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pleitesía que le hicieron de acudir cada un año con ciertas parias que concertaron. El rey don Fernando en esta sazon se ocupaba en reparar la ciudad de Zamora, que despues que los moros la destruyeron en tiempo del rey don Ramiro no la habian reedificado. Otorgó á los moradores que quisiesen en ella poblar que se gobernasen conforme á las leyes antiguas de aquella ciudad, que eran las mismas de los godos. Sucedió que en aquella coyuntura los mensajeros de los moros trujeron á Rodrigo Diaz las parias que concertaron; llamáronle Cid, que en lengua arábiga quiere decir señor; lo uno y lo otro en presencia del Rey y de sus cortesanos, de que tomaron ocasion muchos para envidialle y aborrecelle, como quiera que sea cosa muy natural llevar de mala gana la prosperidad de los otros, mayormente si es extraordinaria, y ninguno se debe mas recatar en el subir que el que poco antes se igualaba ó era menos que los demás. Sin embargo, el Rey, maravillado de su valor, mandó que de allí adelante le llamasen el Cid; y así fué que, casi olvidado el propio nombre que tenia de pila y de su linaje, toda la vida le dieron aquel nuevo y honroso apellido. Algunos añaden que en cierta diferencia que resultó entre los reyes don Fernando de Castilla y don Ramiro de Aragon sobre cuya fuese la ciudad de Calahorra, puesta á la ribera del rio Ebro, acordaron que dos caballeros uno de cada parte hiciesen campo sobre aquel caso, y que por quien quedase la victoria, su rey hobiese la ciudad sobre que se pleiteaba. Dicen otrosí que don Ramiro, señaló por su parte á Martin Gomez, y por don Fernando tomó la demanda el Cid, que veució y mató á su contrario Martin Gomez, que quieren que sea cabeza y tronco del linaje y casa de Luna, muy antiguo y noble solar en España. Pero los mas doctos tienen todo esto por falso, á causa que el rey don García de Navarra ganó de los moros aquella ciudad, como arriba se dijo, y así no pudo el rey de Aragon pretender sobre ella derecho alguno. Estaba el Cid entretenido con el nuevo casamiento, y ocupado en negocios tocantes á su casa, por esto no se halló en las Cortes cuando se trató de lo que el Emperador pedia y el Papa mandaba tocante al reconocimiento que pretendian debía hacer al imperio de Alemaña. El Rey de su condicion y por su edad se inclinaba mas á la paz, y no quisiera la guerra, si bien entendia que de aquel principio, si disimulaba, se podria menoscabar en gran parte la libertad de España. Pero antes que en negocio tan grave se tomase resolucion, hizo llamar al Cid para consultalle y que dijese su parecer. Vino al llamado del Rey, y preguntado sobre el caso, respondió que no era negocio de consulta, sino que por las armas defendiesen la libertad que con las armas ganaron. Que no era razon pretendiese nadie gozar de lo que en el tiempo del aprieto no ayudó á ganar en manera alguna. «¿No será mejor y mas acertado morir como buenos que perder la libertad que nuestros mayores con tanto afan nos dejaron, y que estos bárbaros hagan burla y escarnio de nuestra nacion? Gente que en su comparacion no estiman á nadie. Sus palabras afrentosas, sus soberbias y arrogancias, sus desdenes con los que los tratan, sus embriagueces y demasías no se pueden sufrir. Apenas habemos sacudido el yugo de la sujecion que los moros tenian puesto sobre nuestras cervices, ¿será bien

que nos dejemos avasallar y hacer esclavos de otros cristianos? Hacen sin duda burla de nuestras cosas, como si todo el mundo y toda la cristiandad prestase obediencia y reconociese vasallaje á los emperadores de Alemaña. Toda la autoridad, poder, honra, riquezas que se ganaron con la sangre de nuestros mayores serán suyas; y ¿para nos quedarán solo trabajos, peligros, cautiverios y pobreza? El yugo pesado del imperio romano que sacudieron de sí nuestros antepasados nos le tornarán á poner ahora los alemanes? ¿Serémos por ventura como canalla sin juicio y sin prudencia, sin autoridad y señorío, sujetos á los que, si tuviéramos ánimo, temblaran en pensallo? Recía cosa es, dirá alguno, hacer resistencia á las fuerzas y poder del Emperador bravo, y dura no obedecer al mandato del Papa. De ánimos cobardes y viles es por temor de una guerra incierta sujetarse á daños manifiestos y grandes. El valor y brio vence muchas veces las dificultades que hacen desmayar á los perezosos y flojos. Muchos, á lo que veo, se dejan llevar desta pusilanimidad, que ni se mueven por honra, ni los enfrena el miedo de la afrenta, que parece tienen por bastante libertad no ser azotados y pringados como esclavos. No creo yo que el Sumo Pontífice nos tenga tan cerradas las orejas que no dé lugar á nuestros justísimos ruegos, y le mueva la razon y justicia que hace por nuestra parte. Enviénse personas que con valor defiendan nuestra libertad en su presencia y declaren cuán fuera de camino va lo que pretenden los alemanes. Cuanto á mí, résuelto estoy de defender con la espada en el puño contra todo el mundo la honra, la libertad que mis mayores me dejaron y todo lo al. Con esta espada haré bueno que cometen traicion contra su patria todos aquellos que por escrúpulo de conciencia ó por cualquiera otra consideracion y recato se apartaren deste mi parecer y no desecharen con mayor cuidado que ellos la pretenden la sujeción y servidumbre de España. Cuanto cada cual se mostrare en defensa de la libertad en el mismo grado le tendré por amigo ó por enemigo capital. » Este parecer del Cid Ruy Diaz dió á todos contento; hasta los mismos que al principio flaqueaban le aprobaron, y conforme á esto se dió la respuesta al Papa. Para hacer rostro á los intentos del Emperador levantaron gente por todo el reino hasta número de diez mil hombres, demás de los socorros que acudieron de los moros que les pagaban parias y les eran tributarios. Nombraron por general de toda esta gente al mismo Cid para que el que dió principio á la empresa la llevase adelante y la acabase. Acordó para dar muestra de las fuerzas y valor de España de pasar los montes Pirineos. Entró por Francia hasta llegar á Tolosa, ciudad que, segun yo entiendo, en aquel tiempo estaba á devocion ó era sujeta á España. Por lo cual hace la letra y lucillo del rey don Sancho el Mayor puesta de suso. Desde allí despacharon una embajada muy principal al Papa, en que le suplicaban enviase personas á propósito que oyesen las razones que por parte de España militaban. Los principales y cabezas desta embajada, que fueron el conde don Rodrigo, diferente del Cid, y don Alvar Yañez Minaya, alcanzaron del Pontifice que enviase á España sobre el caso por su legado á Ruperto, cardenal sabinense, y que juntamente viniesen embajado

res del Emperador para que el pleito, oidas las partes, se ventilase y concluyese. En el entre tanto el rey don Fernando de Francia dió la vuelta á España. El legado y los embajadores repararon en Tolosa. Allí se trató el negocio, y finalmente, sustanciado el proceso con lo que de la una parte y de la otra se alegó y cerrado, vinieron á sentencia, que fué en favor de España, y que para adelante los emperadores de Alemaña no pretendiesen tener algun derecho sobre aquellos reinos. Deste principio que dó muy asentado lo que se confirmó por la costumbre del pueblo, por la aprobacion de las otras naciones, por el parecer y comun opinion de los juristas que adelante florecieron, que España no era sujeta al imperio ni le reconocia ni reconoce algun vasallaje; tanto importa para semejantes negocios el valor de un hombre prudente y arriscado. Verdad es que los papas asimismo pretendieron que España les pagase tributo, como parece por una bula de Gregorio VII, que está entre las de su registro, enderezada á los reyes, condes y los demás principes de España, en que dice que el tal tributo se solia pagar antes que los moros della se apoderasen. Pero no salió con esta pretension; debieron todos hacer rostro á esta demanda, y la costumbre inmemorial muestra claramente que España ha sido siempre tenida por libre, y nunca ha pagado tributo á ningun príncipe extranjero. El linaje y decendencia del Cid se debe tomar de Lain Calvo, juez que fué de Castilla, como arriba queda dicho, porque este juez tuvo en doña Elvira Nuña Bella á Fernan Nuño. Deste y de su mujer doña Egilona fué hijo Lain Nuño; cuyo hijo fué Diego Lainez, marido que fué de Teresa Nuña, y padre de Rodrigo Diaz, por sobrenombre el Cid. Del Cid y su mujer dona Jimena nació Diego Rodriguez de Vivar, que en vida de su padre murió en la guerra contra moros. Tuvo asimismo el Cid dos hijas, doña Elvira y doña Sol, de quien se hará mencion adelante. Algunos concilios de obispos se tuvieron en este tiempo. El primero en Compostella, año de 1056. Presidió en él Cresconio, obispo compostellano, que se llama obispo de la Sede Apostólica. Halláronse con él Suero, obispo dumiense; Vistrario, electo metropolitano de Lugo, demás de otros sacerdotes, diáconos y clérigos y abades. Ordenáronse en este Concilio muchas cosas muy buenas. Que los obispos y los prestes dijesen misa cada dia; que los canónigos tuviesen un cilicio, y se le pusiesen los dias de ayuno, y todas las veces que se hiciesen letanías por alguna necesidad. En Jaca, tierra del rey don Ramiro, se hizo otro concilio año de 1060. Halláronse en él los obispos Sancho, de Aragon; Paterno, de Zaragoza; Arnulfo, rotense; Guillermo, de Urgel; Eraclio, de los bigerrones; Estéban, olorense; Gomecio, de Calahorra; Juan, lectorense. Presidió Austindo, arzobispo auxitano en Francia. Reformáronse las ceremonias de la misa que se habian estragado con el tiempo, y tambien las costumbres de los clérigos, y mandóse que los oficios divinos se hiciesen conforme al uso romano. Ordenóse otrosí que en Jaca estuviese la silla obispal que solia estar en Huesca, pero con condicion que, ganada Huesca de los moros, se le volviese la silla, quedando en su diócesi la misma ciudad de Jaca, y así se hizo adelante. Dos años despues desto se celebró concilio en San Juan de la Peña, presente el rey don Ramiro, á 21 de junio. Helláronse en él los

obispos don Sancho, de Aragon; don Sancho, de Pamplona; don García, de Najara; Arnulfo, de Ribagorza; Julian, castellense, y otros muchos obispos; Poncio, arzobispo de Oviedo, que sospecho yo fué el presidente, aunque se nombra el postrero. En este Concilio se ordenó por comun acuerdo de los padres que un decreto que los años pasados se hizo por el rey don Sancho el Mayor, es á saber, que los obispos de Aragon fuesen elegidos por los monjes de aquel monasterio, se guardase como en él se contenia. Por el mismo tiempo, si bien en el año no conciertan los autores sin que se pueda averiguar la verdad puntualmente, el cardenal Hugo, legado que era del Papa en España, en cierta junta de obispos y caballeros que se tuvo en Barcelona por orden y con voluntad del conde don Ramon, revocó y dió por ningunas las leyes de los godos, de que los catalanes hasta entonces usaban, y ordenó otras nuevas, que se guardan hasta nuestros tiempos. Este entiendo yo es aquel Hugo, cardenal llamado por sobrenombre Cándido, que el año de 1064 vino de Roma por legado á España, en tiempo que sobre el pontificado contendian dos que ambos se llamaban papas, y cada cual pretendia ser legítimo pontifice. El uno se llamó Alejandro II, el otro Honorio II. Los reyes de España seguian la obediencia del papa Alejandro, cuyo legado era este cardenal, por tener mas fundado su derecho que el competidor y contrario. Procuró este legado, demás de lo ya dicho, que en España se dejase el oficio gótico ó mozárabe, mas no pudo por entonces salir con ello; antes tres obispos de España fueron enviados á Mantua, ciudad de la Gallia Cisalpina ó Lombardía, para donde tenian convocado concilio, con intento de sosegar aquel cisma tan perjudicial; llevaron asimismo consigo los libros góticos y hicieron que el Concilio y los demás obispos los aprobasen y diesen por buenos y católicos. Estos obispos eran Munio, de Calahorra; Eximio, de Auca; Fortunio, de Alava; que debieron ser en aquella sazon de los mas principales y doctos destas partes.

CAPITULO VI.

Lo restante del rey don Fernando.

De los movimientos y diferencias que resultaron por la pretension de los emperadores de Alemaña tomaron los moros ocasion y avilenteza para sacudir el yugo que los años pasados les pusiera el rey don Fernando. A un mismo tiempo, casi como de comun acuerdo de todos, en diversos lugares tomaron las armas, en especial en el reino de Toledo y en los celtiberos, que es parte de Aragon. El Rey estaba ya pesado con los años, cansado de guerras tantas y tan molestas como por toda la vida tuvo; por el mismo caso las rentas reales consumidas, los vasallos cansados con los muchos tributos que pagaban. La reina doña Sancha, como hembra que era de ánimo varonil, deseosa que la cristiandad fuese adelante, ofreció de su voluntad para ayuda de los gastos de la guerra, que no se excusaba, todo el oro y joyas de su persona y recámara. Alentado el Rey con esta ayuda, juntó un buen ejército con que acometió á los moros por la parte que corre el rio Ebro; hizo gran estrago y matanza en ellos. Pasó mas adelante hasta llegar á los catalanes y valencianos, de donde vino cargado de

bueno's despojos. Con la misma prosperidad hizo guerra á los del reino de Toledo, y á todos ellos puso leyes y hizo jurar pagarian siempre los tributos acostumbrados. Esto hecho, con aparato y gloria de triunfador se volvió á su casa. Quién dice que cerca de Valencia se le apareció san Isidoro, cuyo devoto fué siempre, y le dijo moriria presto; por tanto, que se confesase y ordenase con brevedad las cosas de su alma. La enfermedad que luego sobrevino al Rey confirmó esto ser verdad; por lo cual, hecho concierto con los moros y recobrados los cautivos que tenian cristianos y recogidos los despojos que les ganara, sujetas aquellas comarcas y alzados los reales, marchó con su gente para Leon. Llevábanle en una litera militar como silla de mano, mudábanse por su órden los soldados y gente principal á porfía quién se aventajaria en el trabajo; tanto era el amor que le tenian chicos y grandes. El año de 1065, á 24 de diciembre, dia sábado, entró en Leon, y como lo tenia de costumbre, visitó los cuerpos de los santos prostrado por el suelo; con muchas lágrimas pidióles con su intercesion le alcanzasen buena muerte; y aunque parecia que la enfermedad iba en aumento, todavía estuvo presente á los maitines de Navidad; el dia siguiente oyó misa y comulgó. Otro dia en la iglesia de San Isidoro, puesto delante de su sepulcro, á grandes voces que todos le oian dijo á nuestro Señor: «Vuestro es el poder, vuestro es el mando, Señor; vos sois sobre todos los reyes, y todo está sujeto á vuestra merced. El reino que recebí de vuestra mano vos restituyo. Solo pido á vuestra clemencia que mi ánima se halle en vuestra eterna luz.» Dicho esto, se quitó la corona, ropa y reales insignias con que viniera, recibió el olio de mano de los obispos muchos que allí asistian, y vestido de cilicio y cubierto de ceniza, dia tercero de Pascua, fiesta de san Juan Evangelista, á hora de sexta finó. Pusieron su cuerpo en la misma iglesia junto á la sepultura de su padre. Las exequias fueron mas señaladas por las lágrimas del pueblo que por el aparato y solemnidad, aunque tampoco faltó esta, como era razon, en la muerte de tan gran Príncipe. Esto dicen don Rodrigo y Lúcas de Tuy; dado que hay quien diga que murió en Cabezon, pueblo junto á Valladolid, y ni aun en el tiempo de su tránsito conciertan los autores. Nos seguimos lo que pareció mas probable, sin atrevernos á interponer nuestro parecer y juicio en cosas semejantes y de tanta escuridad. La vida del rey don Fernando fué señalada en cristiandad y toda virtud en tanto grado, que en la ciudad de Leon cada año se le hace fiesta como á los demás que están puestos en el número de los santos. Muchas iglesias de su reino hizo de nuevo, otras reparó con mucha liberalidad y franqueza. Especialmente en Leon fundó las iglesias de San Isidro y de Santa María de Regla, y el monasterio de Sahagun en Castilla, donde ya que era viejo, cuando mas se dió á la oracion y devocion, residia muy de ordinario y cantaba muchas veces en el coro y comia en el refitorio con los frailes lo que estaba aderezado para ellos. Una vez se le cayó de las manos un vidrio que el abad le daba, como cuenta don Rodrigo, y luego se le restituyó de oro. Dice mas, que como viese andar descalzos los que servian en la iglesia mayor de Leon por la mucha pobreza, tan menguados eran aquellos tiempos y la pobreza tan apre

tada, mandó se les señalase renta para calzado. Item, que señaló de sus rentas á los monjes de Cluñi mil ducados en cada un año. La reina doña Sancha no fué de menor cristiandad que su marido; murió dos años adelante; en toda la vida, y mas en su viudez, se ejercitó en toda virtud y devocion. Su muerte fué á 15 de diciembre. Su cuerpo sepultaron junto al del Rey en la iglesia ya dicha de San Isidro.

CAPITULO VII.

Que murió don Ramiro, rey de Aragon..

El rey don Fernando por su testamento entre sus tres hijos dividió el reino en otras tantas partes: á don Sancho el mayor señaló el reino de Castilla, como se extiende desde el rio Ebro hasta el de Pisuerga, ca todo lo que se quitó á Navarra por muerte de don García se añadió á Castilla. El reino de Leon quedó á don Alonso con tierra de Campos y la parte de Astúrias que llega hasta el rio Deva, que pasa por Oviedo, demás de algunas ciudades de Galicia que le cupieron en su parte. A don García el menor dió lo demás del reino de Galicia y la parte del reino de Portugal que dejó ganada de los moros. Todos tres se llamaron reyes. A doña Urraca dejó la ciudad de Zamora; á doña Elvira la de Toro. Estas ciudades se llamaron el Infantado, vocablo usado á la sazon para significar la hacienda que señalaban para sustento de los infantes, hijos menores de los reyes. No era posible haber paz dividido el reino en tantas partes. Estaba suspensa España. Temian que con la muerte de don Fernando resultarian nuevos intentos, grandes revueltas y alteraciones. Para prevenir y poner remedio á esto, algunos grandes del reino rogaban al rey don Fernando y le procuraron persuadir algunas veces no dividiese su reino en tantas partes, y desto mismo trataron en las Cortes. El que mas trabajó en esto fué Arias Gonzalo, hombre viejo y de experiencia y que habia tenido con los reyes grande autoridad y cabida por su valor en las armas, prudencia y fidelidad, en que no tenia par. El amor de padre para con los hijos, la fortuna ó fuerza mas alta no dieron lugar á sus buenos consejos. Asentábale bien la corona á don Sancho por ser de buena presencia y gentil hombre, de muchas fuerzas, mas diestro en los negocios de guerra que de paz. Por esto se llamó don Sancho el Fuerte. Pelagio, ovetense, dice que era muy bello y muy diestro en la guerra. Era de buena condicion, manso y tratable, si no le irritaban con algun enojo y si falsos amigos so color de bien no le estragaran. Muerto el padre, se querellaba que en la division del reino se le hizo conocido agravio; que todo el reino se le debia á él por ser el mayor, y que le enflaquecieron las fuerzas con dividirle en tantas partes; trataba esto en secreto con sus amigos, y en su mismo semblante lo mostraba. La madre mientras vivió le detuvo con su autoridad que luego no hiciese guerra á sus hermanos, mayormente que por la muerte del rey don Fernando lo de Leon, como dote suya, quedaba á su disposicion y gobierno. Reinó don Sancho por espacio de seis años, ocho meses y veinte y cinco dias. Al principio que comenzó á reinar se le ofreció una guerra contra los moros, y luego tras aquella otra con el rey de Aragon; así suelen las guerras trabarse y eslabonar unas de otras,

dientes que fuesen siempre tributarios al sumo pontífice; grande resolucion y muestra de piedad. Sucedióle en el reino don Sancho Ramirez, el mayor de sus hijos, que era de edad de diez y ocho años, muy seme

y los alborotos y revueltas nunca paran en poco. El rey don Ramiro de Aragon, con deseo de ensanchar su reino con las armas vencedoras, perseguia y echaba de Aragon las reliquias de moros que quedaban. A Almugdadir, rey de Zaragoza, y Almudafar, rey de Lé-jable en la virtud á su padre. En tiempo deste Príncipe,

rida, forzó le diesen parias cada un año. Al rey de Huesca venció en algunos encuentros. Con los carpetanos confinan los celtiberos, y con estos los edetanos, distrito en que está Zaragoza; á estos venció el rey don Fernando en otro tiempo, y le pagaban cada año cierto tributo; al presente, confiados en la mudanza de los reyes y en la ayuda de don Ramiro, determinaron de no pagalle las parias. El rey don Sancho, visto lo que pasaba, acordó de ir contra ellos con un buen ejército, que la presteza en revueltas semejables suele ser muy importante. Los carpetanos, que es el reino de Toledo, con la venida del Rey luego sosegaron y se pusieron en razon. Los celtiberos ó aragoneses dieron mas en que entender, como gente que era mas brava. Corrioles los campos, saqueóles las aldeas y pueblos por toda aquella comarca; finalmente, se puso sobre Zaragoza, cabeza del reino, y de tal manera apretó el cerco, que la rindió á partido, que pues por el mismo caso que le prestaba obediencia, se apartaba de la amistad que tenia con el rey de Aragon, fuese él tenido á defenderlos de cualquiera que los molestase con guerra, quier fuese cristiano, quier moro; concierto con que se abria la guerra claramente contra el rey de Aragon. Extrañaba el rey don Sancho que el de Aragon se juntara con los navarros, sus enemigos, que de ordinario hacian entradas y cabalgadas en las tierras de Castilla. Demás que á los celtiberos, que caian en la conquista de Castilla, los tenia por sus tributarios. Estaba el aragonés puesto sobre el castillo de Grados, que edificaron los moros ribera del rio Esera para que les sirviese de baluarte muy fuerte contra los intentos y fuerzas de los cristianos. El rey don Sancho, en conformidad de lo que concertara con los moros, acudió á dar favor á los cercados y hacer que se levantase aquel cerco. Los aragoneses, alterados con aquella venida tan repentina y apretados de los castellanos por frente y de los moros que salieron del castillo por las espaldas, en breve quedaron vencidos y desbaratados; unos se salvaron por los piés, otros que acudieron á la pelea quedaron tendidos en el campo; el mismo rey de Aragon murió en aquella pelea, que sucedió el año poco mas ó menos de 1067. Tuvo la corona por espacio de treinta y un años; sepultaron su cuerpo en San Juan de la Peña, iglesia principal y entierro de otros muchos reyes que alli yacian sepultados. Esta victoria fué triste y desabrida para los cristianos y de mal pronóstico para lo de adelante por dar el rey don Sancho principio á sus hazañas con la muerte de su mismo tio. Del papa Gregorio VII, que gobernó la Iglesia por estos tiempos, se halla una bula en que alaba al rey don Ramiro, y dice fué el primero de los reyes de España que dió de mano á la supersticion de Toledo, que así llamaba él al Breviario y Misal de los godos, la cual supersticion tenia con una persuasion muy necia deslumbrados los entendimientos, y que con la luz de las ceremonias romanas dió un muy grande lustre á España. A la verdad, este Príncipe fué muy devoto de la Sede Apostólica en tanto grado, que estableció por ley perpetua para él y sus descen

el año que se contaba de 1068, Guinardo, conde de Ruisellon, edificó y pobló la villa de Perpiñan en los confines de Francia, cerca de donde estuvo asentada la antigua ciudad de Ruisellon, cabeza de aquel estado. El nombre de Perpiñan se tomó de dos mesones que en aquel sitio poseia un hombre llamado Bernardo de Perpiñan. Dícese otrosí deste rey don Sancho que abrogó las leyes góticas á imitacion de la ciudad de Barcelona, que hizo lo mismo, como queda dicho, y mandó se siguiesen las imperiales, y conforme á ellas se administrase justicia y sentenciasen los pleitos. Casó con doña Felicia, hija de Armengol, conde de Urgel, en quien tuvo tres hijos, don Pedro, don Alonso y don Ramiro, que todos consecutivamente fueron reyes de Aragon. Otro su hijo bastardo, por nombre don García, fué adelante obispo de Jaca. Por este tiempo era obispo de Compostella ó de Santiago Cresconio, prelado de mucha virtud y conocida prudencia. Sucedióle en aquella iglesia otro de su mismo linaje, llamado Gudesteo; á este á cabo de dos años que gobernaba su iglesia, de noche en su lecho mató un tio suyo, llamado Froila, no por otra causa sino porque pretendia recobrar los pueblos de su diócesi, de que malamente y contra razon él se apoderaba; tanto puede la codicia demasiada de mandar y tener. A este prelado sucedió otro, llamado Pelayo, en cuyo tiempo se recibió la ley toledana y romana, que así lo dice la Historia compostellana. Por ley toledana entiendo yo el órden de decir la misa y las horas canónicas que de Francia vino á Toledo, y de allí se extendió por las otras partes, quitado el oficio de los godos, como se dirá en su lugar. La ley romana era la de continencia de los clérigos, que tenian muy estragada Y mudada de lo antiguo la diciplina eclesiástica en esta parte, y los romanos pontífices pugnaban por todas las vias posibles que en Alemaña, Francia, y España en particular, se reparase este daño.

CAPITULO VIII.

Cómo don Sancho, rey de Castilla, hizo guerra á sus hermanos. Eu un mismo tiempo reinaban en España tres reyes, primos hermanos, que tenian un mismo nombre, aunque no igual poder y fuerzas; hasta en la manera de muerte fueron todos tres muy semejables. Don Sancho, rey de Castilla, que era el mas poderoso, demás de la muerte que dió á su tio el rey don Ramiro, con que mucho amancilló el principio de su reinado, hecho mas feroz de cada dia, se iba á despeñar en mayores males, si bien por su mucho poder y destreza ponia miedo á los demás. Don Sancho, rey de Navarra, el pequeño estado y reino que alcanzaba y sus pocas fuerzas ayudaba con la confederacion que tenia puesta con el otro don Sancho, rey de Aragon; traza para asegurarse los dos contra el poder de Castilla y proseguir contra él la enemiga que heredaron de sus padres. No ignoraba el de Castilla estos intentos y artes. Acordó ganar por la mano y anticiparse. Rompió con su gente por las tierras de Navarra hasta dar vista á la villa de Viana. Acudieron los dos reyes, y en aquel lugar se vino á batalla, en

que el de Castilla fué roto, y con pérdida de mucha gente dió vuelta á su casa. Los vencedores, determinados de seguir y ejecutar la victoria, rompieron por la Rioja y por la comarca de Briviesca, do cobraron por las armas todo lo que el rey don Fernando ganara por aquellas partes. Por esta manera se trabaron con guerras entre sí aquellos tres príncipes, sin acordarse de la que restaba contra moros. El rey don Sancho de Castilla no pudo por entonces satisfacerse de los dos reyes, sus primos, á causa de otra nueva guerra que emprendió en esta misma coyuntura contra sus hermanos. Era codicioso de estados, arrojado, atrevido y ejecutivo, feroz por las fuerzas y poder que alcanzaba. Pretendia que todo lo que fué de su padre le pertenecia, demás de otras querellas particulares que nunca faltan. La flaqueza de sus hermanos le animaba, su poca concordia y recato, pues no se hacian á una para acudir con las fuerzas de ambos al peligro que al uno y al otro amenazaba. Hizo levas de gentes, juntó un ejército el mayor que pudo, resuelto de llevar aquella empresa hasta el cabo. Don Alonso, que era el primero á quien aquella tempestad amenazaba, si bien despachó embajadores á su hermano don García y á sus primos de Aragon y Navarra para que le acudiesen con sus fuerzas y ayudasen á rebatir el orgullo del enemigo comun y perseguir aquella bestia fiera y salvaje, por la apretura del tiempo juntó sus soldados, que los tenia muchos y buenos, y fué en busca del enemigo. Diéronse vista junto á un pueblo que se llamaba Plantaca, ordenaron sus haces, dióse la batalla con gran coraje y esfuerzo. La victoria quedó por los castellanos, y el rey don Alonso, vencida y destrozada su hueste, se retiró á la ciudad de Leon. Despues procuró reparar y rehacer su ejército, y tornóse á encontrar con el enemigo cabe el pueblo que se llamaba Golpelara, como dice don Pelayo, obispo de Oviedo, ó como dice el arzobispo don Rodrigo, Vulpecularia, pueblo asentado en la ribera del rio Carrion; trocóse la fortuna y fué vencido el rey de Castilla. Con la prosperidad suelen descuidarse los vencedores. El Cid iba en compañía del rey don Sancho en todas las guerras, como la razon lo pedia; era, como está dicho, hombre de grande esfuerzo, sagaz y muy diestro en el pelear. Sospechó lo que fué. Recogió los soldados huidos, y muy de mañana con el sol acometió los reales de los enemigos, que, cargados de sueño y vino, se hallaban muy lejos de pensar cosa semejante. En el miedo y peligro repentino cada cual muestra quién es; unos huian, otros tomaban las armas, todos maudaban, y ninguno obedecia ni hacia lo que era menester; así en breve espacio quedaron vencidos. Don Alonso se retiró á la iglesia de Carrion, en que tenia puestos soldados de guarnicion. Allí le prendieron y enviaron á Búrgos para que estuviese en buena guarda dentro del castillo de aquella ciudad. Pusiéronse de por medio la infanta doña Urraca, hermana de los reyes, que queria mucho á don Alonso por su buena condicion, y el conde don Peranzules, que en toda aquella adversidad nunca le desamparó. Dieron traza que con licencia del rey don Sancho fuese al monasterio de Sahagun, que está ribera del rio Cea, y que allí tomase el hábito de monje, renunciando el estado de seglar. Esperaban que las cosas se trocarian y no faltaria alguna buena ocasion para que aquel Príncipe despojado volviese á su reino.

Tomó el hábito el año que se contaba de Cristo 1071. Pasó algun tiempo en aquella vida, que tomó por fuerza. Los mismos exhortaron á don Alonso que, renunciado el hábito, se fuese á Toledo y se pusiese debajo el amparo del rey moro Almenon, que fué grande amigo de su padre. Hízose así; huyó como le aconsejaban y entróse por las puertas de aquel Rey. Pidióle audiencia, y en dia señalado le habló en esta sustancia : «¡Cuánto quisiera, rey Almenon, ya que no se me excusaba esta necesidad de acudir á tu socorro y amparo, yo que poco antes era rey poderoso y al presente me hallo desterrado, pobre y cercado de miserias, tener con algun servicio señalado granjeada tu amistad y tu gracia! Pero ni mi edad, que no es mucha, ni la diferente religion que profesamos me han dado á ello lugar, y para los príncipes magnánimos, cual tú eres, bastante causa debe ser para dar la mano y levantar á los caidos su grandeza y benig. nidad. Que como yo en mis males huelgo de acudir á tus puertas antes que á las de otro, movido de la fama de tus virtudes, así te debe dar contento se haya ofrecido ocasion para hacer bien á un hijo del gran rey don Fernando. Mas ¿qué podia yo hacer? ¿A quién acogerme en mis cuitas? Todas mis ayudas me faltan; de mis bienes y de mi reino estoy despojado por mi mismo hermano don Sancho, si hermano se debe llamar el que no guarda lealtad y parentesco y que tiene por bastante causa el apetito de mandar para atropellar los hijos de su padre. Mis deudos ¿qué me podian prestar? Pues pretende tambien embestir con mi hermano don García, y los reyes nuestros primos están poco sabrosos con nuestra casa. Finalmente, no me quedó otro remedio sino desterrarme, ni hallé otro amparo sino en tu sombra. No pretendo que por mi causa ni para restituirme en mi reino emprendas alguna guerra, si bien los grandes príncipes se suelen encargar de deshacer seinejantes agravios. Solo te suplico me dés lugar en tu casa para pasar mi destierro, que será algun alivio de cuita tan grande y de entretenerme en tu reino solo con la esperanza de que el causador destos daños, feroz al presente y ufano, trocadas las cosas, será en breve castigado de la crueldad que ha usado contra sus hermanos y contra sus deudos. Cosa que si sucediere y Dios otorgare con mi deseo y me sacare destos males, puedes estar cierto que nunca pondré en olvido el acogimiento y gracia que me hicieres.» El rey Almenon, como quier que tenia á mucha honra que aquel poco antes rey poderoso acudiese á su amparo con tanta humildad, y confiaba que en algun tiempo le podria ser de provecho aquella su venida, respondió con semblante alegre y en pocas palabras á este razonamiento. Dijo que le pesaba de su desgracia, pero que debia llevar aquel revés con buen talante, pues su conciencia no le acusaba de culpa alguna. Que las cosas desta vida son sujetas á mudanzas; por tanto, de presente se sufriese y para adelante se entretuviese con aquella buena espe→ ranza que decia. En su reino podria estar todo el tiempo que le pluguiese; que ninguna cosa le faltaria para el sustento de su casa, y que fuera de su reino y de su patria ninguna otra cosa echaria menos; finalmente, que le tendria como á hijo y le trataria como á tal. Señalóle casa para su morada junto á su palacio, que estaba donde ahora el monasterio de la Concepcion y caia cerca un templo de cristianos, que se entiende era

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