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bró dellas, y con los rayos de su luz deshizo las tinieblas de muchas celadas que sus émulos le paraban.

CAPITULO III.

De la muerte del maestre de Alcántara.

no era justo ni necesario que él los firmase; el de Gijon
antes de firmar pretendia que el de Portugal le entre-
gase los pueblos que con su mujer le señalaron en dote;
el uno tomaba la firma por torcedor, y el otro por punto
de honra; caminos que suelen desbaratar grandes ne-
gocios. Volviéronse los embajadores sin alcanzar cosa
alguna, no sin recelo que las cosas llegasen á rompi-
miento. Nueva ocasion, que por cierto accidente resultó
de mayor cuidado, hizo que no se reparase tanto en el
desgusto de Portugal. Don Martin Yañez de la Barbu-
que fué en Portugal, do nació, clavero de Avis,
los años pasados en tiempo del rey don Juan se desterrő
de su patria y dejó el lugar que tenia por seguir las
partes de Castilla en las guerras que andaban sobre
aquella corona de Portugal. Debia estar desgustado con
su maestre, ó pretendia aventajarse en rentas y autori-
dad, que de su ingenio no sé si se puede y debe creer
se moviese por la justicia de la querella. Finalmente,
ayudó al rey de Castilla y se halló en aquella memorable
jornada de Aljubarrota. En premio de sus servicios y
recompensa de lo que dejó en su natural, se dió órden
como le hiciesen maestre de Alcántara, con que se acre-
centó en autoridad y renta. Era de ingenio precipitado,
voluntario y resoluto. Avino que un ermitaño, por nom-
bre Juan Sago, tenido por hombre santo á causa de la
vida retirada que por mucho tiempo hizo en el yermo,
le puso en la cabeza que tenia revelacion alcanzaria
grandes victorias contra moros, singular renombre y
muy poderoso estado, si desafiase aquella gente en
comprobacion de la verdad de la religion católica. De-
jóse el Maestre persuadir fácilmente por frisar con su
humor aquel dislate. Envió personas á Granada que re-
tasen aquel Rey á hacer campo con él, con órden que
si este riepto no se recibiese, ofreciesen que entrasen
en la liza veinte, treinta ó cien cristianos, y que el nú-
mero de los moros fuese en cualquier destos casos do-
blado; que por la parte que la victoria quedase, aquella
religion y creencia se tuviese por la acertada, temeridad
y desatino notable. Los moros fueron mas cuerdos;
maltrataron y ultrajaron á los embajadores, sin hacer
dellos algun caso. El Maestre, mas indignado por esto y
confiado en la revelacion del ermitaño y la justicia de
su querella, se determinó con las armas romper por la
frontera de moros. Ninguna cosa tiene mas fuerza para
alborotar el vulgo que la máscara de la religion; reseña
á que los mas acuden como fuera de sí, sin reparar en
inconvenientes. A la fama pues de la empresa que el
Maestre tomaba le acudió mucha gente, no de otra gui-
sa que si tuvieran en las manos la victoria. Pasaron
alarde de mas de trecientos de á caballo, hasta cinco
mil peones de toda broza, los mas aventureros, mal
armados, sin ejercicio de guerra, finalmente, mas ca-
nalla que soldados de cuenta. Desque el Rey supo lo
que pasaba procuró apartalle de aquel intento. Asimismo
los hermanos Alonso y Diego Fernandez de Córdoba,
señores de Aguilar, caballeros de mucha cuenta, ya
que marchaba con su gente, le salieron al camino para
con sus buenas razones y autoridad divertille de aquel
dislate. «¿Dó vais, dicen, Maestre, á despeñaros? ¿Por
qué llevais esta gente al matadero? Vuestros pecados
os ciegan, estos pobrecillos nos lastiman, que preten-

Sentian mucho los grandes y caballeros les reformasen los gajes y acostamientos que cada un año tiraban de las rentas reales, de que resultaron en Castilla la Vieja alteraciones y revueltas en esta manera. El duque de Benavente se salió de Madrid mal enojado; apoderába-da, se de las rentas reales y eclesiásticas en todas las partes que podia. La pequeña edad del Rey y los tiempos daban ocasion á estas demasías y desórdenes. Despacharon al mariscal Garci Gonzalez de Herrera que le reportase y pusiese en razon y juntamente le avisase era mal término usurpar por autoridad lo que se debia alcanzar con buenos medios y servicios. Llevó asimismo órden de verse con la reina de Navarra y los condes de Gijon y Trastamara, que se mostraban sentidos por la misma causa y tramaban de juntar sus fuerzas y alborotar la tierra. La respuesta del de Benavente al recaudo que le dieron fué que no podia llevar ni era razon que el Rey se gobernase por ciertos hombres que poco antes se levantaron del polvo de la tierra, y que ellos solos tuviesen el palo y el mando. Que esta fué la causa de su salida de la corte, do no pensaba volver si no ponian en su poder para su seguridad, como en rehenes, los hijos de aquellos tres personajes mas poderosos de palacio. La respuesta de los otros señores descontentos fué semejable. Diego Lopez de Zúñiga por órden del Rey fué asimismo á verse con el arzobispo de Santiago y amonestalle que, pospuesto todo lo al, se viniese á la corte, ca se entendia traia sus inteligencias con los alborotados. Respondió al mensaje que la enemiga que tenia con el de Toledo, que era antigua y muy notoria, no le daba lugar á hacer presencia en la corte mientras su contrario en ella estuviese. Supo el rey de Navarra lo que en Castilla pasaba, los desgustos y pasiones. Parecióle buena ocasion para recobrar su mujer. Despachó sus embajadores sobre el caso, que hallaron al rey de Castilla en Alcalá de Henares, do era ya ido. Hicieron sus diligencias conforme al órden que traian; mas sin embargo que el Rey estaba torcido con la Reina por inclinarse ella y favorecer á los señores desgustados, todavía tuvieron mas fuerza las excusas que daba, las mismas que antes diera y el respeto que á su persona por ser Reina y tia del Rey se debia. Propusieron que á lo menos les entregase dos hijas que tenia en su compañía para llevallas á su padre. No vino el Rey tampoco en esto, antes dió por respuesta que en tanto que el matrimonio estaba apartado, era justo y puesto en razon que el padre y la madre repartiesen entre sí los hijos para con su presencia llevar mejor la viudez y soledad. Concluido con esta embajada, vinieron de Portugal nuevos embajadores, que en nombre de su Rey con palabras determinadas pidieron firmasen ciertos grandes las capitulaciones de las treguas y asiento que tomaron, que no lo habian querido hacer. Estos eran el marqués de Villena y el conde de Gijon; el de Villena alegaba que, pues no le dieron parte en los conciertos que hicieron

deis entregarlos á sus enemigos carniceros. Volved, por
Dios, en vos mismo, desistid dese vuestro intento tan
errado, enfrenad con la razon el ímpetu demasiado de
vuestro corazon; que si no tomais nuestro consejo ni
dais orejas á nuestros ruegos, el daño será muy cierto
y el llanto, junto con la mengua de toda la nacion y
reino.» No se doblegó con estas razones su pecho,
mas que si fuera de piedra. Saca por su divina permi-
sion la ira divina á los hombres de seso, cuando no
quiere que se emboten sus aceros. Rompieron pues por
tierra de moros un domingo 26 de abril. Pusiéronse
sobre la torre de Egea, puesta en la misma frontera,
para combatilla, cuando de sobresalto se mostró el rey
Moro, acompañado de cinco mil de á caballo y de cien-
to y veinte mil de á pié, grande número, pero que se
hace probable por causa que el Moro so graves penas
mandó que todos los de edad á próposito se alistasen.
Los cristianos con la vista de morisma tan grande á la
hora desmayaron. En los de á pié no hobo resistencia
por ser gente allegadiza y porque los moros los apar-
taron de sus caballos. Hirieron en ellos á toda su volun-
tad, los mas quedaron tendidos en el campo; algunos
se salvaron que con tiempo se encomendaron á los piés.
Los de á caballo hicieron el deber, ca arremolinados
entre sí, por una pieza pelearon con valor y tuvieron
en peso la batalla. Sobre todos se señaló el Maestre en
áquel aprieto de valeroso y esforzado, y hizo grandes
pruebas de su persona; mas finalmente, como quier❘
que los enemigos eran tantos, cayó muerto y con él los
demás, sin que ninguno mostrase cobardía ni volviese
las espaldas; pequeño alivio de un revés y de una afren-
ta tan grande, con que la Dominica in Albis, que quie-
re decir blanca, y era aquel dia, se trocó en negra y
aciaga. El cuerpo del Maestre con licencia de los moros
llevaron á Alcántara y le sepultaron en la iglesia mayor
de Santa María en un lucillo, y en él una letra que él
mismo se mandó poner:

AQUI YACE AQUEL EN CUYO CORAZON NUNCA PAVOR TUVO
ENTRADA.

Cierto caballero refirió este letrero al emperador Cárlos V, que dicen respondió: Nunca ese fidalgo debió apagar alguna candela con sus dedos. Era clavero de Calatrava Fernan Rodriguez de Villalobos, hombre de valor y anciano. Juntáronse los caballeros, acudió el Rey con su favor, y nombráronle en lugar del muerto, si bien no era hijo legítimo de su padre, para que fuese maestre de Alcántara, eleccion que mucho sintieron y murmuraron los de aquella órden; pero prevaleció la voluntad del Rey y los muchos servicios y valor del electo. Los moros, aunque agraviados de aquella entrada del Maestre por habelles quebrantado las treguas, todavía antes de romper la guerra despacharon al rey don Enrique un embajador, que le halló en San Martin de Valdeiglesias; allí propuso sus quejas; la respuesta fué que la culpa de aquel caso solo la tenia el Maestre, que su muerte y la de los suyos era bastante emienda, con lo cual los moros se sosegaron.

CAPITULO IV.

De nuevos alborotos que se levantaron en Castilla. Los grandes que en Castilla la Vieja andaban descontentos hacian de nuevo mayores juntas de gentes y de soldados. La voz era para acudir al llamado del Rey, que decian se apercebia en Toledo, do estaba, para acudir á la guerra que de parte de Granada por la causa dicha de suso amenazaba; mas otro tenian en el corazon, que era llevar adelante sus desgustos y pasiones. Avino á la misma sazon que el rey de Castilla volvió á Illescas bien acompañado de gente, de grandes y ricos hombres. El maestre de Calatrava hizo tanto con el marqués de Villena, que le trajo consigo á aquella villa para reconcilialle con el Rey; muchos nobles para honralle desde Aragon le hicieron compañía. Recibióle el Rey con muchas muestras de amor y de contento; que es muy propio de los reyes contemporizar y ganar con caricias y benignidad las voluntades. El Marqués hizo instancia que le restituyesen la dignidad de condestable que tenia por merced del rey don Juan, y los tutores á tuerto la dieron al conde de Trastamara. Hobo el Rey su acuerdo sobre la demanda; respondió era contento de otorgar con lo que pedia, á tal empero que le acompañase á Castilla la Vieja, do era forzoso pasar para poner en razon los que andaban alborotados. Excusóse que no venia aprestado para aquella jornada; con tanto dió vuelta á Aragon con algun sentimiento del Rey, que quisiera tęner á su lado un tal varon. Los bullicios de Castilla continuaban y por el mismo caso los agravios que se hacian á la gente menuda y desvalida. Pero visto que el Rey se aprestaba de gente, los grandes, que no tenian fuerzas para resistir á la potencia real, tomaron mejor acuerdo. Diéronles seguridad, y así vinieron á la corte, primero el arzobispo de Santiago, y tras él el duque de Benavente. Alegaron en excusa suya el mucho poder de sus enemigos y sus agravios, que los pusieron en necesidad para su defensa de acompañarse de gente. Ofrecieron de recompensar las culpas con mayores servicios y lealtad. Perdonólos el Rey de buena gana; y aun para mas prendar al de Benavente le señaló de las sus rentas reales quinientos mil maravedís de acostamiento en cada un año y la villa de Valencia en Extremadura en recompensa del dote que le daban en Portugal, á condicion empero que se llegase á cuentas de las rentas reales que por su órden se cobraron los años pasados. La esperanza de sosiego que todos comunmente concibieron con esto se aumentó con la reduccion de don Pedro, conde de Trastamara, que don Alonso Enriquez, su hermano, le aconsejó y persuadió que dejase aquellas porfías y bullicios, que de ordinario paran en mal. Diéroule de acostamiento otra tanta cantía de maravedís; y para igualalle en todo con el de Benavente le restituyeron la villa de Paredes, que don Alonso, conde de Gijon, contra razon y derecho le tenia usurpada por fuerza. Trataba el Rey de sujetar con las armas al conde de Gijon, que solo restaba de los grandes alborotados, y no tenian esperanza que se dejaria vencer por buenos medios y blandos, tan bullicioso era y tan arrestado de su natural, cuando vinieron por embajadores de don Cárlos, rey de Navarra, el obispo

de Huesca, que era francés de nacion, y Martin de Aivar para intentar, lo que tantas veces acometieron en vano, que la reina doña Leonor volviese á hacer vida con su marido. Lo que la razon no alcanzó, hizo cierto accidente que se efectuase. La Reina estaba muy sentida que la bobiesen acortado gran parte de la pension que tiraba de las rentas reales, por la cual causa se salió de las Cortes de Madrid, en que se tomó este acuerdo, mal enojada. Comunicábase con los grandes que andaban alborotados por la misma razón, y aun se entendia entraba á la parte de los bullicios. El rey de Castilla estaba por esto con ella torcido, que fué la ocasion de despachar de nuevo esta embajada. Avino que el conde de Trastamara, sabido lo que se tramaba contra la Reina acerca de su partida, al improviso se salió de la corte y se fué para la Reina, que moraba en Roa, para asistilla que no se le hiciese fuerza ni agravio. Puso al Rey en cuidado esta partida tan arrebatada no fuese principio de nuevas alteraciones. Sospechóse que el de Trastamara se comunicó en lo que hizo y pretendia con el duque de Benavente. Llamóle á la corte, y llegado, le echaron mano y pusieron á buen recado, que fué un sábado 25 de julio. Hecho esto, porque la Reina y el Conde no tuviesen lugar de afirmarse, con la gente que pudo y que tenia aprestada para ir contra el conde de Gijon, á grandes jornadas partió el Rey la vuelta de Roa. No pudo haber á las manos al Conde, que con tiempo se huyó á Galicia. La Reina, visto el riesgo que corria, para aplacar la saña del Rey, sin ponerse en defensa, con sus hijas todas cubiertas de luto, le salió á recebir á las puertas de la villa. Dió sus descargos que no tuvo parte alguna en la partida del Conde, pero que venido á su casa, no era razon dejar de hospedar á su hermano, mayormente que publicaba venia á consolalla en su tristeza y trabajos. Mostró el Rey satisfacerse con sus descargos de tal guisa, que se apoderó de la villa, si bien dejó á la Reina las rentas para que con ellas se sustentase, y á ella mandó que le acompañase á Valladolid, do la mandó poner guardas para que no se pudiese ausentar ni huir. En el entre tanto don Alonso, conde de Gijon, se fortalecia de armas, soldados y vituallas en la su villa de Gijon. Para atajalle los pasos acudió el Rey con toda presteza á las Astúrias. Apoderóse de la ciudad de Oviedo, que se tenia por el Conde. Dende partió para Gijon y puso sobre ella sus estancias. El sitio es tan fuerte por su naturaleza, que por fuerza no la podian tomar. Detenerse en el cerco muchos dias érales muy pesado por ser los mayores frios del año, que en aquella tierra son mayores por ser muy septentrional, demás de muchas enfermedades que picaban en el campo y en los reales. Todavía no fué la jornada en balde, porque durante el cerco el conde de Trastamara se redujo á mejor partido, y con perdon que le dieron vino á los dichos reales. Con el Conde cercado asimismo, visto que no le podian forzar, se tomó asiento á condicion que, fuera de aquella villa de Gijon, en todos los demás pueblos de su estado se pusiesen guarniciones de soldados por el Rey. Ultra desto, que el Conde en persona pareciese en Francia para descargarse delante de aquel Rey, como juez árbitro que nombraban de comun acuerdo, del aleve que se le imputaba; y que la

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sentencia que se diese se cumpliese enteramente. Para seguridad del cumplimiento y de todo lo concertado el Conde puso en poder del rey de Castilla á su hijo don Enrique, con que por el presente se dejaron las armas, y el reino se libró del cuidado en que por esta causa es¬ taba.

CAPITULO V.

De la eleccion del papa Benedicto XIII.

Esto pasaba en Castilla en sazon que en Aviñon falleció el papa Clemente á los 16 de setiembre. Los principes y potentados, los de cerca y los de léjos, por sus embajadores requirieron á los cardenales de aquella obediencia se fuesen despacio en la eleccion del sucesor. Que su principal cuidado fuese de buscar alguna traza como el scisma se quitase y con esto se pusiese fin á tantos males. A los cardenales no pareció dilatar el conclave y la eleccion. Solo por mostrar algun deseo de condescender con la voluntad de los príncipes, de comun acuerdo ordenaron que cada cual de los cardenales por expresas palabras jurase, en caso que le eligiesen por Papa, renunciaria el pontificado cada y cuando que hiciese lo mismo por su parte el pontífice de Roma; camino que les pareció el mejor que se podia dar para apaciguar y unir toda la cristiandad. Creo será bien poner en este lugar la forma del juramento que hicieron los cardenales: « Nos, los cardenales de la santa Iglesia romana, congregados en conclave para la eleccion futura, todos juntos y cada cual por sí delante el altar donde es costumbre de celebrar la misa conventual, por el mayor servicio de Dios y unidad de su Iglesia y salud de todas las ánimas de sus fieles prometemos y juramos, tocando corporalmente los santos Evangelios de Dios, que sin algun dolo ó fraude ó engaño trabajarémos y procurarémos con toda fidelidad y cuidado, por cuanto á lo que nos toca ó adelante puede tocar, la union de la Iglesia, y poner fin cuanto en nos fuere al scisma que agora con íntimo dolor de nuestros corazones hay en la Iglesia. Item, que darémos para esto auxilio, consejo y favor al Pastor nuestro y de la grey del Señor, que ha de ser y por tiempo será señor nuestro y vicario de Jesucristo, y que no darémos consejo ó favor directa ó indirectamente, en público ó en secreto para impedir las cosas arriba dichas. Mas que cada uno de nos, cuanto le fuere posible, aunque sea elegido para la silla del apostolado, hasta hacer cesion inclusivamente de la dignidad del papado, guardará y procurará todas estas cosas y cada una dellas y todas las demás arriba dichas; junto con esto todas las vias útiles y cumplideras al bien de la Iglesia y á la dicha union con sana y sincera voluntad, sin fraude, excusa ó dilacion alguna, si así pareciere convenir al bien de la Iglesia y á la sobredicha union á los señores cardenales que al presente son ó por tiempo serán en lugar de los presentes ó á la mayor parte dellos.» Hecho este juramento en la manera que queda dicho, se juntaron los cardenales, número veinte y uno, para hacer la eleccion. Salió con todos los votos, sin que alguno le faltase, el cardenal de Aragon don Pedro de Luna. Su nobleza era muy conocida; su doctrina muy aventajada en los derechos civil y canónico, demás de las muchas legacías,

en que mucho trabajó; su buena gracia, maña y destreza con que se granjean mucho las voluntades. En su asumpcion se llamó Benedicto XIII. Despues que se vió papa comenzó á tratar de pasar la silla á Italia, sin acordarse del juramento hecho ni de dar órden en renunciar el pontificado. Alteróse mucho la nacion francesa por la una y por la otra causa. Tuvieron su acuerdo en Paris en una junta de señores y prelados. Parecióles que para reportar el nuevo Pontífice, que sabian era persona de altos pensamientos y gran corazon, como lo declaró bien el tiempo adelante, era necesario envialle grandes personajes que le representasen lo que aquel reino y toda la Iglesia deseaba. Señalaron por embajadores los duques de Borgoña y de Orliens y de Bourges, los cuales, luego que llegaron á Aviñon, habida audiencia, le requirieron con la paz, y protestaron la restituyese al mundo, y que se acordase de las calamidades que por causa de aquella division padecia la cristiandad; acusábanle el juramento que hizo, y mas en particular le pedian juntase concilio general en que los prelados de comun acuerdo determinasen lo que se debia hacer. Respondió el Papa que de ninguna suerte desampararia la Iglesia de Dios vivo y la nave de san Pedro, cuyo gobernalle le habian encargado. No se contentaron aquellos príncipes desta respuesta ni cesaban de hacer instancia; mas visto que nada aprovechaba, dieron la vuelta mal enojados, así ellos como su Rey y toda aquella nacion. Procuraba el Pontifice con destreza aplacar aquella indignacion, para lo cual concedió al rey de Francia por término de un año la décima de los frutos eclesiásticos de aquel reino. Esto pasaba por el mes de mayo del año del Señor de 1395 años, en que se comenzó á destemplar poco á poco el contento del nuevo Pontífice y trocarse su prosperidad en miserias y trabajos. El gobernador de Aviñon con gente de Francia por órden de aquel Rey le puso cerco dentro de su palacio muy apretado. Publicóse otrosí un edicto en que se mandaba que ningun hombre de Francia acudiese á Benedicto en los negocios eclesiásticos. Sobre todo los cardenales mismos de su obediencia le desampararon, excepto solo el de Pamplona, que permaneció hasta la muerte en su compañía. Finalmente, por todas estas causas se vió tan apre tado, que le fué forzoso salirse de Aviñon en hábito disfrazado y pasarse á Cataluña para poderse asegurar; pero esto aconteció algunos años adelante. Las negociaciones entre los príncipes sobre el caso andaban muy vivas y las embajadas que los unos á los otros se enviaban. El rey de Francia procuraba apartar de la obediencia de aquel Papa á los reyes, al de Navarra, al de Aragon y al de Castilla. Hacíaseles cosa muy grave á estas naciones apartarse de lo que con tanto acuerdo abrazaron, en particular el de Castilla despachó á don Juan, obispo de Cuenca, persona prudente y de trazas, para que reconciliase al rey de Francia con el Papa, ca entendian la causa de aquella alteracion y mudanza eran disgustos particulares; poco prestó esta diligencia. En Aragon por la parte de Ruisellon entró gran número de soldados franceses para robar y talar la tierra. La reina doña Violante, como la que por el descuido de su marido ponia en todo la mano, despachó al rey de

Francia y á sus tios los duques, el de Borgoña y el de Berri, y al duque de Orliens un embajador, por nombre Guillen de Copones, para querellarse de aquellos desórdenes; diligencia con que se atajó aquella tempestad, y los franceses dieron la vuelta en sazon que el rey don Juan de Aragon murió de un accidente que le sobrevino de repente. Salió á caza en el monte de Foja, cerca del castillo de Mongriu y de Urriols en lo postrero de Cataluña. Levantó una loba de grandeza descomunal; quier fuese que se le antojó por tener lesa la imaginacion, quier verdadero animal, aquella vista le causó tal espanto, que á deshora desmayó y se le arrancó el alma, que fué á los 19 de mayo, dia miércoles. Príncipe á la verdad mas señalado en flojedad y ociosidad que en alguna otra virtud. Su cuerpo fué sepultado en Poblete, sepultura ordinaria de aquellos reyes. No dejó hijo varon, solamente dos hijas de dos matrimonios, doña Juana y doña Violante. La primera dejó casada con Mateo, conde de Fox; la segunda concertada con Luis, duque de Anjou, segun que de suso queda apuntado. Nombró en su testamento por heredero de aquella corona á su hermano don Martin, duque de Momblanc, lo que con gran voluntad aprobó el reino por no caer en poder de extraños, si admitian las hembras á la sucesion. Hallábase don Martin ausente, ocupado en allanar á sus hijos la isla de Sicilia y componer aquellas alteraciones. Doña María, su mujer, persona de pecho varonil, hizo sus veces, ca se llamó luego reina, y en una junta de señores que se tuvo en Barcelona mandó.se pusiesen guardas á la reina doña Violante, que decia quedar preñada, para no dar lugar á algun embuste y engaño. La misma Reina viuda dentro de pocos dias se desengañó de lo que por ventura pensaba. Pretendia el conde de Fox que le pertenecia aquella corona por el derecho de su mujer, como de hija mayor del Rey difunto. Contra el testamento que hizo su suegro se valia del del rey don Pedro, su padre, que llamó á la sucesion las hijas, de la costumbre tan recebida y guardada de todo tiempo que las hembras heredasen el reino, la cual ni se debia ni se podia alterar, mayormente en su perjuicio. Estas razones se alegaban por parte del conde de Fox y de su mujer, si no concluyentes, á lo menos aparentes asaz. Sin embargo, las Cortes del reino, que se juntaron en Zaragoza por el mes de julio, adjudicaron el reino de comun acuerdo de todos á don Martin, que ausente se hallaba, las insignias, nombre y potestad real. Platicaron otrosí de los apercibimientos que se debian hacer para la guerra que de Francia por el mismo caso amenazaba.

CAPITULO VI.

Cómo la reina doña Leonor volvió á Navarra.

El reino de Aragon andaba alterado por las sospechas y recelos de guerra que los aquejaban. En las ciudades y villas no se oia sino estruendo de armas, caballos, municiones, vituallas. Castilla sosegaba por haberse los demás grandes allanado y el de Gijon ausentado y partido para Francia, conforme á lo que con él asentaron. La reina de Navarra, asimismo mal su grado, fué forzada á volver con su marido, negocio por tantas veces

tratado. Para aseguralla hizo el Rey, su marido, juramento de tratalla como á reina é hija de reyes. Para honralla y consolalla el mismo rey de Castilla, su sobrino, la acompañó hasta la villa de Alfaro, que es en la raya de Navarra. En la ciudad de Tudela la recibió el Rey, su marido, magníficamente con toda muestra de alegría y de amor. Hiciéronse por esta vuelta procesiones en accion de gracias por todas partes, fiestas y regocijos de todas maneras. Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo de la casa real, tenia gran cabida con el rey de Castilla; por esto y en recompensa de sus servicios le hizo poco antes donacion de la villa de Agreda, y en el territorio de Soria de los lugares Ciria y Borovia. El pueblo llevaba mal esto por la envidia, que, como es ordinario, se levanta contra los que mucho privan, y suélese llevar mal que ninguno se levante demasiado. Los vecinos de Agreda no querian sujetarse ni ser de señor ninguno particular, con tanta determiBacion, que amenazaban defenderian con las armas, si necesario fuese, su libertad. Tenian por cosa pesada que aquel lugar de realengo se hiciese de señorío, gobierno que al principio suele ser blando y adelante muy pesado y grave, de que cada dia se mostraban ejemplos muy claros. Demás que por estar á los confines de Navarra y Aragon corrian peligro de ser acometidos los primeros sin que los pudiesen defender las fuerzas de ningun seDor particular. Querellábanse otrosí que no les pagaban bien los servicios suyos y de sus antepasados y la lealtad que siempre con sus reyes guardaron. Partióse el rey de Castilla para allá con intencion y fiucia que con su presencia se apaciguarian aquellos disgustos. Poco faltó que no le cerrasen las puertas, si no intervinieran personas prudentes que les avisaron con cuánto peligro se usa de fuerza para alcanzar de los reyes lo que con modestia y razon se debe y puede hacer, consejo muy saludable, porque el Rey, oidas sus razones, con facilidad se dejó persuadir que aquella villa se quedase en su corona, con recompensa que hizo á Juan de Mendoza en las villas de Almazan y Santisteban de Gormaz que á trueco le dieron, con que se sosegó aquella alteracion. El rey don Enrique para seguir al conde de Gijon envió sus embajadores á Francia, que comparecieron en Paris al plazo señalado. El Conde no compareció, sea por no poder mas, sea por maña; verdad es que al tiempo que los embajadores se aprestaban para dar la vuelta tuvieron aviso que el Conde era llegado á la Rochela, ciudad y puerto en tierra de Santonge, puesto entre la Guiena y la Bretaña. Por esta causa se detuvieron. Pusiéronle demanda delante del rey de Francia, alegaron las partes de su derecho, y sustanciado el proceso y cerrado, se vino á sentencia, en que el Conde fué dado por aleve y mandado se pusiese en manos de su Rey y se allanase; si así lo cumpliese, podia tener esperanza del perdon y de recobrar su estado, en que aquel Rey ofrecia interpondria su autoridad y ruegos; si perseverase en su rebeldía, le avisaban que de Francia no esperase ningun socorro ni lugar seguro en aquel reino. En esta sustancia se despacharon cartas para el duque de Bretaña y otros señores movientes de aquella corona y á los gobernadores, en que les avisaban no ayudasen al Conde para volver á España con di

neros, armas, soldados ni naves. Por otra parte, el rey de Castilla, avisado de la sentencia, pedia que le entregasen la villa de Gijon conforme á las condiciones que asentaron. La Condesa, que dentro estaba, no venia en ello, sea por ser mujer varonil, ó por los consejeros que tenia á su lado. Acudió el Rey á esto, porque con la dilacion no se pertrechase; púsose sobre aquella villa cerco, que no duró mucho á causa que los cercados, perdida toda esperanza de socorro, en breve se rindieron. El Rey hizo abatir los muros de la villa y las casas para que adelante no se pudiese rebelar. A la Condesa entregaron á su hijo don Enrique, que estaba en poder del Rey, á tal que desembarazase la tierra y se fuese fuera del reino con su marido, que á la sazon se hallaba en tierra de Santonge con poca ó ninguna esperanza de recobrar su estado. Hecho esto, el Rey dió la vuelta á Madrid, resuelto de visitar en persona el Andalucía, que lo deseaba y los negocios lo pedian, y por diversas causas lo dilatara hasta entonces. Pasó á Talavera con este intento, allí por el mes de noviembre le llegaron embajadores del rey de Granada para pedir que el tiempo de las treguas, que ya espiraba, ó era del todo pasado, se alargase de nuevo. Recelábanse los moros que, apaciguadas las pasiones del reino y de los grandes, no revolviesen las fuerzas de Castilla en daño de Granada para tomar emienda de los daños que ellos hicieron en su menor edad por aquellas fronteras. No los despacharon luego; solo les dieron órden que fuesen á Sevilla en compañía del Rey, al cual recibió aquella ciudad con grandes fiestas y regocijos, como es ordinario. En ella hizo prender al arcediano de Ecija por amotinador de la gente y atizador principal de los graves daños que los dias pasados se hicieron en aquella ciudad y en otras partes á los judíos, Esta prision y el castigo que le dieron fué escarmiento para otros y aviso de no levantar el pueblo con color de piedad. Por todas estas causas una nueva y clara luz parecia amanecer en Castilla despues de tantos torbellinos y tempestades, y una grande seguridad de que nadie se atreveria á hacer desaguisado á los miserables y flacos. Las treguas asimismo se renovaron con los moros, que mucho lo deseaban, con que quedaba todo sosegado sin miedo ni recelo de alguna guerra ni alboroto. Mucho importó para todo la prudencia y buena maña del rey don Enrique, que, aunque mozo, de cada dia descubria mas prendas de su buen natural en valor y todo género de virtudes. Verdad es que las esperanzas que deste Príncipe se tenian muy grandes en breve se regalaron y deshicieron como humo por causa de su poca salud, mal que le duró toda la vida. Grande lástima y daño muy grave; con la indisposicion traia el rostro amarillo y desfigurado, las fuerzas del cuerpo flacas, las del juicio á veces no tan bastantes para peso tan grande, tantos y tan diversos cuidados. Finalmente, los años adelante no continuó en las buenas muestras que antes daba y que las gentes se prometian de su buen natural. Fué esto en tanto grado, que apenas se puede relatar cosa alguna de las que hizo los años siguientes. Algunas atribuyen esta dificultad á la falta que hay de memorias de aquel tiempo y mengua de las corónicas de Castilla. Es así, pero juntamente se puede entender que

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