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en posesion del reino de Navarra, á que pretendia tener derecho, como arriba queda tocado. Y por el mismo caso queria satisfacerse de los rey y reina de Navarra, que en todas las ocasiones mostraban la mala voluntad que le tenian, en que últimamente echaron el sello con despojar en su ausencia al conde de Lerin, sin tener respeto que era casado con su hermana y le tenia debajo de su amparo, tanto mas que no quisieron venir en lo que el Rey despues de su vuelta les rogaba, es á saber, que volviesen su estado al conde de Lerin con seguridad que estaria á justicia con ellos y pasaria por la pena en que fuese por los jueces condenado. Era ya llegado á la corte del Emperador don Juan Manuel; no alcanzó empero el lugar y crédito que antes tenia para en las cosas de Castilla; que á los caidos todos les faltan, y las desgracias comunmente van eslabonadas unas de otras. Como se vió desvalido, trató de tornarse á España. Para esto envió á pedir al rey Católico una de dos, ó que le volviese lo suyo y tratase como quien él era, ó que le diese licencia para irse con su mujer y hijos á Portugal; donde no, que no podria dejar de hacer como desesperado las ofensas que pudiese. No se proveyó en lo que pedia, y quedó desterrado de Castilla, y aunque desfavorecido, con mas mano por su grande agudeza y maña de lo que fuera razon para sembrar entre aquellos príncipes disensiones y no dar lugar á que se concordasen, especial que se entendia del cardenal don Bernardino de Carvajal, legado á la sazon del Papa en la corte del Emperador, que él asimismo no terciaba bien en los negocios, sospecha fundada en la inquietud de su ingenio, y poca aficion que sus deudos en estas ocasiones mostraban al servicio y gobierno del rey Católico. Llegó esto á tanto, que el Rey trató con el Papa le removiese de aquella legacía y hiciese volver á la corte romana, como al fin lo alcanzó.

sospecha del Gran Capitan que ponia la mano en este negocio con intento de casar su hija mayor con el Duque, y que pretendia aceptar el cargo de capitan general de la Iglesia que le ofrecian con sesenta mil ducados de entretenimiento al año; pero estas eran sospechas; las demás, sea tramas, sca sospechas, salieron en vano á causa que el César se declaró en breve que queria romper la guerra por el ducado de Milan, y con todas sus fuerzas proseguilla contra la señoría de Venecia; y el rey Católico puso mas diligencia en guardar al duque de Calabria que traia consigo en la corte. Juntamente para atajar inconvenientes mandó al conde de Ribagorza hiciese que el Cardenal se partiese de Nápoles para Roma. Del rey de Francia se tenia el César por agraviado por la ayuda que daba continuamente al duque de Gueldres, y la guerra que le dió por Borgoña al mismo tiempo que el rey Católico pasó en Italia; en que asimismo cargaba al rey Católico, y tuvo por muy sospechosas las vistas que los dos reyes tuvieron en Saona. Sobre todo sentia que el matrimonio entre el príncipe don Cárlos y Claudia no se efectuase; antes por este mismo tiempo se trataba, y aun se concluyó que casase con el duque de Angulema, delfin de Francia, lo cual él procuró estorbar por medio del cardenal de Ruan. Para ello alegaba muchas razones. Ilacia gran fundamento en la concordia que se asentó en Haguenau, donde se dió la investidura de Milan juntamente al Francés y al Archiduque en favor del matrimonio de sus hijos y para que ellos heredasen el estado; que si en lo del casamiento innovasen, la investidura quedaba por el mismo caso revocada. El rey Católico no mostraba hacer mucho caso deste matrimonio, á trueco de asegurar la sucesion del reino de Nápoles en su nieto el príncipe don Cárlos en recompensa de lo de Milan. Como el Francés no diese oidos á las quejas del Emperador, él volvió su pensamiento á casar el príncipe don Cárlos con María, hija del rey de Inglaterra. Este tratado se llevó tan adelante, que quedó de todo punto concertado, hasta señalar el dote á la doncella de docientos y cincuenta mil escudos de oro, y el tiempo y lugar, cuándo y dónde se habian de celebrar las bodas. Sacóse por condicion que se pidiese el consentimiento al rey Católico y á la reina doña Juana; pero que todavía con él y sin él se hiciese. Deseaba el rey de Inglaterra que este matrimonio que le venia tan bien se efectuase; sin embargo, mucho mas atendia á ganar al rey Católico por el gran deseo que tenia de casar él mismo con la reina de Castilla, pretension por muchas razones muy fuera de camino y de órden. El rey Católico le entretenia con buenas esperanzas porque no se desbaratase el matrimonio que tenian concertado de su hija doña Catalina con el príncipe de Gales; mas el Inglés entretenia esto con maña con intento que aquella dilacion fuese como torcedor para que el suyo se efectuase, que era una maraña y una complicacion extraordinaria de humores, enfermedad muy comun de príncipes. La muerte, que muy en breve sobrevino al Inglés, cortó todas estas tramas. Muchos decian que el rey Católico pretendia casar á la reina doña Juana con su cuñado Gaston de Fox, y con sus fuerzas y las de su tio el rey de Francia ponelle

CAPITULO XII.

Tratóse que el príncipe don Cárlos viniese á España.

Declaróse el Emperador que los aparejos que hacia se enderezaban no para emprender lo del reino de Nápoles, como se sospechaba y decia, sino para romper la guerra contra el rey de Francia por el estado de Milan, dado que por parte del rey Católico y del Papa se hacia instancia para que se asentase la paz entre aquellos príncipes, por lo menos se concertasen treguas; en que el Emperador no venia sino con partidos muy aventajados y que no se admitian. Para el gobierno de Flándes, que tenia á su cargo, dejó á la princesa Margarita, su hija. Púsose en camino para pasar en Italia por el mes de enero, principio del año que se contaba de nuestra salvacion de 1508, y por el mes de hebrero llegó á Trento. En aquella ciudad, hecha cierta ceremonia que suelen allí hacer los reyes de romanos cuando se van. á coronar, se intituló electo emperador, ca hasta este tiempo solo se intitulaba rey de romanos. Llevaba por su general al marqués de Brandemburg. La gente que con él iba era tan poca, que poco efecto se podia della esperar. Así en muy breve se desbarató todo el campo. Comenzóse la guerra por el valle de Cadoro, que era de venecianos. El Emperador tuvo aviso que

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cinco mil suizos pasaban al sueldo del rey de Francia. Para impedir esto dió la vuelta á Suevia, do se tenia dieta de la liga de Suevia, y sin hacer nada acudió luego á Lucemburg, porque sabia que el rey de Francia enviaba gente por aquella parte; vergonzosa variedad en príncipe tan grande, que era la causa de no acabar cosa alguna. Con su ida la mayor parte de los alemanes que quedaba en Cadoro se derramaron, y dos mil que restaban, fueron desbaratados y muertos por la gente de venecianos, que cargó un dia sobre ellos antes del alba. De muy diferente manera encaminaba sus acciones el rey Católico; no obstante que estaba muy arraigado en la posesion del gobierno de Castilla, no se descuidaba, como el que sabia muy bien las mudanzas que suelen tener las cosas, además que muchos obstinados en su opinion antigua deseaban novedades. Entre estos se señalaban mucho los obispos el de Badajoz, que se llamaba don Alonso Manrique, hijo del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, y el de Catania, hermano de Pero Nuñez de Guzman, clavero de Calatrava, los cuales despues que se declararon por el rey don Filipe, nunca tuvieron aficion al rey Católico, conforme al refran: Despues que te erré, nunca bien te quise. Por el mismo caso no tenian esperanza de medrar en tanto que el gobierno no se mudase. El Papa á peticion del Rey cometió al arzobispo de Toledo y obispo de Burgos procediesen contra estos dos prelados. El de Badajoz se quiso huir á Flándes; prendióle cerca de Santander por órden del Rey Francisco de Lujan, corregidor de las cuatro villas de la costa en la merindad de Trasmiera. Estuvo algun tiempo detenido en la fortaleza de Atienza, despues fué remitido al arzobispo de Toledo conforme al órden del Papa. Hacia oficio de embajador por el rey Católico en Alemaña el obispo de Girachi don Jaime de Conchillos, y conforme al órden que tenia, hacia grande instancia con el Emperador que enviase al príncipe don Cárlos á España para que se criase en ella y aprendiese las costumbres de aquella nacion, que era el verdadero camino para asegurar la sucesion en aquellos reinos tan grandes. Que en los dias del rey Católico no corria peligro; mas si Dios le llevase, ausente el Príncipe, nadie podia asegurar que los grandes no acudiesen al infante don Fernando que conocian, y que revuelto lo de España, no se perdiese lo de Italia. Prevenia el rey Católico con su grande seso los inconvenientes que despues resultaron por no conformarse con él en esto el Emperador, que nunca quiso dar lugar que el Príncipe viniese á España si no fuese que le diese á él parte en el gobierno y en las rentas del reino, con que pensaba remediar su pobreza y acudir á sus empresas, que eran muchas y sobrepujaban su posibilidad. Para esto, entre otras cosas, pretendió que mil y quinientos soldados, que por órden del rey Católico servian al de Francia, se pasasen á su servicio; pero el rey Católico envió á Alonso de Omedes para que sosegasen y no hiciesen alguna novedad. Obedecieron ellos no obstante que el marqués de Brandemburg los declaró por rebeldes como si fueran vasallos del Emperador. Todo esto se enderezaba á la pretension que tenia del gobierno de Castilla. Enconáronse los negocios de nuevo por causa que el rey

Católico no quiso que Andrea del Burgo, que volvia con cargo de Embajador, entrase en España, desvío que el Emperador tomó muy mal. Por este mismo tiempo el rey de Portugal don Manuel con gran gloria de su nacion extendia su fama por todas las partes de levante; continuaba su navegacion con las armadas que cada año enviaba, y sus capitanes no cesaban de ganar cada dia nuevas victorias por aquellas partes tan distantes. Los reyes de Calicut y Camba ya eran los mayores contrarios que los portugueses tenian por aquellas tierras, y por consiguiente declarados enemigos del rey de Cochin y otros reyes pequeños que los acogian en sus puertos y contrataban con ellos.

CAPITULO XIII.

Que el rey Católico fué al Andalucía.

Los grandes del Andalucía mostraban estar sentidos del rey Católico por el poco caso que dellos hacia, con ser no menos poderosos en aquella provincia que los otros grandes en Castilla, á los cuales gratificó y hizo mercedes para asegurar su venida. Los que mas se señalaban en este sentimiento eran el marqués de Priego don Pero Fernandez de Córdoba y el conde de Cabra. Sucedió que por cierto ruido que en Córdoba se levantó, la justicia prendió á uno de los culpados. Acudieron ciertos criados del obispo don Juan de Aza, y con violencia y mano armada quitaron el preso á los oficiales reales. El rey Católico desde Búrgos, donde estaba, envió al licenciado Hernan Gomez de Herrera, alcalde de corte, con gente para hacer pesquisa y castigar aquella fuerza. Comenzó á hacer su oficio segun el órden que llevaba. El marqués de Priego le envió á decir que no pasase mas adelante, y que hasta tanto que el Rey fuese avisado, se saliese de la ciudad. El Alcalde no lo quiso hacer, antes de parte del Rey y conforme á la instruccion que llevaba, mandó al Marqués y á su hermano que desembarazasen y se saliesen de Córdoba. Tuvo esto el Marqués por grande injuria; juntó gente armada, comunicó el negocio con el ayuntamiento de la ciudad, resolvióse de poner mano en el Alcalde y envialle preso á su fortaleza de Montilla, bien que despues le soltó con mandamiento y debajo de condicion que no entrase en Córdoba. Este desacato, que sucedió á los 14 del mes de junio, sintió el Rey mucho, como era razon, por ser tiempo tan peligroso. Determinó ir en persona á tomar emieuda dél. Salió de Búrgos por fin del mes de julio, pasó por Arcos, do la Reina vivia. Entonces sacó de su poder al infante don Fernando para llevalle en su compañía con color que convenia así para su salud, puesto que la Reina lo sintió mucho. Detúvose algunos dias en Valladolid. Allí dió órden para seguridad de la Reina que don Juan de Ribera, frontero de Navarra, se alojase con sus compañías cerca de Arcos, y que en cualquiera necesidad hiciese recurso al Condestable ó Almirante ó al duque de Alba, que quedaban por aquella comarca. Hizo llamamiento de gente para que le acompañasen, y publicó iba en persona á castigar aquel desacato, que era en ofensa de la justicia y podia perturbar la paz y sosiego del reino. En conformidad desto, en Sevilla el asistente don Iñigo de Velasco hizo pregonar que todos

los de sesenta años abajo y veinte arriba estuviesen apercebidos para cuando se les ordenase ir con el Rey ó con quien él mandase á castigar al Marqués. El Gran Capitan, luego que supo aquel caso, escribió al Marqués estas palabras precisas: « Sobrino, sobre el yerro >> pasado, lo que os puedo decir es que conviene que á >> la hora os vengais á poner en poder del Rey; y si así >> lo haceis, seréis castigado, y si no, os perderéis. >> Determinaba el Marqués de hacer lo que su tio le aconsejaba. Los grandes procuraban de amansar la ira del Rey como negocio que á todos tocaba; y en particular el Gran Capitan se agraviaba que se hiciese tan fuerte demostracion contra el Marqués, que si erró, ya estaba arrepentido, y en señal desto se venia á poner en sus manos; que era razon perdonar la liviandad de un mozo por los servicios de su padre don Alonso de Aguilar, que murió por hacer el deber, ya que los suyos estuviesen olvidados. El Rey iba muy resuelto de no dar lugar á ruegos. El Marqués, sabida la resolucion del Rey y que no tenia otro remedio, al tiempo que llegaba á Toledo, se vino á poner en sus manos. Mandóle estuviese á cinco leguas de la corte y entregase sus fortalezas. Obedeció en todo lo que le fué mandado. Llegaron á Córdoba con el Rey mil lanzas y tres mil peones. Prendieron al Marqués; acusóle el fiscal de haber cometido el crímen de lesa majestad. El Marqués no quiso responder á la acusacion ni descargarse; solo suplicaba al Rey se acordase de los servicios que sus pasados hicieron á aquella corona. Sustancióse el proceso, y llegóse á sentencia. Algunos caballeros que hallaron mas culpados fueron condenados á muerte; otros del pueblo justiciados. Derribaron las casas de don Alonso de Carcamo y las de Bernardino de Bocanegra, que se hallaron en la prision del Alcalde. Al Marqués sentenciaron en destierro perpetuo de la ciudad de Córdoba y toda su tierra, y del Andalucía cuanto fuese la voluntad del Rey, en cuyo poder estuviesen sus fortalezas y castillos, fuera de la casa fuerte que tenia en Montilla, que mandaron allanar. Desta sentencia tán rigurosa se agravió el Gran Capitan; decia que todo lo que el Marqués tenia estaba fundado en la sangre de los muertos sin los méritos de los vivos. Mucho mas al descubierto el Condestable se mostraba sentido por muchas razones: las dos mas principales, que nunca á los grandes se puso acusacion, ni los del Consejo real castigaron sus delitos, y que pues á su persuasion el Marqués se puso en las manos del Rey, él mismo se tenia por castigado. Estuvo tan sentido deste caso, que se quiso salir del reino, y se temió no se apartase por esta causa del servicio del rey Católico, de que resultasen nuevos bullicios y males. De Córdoba envió el rey á don Enrique de Toledo y al licenciado Hernando Tello á dar la obediencia en nombre de la Reina, su hija, al Papa. Entonces se revocó la legacía al cardenal don Bernardino de Carvajal, de quien se tenia sospecha inclinaba á la parte del Emperador. En Nápoles, á 13 de setiemdre, falleció la reina de Hungría en tanta pobreza, que el virey hobo de proveer cómo se le hiciesen las exequias. Enterróse en San Pedro Mártir de aquella ciudad, en que yace el cuerpo de su madre. Pasó el Rey á Sevilla; fué allí recebido con grande fiesta y aparato, arcos triunfales y

toda muestra de alegría. Llevaba en su compañía á la Reina, su mujer, y al infante don Fernando. El duque de Medina Sidonia don Enrique era de poca edad. Dejóle concertado su padre con doña María Giron, y por su tutor á don Pedro Giron, hermano de aquella señora y hijo mayor del conde de Ureña, y que tenia por mujer á doйa Mencía, hermana de padre y madre del duque don Eurique. Era este caballero muy brioso y de gran punto. Tenia la tierra alborotada, y aun intentó de acudir con gente á la defensa del marqués de Priego. Para aplacar al Rey al tiempo que iba camino del Andalucía y se detuvo en Valladolid, su padre el Conde ofreció que se le entregarian las principales fuerzas de aquel estado del Duque, y el Condestable se obligó por el Duque, su sobrino, que se mantendria en su servicio. Con todo esto el Duque y don Pedro no acudieron á hacer la reverencia debida al Rey, antes se tenian en Medina Sidonia, y aunque fueron avisados, no vinieron sino con grande premia. Mandó el Rey privar á don Pedro de aquella tutoría y que saliese desterrado de Sevilla y de todo el estado de Medina Sidonia, y al Duque mandó entregase sus fortalezas. Huyéronse los dos una noche á Portugal agraviados deste mandato, especial que se entendia del Rey pretendia casar al Duque con hija del arzobispo de Zaragoza. Mandó el Rey á los alcaides entregasen todas las fortalezas. El de Niebla y el deTrigueros no quisieron obedecer; al alcalde Mercado, que fué á requerir que las diesen, cerraron las puertas de Niebla. Indignado el Rey, envió gente, que tomó la villa á escala vista, y la saqueó toda. Con este término tan riguroso todas las fortalezas y estados se allanaron, cuyo gobierno se cometió al arzobispo de Sevilla y á otros caballeros, y se dió órden á los del Consejo que procediesen contra don Pedro Giron. Deste rigor se agraviaron los grandes, en especial el Condestable, que escribió una carta muy sentida al Rey sobre el caso; pero él tenia determinado de allanar el orgullo de los grandes y amansar sus brios. Ayudaba el arzobispo de Toledo, que se quedó en Tordesillas, el cual dijo diversas veces al Rey que debia continuar aquel camino y hollalle bien, pues era el que convenia para asegurarse y sosegar la tierra.

CAPITULO XIV.

De las cosas de Africa.

Detúvose el rey Católico todo el otoño en dar asiento en las cosas del Andalucía. Desde allí daba calor á la guerra que se hacia en Africa y enviaba ayuda á los portugueses, que estuvieron en aquellas partes muy apretados. Súpose que el reino de Fez andaba alborotado por disensiones que resultaron entre aquel rey Moro y dos hermanos suyos. Pareció buena ocasion para acometer alguna buena empresa en Africa. Juntóse una buena armada en el puerto de Málaga. Las fustas de Vélez de la Gomera hicieron á la sazon mucho daño por la costa de Granada, como to tenian de costumbre. Salió el conde Pedro Navarro, general de nuestra armada, en su alcance. Ganóles algunas fustas; dió caza y corrió las demás hasta llegar á la isla que está en frente de Vélez, acogida ordinaria de cosarios. La forta

con su gente la via de Alcazarquivir. Fué esta defensa
de Arzilla de grande importancia para la conservacion
de las fuerzas de Africa. En Tanger estaba don Duarte
de Meneses, que tenia aquella fuerza en nombre de su
padre don Juan de Meneses, conde de Taroca, y don
Rodrigo de Sosa en Alcázar, ambos con grande miedo
de no poderse defender si Arzilla se perdia. El rey don
Manuel, alegre con esta buena nueva, envió á Pedro Na-
varro en reconocimiento de su trabajo y valor seis mil
cruzados; lo mismo al corregidor de Jerez. Ellos se ex-
cusaron de recebir estos presentes con decir que ser-
vian al rey Católico, y no querian otra gratificacion
mas de la que
de su liberalidad esperaban. Al rey Cató-
lico, dado que dió las gracias por el socorro que le envió
en tan buena sazon y con tanta voluntad, todavía se
mostró estar agraviado de la toma del Peñon, que de-
cia era de su conquista como perteneciente al reino do
Fez. El rey Católico se excusaba con que Vélez era reino
de por sí, y que en mantener el Peñon por entonces no
se sacaba otro provecho sino gasto y asegurar las cos-
tas de Granada; y todavía si se averiguase pertenecer
a) reino de Fez, se allanaba de entregalle aquella fuerza
cada y cuando que pretendiese por aquella parte em-
prender la conquista de Africa. Por el mes de noviem-
bre falleció el conde de Lerin en Aranda de Jarque,
pueblo de Aragon, aunque cargado de años; la mayor
ocasion de su muerte fué el poco favor que halló en el
rey Católico. Quedó por su heredero don Luis de Bia-
monte, su hijo.

leza de aquella isla, que llamaban el Peñon, guardaban docientos moros. Estos, por entender que el Conde queria saltar en tierra y combatir á Vélez, por acudir á la defensa de la ciudad, desampararon la isla. Vista esta ocasion, el Conde se apoderó sin dificultad de aquel castillo, que sojuzga aquel puerto y toda la ciudad, de manera tal, que con la artillería se les hizo gran daño, tanto, que los moros por estar seguros se metian en las cuevas y soterraños. Fué esto en 23 del mes de julio. Túvose por muy importante la toma del Peñon, y dióse órden que se fortificase y pusiese en defensa con su guarnicion de soldados. Los portugueses hacian en la misma Africa la guerra por las costas del otro mar Océano. Ofrecia un moro, llamado Zeiam, primo del rey de Fez, que daria órden cómo tomasen á Azamor, ciudad muy nombrada en aquellas marinas. El rey don Manuel, confiado en que trataba verdad, juntó una armada en que iban cuatrocientos de á caballo y mas de dos mil infantes; nombró por general á don Juan de Meneses, por ser muy diestro en la guerra contra moros. Partió la armada de Lisboa á los 26 del mismo mes; hallaron las cosas muy al contrario de lo que pensaban, porque los de la ciudad, que eran muchos, se defendieron muy bien, y el moro Zeiam se concertó con ellos, con que los portugueses se vieron en punto de perderse, y sin hacer efecto se volvieron á embarcar. El tiempo era contrario, y la luna menguante, que fué causa de dar en seco algunos bajeles y una galera por ser la creciente pequeña. Con las demás naves aportaron al Estrecho. Este daño fué causa de un gran bien, y pareció providencia del cielo, porque el rey de Fez, quier fuese por satisfacerse deste atrevimiento de los portugueses, quier por ganar reputacion, con gran gente que juntó de á pié y de á caballo, se puso sobre la ciudad de Arzilla un jué-invierno, y dió vuelta á Castilla por dos causas, la una

CAPITULO XV.

De la liga que se hizo en Cambray.

Partió el rey Católico de Sevilla en lo mas recio del

que don Pedro, hermano de don Diego de Guevara, que estaba en Alemania en servicio del Emperador, vinien

ves, á 19 de octubre. Tenia dentro por capitan á don Vasco Coutiño, conde de Borua. Defendióse el primer dia con mucho esfuerzo; mas el siguiente los moros aportilla-do de Alemaña para entrar en Castilla por la parte do ron el muro y entraron la ciudad por fuerza. El Conde, puesto que peleó como bueno, fué herido de una saeta en un brazo. Por esto le fué forzoso retirarse con todos los que pudo á la fortaleza, que no estaba bien proveida. Combatieron el castillo y mináronle por todas partes. Túvose aviso deste aprieto en Tanger, donde se hallaba don Juan de Meneses, y en Sevilla do el rey Católico. Don Juan de Meneses acudió con su armada. Peleó dos dias con los enemigos, que halló ya apoderados de un baluarte del castillo; y echados de allí, socorrió á los cercados, que se hallaban en el último aprieto. El rey Católico dió órden al conde Pedro Navarro que desde Gibraltar, do tenia surta la armada, fuese á socorrer á Arzilla. Adelantóse Ramiro de Guzman, corregidor de Jerez, con una nave, en que llevaba trecientos peones y algunos caballeros de aquella ciudad. Entraron en el castillo don Juan de Meneses y Ramiro de Guzman. Con esto animados los de dentro, no solo se defendieron, sino salieron fuera y echaron los moros de las barreras y cavas. Asegurólo todo la llegada del conde Pedro Navarro, que fué á los 30 de octubre; con la artillería de galeras dió tanta priesa al campo enemigo, que tenia sus estancias á la marina, que forzó á los moros á desamparallas, y al rey de Fez, quemado el pueblo, retirarse

Vizcaya en hábito de lacayo, fué preso en Pancorvo, y puesto á cuestion de tormento en Simancas, donde lo llevaron. Por cuya deposicion se entendió que muchos grandes de Castilla traian inteligencias con el Emperador, los mas señalados el Gran Capitan, el duque de Najara y el conde de Ureña; la segunda causa era quo el duque del Infantado y otros grandes se confederaban contra su servicio, y lo que mas importaba, que el cardenal de España sabia aquellas práticas y aun intervenia en ellas; pero de tal manera, que ni bien soplaba el fuego, ni bien le apagaba. Lo que causaba mas sospecha era ver al Gran Capitan y al Condestable muy confederados y unidos por tenerse ambos por agraviados y ser personas de gran punto y muy altos pensamientos. Ayudó mucho para con el duque del Infantado y toda aquella parentela, que era muy grande, la prudencia del conde de Tendilla, que les avisó del malo y peligroso camino que llevaban y cómo muchos so perdieron y muy pocos medraron de los que echaron por él. A los demás aplacó el rey Católico con su buena maña, ya con miedo, ya con regalos y buenas obras. En particular luego que llegó por Extremadura á Salamanca, se acabó de concertar con el marqués de Villena, ca en recompensa de Villena y de Almansa, de

capitulaciones dél, quedó el Francés de entregar á los duques de Borgoña. Falleció este mismo mes de diciembre en Nápoles Roberto de Sanseverino, príncipe de Salerno. Dejó un niño muy pequeño, que se llamó don Fernando, heredero de aquella casa, y del odio que siempre ella tuvo á la corona de Aragon, como se vió adelante, que fué causa de su perdicion. Su madre doña Marina de Aragon, hermana de don Alonso de Aragon, duque de Villahermosa, casó poco adelante con el señor de Pomblin con voluntad del rey Católico su tio, que confirmó y juró los capítulos de la concordia sobredicha en Valladolid al principio del año siguiente, en presencia del nuncio del Papa y de los embajadores del Emperador y de Francia.

más de lo que valian de renta, le dió á Tolox y Monda en el reino de Granada, con que el Marqués mostró quedar muy contento. El Emperador trataba de concordar las diferencias que tenia con el rey de Francia; entendíase que su intento era apartalle de la amistad del rey Católico por confiar que por este camino se satisfaria mejor de los agravios que dél tenia recebidos, en particular por no querer admitir á Andrea del Burgo por embajador, y mucho mas por la prision de don Pedro de Guevara. Tenia tratado que la princesa Margarita, en nombre de su padre, y el cardenal de Ruan, en nombre del Papa y del rey de Francia, se viesen para asentar todas estas haciendas. Acordaron que la junta fuese en Cambray; acudieron asimismo Jaime de Albion, embajador por el rey Católico en Francia, y dado que la intencion era de concordarse el Emperador y rey de Francia, y excluir al rey Católico desta alianza, de parte del Papa se hizo grande instancia, y se acabó lo que diversas veces platicaron, que los tres príncipes se confederasen con él contra venecianos para efecto que cada cual de los confederados recobrase las tierras que aquella señoría les tenia usurpadas. Añadian que el que primero recobrase su parte ayudase á Jos demás á conquistar lo que les tocaba. Que el rey de Francia y el Emperador hiciesen la guerra personalmente. Para dar principio á esta guerra señalaron el primero dia de abril del año siguiente. Ofrecia el Emperador de dar para entonces al Francés la investidura de Milan á condicion que le contase por ella cien mil escudos y que le ayudase á recobrar las tierras que los venecianos le tenian usurpadas, sin que por esto quedase el Emperador obligado á ayudalle para recobrar las que le pertenecian por el ducado de Milan. Item, para que las diferencias entre el César y el rey Católico no fuesen parte para impedir esta empresa, se acordó que desde luego se señalasen árbitros que las determinasen amigablemente despues que la guerra contra venecianos fuese concluida. Determinóse que convidasen al duque de Saboya para entrar en esta liga por la pretension que tenia al reino de Chipre, de que venecianos estaban apoderados. Lo mismo al duque de Ferrara y marqués de Mantua, que pretendian ser suyas algunas tierras de aquella señoría. Lo que es mas, que los reyes de Francia y el Católico, en cuyas manos los pisanos y florentines tenian puestas sus diferencias, entregaron la ciudad de Pisa en poder de sus enemigos los florentines con voz que convenia así para la paz de Italia; la verdad era que pretendian ayudarse de Florencia contra venecianos, y de cien mil ducados con que ofreció servir, si le adjudicasen aquella ciudad; que era vender por muy vil precio la libertad de aquella república que hizo dellos confianza: cosa vergonzosa y indigna de tan grandes príncipes, en que quedó mas cargado el rey Católico y su buen nombre, por tener á los pisanos debajo de su proteccion y amparo. Pero ¿quién hay que no yerre, y mas en materia de estado, donde se pervierten á veces todas las reglas de lealtad y buenos respetos? Asentóse esta concordia á los 10 dias de diciembre deste año; la princesa Margarita desde allí se partió para la Francia Conté á tomar posesion de algunos lugares que, conforme al asiento tomado y

CAPITULO XVI.

De la armada que el Soldan envió á la India de Portugal. Grande era el deseo que el gran soldan del Cairo, llamado Campson, tenia de echar de toda la India los portugueses. Movíanle á ello los reyes de Calicut y Cambaya, que ofrecian de ayudalle con sus fuerzas en aquella empresa, y aun los venecianos entraban á la parte, como queda apuntado. Lo que hacia mas al caso era el sentimiento que tenia de que divirtiesen los portugueses el trato de la especería, que solia venir á Alejandría con gran aprovechamiento de las rentas reales. Intentó de remediar este daño por via del Papa, y para esto envió al guardian de Jerusalem, llamado fray Mauro, como queda dicho. Visto que este medio no aprovechó, acordó de usar de fuerza. Aprestó una armada en el Suez, puerto del mar Bermejo, en que iban en seis galeras, un galeon y cuatro carracas ochocientos mamelucos. Así llamaban los soldados que eran hijos de cristianos, en los cuales consistian las fuerzas de aquel imperio. Nombró por general á Mirocem, caudillo de grande fama, persiano de nacion. Este salió con su armada de la boca del mar Rojo, y se engolfó en aquellos muy anchos mares de la India. Francisco de Almeida, gobernador de la India, enviara á su hijo Lorenzo de Almeida con ocho velas para asegurar aquellas costas y acompañar por alguna distancia las naves que de Cochin iban cargadas á Portugal. En este viaje quemó muchas naves de moros en diver sos puertos, y últimamente estaba surto en el puerto de Chaul cuando llegó la nueva que la armada del Soldan venia en su busca, con la cual se juntó Meliquiazio, gobernador de Diu por el rey de Cambaya, con treinta y cuatro fustas. Los portugueses antes que descubrie sen las fustas por ir tierra á tierra, vieron solas cinco naves. No hicieron diligencia alguna por entender eran de Alonso de Alburquerque que le aguardaban. Llega ron los enemigos, y entraron dentro del puerto parte de la armada. Bombardeáronse aquel dia de lejos sin pasar adelante. Otro dia Lorenzo de Almeida acometió á la capitana de Mirocem, pero no la pudo aferrar por ser aguas menguantes y por los bajíos en que el enemi go surgió. Recibian los suyos mucho daño por ser la nave contraria mas alta ; él mismo fué malamente herido con dos saetas. Verdad es que Pelayo Sosa y Diego Perez, cada cual con su galera, acometieron á sendas de

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