio, pasó adelante. Dió el gasto á los campos de Mérida y Badajoz, sin perdonar á cosa alguna que se le pusiese delante; los ganados y cautivos que tomó fueron muchos, ganó otrosí dos pueblos llamados, el uno Sena, y el otro Gani. Dentro de lo que hoy es Portugal rindió la ciudad de Viseo con cerco muy apretado que le puso, si bien los moros que dentro tenia pelearon valerosa y esforzadamente, como los que en el último aprieto y peligro se hallaban. La toma desta ciudad dió mucho contento al Rey, no solo por lo que en ella se interesaba, que era pueblo tan principal, sino porque hobo á las manos el moro, de quien se dijo arriba que mató al rey don Alonso, su suegro, con una saeta que le tiró desde el adarve. La cual muerte el Rey vengó con darla al matador despues que le sacaron los ojos y le cortaron las manos y un pié, que fué género de castigo muy ejemplar. En la prosecucion desta guerra se ganaron asimismo de los moros los castillos de San Martin y de Taranzo. Cae cerca de aquella comarca la iglesia del apóstol Santiago, patron y amparo de España, cuyo favor muchas veces experimentaran los nuestros en las batallas. Acordó el Rey de ir á visitalla para hacer en ella sus rogativas, cumplir los votos que tenia hechos y hacer otros de nuevo para suplicarle no alzase la mano del socorro con que la asistia y no se le trocase aquella prosperidad y buenandanza ni se le añublase, ca tenia determinado de no parar ni reposar hasta tanto que desterrase de España aquella secta malvada de los moros. Esto pasaba el año segundo despues que se apoderó del reino de Leon. El siguiente, que se contaba de Cristo 1040, tornó de nuevo con mayor ánimo Ꭹ brio á la guerra. Puso cerco sobre la ciudad de Coimbra, y aunque con dificultad, al fin la ganó por entrega que los moros le hicieron con tal solamente que les concediese las vidas. Los trabajos largos del cerco, falta de vituallas y almacen les forzó á tomar este acuerdo. Algunos dicen que el cerco duró por espacio de siete años; pero es yerro, que no fueron sino siete meses, y por descuido mudaron en años el número de los meses. Era en aquel tiempo aquella ciudad de las mas nobles y señaladas que tenia Portugal; al presente en nuestros tiempos la ennoblecen mucho mas los estudios de todas las artes y ciencias que con muy gruesos salarios fundó el rey don Juan el Tercero de Portugal para que fuese una de las universidades mas principales de España. Los monjes de un monasterio que se decia Lormano se refiere ayudaron mucho al rey don Fernando para proseguir este cerco

con vituallas que le dieron, las que con el trabajo de sus manos tenian recogidas en cantidad, sin que los moros, en cuyo distrito moraban, lo supiesen. No se sabe qué gratificacion les hizo el Rey por este servicio, pero sin duda debió de ser grande. Con la toma desta ciudad los términos del reino de Leon se extendieron hasta el rio Mondego, que pasa por ella y riega sus campos, y en latin se llama Monda. Puso el Rey por gobernador de Coimbra, de los pueblos y castillos que se ganaron en aquella comarca un varon principal, por nombre Sisnando, que era muy inteligente de las cosas de los moros, de sus fuerzas y manera de pelear, á causa que en otro tiempo sirvió á Benabet, rey de Sevilla, en la guerra que hacia á los cristianos que moraban en Portugal; tales eran las costumbres de aquellos tiempos. Mientras duraba el cerco de Coimbra, un obispo griego, por nombre Estéban, segun en el libro del papa Calixto Il se refiere, que viniera á visitar la iglesia de Santiago, como oyese decir que muchas veces el Apóstol en lo mas recio de las batallas se aparecia y ayudaba á los cristianos, dijo: Santiago no fué soldado, sino pescador. Esto dijo él. La noche siguiente vió entre sueños cómo el mismo Apóstol ayudaba á los cristianos que estaban sobre Coimbra para que tomasen aquella ciudad. Averiguóse que á la misma hora que aquel obispo vió aquella vision se tomó la ciudad de Coimbra; con que el griego y los demás quedaron satisfechos que el sueño fué verdadero y no vano. El Rey, dado que hobo asiento en todas las cosas, acudió de nuevo á visitar la iglesia de Santiago y dalle parte de las riquezas y presa que en la guerra se ganaron, en reconocimiento de las mercedes recebidas y por prenda de las que para adelante esperaba por su favor alcanzar. Concluido con esta visita y devocion, dió la vuelta para visitar á manera de triunfador las ciudades de sus reinos de Castilla y de Leon. Daba en todas partes asiento en las cosas del gobierno, y de camino recogia de sus vasallos subsidios y ayudas para la guerra que el año siguiente pretendía hacer con mayor diligencia contra los moros que moraban descuidados á las riberas del rio Ebro, y sabia eran ricos de mucho ganado que robaran á los cristianos. Tocaba esta conquista y pertenecia mas propiamente á los reyes de Navarra y Aragon; mas la guerra que entre sí se hacian muy brava no les daba lugar á cuidar de otra cosa alguna. Don Ramiro acrecentó por este tiempo su reino con los estados de Sobrarve y Ribagorza, en que sucedió por muerte de su hermano don Gonzalo. Algunos, por escrituras antiguas que para ello citan, pretenden que don Gonzalo falleció en vida de su padre; otros que uno llamado Ramoneto de Gascuña, en una zalagarda que le armó junto á la puente de Montclus, le dió muerte volviendo de caza; lo cierto es que enterraron su cuerpo en la iglesia de San Victorian. El rey don Ramiro, aumentado que hobo por esta manera su reino, daba guerra á los navarros que le tenian usurpado parte de su reino de Aragon. No se les igualaba en las fuerzas ni en el número de la gente por ser estrecho su estado; pero demás de ser por sí mismo muy diestro en las armas y de mucho valor, tenia socorros de Francia que le acudian por estar casado con Gisberga, ó como otros la llaman, Hermesenda, bija de Bernardo Rogerio, conde de Bigerra, y de su mujer Garsenda. En

ella tuvo á don Ramiro, á don Sanchio, á don García y á doña Sancha, que casó con el conde de Tolosa, y á doña Teresa, que fué mujer de Beltran, conde de la Proenza. Fuera de matrimonio tuvo asimismo otro hijo, por nombre don Sancho, á quien hizo donacion de Aivar, Javier, Latres y Ribagorza con título de conde; no dejó sucesion, y así volvió este estado á la corona de los reyes de Aragon. Las armas de don Ramiro fueron una cruz de plata en campo azul, que adelante mudaron sus descendientes, y las trocaron, como se apuntará en su lugar. Volvamos al rey don Fernando, que con intento de hacer guerra á los moros ya dichos y revolver contra los del reino de Toledo, que con cabalgadas ordinarias hacian mucho daño en tierra de cristianos, tomadas las armas sujetó á Santisteban de Gormaz, Vadoregio, Aguilar, Valeranica, que al presente se dice Berlanga. Pasó adelante, puso á fuego y á sangre el territorio de Tarazona, corrió toda la tierra hasta Medinaceli, en que abatió todas las atalayas, que habia muchas en España, y dellas hacian los moros señas con alumadas para que los suyos se apercibiesen contra los cristianos. Desde allí, pasados los puertos, frontera á la sazon entre moros y cristianos, revolvió sobre el reino de Toledo. Taló los campos de Talamanca y Uceda. Lo nismo hizo en los de Guadalajara y Alcalá, que están puestas á la ribera del rio Henáres, sin parar hasta dar vista á Madrid. El rey Almenon de Toledo, movido por estos daños y con recelo de que serian mayores adelante, compró, á costa de gran cantidad de oro y plata que ofreció, las paces y amistad que puso con el rey don Fernando. Lo mismo hicieron los reyes de Zaragoza, Portugal y Sevilla, demás que prometieron acudirle con parias cada un año. Lo cual todo, no menos honra acarreaba á los cristianos y reputacion que mengua á los moros, que de tanto poder y pujanza como poco antes tenian, se veian de repente tan flacos y abatidos, que ni sus fuerzas les prestaban, ni las de Africa que tan cerca les caia; y eran forzados á guardar las leyes de los que antes tenian por súbditos y los mandaban. Mudanza que no se debe tanto atribuir á la prudencia y fuerzas humanas cuanto al favor de Dios, que quiso ayudar y dar la mano á la cristiandad, que muy abatida estaba. Mayormente quiso gratificar la grande devocion que en toda la gente se veia, así grandes como menores, con que todos, movidos del ejemplo de su Rey, se ejercitaban en todo género de virtudes y obras de piedad. Tal era la virtud y vida de los cristianos, que muchos de su voluntad se les aficionaban, y dejada la secta de Mahoma, se bautizaban y se hacian cristianos. Otros, si bien eran moros, estimaban en tanto los cuerpos de los santos que tenian en su tierra, por ver que los cristianos los honraban y estar persuadidos que su ayuda para todo era de grande importancia, que ningun oro ni plata ni joyas preciosas tenian en tanto, segun que por el capítulo siguiente se entenderá.

CAPITULO III.

Cómo trasladaron los huesos de san Isidoro, de Sevilla á Leon.

En la ciudad de Leon tenian una iglesia muy principal, sepultura de los reyes antiguos de aquel reino; su advocacion de San Juan Baptista. Estaba maltratada;

que las guerras, y cuando estas faltan, el tiempo y la antigüedad todo lo gastan. La reina doña Sancha era una muy devota señora; persuadió al Rey, su marido, la reparase, y para mas ennoblecella la escogiese para su sepultura y de sus descendientes; que antes tenia pensamiento de enterrarse en el monasterio de Sahagun. El Rey, que no era menos pio y devoto que la Reina, y mas aína la excedia en fervor, fácilmente otorgó con su voluntad. Para dar principio á lo que tenia acordado, ya que el edificio iba muy alto, hicieron traer de Oviedo, donde yacian los huesos del rey don Sancho de Navarra, padre del Rey; y para aumentar la devocion del pueblo trataron de juntar en aquel templo diversas reliquias de santos de los muchos que en España se hallaban, en especial en Sevilla, ciudad la mas principal del Andalucía, que si bien estaba en poder de los moros, todavía se conservaban en ella muchos cuerpos de los santos que antiguamente murieron en aquella ciudad. Era cosa dificultosa alcanzar lo que pretendian. Acordó el Rey valerse de las armas y hacer guerra á Benabet rey de Sevilla. Parecióle que por este camino saldria con su pretension. Corrióle la tierra; muchos pueblos del Andalucía y de la Lusitania, que eran deste Príncipe, á unos taló los campos, otros tomó por fuerza ó de grado. El rey Moro, acosado destos daños tan graves, deseaba tomar asiento con los cristianos. Ofrecia cantidad de oro y plata de presente, y para adelante acudir cada un año con ciertas parias. El rey don Fernando aceptó aquellos partidos y la amistad del Moro, á tal empero que sin dilacion le enviase el cuerpo de santa Justa, que fué la ocasion de emprender aquella guerra. Otorgó fácilmente el Moro con lo que se le pedia. Hicieron sus juras y homenajes de cumplir lo que ponian, con que se alzó mano de las armas. Para traer el santo cuerpo despachó el Rey al obispo de Leon Alvito, y al de Astorga, por nombre Ordoño, y en su compañía por sus embajadores al conde don Nuño, don Fernando y don Gonzalo, personas principales de su reino; dióles otrosi para su seguridad soldados y gente de guarda. Los ciudadanos de Sevilla, avisados de lo que se pretendia, sea movidos de sí mismos por entender cuánto importan á los pueblos la asistencia y ayuda de los santos por medio de sus santas reliquias, ó lo que mas creo, á persuasion de los cristianos que en Sevilla moraban, se pusieron en armas resueltos de no permitir les llevasen de su ciudad aquellos huesos sagrados. Los embajadores se hallaban confusos sin saber qué partido tomasen. Por una parte les parecia peligroso apretar al rey Moro; por otra tenian que seria mengua suya y de la cristiandad si volviesen sin la santa reliquia. Acudióles nuestro Señor en este aprieto; san Isidoro, arzobispo que fué de aquella ciudad, apareció en sueños al obispo Alvito, principal de aquella embajada, y con rostro ledo y semblante de gran majestad le amonestó llevase su cuerpo á la ciudad de Leon á trueco del de santa Justa, que ellos pretendian. Avisóle el lugar en que le hallaria con señas ciertas que le dió, y que en confirmacion de aquella vision y para certificallos de la voluntad de Dios, él mismo dentro de pocos dias pasaria desta vida mortal. Cumplióse puntualmente lo uno y lo otro con grande admiracion de todos. Hallóse el cuerpo de san Isidoro en Sevilla la Vieja, segun que el Santo lo avisara, y el obispo Alvito enfermó luego de una dolencia

mortal, que sin poderle acorrer médicos ni medicinas le acabó al seteno. Despidiéronse con tanto los demás embajadores del rey Moro. Llevaron el cuerpo de san Isidoro y el del obispo Alvito con el acompañamiento y majestad que era razon. El rey don Fernando, avisado de todo lo que pasaba, como llegaban cerca, acompañado de sus hijos salió hasta el rio Duero con mucha devocion á recebir y festejar la santa reliquia. Salió asimismo todo el pueblo y el clero en procesion, grandes y pequeños con mucho gozo, aplauso y alegría. Fué tanta la devocion del Rey, que él mismo y sus hijos á piés descalzos tomaron las andas sobre sus hombros y las llevaron hasta entrar en la iglesia de San Juan de Leon. En Sevilla antes que saliese el cuerpo y por todo el camino hizo Dios para honralle muchos milagros; los ciegos cobraron la vista, los sordos el oido, y los cojos y contrechos se soltaron para andar; maravilloso Dios y grande en sus santos. El cuerpo del obispo Alvito sepultaron en la iglesia mayor de aquella ciudad; el de san Isidoro fué colocado en la de San Juan en un sepulcro muy costoso y de obra muy prima, que para este efecto le tenian aparejado y presto; que fué ocasion de que aquella iglesia, que de tiempo antiguo tenia advocacion de San Juan Baptista, en adelante se llamase, como hoy se llama, de San Isidoro. Refieren otrosí que el jumento que traia la caja de san Isidoro, sin que nadie le guiase, toinó el camino de aquella iglesia de señor San Juan, y el en que venia el cuerpo del Obispo se enderezó á la iglesia mayor; que si es verdad, fué otro nuevo y mayor milagro. Bien veo que esto no concuerda del todo con lo que queda dicho, y que cosas semejantes se toman en diversas maneras; pero pues no referimos cosas nuevas, sino lo que otros testifican, quedará á su cuenta el abonallas y hacer fe dellas, en especial de don Lúcas de Tuy, que compuso un libro de todo esto bien grande, y de los milagros que Dios obró por virtud deste santo, muchos y notables. Nuestro oficio no es poner en disputa lo que los antiguos afirmaron, sino relatallo con entera verdad. Por el mismo tiempo, como lo escribe don Pelayo, obispo de Oviedo, trasladaron de la ciudad de Avila los cuerpos de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, sus hermanas. El de san Vicente fué llevado á Leon, el de santa Sabina á Palencia, el de santa Cristeta al monasterio de San Pedro de Arlanza. En Coyanza, que al presente se llama Valencia, en tierra de Oviedo, se celebró un concilio en presencia deste rey don Fernando y de la Reina, su mujer. En él se juntaron los grandes del reino y nueve obispos, que fué año del Señor de 1050. En los decretos deste Concilio se mandó al pueblo que asistiese á las horas canónicas que se cantan en la iglesia de dia y de noche y que todos los viernes del año se ayunase de la manera que en otros tiempos y dias de ayuno que obligan por discurso del año. Por este tiempo asimismo dos hijas de dos reyes moros se tornaron cristianas y se baptizaron. La una fué Casilda, hija de Almenon, rey de Toledo; la otra Zaida, bija del rey Benabet, de Sevilla. La ocasion de hacerse cristianas fué desta manera. Casilda era muy piadosa y compasiva de los cautivos cristianos que tenian aherrojados en casa de su padre, de su gran necesidad y miseria; acudíales secretamente con el regalo y sustento que podia. Su padre, avisado de lo que pasaba y mal enojado por el caso, acechó

á su hija. Encontróla una vez que llevaba la comida para aquellos pobres; alterado preguntóla lo que llevaba, respondió ella que rosas; y abierta la falda las mostró á su padre, por haberse en ellas convertido la vianda. Este milagro tan claro fué ocasion que la doncella se quisiese tornar cristiana; que desta manera suele Dios pagar las obras de piedad que con los pobres se hacen, y fruto de la misericordia suele ser el conocimiento de la verdad. Padecia esta doncella flujo de sangre, avisáronla (fuese por revelacion ó de otra manera) que si queria sanar de aquella dolencia tan grande se bañase en el lago de San Vicente, que está en tierra de Briviesca. Su padre, que era amigo de los cristianos, por el deseo que tenia de ver sana á su hija, la envió al rey Fernando para que la hiciese curar. Cobró ella en breve la salud con bañarse en aquel lago, despues recibió el bautismo segun lo tenia pensado, y en reconocimiento de tales mercedes, olvidada de su patria, en una ermita que hizo edificar junto al lago pasó muchos años santamente. En vida y en muerte fué esclarecida con milagros que Dios obró por su intercesion; la Iglesia la pone en el número de los santos que reinan con Cristo en el cielo, y en muchas iglesias de España se le hace fiesta á 15 de abril. La Zaida, quier fuese por el ejemplo de santa Casilda ó por otra ocasion, se movió á hacerse cristiana, en especial que en sueños le apareció san Isidoro, y con dulces y amorosas palabras la persuadió pusiese en ejecucion con brevedad aquel santo propósito. Dió ella parte deste negocio al Rey, su padre; él estaba perplejo sin saber qué partido debria tomar. Por una parte no podia resistir á los ruegos de su hija; por otra parte temia la indignacion de los suyos si le daba licencia para que se bautizase. Acordó finalmente comunicar el negocio con don Alfonso, hijo del rey don Fernando. Concertaron que con muestra de dar guerra á los moros hiciese con golpe de gente entrada en Sevilla, y con esto cautivase á la Zaida, que estaria de propósito puesta en cierto pueblo que para este efecto señalaron. Sucedió todo como lo tenian trazado; que los moros no entendieron la traza, y la Zaida, llevada á Leon, fué instruida en las cosas que pertenece saber á un buen cristiano. Bautizada se llamó doña Isabel, si bien el arzobispo don Rodrigo dice que se llamó doña María. Los mas testifican que esta señora adelante casó con el mismo don Alonso en sazon que era ya rey de Castilla, como se apuntará en otro lugar. Don Pelayo, el de Oviedo, dice que no fué su mujer, sino su amiga. La verdad ¿quién la podrá averiguar, ni quién resolver las muchas dificultades que en esta historia se ofrecen á cada paso? Lo que consta es que esta conversion de Zaida sucedió algunos años adelante.

CAPITULO IV.

Cómo don García, rey de Navarra, fué muerto.

El mismo año que el rey don Fernando hizo trasladar á Leon el cuerpo de san Isidoro, que fué el de 1033, don García, rey de Navarra, murió en la guerra. Fué hombre de ánimo feroz, diestro en las armas; y no solo era capitan prudente, sino soldado valeroso. Los principios de discordias entre los hermanos, que los años pasados se comenzaron, en este tiempo vinieron de todo punto á madurarse, como suele acontecer, en gra

ve daño de don García. Don Fernando decia que era suya la comarca de Briviesca y parte de la Rioja, por antiguas escrituras que así lo declaraban. Al contrario, se quejaba don García haber recebido notable agravio y injuria en la division del reino, y en aquel particular defendia su derecho con el uso y nueva costumbre y testamento de su padre. La demasiada codicia de mandar despeñaba estos hermanos, por pensar cada uno que era poca cosa lo que tenia para la grandeza del reino que deseaba en su imaginacion. Esta es una gran miseria que mucho agua la felicidad humana. Enfermó don García en Najara, visitóle don Fernando, su hermano, como la razon lo pedia; quísole prender hasta tanto que le satisfaciese en aquella su demnauda. Entendió la zalagarda don Fernando, huyó y púsose en cobro. Mostró don García mucha pesadumbre de aquella mala sospecha que dél se tuvo; procuraba remediar el odio y malquerencia que por aquella causa resultó contra él. Supo que su hermano estaba doliente en Búrgos; fuese para allá en son de visitalle y pagalle la visita pasada. No se aplacó el rey don Fernando con aquella cortesía y máscara de amistad. Echó mano de su hermano, y preso, le envió con buena guarda al castillo de Ceya. Sobornó él las guardas que le tenian puestas, y huyóse á Navarra, resuelto de vengar por las armas aquella injuria y agravio. Juntó la gente de su reino, llamó ayudas de los moros, sus aliados, y formado un buen ejército, rompió por las tierras de Castilla, y pasados los montes Doca, hizo mucho estrago por todas aquellas comarcas. El rey dou Fernando, que no era lerdo ni descuidado, por el contrario, juntó su ejército, que era muy bueno, de soldados viejos, ejercitados en todas las guerras pasadas. Marchó con estas gentes la vuelta de su hermano, resuelto de hacelle todo aquel mal y daño á que el dolor y el odio le estimulaban. Diéronse vista los unos á los otros como cuatro leguas de la ciudad de Burgos, cerca de un pueblo que se llama Atapuerca. Asentaron sus reales, y barreáronse segun el tiempo les daba; ordenaron tras esto sus haces en guisa de pelear. Las condiciones destos dos hermanos eran muy diferentes; la de don Fernando blanda, afable, cortés ; además que eu las armas y destreza del pelear ninguno se le igualaba. Don Garcia era hombre feroz, arrebatado, hablador, por la cual causa los soldados estaban con él desabridos, y porque á muchos de sus reinos con achaques, ya verdaderos, ya falsos, tenia despojados de sus haciendas, suplicároule al tiempo que se queria dar la batalla mandase satisfacer á los agraviados. No quiso dar oidos á tan justa demanda. Parecíale fuera de sazon, y que tomaban aquel torcedor y ocasion para salir con lo que deseaban. Muchos temian no le empeciese aquella aspereza y el desabrimiento de los suyos, y se recelaban no quisiese Dios castigar aquellas sus arrogancias y injusticias. En especial un hombre noble y principal, cuyo nombre no se sabe, mas en el hecho todos concuerdan, viejo, anciano, prudente, y que tenia cabida con aquel príncipe porque fué su ayo en su niñez, visto el grande riesgo que corria, movió tratos de paz con deseo que no se diese la batalla. Don Fernando se mostraba fácil y venia bien en ello; acudió á don García, púsole delante los varios sucesos de la guerra y el riesgo á que se ponia; suplicóle se concertase con su hermano y le perdonase los yerros pasa

dos, pues no hay persona que no falte y peque en algo; que se moviese por el bien comun, que no era justo vengar su particular sentimiento con daño de toda la cristiandad y á costa de la sangre de aquellos que en nada le habian errado; ofrecíale de parte de su hermano le haria la satisfaccion que los jueces señalados por las partes en esta diferencia mandasen, que, aunque como hermano menor, era el primero que movia tratos de paz, pero que se guardase de pasalle por el pensamiento lo hacia por cobardía ó falta de ánimo, que le certificaba le seria muy dañosa aquella imaginacion; pues como él sabia, tenia don Fernando escogidos y diestros soldados en su campo; solo con esta embajada queria justificar su causa con todo el mundo, vencer en modestia, y que todos entendiesen eran muy fuera de su voluntad las muertes, destruicion y pérdidas que se aparejaban. Con estas buenas razones se juntaron los ruegos y lágrimas del ayo. No se movió don García; sus pecados le llevaban á la muerte; ni la privanza del que le rogaba ni su autoridad ni el peligro presente fueron parte para ablandarle. Dióse pues de ambas partes la señal para la batalla; encontráronse los dos ejércitos con gran furia. El avo de don García, vista la flaqueza de los soldados de su parte, cuán pocos eran, cuán desabridos, sin esperanza de victoria, por no ver la perdicion de su patria, con sola su espada y lanza se metió entre los enemigos do era la mayor carga, y así murió como bueno. Los demás no pudieron sufrir el ímpetu que traia don Fernando; la turbacion y el miedo grande y la sospecha de aquel gran daño trabajaba á los navarros ; dos soldados, que poco antes se habian pasado al ejército contrario, hendiendo y pasando por el escuadron de su guarda con mucha violencia, llegaron hasta don García y le mataron á lanzadas; caido el ay Rey, todos los suyos buyeron. El rey don Fernando, alegre con la victoria, y por otra parte triste por la muerte de su hermano, mandó á los soldados que reparasen, no diesen la muerte á los cristianos que quedaban. Hízose así; solo en el alcance á los moros que iban desbaratados y huyendo por los campos, unos mataron, otros cautivaron. El cuerpo de don García, con voluntad del vencedor, llevaron sus soldados á Najara, y allí le enterraron en la iglesia de Santa María, que él mismo habia levantado desde sus cimientos. De doña Estefania, su mujer, francesa de nacion, con quien casó en vida de su padre, dejó cuatro hijos y otras tantas hijas, que fueron: don Sancho, el mayorazgo, que le sucedió en la corona, y don Ramiro, á quien habia dado el señorío de Calahorra, como ganada de los moros por las armas; los demás hijos se llamaron don Fernando y don Ramon; las hijas, Ermesenda, Jimena, Mayor y doña Urraca. Esta casó con el conde don Garcia, de quien se tratará despues. Con la muerte de don García, su estado fué por sus hermanos destrozado y menoscabado. El rey don Fernando tomó para sí los pueblos y ciudades sobre que era el pleito, sin que nadie le fuese á la mano ni se lo osase estorbar, que son: Briviesca, Montes Doca y parte de la Rioja, que es la parte por do pasa el rio Oja, que da el nombre á la tierra; nace este rio de los montes en que está Santo Domingo de la Calzada, y junto á la villa de Haro entra en Ebro. La otra parte de la Rioja, Navarra y el ducado de Vizcaya, Najara, Logroño y otros pueblos y ciudades

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quedaron en poder de don Sancho, hijo de don García. Por causa desta guerra y con esta ocasion cobró don Ramiro á Aragon por las armas, y aun entró en esperanza de hacerse tambien señor de lo demás del reino de Navarra, que era de su hermano muerto; porque en este tiempo, como se ve por escrituras antiguas, se llamaba rey de Aragon, de Sobrarve, de Ribagorza y Pamplona. Demás que, animado con estos principios, quitó á los moros que habian quedado en Ribagorza y su tierra un pueblo llamado Benavarrio. Por conclusion, entre don Ramiro y don Sancho, el nuevo rey de Navarra, despues de algunos debates y refriegas se hicieron paces con tal condicion, que el uno al otro para seguridad se diesen ciertos castillos en rehenes. Ruesta y Pitilla dieron á don Sancho. Sangüesa, Lerdo, Ondușio dieron á don Ramiro. Recelábanse los dos, tio y sobrino, que en tanto que en aquellas revueltas andaban, don Fernando, cuyas armas eran temidas, no los maltratase con guerra; por esta causa se juntaron y bicic'ron pacto y concierto de tener los mismos por amigos y por enemigos, valerse el uno al otro y ayudarse en todas las ocurrencias.

CAPITULO V.

Que España quedó libre del imperio de Alemaña.

tais que el daño pase adelante, ni que este mal ejem-
plo por mi descuido y vuestra disimulacion se extienda
á las otras naciones y provincias, ca con el dulce y
engañoso color de libertad fácilmente se dejarán en-
gañar, y la sacra majestad del imperio y pontificado
vendrán á ser una sombra vana y nombre solo sin sus-
tancia de autoridad. Poned entredicho á España, des-
comulgad al Rey soberbio y sandio. Si así lo haceis,
yo me ofrezco no fultar á la honra y pro de la Iglesia y
juntar con vos mis fuerzas para mirar por el bien co-
mun; que si por algunos respetos disimulais, yo estoy
resuelto de volver por el honor del imperio y por mi
particular.» A este razonamiento respondieron los pa-
dres del Concilio que tendrian cuidado de lo que el
Emperador pedia. Hicieron sus consultas, y conside-
rado el negocio, el papa Victor pronunció en favor del
Emperador que pedia razon y justicia. Era el Papa
aleman de nacion, natural de Suevia, por donde na-
turalmente se inclinaba á favorecer mas la causa de
aquel imperio. Despacharon embajadores al rey don
Fernando para que le dijesen de parte del Papa y del
Concilio que en adelante se allanase y reconociese al
imperio, y no se intitulase mas emperador, pues por
ninguna razon le pertenecia. Llevaban órden de po-
nelle pena de descomunion si no obedeciese á lo que
se le mandaba. El Rey, oida esta embajada, se halló
perplejo sin resolverse en lo que debia hacer. De la
una parte y de la otra se le representaban grandes in-
convenientes, no menores en obedecer que en hacer
resistencia. Acordó juntar Cortes del reino para tratar
en ellas, como era razon, un negocio tan grave y que
á todos tocaba. Los pareceres no se conformaron. Los
que eran de mejor conciencia aconsejaban que luego
obedeciese, porque no indignase al Papa y se revolviese
España y alterase, como era forzoso; que las guerras
se debian evitar con cuidado por estar España dividi-
da en muchos reinos, y estos gastados con guerras ci-
viles y quedar dentro de la provincia tantos moros ene-
migos de la cristiandad. Otros mas arriscados y de
mayor ánimo decian que si obedecia se ponia sobre Es-
un gravísimo yugo, que jamás se podria quitar;
que era mejor morir con las armas en la mano que su-
frir tal desaguisado en su república y tal mengua en
su dignidad. Rodrigo Diaz de Vivar, que adelante lla-
maron el Cid, estaba á la sazon en la flor de su edad,
que no pasaba de treinta años, estimado en mucho por
su gran esfuerzo, destreza en las armas, viveza de in-
genio, muy acertado en sus consejos. Habia pocos dias
antes hecho campo con don Gomez, conde de Gormaz;
vencióle y dióle la muerte. Lo que resultó deste caso
fué que casó con doña Jimena, hija y heredera del mis-
mo Conde. Ella misma requirió al Rey que se le diese
por marido, ca estaba muy prendada de sus partes,
le castigase conforme á las leyes por la muerte que dió
á su padre. Hízose el casamiento, que á todos estaba
á cuento; con que por el grande dote de su esposa, que
se allegó al estado que él tenia de su padre, se aumen-
tó en poder y riquezas de tal suerte, que con sus gentes
se atrevia á correr las tierras comarcanas de los moros;
en especial venció en batalla cinco reyes moros que,
pasados los montes Doca, hacian daños por las tierras
de la Rioja. Quitóles la presa que llevaban y á ellos
mismos los hobo á las manos; soltólos empero sobre

En el tiempo que España ardia en guerras civiles, tenia el imperio de Alemaña, do los años pasados se trasladara de Francia, Enrique, segundo deste nombre. La Iglesia universal gobernaba el papa Leon IX. A Leon sucedió Victor II, que con intento de reformar el estado eclesiástico, relajado por la licencia y anchura de los tiempos, juntó concilio en Florencia, ciudad y cabeza de la Toscana, el año de 1055. Despachó dende á Hildebrando, que de monje cluniacense era subdiácono cardenal, grado á que subió por su virtud, letras y talento para negocios, para que fuese á Francia y Alemaña á tratar por una parte con el Emperador de renovar y poner en su punto la antigua diciplina eclesiástica, por otra para apaciguar en Turon de Francia las revueltas y alteraciones que causaban ciertas opi-paña ufiones nuevas, que contra la fe enseñaba Berengario, diácono de aquella iglesia. Añaden nuestras historias que en aquel Concilio se hallaron embajadores de parte del Emperador susodicho, y que en su nombre propusieron á los obispos ciertas querellas y demandas. En especial extrañaron que el rey don Fernando de Castilla, contra lo establecido por las leyes y guardado por la costumbre inmemorial, se tenia por exempto del imperio de Alemaña, y aun llegaba á tanto su liviandad y arrogancia, que se llamaba emperador. «Yo, decia él, si no mirara el pro comun y bien de todos, fácilmente pasara por el agravio que á mi dignidad se hace; pero en este negocio es necesario poner los ojos en toda la cristiandad, cuan anchamente se extiende por todo el mundo, la cual ninguna seguridad puede tener si todos no reconocen y respetan y se sujetan á una cabeza que los acaudille y gobierne. La autoridad otrosí de los sumos pontifices y su mando será muy flaco si les falta el brazo y asistencia de los emperadores, que por esta causa tienen el segundo lugar en mando y autoridad en toda la Iglesia cristiana. Reprimid pues esta arrogancia y soberbia en sus principios, y no permi

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