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lado de Toledo, en el seteno lugar; de donile se saca que en aquella sazon Toledo no era arzobispado, y mas claramente de la division de los obispados hecha por Constantino, en que pone á Toledo por sufragánea de Cartagena. En los mismos concilios toledanos en que mas se debia mirar por la autoridad de la iglesia de Toledo, por tener de su parte el favor del pueblo y de los reyes, no pocas veces se pone el postrero entre los metropolitanos. Para sacar pues la autoridad del primado de Toledo de los tiempos mas antiguos digo desta manera. En España hobo antiguamente cinco arzobispos, que unas veces se llamaban metropolitanos y otras primados 'con diverse nombre, pero el sentido es el mismo. Estos son el tarraconense, el bracarense, el de Mérida, el de Sevilla y el de Toledo. Allende destos se contaba con los demás el arzobispo narbonense en la Gallia Gótica, que en tiempo de los godos era sujeta á España. Todos estos eran iguales, y á ningun superior reconocian, sacado el Papa. En los concilios tenian el lugar que les daba su antigüedad y consagracion. La causa de ser tantos los metropolitanos fué la antigua division de España, que se dividió en cinco provincias, que eran estas: Andalucía, Portugal, Tarragona, Cartagena, Galicia, y otras tantas audiencias y chancillerías supremas en que se hacia justicia; ó como yo pienso, las gentes bárbaras fueron causa desto, porque luego que entraron en España, divididas las provincias della, fundaron muchos imperios y estados. El metropolitano narbonense presidia en Francia. El de Tarragona en la parte de España, que en aquella turbacion estuvo mucho tiempo sujeta á los romanos. Los vándalos tuvieron á Sevilla; los alanos y suevos la Lusitania y Galicia, do están Mérida y Braga; los godos tenian á Toledo, la cual gente venció y se adelantó á las otras naciones bárbaras en multitud y mando. De aquí comenzó la autoridad de Toledo á ser mayor que la de las demás, en especial cuando, mudado el estado de la república, los godos se hicieron señores de toda España, y mudadas las leyes y fueros, pusieron la silla de su imperio en Toledo; poco a poco, trocadas las cosas, comenzaron á á crecer y mejorarse en autoridad los prelados de Toledo. En el Concilio toledano sétimo se pusieron claros fundamentos de la autoridad que adelante tuvo, cuyo cánon último es este: «que los obispos vecinos desta ciudad, avisados del metropolitano, vengan á Toledo cada uno su mes, si no fuere en tiempo de agosto y vendimias»; decreto que dicen se concede por respeto del rey y por honra de la ciudad en que él moraba, y por consuelo del metropolitano. Destos principios comenzó á crecer la autoridad de los arzobispos de Toledo de tal manera, que los padres que se hallaron en el Concilio toledano duodécimo en tiempo del rey Ervigio determinaron en el cánon sexto que las elecciones de los obispos de España, que solia aprobar el rey, se confirmasen con la voluntad y aprobacion del arzobispo de Toledo. Desde este tiempo los otros obispos reconocieron al de Toledo, y le daban el primer lugar en todo, y se tenia por mas principal autoridad la suya que la de los demás; en particular en el asiento y firmar los concilios era el primero. Estos fueron los principios desta autoridad y como cimientos, sin pasar por entonces mas adelante, porque no tuvo por entonces los otros derechos de primados, que son los mismos que pa

triarcas, y solo difieren en el nombre, como parece en los cánones y leyes de la Iglesia, ni tenian especiales insignias de dignidad ni poder mayor sobre los obispos para corregillos, para visitalfos, para por via de apelacion alterar sus sentencias. Despues que se mudaron las cosas y España padeció aquella tan grande plaga, y todo lo mandaron los moros, cesó la dignidad y majestad toda que teniau estos prelados, y llegó á tanto la turbacion en aquel tiempo, que aun obispos, consagrados como se acostumbra, por muchos años faltaron en Toledo. En fin, vuelta aquella ciudad á poder de cristianos, el arzobispo de Toledo, no solo alcanzó la honra y grado de metropolitano, sino asimismo de prima lo. Procurólo don Bernardo, primer arzobispo, y, concediéselo el papa Urbano II, no sin queja de los otros obispos y contradiccion, que pretendian por preferir á uno hacerse injuria á todos los demás. La bula de Urbano que habla desto se pondrá en otro lugar. El primero que puso pleito sobre esta dignidad de primado fué don Berengario, á quien el mismo don Bernardo habia traslado de Vique, donde era obispo, á Tarragona; pero fué vencido en el pleito, porque el papa Urba no quiso que la autoridad, una vez dada al arzobispo de Toledo, fuese cierta y para siempre se conservaEsta determinacion de Urbano confirmaron con sus. bulas el papa Pascual y el papa Gelasio, sus suce50res. Calixto II pareció diminuir esta autoridad con dar, como dió por su bula á don Diego Gelmirez, obispo de Compostella, los derechos de metropolitano, trasladados de la ciudad de Mérida, si bien estaba en poder de moros. Otorgóle otrosí autoridad de legado del Papa sobre las provincias de Mérida y Braga, y señaladamente le hizo exempto de la obediencia y poder de don Bernardo, arzobispo de Toledo; todo á propósito de honrar á don Ramon, su hermano, que estaba enterrado en Compostella, y por la mucha devocion que siempre mostró con la iglesia y sepulcro de Santiago. Mas siendo arzobispo don Raimundo, sucesor de don Bernardo, los papas Honorio, Celestino, Inocencio, Lucio', Eugenio III determinaron y ratificaron lo que hallaron estar antes concedido, que el arzobispo de Toledo fuese primado de España. A don Raimundo, ó Ramon, sucedió don Juan, en cuyo tiempo lo primero Adriano IV confirmó el primado de Toledo con nueva bula que expidió, en que revoca el privilegio de Compostella; lo segundo, don Juan, obispo de Braga, que habia puesto pleito sobre el título de primado, vino á la ciudad de Toledo, y fué forzado á jurar de obedecer al que no queria reconocer ventaja. Don Cerebruno sucedió á don Juan, en cuyo tiempo Alejandro III revocó un privilegio de Anastasio concedido en esta razon á Pelagio, obispo de Compostella. Esto fué á la sazon que el cardenal Jacinto Bobo, muy nombrado, vino á España con autoridad de legado, y entre otras cosas que sapientísimamente ordenó, puso fin en este pleito, segun parece en las escrituras de la iglesia de Toledo, ca dió sentencia por Cerebruno contra el de Santiago, que le inquietaba. Bien será aquí poner la bula de Alejandro III, porque confirma en ella lo que sus predecesores determinaron. La bula dice así: «Alejandro, »obispo, siervo de los siervos de Dios, al venerable. »hermano Cerebruno, arzobispo.de Toledo, salud y >>bendicion apostólica. Como nos enviásedes un men◄

»sajero por causa de los negocios que teneis á cargo »de vuestra iglesia á la Sede Apostólica, que suele >>siempre admitir los deseos de los que piden cosas >>justas, nos suplicastes con humildad con el mismo »>mensajero que renovásemos las bulas de nuestros an>>tecesores Pascual, Calixto, Honorio y Eugenio, en que >>conceden la primacía de las Españas á la iglesia de To>>ledo. Nos, porque sinceramente os amainos en el Se»ñor, y tenemos propósito de honrar vuestra persona de >>>todas las maneras que convenga, por ser estable fun>>damento y columna de la cristiandad, juzgamos con>>venia admitir vuestra demanda, y que vuestro deseo >>no fuese defraudado. Y comunicado este negocio con >>nuestros hermanos á imitacion de nuestro predecesor, »de buena memoria, Adriano, papa, por la autoridad »de la Sede Apostólica determinamos que debiamos re>>novar el privilegio junto con aquel breve, conforme »á vuestra peticion. Que así como vuestra iglesia de >>tiempo antiguo ha tenido el primado en toda la region »de España, así vos y la iglesia de Toledo, que gober>>nais por la ordenacion de Dios, tengais el mismo pri>>mado sobre todos para siempre; añadiendo que al pri»vilegio que Pelagio, arzobispo, en tiempos pasados »dicen que impetró de nuestro predecesor, de buena >>>memoria, Anastasio, papa, que por derecho de pri»mado no debia estar sujeto á vuestra iglesia; declara>>mos que el privilegio de dicho nuestro antecesor, de »santa memoria, Eugenio, papa, concedido á vuestro >>predecesor sobre la concesion del primado, juzgames »que le prejudica totalmente, en especial que lo con>>cedido por. Anastasio no fué concedido ni por la ma»yor ni mas sana parte de nuestros hermanos. Deter>>minamos pues que el arzobispo compostellano como »los demás obispos de España os tengan sujecion y »obediencia de aquí adelante como á su primado y á »vuestros sucesores; y la dignidad misma sea firme y »>inviolable para vos y vuestros sucesores para siempre »jamás. Ninguno pues de todos los hombres ose que>>brantar ó contradecir de alguna manera esta bula >>de nuestra confirmacion y concesion con temeraria mosadía. Y si alguno presumiere intentarlo, sepa que »>incurrirá la indignacion de Dios todo poderoso y de >>los bienaventurados apóstoles san Pedro y san Pa>>blo. Dada en Benevento por mano de Gerardo, no>>tario de la santa Iglesia romana, á 24 de noviem>>bre, en la indiccion tercera, año de la Encarnacion >>del Señor de 1170, del pontificado de Alejandro, papa >>tercero, año onceno.» Larga cosa seria referir en este propósito todo lo que se pudiera alegar. El papa Urbano III confirmó la misma autoridad de primado á don Gonzalo, sucesor de don Cerebruno. A don Gonzalo sucedió don Pedro de Cardona. A este don Martin, al cual Celestino III por el parentesco y amistad que habia entre él y nuestros reyes, al tiempo que fué legado y se llamaba el cardenal Jacinto Bobo, concedió que las dignidades de la iglesia de Toledo usasen de mitras como obispos mientras la misa se celebrase, y acrecentó aquel privilegio despues que fué elegido papa. Siguióse en la iglesia de Toledo don Rodrigo Jimenez, varon de grande ánimo y singular doctrina, cosa en aquel tiempo semejable á milagro; trató en el Concilio lateranense primero delante los cardenales y de Inocencio III la causa de su iglesia en este punto como orador elocuente, y M-1.

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venció á los demás metropolitanos de España; y porque el arzobispo de Braga pretendia no estarle sujeto, Honorio III le hizo legado suyo. Gregorio IX, sucesor de Honorio, revocó cierta ley que se promulgó en Tarragona contra la dignidad del arzobispo de Toledo, en que establecieran no usasen los tales arzobispos de las prerogativas de primado en aquella su provincia, especial no llevasen cruz delante. A don Rodrigo sucedió don Juan, luego don Gutierre, y dos don Sanchos, ambos de linaje real, casi el uno tras el otro. Despues de los dichos fué arzobispo don Juan de Contreras, en tiempo de Martino V, y se halló en el Concilio basiliense. Item, don Juan de Cerezuela, hermano del maestre don Alvaro de Luna y sucesor de don Juan de Contreras. Todos alcanzaron bulas de los papas en que confirmaban lo mismo, cuyas copias están guardadas con toda fidelidad en el archivo de la iglesia de Toledo y recogidas en un libro de pergamino. El tiempo adelante por agraviarse don Alonso de Cartagena, obispo de Búrgos, que el arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo llevase guion levantado en su obispado, que era señal de superioridad y de ser primado, don Juan el Segundo, rey dc Castilla, tomó aquel negocio por suyo, y por sus provisiones, en que da á Toledo título de ciudad imperial, determina y establece que se guarde el privilegio y autoridad que Toledo tenia sobre las otras ciudades de su señorío, por entender, como era verdad, que la autoridad del arzobispo de Toledo da mucho lustre á todo el reino y aun á toda España. Muchos otros arzobispos, antes y despues de don Alonso Carrillo, hicieron lo mismo, y por toda España llevaron siempre su cruz levantada. Entre estos se cuentan los cardenales arzobispos don Pedro Gonzalez de Mendoza y fray Francisco Jimenez; que es argumento de la primacía que los arzobispos de Toledo han tenido, despues que Toledo se recobró de los moros, puesto que nunca ha faltado quien contradiga y no quiera estarles sujeto. Al presente, fuera del nombre y asiento, que se les da el primero, ninguna otra cosa ejercitan sobre las otras provincias de España tocante á la primacía; por lo menos ni para ellos se apela en los pleitos ni castigan delitos ni promulgan leyes fuera de la provincia, que como á metropolitanos les está sujeta.

CAPITULO XX.

De las mujeres y hijos del rey don Alonso.

Arriba queda dicho como el rey don Alonso tuvo dos mujeres, doña Inés y doña Constanza, y que desta segunda hobo á su hija la infanta doña Urraca. Doña Constanza murió despues de ganado Toledo, y en el mismo tiempo su cuñada la infanta doña Elvira, hermana del Rey, falleció; enterráronla en Leon con doña Urraca, su hermana. Despues de doña Constanza casó don Alonso con la hija de Benabet, rey moro de Sevilla, que se volvió cristiana, mudado el nombre de Zaida que tenia en doña María; otros dicen se llamó doña Isabel. Deste casamiento nació don Sancho; créese fuera un gran príncipe si se lograra, y que igualara la gloria de su padre, como lo mostraban las señales de virtud que daba en su tierna edad; parece que no quiso Dios gozase España de tan aventajadas partes. El Rey adelante cuarta y quinta y sexta vez casó con doña Berta,

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traida de Toscana, con doña Isabel, de Francia, y con doña Beatriz, que no se sabe de qué nacion fuese. De doña Isabel tuvo dos hijas, á doña Sancha, que fué mujer del conde don Rodrigo, y doña Elvira, que casó con Rogerio, rey de Sicilia, hijo de Rogerio, conde de Sicilia. Della nació Rogerio el hijo mayor, duque de Pulla, y Anfuso, príncipe de Capua, llamado asi, á lo que se entiende, del nombre de su abuelo materno. Item, á Guillermo, que por muerte de sus hermanos fué rey de Sicilia, y á Constanza, que casó con el emperador Enrique VI. Así lo refiere el abad Alejandro, celesino, que escribió la vida y los hechos del dicho rey Rogerio, su contemporáneo, y Hugo Falcando. Tuvo don Alonso de una manceba, llamada Jimena, otras dos hijas, doña Elvira y doña Teresa; doña Elvira casó con Ramon, conde de Tolosa, que tuvo dos hijos en esta señora; estos fueron Beltran y Alonso Jordan. Doña Teresa casó con Enrique de Lorena, cepa que fué y cabeza de do procedieron los reyes de Portugal. De otra concubina, cuyo nombre no se sabe, con quien el rey don Alonso tuvo trato, no engendró hijo alguno. A doña Urraca, la hija mayor, casó con Ramon ó Raimundo, hermano del conde de Borgoña y de Guido, arzobispo de Viena, que fué adelante papa y se llamó Calixto II. De Ramon y doña Urraca nació doña Sancha primero, y luego don Alonso, el que por los muchos reinos que juntó tuvo nombre de emperador. Todo esto se ha recogido de gravísimos autores. Pero mejor será oir á Pelagio, obispo de Oviedo, cercano de aquellos tiempos, que concluye su

historia desta manera: «Este rey don Alonso tuvo cinco mujeres legítimas, la primera Inés, la segunda Constanza, de la cual tuvo á la reina doña Urraca, mujer del conde Ramon; della tuvo el Conde á doña Sancha y al rey don Alonso; la tercera doña Berta, venida de Toscana; la cuarta doña Isabel, desta tuvo á doña Sancha, mujer del conde don Rodrigo, y á Geloira, que casó con Rogerio, duque de Sicilia; la quinta se llamó doña Beatriz, la cual, muerto el marido, se volvió á su patria. Tuvo dos mancebas muy nobles, la primera Jimena Muñon, de quien nació doña Geloira, mujer del conde de Tolosa Ramon, que tuvo por hijo á Alonso Jordan. En la misma Jimena hobo el rey don Alonso á doña Teresa, mujer que fué del conde don Enrique, y deste matrimonio nacieron Urraca yGeloira y Alonso. La otra concubina se llamó Zaida, hija de Benabet, rey de Sevilla, que se bautizó y se llamó Isabel, y della nació don Sancho, que murió en la batalla de Uclés.» Todo lo susodicho es de Pelagio. Estas fueron las mujeres del rey don Alonso, estos sus hijos; príncipe mas venturoso en la guerra que en el tiempo de la paz y en sucesion, no menos admirable en las borrascas que cuando soplaba el viento favorable y todo se le hacia á su voluntad. Bien es verdad que la fortuna ó fuerza mas alta conforme á sus ordinarias mudanzas y vueltas en lo de adelante se le mostró contraria, y acarreó así á él como á sus reinos gran muchedumbre de trabajos y reveses, segun que por lo que se sigue se podrá claramente entender.

LIBRO DÉCIMO.

CAPITULO PRIMERO.

De nuevas guerras que hobo en España y en la Suria.

Los reinos de levante y de poniente casi en un mismo tiempo se alteraron con nuevas asonadas y tempestades de guerras. De las extrañas se dirá luego; las de España sucedieron con esta ocasion. Los almoravides, gente mahometana, habiendo sobrepujado á los alavecinos, que hasta este tiempo tuvieron el imperio de Africa, fundaron primeramente su imperio en aquella parte de Ja Mauritania que al estrecho de Gibraltar se tiende por las riberas del uno y del otro mar, es á saber, del Mediterráneo y del Océano; despues en gran parte de España se metieron y derramaron á manera de raudal arrebatado y espantoso. La ocasion de pasar en España fué esta. El rey don Alonso tenia por mujer una hija del rey moro de Sevilla, como poco ha queda dicho. Entró aquel Rey en esperanza de apoderarse de todo lo que su gente en España tenia, si fuese de Africa ayudado con nuevas gentes y fuerzas; pidió á su yerno, por lo que al parentesco debia, le ayudase con sus cartas para llamar á Juzef Tefin, rey de los almoravides, poderoso en fuerzas y gentes y espantoso por la perpetua prosperidad que habia tenido en sus cosas y convidarle á pasar en

España. Pretendia á riesgo ajeno y con su trabajo, conforme á la ambicion que le aguijaba, ensanchar él su señorío; tal era su pensamiento y sus trazas. Escribió don Alonso las cartas que le pidió, por estar con la edad aficionado y sujeto á su mujer; consejo errado, perjudicial y que á ninguno fué mas dañoso que al mismo que lo inventaba. A Juzef no le parecia dejar aquella ocasion de volver las armas contra España; consideraba que de pequeños principios suelen resultar cosas muy grandes; que la guerra se podia comenzar en nombre de otro y con su infamia y acabarse en su pro. El mismo ó no quiso ó no pudo venir por entonces; envió empero á Ali Abenaja, capitan de gran nombre, esclarecido por su esfuerzo y hazañas, hombre de consejo, astuto, atrevido para comenzar y constante para llevar al cabo y concluir prósperamente sus intentos; dióle un buen ejército que le acompañase. Con estas gentes, como le era mandado, se juntó con el rey de Sevilla; no duró mucho la amistad, ni es muy seguro el poder cuando es demasiado. Por ligera ocasion y de repente se levantó diferencia y debate entre las dos naciones y caudillos moros; pasaron á las armas y á las manos, pelearon moros con moros; los españoles no eran iguales á los africanos por estar debilitados con el largo ocio y

con el cebo de los deleites. El rey de Sevilla, suegro de don Alonso, fué vencido y muerto en la batalla, con tanto menor compasion y pena de los suyos y menor odio de su enemigo, que se entendia de secreto favorecia á nuestra religion y era cristiano. Llamábase el que le mató Abdalla. Con su muerte sin dilacion todo su estado quedó por los vencedores. Fué esto el año de los moros 484, como lo dice don Rodrigo en la historia de los árabes, que se contaba de Cristo el de 1091. Todas las gentes y ciudades de los moros que quedaban en España, movidos de nuevas esperanzas ó de miedo, se pusieron debajo de su mando, algunas por fuerza, las mas de grado por entender que las cosas de los moros, que estaban para caer, podrian sustentarse y mejorarse con el esfuerzo y ayuda de Alí. Ninguna fe hay en los bárbaros, en especial si tienen armas y fuerza. Así el capitan africano, confiado en las fuerzas de un señorío tan grande como era el de los moros de España, quiso mas ser señor en su nombre y alzarse con todo que gobernar en el de otro y como teniente. Tenia ganadas las voluntades de la gente, y si algunos sentian lo contrario, guardaban secreto el odio, y en público le adulaban; que tal es la condicion de los hombres. Con esto Ilamóse miramamolin de España, nombre entre los moros y apellido de autoridad real. Demás desto, los reyes moros, que por toda España eran tributarios del rey don Alonso, confiados en el nuevo Rey, como quitada la servidumbre y la máscara y despertados con la esperanza que se les presentaba de la libertad, no querian pagar las parias, como acostumbraban cada un año. Este era el estado de las cosas de España. En la Suria por el esfuerzo de los cristianos se comenzó la guerra sagrada, famosísima por la gloria y grandeza de las cosas que sucedieron y por la conspiracion de todas las naciones de Europa contra los mas belicosos reyes y emperadores del oriente. Jerusalem, ciudad famosa por su antigua nobleza, y muy santa por el nacimiento, vida y muerte de Cristo, hijo de Dios, estaba en poder de gente bárbara, fiera y cruel; padecia por esta causa una servidumbre de cada dia mas grave. Un hombre, llamado Pedro, de noble linaje, natural de Amiens en Francia, y que en su menor edad con el ejercicio de las armas habia endurecido el cuerpo, llegado á edad de varon, por desprecio de las cosas humanas pasaba su vida en el yermo. Este fué por su devocion á Jerusalem para visitar aquellos lugares, y asegurado entre los bárbaros por su pobreza, mal vestido, su rostro contentible y pequeña estatura, tuvo lugar de mirallo todo y calar los secretos de la tierra; consideró cuán atroces y cuán crueles trabajos los nuestros en aquellas partes padecian. Era en aquella sazon obispo de Jerusalem Simon; trataron el negocio entre los dos, y con cartas que le dió para el sumo Pontífice y amplísima comision, dió la vuelta para Europa. El papa Urbano, oido que hobo á Pedro y leido las cartas del Patriarca, afligióse gravemente. Abrasábale la afrenta de la religion cristiana; que aquella tierra en que quedaron impresas las pisadas del Hijo de Dios, orígen de la religion, y en otro tiempo albergo de la santidad, estuviese yerma de moradores, falta de sacerdotes y de todo lo al. Que los bárbaros, no solo contra los hombres, sino contra la santidad de los lugares sagrados, hiciesen la guerra con odio perpetuo y gravísimo de la cristiana religion sin que nadie

les fuese á la mano. Esta mengua le aquejaba y le parecia intolerable. Los emperadores griegos, que debieran ayudar por caerles esto mas cerca y por el miedo y peligro que corrian á causa de los turcos, que los tenian á las puertas, gente bárbara y cruel, con el cuidado de sus cosas y otros embarazos poco se curaban de las ajenas y comunes. Los reinos de occidente, por estar léjos sin sospecha y sin recelo, no hacian caso del daño comun, y de ninguna cosa menos cuidaban que de la injuria y afrenta de la religion y del cristianismo. El pontifice Urbano, aunque congojado con estos cuidados y dificultades, en ninguna manera se desanimó; determinóse intentar una cosa dificultosa en la apariencia, pero en efecto saludable. Convocó á los señores y prelados de todo el occidente para hacer concilio y tratar en él lo que á la religion y á la cristiandad tocaba. Dende como con trom→ peta pensaba tocar al arma, despertar y inflamar los ánimos de todos los cristianos á la guerra sagrada, confiado que á tan buena empresa no faltaria el ayuda de Dios. Señaló para el concilio á Claramonte, ciudad principal en Alvernia y en Francia. Entre tanto que estas cosas se movian en Italia y en Francia, y con embajadas que el Pontífice enviaba á todas las naciones, las convidaba para juntar sus fuerzas, ayudar á la querella comun con consejo y con lo demás, y que con el aparato desta guerra ardian las demás provincias, en España las cosas de los cristianos empeoraban, y parece andaban cercanas á la caida por la venida y armas de los almoravides. Nunca ni con mayor ímpetu se hizo la guerra, ni con mayor peligro de España. Ensoberbecida aquella gente fiera y bárbara con el progreso de las victorias y próspero suceso de sus empresas y con el imperio que se les juntara, fortificados y arraigados en España, volvieron contra los nuestros las armas. Entran por el reino de Toledo, meten á fuego y á sangre toda aquella comarca, robando y saqueando todo lo que se les ponia delante. En particular se apoderaron de las ciudades y pueblos que en aquella parte y en los celtíberos habia dado á Zaida su padre en dote, es á saber, Cuenca, Uclés, Huete. Envió el rey don Alonso á hacer rostro á los moros dos condes, que fueron don García, su cuñado, casado con su hermana, y don Rodrigo con un buen ejército que les dió. Vinieron á las manos con los moros; fueron los nuestros vencidos en batalla y desbaratados cerca de un pueblo llamado Roda, que se entiende llama Plinio Virgao, puesto entre el rio Guadalquivir y el mar Océano. El rey don Alonso, movido de tantos daños y por el recelo del peligro mayor que amenazaba, entendió finalmente el grave yerro que hizo en llamar á los moros. Acudió con nueva diligencia á reparar el mal pasado y los males; hizo en todo su reino levantar mucha gente, y juntados socorros de todas partes, formar un grueso ejército. Muchos de su voluntad vinieron de las provincias comarcanas á ayudar, movidos por el peligro que las cosas de los cristianos corrian. Cerca de Cazalla, pueblo que cae no léjos de Badajoz, se dió de nuevo la batalla de poderá poder; los cristianos quedaron asimismo vencidos (grande lástima y mengua) y muchos dellos muertos en el campo. Sin embargo, don Alonso no perdió en manera alguna el ánimo, como el que ni por las cosas prósperas se ensoberbecia, ni por las adversas se espantaba. Con gran presteza se rehizo de fuerzas, y con nuevos socorres

aumentado su ejército rompió y entró por fuerza hasta Córdoba, hizo estragos de hombres y ganados, sin perdonar á los edificios ni á los campos. El tirano, desconfiado de sus fuerzas por habérsele desbandado el ejército que tenia, fortificóse dentro de Córdoba, ciudad grande y muy fuerte; solo hobo algunas escaramuzas y rebates. Aconteció que Abdalla, de noche, con número de soldados, hizo contra los nuestros una encamisada; mas los moros fueron rechazados y muertos, preso el capitan, y el dia siguiente en presencia de los moros que desde los adarves miraban lo que pasaba, fué hecho pedazos y quemado vivo y con él otros sus compañeros: castigo cruel; pero la desgracia de su suegro Benabet y la pena que della el Rey tomó excusa y alivia aquella crueldad, y aun hizo que fuese la alegría de la victoria mas colmada. El moro Alí, cansado del largo cerco, se rindió presto á todo lo que le fuese mandado. De presente le condenaron en gran suma de dinero, y que para adelante en cada un año pagase cierto tributo y parias. Con esto le dejaron lo que le tomaran como á feudatario de los reyes de Castilla. Principio muy honroso para el rey don Alonso y muy saludable para la provincia, por entenderse con tanto que las armas y fuerzas de aquellos bárbaros podian ser vencidas, domados sus brios. Ordenadas las cosas de Andalucía, la guerra revolvió contra la Celtiberia, parte de Aragon. Cercaron á Zaragoza y con grandes ingenios la combatieron. Los ciudadanos no rehusaban de pagar cada un año algunas parias, á tal empero que el Rey los recibiese debajo de su amparo, y que luego sin hacer daño se partiese de aquella comarca. Era honroso este asiento para el Rey; mas para no alzar el cerco prevaleció el deseo y esperanza de apoderarse de aquella ciudad, dado que por pretender cosas grandes y no contentarse con lo razonable se perdió lo uno y lo otro. Porque Juzef, apercebido de nuevo ejército de almoravides, dinero, infantería, caballería y de todo lo al para la guerra necesario, de Africa pasó á España espantoso y feroz con intento de reprimir los deseños de Alí y castigar su deslealtad y de camino rebatir las fuerzas de los cristianos. Su venida se supo en un mismo tiempo en la ciudad y en los reales; á los moros con esperanza de mejor fortuna puso ánimo; al rey don Alonso forzó por miedo del peligro y de mayor mal, alzado el cerco, volver atrás. Las armas de Juzef procedian prósperamente, porque de primera llegada se apoderó de Sevilla, do el tirano Alí estaba, al cual cortó la cabeza; tras esto Juego Córdoba se le rindió. A ejemplo destas dos ciudades, todas las demás del Andalucía y aun todas las que en España restaban en poder de los moros, en breve se pusieron debajo de su obediencia y tomaron su voz, unas de voluntad, otras por fuerza. Algunas asimismo, confiadas en el esfuerzo y prosperidad del nuevo Rey, sacudian de sí el yugo del imperio cristiano, y no querian hacer los homenajes acostumbrados. No parecia el rey don Alonso debia disimular aquellos desaguisados ni descuidarse en el peligro que amenazaba, por juntarse de nuevo á cabo de tanto tiempo las fuerzas de los moros de Africa con las de los de España en perjuicio de los cristianos. Acordó pues ganar por la mano y dalles guerra con todas sus fuerzas. Mandó hacer todos los apercebimientos necesarios; juntar armas, caballos, vituallas, dineros; acudir á la guerra, no solo los legos,

sino los eclesiásticos; alistar soldados nuevos y viejos, procurar socorros de fuera. Muchos extranjeros, movi-, dos por el peligro de España y encendidos en deseo de ayudar en aquella guerra, de su voluntad vinieron, en especial de Francia; entre estos Raimundo ó Ramon, hermano del conde de Borgoña, y su deudo Enrique, el cual dado que era natural de Besanzon, ciudad antiguamente la mayor de los secuanos en Borgoña, de donde le llamaron Enrique de Besanzon 6 Besontino; pero era de la casa y linaje de Loreua, y adelante fundó la gente y reino de Portugal. Vino asimismo otro pariente de Enrique, llamado Raimundo, conde de Tolosa y de San Egidio. Seguia á estos señores buen golpe de gente francesa; soldados valientes, de grande y increible prontitud para acometer la guerra. Acudió demás destos don Sancho, rey de Aragon, el cual bien que era de grande edad, tenia brio y ánimo de mozo y muy aventajada destreza, adquirida con el continuo uso de las guerras que hizo contra los moros. De todas estas gentes se juntó y formó un ejército muy lucido y grande, tanto, que no dudaron acometer las fronteras de los enemigos; entraron adentro en el Andalucía, hicieron estragos, sacos y robos en todos los lugares. No se descuidaron los moros de hacer sus diligencias. Cerca de un lugar llamado Alagueto se juntaron los reales y se dieron vista los unos á los otros. Juzef, por no ser igual en fuerzas, como caudillo recatado y prudente, excusó la batalla; su partida fué semejante á huida, lo que dió á entender la priesa en el retirarse y desamparar gran parte del fardaje. Pareció al rey dou Alonso que con la huida del Moro se debia contentar y no aventurar la reputacion que con esto se ganara; además que su ejército, como compuesto de tantas gentes diferentes en lenguas, costumbres y leyes, no se podia entretener largo tiempo. Acordó dar la vuelta á la patria con sus soldados cargados de despojos y alegres por el buen principio. Las armas de los almoravides despues desta afrenta y desman sosegaron por algun tiempo, demás que á Juzef fué forzoso acudir á Africa y ocuparse en asentar el estado de su nuevo reino. El rey don Alonso no se descuidaba en el entre tanto de aparejarse, por tener entendido que muy presto volveria la guerra con mayor fuerza que antes. Determinó hacer nuevas alianzas y ganar con esto y obligarse las voluntades de los príncipes extraños; en particular con aquellos tres señores que vinieron de Francia, para mas prendallos y en premio de la ayuda que le dieron y de sus servicios, casó otras tantas hijas suyas. Con Ramon, conde de Tolosa, casó doña Elvira; con Enrique de Lorena doña Teresa, ambas habidas fuera de matrimonio, como arriba se ha dicho, pero criadas con regalo y con aparato real y con esperanza de gran estado. A Ramon el de Borgoña dió por mujer á doña Urraca, su legitima bija; deste Príncipe se dice que reedificó y pobló la ciudad de Salamanca por mandado del Rey, su suegro. Demás desto, con el conde don Rodrigo casó doña Sancha, bija del Rey y de doña Isabel, su mujer; deste dicen que decienden los Girones, señores de grande y antigua nobleza en España. A don Enrique señaló en dote todo lo que en Portugal tenia ganado de los moros, con título de conde y con condicion que fuese vasallo de los reyes de Castilla y viniese á las Cortes del reino y á la guerra con sus armas y gentes todas las veces que fuese

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