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diccion. No me fué dificil contestar á otros varios puntos de controversia, á que respondí con mas o menos acierto. Hallábase allí á la sazon un sobrino del famoso Juan Francisco Budéo, que pasa por el mas grave teólogo de los luteranos, el que apoyado en el falso sistema de su tio, negaba las tradiciones divinas y apostólicas, impugnando la doctrina del santo concilio de Trento. Este punto dogmático, que se discutió acaso con mas calor que ningun otro, fué sostenido con varias razones de algunos ministros que se pusieron de mi parte, y que disentian de Budéo. Pero confieso á V. M. que quando todos reunidos me arguyeron con el establecimiento de la Inquisicion, no supe al principio que responderles, ya porque siempre me pareció extraño su modo de enjuiciar, ya porque me cogió de sorpresa este ataque á que yo no estaba prevenido.,, Vuestra iglesia romana, me decian, no puede ser la verdadera iglesia de Jesucristo, porque abriga en su seno el espantoso tribunal de la Inquisicion: tribunal despótico, sanguinario, cruel, y por tanto contrario á las máximas del evangelio. Su divino autor, que es el Dios de paz y de caridad, detesta las violentas coacciones y horribles castigos que emplea la Inquisicion con los disidentes. Todas las páginas del nuevo Testamento nos pintan la religion de Jesucristo compasiva, atractiva, amable, qual salió del seno del Padre celestial, y la Inquisicion la hace insufrible y odiosa, y en lugar de atraer los protestantes, los desvia mas y mas del gremio de esa iglesia, particularmente en vuestra España...."

,,Yo quisiera, Señor, que todos los abogados y protectores del Tribunal, comprehendiendo á los reverendos obispos, se hubieran hallado en el mismo conflicto que yo. No se trataba aquí de asuntos meramente políticos, en que cada uno expone su opinion sin peligro de la fe, sino asuntos dogmáticos, que son los que afirman, despues de un crítico razonamiento afianzado en los lugares teológicos, la creencia de los fieles. Tampoco se trataba de convencer á un vulgo ignorante, sino á hombres doctísimos, versados profundamente en el conocimiento de las sagradas escrituras que aprenden desde su niñez. No ignoro yo que si me hubiera servido de la doctrina y de las armas de nuestros folletistas los hubiera confundido, llamándolos á gritos hereges, luteranos, calvinistas, arminianos, presbiterianos, sacramentarios, anabaptistas.... y hubiera quedado muy ufano y satisfecho de mi victoria. Mas es este el medio de defender las sacrosantas verdades del evangelio? ¿Son estas las razones á propósito para convencer á los refractarios? V. M. lo juzgará imparcialmente con su piedad sabiduría. Entonces me ví forzado á confesar que la Inquisicion era un tribunal de establecimiento puramente humano, en que no solo tuvo parte la curia de Roma, sino la política de los reyes:: confesé sus enormes abusos, su dominio despótico, contrario al espíritu del evangelio: dixe en fin que eran defectos de hombres que no podian perjudicar á la pureza de doctrina, á la santidad y primacía de la iglesia romana, madre y maestra de todas las iglesias; y dixe otras verdades que no necesito ahora reproducir. Estas mismas conversaciones se repitieron en casa de Jorge Washington, que apareció por aquellos dias en Filadelfia. No pude averiguar á qué secta pertenecia este célebre general; pero el filósofo Franklin propendia á la de los arminianos, segun los principios de Felipe Limbourg. El fué quien me provocó á producirme en público en prueba de mi sinceridad, y no dificulté un momento predicar en la iglesia cató

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lica de Filadelfia la misma doctrina que habia proferido en mis conversaciones, á cuya funcion asistieron todos los españoles de las fragatas de guerra la Héroe, la Loreto, y de ocho ó diez barcos de la Florida que se hallaban allí. A peticion de la congregacion de los católicos se vertió literalmente mi sermon en ingles, y á los ocho dias lo predicó el Sr. Beeston, uno de los dos curas de aquella parroquia, de quien no tengo noticia que haya muerto. El concurso de todas las sectas fué tal, que yo mismo apenas pude ocupar un estrecho lugar en el presbiterio, á pesar de mi amistad con aquellos curas. Los ministros protestantes quisieron sin duda desengañarse de la sinceridad con que un español iba á hablar sobre la Inquisicion, y lo consiguieron. Mi sermon fué el primero que se predicó en nuestro idioma en aquellas vastas regiones, y creí asimismo necesario esparcir esta doctrina en las provincias de Nueva-Yorck, Merilad.... hasta Baltimore, que corrí, ya por curiosidad, ya por exâminar los progresos que podria hacer en aquel inmenso territorio la religion católica, apostólica, romana. Aseguro á V. M. que jamas hubiera hablado en público de este gravísimo asunto sino forzado de la necesidad de hacer ver que la Inquisicion es un obstáculo en muchos paises á la propagacion del evange lio. Su nombre solo llena de terror los espíritus mas fuertes; empero quando se desengañan de que la Inquisicion no es un tribunal inherente ni esencial á nuestra religion, sino la obra de la política y del despotismo, se abre la entrada al santuario de la iglesia católica. Desengañados muchos anglo-americanos de este error, mudaron de dictámen. Mas de ochenta familias protestantes hicieron bautizar sus hijos en la parroquia de los cató◄ licos, de que yo fuí testigo, y lo mismo executaron otras infinitas á que no pude concurrir. Por no molestar á V. M. solo he tocado de paso esta materia. Pero qué mas? Desde aquella época, que fué el año de 88 del siglo pasado, se traté seriamente de erigir la primera silla episcopal en aquellas inmensas regiones con anuencia del seberano Congreso, aunque compuesto casi todo de protestantes. Yo fuí uno de los encargados para promover este importante asunto con el señor nuncio Hipólito María Vincenti, y el santo padre Pio vi nombró por primer obispo al Sr. Carroll, que era á la sazon su vicario apostólico. Es increible el incremento que ha tenido el catolicismo en aquellos paises en poco mas de veinte años, pues tengo entendido que se han fundado ya hasta cinco sillas episcopales. Si la Inquisicion hubiera por desgracia sentado allí su predominio, estoy bien seguro que no habria ninguna. Este extraño acontecimiento, en que yo tuve por casualidad una pequeña parte, fué público en Filadelfia, ciudad floreciente y populosa. Nunca hice mérito de él, sin embargo de haber sido el suceso mas feliz de mi vida, y el mas grato á mi corazon. (*) ¿Y quien puede extrañar ahora que yo pinte al tribunal como contrario al espíritu del evangelio, á pesar de las reclamaciones de muchos que acaso lo harán con buena intencion?

(*) En Cádiz hay sugeto fidedigno que habiendo arribado el año de 1806 á Charleston oyó una puntual narracion de lo que aquí va expuesto, así á los católicos, como á los protestantes. Lo mismo oyó en Boston, Nuea-Yorck, y particularmente en Filadelfia, donde se informó de todo con mas exactitud.

,,Yo he probado, Señor, y si no me engaño he probado hasta la evidencia, que la Inquisicion no entró en el plan de Jesucristo, ni de los apóstoles, ni de los concilios, ni de los padres que es un tribunal intruse en la iglesia de Dios: que debe su orígen y establecimiento á la edad media, es decir, á los siglos bárbaros, quando las costumbres y la disciplina se hallaban en la mayor decadencia: que la Inquisicion es enteramente inútil en la iglesia: que es diametralmente opuesta á la sábia y religiosa constitucion que V. M. ha sancionado y que han jurado los pueblos; y por último que es no solamente perjudicial á la prosperidad del estado, sino contraria al espíritu del evangelio que intenta defender. Respondan, si quieren, á estas verdades; pero sea con el lenguage de la urbanidad, de fa política y de la religion de que tanto se jactan. Qualquiera otra arma es prohibida. Yo he tratado á los que sienten lo contrario como á conciudadanos, como á hermanos, no como á. extrangeros, no como á enemigos. Desnudo de toda parcialidad, y convencido íntimamente de que hago un servicio á mi patria, ataco al tribunal por los cimientos; pero respeto y amo á sus individuos. El hacer venir reclamaciones de luengas tierras y recoger firmas de varios cuerpos particulares para hacer creer que el pueblo español pide de consuno el Santo Oficio; es una estratagema vergonzosa, que prueba por sí misma la falta de razones en los que se valen de ella. Sin embargo, la junta de Galicia entre otras varias corporaciones, tomando la voz de todo el pueblo gallego, acaso el mas tenaz en conservar la religion de sus mayores, ha solicitado el restablecimiento de la Inquisicion, como si dos ó tres individuos de una provincia de millon y medio de habitantes pudieran llevar la voz del pueblo en una materia religiosa. En pos de estos folletos vino tambien un escrito impreso en la Coruña desmintiendo el contenido de los primeros. ¿Dónde estamos? ¿Son estos los me dios á propósito para sostener un tribunal que siglos há no debia subsistir

entre nosotros?

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,, Señor, este coloso, semejante á la estatua que vió Nabuco, descrita y explicada por Daniel, tiene la cabeza de oro brillante, el pecho los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre, las piernas de hierro; pero la mitad de sus pies es de barro, y por tanto es muy fácil dar con él en tierra. Me explicaré con mas propiedad. Este es aquel árbol de quien dice Jesucristo por San Mateo, que no siendo plantado por su Pal dre celestial, debe cortarse de raiz : Omnis plantatio, quam non plantavit Pater meus calestis, eradicabitur. El daño que ha hecho la Inquisicion á la iglesia y al estado es incalculable. Ella no ha corregido las costumbres, no ha procurado la instruccion de los pueblos en la sólida y verdadera religion, se ha opuesto, ya por conveniencia, ya por política, á la ilustracion de un pueblo digno de mejor suerte. Ha derramado las tinieblas, ha patrocinado la supersticion, mira con odio la libertad de imprenta; y aunque acosada y moribunda quiere como la hidra levantar sus siete cabezas para destruir despues sordamente quanto V. M. ha establecido en ber neficio de la nacion. La justicia, el derecho nacional, la razon y la sana. filosofia, proscritas hasta aquí por el furor del poder arbitrario, se acogen hoy de mancomun al amparo de V. M. implorando su soberana proteccion ante el trono de las leyes. Por otra parte la sangre de tantos inocentes que han sido víctimas de lá calumnia, de la perfidia, ó de un falso zelo, cla

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man hoy por la venganza, como clamaba en otro tiempo la sangre de Abel. Del fordo de sus sepulcros sale una voz magestuosa y eloquente á pedir justicia á V. M. contra las violencias y atentados de un tribunal incompatible con los derechos del hombre; y siendo la Inquisicion por principios un establecimiento sanguinario, me atrevo á decir que pide tambien su total extincion la santa madre iglesia. Porque si á David, aquel hombre formado segun el corazon de Dios, no se le permitió la construccion del templo de Jerusalen por haber defendido con su espada al pueblo del Señor, ¿como ha de subsistir en la iglesia la Inquisicion que condena los hombres á las llamas?

,,¿Y quedará la nacion sin tribunal de Fe? Nada menos que eso. La España, como nacion que profesa la religion católica, apostólica, romana, debe tener un tribunal en cada obispado. Los obispos, que son los jueces natos de la fe, establecidos por Jesucristo, ó los gobernadores en sede vacante, deberán entender exclusivamente en todos los asuntos pertenecientes á la religion, formar las causas á los que se declaren ó impíos, ó hereges, ó apostatas, permitiéndoles su defensa, y separar á los contumaces de la comunion de la iglesia. Hasta aquí llegan sus facultades, y nada es mas fácil que su execucion siempre que se obre con reflexion madurez conforme al espíritu de los antiguos cánones. Que se destierren para siempre los secretos y gestiones misteriosas que obscurecen y paralizan la verdad. La verdad, Señor, no se aviene con las tinieblas: los que hayan pecado en público, deben ser públicamente corregidos y castigados, pero segun las leyes de la iglesia que señalaron los santos concilios, pero por los legítimos jueces autorizados por Jesucristo. Qualquiera otra medida es ilegal, injusta, arbitraria, violenta. Si el refractario se humilla, reconoce su error y lo detesta, soy de dictámen que se le debe corregir y perdonari, como lo exige la caridad cristiana, de que San Pablo nos dió exemplo con el incestuoso de Corinto de que hablé antes. Pero si es rebelde ó contumaz, entonces queda al prelado la obligacion de enviar el expediente al tribunal secular, para que le aplique rigurosamente las leyes como infractor del artículo 12 de la constitucion que V. M. ha sancionado. La potestad civil ha de consumar lo que comenzó la eclesiástica: ambas deben auxiliarse mutuamente, y cada una guardar sus límites. Esto se vió en España hasta el, malhadado siglo XIII en que apareció la Inquisicion á confundirlo todo esto vieron nuestros padres, y esto mismo previenen las leyes de Partida que hablan del asunto. Me bastará citar la ley 11, título xxvi de la partida vII, que se explica así:,, Los hereges pueden ser acusados de cada uno del pueblo delante los obispos ó de los vicarios que tienen sus lugares: et ellos los deben examinar et exprobar en los artículos et en los sacramentos de la fe: et si fallaren que yerran en ellos, ó en alguna de las otras cosas que la iglesia de Roma manda guardar et creer, estonce deben puñar de convertirlos et de sacarlos de aquel yerro por buenas razones et mansas palabras. Et si quisieren tornar á la fe et creerla despues que fueren reconciliados, débenlos perdonar. Et si por aventura non se quisieren quitar de su porfia, débenlos judgar por hereges, et darlos despues á los jueces seglares." Aquí ve V. M. la doctrina que reynó en la nacion por muchos siglos, y con la que á mi yer estan obligados á conformarse todos los partidos sin que se vuelva á hablar mas de Inquisicion, pucs

hasta su nombre debe sepultarse en un olvida eterno.

,,Señor, toda la España, toda la Europa, el mundo entero está en expectacion de lo que decida V. M. para calcular despues el grado de ilustracion en que va á quedar la monarquía quando se disuelvan estas Córtes generales y extraordinarias. V. M. se halla en la precisa alternativa de dar Teyes á una nacion de hombres religiosos, pero libres, ó á una nacion de esclavos sujetos eternamente á la férula de la Inquisicion. La beneficencia no se ha hecho jamas impunemente: siempre ha encontrado obstáculos y contradicciones. No olvide V. M. que Madrid, capital de este vasto imperio, , y acaso el pueblo mas heroico y mas ilustrado del mundo, detesta, como debe, hasta el nombre de un tribunal que ha cestado á la nacion, por espacio de mas de cinco siglos, arroyos de sangre, rios de lágrimas y pesares eternos. Nada debe detener á V. M. para dar su resolucion, habiendo manifestado hasta aquí tanta prudencia, magnanimidad y sabiduría en sus decretos. La posteridad, juez seguro é imparcial, es la que masaplaudirá la abolicion del Santo Oficio, como el rasgo mas digno de transmitirse á las generaciones futuras. Si V. M. se desentiende de este asunto tan necesario como urgente, se podrá decir que nada ha hecho en beneficio de la libertad nacional, como decia Lucano de Julio César: Nil actum reputans, si quid superesset agendum."

Concluida la lectura de este escrito, dixo su autor lo siguiente:

,,Señor, á pesar de haber sido algo molesto en el dictámen que acaba de leerse sobre el tribunal de la Inquisicion, me creo obligado á reproducir la palabra para exponer de boca mi sentir, y al mismo tiempo contestar á varias especies que se han pronunciado en el Congreso pertenecientes á teología dogmática y derecho canónico ordinario. He oido quejarse á algunos, señores diputados de que la comision de Constitucion atacaba indirectamente y como por rodeos el bizarro establecimiento de la Inquisicion. Yo no pue-, do decir otro tanto; pues no he tenido ni tanta circunspeccion, ni tanta prudencia como los señores de la comision. Penetrado profundamente de la importancia del asunto, asesto mis tiros directamente al tribunal, lo ataco frente á frente y cara á cara, hasta exîgir su total abolicion con toda la franqueza de mi carácter, y con la libertad que debe tener un diputado, porque, así lo he creido necesario para desengaño de los pueblos. Aseguro á V. M. que no me ha sido posible formar mi discurso ni con mas detenimiento, ni con mayor moderacion. Acabo de presentar á la nacion entera el tribunal, llamado Santo Oficio, no tal qual es, hablando rigurosamente, sino rebaxando gran parte de su política y de sus hechos. He formado, por decirlo así, un claro-obscuro para hacer ver á los españoles quanto es capaz de sufrir su paciencia, su resignacion y piedad, quando han sobrellevado por tantos siglos el yugo insoportable de un tribunal, que ha reunido á un tiempo la inviolabilidad, el secreto, el despotismo, la ferocidad, la tiranía, acompañadas de la mas crasa ignorancia y aun estupidez. Repito que he sido muy moderado; pues si hubiera pintado á este tribunal tal qual ha subsistido en España con toda la pompa y esplendor de su poder, como lo conocieron nuestros padres, y con todos los colores de que es susceptible, habria formado un quadro tan horrible y espantoso, que estremeceria la humanidad, y -me expondria á no ser creido de las generaciones futuras. Estoy persuadido que con lo poco que apunto en mi discurso, y con lo que dirán otros señores

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