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Ródano hasta los Alpes, sino demás desto de la ciudad de Arles con toda su tierra. Para que todo esto fuese mas firme, se decretó y concertó que ambos los don Ramones, el aragonés y el proenzal, fuesen á Turin, ciudad de Italia, á verse con el Emperador. Señalóse el primer dia de agosto para estas vistas del año 1162. En este camino, en San Dalmacio, que es un pueblo á las raíces de los Alpes hácia Italia, adoleció don Ramon, príncipe de Aragon, y falleció de aquella enfermedad á 6 dias de aquel mismo mes. Parecia que aquella muerte sucedia en muy mala sazon, dado que don Ramon, conde de la Proenza, fácilmente alcanzó del Emperador todas las cosas por que eran idos, luego que se vió con él en Turin, como tenian concertado; y aun el Emperador dice en sus letras que se expidieron sobre el caso gratificar al difunto porque habia tratado muy honradamente á la reina Rica y mirado por la honra de aquella matrona viuda. De aquí tomaron ocasion los escritores catalanes de fingir que don Ramon, príncipe de Aragon, en Alemaña defendió en un desafío y campo que hizo, la fama de una reina viuda que la acusaban haber hecho lo que no debia, y que el premio de defender la honestidad de aquella señora fué darle el principado de la Proenza. Nosotros, siguiendo la verdad de la historia, contamos la cosa como pasó. El cuerpo del difunto traido á su tierra sepultaron en el monasterio de Ripol, como él mismo á la muerte lo dejó ordenado. Hiciéronse Cortes del reino en Huesca, y refirióse el testamento de aquel Príncipe, que hizo á la hora de su muerte solo de palabra, en que nombró por su heredero á don Ramon, su hijo, que trocado este nombre en el de don Alonso, entró en posesion del principado, de su padre. A don Pedro, hijo segundo, mandó á Cerdania, Carcasona y Narbona con el mismo derecho que él las tenia. Don Sancho, que era el menor de todos, quedó nombrado en lugar de don Pedro para que le sucediese si muriese sin hijos. De doña Dulce, su hija, que adelante fué reina de Portugal, no hizo mencion alguna; tampoco de don Berengario ó Berenguel, que fué obispo de Tarazona y de Lérida y abad de Montaragon, al cual el Príncipe hobo fuera de matrimonio. La edad del nuevo rey don Alonso no era bastante para el gobierno, porque apenas tenia once años. Esto y la flaqueza y pocas fuerzas de la Reina, su madre, pareció á propósito á los amigos de novedades para revolver el reino. Un cierto em baidor se hizo caudillo de los que mal pensaban con afirmar públicamente era el rey don Alonso, aquel que veinte y ocho años antes deste fué muerto en la batalla de Fraga, como de suso queda dicho. Decia que cansado de las cosas humanas estuvo por tanto tiempo disfrazado en Asia, y se halló en muchas guerras que los cristianos hicieron contra los moros en la Tierra-Santa. Su larga edad hacia que muchos le creyesen, y las facciones del rostro no de todo punto desemejable; el vulgo, amigo de fábulas, acrecentaba estas mismas cosas, por donde el gobierno de la Reina, como de mujer, era de muchos menospreciado. Grandes males se aparejaban por esta causa, si el embaidor no fuera preso en Zaragoza y no le dieran la muerte en los mismos principios del alboroto. Este fué el pago de la invencion y fin de toda esta tragedia mal trazada. El año próximo de 1163 se tuvieron otrosi Cortes del reino de Aragon en Barcelona.

En ellas la reina doña Petronilla, á persuasion de los grandes, dió y renunció el reino á su hijo, que andaba ya en trece años. Don Ramon, conde de la Proenza, que un poco de tiempo gobernara á Cataluña por el Rey su primo, dejado el gobierno, se volvió á su tierra, que andaba alborotada otra vez y trabajada por las armas de los Baucios. Para fortificarse contra aquella familia y linaje y apercebirse de socorros de fuera procuró hacer liga con el conde de Tolosa y concertar casamiento de su hija, una sola que tenia, con el hijo de aquel Conde; práticas que se impidieron por su muerte, que sucedió el año 1166. El rey de Aragon, que se hallaba á la sazon en Girona, avisado que su primo era muerto, á ejemplo de su padre y á persuasion de los grandes, se llamó marqués de la Proenza. Así pretendian estar decretado por el privilegio del emperador Federico, que aquel principado, no solo se daba al conde de la Proenza, sino asimismo á don Ramon, príncipe de Aragon, y sus decendientes; ocasion de nuevos movimientos y alteraciones que sucedieron en Francia.

CAPITULO X.

Cómo don Alonso, rey de Castilla, visitó el reino.

Gran mudanza de las cosas se hizo en Castilla; porque los naturales, cansados del gobierno del rey de Leon, aficionados al mozo rey don Alonso, como es cosa natural y lo merecia la memoria agradable del rey don Sancho, su padre, no cesaban de movelle con cartas y embajadores para que tomase el ceptro y mando del reino paterno. Ofrecíanle que no le faltarian las voluntades de los suyos ni sus fuerzas, que siempre de secreto estuvieron por él, dado que por acomodarse al tiempo y forzados suportaban el señorío forastero. El Rey á la sazon andaba en el año undécimo de su edad; á los grandes que le tenian en su poder parecia aquella edad bastante, especial que les movia el ejemplo fresco de los aragoneses, que entregaron el gobierno á su Rey, que tenia poca mas edad. A persuasion pues dellos y por su consejo determinó partir de Avila para visitar el reino y hacer entrada en cada una de las ciudades, el año de nuestra salvacion de 1168, como algunos dicen; nosotros de la razon destos años y deste número quitamos dos años con fundamento bastante y cierto, pues cuando murió su padre se sabe era este Rey de cuatro años, y ahora once no cumplidos. No le engañó su esperanza; muchas ciudades y pueblos en toda la provincia, como lo tenian ofrecido, abrian con gran voluntad las puertas al Rey y le ayudaban con dinero, provision y todas las demás cosas. Al principio pocos eran los que acompañaban al Rey, que fueron algunos grandes de Castilla que perseveraran con él ó de nuevo se le juntaron. Demás destos, una compañía de guarda de ciento y cincuenta de á caballo, que los de Avila le dieron para que le acompañasen; poca gente para acabar cosas tan grandes y para recobrar el reino, parte del cual tenian los grandes, parte estaba en poder de los leoneses con guarniciones que tenian puestas por todas partes. No hay cosa mas segura en las revueltas civiles que apresurarse. Al Rey parecia que todas las cosas le serian fáciles; y así, determinaron de probar á Toledo, cabeza del reino, y experimentar cuánta

lealtad hobiese en sus ciudadanos. Poca esperanza te-
nian que don Fernando Ruiz de Castro, que la tenia en
su poder, la entregase de su voluntad. El color que to-
maba era no ser lícito, como él decia, entregar aque-
lla ciudad á alguno antes de la edad que por el Rey di-
funto quedó señalada. Lo que principalmente le movia
era que tenia pena de que le hobiesen quitado la tutela
del Rey y sus contrarios estuviesen apoderados del
gobierno del reino. Don Estéban Illan, ciudadano prin-
cipal de aquella ciudad, en la parte mas alta della á
sus expensas edificara la iglesia de San Roman, y á ella
pegada una torre, que servia de ornato y fortaleza. Era
este caballero contrario por particulares disgustos de
don Fernando y de sus intentos. Salió secretamente de
la ciudad, y trajo al Rey en hábito disfrazado con
cierta esperanza de apoderalle de todo. Para esto le
metió en la torre susodicha de San Roman; campearon
los estandartes reales en aquella torre y avisaron al
pueblo que el Rey estaba presente. Los moradores, al-
terados con cosa tan repentina, corren á las armas, unos
en favor de don Fernando, los mas acudian á la majes-
tad real; parecia que si con presteza no se apaguba
aquella discordia, que se encenderia una grande llama
y revuelta en la ciudad; pero como suele suceder en
los alborotos y ruidos semejantes, á quien acudian los
mas, casi todos los otros siguieron la autoridad real.
Don Fernando, perdida la esperanza de defender la ciu-
dad por ver los ánimos tan inclinados al Rey, salido
della, se fué á Huete, ciudad en aquel tiempo, por ser
frontera de moros y raya del reino, muy fuerte, así por
el sitio como por los muros y baluartes. Los de Toledo
librados del peligro á voces y por muestra de amor de-
cian: «Viva el Rey. » Esto hacian no mas los que ha-
bian estado por él, que la parcialidad contraria entra-
ban donde estaba á besarle la mano, y cuanto mas fin-
gido era lo que algunos hacian, tanto daban mayores
muestras de voluntad y le adulaban con mas cuidado.
A don Estéban en gratificacion de aquel servicio le hizo
el Rey mucha honra y le encomendó el cuidado de la
ciudad. Despues de su muerte los ciudadanos, para
memoria de tan gran varon, en la iglesia catedral, en
lo mas alto de la bóveda, detrás del altar mayor, hicie-
ron pintar su imágen á caballo como está hoy. Entró el
Rey en Toledo á 26 de agosto, dia viérnes. Luego el
dia de san Miguel, don Juan, arzobispo de Toledo, fa-
lleció cansado de la pesadumbre de tantos males ó
por su larga edad. La letra dominical muestra que la
entrada del Rey no pudo ser sino el año 1166. Confor-
man los Anales de Toledo y el letrero del sagrario de
aquella iglesia, que señalan la muerte del arzobispo,
era 1204, que es el año dicho puntualmente, y así se
debe tener. Gobernó aquella iglesia loablemente como
diez y seis años; su cuerpo se entiende fué allí mismo
sepultado. Algunos dicen que renunció y que de su vo-
luntad dejó el arzobispado, y dél explican la ley ponti-
ficia y cánon promulgado por Alejandro III, pontífice
romano, que es el primer capítulo en el titulo de las or-
denes hechas despues de renunciado el obispado, en-
derezado al arzobispo de Toledo, como se contiene en
su título. La verdad es que en las decretales de mano
antiguas no reza aquel título al arzobispo de Toledo,
sino al coloniense; así, lo de la renunciacion no se debe
tener por verdadero. Sucedió don Cerebruno ó Cene-

bruno, persona de igual ánimo y prudencia, agradable®
al rey don Alonso, ca fué su maestro y le enseñó las
primeras letras. Fué arcediano de Toledo antes, y
obispo de Sigüenza, y aun se sospecha era francés de
nacion. A este prelado parece se enderezó sin duda la
epístola decretal del mismo Alejandro III, que es el ca-
pítulo 11 en el título de Simonía, sobre la que se
cometió en la eleccion del obispo de Osma. Conforma
con esto lo que ordenó el mismo rey don Alonso en su
testamento, su fecha en Fuentidueña, á 8 de diciem-
bre, era 1242; dice que sus tutores, el conde don Nuño y
recibieron
don Pedro, por elegir al obispo de Osına,
cinco mil maravedís; manda que se restituyan. Era por
el mismo tiempo prelado de Tarragona Hugo Cervellon,
que sucedió á Bernardo Torte. El rey de Castilla, so-
segado que tuvo á Toledo, á persuasion del conde don
Manrique, salió contra don Fernando de Castro, ca ayu-
dado de las gentes de Huete, que le eran aficionadas y
muy leales, salió al encuentro al ejército del Rey.
Dióse la batalla dos leguas de aquel pueblo junto á Gar-
cinaharro; era grande la fama del esfuerzo de don Man-
rique; era tenido por gran defensor de la autoridad
real, tales eran las muestras, si bien muchos pen-
saban que en nombre ajeno queria mandallo todo, por
ser, como era, atrevido, astuto, presto y conforme á los
negocios y ocurrencias, cuándo seguia la virtud, cuándo
lo malo. Don Fernando, por recelarse en la pelea de sus
fuerzas, entró en la batalla, quitadas las sobrevistas y
disfrazado. Don Manrique, por yerro, con todas sus
fuerzas einbistió y mató á un caballero ordinario, el
cual, porque llevaba vestidura de general, creyó era su
contrario. Quedó cansado de aquella pelea y á propó-
sito para ser agraviado ; así fué él mismo muerto; uno
de los que acompañaban á doa Fernando le metió por
el cuerpo la espada. Con la muerte del general los del
Rey, parte se pusieron en huida, parte fueron muertos
en la pelea. Sabido el engaño y astucia, don Nuño,
hermano de don Manrique, acusaba á don Fernando
de aleve. No paró en esto, sino que le desalió á pelear do
persona á persona y hacer campo, como se acostum-
braba en casos semejantes. Intervinieron varones san-
tos y personas graves, por cuyo medio por entonces la
diferencia se sosegó algun tanto, pero el odio entre
aquellas dos casas quedó muy mas arraigado que antes,
con grande daño muchas veces de las cosas y del reino,
por anteponer cada cual de las partes sus particulares
pasiones y debates al bien comun. Verdad es que la
guerra que hizo el Rey por entonces no fué muy grande
ni continuada, y muchas ciudades y castillos, por estar
obligados con beneficios que recibieran, quedaron en
poder de dou Fernando de Castro, con que el Rey de
sistió del intento y esperanza de atropellalle, y vuelto
hácia otras partes, no dejaba de sujetar á su señorío las
ciudades y castillos que hallaba sin guarnicion. Demás
desto, pareció por la comodidad del lugar probar el cas-
tillo de Zurita, que está puesto en un collado empi-
nado, cuyas raíces y baldas baña el rio Tajo. Tenia la
guarda desta fuerza Lope de Arenas como teniente de
don Fernando de Castro. Convidado á que se rindiese,
se excusó con la edad del Rey, como otros muchos, que
él no era señor, sino lugarteniente, y como tal tenia ju◄
rado á don Fernando; que si no fuese con su licencia,
no entregaria el castillo á persona alguna; que no su◄

friria que con color y voz de la autoridad real se burlasen de los demás aquellos que por la flaca edad del Rey le tenian en su poder y le aconsejaban lo que les parecia. Como los del Rey perdiesen la esperanza que el alcaide haria por su voluntad lo que pretendian, determinaron de usar de fuerza y apretar el cerco de aquel castillo. Convocaron para este efecto socorros de todas partes. Don Lope de Haro, avisado de lo que el Rey pretendia, de lo postrero de Vizcaya, en que tenia grande estado, sin ser llamado, á causa que él y el conde don Nuño tenian diferencias particulares y andaban torcidos, de su voluntad vino á servir en aquel cerco. Llegado, miró el sitio del castillo, y se encargó de acometerle por aquella parte que parecia mas agria y de que mayor peligro se mostraba; cosa propia de la nacion vizcaína. Iba adelante el cerco. Los del Rey no tenian esperanza de salir con su intento. Los cercados padecian falta de mantenimientos; por esta causa usaron de engaño, y con dar esperanza de rendirse, convidado que hobieron y recibido dentro para tratar desto á los condes don Nuño y don Suero, los prendieron á traicion, por entender que el Rey, movido de su peligro, se apartaria del propósito que tenia de combatir el castillo, por lo menos vendria en algun buen partido. En lo que pensaron consistia su remedio estuvo su destruicion. Hallábase en los reales del Rey un cierto hombre, llamado Domingo, que salió del castillo no se dice por qué causa; este, si le diesen algun premio, prometió haria entregar aquella fuerza. Aceptado el partido, en cierto ruido hechizo dió una herida á Pedro Ruiz, ciudadano de Toledo; él mismo vino en ello y con voluntad del Rey; hecho esto, Domingo se puso en huida. Con esta ficcion las guardas le recibieron en el castillo. Era criado del alcaide, mañoso, servicial, y por aquella nueva hazaña le ganó mas la voluntad; trataba con él muy familiarmente sin recelo de lo que le sobrevino. El traidor, hallada ocasion á propósito para ejecutar su intento, á tiempo que el alcaide se afeitaba la barba le mató; trás esto se huyó á los reales. El pueblo sin dilacion, muerto su caudillo, sin grande dificultad vino en poder del Rey y se rindió luego; perdonó el Rey á los soldados, y el lugar no fué puesto á saco; solo á Domingo hizo sacar los ojos, que fué ejemplo señalado de castigo contra los traidores, dado que le señalaron sustento bastante para pasar la vida, porque no pareciese que el Rey quebrantaba su palabra. Este sustento no mucho despues por mandado del mismo le quitaron junto con la vida, porque magüer que ciego y castigado se alababa de aquella maldad; doblada alevosía que cometió en matar á su señor y hacer traicion á los cercados. Esto del traidor. Los soldados, alegres con la victoria, se partieron para sus casas. Don Lope de Haro, que entre todos se señaló de animoso, alabado con paJabras muy honrosas, se volvió á su tierra, sin querer aceptar los dones que le ofrecian, por saber muy bien cuánta falta y pobreza padecia el tesoro real. Este caballero dicen edificó en la Rioja la villa de Haro, no léjos del rio Ebro, y que de aquel pueblo y de su nombre, así él como sus decendientes, tomaron este apellido. El Rey se fué á Toledo á las Cortes del reino, para donde tenia convocados los grandes y ciudades de toda la provincia. Trafóse en ellas de componer el estado del reino, que por la revuelta de los tiempos andaba muy

alterado, y de recobrar las ciudades y pueblos que aun no se querian entregar. Fué este año memorable por las muchas lluvias y grandes crecientes, en particular en Toledo el rio Tajo salió de madre y llegó hasta la iglesia de San Isidro, á 20 de febrero; el año luego siguiente de 1169, á 8 de febrero, tembló la tierra en aquella ciudad; cosa que sucede pocas veces y que puso en cuidado á los ciudadanos, por pensar que aquel temblor era pronóstico de algunos nuevos y mayores trabajos.

CAPITULO XI.

De las bodas de don Alonso, rey de Castilla.

Don Fernando, rey de Leon, los años pasados casó con doña Urraca, hija de don Alonso, rey de Portugal; deste casamiento nació don Alonso, el que sucedió á su padre en el reino de Leon, dado que la misma doña Urraca, por el parentesco que tenia con su marido, fué dél repudiada y apartada. Este camino hallaban para deshacer los casamientos cuando nacian desabrimientos entre los casados; que aun no estaba introducida la costumbre de dispensar en las leyes matrimoniales, ni los pontífices comenzaban á usar de semejantes dispensaciones. Deste repudio resultaron grandes enemistades entre el suegro y el yerno, y dellas muchos daños que se hicieron y recibieron de una parte y de otra. Don Fernando andaba ocupado en reedificar las ciudades y pueblos que por la revuelta de los tiempos pasados estaban destruidas, otros edificaba de nuevo. Cerca de Salamanca reparó la antigua Bletisa con nombre de Ledesma, á Granada cerca de Coria, demás desto Benavente, Valencia de Oviedo, Villalpando, Mansilla, Mayorga. Fuera destas poblaciones, por consejo de un forajido portugués edificó en los confines del reino, por do se divide de Portugal, á Ciudad Rodrigo, que antiguamente se llamó Mirobriga, para que fuese como firme baluarte en que se quebrantasen los ímpetus de los portugueses y para hacer dende correrías y cabalgadas por los lugares comarcanos. El desabrimiento que comenzó destos principios entre leoneses y portugueses se encendió despues y paró en graves enemistades. Era don Fernando príncipe de grande corazon y bravo; y aunque de costumbres muy suaves, condicion simple, liberal y manso, no dudaba hacer rostro á las armas y poder de dos los reyes de Castilla y de Portugal. Don Alonso, rey de Castilla, al principio del año de nuestra salvacion de 1170 fué á Búrgos para tener Cortes del reino, en las cuales, porque el Rey era entrado en los quince años de su edad, que era el tiempo señalado por el testamento de su padre, y legal para que le entregasen las ciudades, se trató de que se ejecutase así; y con grande voluntad de los grandes y de todos salió decretado se hiciese guerra, así á los señores si no obedeciesen á la voluntad del Rey, como al rey don Fernando, su tio, que tenia todavía con guarniciones ocupada una parte no pequeña del reino; pero esta guerra, á causa de otras dificultades, se dilató mucho. Los grandes, interesados por no ser acusados de traidores y porque no les quedaba excusa alguna para no hacello, entregaron al Rey los castillos, fuerzas y lugares que tenian en su poder. Entre los primeros hizo esto don Fernando de Castro; dado que desconfiado de la voluntad del Rey por estar

muchos grandes irritados coutra él y la parcialidad | Aragon ofendido del mismo, y pretendia hacelle guerra,

contraria apoderada del gobierno, determinó dejar la tierra; y públicamente renunciada la patria, conforme á lo que entonces los españoles usaban, se retiró á tierra de moros, ca decia que el destierro seria tolerable, principalmente al que se hallaba inocente y no habia hecho vileza alguna; pero que él haria que al que no querian por amigo experimentasen serles enemigo muy grave. Muchas veces la paciencia ofendida se muda en furor; así, don Fernando, agraviado con muchas injurias como él se quejaba, no dejaba de hacer muchos daños en tierras de cristianos. Tratóse demás desto en las Cortes de Burgos del casamiento del Rey por ser la edad á propósito y tener todos grande cuidado de que quedase dél sucesion. Enrique, segundo deste nombre, rey de Ingalaterra, muy poderoso á la sazon, abrazaba debajo de su señorío lo de Angers y Normandía en Francia y toda Ingalaterra; y su mujer doña Leonor en dote le ayuntó á los demás estados lo de Guiena y Portiers, como arriba queda dicho. Parecíales á los grandes que seria á propósito Leonor, hija destos príncipes, doncella muy escogida, para casalla con su Rey, si su padre viniese en ello. Don Alonso, rey de Aragon, con deseo de verse con el rey de Castilla, su primo, y que era casi de la misma edad, vino á Sahagun; allí se puso confederacion entre aqueHlas dos naciones. Hecho esto, los dos reyes, mediado el mes de julio, fueron á Zaragoza; desde allí se envió una embajada muy principal á Francia para tratar lo del casamiento del Rey. La cabeza desta embajada era don Cerebruno, arzobispo de Toledo; acompañábale don Ramon, obispo de Palencia, con otros prelados y caballeros en gran número. Llegados á Burdeos, do estaba la reina de Ingalaterra con su hija, fácilmente alcanzaron lo que pretendian. Concertáronse las bodas, la doncella vino á España, y en su compañía, no solo los que envió el rey don Alonso, sino tambien se juntaron con ellos Bernardo, prelado de Burdeos, y otros señores de Francia. Entre tanto que esto pasaba en Francia, en España entre los dos reyes de Castilla y de Aragon se hizo liga y avenencia en que se juntaban las fuerzas de los dos reinos contra todos los príncipes, sacado solo el de Ingalaterra, en que se tuvo respeto al nuevo parentesco. Para confirmar este concierto y palabra de una parte y otra se dieron algunos pueblos para que en poder del otro estuviesen como en rehenes y en tercería: al de Aragon dieron á Najara y Biguera, á don Alonso, rey de Castilla, Hariza y Daroca, que por aquel tiempo tambien, como ahora, pertenecian al reino de Aragon. La doncella esposa del rey de Castilla llegó finalmente á Tarazona. Allí, como antes tenian concertado, se hicieron los desposorios con grandes regocijos por el mes de setiembre. El rey de Aragon fué el padrino; las arras que dieron á la esposa fué gran parte de Castilla, Búrgos, Medina del Campo con otros lugares en gran número; fuera desto, le consignaron la mitad de todo lo que se ganase de los moros. El Rey, aficionado á la hermosura de su esposa, que era apuesta y agraciada, como era de poca edad, parecia querer en liberalidad demasiada aventajarse á los reyes pasados. Lope, rey moro de Murcia, tenia confederacion y amistad con el rey de Castilla, porque hallo tambien que por estos años vino á Toledo. Estaba el rey de

porque rebusaba de pagar las parias que acostumbraba dar á don Ramon, su padre. Concertóse que aquel Rey bárbaro le quedase sujeto á tal que él desistiese de favorecer á los macemutes, bando entre los moros contrario al rey Lope. Ibase por estos tiempos despeñando el imperio de los moros en España, por estar dividido en parcialidades, en especial la ciudad de Murcia muchas veces andaba alborotada con discordias civiles. Despedidos entre sí los dos reyes y concluidas las fiestas de Tarazona, las bodas se celebraron en Búrgos con aparato increible, y concurso de gentes no menor. Acabadas las fiestas, se dió licencia á la compañía de á caballo de los de Avila que hasta entonces acompañaron y guardaron al Rey. A la ciudad de Avila, por la fidelidad que guardó muy grande en tiempos tan ásperos, otorgó el Rey grandes y señalados privilegios, Concluidas estas cosas, el Rey y Reina se partieron para Toledo. En el mismo tiempo el rey de Aragon procuró y hizo que la cabeza del mártir san Valerio, obispo que fué de Zaragoza, desde Roda do estaba fuese llevada á Zaragoza. Vino en ello, por dar contento al Rey, don Guillen Perez, obispo de Lérida y de Roda. Doña Garsendis, princesa de Bearne, muertos su padre y hermano, á ejemplo de sus autepasados, hizo su hoinenaje al rey de Aragon; y en particular renovó la confederacion hecha antes, en que se mandaba no se pudiese casar sin voluntad del Rey. Los obispos Bernardo, de Oleron, y Guillelmo, de Lescar, fueron los que hicieron los conciertos en su nombre. Algunos piensan que casó, y fué mujer de Guillen de Moncada, hombre principal en Cataluña y senescal; cosa que no se puede probar con bastantes fundamentos, y que nos pareció seria mejor de alla sin resolver que poner por cierto en lo que dudamos.

CAPITULO XII.

De la confederacion que se hizo contra don Pero Ruiz de Azagra.

Entre las ocupaciones y ejercicios de la paz no se dejaba el cuidado de la guerra, en especial las reliquias de los moros eran trabajadas por las armas de los aragoneses de tal guisa, que apenas les quedaba por aquella parte lugar en que pudiesen estar seguros. En Edetania la Vieja, á las riberas del rio Alga, los pueblos Favara, Maella, Fresneda y otros muchos fueron con el próspero suceso de las guerras quitados á los moros; demás desto, Caspe, villa muy fuerte junto al rio Ebro. Quedaba por conquistar una parte del monte Idubeda en los confines de la Edetania y de la Celtiberia, porque gran número de moros, confiados en la fortaleza y fragura de los lugares, se habian retirado á aquella parte. A los fieles por la aspereza de los montes era dificultosa la empresa y la entrada; con el esfuerzo vencieron todas las dificultades y echaron de aquellos lugares á los enemigos, juntamente se apoderaron de la ciudad de Teruel, que es lo postrero de Aragon. Así el señorio de los moros por aquella parte desde allí adelante tuvo por término y lindero la tierra y reino de Valencia. En el mismo tiempo Pero Ruiz Azagra, hijo de Rodrigo Azagra, señor que era de Estella, como arriba queda dicho, por cierta ayuda que dió á Lope, rey de Murcia, le obligó de tal suerte, que alcanzó dél que le hi

ciese donacion de Albarracin, ciudad puesta en un monte áspero y fragoso á las fuentes del rio Tajo. Poco despues para que aquella ciudad tuviese mas autoridad, Jacinto, cardenal y legado del Papa, y por su órden Cerebruno, prelado de Toledo, pusieron el año 1171 en ella por obispo á uno, Hamado don Martin, con órden que la nueva iglesia fuese sufragánea de Toledo; llamaron el nuevo obispado arcabicense. A este obispado despues por voluntad de Inocencio IV, pontifice máximo, y de Alejandro IV, su sucesor, aplicaron la ciudad de Segorve en el tiempo que volvió á poder de cristianos y la hicieron cabeza de aquella diócesi. Estaban los reyes de Castilla y de Aragon ofendidos contra Pedro de Azagra, por causa que el rey de Aragon pretendia que la ciudad de Albarracin le pertenecia como de su conquista. Don Pedro, como se tuviese por libre y exempto, no queria hacer homenaje á ningun principe. Quejábase el rey de Castilla que en sus tierras el dicho don Pedro se apoderara de algunos castillos; decia era justo con las armas de los dos y por voluntad de entrambos domar la soberbia y insolencia de aquel hombre y sus demasías. Para confirmar este concierto se dieron los dos reyes en rehenes algunos lugares de ambas partes; al rey de Aragon entregaron á Agreda, Cervera y Aguilar; al rey de Castilla Aranda, Borgia y Argueda. Concertaron otrosí que Hariza con su castillo fuese entregada al rey de Castilla, segun que en la confederacion pasadà quedó concertado. El ánimo era diferente, y no eran llanos estos tratos, porque como fuese entregada por industria de Nuño Sanchez sin que el rey de Aragon en particular lo mandase, fué ocasion de grandes discordias. Verdad es que solamente se alteraron los ánimos y no se pasó á mas que palabras. Esta discordia fué ocasion de confirmar las fuerzas de Pedro de Azagra, ca ninguno de los dos le hizo guerra, y el rey de Aragon, menospreciada la afinidad de Castilla y casamiento que su padre dejó concertado, comenzó á tratar de hacer un nuevo casamiento, de que se agradaba mas. Envió sus embajadores á Emanuel Comneno, emperador de Constantinopla, pa ra pedirle á su hija por mujer. Hallábase demás desto alterada Aragon por la muerte de Hugo Cervellon, prelado de Tarragona, al cual, porque defendia los derechos de su iglesia, dió la muerte Guillen Aguilon. Era este Guillen hijo de Roberto, persona noble y que por donacion de Ondegario, prelado de aquella ciudad, alcanzó el señorío de Tarragona, y á causa de tener pocas fuerzas la entregara á dou Ramon, conde de Barcelona y padre del rey de Aragon, con retencion para sí de parte de las rentas. Su hijo Guillen, ensoberbecido por esta causa mas de lo que pedia el estado y fuerzas que tenia, se atrevió hacer tan gran maldad. Por la muerte de Hugo sucedió Pedro Tarrogio, que era obispo de Zaragoza. La muerte de Hugo fué á 22 de abril del año ya dicho, que fué otrosí año señalado por la muerte de santo Tomás, cantuariense, que por la misma causa mataron ciertos sacomanos malamente en Ingalaterra dentro de su iglesia; canonizóle y púsole en el número de los santos Alejandro III como á mártir muerto, injustamente. Y parece que en España se le comenzó á hacer luego honra como á santo, pues consta de antiguas memorias que en la iglesia mayor de Toledo no mas de seis años adelante hobo altar con

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nombre de Santo Tomás, que el conde don Nuño y su mujer doña Teresa dotaron de los heredamientos que tenian en Alcabon. Devocion que yo entiendo se hizo por respeto de la santidad del mártir y por agradar de camino á la Reina, que era natural de aquella tierra, y hermana del rey Enrique III, que le hizo matar. Hay grandes razones para entender que aquel altar estuvo donde al presente se ve la capilla de Santiago, en que está magníficamente sepultado el condestable don Alvaro de Luna. Lope, rey de Murcia, falleció el año 1172. Su muerte dió ocasion y despertó al rey de Aragon para que hiciese guerra á los moros de aquella comarca. Pensaba que por faltarles aquel Príncipe tan señalado podria fácilmente destruir á los demás. Comenzó primero por Valencia, cuyo Rey por temer las fuerzas del Aragonés, su contrario, fué forzado á comprar la paz por dineros y prometer que las parias que acostumbraba antes pagar las daria para adelante dobladas. Desde allí pasó la guerra á Murcia, y se puso sobre la ciudad de Játiva, que era principal en aquel tiempo. Estaba casi para tomalla cuando fué forzado á dar la vuelta á su tierra, porque los de Navarra le movian guerra en muy mala sazon, pues le apartaban de una empresa tan santa; pero los hombres suelen tener mas cuenta con su interés particular que con la religion ni con hacer lo que deben. Solamente se hicieron treguas con el nuevo rey de Murcia á tal que pagase el tributo que su padre acostumbraba & pagar. Hecho esto, el rey de Aragon dió la vuelta hácia Navarra sañudo asaz; no se vino á las manos y al trance de la batalla, porque cada una de las partes rebusaba de aventurar todo lo que era en el suceso de una pelea; solo el rey de Aragon por la parte de Tudela entró en Navarra talando los campos y robando lo que hallaba, y redujo á su poder la villa de Argueda. Esto se hizo al fin deste año, el cual pasado y venido el siguiente, que se contaba de Cristo 1173, de nuevo volvieron á las armas y á la guerra, en que los aragoneses destruyeron y abatieron la villa de Milagro, puesta entre Calahorra y Alfaro; porque desde allí como desde frontera se hacian muchos daños en tierra de Aragon. Debió adelante este pueblo reedificarse, pues el dia de hoy vemos que está en pié. Falleció doña Petronilla, madre del rey de Aragon, en Barcelona á 13 dias del mes de octubre. Al principio del siguiente año, 18 dias andados del mes de enero, en Zaragoza se hicieron en fin las bodas del rey de Aragon y de doua Saucha, que el padre del Rey dejó concertadas; y aunque el esposo estaba arrepentido y mudado, todavía mudada de nuevo la voluntad, antepuso la afinidad y deudo de los reyes de Castilla, en que se contenian muchos parentescos de otros reyes y comodidades, al casamiento y parentesco forastero del Emperador, de donde poca ayuda se podia esperar. Efectuó, como yo creo, todo esto Jacinto, legado del Papa, ca no hay duda sino que se halló presente en la solemnidad de las bodas. La hija del Emperador griego casi en este mismo tiempo sazon llegó á Mompeller, ciudad de la Gallia Narbonense; allí, por hallarse burlada y por no poder mas, casó con el señor de aquella ciudad, que fué un trueco muy desigual de Reina en particular.

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