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de parecer se debia desamparar. Perseveró el Rey en sustentar aquel castillo por ser de mucha comodidad para la conquista de Valencia. Y porque los soldados trataban de huir y dejalle secretamente, los juntó en la capilla del castillo, y juró en el ara consagrada soJemnemente de no volver á su casa sin tomar á Valencia. Con esta resolucion los ánimos de los soldados que alli tenian se esforzaron y quedaron allí de buena gana; los de los contrarios de tal manera desmayaron, que Zaen envió á requerille de paz, y ofreció que daria muchos castillos y fortalezas y cierta cantidad de oro de tributo cada un año. El Rey, con la esperanza que tenia de ganar la ciudad, aunque contra el parecer de los suyos, todo lo desechó; mayormente que Almenara, Betera, Bulla y otros castillos muy importantes se le entregaron de su voluntad. Con esto se aumentaron los ánimos y la esperanza de los soldados. No tenia el Rey á esta sazon mas que mil peones y trecientos y sesenta hombres de á caballo. ¿Qué era esta gente para una empresa tan grande? Qué osadía y temeridad aventurarse con fuerzas tan pequeñas? Mas los consejos atrevidos por tales se tienen comunmente cuales son los remates; tal es el juicio de los hombres. Con tan poca gente, pasado el rio Guadalaviar, se atrevió á poner sitio á una ciudad tan grande y tan populosa. Asentaron los reales y los barrearon entre el Grao, que así se llama aquella parte del mar por ser á manera de escalones, y entre la ciudad, á iguales distancias, una milla de cada una destas dos partes. Valencia está situada en aquella parte de España que se llamó Tarraconense, en la comarca que habitaron antiguamente los edetanos. Su asiento en una gran llanura, fértil y abastada de todo lo necesario á la vida y al regalo, aunque el trigo le viene de acarreo y de fuera del reino para sustentarse. Es rica de armas y de soldados, abundante de mercadurías de toda suerte; de tan alegré suelo y cielo, que ni padece frio de invierno, y el estio hacen muy templado los embates y los aires del mar. Sus edificios magníficos y grandes, sus ciudadanos honrados, de suerte que vulgarmente se dice hace á los extranjeros poner en olvido sus mismas patrias y sus naturales. Las huertas y jardines muchos y muy frescos, viciosos en demasía; los árboles por su órden concertados, en especial todo género de agrura y de cidrales, cuyos ramos entretejen de manera, que ya representan diversas figuras de aves de animales y diversos instrumentos, ya los enlazan á manera de aposentos y retretes, cuya entrada impide la fuerte trabazon de los ramos, la vista la mucliedumbre y espesura de las hojas, que todo lo cubren y lo tapan á manera de una graciosa enramada que siempre está verde y fresca. Tales eran los campos Elisios, paraíso y morada de los bienaventurados, segun que los fingieron los poetas antiguos. Tal y tan grande la hermosura desta ciudad, dada por beneficio del cielo, que puede competir en esto con las mas principales de Europa. A mano izquierda la baña el rio Guadalaviar, que pasa entre el muro y el palacio del rey, que llaman ef Real, y está por la parte de levante pegado con la ciudad con una puente por do se pasa de la una parte á la otra. Sangran el rio con diversas acequias para regar la huerta y para beber los ciudadanos. Junto al mar cae la Albufera, distante por espacio de tres millas, de aire no muy sapo, pero que recompensa este daño con M-1,

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la abundancia de toda suerte de peces que cria y da. Los muros de la ciudad eran entonces de figura redonda, mil pasos en contorno, cuatro puertas por donde se entraba. La primera, Boatelana, entre levante y mediodía; la segunda, Baldina, á setentrion; la tercera, Templaria, que tomó este nombre de una iglesia que allí edificaron los templarios, á la parte de levante; la cuarta, Jareana, entre la cual y la Boatelana fortificó el Rey sus estancias, por ser el lugar mas cómodo para la batería y para los asaltos, á causa de cierto ángulo ó esconce que el muro hacia por aquella parte. Dábanse los cristianos toda diligencia en levantar y plantar sus máquinas y trabucos, de que entonces se usaba, para combatir las murallas. El rey Zaen, el primer dia que los cristianos llegaron, antes de fortificarse, sacó sus gentes al campo con muestra de querer pelear. Excusaron los cristianos la batalla por ser en pequeño número y porque de cada dia les acudian nuevas compañías. Halláronse presentes muchos prelados, ricos hombres y caballeros, un escuadron de franceses escogidos debajo la conducta de Aimillio, obispo de Narbona, socorros y gente de Ingalaterra que vinieron á la fama. Trabáronse los dias siguientes algunas escaramuzas, en que los contrarios llevaron siempre lo peor; que los enfrenó para no hacer en adelante tan de ordinario salidas. Arrimáronse al muro los del Rey; sacaron algunas piedras con picos y palancas, con que por tres partes aportillaron la muralla de suerte, que podia pasar un soldado por cada parte. Acudian los cercados á este daño y peligro con todo cuidado, segun el tiempo les daba. En el entre tanto Pedro Rodriguez de Azagra y Jimeno de Urrea con golpe de gente de la otra parte de Valencia rindieron la villa de Cilla. Descubrióse asimismo en la mar la armada del rey de Túnez, que venia en favor de los cercados, en número de diez y ocho galeras y naves. Surgió á vista de la ciudad, con que los moros cobraron ánimo y entraron en esperanza de poderse defender. Mas fué el ruido y el cuidado que el efecto, porque avisados los africanos que en Tortosa se aprestaba otra armada contra la suya, desancoraron, y sin poder dar socorro á la ciudad ni forzar á Peñíscola, que está en aquellas riberas de Valencia, y asimismo lo intentaron, dieron la vuelta. Comenzaron con esto á enflaquecer los de la ciudad, y por la gran falta de bastimentos y almacen, que cada dia se aumentaba, como suele, no solo por la estrechura presente, sino por el miedo de mayor falta. En nuestros reales, por el contrario, gran alegría, mucha abundancia de todo, si bien la gente era ya tanta, que llegaban á sesenta mil infantes y mil de á caballo. En todo se mostraba la prudencia del Rey, no menor que el esfuerzo y destreza en el pelear, tanto, que no se contentaba con hacer oficio de caudillo y mandar, sino que metia en todo las manos, tanto, que un dia por adelantarse mucho le hirieron con una saeta en la frente; la herida ni fué muy grave ni tampoco muy ligera; solos cinco dias estuvo retirado, que no salió en público. Vinieron á esta sazon embajadores del pa-! pa Gregorio y de las ciudades de Lombardía para pedir les enviase socorros contra el emperador Federido II, que gravemente los apretaba. Ofrecian, si los libraba de aquella tiranía gravísima, que los de aquellas ciudades se le darian por vasallos. Oyó esta embajada á 13.de junio de 1238 años, y en los mismos reales puso su

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amistad con aquella gente, segun que lo demandaban y la reina doña Violante aconsejaba, que tenia gran parte en los negocios y podia mucho con su marido á causa de susaventajadas partes, y que tenia en ella una hija del mismo nombre de su madre. Verdad es que el socorro no tuvo efecto por estar el Rey ocupado en las cosas de España, mayormente que el Emperador, aunque fingidamente, se reconcilió con el Papa; además que no era justo cuidar de los males ajenos el que tenia entre las manos guerras tan importantes. Los de Valencia, rodeados de los males que acarrea un largo cerco y perdida la esperanza de ser socorridos ni de Africa ni de España, acordaron de rendirse. Para tratar de conciertos salió un moro, por nombre Halialbata, persona de cuenta y muy privado de aquel Rey; despues enviaron otro, que era sobrino del mismo Rey y se llamaba Abulhamalet; movieron diversos partidos. Todos deseaban concluir y toda tardanza les era pesada, los unos por el deseo que tenian de poseer aquella noble ciudad, los otros aquejados de la necesidad y peligro que corrian. Finalmente, se tomó asiento debajo de las condiciones siguientes: El rey Moro entregue la ciudad de Valencia con los demás castillos y villas aquende el rio Júcar; los moros puedan ir libres á Cullera y á Denia con seguridad y debajo la fe y palabra real; los mismos, sin que nadie los cate, puedan llevar consigo todo su oro y plata y las demás preseas que quisieren y pudieren; haya treguas entre los dos reyes por término de ocho años que se guarden enteramente. Para el cumplimiento destas capitulaciones pusieron término de cinco dias; pero antes que se llegase el plazo y se cerrase, los moros acordaron dejar la ciudad en número cincuenta mil entre hombres, mujeres y niños. Pasaron por medio de los soldados cristianos que para su seguridad pusieron de la una y de la otra parte, pues era justo cumplir lo que les prometieron y usar de clemencia con los que se rendian y les dejaban sus casas. Víspera de San Miguel, por el fin de setiembre, hicieron los vencedores su entrada en Valencia y se apoderaron de aquel reino. Limpiaron la ciudad, reconciliaron y consagraron en templos de Dios las mezquitas. Quedó por primer obispo Ferrer de San Martin, preboste de la iglesia de Tarragona, quién dice era de la órden de los predicadores. Vinieron á poblar nuevos moradores, los mas catalanes de Girona, Tarragona, Tortosa. Los campos de la ciudad y las huertas se repartieron por iguales partes entre los obispos y los caballeros y los ayuntamientos de las ciudades que ayudaron en la conquista. Cupo eso mismo su parte á los caballeros templarios y á los de San Juan. Entre los conquistadores señalaron trecientos y ochenta de á caballo, que mejoraron en el repartimiento, á tal que se encargasen de guardar las fronteras de aquel reino, repartido el trabajo de manera que cada cuatro meses por turno guardaban los ciento dellos. El sitio de la ciudad no es muy fuerte, y sus murallas eran flacas, mayormente que quedaban maltratadas y aportilladas por causa de la guerra. Acordó el Rey fortificalla de nuevos muros, mudada la primera forma y traza de suerte, que quedasen mas anchos y la figura

cuadrada, con doce puertas que de très en tres miran á las cuatro partes del cielo. Ordenáronse nuevas leyes, constituciones y fueros para el gobierno y sentenciar los pleitos. Por esta manera el rey moro Zaen perdió en breve el reino que malamente usurpó; que el poder adquirido contra justicia prestamente desfallece. Verdad es que él se preciaba de venir de linaje de reyes, porque era hijo de Modef, nieto de Lope, rey de Murcia, como arriba queda declarado. Las alegrías que en toda España se hicieron por la toma de Valencia fueron extraordinarias, mayormente que en esta conquista no se mezcló, como en otras, ningun revés ni desastre. El ejército quedó entero, que apenas faltó caballero de cuenta; solo don Artal de Alagon, que por estar las cosas de los moros tan caidas se habia reducido al servicio de su Rey, y en compañía del vizconde de Cardona don Ramon Folch fué sobre Villena, y tomada aquella ciudad, en una refriega que tuvieron con los moros juuto á Saix, pueblo de aquella comarca, le mataron de una pedrada. No faltó quien dijese se le empleaba bien aquel desastre al que ayudó á los moros y estuvo de su parte en el tiempo de su prosperidad. Este fué el remate de la guerra y de la conquista muy afamada de Valencia. Mientras los aragoneses estuvieron ocupados en esta guerra, los navarros no se desmandaron en cosa alguna. Reinaba en aquella parte Teobaldo, conde de Campaña, como queda dicho; el obispo de Pamplona se llamaba Pero Jimenez de Gazolaz, sucesor poco antes de Pedro Ramirez de Piedrola. Este Rey, con deseo de gloria y alabanza y por servicio de Dios, con la paz de que gozaba su reino, emprendió guerras extrañas y fuera de España. Fué así, que el rey Teobaldo y los condes Enrique de Bari, Pedro de Bretaña y Aimerico de Monforte se concertaron de pasar con sus huestes á la guerra de la Tierra-Santa. Apercebido el ejército y pues tas las demás cosas á punto para un tan largo viaje, los ginoveses no les acudieron con la armada necesaria para su pasaje. Encamináronse forzosamente por tierra; pasaron por Alemaña y Hungría y Constantinopla y el estrecho de mar que se llama Bósforo Tracio. En Cilicia junto á las hoces y estrechuras del monte Tauro corrieron gran peligro, y perecieron muchos de los suyos á causa del gran número de turcos que sobre ellos cargaron, en tanto grado, que apenas la tercera parte de la gente que sacaron, y esos enfermos, mal parados, llegaron á la ciudad de Antioquía en aquellas partes de la Suria. El remate y efecto fué conforme y semejable á los principios y medios. Siempre en tierra de Palestina les fué mal. Dieron la vuelta para sus casas muy pocos. Tal fuéla voluntad de Dios, tal el castigo que merecian los pecados. Los historiadores franceses ponen esta jornada del rey Teobaldo diez años adelante, cuando el rey san Luis de Francia pasó á aquella empresa, y en su compañía el rey ya dicho de Navarra. Contra esto hace que el arzobispo don Rodrigo al fin de su historia refiere esta jornada de Teobaldo, y no pudo alcanzar la de san Luis; que era ya muerto, y puso fin á su escritura cinco años, y no mas, despues deste año en que los de Aragon conquistaron á Valencia.

LIBRO DÉCIMOTERCIO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo muchos pueblos fueron ganados por los nuestros.

Los dos reyes de España don Jaime y don Fernando, como quier que antes fuesen esclarecidos y excelentes sy entre los demás por sus grandes virtudes y valor, comenzaron á ser mas nobles y afamados despues que ganaron á Córdoba y á Valencia. Los pueblos y las ciudades daban gracias inmortales á los santos por las cosas que dichosamente se habian acabado, trocaban en pública alegría el cuidado y congoja que tenian del suceso y remate de las guerras pasadas. Los capitanes y soldados con tanto mayor vigilancia ejecutaban la victoria y de todas maneras apretaban á los vencidos; recatábanse otrosí no les sucediese alguna cosa contraria y algun revés, ca no ignoraban que muchas veces despues de la victoria el suceso de las guerras se trueca y se muda todo en contrario. Los príncipes extranjeros, do era llegada la fama de tan grandes hazañas, con embajadas que enviaron daban el parabien de la buenandanza á los reyes y exhortaban á los nuestros que por el camino comenzado no dejasen de apretar á los moros que se iban á despeñar y acabar. Todavía por un poco de tiempo se dejaron las armas y se aflojó en la guerra á causa que el rey de Aragon concedió por un tiempo treguas á los moros, y poco despues paso á Mompeller. Asimismo el rey don Fernando en Búrgos se ocupaba en celebrar un su nuevo casamiento. Doña Berenguela con el cuidado que tenia, como madre, no estragase el Rey con deleites deshonestos el vigor de su edad en que estaba, dado que al juicio de todos no habia persona ni mas santa ni mas honesta que él, procuró se hiciese el dicho matrimonio. Doña Juana, hija de Simon, conde de Potiers, y de Adeloide, su mujer, nieta de Luis, rey de Francia, y de doña Isabel, hija de don Alonso el Emperador, vino traída de Francia para casalla con el rey don Fernando. Deste matrimonio nació don Fernando, por sobrenombre de Potiers, y sus hermanos doña Leonor y don Luis. El Rey, concluidas las fiestas y con deseo de visitar el reino, trujo á la nueva casada por las principales ciudades de Leon y de Castilla; visitaba con esto sus estados. Tenia costumbre de sentenciar los pleitos y oirlos y defender los mas flacos del poder y agravio de los mas poderosos. Era muy fácil á dar entrada á quien le queria hablar, y de muy grande suavidad de costumbres. Sus orejas abiertas á las querellas de todos. Ninguno por pobre, ó por solo que fuese, dejaba de tener cabida y lugar, no solo en el tribunal público y en la audiencia ordinaria, sino aun en el retrete del Rey le dejaban entrar. Entendia, es á saber, que el oficio de los reyes es mirar por el bien de sus súbditos, defender la inocencia, dar salud, conservar y con toda suerte de bienes enriquecer el reino, como sea, no solo del que

manda á los hombres, sino tambien del que tiene cuidado de los ganados, procurar el provecho y utilidad de aquellos cuyo gobierno tiene encomendado. Con este estilo y manera de proceder no cesaba de granjear la gracia y voluntades, así de los de Leon como de los castellanos. Llegó á Toledo, de donde envió suma de dinero á Córdoba, por tener aviso que los nuevos moradores de aquella ciudad por falta de la labranza de los campos y por la dificultad de los tiempos padecian mengua de mantenimientos y por esta causa corrian peligro. Costaba una hanega de trigo doce maravedís, la hanega de cebada cuatro; lo cual en aquel tiempo se tenia por grandísima carestia. Fueron estos tiempos extraordinarios, pues sin duda se halla en las historias que el año siguiente de 1239 hobo dos eclipses del sol. El uno á 3 de junio, que fué viérnes, se escureció el sol á medio dia como si fuera de noche; eclipse que fué muy señalado. El segundo á 25 del mes de junio, como lo dice y lo afirma Bernardo Guidon, historiador de Aragon. Mas parece hobo engaño en este segundo eclipse, y no va conforme á los movimientos de las estrellas, pues no pudo caer la conjuncion de la luna y del sol en aquellos dias, sin la cual nunca sucede el eclipse del sol; ni aun la luna despues que se aparta del medio del zodíaco y de la línea ecliptica por do el sol discurre y en que es necesario estén las luminarias cuando hay eclipse (de que tomó el nombre de ecliptica) no torna á la misma antes de pasados seis meses, poco mas ó menos. Plinio señala en particular que el eclipse de la luna no vuelve antes del quinto mes, ni el del sol antes del seteno. Demás desto, fué aquel año desgraciado para Castilla por la muerte de dos varones muy esclarecidos. Estos son don Lope de Haro, á quien sucedió su hijo don Diego, y don Alvaro de Castro, por cuyo esfuerzo se mantuvieron los nuestros en el Andalucía. Este caballero, visto el aprieto en que se hallaban las cosas, se partió para Toledo á verse con el Rey, que con otros cuidados parecia descuidarse de lo que tocaba á la guerra. Concluido esto, ya que se volvia, en el mismo camino murió en Orgaz. A la sazon que don Alvaro se ausentó, cincuenta soldados, que quedaron de guarnicion en el castillo de Mártos, salieron dél á robar, y por su capitan Alonso de Meneses, pariente de don Alvaro. Alhamar, que en lugar de Abenhut nombraron por rey de Arjona, como entendiese lo que pasaba y la buena ocasion que se le ofrecia, puso cerco á aquel castillo. La mujer de don Alvaro, que dentro se hallaba, en aquel peligro tan de repente hizo armar á sus mujeres y criadas y que tirasen de los adarves piedras contra los moros y diesen muestra de que eran soldados. Con este ardid se entretuvieron hasta tanto que Alonso de Meneses y sus compañeros, avisados del peligro, acudieron luego. Era dificultosa la entrada en el castillo por tenelle los enemigos rodeado. Animno

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los Diego Perez de Vargas, ciudadano de Toledo, y por su órden apretado su escuadron y cerrado, pasaron por medio de sus enemigos con pérdida de pocos. Entrados en el castillo, fueron causa que se salvase, porque los que estaban cercados se animaron con su ayuda y con esperanza de mayor socorro que entendian les acudiria. El rey Moro, por salille vana su esperanza y forzado de no menos falta de vituallas, alzó el cerco. Pusieron estos negocios en gran cuidado al Rey, que consideraba ⚫ cuántas fuerzas le faltaban por la muerte de dos capitanes tan señalados, cuánto atrevimiento habian cobrado los moros. Por esta causa desde Búrgos, donde era ido con intento de llegar dinero para la guerra, á grandes jornadas se partió para Córdoba. Llevó consigo á sus hijos don Alonso y don Fernando, mozos de excelentes naturales y de edad á propósito para tomar las armas. El padre, como sagaz, pretendia que los primeros principios y ensayes de su milicia fuesen en la guerra contra los infieles, enemigos de los cristianos. Pretendia otrosí con el uso de las armas despertar su esfuerzo y hacellos hábiles para todo. En el mismo tiempo el rey don Jaime fué á Mompeller para ver si podia juntar algun dinero de aquellos ciudadanos para la guerra; de que tenia no menos falta que la que en Castilla se padccia. Deseaba asimismo sosegar los moradores de aquella ciudad, que andaban divididos en bandos, castigando á los culpados: lo uno y lo otro se hizo. El rey moro Alhamar juntó á los demás estados que tenia el señorío de Granada con voluntad de aquellos ciudadanos; ciudad poderosa en armas y en varones y que por la fertilidad de sus campos no tiene mengua de cosa alguna. Este fué el principio del reino de Granada, que duró desde entonces hasta el tiempo y memoria de nuestros abuelos. En Murcia, por odio que tenian á Alhamar, los ciudadanos alzaron por su rey á uno llamado Hudiel; ocasion de que se comenzaron las enemistades graves y para aquella gente perjudiciales, que largo tiempo se continuaron entre aquellas dos ciudades. Los moros de Andalucía cansaban á los nuestros con rebates, valíanse de engaños y celadas sin querer venir á batalla. Al contrario, diversas compañías de soldados enviados por el rey don Fernando en tierra de los enemigos se apoderaban de castillos, pueblos y ciudades, cuando por fuerza, cuando por rendirse de su voluntad; en particular sujetaron al señorío de cristianos á Ecija, Estepa, Lucena, Porcuna, Marchena (los antiguos la llamaron Martia), Cabra, Osuna, Vaena. Los pueblos menores que se ganaron no se pueden contar, ni aun entonces se pudiera hacer cuando la memoria estaba fresca; parte dellos se dió á las órdenes de Santiago y de Calatrava y á los obispos que acompañaban al Rey para ellos y sus sucesores, parte tambien se entregaron en particular á los grandes y caballeros. Los moros por estas pérdidas cobraron tanto miedo cuanto nunca tuvieran antes. Un cierto moro, del linaje de los almohades, avisado en Africa del peligro que su gente corria, con esperanza de fundar un nuevo estado y deseoso de acaudillar las reliquias y fuerzas de los moros de España, pasó ultra mar. La voz era vengar por las armas la afrenta de su nacion y las injurias que se hacian á la religion de sus padres. Pudiera este acometimiento ser de consideracion, sino atajaran sus intentos la inteligencia de los nuestros y la buena dicha

del Rey, que le prendió y hobo á las manos; con qué industria ó en qué lugar no se escribe, ni aun refieren el nombre que el moro tenia, ni lo que dél se hizo; en el caso no se duda. A Alhamar, rey de Granada, otorgó treguas por un año el rey don Fernando; con que gastados no menos de trece meses en aquella empresa y jornada, dió la vuelta á Toledo, do su madre y mujer lo esperaban alegres con las victorias presentes. De allí pasó á Búrgos y trasladó la universidad de Palencia, que fundó el rey don Alonso, su abuelo, á la ciudad de Salamanca. Convidóle á hacer este trueco la comodidad del lugar, por ser aquella ciudad muy á propósito para el ejercicio de las letras. El rio Tórmes que por ella pasa la hace abundante; su cielo saludable y apacible; finalmente, proprio albergo de las letras y erudicion. Pretendia otrosí con este beneficio ganar las voluntades del reino de Leon, en que está Salamanca; y aun don Alonso, su padre, rey de Leon, los años pasados para que sus vasallos no tuviesen necesidad de ir á Castilla á estudiar, enderezó en aquella ciudad cierto principio de Universidad, pequeña á la sazon y pobre, al presente por el cuidado y liberalidad de don Fernando, su hijo, y mas adelante por la franqueza de don Alonso, su nieto, como de príncipe muy aficionado á los estudios y á las letras, se aumentó de tal suerte, que en ninguna parte del mundo hay mayores premios para la virtud ni mas crecidos salarios para los profesores de las ciencias y artes. Don Diego de Haro, señor de Vizcaya, primera y segunda vez, no se sabe la causa, pero anduvo por este tiempo alborotado; la blandura del rey don Fernando y su buena manera y el cuidado que en ello puso don Alonso, su hijo, le hicieron sosegase con dalle mayores honras y hacelles mas crecidas mercedes que antes, en que se tuvo consideracion à los servicios de sus antepasados; además que era mala sazon para ocuparse en alteraciones domésticas por la buena ocasion que se ofrecia de desarraigar el nombre y nacion de los moros de España. Sucedieron estas cosas el año de 1240; el cual año, no solo para Castilla fué dichoso, sino tambien señalado y de mucha devocion para los aragoneses, por el milagro que sucedió en el castillo de Chio. Por la ausencia del Rey, los soldados que quedaron de guarnicion en Valencia, salieron en compañía de Guillen Aguilon y de otros caballeros á correr y robar las tierras de moros. Cargaron sobre el territorio de Játiva y tomaron á Rebolledo de sobresalto. En aquellos montes estaba el castillo de Chio, como llave de un valle muy fresco y abundante. Pusiéronse sobre él; los cercados con ahumadas apellidarou en su ayuda los moros de la comarca, que se juntaron en número de veinte mil, y asentaron sus reales á vista del castillo. Los cristianos eran pocos, mas valientes y animosos. Determinados de pelear con aquella morisma, con el sol se pusieron á oir misa, á que querian comulgar seis de los capitanes. En esto oyeron tal alarido en los reales por causa de los moros, que de repente los acometieron, que les fué forzoso, dejada la misa, acudir á las armas. El preste envolvió y escondió las seis formas consagradas en los corporales, que, vencidos los moros, hallaron bañados en la sangre que de las formas salió. Ganada la victoria, forzaron luego y abatieron aquel castillo. Los corporales se guardan en Daroca con mucha devocion. La hijuela en un convento

de dominicos de Carboneras, puesta allí por su fundador don Andrés de Cabrera, marqués de Moya, ca la hobo por el mucho favor que alcanzó con los Reyes Católicos. Vuelto el rey don Jaime, los moros se le querellaron de aquella entrada fuera de sazon, y él les hizo emienda de los daños. Verdad es que luego que espiraron las treguas, con mejor órden rompió por sus tierras, en que tomó el castillo de Bairén, puesto en un valle en que se da muy bien ef azúcar y arroz, como en toda aquella campaña de Gandía; ganóse tambien Villena. Cercaron á Játiva, mas no se pudo tomar, si bien rindieron á Castellon, que está una legua solamente de aquella ciudad. Hallábase el rey don Jaime ocupado en esta guerra, con que pretendia desarraigar la morisma de aquella comarca toda, cuando otros mayores cuidados le hicieron alzar la mano para acudir á las cosas de Francia que le llamaban.

CAPITULO II.

Cómo el reino de Murcia se entregó.

Compuestas pues y ordenadas las cosas conforme al tiempo y al lugar en la una provincia y en la otra, es á saber, en Castilla y en Aragon, en un mismo tiempo el rey don Jaime trataba de la jornada de Francia, y el rey don Fernando de volver á la empresa de Andalucía. Sin embargo, una grande enfermedad, de que el rey don Fernando cayó en la cama, fué causa que no pudiese salir de Búrgos. Así don Alonso, su hijo mayor, fué forzosamente enviado delante á aquella guerra, á causa que el tiempo de las treguas concertadas con el rey de Granada espiraba, y era menester acudir á los nuestros y que no les faltase el socorro necesario. Llegado don Alonso á Toledo, se le ofreció ocasion de otra cosa mas importante, y fué que los embajadores de Hudiel, rey de Murcia, venian á ofrecer en su nombre aquel reino con estas condiciones: que el rey Hudiel, recebido en la proteccion de los reyes de Castilla, fuese defendido por las armas de los nuestros de toda fuerza y agravio, así doméstico como de fuera, y en particular le ayudasen contra las fuerzas del rey Alhamar, al cual conocia no poder resistir bastantemente; que en tanto que él viviese, para sustentar su vida quedasen por él la mitad de las rentas reales. Estas condiciones parecieron al infante don Alonso muy aventajadas, y la fortuna, cierto Díos, ofrecia una buena ocasion de una grande empresa y prosperidad. Era menester apresurarse, porque si se detenia, todos ó la mayor parte no mudasen de parecer; tan grande es la inconstancia y mutabilidad que tiene la gente de los moros. Por esta causa sin esperar á dar parte á su padre, como á cosa cierta, se partió luego tras los embajadores que envió delante. Llegado, sin dificultad se apoderó de todo y puso guarniciones en el reino, que de su voluntad se le entregaba, en especial en el mismo castillo de la ciudad de Murcia. Los señores moros, conforme á la autoridad de cada uno, fueron premiados con señalalles ciertas rentas cada un año. La ciudad de Lorca, que de los antiguos fué llamada Eliocrota, la de Cartagena y Mula no quisieron sujetarse al señorío de los cristianos ni seguir el comun acuerdo de los demás. Era cosa larga usar de fuerza, y don Alonso no venia bien apercebido para hacer guerra como el que vino de paz; por esto,

do

contento con lo demás de que se apoderó, volvió por la posta á su padre, que ya convalecido, era llegado á Toledo, y alegre con tan buen suceso y deseoso de confirmar los ánimos de los moros en aquel buen propósito, determinó de pasar adelante y visitar en persona aquel nuevo reino. Hállase un privilegio suyo dado en Murciaal templo de Santa María de Valpuesta en aquella sazon. Desde allí fué necesario que el rey don Fernando y don Alonso, su hijo, volviesen á Búrgos por cosas que se ofrecian de grande importancia. En el mismo tiempo doña Berenguela, hija del Rey, se metió mɔnja y consagró á Dios su virginidad en el monasterio de las Huelgas. Don Juan, obispo de Osma, le puso el velo sagrado sobre la cabeza, como era de costumbre. Don Jaime, rey de Aragon, se entretenia en Mompeller, donde despues de asentadas las cosas de Aragon, y dejando para el gobierno en su lugar á don Jimeno, obispo de Tarazona, era ido. Viniéronle á visitar los condes de la Proenza y de Tolosa; la voz y color era que estos príncipes querian hacer reverencia al Rey y visitalle; pero de secreto se trató que el conde de Tolosa hiciese divorcio con doña Sancha, tia del rey don Jaime. Es cosa ordinaria que ningun respeto ni parentesco es bastante para enfrenar á los príncipes cuando se trata del derecho de reinar. Doña Juana, como nacida de aquel matrimonio, por no tener hermanos varones, habia de Hevar como en dote á don Alonso, su marido, conde de Potiers y hermano de Luis, rey Francia, la sucesion del principado de su padre. Esto llevaba mal el rey don Jaime que á los franceses se les allegase un estado tan principal; buscaban algun color para que repudiada la primera mujer, el Conde se casase con otra, y por este órden tuviese esperanza de tener hijos varones. Era esto contravenir á lo concertado en Paris, como se dijo arriba. Acordóse que para este efecto y para prevenirse contra el poder de Francia los tres príncipes hiciesen liga entre sí; efectuóse y tomose este asiento á 5 del mes de junio, año de 1241. En el mismo año, á 22 de agosto, murió Gregorio IX, pontifice romano. Sucedió Celestino IV, por cuya muerte, que fué dentro de diez y siete dias despues de su eleccion, Inocencio, cuarto deste nombre, natural de Génova, despues de una vacante de veinte meses se encargó del gobierno de la Iglesia romana. En tiempo destos pontifices, Hugon, fraile dominico y cardenal, natural de Barcelona, famoso por su mucha erudicion y letras, escribia largamente comentarios sobre los libros casi todos de la Escritura sagrada. Este famoso varon fué el primero que acometió, con ánimo sin duda muy grande, de hacer las concordancias de la Biblia, obra casi infinita; la cual traza puso en ejecucion y salió con ella ayudado de quinientos monjes. La diligencia de Hugon imitaron despues los hebreos y tambien los griegos; con que no poco todos ayudaron los intentos de las personas dadas á los estudios y letras.

CAPITULO III.

Cómo el rey don Fernando partió para el Andalucía.

Entre tanto que en Francia pasaba lo que se ha dicho, en el Andalucía, concluido el tiempo de las treguas que se concertó, se hacia la guerra, ni con grande esfuerzo y pujanza por estar el rey don Fernando embarazado

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