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posible á las que se importan, á fin de que el saldo exija la mayor importación de metales preciosos, dió origen á la teoría de la balanza del comercio, que algunos atribuyen á Tomás Mun, abogado de la compañía inglesa de la India en el siglo XVII, teoría que considera al dinero como la única riqueza y que es tan errónea como el principio en que se funda, porque si bien el dinero es riqueza, no es la única que puede constituir el bienestar de una nación. Todo Gobierno deberá, en cuanto le sea posible, dar al comercio internacional la dirección más favorable para excitar todas las fuerzas vivas del país, explotar todos sus recursos naturales y acrecentar el bienestar general de la población; pero dentro de esta fórmula general se encontrarán contenidos el principio y el límite de todas las protecciones, y de todos los estímulos temporales ó permanentes. La dificultad constituirá una regla de prudencia que se determinará por un conjunto de circunstancias fáciles de comprender. La intervención del gobierno en el régimen económico de la sociedad, es una cuestión transcendental, que no puede resolverse más que por cálculos, por aproximaciones, por las circunstancias, por las ideas que flotan en la opinión, pero que no pertenecen al resorte de la ciencia. Es muy difícil señalar científicamente dónde debe comenzar y concluir la intervención gubernamental; pero en todos los conflictos entre la libertad y la reglamentación, debe alcanzar el triunfo la primera, siempre que se entienda una prudente libertad. Todas estas ideas, que contribuyeron á formar lo que se llama la libertad económica, crearon también los librecambistas; pero esta cuestión, continuamente debatida é ilustrada, nos obligaría á extralimitar nuestro propósito y á abusar de la paciencia de nuestros lectores.

CAPÍTULO XV.

POLÍTICA EXTERIOR DE ESPAÑA.

El siglo XVIII resume la política de la Casa de Borbón en España hasta el advenimiento de Fernando VII, y aunque en los

tres primeros reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III hemos escrito el juicio crítico de los mismos, parece llegada la oportunidad de emitir nuestra opinión acerca de la política exterior que siguieron los Borbones en España.

Encontró esta nación Felipe V celosa de su fe y de su independencia, y guardando, cual lábaro santo, los dos sentimientos religioso y monárquico que habían servido de bandera á la reconquista, y que si en un tiempo evitaron al protestantismo arraigar en tierra española, al finalizar el siglo XVIII evitaron también que la revolución vecina derrocara la monarquía é implantase en España la república, como había hecho la nación francesa. Por tradición, por conveniencia, por necesidad, la España del siglo XVIII tenía que ser conservadora. Encontró arraigada la monarquía absoluta, y lejos de continuar el despotismo de la Casa de Austria, sólo adoptó, como ha reconocido el historiador Lafuente (1624), aquel absolutismo ilustrado que había de servir de base á las futuras libertades públicas.

En la política exterior, el nieto de Luis XIV de Francia, que debió á esta nación el trono español, siguió en los primeros años el movimiento de la política francesa y participó de todas sus vicisitudes; y cuando la Casa de Austria derramó sobre la península todos los horrores de la guerra civil, Felipe V peleó valerosamente, defendió bien el reino y sus intereses, y supo conquistar el afecto de este generoso pueblo, que no le escaseó su apoyo para reivindicar la independencia que por algún tiempo llegó á ver en grave peligro. Felipe V se hizo español, y cuando pudo escoger entre las Coronas de Francia y España, optó resueltamente por esta última, y la defendió con verdadero entusiasmo. La hostilidad de Europa contra Francia y España terminó con la paz de Utrecht, que si reconoció al Rey y á la nacionalidad española, perdió en cambio Flandes, Sicilia, Nápoles y Cerdeña, y lo que valía más que todo esto, la consideración de potencia de primer orden. En cambio, Inglaterra quedó árbitra del continente, dueña del comercio marítimo, aseguró la sucesión de la línea protestante y estrechó los límites de la Francia.

Fueron tantos y tan diversos los acontecimientos que se precipitaron en Europa después de la paz de Utrecht, que forzosamente habían de influir en la dirección de la política exterior de Felipe V. El fallecimiento de Luis XIV, la muerte de María Luisa de Saboya, el segundo matrimonio con Isabel de Farnesio, la regencia del duque de Orleans, la muerte de Ana de Inglaterra y hasta la privanza de Alberoni, eran otros tantos acontecimientos que hicieron vacilar la política de Felipe V, el cual, por complacer á su segunda esposa Isabel Farnesio, comprometió á España en nuevas guerras, y el tratado de la cuádruple alianza puso término á la privanza de Alberoni; pero en cambio se reanudó la amistad de España con Francia é Inglaterra, sin que de aquel tratado y del congreso de Cambray se obtuviera otro resultado, que unos desgraciados matrimonios y el reconocimiento que hizo Austria del derecho de sucesión de los hijos de Isabel de Farnesio á los ducados de Parma y Plasencia.

Fatigado Felipe V del poder, abdicó la Corona en su hijo Luis I, y tuvo que recogerla por la infausta muerte de este Príncipe, y ni el congreso de Soissons ni las tentativas de conquistas en África, evitaron la guerra entre España é Inglaterra. Isabel Farnesio obligó á emprender una guerra de familia, y corrieron tan malos tiempos para las armas españolas en Italia, que al fallecer Felipe V envió á decir á Luis XV de Francia, que le encomendaba y ponía en sus manos la suerte de su esposa y la de sus dos hijos Carlos y Felipe. Felipe V había comenzado por gobernar á España bajo la influencia de Luis XIV. Su valor y su patriotismo le hicieron español, pero en sus últimos momentos fió la suerte de España á la protección de la Francia.

La guerra de sucesión había cimentado en la dinastía borbónica la Corona de España; pero Fernando VI, después de soste ner con honra las guerras que heredara, proclamó la conveniencia de la neutralidad armada, y la paz se proclama por el tratado de Aquisgrán. Era muy difícil sostener la política del equilibrio ante las eternas rivalidades de la Francia y la Inglaterra; pero el monarca español, bien aconsejado, antepuso la quie

tud de su reino á todas las combinaciones de la política y supo mantenerse digno y enérgico, defendiendo con entereza una actitud que había de producir necesariamente la prosperidad de España. Durante su reinado pudo realizarse una transacción honrosísima entre la Santa Sede y la Corona de Castilla por medio del Concordato de 1753, que se ha reconocido como una de las transacciones políticas del siglo XVIII.

Esta política pacífica fué rota en los primeros años del reinado de Carlos III, para invadir fácilmente el Portugal y perder la Habana y Manila, que se recobraron por el tratado de París, el cual ligaba á España á las vicisitudes de la Francia, nación amenazada en lo exterior y en notoria y notable decadencia en el interior. Si al romper las relaciones con Inglaterra se propuso Carlos III recobrar á Gibraltar y Mahón, no era por el camino de la guerra contra una nación poderosa en el mar como debía pretenderse aquel resultado. Cuando España había abandonado las Maluinas y protegido la emancipación de los Estados-Unidos, que tan funesta influencia ejerció en la suerte de las colonias españolas, se esforzó Carlos III en sostener la guerra con Inglaterra, pero de todo ello sólo obtuvimos la reconquista de Menorca y el convencimiento de que habíamos perdido Gibraltar para largo tiempo. Estas desgracias le enseñaron á no comprometer la suerte de España en cuestiones que para nada le interesaban, y á la prudente y juiciosa conducta que guardó en los últimos años de su reinado, fué debido el que la Europa le señalase como árbitro de todas sus diferencias en las nuevas turbaciones de que se vió amenazado.

Finalmente, en el reinado de Carlos IV, toda la política del monarca español se limitó á evitar que la revolución francesa contagiase á España, lo cual, si bien se consiguió por el momento, fué origen de una nueva guerra con la Francia que nos condujo á la paz de Basilea, y luego á una serie de alianzas y complicaciones, que ni permitieron afianzar la neutralidad española, ni siquiera evitar que nuestra nacionalidad fuera ofendida y maltratada, produciéndose una epopeya gloriosa, que el sentimiento español recuerda con orgullo, y que está enlazado

con nuestra regeneración política. La política, pues, de la casa de Borbón durante el siglo XVIII, fué incierta y vacilante en el exterior, por lo mismo que la inspiró consideraciones de sangre y de reconocimiento unas veces, y otras de protección y atrevida ingerencia en los nuevos destinos de la Francia, y sólo fué acertada y provechosa en el reinado de Fernando VI, que dió á España la paz, que es, con un buen gobierno, la mejor manera de procurar la felicidad pública.

CAPÍTULO XVI.

POLÍTICA INTERIOR DE ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII.

La política interior de un país tiene que reflejarse forzosamente en estos dos conceptos: naturaleza y carácter de su gobierno: índole y desenvolvimiento de su administración. En el primer concepto, ni Felipe V por los compromisos que contrajo al ocupar el trono español podía modificar la esencia de esta monarquía, ni se lo hubieran consentido las demás naciones de Europa, ni acaso la educación política del pueblo español hubiera permitido el restablecimiento de todas aquellas libertades que constituyeron el nervio de la Edad Media, que respondían á una situación política muy distinta de la que disfrutó España durante la casa de Austria y al inaugurarse el reinado de los Borbones, y que eran incompatibles con los caracteres esenciales de la monarquía española. Estaba tan arraigado el absolutismo de los Reyes en el siglo XVIII, que Luis XIV mandó escribir un curso de derecho público para instrucción del duque de Borgoña, y en él se consignaron las siguientes máximas: «Francia es un estado monárquico en toda la acepción de la palabra. El Rey representa á la nación entera, y cada particu»lar no representa más que un individuo respecto del Rey. Por > consiguiente, todo poder, toda autoridad residen en manos >del Rey, y no puede haber más poder ni más autoridades en >el reino que las que él establece.» En cuanto al gobierno cons

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