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avisado. Estos fueron los principios y las zanjas de aquel nuevo reino de Portugal, apellido que tomó poco adelante deste tiempo, y le conservó por mas de cuatrocientos años, en que tuvo reyes proprios, descendientes deste Príncipe y primer fundador suyo. A don Ramon de Borgoña dió el gobierno de Galicia con título de conde, nombre de que solian usar los gobernadores de las provincias, y en dote la esperanza de suceder en el reino si faltase acaso el infante don Sancho, hijo del Rey. Al conde de Tolosa dieron en dote muchas preseas y joyas, gran cantidad de oro y de plata, ningun estado en España, por tratar de volverse á Francia, do poseia grandes tierras y gran ditado. Puédese sospechar que la misma Tolosa se le dió en dote como sujeta á estos reyes, segun de suso dos veces queda apuntado. Quién dice que por las armas de don Alonso el año 1093 se ganó la ciudad de Lisbona. Si fué así ó de otra manera, no lo sabria determinar. A la verdad no pocas veces aquella ciudad se ganó y se perdió como prevalecian las armas, ya de moros, ya de cristianos, y últimamente se ganó de los moros pocos años adelante, dende el cual tiempo permaneció perpetuamente en la posesion y señorío de los cristianos.

CAPITULO II.

Cómo don Sancho Ramirez, rey de Aragon, fué muerto. El año siguiente, que se contaba del nacimiento de Cristo 1094, fué señalado por nacer en él don Alonso, hijo de don Enrique, el de Lorena, y de su mujer doňa Teresa, el cual con sus armas y valor dió lustre al nombre de Portugal. Extendió su señorío, y fué el primero de aquellos príncipes que tomó nombre de rey por permision de los pontifices romanos, en que se mantuvo contra la voluntad de los reyes de Castilla. Pero el mismo año fué desgraciado por la desastrada muerte que sobrevino á don Sancho, rey de Aragon, á quien asimismo deben los aragoneses la loa, no solo de haber bien gobernado y conservado aquel reino como lo hicieron sus antepasados, sino de le dejar acrecentado y colmado de todos los bienes. El fué el primero que de los montes ásperos y encumbrados, do los reyes pasados defendian su imperio y señorío, no menos confiados en la maleza de los lugares que en las armas, abajó á los campos rasos y á la llanura, y ganó por las armas gran número de ciudades y lugares. Dió guerra continua á los reyes moros de Balaguer, de Lérida, de Monzon, de Barbastro y de Fraga; y vencidos, los forzó primeramente que le pagasen parias, despues con un largo y trabajoso cerco tomó á Barbastro, noble ciudad puesta junto al rio Vero, de gran frescura y deleitosos campos. La fortaleza de las murallas espantaba; mas la constancia del Rey y de los suyos venció todas las dificultades; como de todas partes arremetiesen, y la furia no amansase ni aflojase de los que olvidados de las heridas y menospreciada la muerte pretendian apoderarse de aquella plaza, fué entrada por fuerza y puesta á saco. Salomon era á la sazon obispo de Roda; otres le llaman Arnulfo; lo mas cierto que á los tales obispos de Roda quedó desde entonces sujeta la iglesia de Barbastro. Item, que en aquel cerco murió Armengaudo ó Armengol, conde de Urgel, por donde le llamaron Armengol de Basbastro, que fué la

causa por el deseo de vengar aquel desastre y satisfac cerse (ca era suegro del Rey, padre de la reina doña Felicia) de maltratar los moradores de aquella ciudad al tomarla y que la matanza fuese grande. Bolea, que es un pueblo á la raya de Navarra en los ilergetes, á la ribera del rio Cinga, do duró mucho la guerra, se ganó de los moros. Al tanto Monzon, villa fuerte en aquella comarca por su asiento y por el alcázar que tenia, con otros pueblos y castillos que seria largo contallos. Fundóse y poblóse Estella por este tiempo en Navarra, pequeño lugar entonces, al presente ciudad noble en aquel reino; y porque el rey don Sancho trataba de ir sobre Zaragoza, cinco leguas mas arriba de aquella ciudad á la ribera de Ebro edificó un castillo, llamado Castellar, para efecto de reprimir las correrías de los moros; demás desto, para con ordinarias salidas y cabalgadas que dende queria se hiciesen tener todos los alderredores trabajados; en que pasaron tan adelante los soldados que puso en aquella plaza, que quitados los bastimentos á la misma ciudad, muchas veces parecia tenerla cercada. En los pueblos dichos antiguamente vascetanos se edificó la villa de Luna, en ninguna cosa mas señalada que en dar principio al linaje y familia de los Lunas, muy ilustre y muy antiguo en Aragon. La cabeza y fundador deste linaje fué Bacalla, hombre principal, á quien don Sancho hizo donacion de aquel pueblo, rey que fué verdaderamente grande, y con el lustre de todas las virtudes esclarecido, y sobre todo señalado en piedad y devocion. Alcanzó de Alejandro II, sumo pontífice, que el monasterio de San Juan de la Peña con los demás de su reino fuesen exemptos de la jurisdiccion de los obispos. Alegaban por causa desta exempcion y para alcanzalla la codicia de los obispos, que se entregaban libremente en los bienes de los monasterios. A la verdad las costumbres de los monjes en aquel tiempo, de que san Bernardo se queja, y sus deseos se inclinaban demasiado á pretender libertad, tanto, que de ordinario sus abades impetraban privilegio para usar de las insignias de los obispos, mitra, báculo, muceta, en señal que tenian autoridad obispal; camino inventado y traza para ser exemptos de los ordinarios. El pecado de codicia que se imputaba á los obispos tambien alcazaba al Rey; esto fué lo que principalmente en sus costumbres se nota, que libremente metió la nrano en los bienes eclesiásticos y preseas de los templos. Parecia excusarle en parte la falta de dinero que tenia, la pobreza y los grandes gastos de la guerra, además de una bula que ganó de Gregorio VII, sumo pontifice, en que le concedió facultad para que á su voluntad trocase, mudase y diese á quien por bien tuviese los diezmos y rentas de las iglesias que ó de nuevo fuesen edificadas ó ganadas de los moros. Sin embargo, él con ilustre ejemplo de modestia y santidad algunos años antes deste, afligido del escrúpulo que de aquel hecho le resultó y para sosegar la murmuracion del pueblo, causada por aquella libertad, en Roda en la iglesia de San Victorian, delante el altar de San Vicente, con

grande humildad, gemidos y lágrimas pidió de lo hecho públicamente perdon, aparejado á emendarse. Haliose presente Raimundo Dalmacio, obispo de aquella ciudad, al cual mandó restituir enteramente todo lo que le fuera quitado. Los príncipes que en nuestra edad

siguen las pisadas deste Rey en apoderarse de los bienes eclesiásticos debrian imitar su penitencia, por lo menos temer su fin, que fué de la manera que se dirá. Continuaba en su costumbre de trabajar con guerra continua á los moros, en particular á Abderraman, rey de Huesca; habíase apoderado por las armas de todos los lugares de aquella comarca, y tomado que hobo tambien á Montaragon, pueblo que está una legua de aquella ciudad, procuraba fortificalle con grandes pertrechos para desde allí molestar continuamente aquellos ciudadanos de Huesca. No paró aquí, sino que últimamente, juntadas sus gentes, puso sitio sobre aquella ciudad. En los collados al rededor repartió sus guarniciones con intento que nadie pudiese salir ni entrar. Los reales principales puso en un montecillo ó recuesto, que desde aquel tiempo, del nombre del Rey, llamaron Poyo de Sancho. Era la ciudad muy fuerte y como reparo por aquella parte de todo el señorío de los moros, no de otra manera que lo fué en tiempo de los romanos, cuando por muestra de su fortaleza la llamaron antiguamente ciudad vencedora. El cerco iba á la larga, y no se podia ganar por fuerza. Los de Huesca trataron con don Alonso, rey de Castilla, que los socorriese. Acostumbran los reyes, cuando se muestra esperanza de provecho, procurar mas sus particulares intereses, que tener cuenta con el deber, con la religion y con la fama. Otorgó con su peticion; era cosa afrentosa ayudar á los moros al descubierto. Parecióle buen consejo acometer por la parte de Vizcaya las tierras de Navarra, y con esto divertir las fuerzas de Aragon y hacer que no fuesen bastantes para la una y para la otra guerra; envió para este efecto al conde don Sancho. Saliéronle al encuentro los infantes de Aragon, don Pedro y don Alonso, por mandado de su padre el rey don Sancho, que forzaron á los enemigos sin hacer algun efecto volver atrás y dejar lo comenzado. El cerco iba adelante y se apretaba de cada dia mas cuando sucedió una grande desgracia. El rey don Sancho, cansado del largo cerco, andaba mirando los muros de la ciudad, y como advirtiese un lugar á propósito por do le pareció se podria acometer y entrar, extendió el brazo para le mostrar á los que le acompañaban; flecharon una saeta del adarve al mismo punto, que le hirió debajo del mismo brazo; la herida fué mortal; los naturales decian ser castigo y venganza de Dios por los bienes de las iglesias en que puso en otro tiempo la mano. Murió á 4 del mes de junio; su cuerpo llevaron á Montaragon, y le depositaron en el monasterio de Jesu Nazareno, que él mismo edificó. Desde allí, ganada la ciudad, fué trasladado á San Juan de la Peña, donde por lo menos se muestra el sepulcro de doña Felicia, su mujer, con su letrero, que falleció los años pasados. Sin embargo, los hijos, como les fué mandado por su padre, llevaron adelante el cerco, determinados de no partirse de allí antes de vengar aquel desastre y destruir aquella ciudad. Don Pedro en vida de su padre se llamaba rey de Ribagorza y Sobrarve, y de Berta, su mujer, á quien otros llaman doña Inés, tenia un hijo de su mismo nombre; otros le dan nombre de don Sancho. Al presente él mismo por la muerte de su padre heredó todos los demás estados; á don Alonso quedaron algunos pueblos. El menor de sus hermanos, que se llamó don Ramiro, en el monasterio de San Ponce de Tomer,

puesto en el territorio de Narbona, á las riberas del rio Jauro, tomara el hábito de monje con menosprecio de las cosas humanas y por mandado de su padre, como se entiende por un privilegio que el año pasado el mismo Rey dió al abad de aquel convento, llamado Frotardo, en que le hace donacion por este respeto para sustento de los monjes de grandes posesiones, dehesas y heredades. El cerco de Huesca duró mucho, no menos que seis meses, como dicen algunos; otros pretenden que pasó de dos años. Los cercados, cansados de tantos males y reducidos á extrema falta de mantenimientos, llamaron en su ayuda á Almozaben, rey de Zaragoza, y á don García, conde de Cabra, y á otro señor principal, que se decia don Gonzalo; ca en aquella revuelta de tiempos y estrago de costumbres no se tenia por escrúpulo que cristianos ayudasen á los moros contra otros cristianos. Don Gonzalo no fué allá; pero un buen número de los suyos que envió y el conde don García se juntaron con el rey Moro, que con gran diligencia tenia levantada una grande morísma, y partieron con estas gentes de Zaragoza. Estaba el negocio en grande riesgo y casi extremo. El mismo don García, quier con buen ánimo, ó con muestra fingida de amistad, amonestó al nuevo rey don Pedro, y le avisó que si no queria perderse, alzado el cerco, diese luego vuelta á su tierra. Prevaleció contra el miedo el deseo de la honra y el homenaje con que los hermanos se obligaron á su padre á la hora de su muerte de no desistir antes de tomar la ciudad. Extiéndese junto á la ciudad una llanura, llamada Acoraz, muy conocida por el suceso desta batalla. En aquel llano se determinaron los cristianos de encomendarse á sus brazos y á Dios, y para le tener mas favorable por medio de sus santos, trajeron á los reales el cuerpo de san Victorian. Demás desto, la noche antes le apareció al Rey una vision de persona mas que humana, que le amonestaba con grande ánimo diese la batalla seguro de la victoria. En la vanguardia iba el infante don Alonso, en la retaguardia el mismo Rey, el cuerpo de la batalla encomendó á Lisana y Bacalla, hombres muy nobles y valientes; la caballería puso por frente. Estos comenzaron la pelea, siguiéronles los estandartes de la infantería. Los bárbaros con su muchedumbre henchian los campos y valles comarcanos. Cerraron los escuadrones; la pelea fué muy brava; ninguna en aquel tiempo ni de mayor peligro ni de mas dichoso fin. No se oia por todo el campo sino gemidos de los que caian, vocería de los que peleaban, estruendo y ruido de las armas. Era cosa digna de ver los hombres y las mujeres que desde los adarves miraban la pelea y cómo iban las cosas de los moros á veces se mostraban alegres, á veces medrosos. Duró la pelea hasta que cerró la noche sin entenderse del todo ni declararse la victoria por ninguna de las partes. Los nuestros sobrepujaban en la causa, esfuerzo y destreza del pelear; el número de los enemigos era mayor. Estuvieron armados hasta que amaneció el dia siguiente; tan grande era el deseo de volver á la pelea, y aun el miedo no menor que entrara en el ánimo de los cristianos. Con el sol se supo que los moros, desamparados los reales, con su rey Almozaben á toda priesa se retiraban á Zaragoza. Siguieron luego el alcance por la huella, sin cesar de matar y prender á todos los que hallaban; en la pelea y en el alcance llegaron los muer

tos á cuarenta mil. De los nuestros apenas faltaron mil, pocos en número para tan señalada victoria, y personas no de mucha cuenta, ni por su linaje ni hazañas. El conde don García fué preso; despues de la pelea recogieron los despojos; los campos cubiertos de cuerpos muertos, armas, ropa, caballos, miembros cortados, pechos atravesados con hierro, la tierra teñida y bañada de sangre. Algunos dicen que san Jorge fué visto andar entre las haces, y que con su ayuda se ganó aquella victoria; otros que un cierto del linaje de los Moncadas, que habia estado el mismo dia en la Suria y ciudad de Antioquía, anduvo en un caballo en esta batalla. El vulgo, amigo de milagros y para hacer mas alegre lo que se cuenta, suele añadir fábulas á la victoria; bastará á nuestro cuento que lo que es verisimil se reciba por verdad. Concuerdan los autores en que en adelante las armas de los reyes de Aragon fueron una cruz en campo plateado, en los cuarteles del escudo cuatro cabezas rojas con la sangre de otros tantos reyes y capitanes que murieron en esta batalla, que se dió á 18 de noviembre, y el noveno dia adelante aquella muy noble ciudad, perdida toda esperanza de defenderse, se rindió. El siguiente mes, á 17 de diciembre, consagraron la mezquita mayor en iglesia. Halláronse á esta consagracion los obispos Berengario, el que Bernardo, arzobispo de Toledo, de Vique le pasó á Tarragona, como se dirá luego; Amato, prelado de Burdeos; Folch, de Barcelona; Pedro, de Pamplona; Sancho, de Lascar, y con los demás otro Pedro, que se intitulaba obispo de Aragon y de Jaca, y tomada esta ciudad, se llamó obispo de Huesca. En el lugar de la batalla mandó el Rey edificar una iglesia de San Jorge, patron de la caballería cristiana. Por el mismo tiempo se dió principio en Pamplona á la nueva fábrica de la iglesia mayor, cuyos rastros todavía sc ven. Mandóse que los canónigos viviesen como religiosos conforme á la regla de san Agustin; estatuto que de aquel principio se guarda tambien el dia de hoy, que son canónigos reglares y siguen vida comun. En el mismo tiempo que Pedro era obispo de Pamplona fué tambien Gomesano obispo de Búrgos, sucesor de Jimeno, aquel en cuyo tiempo la silla obispal desde Oca, do hasta entonces de muy antiguo tiempo estuvo, se trasladó á Búrgos. Los arzobispos de Tarragona y Toledo pretendian cada cual que la iglesia de Búrgos le era sufraganea; el pleito duró tiempo y fué ocasion que los pontífices romanos, por no podellos conformar ni concertar, mandasen que aquel obispado quedase exempto sin reconocer á la una iglesia ni á la otra por metropolitana; lo cual se guardó por largos años hasta que poco ha la erigieron en arzobispal.

CAPITULO III.

Cómo don Bernardo, arzobispo de Toledo, se partió para la guerra de la Tierra-Santa.

En el tiempo que estas cosas que se han dicho sucedieron en Aragon y en otras partes de España, las demás provincias de cristianos andaban ocupadas en los aparejos que se hacian para la guerra de la Tierra-Santa; caballos, armas, libreas, ruido de atambores y sonido de trompetas, asonadas de guerra por todas partes. Los mares, tierras, campos, pueblos con mezcla y revolucion de todas las gentes y rumores de la guerra

andaban alborotados. El mismo pontifice Urbano, en Claramonte, ciudad que Sinodio y los antiguos llamaron Arverno, celebraba Concilio general de prelados y señores seglares, que de todas las provincias acudieron á su llamado el año de 1096. Desde allí despertó como con trompeta á todas las naciones, cuan anchamente se extendian los términos del imperio cristiano. Leyéronse en el Concilio las cartas de Simon, obispo de Jerusalem; refirióse la embajada y comision que Pedro, natural de Amiens, traia. Muchos ciudadanos de Jerusalem y de Antioquía, hombres santos y nobles, huidos de sus casas, con lágrimas, gemidos y maltratamiento que representaban en su traje movian á compasion los ánimos de todos los que presentes estaban. El Pontifice con esta ocasion á manera de orador en la junta hizo un razonamiento deste tenor: «Oido habeis, hijos carísimos, los males que vuestros hermanos padecen en Asia; sus desastres son afrenta nuestra, mengua y deshonra de la religion. cristiana, digna, si fuésemos hombres, de que se remediase con la vida y con la sangre. Ninguno puede escapar de la muerte por ser cosa natural. El mayor de los males es con deseo de la vida sufrir torpezas y fealdades y disimularlas. Justo es que restituyamos el espíritu, salud y vida á Cristo que nos la dió; la virtud y el valor, propia excelencia del nombre y linaje cristiano, suele rechazar la afrenta. Las fuerzas y ejércitos que hasta aquí, mal pecado, habeis gastado en las guerras civiles, empleadlas por Dios en empresa tan honrosa y de tanta gloria. Vengad las afrentas de Cristo, hijo de Dios, que cada dia y tantas veces es herido, azotado y muerto de la impia y bárbara gente cuantas sus siervos son oprimidos, afligidos y ultrajados, y profanan aquella tierra y la ensucian que Cristo consagró con sus pisadas. ¿Por ventura puede haber causa mas justa de hacer la guerra que volver por la religion, librar los cristianos de servidumbre, cuales Dios inmortal quiso fuesen señores de todas las gentes? Si de las guerras se pretende y desea interés, ¿de dónde le podeis esperar mayor que en hacella á una gente sin fuerzas y que mas trae á la guerra despojos que armas? Nunca Asia fué igual en fuerzas á Europa; allí las riquezas, oro, plata, piedras preciosas, de que los hombres hacen tanta estima. Si se busca la gloria, ¿por ventura puédese pensar cosa mas honrosa que dejar á los hijos y descendientes tal ejemplo de virtud, ser llamados libertadores del mundo, conquistadores del oriente, vengadores de las afrentas de la religion cristiana? Riquezas no faltan para los gastos, gente y soldados excelentes en la edad, fuerza, consejo, ejercitados en las armas. ¿Por ventura, apercebidos de tantas ayudas, dejarémos que la gente malvada y sucia haga burla de la majestad de la religion cristiana? Cristo será el capitan, el estandarte la cruz, ninguna cosa hará constraste á la virtud y piedad. Sola vuestra vista les pondrá espanto, no la podrán sufrir. Yo a lo menos lo que debo á Dios, lo que á la religion cristiana, por la cual puesto como en atalaya y centinela estoy determinado de velar dias y noches, cuanto pudiere con cuidado, trabajo, vigilias, autoridad y consejo, todo lo emplearé en esta demanda. Que si otros no me siguieren, estoy determinado meterme por las espadas de los enemigos y procurar con nuestra sangre el re

medio de tan grandes cuitas, desventuras y desastres como padecen nuestros hermanos. Ningun trabajo en tanto que viviere, ningun afan, ningun riesgo rehusaré de acometer por el bien de la república y honra de la religion.» Con este razonamiento del Pontifice inflamados todos los presentes, los mayores, medianos y menores, se encendieron á tomar las armas; toda tardanza les era pesada. Ademaro, obispo de Anicio, de los vellaunos, de Puis por otro nombre, y Guillermo, obispo de Oranges, fueron los primeros que prostrados á los piés del Pontífice tomaron la señal de la cruz, que era la divisa y blason de la guerra; despues dellos hicieron lo mismo nobilísimos príncipes de Francia, Italia y España, y por su ejemplo un infinito número de otra gente menuda. Hugon, hermano de Filipe, rey de Francia, fué el mas principal; tras dél Gotifredo ó Jofre, hijo de Eustacio, conde de Boloña y duque de Lorena, al cual, tomado que hobieron la ciudad de Jerusalem, porque fué el primero á la entrada, por votos libres de todos nombraron por rey de Jerusalem; honra perpetua de Francia y de Boloña, su patria, ciudad puesta en la Gallia Bélgica cerca del mar Océano. Demás destos, se ofrecieron para aquella empresa los hermanos del Gotifredo ó Jofre, Eustacio y Balduvino, los condes Roberto, de Flandes; Estéban, de Bles; Alpino, de Burges; Ramon, de Tolosa; en cuya compañía fué doña Teresa, su mujer, y parió en la Suria el segundo hijo, que se llamó Alonso Jordan, por haber sido baptizado en el rio Jordan. De España otrosí acudieron á la empresa los condes Guillen, de Cerdania, que murió en aquella jornada de una saeta con que le hirieron en la ciudad de Tripol de la Suria, por donde asimismo le llamaron por sobrenombre Jordan; Guitardo, de Ruisellon, y Guillen, conde canetense. En Italia Boamundo, principe de la Pulla, dejado á su hermano Rogerio su estado, sobre que traian diferencias, acompañado de doce mil combatientes, siguió á los demás príncipes en aquella sagrada jornada. Bernardo, arzobispo de Toledo, como quier que era de gran corazon, dado que hobo asiento en las cosas de aquella su diócesi, y puesto en la iglesia mayor de Toledo para su servicio treinta canónigos y otros tantos racioneros, tomada la señal y divisa de la cruz se partió para esta guerra. De su partida resultó un gran desórden. Apenas era salido de la ciudad, cuando los canónigos que dejó, sea por odio que le tuviesen por ser extranjero, ó entender que no volveria, arrebatadamente se juntaron y nombraron nuevo prelado en lugar de Bernardo. Defendian algunos la razon; pero los mas votos, como muchas veces acontece, prevalecieron contra los menos, aunque sintiesen mejor, y los echaron de la ciudad. Bernardo, avisado de lo que pasaba, con aquella mala nueva tornó á Toledo y allanó la revuelta; echados aquellos sacerdotes que fueron autores y ejecutores de aquel mal consejo, puso en su lugar monjes del monasterio de Sahagun, en que él fuera antes abad; ocasion, segun dicen algunos, que muchas maneras de hablar y vocablos propios de monjes y ceremonias se pegaron á la iglesia mayor de Toedo, que de mano en mano se han conservado y usado hasta el dia de hoy. Hecho esto, se puso de nuevo en camino. Llegado á Roma, fué forzado por el pontífice Urbano á volver atrás, por quedar en España tanta

y

guerra y porque Toledo por ser de nuevo ganada parecia tener necesidad de la ayuda, presencia y diligencia de quien la gobernase. Absolvióle del voto que tenia hecho de ir á la Tierra-Santa, á tal que los gastos dinero que tenia apercebido para aquella guerra emplease en reedificar á Tarragona, ciudad que por el esfuerzo y armas del conde de Barcelona en esta sazon era vuelta á poder de cristianos. Era muy noble antiguamente y poderosa por su antigüedad y ser silla del imperio romano en España; mas en aquel tiempo se hallaba reducida á caserías y era un pueblo pequeño. Reparóla pues don Bernardo, y en ella puso por arzobispo á Berengario, obispo de Vique, ciudad que quiso asimismo fuese sufragánea de Tarragona, para mas autorizarla. La verdad es que el nuevo arzobispo Berengario, olvidado deste beneficio, puso despues pleito á Bernardo, que le habia entronizado, sobre el de la primacía, por antiguas historias, ejemplos y escrituras desusadas de que se valia para defender los derechos y libertad de su iglesia; como quier que el de Toledo, por concesion muy fresca del pontífice Urbano, no solo alcanzó para sí y para siempre el priinado de toda España, sino de presente como legado del Pontífice romano tenia superioridad sobre todas las iglesias y poder de ordenar sus cosas y enderezallas, dalles prelados y reformallas. Con este intento de ejecutar lo que le ordenó el Papa, de Francia, cuando por aquella provincia volvia á España, trajo consigo á Toledo algunas personas de grande erudicion y bondad; honrólos de presente con cargos y gruesos beneficios que les dió, y su virtud el tiempo adelante los promovió

mayores cosas. Estos fueron Gerardo de Mosiaco, que luego le hizo primiclerio ó chantre de Toledo, despues arzobispo de Braga; Pedro, natural de Burges, de arcediano de Toledo pasó á ser obispo de Osma. Al uno y al otro la santidad de la vida y excelente virtud puso en el número de los santos. Fuera destos vinieron Bernardo y Pedro, naturales de Aagen; Bernardo, de primiclerio de Toledo fué obispo de Sigüenza y despues de Santiago; Pedro, de arcediano de Toledo subió á ser prelado de Segovia. Otro Pedro, obispo de Palencia. Jerónimo, natural de Periguex, que á instancia del Cid tuvo cuidado de la iglesia de Valencia luego que la ganó de los moros; y despues que se perdió, hizo oficio de vicario de obispo en Zamora. Muerto este, otro Bernardo, del mismo número, fué el primer obispo de aquella ciudad. En este mismo rebaño, bien que de diferentes costumbres entre sí, se cuentan Raimundo y Burdino; Raimundo, natural de la misma patria del arzobispo Bernardo, despues de Pedro, de suso nombrado, fué obispo de Osma, y adelante prelado de Toledo por muerte y en lugar de dicho Bernardo. Burdino, natural de Limoges, de arcediano de Toledo pasó á ser obispo de Coimbra y de Braga; últimamente se hizo falso pontífice romano, de que resultó discordia sin propósito y scisma en el pueblo cristiano, y él por el mismo caso se mostró ser indigno del número y compañía de los varones excelentes que de Francia vinieron en compañía de Bernardo, como en otro lugar mas á propósito se declarará.

CAPITULO IV.

Cómo el Cid ganó á Valencia.

En este medio no estaban en ocio las armas de Rodrigo de Bivar, por sobrenombre el Cid, varon grande en obras, consejo, esfuerzo y en el deseo increible que siempre tuvo de adelantar las cosas de los cristianos, y á cualquiera parteque se volviese, por aquellos tiempos el mas afortunado de todos. No podia tener sosiego, antes con licencia del rey don Alonso en el tiempo que él andaba ocupado en la guerra del Andalucía, como de suso queda dicho, con particular compañía de los suyos revolvió sobre los celtiberos, que eran donde ahora los confines de Aragon y Castilla, con esperanza de hacer alli algun buen efecto, por estar aquella gente con la fama de su valor amedrentada. Todos los señores moros de aquella tierra, sabida su venida, deseaban á porfía su amistad. El señor de Albarracin, ciudad que los antiguos llamaron, quién dice Lobeto, quién Turia, fué el primero á quien el Cid admitió á vistas y luego á conciertos; despues el de Zaragoza, al cual por la grandeza de la ciudad fué el Cid en persona á visitar. Recibióle el Moro muy bien, como quier que tenia grande esperanza de hacerse señor de Valencia con ayuda suya y de los cristianos que llevaba. La ciudad de Valencia está situada en los pueblos llamados antiguamente edetanos, á la ribera del mar en lugares de regadío y muy frescos y fértiles, y por el mismo caso de sitio muy alegre. Demás desto, así en nuestra era como en aquel tiempo, era muy conocida por el trato de naciones forasteras que allí acudian á feriar sus mercadurías y por la muchedumbre, arreo y apostura de sus ciudadanos. Hiaya, que dijimos fué rey de Toledo, tenia el señorío de aquella ciudad por herencia y derecho de su padre, ca fué sujeta á Almenon. El rey don Alonso otrosí, como se concertó en el tiempo que Toledo se entregó, le ayudó con sus armas para mantenerse en aquel estado. El señor de Denia, que lo era tambien de Játiva y de Tortosa, quier por particulares disgustos, quier con deseo de mandar, era enemigo de Hiaya y trabajaba con cerco aquella ciudad. El rey de Zaragoza pretendia del trabajo ajeno y discordia sacar ganancia. Los de Valencia le llamaron en su ayuda y él deseaba luego ir, por entender se le presentaria por aquel camino ocasion de apoderarse de los unos y de los otros. Concertóse con el Cid, y juntadas sus fuerzas con él, fué allá. El señor de Denia, por no ser igual á tanto poder, luego que le vino el aviso de aquel apercibimiento, alzó el cerco concertándose con los de Valencia. Quisiera el de Zaragoza apoderarse de Valencia, que al que quiere hacer mal nunca le falta ocasion. El Cid nunca quiso dar guerra al rey de Valencia; excusóse con que estaba debajo del amparo del rey don Alonso, su señor, y le seria mal contratado si combatiese aquella ciudad sin licencia 6 le hiciese cualquier desaguisado. Con esto el de Zaragoza se volvió á su tierra. El Cid, con voz de defender el partido del rey de Valencia, sacó para sí hacer, como hizo, sus tributarios á todos los señores moros de aquella comarca y forzar á los lugares y castillos que le pagasen parias cada un año. Con esta ayuda y con las presas, que por ser los campos fértiles eran grandes, sustentó por algun tiempo los gastos de la guerra. El rey Hiaya, como

fuese antes aborrecido, de nuevo por la amistad de los cristianos lo fué mas; y el odio se aumentó en tanto grado, que los ciudadanos llamaron á los almoravides, que á la sazon habian extendido mucho su imperio, y con su venida fué el Rey muerto, la ciudad tomada. El movedor deste consejo y trato, llamado Abenjafa, como por premio se quedó por señor de Valencia. El Cid, deseoso de vengar la traicion, y alegre por tener ocasion y justa causa de apoderarse de aquella ciudad nobilísima, con todo su poder se determinó de combatir á los contrarios. Tenia aquella ciudad grande abundancia de todo lo que era á propósito para la guerra, guarnicion de soldados, gran muchedumbre de ciudadanos, mantenimientos para muchos meses, almacen de armas y otras municiones, caballos asaz; la constancia del Cid y la grandeza de su ánimo lo venció todo. Acometió con gran determinacion aquella empresa; duró el sitio muchos dias. Los de dentro, cansados con el largo cerco y reducidos á extrema necesidad de mantenimientos, demás que no tenian 'alguna esperanza de socorro, finalmente se le entregaron. El Cid, con el mismo esfuerzo que comenzó aquella demanda, pretendió pasar adelante; lo que parecia locura, se resolvió de conservar aquella ciudad; hazaña atrevida y que pusiera espanto aun á los grandes reyes por estar rodeada de tanta morisma. Determinado pues en esto, lo primero llamó á Jerónimo, uno de los compañeros del arzobispo don Bernardo, desde Toledo para que fuese obispo de aquella ciudad. Demás desto, hizo venir á su mujer y dos hijas, que, como arriba se dijo, las dejó en poder del abad de San Pedro de Cardeña. Al Rey, por haber consentido benignamente con sus deseos, y en especial dado licencia que su mujer y hijas se fuesen para él, envió del botin y presa de los moros docientos caballos escogidos y otros tantos alfanjes moriscos colgados de los arzones, que fué un presente real. En este estado estaban las cosas del Cid. Los infantes de Carrion, Diego y Fernando, personas en aquella sazon en España por sangre y riquezas nobilísimos, bien que de corazones cobardes, por parecerles que con las riquezas y haberes del Cid podrian hartar su codicia, por no tener hijo varon que le heredase, acudieron al Rey y le suplicaron les hiciese merced de procurar y mandar les diesen por mujeres las hijas del Cid, doña Elvira y dona Sol. Vino el Rey en ello, y á su instancia y por su mandado se juntaron á vistas el Cid y los infantes en Requena, pueblo no léjos de Valencia, hicieron las capitulaciones, con que los infantes de Carrion en compañía del Cid pasaron á Valencia para efectuar lo que deseaban. Las bodas se hicieron con grandes regocijos y aparato real. Los principios alegres tuvieron diferentes remates. Los mozos, como quier que eran mas apuestos y galanes que fuertes y guerreros, no contentaban en sus costumbres á su suegro y cortesanos, criados y curtidos en las armas. Una vez avino que un leon, si acaso, si de propósito, no se sabe; pero en fin, como se soltase de la leonera, ellos de miedo se escondieron en un lugar poco decente. Otro dia en una escaramuza que se trabó con los moros que eran venidos de Africa, dieron muestra de rehusar la pelea y volver las espaldas como medrosos y cobardes. Estas afrentas y menguas, que debieran remediar con esfuerzo, trataron de vengallas torpemente; y es así, que ordinariamente la cobardía

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