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sus aventajadas partes, tomó la mano, y habló al Rey en esta forma: «No con menos piedad y alegría hablaré agora, que poco antes en aquel sagrado altar dije misa por vuestra salud y vida; confio que con el mismo ánimo vos me oiréis. Este es el tercer año despues que por el testamento de vuestro padre fuimos puestos por vuestros tutores y gobernadores del reino. Cuanto hayamos en esto aprovechado quédese á juicio de otros. Esto con verdad os podemos certificar que ningun trabajo ni peligro de nuestras vidas hemos excusado por esta causa, por el bien y pro comun destos vuestros reinos. Hablar de nuestras alabanzas es cosa penosa y ocasion de envidia; no puedo empero dejar de avisar como hasta ahora siempre hemos conservado la paz y el reino ha estado en sosiego, que es de estimar asaz en tanta variedad de pareceres y voluntades. En nuestro gobierno ni sangre ni muerte de alguno no se ha visto, cosa que se debe atribuir á milagro y á vuestra buena dicha y felicidad, que plegue á Dios sea así y se continúe en lo restante de vuestro reinado. Con los moros, enemigos perpetuos de la cristiandad, habiéndose rebelado para eximirse de vuestro imperio, hicimos nueva confederacion. Aplacamos con treguas los ánimos feroces de los portugueses. Honramos como convenia y granjeamos con todas buenas obras y correspondencia á los franceses, ingleses y aragoneses. Dirá alguno que los pueblos están irritados y gastados con-nuestras imposiciones. ¿Cómo puede ser esto, pues para aliviallos redujimos el alcabala á la mitad menos de lo que antes pagaban, es á saber, á razon de uno por veinte? Todo á propósito de acudir á las necesidades del pueblo y atajar sus quejas y disgustos. Así, muchos que se habian desterrado de sus tierras y desamparado sus haciendas por la violencia y crueldad de los alcabaleros, se hallan al presente en sus casas. Dirá otro que los tesoros y rentas reales están consumidas y acabadas. No lo podemos negar; pero de otra suerte ¿cómo se pagaran las deudas y las obligaciones que quedaban y se apaciguaran las alteraciones de la nobleza y del pueblo si no fuera con hacelles mercedes y acrecentalles sus gajes? Que si pareciere demasiado, ¿quién quita que no lo podais todo reformar como pareciere mas expediente, asentadas las cosas de vuestro reino? Ningun pueblo hasta la menor aldea hallaréis enajenada; todo está tan entero como antes. De suerte que ninguna cosa falta para vuestra felicidad y para nuestra alegría sino lo que hoy se hace, que concluida tan larga navegacion, llegados al puerto despues de tantos peligros y á salvamento, caladas las velas y echadas anclas, muy de gana descansemos en vuestra prudencia y benignidad, seguros y ciertos que si en tanta diversidad de cosas algo se hobiere errado, sin que sea menester intercesor ni tercero, vos mismo lo perdonaréis. Esto tambien aumentará vuestra gloria, que hayais tenido por tutores personas que con las mismas virtudes de templanza, prudencia y diligencia con que han hecho guerra á los vicios y llevado al cabo cosas tan grandes, podrán de aquí adelante sufrir la vida particular, su recogimiento y sosiego. » A estas razones respondió el Rey en pocas palabras: «De vuestros servicios, de

vuestra lealtad y prudencia todo el mundo da bastante testimonio. Yo mientras viviere no me olvidaré de lo mucho que os debo, antes estoy resuelto que como hasta aquí por vuestro consejo he gobernado mi persona, así en lo de adelante ayudarme de vuestros avisos y prudencia en todo lo que concierne al gobierno de mi reino. » Concluido este auto, se trataron otros negocios. Muchos extranjeros pretendían las prebendas eclesiásticas destos reinos, tanto con mayor codicia y maña cuanto las rentas son mas gruesas. En las provisiones que dellas se hacian por el Pontífice no se tenia cuenta ó poca con los méritos, ciencia y bondad de los proveidos. Muchas veces y en diversos tiempos se trató en las Cortes de remediar este grave daño y de suplicar al Padre Santo no permitiese se continuase mas el desórden. Últimamente en las Cortes de Guadalajara, como se dijo de suso, se propuso y apretó con mayor cuidado este negocio de los extranjeros. Parecia cosa muy fea y cruel que desfrutasen las iglesias gente que ni ellos ni sus antepasados las ayudaron en cosa alguna ni las podrian ayudar. Continuaban, sin embargo, las provisiones de la manera que antes, ca los papas no llevaban bien que les atasen las manos. Los gobernadores del reino, visto esto, proveyeron los años pasados que se embargasen los frutos que poseian los extraños. Por esta causa á instancia del Nuncio se trató en las Cortes que para la coronacion del Rey se juntaran muy de propósito este punto. Hobo consultas diferentes, muchas demandas y respuestas sobre el caso. La resolucion finalmente fué que los extraños no pedian razon en lo que pretendian, y que lo proveido se llevase adelante. Pero como quier que muchos cortesanos pretendiesen tener parte en los despojos y alcanzar del Papa aquellas y semejantes gracias, hicieron tal y tanta instancia para que no se ejecutase aquel decreto, que al fin por entonces fué forzoso disimular. La edad del Rey era deleznable, y las nego-. ciaciones grandes en demasía. Todavía para resolver con mas acuerdo este punto de las extranjerías y otros negocios graves que instaban, acordaron se aplazasen. de nuevo Cortes generales del reino para la villa de Madrid. Entre tanto que las Cortes se juntaban, á instancia de los vizcaínos, que mucho lo deseaban, el nuevo Rey fué en persona á tomar la posesion del señorío de Vizcaya. Jentáronse los principales de aquel estado. Otorgóles que á ejemplo de Castilla, donde todavía se continuaba esta antigua y dañada costumbre, pudiesen decidir y concluir sus pleitos, que eran asaz, por las armas y desafío. Lo que hizo á este año muy señalado fué la navegacion que de nuevo, á cabo de largo tiempo, se tornó á hacer á las Canarias. Armaron los vizcaínos, en que hicieron grande gasto, costearon con sus naves las marinas de España, alargáronse despues al mar, descubrieron las Canarias, reconociéronlas todas, informáronse de sus nombres, de sus riquezas y frescura. Surgieron en Lanzarote y saltaron en tierra, vinieron á las manos con los isleños, prendieron al Rey, á la Reina y ciento y setenta de sus vasallos. Con tanto dieron la vuelta á España, cargados los bajeles, demás de los cautivos, de pieles de cabras y alguna cera, de que aquellas islas tienen abundan

cia, para muestra de los trajes, de los frutos y ferti-hacedero reformar el gran número de compañías de

lidad de la tierra y del útil que se podria sacar si continuasen las navegaciones, á propósito de sujetar aquellas islas á la corona de Castilla, como finalmente se hizo.

CAPITULO II.

De las Cortes de Madrid.

En este medio, conforme al órden que se dió, acudieron á Madrid y se juntaron los tres brazos, gran número de obispos, grandes y los procuradores de las ciudades. El Rey asimismo, asentadas las cosas de Vizcaya y pasados los calores del estío en la ciudad de Segovia por su mucha templanza, llegó á Madrid por el mes de noviembre. En la primera junta habló á los congregados en pocas razones esta sustancia. Despues de loar á su padre y declarar el estado en que el reino se hallaba, dijo tenia muchos ejemplos y muy buenos de sus antepasados para gobernar bien sus estados. Que en su menor edad, si bien el reino se mantuvo en paz con los extraños, pero llegó á punto de perderse por las discordias y alteraciones de los naturales. Lo que por razon de los tiempos se estragó era razon concertallo con su autoridad y por el consejo de los que presentes se hallaban. En la traza de su gobierno se pretendia apartar de los caminos y inconvenientes en que sus buenos vasallos tropezaron, en especial pondria todo cuidado en que ni la ambicion hallase entrada ni el dinero qué comprar. Sobre todo deseaba poner en su punto las leyes y dar toda autoridad á los tribunales que la libertad de los tiempos les quitaran. Las rentas reales estaban consumidas y acabadas; para remedio deste daño se podia tomar uno de dos caminos, imponer nuevos tributos en los pueblos ó revocar las donaciones que sus tutores hicieron con buen ánimo y forzados de la necesidad, mas en gran perjuicio de su patrimonio real; en todo empero pretendia usar de blandura y clemencia, á que su edad y su condicion mas le inclinaban que á rigor ni á severidad. El razonamiento del Rey y sus concertadas razones agradaron asaz á los que presentes se hallaron; si bien se dejaba entender que por su boca hablaban sus privados y cortesanos, los que en su nombre y por su mano lo gobernaban todo á su voluntad, no sin grave ofension de los demás, como es ordinario que unos se mueven por envidia, otros por el menoscabo de la autoridad real. Los que mas cabida tenian y alcanzaban con el Rey eran tres: Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo de la casa real, Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor, y Ruy Lopez Dávalos, su camarero mayor. Tenian entre sí conformidad, entre privados cosa semejante á milagro. Su mayor cuidado enfrenar la edad deleznable del Rey, mirar por el gobierno en comun, y en particular amparar á los pequeños contra las demasías de los grandes. Preguntados los procuradores en qué manera se podria acudir al reparo de las rentas reales, dieron por respuesta que el pueblo estaba tan cargado de imposiciones y tan gastado por causa de las revueltas pasadas, que no podrian llevar se mentase de cargalles con nuevos tributos. Todavía les parecia que de las ventas y mercadurías se podria acudir al Rey á razon de uno por veinte. Que seria todavía mas fácil y

soldados que por sus particulares los señores sustentaban y entretenian á costa del comun; por lo menos les abajasen las pagas y sueldo conforme al que se daba en tiempo de los reyes pasados; lo mismo de las pensiones que los señores cobraban. Este medio pareció el mas acertado y mas fácil, demás que se reformaron y borraron de los libros del Rey las pensiones y acostamientos que en tiempo de la menor edad del Rey ó se concedieron de nuevo ó en gran parte se acrecentaron. Ofendiéronse muchos con esta determinacion, qué es¬ taban mal acostumbrados al dinero del Rey, pero era la querella de secreto, que en lo público todos aprobaban el decreto. Hecho esto, se celebraron las bobas del Rey con su esposa la reina doña Catalina por haber llegado á edad de poderse casar legalmente; lo mismo se hizo en el casamiento del infante don Fernando con doña Leonor, condesa de Alburquerque, su esposa, concertado de antes, y no efectuado por las razones que arriba se tocaron. Las alegrías, como se puede entender, fueron muy grandes, con que las Cortes de Madrid se concluyeron y despidieron. El Rey al principio del año de 1394, por causa de la peste que comenzaba á picar en Madrid, se partió para Illescas, villa de buena comarca y de aires saludables, puesta entre Toledo y Madrid á la mitad del camino. Convidado el arzobispo de Toledo con la ocasion del lugar, que era suyo, fué á hacer reverencia al Rey, que le recibió muy bien, y á él fué fácil volver á la autoridad y cabida que antes tenia, por su buena gracia y maña en granjear la gracia de los príncipes y de los cortesanos. El arzobispo de Santiago, su gran contendor, llevó muy mal esta venida y privanza, en tanto grado, que con ocasion fingida, á lo que se decia, de su poca salud se salió de la corte y se fué á Hamusco, villa suya en Castilla la Vieja, mal enojado contra el Rey y contra el de Toledo, y aun resuelto de satisfacerse, si ocasion para ello se le presentase. Fueron estos dos prelados en aquella era los mas señalados del reino, dotados de prendas y partes aventajadas, ingenio, sagacidad, diligencia, bien que las trazas eran bien diferentes. Parece por la ocasion que el lugar nos presenta será bien declarar en breve sus condiciones y naturales. La nobleza, la edad, la elocuencia, la grandeza de ánimo eran casi iguales; los caminos por donde se enderezaban eran diferentes. El de Santiago usaba de caricias, astucia y liberalidad; el de Toledo se valia de su entereza, en que no tenía par, y de otras buenas mañas. El primero hacia placer y granjeaba la voluntad de los grandes; el otro se señalaba en gravedad y mesura y severidad. El uno daba, el otro tenia mas que dar; aquel amparaba á los culpados y los defendia, el de Toledo queria que los ruines fuesen castigados. El uno era solícito, vigilante, favorecia á sus amigos, y á nadie negaba to que estuviese en su mano; el otro ponia todo cuidado en la templanza, reformacion y todo género de virtudes. Al uno punzaba el dolor por la iglesia de Toledo, que los años pasados le quitaron á tuerto y contra razon, como él se persuadia; al de Toledo acreditaba habella alcanzado sin pretension ni trabajo; era respetado y temido de sus contrarios por su valor, y si bien diversas veces le armaron lazos y cayó en sus manos, siempre se li

bró dellas, y con los rayos de su luz deshizo las tinieblas de muchas celadas que sus émulos le paraban.

'CAPITULO III.

De la muerte del maestre de Alcántara.

no era justo ni necesario que él los firmase; el de Gijon antes de firmar pretendia que el de Portugal le entregase los pueblos que con su mujer le señalaron en dote; el uno tomaba la firma por torcedor, y el otro por punto de honra; caminos que suelen desbaratar grandes negocios. Volviéronse los embajadores sin alcanzar cosa alguna, no sin recelo que las cosas, llegasen á rompimiento. Nueva ocasion, que por cierto accidente resultó de mayor cuidado, hizo que no se reparase tanto en el desgusto de Portugal, Don Martin Yañez de la Barbuque fué en Portugal, do nació, clavero de Avis, los años pasados en tiempo del rey don Juan se desterró de su patria y dejó el lugar que tenia por seguir las partes de Castilla en las guerras que andaban sobre aquella corona de Portugal. Debia estar desgustado con su maestre, o pretendia aventajarse en rentas y autoridad, que de su ingenio no sé si se puede y debe creer se moviese por la justicia de la querella. Finalmente, ayudó al rey de Castilla y se halló en aquella memorable jornada de Aljubarrota. En premio de sus servicios y recompensa de lo que dejó en su natural, se dió árden como le hiciesen maestre de Alcántara, con que se acrecentó en autoridad y renta. Era de ingenio precipitado, voluntario y resoluto. Avino que un ermitaño, por nombre Juan Sago, tenido por hombre santo á causa de la vida retirada que por mucho tiempo hizo en el yermo, le puso en la cabeza que tenia revelacion alcanzaria grandes victorias contra moros, singular renombre y muy poderoso estado, si desafiase aquella gente en comprobacion de la verdad de la religion católica. Dejóse el Maestre persuadir fácilmente por frisar con su humor aquel dislate. Envió personas á Granada que retasen aquel Rey á hacer campo con él, con órden que si este riepto no se recibiese, ofreciesen que entrasen en la liza veinte, treința ó cien cristiános, y que el número de los moros fuese en cualquier destos casos doblado; que por la parte que la victoria quedase, aquella religion y creencia se tuviese por la acertada, temeridad y desatino notable. Los moros fueron mas cuerdos ; maltrataron y ultrajaron á los embajadores, sin hacer dellos algun caso. El Maestre, mas indignado por esto y confiado en la revelacion del ermitaño y la justicia de su querella, se determinó con las armas romper por la frontera de moros. Ninguna cosa tiene mas fuerza para alborotar el vulgo que la máscara de la religion; reseña á que los mas acuden como fuera de sí, sin reparar en inconvenientes. A la fama pues de la empresa que el Maestre tomaba le acudió mucha gente, no de otra guisa que si tuvieran en las manos la victoria. Pasaron alarde de mas de trecientos de á caballo, hasta cinco' mil peones de toda broza, los mas aventureros, mal armados, sin ejercicio de guerra, finalmente, mas canalla que soldados de cuenta. Desque el Rey supo lo que pasaba procuró apartalle de aquel intento. Asimismo los hermanos Alonso y Diego Fernandez de Córdoba, señores de Aguilar, caballeros de mucha cuenta, ya que marchaba con su gente, le salieron al camino para con sus buenas razones y autoridad divertille de aquel dislate. «¿Dó vais, dicen, Maestre, á despeñaros? ¿Por qué llevais esta gente al matadero? Vuestros pecados os ciegan, estos pobrecillos nos lastiman, que preten

Sentian mucho los grandes y caballeros les reformasen los gajes y acostamientos que cada un año tiraban de las rentas reales, de que resultaron en Castilla la Vieja alteraciones y revueltas en esta manera. El duque de Benavente se salió de Madrid mal enojado; apoderába-da, se de las rentas reales y eclesiásticas en todas las partes que podia. La pequeña edad del Rey y los tiempos daban ocasion á estas demasías y desórdenés. Despacharon al mariscal' Garci Gonzalez de Herrera que le reportase y pusiese en razon y juntamente le avisase erá mal término usurpar por autoridad lo que se debia alcanzar con buenos medios y servicios. Llevó asimismo órden de verse con la reina de Navarra y los condes de Gijon y Trastamara, que se mostraban sentidos por la misma causa y tramaban de juntar sus fuerzas y alborotar la tierra. La respuesta del de Benavente al recaudo que le dieron fué que no podia llevar ni era razon que el Rey se gobernase por ciertos hombres que poco antes se levantaron del polvo de la tierra, y que ellos solos tuviesen el palo y el mando. Que esta fué la causa de su salida de la corte, do no pensaba vòlver si no pónian en su poder para su seguridad, como en rehenes, los hijos de aquellos tres personajes mas poderosos de palacio. La respuesta de los otros señores descontentos fué semejable. Diego Lopez de Zúñiga por órden del Rey fué asimismo á verse con el arzobispo de Santiago y amonestalle que, pospuesto todo lo al, se viniese á la corte, ca se entendia traia sus inteligencias con los alborotados. Respondió al mensaje que la enemiga que tenia con el de Toledo, que era antigua y muy notoria, no le daba lugar á hacer presencia en là corte mientras su contrario en ella estuviese. Supo el rey de Navarra lo que en Castilla pasaba, los desgustos y pasiones. Parecióle buena ocasion para recobrar su mujer. Despachó sus embajadores sobre el caso, que hallaron al rey de Castilla en Alcalá de Henares, do era ya ido. Hicieron sus diligencias conforme al órden que traian; mas sin embargo que el Rey estaba torcido con la Reina por inclinarse ella y favorecer á los señores desgustados, todavía tuvieron mas fuerza las excusas que daba, las mismas que antes diera y el respeto que á su persona por ser Reina y tia del Rey se debia. Propusieron que á lo menos les entregase dos hijas que tenia en su compañía para llevallas á su padre. No vino el Rey tampoco en esto, antes dió por respuesta que en tanto que el matrimonio estaba apartado, era justo y puesto en razon que el padre y la madre repartiesen entre sí los hijos para con su presencia llevar mejor la viudez y soledad. Concluido con esta embajada, vinieron de Portugal nuevos embajadores, que en nombre de su Rey con palabras determinadas pidieron firmasen ciertos grandes las capitulaciones de las treguas y asiento que tomaron, que no lo habian querido hacer. Estos eran el marqués de Villena y el conde de Gijon; el de Villena alegaba que, pues no le dieron parte en los conciertos que hicieron

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deís entregarlos á sus enemigos carniceros. Volved, por
Dios, en vos mismo, desistid dese vuestro intento tan
errado, enfrenad con la razon el ímpetu demasiado de
vuestro corazon; que si no tomais nuestro consejo ni
dais orejas á nuestros ruegos, el daño será muy cierto
y el llanto, junto con la mengua de toda la nacion y
reino. » No se doblegó con estas razones su pecho, no
mas que si fuera de piedra. Saca por su divina permi-
sion la ira divina á los hombres de seso, cuando no
quiere que se emboten sus aceros. Rompieron pues por
tierra de moros un domingo 26 de abril. Pusiéronse
sobre la torre de Egea, puesta en la misma frontera,
para combatilla, cuando de sobresalto se mostró el rey
Moro, acompañado de cinco mil de á caballo y de cien-
to y veinte mil de á pié, grande número, pero que se
hace probable por causa que el Moro so graves penas
mandó que todos los de edad á próposito se alistasen.
Los cristianos con la vista de morisma tan grande á la
hora desmayaron. En los de á pié no hobo resistencia
por ser gente allegadiza y porque los moros los apar-
taron de sus caballos. Hirieron en ellos á toda su volun-
tad, los mas quedaron tendidos en el campo; algunos
se salvaron que con tiempo se encomendaron á los piés.
Los de á caballo hicieron el deber, ca arremolinados
entre sí, por una pieza pelearon con valor y tuvieron
en peso la batalla. Sobre todos se señaló el Maestre en
aquel aprieto de valeroso y esforzado, y hizo grandes
pruebas de su persona; mas finalmente, como quier❘
que los enemigos eran tantos, cayó muerto y con él los
demás, sin que ninguno mostrase cobardía ni volviese
las espaldas; pequeño alivio de un revés y de una afren-
ta tan grande, con que la Dominica in Albis, que quie-
re decir blanca, y era aquel dia, se trocó en negra y
aciaga. El cuerpo del Maestre con licencia de los moros
llevaron á Alcántara y le sepultaron en la iglesia mayor
de Santa María en un lucillo, y en él una letra que él
mismo se mandó poner :

AQUI YACE AQUEL EN CUYO CORAZON NUNCA PAVOR TUVO
ENTRADA.

Cierto caballero refirió este letrero al emperador Cárlos V, que dicen respondió: Nunca ese fidalgo debió apagar alguna candela con sus dedos. Era clavero de Calatrava Fernan Rodriguez de Villalobos, hombre de valor y anciano. Juntáronse los caballeros, acudió el Rey con su favor, y nombráronle en lugar del muerto, si bien no era hijo legítimo de su padre, para que fuese maestre de Alcántara, eleccion que mucho sintieron y murmuraron los de aquella órden; pero prevaleció la voluntad del Rey y los muchos servicios y valor del electo. Los moros, aunque agraviados de aquella entrada del Maestre por habelles quebrantado las treguas, todavía antes de romper la guerra despacharon al rey don Enrique un embajador, que le halló en San Martin de Valdeiglesias; allí propuso sus quejas; la respuesta fué que la culpa de aquel caso solo la tenia el Maestre, que su muerte y la de los suyos era bastante emienda, con lo cual los moros se sosegaron.

CAPITULO IV.

De nuevos alborotos que se levantaron en Castilla. Los grandes que en Castilla la Vieja andaban descontentos hacian de nuevo mayores juntas de gentes y de soldados. La voz era para acudir al llamado del Rey, que decian se apercebia en Toledo, do estaba, para acudirá la guerra que de parte de Granada por la causa dicha de suso amenazaba; mas otro tenian en el corazon, que era llevar adelante sus desgustos y pasiones. Avino á la misma sazon que el rey de Castilla volvió á Illescas bien acompañado de gente, de grandes y ricos hombres. El maestre de Calatrava hizo tanto con el marqués de Villena, que le trajo consigo á aquella villa para reconcilialle con el Rey; muchos nobles para honralle desde Aragon le hicieron compañía. Recibióle el Rey con muchas muestras de amor y de contento; que es muy propio de los reyes contemporizar y ganar con caricias y benignidad las voluntades. El Marqués hizo instancia que le restituyesen la dignidad de condestable que tenia por merced del rey don Juan, y los tutores á tuerto la dieron al conde de Trastamara. Hobo el Rey su acuerdo sobre la demanda; respondió era contento de otorgar con lo que pedia, á tal empero que le acompañase á Castilla la Vieja, do era forzoso pasar para poner en razon los que andaban alborotados. Excusóse que no venia aprestado para aquella jornada; con tanto dió vuelta á Aragon con algun sentimiento del Rey, que quisiera tener á su lado un tal varon. Los bullicios de Castilla continuaban y por el mismo caso los agravios que se hacian á la gente menuda y desvalida. Pero visto que el Rey se aprestaba de gente, los grandes, que no tenian fuerzas para resistir á la potencia real, tomaron mejor acuerdo. Diéronles seguridad, y así vinieron á la corte, primero el arzobispo de Santiago, y tras él el duque de Benavente. Alegaron en excusa suya el mucho poder de sus enemigos y sus agravios, que los pusieron en necesidad para su defensa de acompañarse de gente. Ofrecieron de recompensar las culpas con mayores servicios y lealtad. Perdonólos el Rey de buena gana; y aun para mas prendar al de Benavente le señaló de las sus rentas reales quinientos mil maravedís de acostamiento en cada un año y la villa de Valencia en Extremadura en recompensa del dote que le daban en Portugal, á condicion empero que se llegase á cuentas de las rentas reales que por su órden se cobraron los años pasados. La esperanza de sosiego que todos comunmente concibieron con esto se aumentó con la reduccion de don Pedro, conde de Trastamara, que don Alonso Enriquez, su hermano, le aconsejó y persuadió que dejase aquellas porfías y bullicios, que de ordinario paran en mal. Diéronle de acostamiento otra tanta cantía de maravedís; y para igualalle en todo con el de Benavente le restituyeron la villa. de Paredes, que don Alonso, conde de Gijon, contra razon y derecho le tenia usurpada por fuerza. Trataba el Rey de sujetar con las armas al conde de Gijon, que solo restaba de los grandes alborotados, y no tenian esperanza que se dejaria vencer por buenos medios y blandos, tan bullicioso era y tan arrestado de su natural, cuando vinieron por embajadores de don Cárlos, rey de Navarra, el obispo

de Huesca, que era francés de nacion, y Martin de Aivar para intentar, lo que tantas veces acometieron en vano, que la reina doña Leonor volviese á hacer vida con su marido. Lo que la razon no alcanzó, hizo cierto accidente que se efectuase. La Reina estaba muy sentida que la hobiesen acortado gran parte de la pension que tiraba de las rentas reales, por la cual causa se salió de las Cortes de Madrid, en que se tomó este acuerdo, mal enojada. Comunicábase con los grandes que andaban alborotados por la misma razon, y aun se entendia entraba á la parte de los bullicios. El rey de Castilla estaba por esto con ella torcido, que fué la ocasion de despachar de nuevo esta embajada. Avino que el conde de Trastamara, sabido lo que se tramaba contra la Reina acerca de su partida, al improviso se salió de la corte y se fué para la Reina, que moraba en Roa, para asistilla que no se le hiciese fuerza ni agravio. Puso al Rey en cuidado esta partida tan arrebatada no fuese principio de nuevas alteraciones. Sospechose que el de Trastamara se comunicó en lo que hizo y pretendia con el duque de Benavente. Llamóle á la corte, y llegado, le echaron mano y pusieron á buen recado, que fué un sábado 25 de julio. Hecho esto, porque la Reina y el Conde no tuviesen lugar de afirmarse, con la gente que pudo y que tenia aprestada para ir contra el conde de Gijon, á grandes jornadas partió el Rey la vuelta de Roa. No pudo haber á las manos al Conde, que con tiempo se huyó á Galicia. La Reina, visto el riesgo que corria, para aplacar la saña del Rey, sin ponerse en defensa, con sus hijas todas cubiertas de luto, le salió á recebir á las puertas de la villa. Dió sus descargos que no tuvo parte alguna en la partida del Conde, pero que venido á su casa, no era razon dejar de hospedar á su hermano, mayormente que publicaba venia á consolalla en su tristeza y trabajos. Mostró el Rey satisfacerse con sus descargos de tal guisa, que se apoderó de la villa, si bien dejó á la Reina las rentas para que con ellas se sustentase, y á ella mandó que le acompañase á Valladolid, do la inandó poner guardas para que no se pudiese ausentar ni huir. En el entre tanto don Alonso, conde de Gijon, se fortalecia de armas, soldados y vituallas en la su villa de Gijon. Para atajalle los pasos acudió el Rey con toda presteza á las Astúrias. Apoderóse de la ciudad de Oviedo, que se tenia por el Conde. Dende partió para Gijon y puso sobre ella sus estancias. El sitio es tan fuerte por su naturaleza, que por fuerza no la podian tomar. Detenerse en el cerco muchos dias érales muy pesado por ser los mayores frios del año, que en aquella tierra son mayores por ser muy septentrional, demás de muchas enfermedades que picaban en el campo y en los reales. Todavía no fué la jornada en balde, porque durante el cerco el conde de Trastamara se redujo á mejor partido, y con perdon que le dieron vino á los dichos reales. Con el Conde cercado asimismo, visto que no le podian forzar, se tomó asiento á condicion que, fuera de aquella villa de Gijon, en todos los demás pueblos de su estado se pusiesen guarniciones de soldados por el Rey. Ultra desto, que el Conde en persona pareciese en Francia para descargarse delante de aquel Rey, como juez árbitro que nombraban de comun acuerdo, del aleve que se le imputaba; y que la

sentencia que se diese se cumpliese enteramente. Para seguridad del cumplimiento y de todo lo concertado el Conde puso en poder del rey de Castilla á su hijo don Enrique, con que por el presente se dejaron las armas, y el reino se libró del cuidado en que por esta causa es¬ taba.

CAPITULO V.

De la eleccion del papa Benedicto XIII.

Esto pasaba en Castilla en sazon que en Aviñon falleció el papa Clemente á los 16 de setiembre. Los príncipes y potentados, los de cerca y los de léjos, por sus embajadores requirieron á los cardenales de aquella obediencia se fuesen despacio en la eleccion del sucesor. Que su principal cuidado fuese de buscar alguna traza como el scisma se quitase y con esto se pusiese fin á tantos males. A los cardenales no pareció dilatar el conclave y la eleccion. Solo por mostrar algun deseo de condescender con la voluntad de los principes, do comun acuerdo ordenaron que cada cual de los cardenales por expresas palabras jurase, en caso que le eligiesen por Papa, renunciaria el pontificado cada y cuando que hiciese lo mismo por su parte el pontífice de Roma; camino que les pareció el mejor que se podia dar para apaciguar y unir toda la cristiandad. Creo será bien poner en este lugar la forma del juramento que hicieron los cardenales: « Nos, los cardenales de la santa Iglesia romana, congregados en conclave para la eleccion futura, todos juntos y cada cual por sí delante el altar donde es costumbre de celebrar la misa conventual, por el mayor servicio de Dios y unidad de su Iglesia y salud de todas las ánimas de sus fieles prometemos y juramos, tocando corporalmente los santos Evangelios de Dios, que sin algun dolo ó fraude ó engaño trabajarémos y procurarémos con toda fidelidad y cuidado, por cuanto á lo que nos toca ó adelante puede tocar, la union de la Iglesia, y poner fin cuanto en nos fuere al scisma que agora con íntimo dolor de nuestros corazones hay en la Iglesia. Item, que darémos para esto auxilio, consejo y favor al Pastor nuestro y de la grey del Señor, que ha de ser y por tiempo será señor nuestro y vicario de Jesucristo, y que no darémos consejo ó favor directa ó indirectamente, en público ó en secreto para impedir las cosas arriba dichas. Mas que cada uno de nos, cuanto le fuere posible, aunque sea elegido para la silla del apostolado, hasta hacer cesion inclusivamente de la dignidad del papado, guardará y procurará todas estas cosas y cada una dellas y todas las demás arriba dichas; junto con esto todas las vias útiles y cumplideras al bien de la Iglesia y á la dicha union con sana y sincera voluntad, sin fraude, excusa ó dilacion alguna, si así pareciere convenir al bien de la Iglesia y á la sobredicha union á los señores cardenales que al presente son ó por tiempo serán en lugar de los presentes ó á la mayor parte dellos.» Hecho este juramento en la manera que queda dicho, se juntaron los cardenales, número veinte y uno, para hacer la eleccion. Salió con todos los votos, sin que alguno le faltase, el cardenal de Aragon don Pedro de Luna. Su nobleza era muy conocida; su doctrina muy aventajada en los derechos civil y canónico, demás de las muchas legacías,

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