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HISTORIA DE ESPAÑA.

de legitimar trecientos hijos bastardos, y que en todas las iglesias de España, en las ciudades que se ganasen de moros pudiese nombrar y poner los obispos y sacerdotes que en ellas faltasen. Grande fué el crédito que el dicho Arzobispo ganó en aquel Concilio, no solo por las muchas lenguas que sabia, sino por sus muchas letras y erudicion, que para aquel tiempo fué grande. Dejó dos libros escritos, uno de la historia de España, el otro de las cosas de los moros, fuera de otro tratado que anda suyo en defensa de la primacía de su iglesia de Toledo. Tocante á la guerra de la Tierra-Santa se acordó y decretó en el mismo Concilio que todos los eclesiásticos ayudasen para los gastos y para llevalla adelante con cierta parte de sus rentas. Con este subsidio enviaron gente de socorro, y por su general á Pelagio, cardenal y obispo albanense, de nacion español, segun que lo testifica don Lúcas de Tuy; y que con este socorro se ganó la muy famosa ciudad de Damiata, puesta en lo postrero de Egipto. Cuanto á las revueltas de Francia, los dos Raimundos ó Ramones, padre y hijo, condes de Tolosa, acudieron al Concilio para pleitear contra Simon de Monforte, que los tenia despojados de su estado. La resolucion fué que los condenaron como á herejes, y adjudicaron á Simon de Monforte la ciudad de Tolosa con todo aquel condado, y los demás pueblos y ciudades que habia ganado á los hercjes con su valor y buena maña. En virtud de lo cual fué á verse con el rey de Francia para hacerle sus homenajes, como feudatario suyo, por aquellos estados, como lo hizo, y juntamente asentó con aquel Rey confederacion y perpetua amistad. Pero como quier que no se fiase de los vasallos, que todavía se inclinaban á sus señores antiguos, hizo desmantelar las ciudades de Tolosa, Carcasona y Narbona, por donde y por los tributos muy graves que derramó sobre aquellos estados incurrió en grave odio de los vasallos, de tal manera, que muchos pueblos á la ribera del rio Ródano Raimundo el mas se le rebelaron y se entregaron Mozo, hijo del despojado, y aun poco adelante se perdió la misma ciudad de Tolosa. Para todo ayudó mucho que diversos señores de Francia y de Cataluña, sin embargo de lo decretado por el Papa y por el Concilio, acudieron con sus fuerzas á aquellos príncipes despojados y pobres. El de Monforte pretendia con sus gentes recobrar aquella ciudad de Tolosa, y se puso con este intento sobre ella, y aun saliera con la empresa si no le mataran con una piedra que dispararon los cercados de un trabuco; hombre dignísimo de mas larga vida y de mejor fin por sus muchas virtudes y valor, y que á la destreza en las armas igualaba su piedad y amor de la religion católica. Dejó dos hijos en edad muy florida: el uno se llamó Aimerico, el otro Simon. El Aimerico, luego que mataron á su padre, alzó el cerco, y perdida grande parte de aquellos estados, desistió de la guerra. No se igualaba á su padre en grandeza de ánimo, en hazañas y valor; así, desconfiado de poder sosegar aquellos vasallos y contrastar con tantos príncipes como le haçian resistencia, se resolvió de renunciar aquellos pueblos y entregallos al rey de Francia, que en recompensa le nombró por su condestable; trueco muy desigual. Esto pasó tres años adelante: volvamos á la órden de los tiempos que poco arriba dejamos.

CAPITULO V.

Cómo los de la casa de Lara se apoderaron del gobierno
de Castilla.

Los de la casa de Lara todavía continuaban en su pretension y solicitaban á Garci Lorenzo para que les ayudase. El, engolosinado con las promesas que le ha➡ cian, y porque no se le pasase aquella ocasion de adelantarse, se ofreció de hacer todo lo que le pedian. Solo dia á la Reina gobernadora, que muy descuidada estaesperaba alguna buena coyuntura, y hallada, dijo uu ba de aquellas tramas, que la carga de aquel gobierno era muy pesada y sobre las fuerzas mayormente de mujer; encareció mucho las dificultades, los peligros, la diversidad de aficiones y parcialidades que entre los señores y entre los del pueblo andaban. La Reina, que mucho deseaba su quietud, fácilmente se dejó persuadir y llevar de aquellas engañosas palabras. «¿Quién, • dijo, me podrá descargar deste cuidado? Quién os parece á propósito para encargalte el gobierno y la crianza del Rey?»> Respondió: « Ninguno en el reino en poder y en riquezas se iguala á los de la casa de Lara, que podrán acudir á todo y reprimir los intentos de los mal intencionados.» Parecióie bien este consejo á la Reina y esta traza. Acordó juntar los obispos, los ricos hombres y los señores para consultar el negocio. Los mas, preguntado su parecer, şe allegaron al de Garci Lorenzo y se conformaron con la voluntad de la Reina, unos por no entender el engaño, otros por estar negociados, otros por aborrecer el gobierno presente coino de mucreer de ordinario que lo venidero será mejor que lo jer y ser cosa natural de nuestra naturaleza perversa presente. Salió por resolucion que la Reina dejasc el gobierno del reino y le renunciase en los tres hermanos y señores de Lara. Volvió en esta sazon de Roma el arzobispo don Rodrigo con poder y autoridad de legado del Papa, no le plugo nada que la Reina renunciase; pero el negócio le tenian tan adelante, que no se atrevió á contradecir. Solo hizo que aquellos señores de Lara en sus manos hiciesen juramento que mirarian por el bien comun y por el pro de todo el reino, en particular que no darian ui quitarian tenencias y gobiernos de pueblos y castillos sin consulta de la Reina y sin su voluntad; que no harian guerra á los comarcanos ni derramarian nuevos pechos sobre los vasallos; finalmente, á la reina doña Berenguela tendrian el respeto que que se debia y era razon tenerle á la que era hermana, hija y mujer de reyes. Con este homenaje les parecia se cautelaban y aseguraban que todo procederia bien y á contento, como si pudiese cosa alguna enfrenar á los dios tuviese de ordinario mejores los remates. Fué así, ambiciosos, y si el poder adquirido por los malos meque luego que don Alvaro, el mayor de los hermanos, se apoderó del gobierno, partió de Búrgos, do se hizo la renunciacion y todos estos conciertos. Lo primero desterró del reino á ciertos señores por causas ya verdaderas, ya falsas. Apoderóse de los bienes públicos y particulares, sin perdonar á las mismas rentas de las iglesias. A los patrones legos, que tenian derecho y costumbre de presentar para los beneficios de las iglesias, quitó aquella libertad con color que no eran de órden sacro y de reparar el culto divino, que en muchas maneras andaba menoscabado. En todo procedia por via

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de fuerza, sin cuidar de las leyes ni de la revuelta que los tiempos amenazaban. Pasó tan adelante en esta rotura, que puso en necesidad á don Rodrigo, dean de Toledo y vicario del Arzobispo, de pronunciar sentencia de descomunion contra el dicho don Alvaro, gobernador. Enfrenóse algun tanto por este castigo y hizo alguna restitucion y satisfaccion de los daños pasados; pero no se mudó del todo su condicion y mal ánimo. Juntó Cortes en Valladolid. Acudieron á su llamado y á su persuasion por la mayor parte los de su parcialidad y de su valía, que socolor del bien público y con voz de todo el reino, ayudaron sus intentos de arraigarse en el gobierno y pertrecharse con todo cuidado para todo lo que pudiese resultar. Este fué el principal efecto de aquellas Cortes. A gran parte de la nobleza pesaba inucho que don Alvaro con aquellas trazas se apoderase de todo sin que nadie le pudiese ir á la mano, y que uno solo tuviese mas fuerza y autoridad que todos los demás. En especial don Lope de Haro, hijo de don Diego de Haro, y don Gonzalo Ruiz Giron, mayordomo de la casa real, y sus hermanos, que todos eran de los mas principales, sentian mucho el desórden. Comunicaron cutre sí el negocio; acordaron hacer recurso á doña Berenguela y querellarse de la renunciacion que hizo del gobierno. Pusiéronle delante el peligro que todo corria si prestamente no se acudia con remedio. Que bien estaban satisfechos del buen ánino é intencion que tuvo en renunciar el gobierno; mas pues las cosas sucedian al revés de lo que se pensó, era forzoso mudar propósito y volver al oficio y cuidado que dejó para que aquellos hombres locos y sin término no acabasen de hundillo todo. «¿Por ventura será razon que antepongais vuestro descanso y quietud al bien comun y pro de todo el reino, permitir que todos nos despeñemos y nos perdamos? ¿Por qué no quitaréis el oficio y cargo que sin darnos parte renunciastes á un hombre sin juicio y desatinado? Librad pues á nos y al reino de las tempestades que á todos amenazan; que si en este trance no nos acudís, será forzoso remediar los daños con las armas. Mirad, Señora, no se diga que por el deseo de vuestro particular descanso fuistes causa que el reino se revolviese y alterase, como será necesario. » Movian estas razones á la Reina. Conocia el yerro que hizo; todavía como era mujer y flaca no se atrevia á contrastar con los que tenian en su poder las fuerzas y las armas del reino. Temia que si intentaba de despojallos del gobierno resultarian mayores males; tomó por expediente avisar á los de Lara de la jura que hicieron de gobernar el reino con todo cuidado sin hacer agravios ui dėmasías, en que parecia haberse desmandado. Sirvió este aviso muy poco; antes irritado don Alvaro, se apoderó del estado y pueblos de la misma Reina, y no contento con esto, la mandó salir de todo el reino; grande atrevimiento y afrenta notable, bien fuera de lo que sus obras merecian y de lo que la nobleza y agradecimiento pedia. La Reina, por excusar mayores inconvenientes, en compañía de su hermana la infanta doña Leonor se retiró al castillo de Otella, cerca de Palencia, por ser una plaza muy fuerte; muchos de los grandes tomaron su voz, en que perseveraron hasta la muerte del Rey, su hermano. Todo era principio de algun gran rompimiento, mayormente que á don Gonzalo Giron removieron del oficio de mayordomo mayor, y se dió á don Fer

nando de Lara, hermano de don Alvaro. Al Rey, aunque de poca edad, no contentaban estas tramas; descaba hallar ocasion para librarse de los que en su poder le tenian y irse para su hermana. Era por demás tratar desto, porque don Alvaro le tenia puestas guardas y tomados los pasos. Demás destò, por asegurarse mas y ganalle la voluntad con deleites fuera de tiempo, trató de casarle. Despachó embajadores para pedir por mujer del Rey á doña Malfada, hermana del rey de Portugal don Alonso. Concertóse el casamiento y trajeron la novia á Palencia, do se celebraron las bodas. Recibió desto mucha pesadumbre doña Berenguela por los daños que podian resultar á causa de la edad del Rey, que era muy poca. Escribió sobre el caso al papa Inocencio, avisóle del deudo que tenian entre sí los desposados. El Papa, informado de todo, por un breve suyo remitió el negocio á los obispos don Tello, de Palencia y don Mauricio, de Burgos, para que examinasen lo que la Reina decia, y si se averiguase el impedimento, apartasen aquel casamiento, so graves penas y censuras si no obedeciesen á sus mandatos. Los obispos, luego que recibieron el breve, procedieron en el caso como les era mandado, y averiguado el parentesco que se alegaba, dieron sentencia de divorcio; con que la desposada, á lo que se cree, doncella y sin perjuicio de su virgini• dad, dió la vuelta á Portugal. Allí fundó el monasterio de Rucha, y en él pasó lo que le restó de la vida sauta y religiosamente, aunque muy sentida no solo de aquella mengua, sino en especial contra don Alvaro, gue no contento de haberle sido causa de aquel daño, trató de casarse con ella; que fuera un trueco muy desigual y de reina sujetarse á, su mismo vasallo. Todo esto pasaba en Castilla el año que se contó de Cristo 1216, en que á 16 de julio falleció en Roma el papa Inocencio III, persona de aventajadas prendas y virtudes, y que pocos en el número de los pontifices se le igualaron, en particular fué muy elocuente y muy sabio en letras divinas y humanas. Sucedió en su lugar Honorio III, natural de Roma, en cuyo tiempo y pontificado falleció en aquella ciudad la reina de Aragon doña María, madre del rey don Jaime; sepultaron su cuerpo en el Vaticano, cerca del sepulcro de santa Petronilla. Allí reposaron sus huesos de los muchos trabajos que padeció por toda su vida, desterrada de su reino y de su pa'ria, pobre y apartada de su marido. En su testamento dejó encomendado su hijo y el reino de Aragon al Pontifice, para que coino padre universal los recibiese debajo de su proteccion y amparo, La edad del Rey tenia necesidad de semejante favor, y por estar los del reino divididos en parcialidades, de que se temian revueltas y guerras, era ménester que la prudencia del Pontífice los enfrenase, lo que él hizo con todo cuidado por cuanto le duró la vida. En esta sazon don Ramon, conde de la Proenza, por cartas que sus vasallos le enviaban, se determinó de huirse secretamente de Monzon, do le tenian como preso en compañía del rey de Aragon, su primo. Embarcóse en una galera que en el puerto de Salu, cerca de Tarragona, le tenian aprestada. Con su llegada á su estado se apaciguaron graves diferencias que andaban entre los principales de aquella tierra, como los que estaban sin cabeza, y cada cual pretendia poner mano en el gobierno. Tomás, conde de Mauriena, cepa de los duques de Saboya, tenia una hija, por nombre

tanto dinero cuanto era menester pará el sustento de la casa real y para apercebirse de gente que enfrenase las demasías de cualquiera que se desmandase.

CAPITULO VI.

De lo restante hasta la muerte del rey don Enrique de Castilla,

La division y enemiga entre don Alvaro de Lara y la reina doña Berenguela traia alborotado el reino, pequeños y grandes; unos acudian á una parte, otros á la contraria, de que resultaban muertes y robos y otros

Beatriz, que casó con este don Ramon, conde de la Proenza. Deste matrimonio nacieron cuatro hijas, que casaron las tres con otros tantos reyes, y la cuarta con el Emperador; rara felicidad y notable. La huida de don Ramon fué ocasion de poner en libertad al rey de Aragon. Don Guillen Monredon, maestre del Temple, comenzó á recelarse por este ejemplo no le sacasen con semejante maña de su poder al Rey, que seria ganar otros las gracias de ponelle en libertad y quedar él cargado de habelle tenido tanto tiempo como preso. Con este cuidado y para dar corte en lo que se debia hacer, se comunicó con don Pedro de Azagra, señor de Albar-géneros de maldades. Sucedió un nuevo embuste de racin, y con don Pedro Ahones, ambos personajes de mucho poder y nobleza. Acordaron de llamar á Monzon á don Aspargo, que de obispo de Pamplona lo era á la sazon de Tarragona, y á don Guillen, obispo de Tarazona. Juntos que fueron, de comun acuerdo se resolvieron de poner al Rey en libertad y entregalle el gobierno del reino, si bien no pasaba de nueve años. Tomaron este acuerdo por el mes de setiembre, y se juramentaron entre sí de llevar adelante esta resolucion. No hay cosa secreta en las casas reales, mayormente en tiempo que reinan pasiones y parcialidades. Don Sancho, tio del Rey, que tenia el gobierno del reino, sabido lo que pasaba, con intento de conservarse en el mando, llevaba muy mal aquel acuerdo. Desmandábase en palabras y fieros en tanto grado, que llegó á amenazar cubriria de grana el camino por do el Rey pasase, que era tanto como decir le regaria con sangre de los que le acompañasen. Su soberbia era tan grande, que nunca pensó se atrevieran á lo que hicieron, y todavía se fue con buen golpe de gente á Selga, que es un pueblo puesto en el mismo camino por do habian de pasar. El Rey, cuando esto supo, tuvo miedo, tanto, que sin embargo de su poca edad, se puso una cota de malla con intento de pelear, si fuese necesario. Valió que dou Sancho, aunque tenia en las manos la victoria por ser muy pocos los que acompañaban al Rey, bien que de los mas ilustres y principales, no se determinó á acometellos; la causa no se sabe, parece que le cegó Dios para que no viese la caida que deste principio muy en breve le esperaba. El Rey, libre deste peligro, pasó á Huesca, de allí á Zara-goza. Allí y por todo el camino se hicieron grandes fiestas y alegrías y recibimientos por velle puesto en libertad, ca todos esperaban, y tenian por cierto que para adelante el gobierno procederia mejor que hasta allí y los daños del reino se remediarian. Convenia dar asiento en negocios muy graves que tenian represados, sosegar las voluntades y parcialidades, alentar á los buenos y cortar los pasos á los no tales. Para todo tenian necesidad de recoger dineros, de que se padecia gran falta, á causa de los gastos que los años pasados se hicieran y de los bandos y pasiones que continuaban y todo lo tenian consumido. Los catalanes acudieron á esta necesidad con mucha voluntad; otorgaron que se cobrase el tributo que vulgarmente llaman bovático, por repartirse por las yuntas de bueyes y las demás cabezas de ganados. Este tributo se concede pocas veces y solo en tiempo de graves necesidades; y sin embargo de que le otorgaron al rey don Pedro los años pasados por tres veces, al presente se le concedicron al rey don Jaime, su hijo, que fué el año 1217. Fué esta concesion de grande momento; de que se recogió

don Alvaro con que echó el sello á los demás desórdenes y trazas. Pasó el Rey al reino de Toledo, y entreteníase en Maqueda, villa poco distante de aquella ciudad. Doña Berenguela, su hermana, cuidadosa de su salud le despachó un hombre para que de secreto le visitase de su parte y le llevase nuevas de todo lo que pasaba. Tuvo don Alvaro desto aviso; prendió al hombre con achaque que traia cartas que él mismo contrahizo con el sello de la Reina, en que persuadia á los de palacio diesen yerbas al Rey, su señor. Para dar mayor color á esta invencion y para hacer sospechosa á la Reina y que el Rey se recatase de la que era su amparo, hizo dar garrote al mensajero, que sin culpa alguna estaba. Con este hecho tan atróz se enconaron mas las voluntades; los mismos vecinos de Maqueda, sabido el embus→ te, con mano armada pretendieron dar la muerte á hombre tan malo; y salieran con ello, si con tiempo no se retirara y en compañía del Rey se partiera canino de Huete. A aquella ciudad envió de nuevo la reina doña Berenguela, á instancia del mismo Rey, otro hombre, que se llamaba Rodrigo Gonzalez de Valverde, para comunicar con él la manera que tendria para retirarse donde la Reina estaba. A este tambien prendieron y enviaron á Alarcon para que allí le guardasen; no se atrevieron á darle la muerte por no indignar mas la gente. La tempestad empero que con estas nubes se armaba revolvió sobre los señores que seguian el partido de la Reina. Tuvo el Rey la Cuaresma en Valladolid; desde allí envió don Alvaro buen golpe de gente para cercar á Montalegre, en que se tenia don Suero Tellez Giron, caballero de muy antiguo y noble linaje, y bien apercebido de soldados para defender aquella plaza; demás que tenia dos hermanos, el uno don Fernando Ruiz, y el otro don Alonso Tellez, que le pudieran acudir, y no lo hicieron por respeto del Rey; antes don Suero, luego que en nombre del Rey le requirieron entregase aquella fuerza, lo hizo, si bien se pudiera entretener largamente. Mas los nobles antiguamente en España sobre todo se esmeraban en guardar á sus príncipes el respeto y la debida lealtad. Despues desto corrieron los campos comarcanos, y el Rey mismo con su gente se puso sobre Carrion. Desde á poco pasó sobre Villalva, dentro de la cual fuerza se hallaba Alonso de Meneses, no menos ilustre que los Girones, pero no tan comedido como ellos. La venida del Rey fué de sobresalto, y don Alonso á la sazon se hallaba fuera del pueblo; para entrar dentro le fué forzoso hacerse camino con la espada, en que estuvo á punto de perderse y quedó he¬ rido, y muertos muchos de sus criados y algunos caballos que le tomaron en la refriega. Sin embargo, defeudió aquella plaza obstinadamente hasta tanto que el Rey,

perdida la esperanza de salir con la empresa, dió la vuelta para la ciudad de Palencia, en sazon que por otra parte se hacia la guerra contra don Rodrigo y don Alvaro de los Cameras, en cuyo poder estaba la ciudad de Calahorra. Acudió el Rey á esta empresa, con que fácilmente se apoderó de aquella ciudad por entrega que Garci Zapata le hizo del castillo, cuyo alcaide era, sea por acomodarse al tiempo, ó por juzgar le seria mal contado si hacia resistencia á su Rey, que se hallaba presente. Tomada aquella ciudad, marcharon contra don Lope de Haro, señor de Vizcaya. La tierra es áspera y la gente muy aficionada á sus señores, que fué causa que la guerra se alargase y el Rey diese la vuelta. Esto dió ánimo á don Lope para con la gente que tenia junta para su defensa hacer entrada por las tierras del Rey y correr los campos sin reparar hasta la villa de Miranda de Ebro. Salióle al encuentro don Gonzalo, hermano del gobernador don Alvaro. Asentaron sus reales los unos á la vista de los otros con intento de pelear. Excusóse la batalla por la diligencia de varones graves y religiosos que se pusieron de por medio y les persuadieron desistiesen de aquel intento, de que resultarian graves daños por cualquiera de las partes que quedase la victoria. Con esto don Gonzalo se partió para do el Rey estaba, y don Lope se fué á Otella para verse con la reina doña Berenguela y asistilla, ca se temia no la cercasen dentro de aquel castillo, y aun refieren que el Rey con su gente, mas por engaño de don Alvaro que por su voluntad, lo intentó; sin hacer empero efecto dió la vuelta á Palencia. Añaden que se trató de casar de nuevo el Rey con doña Sancha, hija del rey don Alonso de Leon y de su primera mujer, y que estuvieron muy adelante los conciertos con tal que la Infanta heredase el reino de su padre, sin embargo que tenia en doña Berenguela á su hijo don Fernando; la verdad ¿quién la podrá averiguar? Que la historia deste tiempo no menos revueltas y perplejidades tiene que las mismas cosas del reino. Concuerdan en que como el Rey estuviese aposentado en las casas del Obispo y jugase con otros sus iguales en el patio, fué muerto por un caso repentino y desgracia extraordinaria; una teja que cayó le descalabró la cabeza, de que desde á once dias murió, mártes á 6 de junio, año de 1217. Gran burla de las cosas del mundo, grande la miseria; pues muere un rey jóven en la flor de su edad en la entrada del reino, que apenas habia probado qué cosa es vivir y reinar. Hay fama, aunque sin autores bastantes, que un mancebo del linaje de los Mendozas tiró una piedra desde una torre que estaba cerca, y con ella quebró la teja que cayó sobre la cabeza del Rey y le mató. El cuerpo el tiempo adelante enterraron junto á la sepultura de su hermano don Fernando en las Huelgas de Búrgos, en que cada año el dia de su muerte le hacen aniversario en aquel mismo tiempo. Vivió menos de calorce años; dellos reinó los dos y mas nueve meses. Este mismo año en Portugal se ganó de los moros un pueblo principal, que se llama Alcázar de Sal, y antiguamente se llamó Salacia, y era colonia de romanos. El autor y movedor principal desta empresa fué Mateo, obispo de Lisboa. El juntó para ello mucha gente de Portugal y persuadió á los caballeros templarios que ayudasen; y lo que mas hizo al caso, una armada de mas de cien velas, en que gran número de ingleses, flamen

cos y franceses, tomada la señal de la cruz por lo que se trató en el Concilio lateranense, pretendian, rodeado el mar Océano y Mediterráneo, pasar á las partes de levante y á la Suria en defensa de la Tierra-Santa, y para dar calor á aquella guerra sagrada, aportó á Lisboa y echó anclas en aquel puerto. Estos, á persuasion de aquel Prelado, se juntaron con los demás para combatir aquel pueblo. Acudió á la defensa y á dar socorro á los cercados gran morisma de Sevilla, Córdoba y otras partes. Vinieron á batalla, en que murieron mas desesenta mil moros; gran matanza. Dióse la batalla á los 25 de setiembre, y á los 18 de octubre se ganó la plaza.

CAPITULO VII.

Cómo alzaron por rey de Castilla á don Fernando, llamado el Santo.

El rey don Enrique tenia dos hermanas mayores que él; doña Blanca y doña Berenguela. Doña Blanca casó con Luis, hijo mayor de Filipe Augusto, rey de Francia. Doña Berenguela á su marido don Alonso, rey de Leon, durante el matrimonio le parió cuatro hijos, que fueron don Fernando, don Alonso, doña Constanza y doña Berenguela. Doña Blanca se aventajaba en la edad, ca era mayor que su hermana, y parecia justo sucediese en el reino de su hermano difunto, si el derecho de reinar se gobernara por las leyes y por los libros de juristas, y no mas aína por la voluntad del pueblo, por las fuerzas, diligencia y felicidad de los pretensores, como sucedió en este caso. Juntáronse muchos donde la Reina estaba con toda brevedad para consultar este punto. Salió por resolucion de comun acuerdo, sin hacer mencion de doña Blanca, que el reino y la corona se diesen á su hermana doña Berenguela. Aborrecian, como es ordinario, el gobierno de extranjeros, y recelábanse que si Castilla se juntaba con Francia, podrian dello resultar alteraciones y daños. Antes que esta resolucion se tomase, la reina doña Berenguela, para evitar inconvenientes, despachó á don Lope de Haro y á Gonzalo Ruiz Giron para que alcanzasen del rey de Leon le enviase á su hijo don Fernando, para que la asistiese contra las fuerzas y embustes de don Alvaro Nuñez de Lara, el gobernador, que á la sazon la tenia cercada dentro de Otella, como queda dicho. Desistió por entonces de pretender contra los de Lara, porque alzaron el cerco; al presente, sabida la desgracia del Rey, su hermano, volvió á su primera demanda. Era menester usar de presteza antes que la muerte del Rey llegase á noticia del rey de Leon, del cual se recelaban no intentase de apoderarse del reino de Castilla como dote de su mujer, si bien el matrimonio estaba apartado. El recelo, por lo que se vió adelante, no era sin propósito. Los embajadores se dieron tal priesa y usaron de tal diligencia, que antes que el rey de Leon supiese nada de lo que pasaba, alcanzaron dél lo que pretendian. Fué cosa fácil encubrir la muerte del Rey, por causa que el conde don Alvaro ponia en esto gran cuidado; el cual, aunque de repente se vió apeado del gran poder que tenia, no se olvidó de sus mañas, antes llevó el cuerpo del difunto á Tariego. Dende echaba fama que vivia, y despachaba en su nombre muchos recados y negocios, dando diversas causas por qué no salia en público ni comunicaba con nadie. Bien via él que semejante invencion no podia ir á la larga; mas procu

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HISTORIA DE ESPAÑA.

raba en este medio pertrecharse y asegurarse lo mas que podia. Llegó pues el infante don Fernando á Otella, donde estaba su madre, bien ignorante de lo que pasaba y ella pretendia; que fué renuncialle luego, como lo hizo, el reino y la corona. La ceremonia que se acostumbra á hacer cuando alzan á alguno por rey se hizo en la ciudad de Najara debajo de un gran olmo; tal era la llaneza de aquellos tiempos. Alzaron los estandartes por el nuevo Rey y hiciéronse las demás solemnidades. De Najara volvieron á Palencia con intento de visitar el reino. Recibiéronlos los ciudadanos con muestra de mucha voluntad y alegría á persuasion de su obispo don Tello, que con su autoridad y diligencia los allanó y quitó todas las dificultades. Pasaron adelante, llegaron fáá la villa de Dueñas, que les cerró las puertas; pero como quier que el pueblo no es grande ni muy fuerte, cilmente le entraron por fuerza. Allí comenzaron algunos de los grandes y ricos hombres á mover tratos de paz con los de la casa de Lara y los demás de su valía. El conde don Alvaro de buena gana daba oidos á los que desto trataban. Todavía como el que estaba acostumbrado á mandar pretendia Hevallo adelante, y para esto queria le encargasen la tutela del nuevo Rey; gran soberbia y temeridad. Tenia don Fernando á la sazon diez y ocho años, si bien otros dicen que no eran mas de diez y seis; edad no muy fuera de propósito para encargarse del gobierno. Las cosas amenazaban rompimiento y guerra. Los reyes pasaron á Valladolid, pueblo grande y abundante en Castilla. Juntáronse en aquella villa Cortes generales del reino, en que por voto de todos los que en ellas se hallaron se decretó que la reina dona Berenguela era la legítima heredera de los reinos de su hermano, segun que por dos veces lo tenian determinado en vida del Rey, su padre. Así lo refiere el arzobispo don Rodrigo; añade luego que era la mayor de sus hermanas, que lo tengo por mas verisímil, si bien algunos otros autores son de otro parecer. Lo cierto es que la Reina, por el deseo que siempre tuvo de su quietud, tornó segunda vez con la aprobacion de las Cortes á renunciar el reino á su hijo; y en esta conformidad le alzaron de nuevo por rey en una plaza grande que está en el arrabal de aquella villa. Desde alli con gran acompañamiento le llevaron á la iglesia mayor para que él jurase los privilegios del reino y los demás le hiciesen sus homenajes acostumbrados en semejantes solemnidades. Por otra parte, el rey de Leon, su padre, luego que supo lo que pasaba y cómo la Reina le engañó, se dolia grandemente de verse burlado. No le pareció que podria por bien alcanzar lo que deseaba, que era entregarse del nuevo reino de Castilla ; acordó acudir á la fuerza, envió delante á su hermano don Sancho para que rompiese por las fronteras, y él mismo con otro grueso ejército entró por tierra de Campos haciendo todo el mal y daño que pudo. La Reina, aquejada del temor que le causaba aquella nueva tempestad, envió dos obispos, Mauricio, de Búrgos, y Domingo, de Avila, para que con su prudencia y buenas razones amansasen al Rey y le persuadiesen alzase mano de aquella su pretension tan fuera de camino y de sazon. Esta diligencia no fué de provecho alguno, antes el pecho del Rey se encendió en mayor saña, mayormente que el la conde don Alvaro y sus parciales le daban grandes esperanzas que saldria con su intento; y á la verdad,

guerra para ellos era de provecho, y la paz les acarreara
mal y daño. Despedidos los obispos, prosiguió el Rey
con su gente en las talas que hacia, en las presas y que-
mas muy grandes. Intentó apoderarse de Búrgos, ciu-
dad real y cabeza de Castilla ; mas don Lope de Haro y
otros caballeros le salieron al encuentro y le forzaron
á dar la vuelta mas de priesa que viniera. Las ciudades
de Segovia y Avila, que por estar prevenidas del conde
don Alvaro no vinieron en la eleccion del nuevo Rey,
al presente, mudado parecer, enviaron embajadores á la
Reina para desculparse de lo pasado y para adelante
ofrecerse á su servicio, que cumplieron muy entera-
mente, y nadie les hizo ventaja en obedecer al nuevo
Rey y en hacer resistencia á los alborotados. Por otra
parte, el conde don Alvaro, visto lo poco que le presta-
ban sus mañas, vino en que el cuerpo difunto del rey
don Enrique, que todavía le tenia en Tariego sin dalle
sepultura, le llevasen á enterrar. Acudieron á esto dos
obispos, el de Búrgos y el de Palencia, que acompaña-
ron el cuerpo hasta la ciudad de Palencia. La reina doña
Berenguela que los esperaba, desde allí junto con los
obispos acompañó el cuerpo y le hizo enterrar en las
Huelgas de Burgos, como arriba se tocó. No acudió el
rey don Fernando por tener cercado á Muñon, pueblo
fuerte y que no queria obedecer; pero en fin le ganó por
conclui-
fuerza y prendió dentro dél los soldados que tenia de
guarnicion, en sazon que la Reina, su madre,
das las honras y enterramiento, dió la vuelta para verse
con su hijo. De alli fueron á Búrgos para asistir en las
Cortes que tenian aplazadas para aquella ciudad. Tras
esto se apoderaron de las villas de Lerma y de Lara, y
se las quitaron á don Alvaro. Vueltos á Búrgos, hicie-
ron su entrada con representacion de majestad á ma-
nera de triunfo. Pasaron á la Rioja, do sujetaron á Vi-
llorado, Najara y á Navarrete; todo se le allanaba al nue-
vo Rey, porque demás que tenia de su parte la justicia,
y por el mismo caso el favor del cielo, con su noble con-
dicion y con la apostura de su cuerpo granjeaba las vo-
luntades y todo el mundo se le aficionaba. Solos los
señores de Lara y sus aliados no acababan de sosegar,
ni los daños y males rendian sus corazones obstinados,
en que pasaron tan adelante, que con golpe de gente
que juntaron de todas partes, se pusieron en un lugar
llamado Herreruela, puesto en el mismo canino por do
el Rey habia de pasar á Palencia. La mayor parte de los
soldados alojaban dentro del pueblo, don Alvaro en un
cortijo allí cerca acompañado de poca gente. Este des-
cuido ó sea menosprecio de sus contrarios fué causa de
su perdicion, porque avisados los del Rey, dieron so-
bre él de repente, y aunque pretendió defenderse, y
apeado del caballo, y aun despues caido en tierra, se
cubria con el escudo de los golpes que sobre él carga-
ban, al fiu le rindieron y quedó preso; con que se pu-
diera poner fin á los males y revueltas del reino si no
se aseguraran demasiadamente. Fué así, que don Al-
varo, como se vió preso, rindió al Rey luego todos los
pueblos y castillos que de la corona le quedaban en su
franca, Villorado, Najara, Pancorvo. Esto hecho, no
poder; estos fueron Alarcon, Amaya, Tariego, Villa-
solo le dieron libertad, sino que el Rey le recibió en su
gracia y amistad. La misma facilidad usó con don Fer-
nando, hermano de don Alvaro, que tenia en su poder
á Castrojeriz y Orejon; y como no los quisiese rendir,

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