1 do de los པ་ HISTORIA DE ESPAÑA. lla empresa, á volverse á sus tierras. Arnaldo, obispo de Narbona, y Teobaldo Blazon, natural de Potiers, como mas aficionado á nuestras cosas por ser castellano de nacion de parte de su madre, el uno y el otro con sus compañías particulares perseveraron en los reales. Acusaban la cobardía de su nacion, determinados de ponerse á cualquier peligro antes de faltar al deber. La partida de los extraños, puesto que causó miedo y tristeza en los ánimos del resto, fué provechosa por dos razones: la una, porque los extranjeros no tuviesen parte en la honra y prez de tan grande victoria; la otra, que con aquella ocasion Mahomad, que estaba en Jaen en balanzas y aun sin voluntad de pelear, se determinó á dar la batalla. Así que los nuestros con sus reales llegaron á Alarcos, el cual lugar porque pocos años antes fué destruido y desmantelado por los moros, desampararon los moradores que quedaban, y vino á poder de los cristianos. En este lugar, don Sancho, rey de Navarra, con un buen escuadron de los suyos alcanzó á los reyes, y se juntó con los demás. Fué su venida muy alegre; con ella la tristeza que por el suceso pasado de la partida de los extranjeros recibieran, se trocó en regocijo. Algunos castillos en aquella comarca se entraron por fuerza. En tierra de Salvatierra se hizo reseña; pasaron alarde gran número de á pié y de á caballo. Esto hecho, con todas las gentes llegaron al pié de Sierramorena. El Moro, avisado de lo que pasaba, marchó para Baeza, determinado de, alzadas las vituallas, atajar el paso de aquellos montes y particularmente guardar el pueblo de la Losa, por donde era forzoso pasasen los nuestros. Si pasaban adelante, prometíase el Moro la victoria; si se detenian, se persuadia por cierto perecerian todos por falta de bastimentos; si volviesen atrás, seria grande la mengua y la pérdida de reputacion forzosa. Sus consejos, aunque prudentes, des barató otro mas alto poder. Hizose junta de capitanes para resolver por qué parte pasarian los montes y lo que debian hacer. Los mas eran de parecer volviesen atrás; decian que rodeando algo mas por camino mas llano se podrian meter en los campos del Andalucía; que debian de excusar aquellas estrechuras de que el enemigo estaba apoderado. Por el contrario, el rey de Castilla don Alonso tenia por grande inconveniente la vueita, por ser Ja fama de tan gran momento en semejantes empresas, que conforme á los principios seria lo demás; con volver los reyes atrás se daria muestra de huir torpemente, con que á los enemigos creceria el ánimo, los suyos se acobardarian, que de suyo parecia estar inclinados á desamparar los reales, como poco antes por la partida de los extranjeros se entendió. Contra las dificultades que se presentaban, invocasen el auxilio y socorro de Dios, cuyo negocio trataban, que les asistiria sin duda, si ellos no faltaban á sí mismos; muchas veces á los valerosos se hacen fáciles las cosas que á los cobardes parecian imposibles. Esta resolucion se tomó y este consejo. Con esto don Lope, hijo de don Diego de Haro, enviado por su padre con buen número de gente, en lo mas alto de los montes se apoderó, del lugar de Ferral y hizo con escaramuzas arredrar algun tanto á los moros. No se atrevió á pasar el puerto de la Losa ni acometerle, por parecelle cosa áspera y temeraria pelear juntamente con la estrechura y fragura del lugar y paso, y con los enemigos que le guardaban. CAPITULO XXIV. Cómo la victoria quedó por los cristianos. Toda muchedumbre, especial de soldados, se rige por ímpetu y mas por la opinion se mueve que por las mismas cosas y por la verdad, como sucedió en este negocio y trance; que los mas de los soldados, perdida la esperanza de salir con la demanda, trataban de desamparar los reales. Parecíales corrian igual peligro, ora los reyes pasasen adelante, ora volviesen atrás; lo uno daria muestra de temeridad, lo otro seria cosa afrentosa. Ponian mala voz en la empresa, cundia el miedo por todo el campo. La ayuda de Dios y de los santos valió para que se sustentasen en pié las cosas casi perdidas de todo punto. Un cierto villano, que tenia grande noticia de aquellos lugares por haber en ellos largo tiempo pastoreado sus ganados (algunos creyeron ser ángel, movidos de que mostrado que hobo el camino, no se vió mas), prometió á los reyes que si dél se fiasen, por senderos que él sabia, todo el ejército y gente llegarian sin peligro á encumbrar lo mas alto de los montes. Dar crédito en cosa tan grande á un hombre que no conocian no era seguro, ni de personas prudentes no hacer de todo punto caso en aquella apretura de lo que ofrecia. Pareció que don Diego de Haro y Garci Romero, como adalides, viesen por los ojos lo que decia aquel pastor. Era el camino al revés de lo que pretendian, y parecia iban á otra parte diferente, tanto, que los moros, considerada la vuelta que los nuestros hacian, pensaron que por falta de vituallas huian y se retiraban á lo mas adentro de la provincia. Conveníales subir por la ladera del monte, pasar valles en muchos lugares, peñascos empinados que embarazaban el camino. Pero no rebusaban algun trabajo con la esperanza cierta que tenian de la victoria si llegasen á las cumbres de los montes y á lo mas alto; el mayor cuidado que tenian era de apresurarse por recelo que los enemigos no se apoderasen antes del camino y les atajasen la subida. Pasadas pues aquellas fraguras, los reyes en un llano que hallaron fortificaron sus reales. Apercibióse el enemigo á la pelea y ordenó sus haces repartidas en cuatro escuadrones, quedóse el Rey mismo en el collado mas alto rodeado de la gente de su guarda. Los fieles, por estar cansados con el trabajo de tan largo y mal camino, así hombres como jumentos, deterininaron de esquivar la pelea; lo mismo el dia siguiente, con tan grande alegría de los moros, que entendian era por miedo; que el Miramamolin con embajadores que envió y despachó á todas partes y muy arrogantes palabras prometia que dentro de tres dias pondria en su poder los tres reyes que tenia cercados como con redes. La fama iba en aumento como suele, cada uno añadia algo á lo que oia para que la cosa fuese mas agradable. El dia tercero, que fué lúnes, á 16 del mes de julio, los nuestros, resueltos de presentar la batalla, al amanecer, confesados y comulgados, ordenaron sus batallas en guisa de pelear. En la avanguardia iba por capitan don Diego de Haro. Del escuadron de en medio tenia cuidado don Gonzalo Nuñez y con él otros caballeros templarios y de las demás órdenes y milicias sagradas. En la retaguardia quedaban el rey don Alonso, el arzobispo don Rodrigo y otros prelados. Los reyes de Ara 22 gon y de Navarra con sus gentes fortificaban los lados,el Navarro à la derecha, á la izquierda el Aragonés. El Moro, al contrario, con el mismo órden de antes puso sus gentes en ordenanza. La parte de los reales en que armaron la tienda real cerraron con cadenas de hierro, y por guarda los mas fuertes moros y mas esclarecidos en linaje y en hazañas; los demás eran en tan gran número, que parecia cubrían los valles y los collados. Exhortaron los unos y los otros y animaban los suyos á la pelea. Los obispos andaban de compañía en compañía, y con la esperanza de ganar la indulgencia animaban á los nuestros. El rey don Alonso desde un lugar alto para que le pudiesen oir dijo en sustancia estas razones: «Los moros, salteadores y rebeldes al emperador Cristo, antiguamente ocuparon á España sin ningun derecho, ahora á manera de ladrones la maltratan. Muchas veces grau número dellos fueron vencidos de pocos, gran parte de su señorío les hemos quitado, y apenas les queda donde poner el pié en España. Si en esta batalla fueren vencidos, lo que promete el ayuda de Dios y se puede pronosticar por la alegría y buen talante que todos teueis, habrémos acabado con esta gente malvada. Nosotros peleamos por la razon y por la justicia; ellos por ninguna república, porque no están entre si atados con algunas leyes. No hay á do se recojan los vencidos, ni queda alguna esperanza salvo en los brazos. Comenzad pues la pelea con grande ánimo. Confiados en Dios tomastes las armas, confiados en el mismo arremeted á los enemigos y cerrad.» El Moro, al contrario, avisó á los suyos y les dijo: «Que aquel dia debian pelear con extremo esfuerzo, que seria el fin de la guerra, quier venciesen, quier fuesen vencidos. Si venciesen, toda España seria el premio de la victoria, por tener juntadas los enemigos para aquella batalla con suma diligencia todas las fuerzas della; si fuesen vencidos, el imperio de los moros quedaba acabado en España; no era justo que en aquel peligro perdonasen á sí ó á sus cosas. Su ejército constaba de una nacion, el de los cristianos de una avenida de muchas gentes, diferentes en leyes, lengua y costumbres; la mayor parte habia desamparado las banderas, los demás no pelearian constantemente por ser de unos el peligro, el provecho y premio particular de otros.» Dichas estas razones, por una y por otra parte se comenzó la pelea con grande ánimo y coraje. La victoria por largo espacio estuvo dudosa de ambas partes; peleaban todos conforme al peligro con grande esfuerzo. La vista de los capitanes y su presencia no sufria que la cobardía ni el valor se ocultasen, y encendia á todos á pelear. Los del escuadron de en medio y cuerpo de la batalla fue ron los primeros á acometer, siguiéronles los navarros y aragoneses sin mejorarse al principio, dado que por tres veces dieron carga á los contrarios; antes, al contrario, nuestros escuadrones algun poco desalojados parece ciaban y se querian poner en huida. En esto el rey don Alonso, movido juntamente del peligro y de la afrenta, se queria meter por lo mas espeso de los enemigos, si no le detuviera el arzobispo don Rodrigo, que tenia á su lado. Advirtióle que en su vida consistia la suma de la victoria y esperanza de los cristianos; que perseverase, como comenzara, á confiar del favor de Dios y no se metiese en el peligro. Con esto el postrer escuadron se adelantó, y por su esfuerzo y el de los de más se mejoró la pelea. Los que parecia titubeaban, por no quedar afrentados, vueltos á la ordenanza, tornaron á la batalla con mayor ferocidad. Los moros, cansados con el continuo trabajo de todo el dia, no pudieron sufrir la carga de los que estaban de respeto los postreros y de nuevo entraban en la pelea. Fué muy grande la huida, la matanza no menor que tan grande victoria pedia. Perecieron en aquella batalla docientos mil moros, y entre ellos la mitad fueron hombres de ú caballo, otros quitan la mitad deste número. La mayor maravilla que de los fieles no perecieron mas de veinte y cinco, como lo testifica el arzobispo don Rodrigo; otros afirman que fueron ciento y quince; pequeño número el uno y el otro para tan ilustre victoria. Otra maravilla, que con quedar muerta tan grande muchedumbre de moros, que no se acordaban de mayor, en todo el campo no se vió rastro de sangre, segun que lo atestigua el mismo don Rodrigo. El rey Moro, por amonestacion de Zeit, su hermano, se salvó en un mulo, con que buyó hasta Baeza; desde allí, mudada la cabalgadura, no paró hasta llegar aquella misma noche á Jaen. A puesta de sol fueron tomados los reales de los enemigos, que robaron los aragoneses, porque los demás siguieron y ejecutaron el alcance. Las preseas del rey Moro y sus alhajas, que solas quedaron enteras, fueron por don Diego de Haro dadas por iguales partes á los reyes de Navarra y de Aragon. En particular la tienda de seda roja y carmesí en que alojaba el rey Bárbaro se dió al rey de Aragon por órden de don Alonso, rey de Castilla; el cual, como quier que deseoso solamente de honra se quedase con la mayor loa de la guerra y con el prez de la victoria, de buena gana dejó lo demás á sus compañeros. Lo restante de la presa y despojos no pareció sacallo en público y repartillo, como era razon, conforme á los méritos de cada cual, antes dejaron que cada uno se quedase con lo que tomó, porque tenian recelo de algun alboroto y entendian que á los particulares seria mas agradable lo que por su mano tomaron que si de la presa comun se lo restituyesen mejorado y multiplicado. Algunos escriben que ayudó mucho para la victoria la señal de la cruz que de varios colores se vió en el aire ya que querian pelear. Otros refutan esto por no hacer el arzobispo don Rodrigo mencion de cosa tan grande, ni aun el Rey en la carta que escribió del suceso y prosecucion desta guerra al pontífice Inocencio. Verdad es que todos concuerdan que Pascual, á la sazon canónigo de Toledo, y que despues fué dean y aun arzobispo, cuya sepultura está en la capilla de Santa Lucía de la iglesia mayor de Toledo, con la cruz y guion que llevaba, como es de costumbre, delante el arzobispo don Rodrigo, pasó por los escuadrones de los enemigos dos veces sin recebir algun daño, dado que todos le pretendian herir con sus dardos, y muchas saetas que le tiraban quedaron hincadas en el asta de la cruz; cosa que á los nuestros dió mucho ánimo y puso grande espanto en los moros. Fué tan grande la muchedumbre que hallaron de lanzas y saetas de los enemigos, que en dos dias enteros que allí se detuvieron los nuestros, aunque para los fuegos no usaban de otra leña y de propósito procuraban acabarlas, no lo pudieron hacer. La victoria se divulgó por todas partes, primero por la fama, despues por mensajeros que venian unos en pos de otros. Fué grande el lloro y sentimiento de los morós, no solo por el mal y daño presente, sino porque temian para adelante mayores inconvenientes y peligros, Entre los cristianos se hacian grandes fiestas, juegos, convites con toda magnificencia y regocijos y alegrías, no solo en España, sino tambien las naciones extrañas, con tanto mayor voluntad cuanto el miedo fué mayor. Nunca la gloria del nombre cristiano pareció mayor ni las naciones cristianas estuvieron en algun tiempo mas gloriosamente aliadas. Los españoles asimismo parecia igualar en valor la gloria de los antiguos; el mismo rey don Alonso comenzó á ser tenido como príncipe venido del cielo y mas que hombre mortal. El rey de Navarra para memoria de tan grande victoria al escudo bermejo de que usaban sus antepasados añadió por orla unas cadenas, y en medio del escudo una esmeralda por señal que fué el primero á romper las cadenas, con que tenian los enemigos fortificada aquella parte de los reales en que el rey Bárbaro estaba. El mismo don Alonso á las insignias antiguas de los reyes de Castilla añadió un castillo dorado en escudo rojo, como lo afirman algunos varones de erudicion y diligencia muy grande; otros lo niegan movidos de los privilegios antiguos, en cuyos sellos se ve puesta antes destos tiempos en las insignias y armas de los reyes de Castilla la figura de torre ó castillo. De algo mas crédito es lo que ballo de algunos afirmado por testimonio de cierto historiador, que desde este tiempo se introdujo en España la costumbre que se guarda de no comer carne los sábados, sino solamente los menudos de los animales, y que se mudó, es á saber, por esta manera y templó lo que antiguamente se usaba, que era comer los tales dias carne; costumbre que los godos sin duda trajeron de Grecia y la tomaron cuando se hicieron cristianos. La verdad es que esta victoria nobilísima y la mas ilustre que hobo en España se alcanzó, no por fuerzas humanas, sino por la ayuda de Dios y de los santos. Las plegarias y oraciones con que los procuraron aplacar por todo el mundo fueron muchas, principalmente en Roma, donde se hicieron procesiones y rogativas asaz. En que se debe notar que para aumento de la devocion y que no hobiese confusion y otros desórdenes, se ordenó fuesen á diversas iglesias los varones, las mujeres, el clero y los demás del pueblo: Hallábase presente el Pontifice, que movia á los demás con su ejemplo. De todo hay una carta suya al rey don Alonso, muy grave y muy elegante, la respuesta otrosí del Rey al Papa en que refiere todo el discurso desta empresa y batalla, pero muy larga para ponella en este lugar. CAPITULO XXV. Del fin desta guerra. Halláronse en esta guerra los obispos Tello, de Palencia; Rodrigo, de Sigüenza; Menendo, de Osma; Pedro, de Avila; Domingo, de Plasencia; García Frontino, de Tarazona; Berengario, de Barcelona. El número de los grandes no se podia contar; los maestres de las órdenes Arias, de Santiago; Rodrigo Diaz, de Calatrava; Gomez Ramirez, de los templarios; demás destos, Juan Gelmirez, prior de San Juan. De Castilla Gomez Manrique, Alonso de Meneses, Gonzalo Giron, Iñigo de Mendoza, caballero vizcaíno y pariente de don Diego de Haro, que es la primera vez que en la historia de España se hace mencion de la casa de Mendoza; fuera destos, se halló con los demás el conde don Fernando de Lara, de alto linaje, y él por su persona señalado, poderoso en grande estado y muchos aliados; estos fueron de Castilla; de Aragon Garci Romero, Jimeno Coronel, Aznar Pardo, Guillen de Peralta y otras personas principales que iban en compañía de su Rey. Ante todos se señaló Dalmacio Cresel, natural de las Ampúrias, de quien dicen los historiadores de Aragon que por el grande conocimiento que tenia de las cosas de la guerra y singular prudencia ordenó las haces para la batalla. Entre los navarros Garcés Argoncillo, García Almoravides, Pedro Leet, Pedro Arroniz, Fernan-· do de Montagudo, Jimeno Aivar fueron los mas señalados que en esfuerzo, industria y ejercicio de guerra vinieron á esta empresa. En conclusion, el tercero dia' despues de la victoria se movieron los reales de los fieles, ganaron de los moros el lugar de Ferral, que habia vuelto á poder de moros, Bilche, Baños, Tolosa, de la cual tomó nombre esta batalla, que vulgarmente se llama de las Navas de Tolosa. Todo era fácil á los vencedores, y por el contrario á los vencidos. La ciudad de Baeza, desamparada de sus ciudadanos, que perdida la esperanza de tenerse, se recogieron á Ubeda, vino en poder de los vencedores. Algunos pocos que confiados en la fortateza de la mezquita mayor no se querian rendir, con fuego que les pusieron, los quemaron dentro della misma. El octavo dia despues de la victoria ́ la ciudad de Ubeda fué entrada por fuerza, ca sin embargo que los ciudadanos ofrecian á los reyes cantidad de oro porque los dejasen en paz, los obispos fueron de parecer que no era justo perdonar aquella gente malvada. Conforme á este parecer se hizo grande matanza sin distincion de personas de aquella miserable gente. Una parte de los vecinos fué tomada por esclavos; toda la presa se dejó á los soldados, con que se puso miedo á los moros y se ganaron las voluntades del ejército, que estaba cansado con el largo trabajo. Las enfermedades los afligian y no podian sufrir la destemplanza del cielo ; por esto los reyes fueron forzados en un tiempo muy fuera de propósito volver con sus gentes á tierras mas templadas. A la vuelta cerca de Calatrava llegó el duque de Austria con docientos de á caballo, que para muestra de su esfuerzo y ayudar en aquella santa guerra traia en su compañía. El rey de Aragon, por ser su pariente, á la vuelta para su tierra le acompañó hasta lo postrero de España. Al rey de Navarra restituyó el de Castilla catorce lugares sobre que tenian diferencia, y porque poco antes se ganaron por los de Castilla, la memoria de sus antiguos señores hacia que no se asegurasen de su lealtad; este fué el principal premio de su trabajo. Don Alonso, rey de Castilla, despedidos los dos reyes, entró en Toledo á manera de triunfador con grande aplauso, aclamaciones y regocijo de los ciudadanos y del pueblo. Lo primero que hizo fué dar gracias á Dios por la merced recebida; despues se mandó y estableció que para siempre se renovase la memoria de aquella victoria y se celebrase por toda España á 16 de julio; en Toledo mas en particular sacan aquel dia las banderas de los moros, y con toda muestra de alegría festejan aquella solemnidad; ca se ordenó fuese de guardar aquella fiesta con nombre del Triunfo de la Santa Cruz. El Rey, por ser enemigo del ocio y con el deseo que tenia de seguir la victoria y ejecutalla, al principio del año siguiente de nuevo se metió por tierras de moros. Ganó el lugar de Dueñas de los moros, que dió á la órden de Calatrava, á la de Santiago el castillo de Eznavejor. Alcaraz, pequeña ciudad, y que está metida dentro de los montes Marianos y asentada en un collado áspero y empinado, con cerco de dos meses se ganó por el Rey y se entró por fuerza á 22 de mayo, dia miércoles, vigilia y víspera de la Ascension; demás desto, algunos otros lugares de menos cuenta se tomaron por aquella comarca, entre los demás Lezuza, que se tiene por la antigua Libisosa. Concluidas estas cosas, el rey don Alonso, ganada mayor fama que ninguno de los príncipes de Europa, dió vuelta á Toledo, donde las reinas doña Leonor, su mujer, doña Berenguela, su hija, y su hijo don Enrique, que le sucedió en sus estados y á la sazon era de diez años, aguardaban su venida. Toda la ciudad llena de juegos y de regocijos y fiestas, dado que el año fue muy falto de mantenimientos á causa de la sequedad, en especial en el reino de Toledo, dicen que en nueve meses continuos nunca llovió, tanto, que los labradores cuyo era el daño principal, eran forzados á desamparar las tierras, dejallas yermas y irse á otras partes para sustentarse; gravísima miseria y trabajo memorable. CAPITULO PRIMERO. LIBRO DUODECIMO, Cómo los albigenses alteraron á Francia. GANADA aquella noble victoria de los moros, las cosas de España procedian bien y prósperamente á causa que los almohades, trabajados con una pérdida tan grande, no se rebullian, y los nuestros se hallaban con grande ánimo de sujetar todo lo que de aquella nacion restaba en España, cuando por el mismo tiempo los reinos de Francia y de Aragon se alteraron grandemente y recibieron graves daños. Estas alteraciones tuvieron principio en la ciudad de Tolosa, muy principal entre las de Francia y que cae no léjos de la raya de España. La ocasión fueron ciertas opiniones nuevas que en materia de religion se levantaron en aquellas partes, con que los de Aragon y los de Francia se revolvieron entre sí y se ensangrentaron. En los tiempos pasados todas las naciones del cristianismo se conformaban en un mismo parecer en las cosas de la fe, todos seguian y profesaban una misma doctrina. No se diferenciaban el aleman del español, no el francés del italiano, ni el inglés del siciliano en lo que debian creer de Dios y de la inmortalidad y de los demás misterios; en todos se via un mismo corazon y un mismo lenguaje. Los waldenses, gente perversa y abominable, comenzaron los años pasados á inquietar la paz de la Iglesia con opiniones nuevas y extravagantes que enseñaron; y al presente los albigenses ó albienses, secta no menos aborrecible, apellido y nombre odioso acerca de los antiguos, siguieron las mismas pisadas y camino, con que grandemente alteraron el pueblo cristiano. Enseñaban que los sacerdotes, ministros de Dios y de la Iglesia, no tenian poder para perdonar los pecados. Que el verdadero cuerpo de Jesucristo no está en el santo Sacramento del altar. Que el agua del bautismo no tiene fuerza para lavar el alma de los pecados. Que las oraciones que se acostumbran á hacer por los muertos no les prestaban; todas opiniones nuevas y malas y acerca de los antiguos nunca oidas. Decian otrosi contra la Vírgen, madre de Dios, blasfemias y denuestos, que no se refieren por no ofender al piadoso lector; dejólas escritas Guillermo Nangiaco, francés de nación, y que vivió poco adelante. Llegaba su desatino á poner lengua en la familiaridad de Cristo con la Madalena. Asi lo refiere Pedro, monje del Cistel, en una historia que escribió de los albigenses, intitulada Al papa Inocencio III, en que depone como testigo de vista de las cosas en que él mismo se halló. Seria muy largo cuento declarar por menudo todos los desvaríos destos herejes y secta; y es así, que la mentira es de muchas maneras, la verdad una y sencilla. La verdad es que en aquella parte de Francia donde está asentada la ciudad de Cahors, muy nombrada, se ve otra ciudad llamada Albis, que en otro tiempo tuvo nombre de Alba Augusta; y aun se entiende que César en los Comentarios de la guerra de Francia llamó helvios los moradores de aquella comarca. Riega sus campos el rio Tarnis, que son de los mas fértiles de Francia, de grandes cosechas y esquilmos, de trigo, vino, pastel y azafran; por dondo el obispo de aquella ciudad tiene mas gruesas rentas que alguno otro obispo en toda la Francia. La iglesia catedral, grande y hermosa, está pegada con el muro de la ciudad, su advocacion de Santa Cecilia. Los moradores de la ciudad y de la tierra son gente llana, de condicion apacible y mansa, virtudes que pueden acarrear perjuicio si no hay el recato conveniente para no dar lugar á gente mala que las pervierta y estrague. Los mas se sustentan de sus labranzas y de los frutos de la tierra; el comercio y trato de mercaderes es pequeño por estar en medio de Francia y caer léjos el mar. Desta ciudad, en que tuvo su primer principio esta nueva locura y secta, tomó el nombre de albigense, y desde allí se derramó per toda la Francia y aun per parte de España, puesto que el fuego emprendió en Tolosa mas que en otra parte alguna; y aun de aqui procedió que algunos atribuyeron la primera origen deste error y secta á aquella ciudad. Otros dicen que nació primeramente en la Proenza, parte de la Gallia Narbonense. Don Lúcas de Tuy, que por su devocion y por hacerse mas erudito pasó á Roma, y de allí á Constantinopla y á Jerusalem, vuelto á su patria, entre otras cosas que escribió no menos docta que piamente, publicó una larga disputa contra todos estos errores, en que, como testige de vista, relata lo que pasó en Leon, enteramente del caso, y como fuera de sí comenzó en público y en secreto á afear negocio tan malo; reprehendia á sus ciudadanos, cargábalos de ser fautores de herejes. No se podia ir á la mano, dado que sus amigos le avisaban se templase, por parecelle que aquella ciudad se apartaba de la ley de Dios. Entró en el ayuntamiento, díjoles que aquel caso tenia afrentada á toda España; que de donde salian en otro tiempo leyes justas, por ser cabeza del reino, allí se forjaban herejías y maldades nunca oidas. Avisóles que no les daria Dios agua ni les acudiria con los frutos de la tierra hasta tanto que echasen por el suelo aquella iglesia, y aquellos huesos que honraban los arrojasen. Era así, que desde el tiempo que se dió principio á aquel embuste y veneracion, por espacio de diez meses nunca llovió y todos los campos estaban secos. Preguntó el juez al dicho diacono en presencia de todos: Derribada la El diácono lleno de fe: Dadme, dijo, licencia para abatir por tierra aquella casa, que yo prometo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, so pena de la vi ciudad muy conocida en España y cabeza de aquel reino; cuyas palabras será bien poner aquí para mayor claridad y para que mejor se entienda la condicion de los herejes, sus invenciones y trazas. «Despues de la muerte del reverendo don Diego, obispo de Leon, no se conformaron los votos del clero en la eleccion del sucesor; ocasion que tomaron los here es, enemigos de la verdad y que gustan de semejantes discordias, para entrar en aquella ciudad, que se hallaba sin pastor, y acometer las ovejas de Cristo. Para salir con esto se armaron, como suelen, de invenciones. Publicaron que en cierto lugar muy sucio y que servia de muladar se hacian milagros y señales. Estaban allí sepultados dos hombres facinerosos, uno bereje, otro que por la muerte que dió alevosamente á un su tio le mandaron enterrar vivo. Manaba tambien en aquel lugar una fuente, que los herejes ensuciaron con sangre á propósito que las gentes tuviesen aquella conversion por milagro. Cun-iglesia, ¿aseguraisnos que lloverá y nos dará Dios agua? dió la fama, como suele, por ligeras ocasiones; acudian gentes de muchas partes, tenian algunos sobornados de secretó con dinero que les daban para que se fingieseu ciegos, cojos, endemoniados y trabajados de di-da y perdimiento de bienes, que dentro de ocho dias versas enfermedades, y que bebida aquel agua, publicasen que quedaban sanos. Destos principios pasó el embuste á que desenterraron los huesos de aquel hereje, que se llamaba Arnaldo, y habia diez y seis años que le enterraron en aquel lugar; decian y publicaban que eran de un santísimo mártir. Muchos de los clérigos simples con color de devocion ayudaban en esto á la gente seglar. Llegó la invencion á levantar sobre la fuente una muy fuerte casa y querer colocar los huesos del traidor homiciano en lugar alto para que el pueblo los acatase, con voz que fué un abad en su tiempo muy santo. No es menester mas sino que los herejes despues que pusieron las cosas en estos términos, eutre los suyos declaraban la invencion y por ella burlaban de la Iglesia, como si los demás milagros que en ella se hacen por virtud de los cuerpos santos fuesen semejantes invenciones; y aun no faltaba quien en esto diese crédito á sus palabras y se apartase de la verdadera creencia. Finalmente, el embuste vino á noticia de los frailes de la santa predicacion, que son los dominicos, y en sus sermones procuraban desengañar el pueblo. Acudieron á lo mismo los frailes menores, y los clérigos que no se dejaron engañar ni enredar en aquella sucia adoracion. Pero los ánimos del pueblo tanto mas se encendian para llevar adelante aquel culto del demonio, hasta llamar herejes á los frailes predicadores y menores porque los contradecian y les iban á la mano. Gozábanse los enemigos de la verdad y triunfaban, decian públicamente que los milagros que en aquel lodo se hacian eran mas ciertos que todos los que en lo restante dé la Iglesia hacen los cuerpos santos que veneran los cristianos. Los obispos comarcanos publicaban cartas de descomunion contra los que acudian á aquella veneracion maldita; no aprovechaba su diligencia, por estar apoderado el demonio de los corazones de muchos, y tener aprisionados los hijos de inobediencia. Un diácono, que aborrecia mucho la herejía, en Roma, do estaba, supo lo que pasaba en Leon, de que tuvo gran sentimiento, y se resolvió con presteza de dar la vuelta á su tierra para hacer rostro á aquella makdad tan grave. Llegado á Leon, se informó mas acudirá nuestro Señor con el agua necesaria y abundante. Dieron los presentes crédito á sus palabras; acudió con gente que le dieron y ayuda de muchos ciudadanos, allanó prestamente la iglesia y echó por los muladares aquellos huesos. Acaeció con grande maravilla de todos que al tiempo que derribaban la iglesia entre la madera se oyó un sonido como de trompeta para muestra de que el demonio desamparaba aquel Jugar. El día siguiente se quemó una gran parte de la ciudad á causa que el fuego por el gran viento que hacia no se pudo atajar que no se extendiese mucho. Alteróse el pueblo, acudieron á buscar el diácono para matalle; decian que en lugar del agua fué causa de aquel fuego tan grande. Acudian los herejes, que se burlaban de los clérigos, y decian que el diácono me→ recia la muerte y que no se cumpliria lo que prometió; mas el Señor todopoderoso se apiadó de su pueblo, ca á los ocho dias señalados envió agua muy abundante, de tal suerte, que los frutos se remediaron y la cosecha de aquel año fué aventajada. Animado con esto el diácono, pasó adelante en perseguir á los herejes, hasta tanto que los hizo desembarazar la ciudad.» Hasta aquí son palabras deste autor, por las cuales se entiende que la pestilencia desta herejia cundió por España, si bien la mayor fuerza deste mal cargó sobre la ciudad de Tolosa, de que le resultaron graves daños, y al rey de Aragon, que la quiso ayudar, la desastrada muerte, como luego se dirá. CAPITULO II. Cómo murió el rey de Aragon. La secta de los albigenses se hacia temer y cobraba mayores fuerzas de cada dia, no solo por las que el pueblo le daba, que mucho se le arrimaba, sino mas principalmente por los príncipes y grandes personajes que con su favor le acudian, sin hacer caso ni de la autoridad del Papa, ni de lo que por el mundo dellos se diria. Estos eran los condes el de Tolosa, el de Fox, el de Besiers y el de Cominges. Acudíales asimismo el rey de Aragon, á causa que estas ciudades estaban á su |