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parece gran número, la autoridad y testimonio de la historia del rey don Alonso el Sabio lo atestigua. El número de extranjeros y muchedumbre de mercaderes que concurren es increible, mayormente en este tiempo, de todas partes á la fama de las riquezas, que por el trato de las Indias y flotas de cada un año se juntan allí muy grandes. El rey don Fernando tenia por todas estas causas un encendido deseo de apoderarse desta ciudad; así por su nobleza como porque, ella tomada, era forzoso que el imperio de los moros de todo punto menguase, tanto mas, que los aragoneses con gran gloria y honra suya se habian apoderado de Valencia, de sitio muy semejante y no de mucho menor número de ciudadanos. El rey de Sevilla, por nombre Ajatafe, no ignoraba el peligro que corrian sus cosas; tenia juntados socorros de los lugares comarcanos, hasta desde la misma Africa, gran copia de trigo traida de los lugares comarcanos, proveídose de caballos, armas, naves y galeras, determinado de sufrir cualquier afan antes de ser despojado del señorío de ciudad tan principal. El rey don Fernando juntaba asimismo de todas partes gente para aumentar el ejército que tenia, trigo y todos los mas pertrechos que para la guerra eran necesarios. La diligencia era grande, por entender que duraria mucho tiempo y seria muy dificultosa, y para que ninguna cosa necesaria falleciese á los soldados. En Alcalá por algun tiempo se entretuvo el rey don Fernando; pasada ya gran parte y lo mas recio del verano, movió con todas sus gentes, púsose sobre Sevilla y comenzó á sitialla á 20 del mes de agosto, año de nuestra salvacion de 1247; los reales del Rey se asentaron en aquella parte que está el campo de Tablada tendido á la ribera del rio, mas abajo de la ciudad. Don Pelayo Perez Correa, maestre de Santiago, de la otra parte del rio hizo su alojamiento en una aldea, llamada Aznalfarache; caudillo de gran corazon y de grande experiencia en las armas. Pretendia hacer rostro á Abenjafon, rey Niebla, que con otros muchos moros estaba apoderado de todos los lugares por aquella parte; tanto mayor era el peligro, las dificultades; pero todo lo vencia la constancia y esfuerzo deste caballero. El Rey barreaba sus reales; los moros, con salidas que hacían de la ciudad, pugnaban impedir las obras y fortificaciones. Hobo algunas escaramuzas, varios sucesos y trances, pero sin efecto alguno digno de memoria, sino que los cristianos las mas veces llevaban lo mejor y forzaban á los enemigos con daño á retirarse á la ciudad. Por el mar y rio se ponia mayor cuidado para impedir que no entrasen vituallas. Los soldados que tenian en tierra hacian lo mismo, y velaban para que ninguna de las cosas necesarias les pudiesen meter por aquella parte. Muchos escuadrones asimismo salian á robar la tierra; talaban los frutos que hallaban sazonados, el vino y el trigo todo lo robaban. Carmona, que está á seis leguas, forzada por estos males, como seis meses antes lo tenian concertado, sin probar á defenderse ni pelear se rindió, con tanto mayor maravilla, que los bárbaros pocas veces guardan los asientos. No se descuidaban los moros ni se dormian; el mayor deseo que tenian era de quemar nuestra armada, cosa que muchas veces intentaron con fuego de alquitran, que arde en la misma agua. La vigilancia del general Bonifaz hacia que todos estos intentos saliesen en vano, y cada cual de los capitanes por tierra y por mar pro

de

curaban diligentemente no se recibiese algun daño por la parte que tenian á su cargo. Señalábanse, entre los demás, don Pelayo Correa, maestre de Santiago, y don Lorenzo Suarez, cuyo esfuerzo y industria en todo el tiempo deste cerco fué muy señalada, sobre todos Garci Perez de Vargas, natural de Toledo, de cuyo esfuerzo se refieren cosas grandes y casi increibles. Al prin→ cipio del cerco, á la ribera del rio, do tenian soldados de guarda para reprimir los rebates y salidas de los moros, Garci Perez y un compañero, apartados de los demás, iban no sé á qué parte; en esto al improviso ven cerca de sí siete moros á caballo; el compañero era de parecer que se retirasen; replicó Garci Perez que, aunque se perdiese, no pensaba volver atrás ni con torpe huida dar muestra de cobardía. Junto con esto, ido el compañero, toma sus armas, cala la visera y pone en el ristre su lanza; los enemigos, sabido quien era, no quisieron pelear. Caminado que hobo adelante algun tanto, advirtió que al enlazar la capellina y ponerse la celada se le cayó la escofia; vuelve por las mismas pisadas á buscalla. Maravillóse el Rey, que acaso desde los reales le miraba, pensaba volvia á pelear; mas él, tomada su escofia, porque los moros todavía esquivaron el encuentro, paso ante paso se volvió sano y salvo á los suyos por el camino comenzado. Fué tanto mayor la honra y prez deste hecho, que nunca quiso declarar quién era su compañero, si bien muchas veces le hicieron instancia sobre ello; á la verdad, ¿á qué propósito con infamia ajena buscar para si enemigo y afrenta para su compañero sin ninguna loa suya? Como quier que al contrario con el silencio demás del esfuerzo dió muestra de la modestia y noble término de que usaba. Entre tanto que con esta porfía se peleaba en Sevilla, el infante don Alonso, hijo del rey don Fernando, intentó de apoderarse de Játiva en el reino de Valencia, convidado por los ciudadanos. Tomó á Enguerra, pueblo en tierra de Játiva, que se le entregaron los moradores. Cuanto cada uno alcanza de poder, tanto derecho se atribuye en la guerra. El rey don Jaime, avisado de los intentos del infante don Alonso y alterado, como era razon, se apoderó de Villena y de seis pueblos compre→ hendidos en el distrito de Castilla, por dádivas que dió al que los tenia á cargo. Demás desto, en la misma comarca, principio del año 1248, tomó de los moros otro pueblo llamado Bugarra. Destos principios parecia que los disgustos pasarian adelante y pararian en alguna nueva guerra que desbaratase la empresa de Sevilla y acarrease otros daños. Don Alonso, como, quier que era de condicion sosegada, se determinó de tratar en presencia con el rey de Aragon y resolver todas estas diferencias, y para esto se juntaron á vistas y habla en: Almizra, pueblo del rey de Aragon. Allí por medio de la reina de Aragon, y por la buena industria de don Diego de Haro y otros grandes que se pusieron de por medio se compuso esta diferencia; con que de una y de otra parte se restituyeron ios pueblos que injustamente tomaron, y se señaló la raya de la jurisdicion y conquista de ambas las partes. Quedaron en particular en virtud desta concordia por el reino de Murcia Almansa, Sarasulla y el mismo rio Cabriolo; por los de Valencia Biara, Sajona, Alarca, Finestrato. Asentadas las cosas desta manera, los príncipes se despidieron. El rey don Jaime revolvió luego contra Játiva, envió delante sus

gentes con intento de cercalla; apoderóse finalmente della, pasada ya gran parte del verano, por entrega que hicieron los mismos ciudadanos. Está asentada esta ciudad en un sitio asaz apacible á la parte que el rio Júcar entra en el mar; su campiña muy fértil y fresca, la tierra muy gruesa. El infante don Alonso y en su compañía don Diego de Haro se apresuraron para hallarse en el cerco de Sevilla. Alhamar, ese mismo rey de Granada, vino á juntarse con el rey don Fernando, acompañado de buen número de soldados, en tiempo sin duda muy á propósito, en que los soldados cristianos, cansados de la tardanza y con la dificultad de aquella empresa, comenzaban á tratar de desamparar los reales y las banderas, además de las enfermedades que sobrevinieron y los tenian muy amedrentados. Era pasado el invierno sin hacer efecto de algun momento. El misino Rey, aquejado de tantos trabajos y de las dificultades que se ofrecian muy grandes, dudaba si alzaria el cerco, ó esperaria que las cosas se encaminasen mejor y el remate fuese mas apacible que los principios, como otras veces lo tenia probado. Los cercados desbarataron en cierta salida los ingenios de los nuestros y les quemaron las máquinas. Alentados con el buen suceso, no solo se defendian con la fortaleza de la ciudad, sino desde los adarves se burlaban de la pretension de los contrarios, que llamaban desatino. Amenazaban á los nuestros con la muerte y ultrajábanlos de palabra. El cerco, sin embargo, se continuaba y se llevaba adelante con tanto mayor ventaja de los fieles, que de cada dia les llegaban nuevos socorros. Acudieron los obispos don Juan Arias, de Santiago, bien que poco efecto hizo; su poca salud le forzó en breve con licencia del Rey á dar la vuelta. Don García, prelado de Córdoba; don Sancho, de Coria; los maestres de Calatrava y de Alcántara; los infantes don Fadrique y don Enrique; fuera destos, don Pedro de Guzman, don Pedro Ponce de Leon, don Gonzalo Giron, con otro gran número de grandes y ricos hombres que vinieron de refresco. A los cercados, por ser la ciudad tan grande, no se podian de todo punto atajar los mantenimientos, dado que se ponia en esto todo cuidado. El general de la armada, Bonifaz, ardia en deseo de quebrar la puente, para que no pudiendo comunicarse los del arrabal y la ciudad, fuesen conquistados aparte los que juntos hacian tanta resistencia. Era negocio muy dificultoso por estar la puente puesta sobre barcas que con cadenas de hierro están entre sí trabadas; todavía pareció hacer la prueba, que la maña y la ocasion pueden mucho. Apercibió para esto dos naves, esperó el tiempo en que ayudase la creciente del mar y juntamente un recio viento que del poniente soplaba. Con esta ayuda, alzadas y hinchadas las velas, la una de las naves con tal ímpetu embistió en la puente, cuanto no pudieron sufrir las ataduras de hierro. Quebróse la puente el tercero dia de mayo con grande alegría de los nuestros y no menos comodidad. Los soldados con la esperanza de la victoria con grande denuedo acometieron à entrar en la ciudad, escalar los muros por unas partes, y por otras derriballos con los trabucos y máquinas, con tanta porfía, que los cercados estaban á punto de perder la esperanza de se defender. El mayor combate era contra Triana; los moros se defendian valientemente, y la fortaleza de los muros causaba á los nuestros dificultad.

Cierto soldado en secreto murmuraba de Garci Perez de Vargas; cargábale que el escudo ondeado que traia era de diferente linaje. Ningunos oyen con mayor paciencia las murmuraciones que los que no se sienten culpados. Disimuló él por entonces la ira; despues cierto dia que acometieron los nuestros á Triana, se mantuvo tanto tiempo en la pelea, que con la lluvia de piedras, saetas y dardos que le tiraban, abolladas las armas y el escudo, apenas él pudo escapar con la vida. Entonces vuelto á su contrario, que estaba en lugar seguro: «Con razon, dice, nos quitais las armas del linaje, pues las ponemos á tan graves peligros y trances; vos las mereceis mejor, que como mas recatado las teneis mejor guardadas. » Él, avergonzado, conoció su yerro; pidió perdon, que le dió á la hora de buena gana, contento de satisfacerse de su injuria con la muestra de su valor y esfuerzo; manera de venganza muy noble. Comenzaban en la ciudad á sentir gran falta de vituallas; los ciudadanos, visto que la felicidad de nuestra gente se igualaba con su esfuerzo, y que al contrario á ellos no quedaba alguna esperanza, acordaron tratar de rendir la ciudad, primero en secreto, y despues en los corrillos y plazas. Pidieron desde el adarve les diesen lu gar de hablar con el Rey. Luego que les fué concedido, enviaron embajadores, que avisaron querian tratar de concierto con tal que las condiciones fuesen tolerables, en particular que quedase en su poder la ciudad. Decian que quebrantados con los males pasados, ni los cuerpos podian sufrir el trabajo, ni los ánimos la pesadumbre; que todavía en la ciudad quedaban compañías de soldados, que no era justo irritallas ni hacelles perder de todo punto la esperanza; muchas veces la necesidad de medrosos hace fuertes, por lo menos que la victoria seria sangrienta y llorosa, si se allegase á lo último y no se tomaba algun medio. A esto respondió el Rey que él no ignoraba el estado en que estaban sus cosas. Tiempo hobo en que se pudiera tratar de concierto; mas que al presente por su obstinacion se hallaban en tal término, que seria cosa fea partirse sin tomar la ciudad, y que si no fuese con rendilla, no daria lugar á que se tratase de concierto ni de concordia. Entre tanto que se trataba de las condiciones y del asiento hicieron treguas y cesó la batería. Prometian acudir con las rentas reales y tributos todos los que acostumbraban antes á pagar á los miramamolines. Desechada esta condicion, dijeron que darian la tercera parte de la ciudad demás de las dichas rentas; despues la mitad, dividida con una muralla de lo demás que quedase por los moros. Parecian estas condiciones á los nuestros muy aventajadas y honrosas. El Rey, á menos de entregalle la ciudad, no hacía caso destas promesas ni estimaba todos sus partidos. En conclusion, se asentó que el rey Moro y los ciudadanos con todas sus alhajas y preseas se fuesen salvos donde quisiesen, y que fuera de Sanlúcar, Aznalfarache y Niebla, que quedaban por los moros, rindiesen los demás pueblos y castillos dependientes de Sevilla. Dióse de término un mes para cumplir todas estas capitulaciones. El castillo luego se entregó, y á 27 de noviembre salieron de la ciudad entre tre varones y mujeres y niños cien mil moros; parte dellos pasó en Africa, parte se repartió por otros lugares y ciudades de España. Gastáronse en el cerco diez y seis meses, en el cual tiempo los reales á manera de

ciudad estaban divididos en barrios, con sus tiendas en que se vendian las cosas necesarias, herrerías para forjar armas, los pabellones puestos por su órden con sus calles y plazas en lugares convenientes. A los 22 de diciembre, con pública procesion y aparato entró el Rey en la ciudad, oyó misa en la iglesia mayor, que para este propósito estaba bendecida y aparejada; bendíjola con gran majestad don Gutierre, electo arzobispo de Toledo, que poco antes señalaron por sucesor en aquella iglesia de don Juan, que falleció á los 23 del mes de julio. Don Ramon de Losana fué elegido por arzobispo de la nueva ciudad. Este prelado andando á la escuela, con un cuchillo de plumas sacó otro tiempo un ojo á un su hermano; para absolverse desta irregularidad y para alcanzar dispensacion ya que era de mas edad pasó á Roma; viaje que le fué ocasion de hacerse muy erudito y letrado. Quedaba Sevilla muy falta de moradores; la franqueza que el Rey prometió de tributos á los que vi→ niesen á poblar hizo que gran número de gente acudiese de toda España, determinados de hacer allí su asiento y morada; con esto, en breve volvió á tener aquella ciudad nobilísima la hermosura de antes y número de gente asaz.

CAPITULO VIII.

De la muerte del rey don Fernando.

En el mismo tiempo que Sevilla estaba cercada, san Luis, rey de Francia, enriquecia con reliquias santisimas que envió á Toledo y aumentaba la devocion de la iglesia mayor de aquella ciudad; juntamente ganaba las voluntades de nuestra nacion. En el Sagrario de aquella iglesia hasta hoy con gran devocion se muestran y guardan las dichas reliquias con la misma carta original del Rey, cuyo traslado nos pareció poner en este lugar para memoria de la piedad de príncipe tan señalado y devoto: « Luis, por la gracia de Dios rey » de Francia, á los amados varones en Cristo, canó» nigos y todo el clero de la iglesia de Toledo, salud y » dileccion. Queriendo adornar vuestra iglesia con un >> excelente don por medio de nuestro amado Juan, ve»nerable arzobispo de Toledo, y á su instancia os en»viamos algunas preciosas partecicas de los venerables » y señalados nuestros santuarios, que hobe del tesoro » del imperio constantinopolitano, conviene á saber: » del madero de la cruz del Señor, una de las espinas » de la sacrosanta corona de espinas del mismo Señor, » de la leche de la gloriosa vírgen María, de la vesti» dura de púrpura del Señor con que fué vestido, del >> lienzo con que se ciñó el Señor cuando lavó y limpió »>los piés de sus discípulos, de la sábana con que su » cuerpo estuvo sepultado en el sepulcro, de los paños >> de la infancia del Salvador. Rogamos pues, y requerimos en el Señor á vuestra caridad, que las sobrediDchas reliquias recibais y guardeis en vuestra iglesia » con la reverencia debida; asimismo que en vuestras >> misas y oraciones tengais memoria benigna de nos. » Fecha en Estampas, año del Señor de 1248 por el mes » de mayo.» Despues que el rey Luis hobo enviado esta carta, de Marsella se hizo á la vela y navegó á la Tierra-Santa con deseo de reparar en aquellas partes la guerra sagrada. El suceso no fué conforme á su santa intencion, porque apoderado que se hobo en las

marinas de Egipto de Pelusio, ciudad que hoy se llama Damiata, toda la prosperidad se volvió en contrario. De tres hermanos del Rey, Roberto murió en una batalla, Alfonso y Cárlos fueron presos con el Rey el año 1249. La libertad costó mucho haber, sin que en la Tierra-Santa á la cual dende pasaron, hiciesen cosa de muy gran momento. Verdad es que las ciudades de Sidon, Cesarea y Joppe fueron recobradas por las armas de Francia año del Señor 1250, pero ninguna otra cosa se hizo. En el mismo año por muerte de don Gutierre, arzobispo de Toledo, que finó en Atienza á los 9 de agosto, como se ve en los Anales toledanos, en su Jugar fué puesto don Sancho, hijo del rey don Fernando, á quien algunos llaman don Pedro, otros don Juan, por engaño sin duda. El arzobispo don Rodrigo por orden de la reina doña Berenguela crió en Toledo á sus nietos los infantes don Filipe y don Sancho; proveyóles en aquella su iglesia sendos canonicatos. Estudiaron ambos en los estudios de Paris; en particular don Filipe tuvo por maestro á Alberto Magno, gran filósofo y teólogo. Todo esto y mas el favor de su padre fué ocasion de poner en esta vacante los ojos en don Sancho. Aprobó la eleccion el papa Inocencio IV; mas el electo no parece se consagró por su poca edad, que era el penúltimo de sus hermanos. Por su contemplacion dió su padre á la iglesia de Toledo á Uceda y á Iznatoraf, esto á trueco de Baza, que se la diera cuando conquistó á Jaen. Vivió por este tiempo un hombre señalado, por nombra Pero Gonzalez, que dejada la corte y palacio, en que tenia buen lugar, gastó lo postrero de su vida en dotrinar á los gallegos y asturianos, predicador de fama. Su contemporáneo Bernardo, canónigo de Santiago, por el gran conocimiento que alcanzó de los derechos, fué muy familiar al pontífice Inocencio, y es el que escribió la glosa sobre las epístolas decretales. En el mismo tiempo los aragoneses, divididos en parcialidades, se abrasaban con discordias civiles. Tenia el rey don Jaime de doña Violante, su mujer, estos hijos: don Pedro, don Jaime, don Fernando, don Sanchio; otras tantas hijas, doña Violante, doña Constanza, doña Sancha, doña María. La Reina estaba apoderada del Rey, y así, le persuadió que dividiese los estados del reino entre sus hijos, consejo muy perjudicial á la república por enflaquecerse por esta manera las fuerzas, y muy pesado en particular á don Alonso, su hijo mayor, en cuyo perjuicio se enderezaban estas prácticas. Por esta causa los mas de los grandes siguieron la voz del Infante, y por su autoridad públicamente se apartaron del Rey. Con cuidado de componer estas diferencias, que amenazaban mayores males, por el mes de febrero se tuvieron Cortés generales en Alcañices, pueblo de Aragon. Señaláronse jueces sobre el caso, personas principales, eclesiásticas y seglares; dieron por sentencia que el hijo debia obedecer á su padre. De ningun provecho fué esta diligencia, por estar los vasallos mal contentos y el Rey constante en su parecer y propósito, tanto, que en vida hizo donacion al infante dun Pedro del principado de Cataluña, con que la otra parte se desabrió mucho mas. Esto en Aragon. Las cosas del rey don Fernando se hallaban muy en mejor estado, porque compuestas y asentadas las cosas en Sevilla, en que determinaba hacer su asiento, acometió á Jerez, ganó de los moros á Medina Sidonia, Begel, Alpechin,

y

Aznalfarache ; fuera desto, á la ribera del mar, en parte abatió, en parte tomó muchos castillos de moros. Pretendia que los demás, escarmentados con aquel daño y castigo, se rindiesen ó reprimiesen. Hiciéronse correrías por los campos de Nebrija; algunos pocos pueblos de moros, por estar fortificados de sitio ó de murallas, se atrevian y estaban determinados de sufrir el cerco, no solo como cosa mas honesta, sino tambien como mas segura, ni por el daño de los otros se movian á rendirse. Tratóse de pasar la guerra á Africa; y con este intento en las marinas de Vizcaya por mandado del rey don Fernando se apercebia una nueva y mas gruesa armada, cuando una recia dolencia le sobrevino, de que finó en Sevilla á 30 de mayo el año que se contaba de 1252. Reinó en Castilla por espacio de treinta y cuatro años, once meses, veinte y tres días; en Leon veinte y dos años, poco mas o menos. Fué varon dotado de todas las partes de ánima y de cuerpo que se podian desear, de costumbres tan buenas, que por ellas ganó el renombre de Santo, título que le dió, no mas el favor del pueblo que el merecimiento de su vida y obras excelentes; muchos dudaron si fuese mas fuerte ó mas santo ó mas afortunado. Era severo consigo, exorable para los otros, en todas las partes de la vida templado, y que, en conclusion, cumplió con todos los oficios de un varon y príncipe justo y bueno. En ningun tiempo dió mayor muestra de santidad que á la muerte. Comulgóle don Ramon, arzobispo de Sevilla. Al entrar el Sacramento por la sala se dejó caer de la cama, y puestos los hinojos en tierra, con un dogal al cuello y la cruz delante, como reo pecador pidió perdon de sus pecados á Dios con palabras de grande humildad. Ya que queria rendir el alma, demandó perdon á cuantos allí estaban. Espectáculo para quebrar los corazones y con que todos se resolvian en Jágrimas. Tomó la candela con ambas las manos, y puestos en el cielo los ojos: El reino, dijo, Señor, que me disté, y la honra mayor que yo merecia, te le vuelvo; desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me ofrezco á la tierra; recibe, Señor mio, mi ánima, y por los méritos de tu santísima pasion ten por bien de la colocar entre los tus siervos. Dicho esto, mandó á la clerecía cantasen las Letanias, y el Te Deum laudamus, y rindió el espíritu bienaventurado. A su hijo don Alonso, que nombró por heredero, poco antes de morir dió muchos avisos, y juntamente le encomendó con mucho cuidado á la reina doña Juana y sus hijos, de los cuales se hallaron á su muerte don Fadrique, don Enrique y don Felipe, que era electo prelado de Sevilla, y don Manuel. Don Sancho, electo de Toledo, no se halló por estar en su iglesia. Luego el dia siguiente le hicieron el enterramiento y honras con aparato real. Su cuerpo fué sepultado en la iglesia mayor de Sevilla. Dícese que este Rey inventó é introdujo el Consejo Real, que hoy en Castilla tiene la suprema autoridad para determinar los pleitos. Señaló doce oidores, á cuyo conocimiento perteneciesen los negocios mayores y los pleitos que en los otros tribunales se tratasen, por via de apelacion con las mil y quinientas doblas que deposita el que apela, y las pierde en caso que se dé sentencia contra él. Coano las cautelas y engaños poco a poco iban creciendo, y los pleitos eran muchos por la malicia del tiempo,

fué necesario establecer este nuevo tribunal; que antes las ciudades, contentas con los juicios y sentencias que sus jueces daban, y con apelar á las audiencias de su distrito, tenian por cosa fea y sin propósito pasar adelante y implorar el auxilio real. Demás desto, encargó á personas principales y doctas el cuidado de hacer nuevas leyes y recoger las antiguas en un volúmen, que hoy se llama vulgarmente las Partidas, obra de inmenso trabajo, y que se comenzó por este tiempo, y últimamente se puso en perfeccion y se publicó en tiempo del rey don Alonso, hijo deste don Fernando, Hasta la muerte del rey don Fernando llegó don Lúcas de Tuy con su historia.

CAPITULO IX.

De los principios de don Alonso el Décimo, rey de Castilla, El reino de don Fernando por derecho de herencia vino al rey don Alonso, deceno deste nombre, cuya vida y obras pretendemos declarar, ilustres sin duda por la variedad de los sucesos y juego de la fortuna variable, pero que tienen mas de maravilla que de honra y loa. ¿Qué cosa mas maravillosa que un príncipe, criado en la guerra y ejercitado en las armas desde su primera edad, haya tenido tanta noticia de la astrología, de la filosofía y de las historias, cuan grande apenas los hombres ociosos y ocupados solamente en sus estudios pocas veces alcanzan? Sus libros que publicó y sacó á luz de astrología y de la historia de España dan muestra de su grande ingenio y estudio increible. ¿Qué cosa eso mismo mas afrentosa que con tales letras y estudios, con que otro particular pudiera alcanzar gran poder, no saber él conservar y defender ni el imperio que los extraños le ofrecieron ni el reino que su padre le dejó? Vió aquella edad y siglo hasta donde podia llegar la libertad y arrogancia del pueblo, pues redujo un Rey tan poderoso casi á vida particular; vió él mismo lo postrero de la desventura, que fué ser despojado de sus riquezas y mando. ¡Qué juegos hace la fortuna ó poder mas alto! ¡Cómo parece que gusta en burlarse de las cosas humanas! El sobrenombre de Sabio, que ganó por las letras, ó por la injuria de sus enemigos, ó por la malicia de los tiempos, ó él por la flojedad de su ingenio, parece le amancilló; pues con el crédito que tenia de ser tan sabio, no supo mirar por sí y prevenirse. En Sevilla, do se halló á la muerte de su padre, le alzaron por rey. Lo primero que hizo despues desto fué renovar el concierto con Alhamar, rey de Granada, demás que le hizo suelta de la sexta parte del tributo que tenia costumbre de pagar, en que se tuvo respeto á los buenos servicios que hiciera y á despertalle para que de nuevo hiciese otros; que sin duda por algun tiempo fueron muy grandes y señalados. Era tanto lo que este Príncipe amaba al rey don Fernando y érale tan agradable su memoria, que con ser moro, todos los años enviaba á Sevilla buen número de los suyos con cien antorchas de cera blanca para que se hiciesen al Rey las exequias y aniversarios. La falta que tenían de dineros era grande, por estar gastados todos con las guerras de tantos años. Tratóse de buscar algun camino para allegar moneda y remediar este daño; pareció lo mas á propósito que en lugar de los pepiones, que era cierta moneda así llamada de buena ley, se usase de

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burgaleses, moneda muy baja mezclada de otros metales. Era cosa injusta abajar de quilates la moneda y que fuese del mismo valor que la de antes. Desórden por donde las cosas encarecieron y no se remedió la necesidad del Rey; porque fué necesario aumentar los salarios de los jueces y de los demás oficiales con tanta mayor indignacion del pueblo, que poco despues se inventó otro gênero de moneda, que se llamaba negra, es á saber, por tener mucho cobre. Quince monedas deste género valian una dobla ó escudo; un burgalés valia dos pepiones, noventa un escudo ó un maravedí de oro. Este camino de allegar dinero, bien que intentado muchas veces de grandes reyes, que sea muy engañoso y perjudicial, el tiempo y la experiencia y desastrados sucesos lo han bastantemente declarado. Sin duda fué la principal causa por que el rey don Alonso en breve se hizo muy malquisto y odioso á sus vasallos. Desta manera, si no hay gran tiento, de honestos principios y causas se siguen efectos muy perniciosos y malos. Esta fué la primera semilla de la discordia civil; de la guerra de fuera hobo otras causas. Estaba el rey don Alonso congojado por la esterilidad de la reina doña Violante, por el gran deseo que tenia de dejar sucesion. Los aduladores, de que siempre hay gran número en las casas de los príncipes, pretendian que aquel matrimonio se podia apartar; no les faltaban razones para colorear este engaño, como á gente de grande ingenio; el Rey fácilmente se dejó persuadir en lo que deseaba. Envió embajadores al rey de Dinamarca á pedir por mujer una hija suya, llamada Cristina. Era cosa fácil por la grande distancia de los lugares engañar aquella gente. Concertado el casamiento, la doncella fué enviada en España. Estos intentos del rey don Alonso dieron mucha pena, como era razon, al rey don Jaime. Procuróse dar algun corte con embajadas que se enviaron; pero como no se efectuase nada, vino el negocio á rompimiento y á las armas. Hiciéronse correrias y cabalgadas de una parte y de otra, robos de hombres y ganados, y esto al principio de aquella diferencia. Por el mismo tiempo Teobaldo, rey de Navarra, primero deste nombre, falleció á 8 de julio, año de nuestra salvacion de 1253; digno de ser alabado por el deseo que mostró de ayudar á la guerra de la Tierra-Santa, cuanto reprehensible y manchado por el intento que tuvo de oprimir los derechos y libertad eclesiástica, por la cual causa se dice que hobo entrediclio general en todo aquel reino por espacio de tres años enteros. Este tiempo pasado, don Pedro Remigio ó Gazolaz, obispo de Pamplona, alzado el destierro en que le tenian, se reconcilió con el Rey á instancia de personas principales que en ello trabajaron y con muy grande alegría y regocijo de todo el pueblo. Teobaldo merece sin duda ser alabado por otras cosas y partes de que fué dotado, en especial por los estudios de las artes liberales, ejercicio y conocimiento de la música y de la poesía tan grande, que acostumbraba componer versos y cantarlos á la vihuela; las poesías que hacia, proponellas en público en su palacio para ser de todos juzgadas. Tuvo tres mujeres. De la primera, que fué hija del conde de Lorena, no tuvo hijos algunos. Dejada esta por mandado de los pontífices, casó con Sibila, hija de Filipo, conde de Flandes. Deste matrimonio nació Blanca, que casó con Juan, duque de Bretaña, por sobrenombre el Ber

mejo. De la tercera mujer, que fué hija de Arquimbaudo, conde de Fox, tuvo á Teobaldo y á Enrique y una hija, llamada Leonor. Teobaldo sucedió á su padre despues de su muerte; era menor de edad, que no tenia quince años cumplidos, de excelente natural y que daba muestras de grandes virtudes. La reina Margarita, su madre, cuidadosa de lo que á su hijo tocaba, estaba con temor, en especial de don Alonso, rey de Castilla, que, vencidos y domados los moros, se entendia queria revolver contra Navarra y despertar el derecho antiguo que pretendian los reyes de Castilla á aquella corona; cuidaba ayudarse del socorro del rey de Aragon y de su sombra. Tratóse por sus embajadores de aliarse; y para que la cosa se concluyese mas fácilmente, con seguridad de ambas partes se juntaron á vistas. Al principio del mes de agosto en Tudela se hizo confederacion entre los dos reyes, en que se concertó tuviesen los mismos por amigos y por enemigos. Asentaron otrosí que una de las dos hijas que tenia el rey don Jaime se diese por mujer á Teobaldo, y en particular se proveyó que ninguna de las dos casase con alguno de los hermanos del rey de Castilla sin voluntad de la reina Margarita y sin que ella viniese en ello. Al rey de Aragon, sin embargo, le quedó su derecho á salvo, que pretendia tener à aquel reino por la adopcion del rey don Sancho de Navarra. Esta confederacion para que fuese mas fuerte se procuró que el romano Pontífice la aprobase; las fuerzas de los dos reinos claramente se movian y enderezaban contra las de don Alonso, rey de Castilla. El cuidado desta guerra y miedo que resultó por esta causa, que suele ser muy gran atadura de concordia, hizo que los aragoneses padre y hijo se concertasen, cosa que tanto se deseaba. Así hallo que lo que el rey de Aragon habia donado á don Pedro y don Jaime, sus hijos, lo aprobó con juramento en Barcelona don Alonso, el hijo mayor del mismo rey don Jaime. Ofrecióse demás desto ocasion de nueva guerra. Alasarco, moro de ingenio sagaz, prometió entregar y rendir el castillo de Reguara, que tenia en su poder. El rey de Aragon, como el que era arriscado, creyóse fácilmente que le trataba verdad. Acudió con poca gente como á cosa hecha. Hobiera de caer en el lazo y quedar preso; mas quiso Dios que le avisaron del engaño y de lo que pasaba, con que se puso en cobro. El Moro, burlada su esperanza, se declaró por enemigo y persuadió á los moros de Valencia que tomasen las armas y que se levantasen. El Rey, movido por el peligro, acudió á Valencia; tratóse en aquella ciudad de echar aquella gente de todo el reino. Los señores, por la ganancia que de aquella gente les venia, hacian contradiccion; los prelados y el pueblo otorgaban con el Rey, que fué el parecer que prevaleció en las Cortes. Mandaron pues á todos los moros que saliesen del reino de Valencia y de todo su distrito dentro de cierto término. Ellos, aunque estaban en armas sesenta mil dellos, obedecieron á lo que les fué mandado. Repartiéronse por tierra de Murcia y de Granada, gran parte hizo asiento en la Mancha, que al presente se llama de Aragon, antiguamente de Montaragon, de un pueblo deste nombre que por allí caia. Era comarca áspera y no cultivada en aquel tiempo, al presente de señalada fertilidad en la cosecha de pan, con que provee á otras muchas partes. Llamóse antigua

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