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hermano del rey don Alonso de Castilla, que era yerno suyo, casado con doña Costanza, su hija; despues desto sujetó á Elda, Orcelis y á Elche con otros muchos Jugares que por aquella comarca quitó á los moros, parte por fuerza, parte que se le entregaron. Demás desto, pasado el rio de Segura, atajó las vituallas que llevaban los moros á Murcia en dos mil bestias de carga con buena guarda de soldados. En el entre tanto el rey don Alonso no se descuidaba en la guerra contra los moros de Granada, y en hacer todo el mal y daño á los pueblos y campos circunstantes, tanto, que los puso en necesidad de pedir á los nuestros se renovase la antigua confederacion. Los reyes don Jaime y don Alonso para tomar su acuerdo en presencia sobre lo que á la guerra tocaba de propósito por la comodidad del lugar se juntaron en la ciudad de Alcaráz. Estuvo presente á estas vistas la reina doña Violante. Detuviéronse algunos dias; y concertado lo que pretendian y bechas sus avenencias, volvieron á la guerra. Las gentes de Aragon, como apercebidas de todo lo necesario, de Orcelis marcharon la via de Murcia y se pusieron sobre ella por el mes de enero del año 1266. Está aquella ciudad asentada en un llano en comarca muy fresca por do paso el rio de Segura, y sangrado con acequias, riega así bien los campos como la ciudad, que está en gran parte plantada de moreras, cidros y de naranjos y de toda suerte de agrura, y representa un paraíso en la tierra. En nuestro tiempo el principal esquilmo y provecho es el que se saca de la seda, fruto de que se sustenta casi toda la ciudad. Estaba entonces muy pertrechada y fortificada; no solo tenian aquellos ciudadanos cuenta con la recreacion, sino se pertrechaban para la guerra, en particular tenian muy buena guarnicion de soldados, así temian menos al enemigo; por el mismo caso los aragoneses sospechaban que el cerco duraria largo tiempo. Al principio se hicieron algunas escaramuzas con salidas que hacian los moros, en que siempre los cristianos se aventajaban. No pasó mucho tiempo que los moros por la buena maña del rey de Aragon, perdida la esperanza de poderse defender, se rindieron á partido y entregaron la ciudad. Por otra parte, entre el rey don Alonso y los de Granada en una Junta que tuvieron en Alcalá de Benzaide se hizo confederacion y concierto debajo destas condiciones: el rey de Granada se aparte de la liga y amistad del rey Hudiel de Murcia; pague en cada un año cincuenta mil ducados, como antes acostumbraba; al contrario el rey don Alonso alce la mano de amparar en su daño los señores moros de Guadix y de Málaga, á tal empero que el rey Moro les otorgue treguas por espacio de un año; al rey de Murcia, si acaso viniese á poder de cristianos, se le haga gracia de la vida. Tomado este asiento, el rey don Alonso, con deseo de tomar la posesion de la ciudad de Murcia, vuelto ya el rey don Jaime, luego que la rindió, á su tierra, se apresuró para ir allá. En este viaje, en el lugar de Santistéban, Hudiel, rey de Murcia, le salió al encuentro, y echado á sus piés, pidió perdon de lo pasado. Confesaba su yerro y su locura que le despeñó en aquellos males. Pedia tuviese misericordia de su trabajo y de tantas miserias como eran las en que se hallaba. Por esta manera fué recebido en gracia y perdonado; mas que de allí adelante no fuese ni se llamase rey, y se contentase con las heredades y rentas

que le señalaron para sustentar la vida. El nombre de rey se dió á Mahomad, hermano de aquel Abenhut, de quien arriba se dijo fué muerto en Almería. Dejáronle solamente la tercera parte de las rentas reales, y que con lo demás acudiese al fisco real de Castilla. Este fué el remate desta guerra, que tenia puesta la gente en gran recelo y cuidado.

CAPITULO XVI.

Que la emperatriz de Grecia vino á España.

En el mismo tiempo que el Andalucía y reino de Murcia estaban encendidos con la guerra contra los moros, lo demás de España gozaba de sosiego, por lo menos las alteraciones eran de poco momento, cosa de maravilla por la diversidad de principados y la grande libertad de los caballeros y del pueblo. Solo Gonzalo Yañez Bazan, persona principal entre los navarros, renunciado que hobo por públicas escrituras la naturalidad, como en aquel tiempo se acostumbraba, en la frontera de Aragon con voluntad del rey don Jaime edificó un castillo, llamado Boeta, desde donde trabajaba y hacia daño en los campos comarcanos de Navarra. La pesadumbre que por esta causa recebia aquella gente se mudó en grande alegría por traer en el mismo tiempo á Navarra para poner entre las demás reliquias de la iglesia mayor de Pamplona una parte no pequeña de la corona de espinas que fué puesta en la cabeza de Cristo, hijo de Dios. San Luis, rey de Francia, les hizo donacion della; Balduino, emperador de Constantinopla, ya que iba de caida el poder de los franceses en aquel imperio, por la falta de dineros que padecia, se la empeñó por cierta cantidad, con que le socorrió. Esto le hizo aborrecible á sus ciudadanos, por atreverse á privar aquella ciudad de una reliquia y prenda tan grande y tan santa. Esta corona se ve hasta el dia de hoy y se conserva con gran devocion en Paris en la capilla santa y real de los reyes de Francia. Es á manera de un turbante, y della se tomó la parte que al presente se trajo á Navarra. Esto en España. De Italia venian nuevas que el año pasado el rey Manfredo fué despojado del reino y de la vida por Cárlos, hermano de san Luis, rey de Francia, y que, como vencedor, en su lugar se apoderó de aquellos estados. Urbano y despues Clemente IV, pontífices romanos, con esperanza y promesa de dalle aquel reino le llamaron á Italia, y llegado que fué á Roma, le coronaron por rey de Sicilia y de Nápoles. La batalla, que fué brava y famosa, se dieron cerca de Benevento, con que el poder y riquezas de los normandos, que tantos años florecieron en aquellas partes, quedaron por tierra. Concertó el nuevo Rey y obligóse de pagar cada un año á la Iglesia romana en reconocimiento del feudo cuarenta mil ducados, y que no pudiese ser emperador, puesto que sin pretendello él le ofreciesen el imperio. El rey don Jaime, alterado como era razon por el desastre y caida de Manfredo, su consuegro, revolvia en su pensamiento en qué manera tomaria emienda de aquel daño. Así apenas hobo dado fin á la guerra de Murcia, cuando se partió á lo postrero de Cataluña para si en alguna manera pudiese ayudar á lo que quedaba de los normandos y apoderarse del reino, que por la afinidad contraida con Manfredo pretendia ser de su hijo. En el

entre tanto don Alonso, rey de Castilla, se ocupaba en asentar las cosas de Murcia, llevar nuevas gentes para que poblasen en aquella comarca, edificar castillos por todo el distrito para mayor seguridad. No bastaba Castilla para proveer de tanta multitud como se requeria para poblar tantas ciudades y pueblos. De Cataluña hizo llamar y vinieron muchos que asentaron en el nuevo reino. No dejaba asimismo, no obstante lo concertado, de ayudar de secreto á los de Guadix y á los de Málaga. Para quejarse deste agravio y que el rey don Alonso no guardaba lo concertado el rey de Granada en persona vino á Murcia. La respuesta que se le dió no fué á su gusto; volvióse mas enojado que vino, ocasion con que algunos señores, que de tiempo atrás ofendidos del rey don Alonso se tenian por agraviados, hablaron en secreto con el Moro y le persuadieron á que de nuevo tomase las armas. El principal en este trato fué don Nuño Gonzalez de Lara, hombre de gran ingenio, de grandes riquezas y que tenia muchos aliados. Pretendia que el Rey tenia hechos muchos agravios á don Nuño, su padre, y á don Juan, su hermano. Deste principio resultaron nuevas alteraciones á tiempo que el Rey se prometia paz muy larga y estaba asaz seguro de lo que se trataba, tanto, que era ido á Villareal para ver los edificios y fábricas que en el nuevo pueblo se levantaban. Dende despachó sus embajadores á Francia el año de 1267 al rey san Luis para pedille su hija doña Blanca por mujer para el infante don Fernando, su hijo mayor. Hecho esto, él se fué á la ciudad de Victoria, para donde el rey de Ingalaterra le tenia aplazadas vistas, y prometido que en breve seria con él para tratar cosas y negocios muy graves. Todavía no vino, sea mudado de voluntad, ó por no tener lugar para ello; envió empero á Eduardo, su hijo mayor, á tiempo que ya el rey don Alonso era vuelto á Búrgos, y en sazon que la emperatriz de Constantinopla, huida de su casa y echada de su imperio, vino á verse con el Rey. Batduino, su marido, y Justiniano, patriarca, echados que fueron de Grecia por las armas de Micael Paleólogo, en el camino, segun se entiende, cayeron en manos del soldan de Egipto. La emperatriz, por nombre Marta, con el deseo que tenia de librar á su marido, concertó su rescate en treinta mil marcos de plata. Para juntar esta suma tan grande fué primero á verse con el Padre Santo y rey de Francia; últimamente, llegada á Búrgos el año del Señor 68 deste centenario, suplicó al Rey, su primo, solamente por la tercera parte desta suma. El Rey se la dió toda entera, que fué una liberalidad de mayor fama que prudencia, por estar los tesoros tan gastados. Lo que principalmente los señores le cargaban era que con vano deseo de alabanza consumió en esto los subsidios y ayudas del reino, y para suplir sus desórdenes desaforaba los vasallos. Los ánimos, una vez alterados, las mismas buenas obras las toman en mala parte. Algunos historiadores tienen por falsa esta narracion, y dicen que Balduino nunca fué preso del soldan de Egipto. Nos en esto seguimos la autoridad conforme de nuestras historias, puesto que no ignoramos muchas veces ser mayor el ruido y la fama que la verdad. El emperador Balduino, recobrada la libertad, por no poder volver á su imperio pasó á Francia, y en Namur, ciudad suya y de los sus estados de Flandes, pasó su vida. Por do parece que los condes de Flandes

se pueden intitular emperadores de Constantinopla, no con menos razon que los reyes de Sicilia pretenden el reino de Jerusalem. Por un privilegio dado á los caballeros de Calatrava, era 1302, de Cristo 1264, á 17 de octubre, se comprueba bastantemente que la iglesia de Toledo estaba vacante, y se convence, si los números allí no están estragados, cosa que suele acontecer muchas veces. En lugar sin duda de don Pascual, arzobispo de Toledo, ó este año, ó lo que mas creo, algunos años antes fué puesto otro don Sancho, hijo de don Jaime, rey de Aragon. Sospecho que el nuevo prelado, sea por su poca edad, sea por otras causas, se detuvo en Aragon antes de arrancar para venir á su iglesia, que dió ocasion á algunos para poner antes de su eleccion una vacante de no menos que cuatro años. Queríale mucho su padre, que fué causa de venir por este tiempo á Toledo, como luego se dirá.

CAPITULO XVII.

nuevo

Que don Jaime, rey de Aragon, vino á Toledo Por el mismo tiempo en Italia andaban muy grandes alteraciones y revueltas á causa que Corradino, suevo, pretendia por las armas contra la voluntad y mandado de los pontifices restituirse en los reinos de su padre. Seguíale y acompañábale desde Alemaña Federico, duque de Austria. Don Enrique, hermano del rey de Castilla, desde Roma se fué con él, donde tenia cargo de senador ó gobernador; su nobleza suplia, á lo que yo creo, la falta de otras partes y de su inquieto natural. Demás destos señores los gibellinos por toda Italia tomaron su voz y en su favor las armas. Con esta gente y pujanza rompió por el reino de Nápoles; en los Marsos, parte del Abruzo, cerca del lago Fucino, hoy el lago de Talliacozo, dió la batalla Corradino al nuevo rey Cárlos, que salió al encuentro. Vencieron los franceses, mas por maña que por verdadero esfuerzo; fueron presos en la pelea Federico y don Enrique, Corradino en la huida y alcance, que ejecutaron los franceses con crueldad. A Corradino y Federico en juicio cortaron en Nápoles las cabezas, y cruel ejemplo, que tan grandes principes, á los cuales. perdonó la fortuna dudosa y trance de la batalla, despues della en juicio los ejecutasen. En el entre tanto en Aragon se levantó una liviana alteracion á causa que Gerardo de Cabrera pretendia el condado de Urgel, con color que los hijos de su hermano don Alvaro, poco antes difunto, no eran legítimos. Don Ramon Folch, tio de los infantes de parte de madre, y otras personas principales por compasion de su edad y por otras prendas que con ellos tenian se encargaron de amparallos. El rey don Jaime parecia aprobar la pretension de Gerardo, mayormente que traspasara su derecho en el mismo Rey por no confiar en sus fuerzas. El rey de Granada por otra parte trataba de hacer guerra á los de Guadix y á los de Málaga en prosecucion de su derecho y por lo que poco antes se concertó en la confederacion que puso con el rey don Alonso, de quien extrañaba que de secreto ayudase á sus contrarios. Don Nuño de Lara y don Lope de Haro, por estar desabridos con su Rey y enajenados, atizaban el fuego. Prometian que si de nuevo tomaba las armas se pasarian á él públicamente, no solo ellos, sino otros muchos señores que estaban asimismo disgustados. Andaba fama desas prácticas

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y se rugia lo que pasaba, que pocas cosas grandes de
todo punto se encubren, pero no se podian probar bas-
tantemente con testigos. Forzado pues el Rey de la ne-
cesidad se partió para el Andalucía. Hállase que este
año á 30 de julio dió el rey don Alonso y expidió un
privilegio en Sevilla, en que hizo villa á Vergara, pue-
blo de Guipúzcoa á la ribera del rio Deva, y le mudó
el nombre que antes tenía de San Pedro de Ariznoa
el que hoy le llaman. Compuestas en alguna manera las
cosas del Andalucía, entrado ya el invierno, fué forza-
do á dar la vuelta para recebir y festejar al rey don Jai-
me, su suegro, que venia á Toledo á instancia de don
Sancho, su hijo, para hallarse presente á su misa nueva,
que queria cantar el mismo dia de Navidad. El dia se-
ñalado don Sancho dijo su misa de Pontifical; hallá,
ronse presentes para honralle los dos reyes de Castilla y
Aragon, padre y cuñado, la Reina, su hermana, y el in-
fante don Fernando. Detuviéronse en Toledo ocho dias
no mas, porque el rey de Aragon, aunque se hallaba
en lo postrero de su edad, ardia en deseo de abreviar
y comenzar la jornada que pretendia hacer para la
guerra de la Tierra-Santa, sin perdonar á trabajo ni
hacer caso de los negocios de su reino, que le tenian
embarazado, muchos y graves, por la gran gana de
ensanchar el nombre cristiano y ilustrar en la Suria la
gloria antigua de los cristianos, que parecia estar añu-
blada. Gran príncipe y valeroso, digno que le sucediera
mas á propósito aquella jornada.

CAPITULO XVIII.

Que el rey de Aragon partió para la Tierra-Santa.

persuadir á abrazar la cristiana. Con esta diligencia se ganó aquella gente; humanáronse aquellos bárbaros con la predicacion, y comenzaron á cobrar aficion á los. cristianos mas que á las otras naciones. El rey de aquella gente, que vulgarmente llamaban el Gran Cam, que quiere decir rey de los reyes, no cesaba con embajadores que enviaba á todas partes de despertar los prínen,cipes de Europa para que tomasen las armas. Acusábalos y dábales en cara que parecia no hacian caso de la gloria del nombre cristiano. Esta instancia que hizo los años pasados y no se dejó los de adelante, en este tiempo se continuó con mayor porfía y cuidado ; en particular envió al rey de Aragon en compañía de Juan Alarico, natural de Perpiñan (al cual el Rey antes movido por otra embajada despachó para que fuese á los tártaros), nuevos embajadores, que en nombre de su Rey prometian todo favor, si se persuadiese de tomar las armas y juntar en uno con ellos las fuerzas. Estos embajadores repararon en Barcelona; Alarico pasó á Toledo, y en una junta de los principales dió larga cuenta de lo que vió y de toda su embajada; palabras y razones con que los ánimos de los príncipes no de una manera se movieron. El rey don Jaime se determinó ir á la guerra, magüer que era de tanta edad. Don Alonso, su yerno, y la Reina alegaban la deslealtad de los griegos, la fiereza de los tártaros, todo con intento de quitalle de aquel propósito, para lo cual usaban y se valian de muchos ruegos y aun de lágrimas que se derramaban sobre el caso. Prevaleció empero la constancia de don Jaime; decia que no era justo, pues tenia paz en su casa y reino, darse al ocio, ni perdonar á ningun afan, ni á la vida que poco despues se habia de acabar, en tan gran peligro como corrian los cristianos. El rey don Alonso, por velle tan determinado, le prometió cien mil ducados para ayuda de los gastos de la guerra. Algunos señores de Castilla asimismo se ofrecieron á hacelle compañía en aquella jornada, entre ellos el maestre de Santiago y el prior de San Juan don Gonzalo Pereira. Concluidas las fiestas de Toledo, él se partió; en la ciudad de Valencia oyó los embajadores de los tártáros, y fuera dellos otro embajador del emperador Paleólogo, que le prometia, si tomaba aquella empresa, de proveelle bastantemente de vituallas y todo lo necesario. En Barcelona se ponía en órden y estaba á la cola una buena armada apercebida de soldados y de todo lo demás. Antes que se pusiese en camino, á ruego de su hija doña Violante, volvió desde Valencia al monasterio de Huerta. Despedido de sus hijos y de sus nietos, sin dar oidos á los ruegos con que pretendian de nuevo apartalle de aquel propósito, volvió donde surgia la armada, en que se contaban treinta naves gruesas y algunas galeras. A 4 de setiembre, dia miércoles, año de 1269, hechas sus plegarias y rogativas como es de costumbre, alzó anclas y se hizo á la vela; era el tiempo poco á propósito y sujeto á tormentas. En tres dias llegaron á vista de Menorca; mas no pudieron tomar puerto á causa que cargó mucho el tiempo y una recia tempestad de vientos desrotó las naves y la armada; dejáronse llevar del viento, que las echó á diversas partes. El Rey arribó á Marsella en la ribera de Francia, y desde allí por mudarse el viento aportó al golfo agatense ó de Agde. Algunas de las naves que pudieron seguir el rumbo que llevaban, llegaron á

Las cosas de la Tierra-Santa estaban reducidas á lo postrero de los males y apretura. El reino que fundó el esfuerzo de los antepasados, la cobardía y flojedad de los que en él sucedieron le tenian en aquel estado. Además que los príncipes cristianos, ocupados en las guerras que se hacian entre sí por cumplir sus apetitos particulares, poco cuidaban del bien público y de la afrenta de la cristiana religion. El vigor y ánimo con que tan grandes cosas se acabaron por la inconstancia de las cosas humanas se envejecia; y porque tantas veces los príncipes sin provecho alguno por mar y por tierra en gran número acudieran para ayudar á los cristianos los años pasados, la esperanza de mejoría era muy poca y todos desalentados. A la sazon se ofrecia una buena ocasion que casi en un mismo tiempo despertó para volver á las armas á España, Ingalaterra y Francia. Esta fué que los tártaros, salidos de aquella parte de Scitia, como algunos piensan, en que Plinio antiguamente demarcó los tractaros, hecha liga con los de Armenia, habian acometido con las armas aquella parte de la Suria que estaba en poder de los sarracenos, con gran esperanza al principio de los fieles que podrian recobrar las riquezas y poder pasado; pero despues todo fué de ningun efecto y se fué en flor lo que pensaban. En el tiempo que Inocencio IV celebraba un concilio general en Leon de Francia, fueron por él enviados cuatro predicadores de la sagrada órden de Santo Domingo, cuya fama en aquella sazon era muy grande, á la tierra de los tártaros para acometer si por ventura aquella gente áspera en su trato, dada á las armas, sin ninguna religion 6 engañada, se pudiese

Acre, pueblo de Palestina, entre las demás las naves de Fernan Sanchez, hijo del Rey. Movido por las amonestaciones de los suyos, el Rey se rehizo en Mompeller por algunos dias del trabajo del mar; y arrepentido de su propósito, á que parecía hacer contradicion el cielo ofendido y enojado contra los hombres y sus pecados, puesto que menospreciaba cosas semejantes como casuales, ni miraba en agüeros, volvió á Cataluña sin hacer otro efecto. En Castilla el rey don Alonso llegó hasta Logroño; en su compañía Eduardo, hijo del rey de Ingalaterra, para recebir á su nuera, que concertado el casamiento en Francia, por Navarra venia á verse con su esposo. Las bodas se celebraron en Búrgos con aparato el mayor y mas real que los hombres vieron jamás; don Jaime, rey de Aragon, abuelo del desposado, á persuasion del rey don Alonso, y junto con él don Pedro, su hijo mayor, Filipe, bijo mayor del rey de Francia, Eduardo, príncipe y heredero de Ingalaterra, el rey de Granada, el mismo rey don Alonso, sus hermanos y hijos y su tio don Alonso, señor de Molina, se hallaron presentes. De Italia, Francia y España acudieron muchos señores, entre ellos Guillen, marqués de Monferrat, de quien dice Jovio era yerno del rey don Fernando. Hallóse otrosí el arzobispo de Toledo don Sancho; quién dice que veló á los desposados. Con estas bodas se pretendia que el rey san Luis en su nombre y de sus hijos se apartase del derecho que se entendia tenia á la corona de Castilla, como hijo que era de doña Blanca, hermana mayor del rey don Enrique, como arriba queda dicho y juntamente refutado. Concluidas las fiestas, el rey don Alonso acompañó al rey don Jaime, su suegro, para honralle mas hasta la ciudad de Tarazona.

CAPITULO XIX.

San Luis, rey de Francia, falleció.

Los ingleses y franceses pasaron mas adelante que los aragoneses en lo que tocaba á la guerra de la Tierra-Santa; pero el remate no fué nada mejor, salvo que por esta razon se hizo confederacion entre Ingalaterra y Francia. En Paris, en una grande junta de príncipes, compusieron todas sus diferencias antiguas; este fué el principal fruto de tantos apercebimientos. Señaláronse de comun consentimiento en Francia los términos y aledaños de las tierras de los franceses y ingleses. Púsose por la principal condicion que en tanto que san Luis combatia á Túnez, do pretendia pasar á persuasion de Cárlos, su hermano, rey de Nápoles, que decia convenir en primer lugar hacer la guerra á los de Africa, que siempre hacian daño en Italia y en Sicilia y en la Proenza y á todos ponian espanto; que en el entre tanto el Inglés con su armada, que era buena, pasase á la conquista de la Tierra-Santa. Hízose como lo concertaron, que Eduardo, hijo mayor del Inglés, con buen número de bajeles, rodeadas y costeadas las riberas de España y de Italia, á cabo de una larga navegacion surgió en aquellas riberas y saltó con su gente en tierra de Ptolemaide. Los primeros dias la ayuda de Dios le guardó de un peligro muy grande; un hombre en su aposento le acometió y le dió antes que le acudiesen una ó dos heridas. Mataron aquel mal hombre alli luego. No se pudo averiguar quién era el que

le enviara; díjose que los asasinos, que era cierto género de hombres atrevidos y aparejados para casos semejantes. San Luis, con tres hijos suyos, 1.° de marzo, año de 1270, desde Marsella se hizo á la vela. Teobaldo, rey de Navarra, puesto á sú hermano don Enrique en el gobierno del reino, con deseo de mostrar su valor y ayudar en tan sauta empresa, acompañó al Rey, su suegro. Padecieron tormenta en el mar y recios temporales; finalmente, desembarcaron en Túnez. Asentaron sus ingenios, con que comenzaron á combatir aquella ciudad. Los bárbaros, que se atrevieron á pelear, por dos veces quedaron vencidos; despues de esto, como se estuviesen dentro de los muros, llegó el cerco á seis meses. Los calores son extremos, la comodidad de los soldados poca. Encendióse una peste en los reales, de que murieron muchos ; entre los demás, primero Juan, hijo de san Luis, y poco despues el mismo Rey, de cámaras que le dieron, falleció á 25 de agosto. Esta grande cuita y afan se acrecentara, y hobieran los demás de partir de Africa y dejar la demanda con gran mengua y daño, en tanta manera tenian enflaquecidas las fuerzas, si no sobreviniera Cárlos, rey de Sicilia, que dió ánimo á los caidos. Hízose concierto con los bárbaros que cada un año pagasen de tributo al mismo rey Cárlos cuarenta mil ducados, que era el que él debia por Sicilia y Nápoles á la Iglesia romana y al Papa; con esto, embarcadas sus gentes, pasaron á Sicilia. No aflojaron los males; en la ciudad de Trapana, que es en lo postrero de aquella isla, Teobaldo, rey de Navarra, falleció á 5 dias de diciembre. Esta fué la ocasion que forzó á dejar la empresa de la Tierra-Santa, que tantas veces infelizmente se acometiera, y de dar la vuelta á sus tierras y naturales. Las entrañas de san Luis sepultaron en la ciudad de Monreal en Sicilia; el cuerpo llevaron á San Dionisio, sepultura de aquellos reyes cerca de Paris. El cuerpo del rey Teobaldo, embalsamado, llevaron á Pervino, ciudad de Campaña en Francia, y pusieron en los sepulcros de sus antepasados. Su mujer, la reina doña Isabel, el año luego siguiente, á 25 de abril, falleció en Hiera, pueblo de la Proenza; enterráronla en el monasterio llamado Barra. A todos se les hicieron las honras y exequias como á reyes, con grande aparato, como se acostumbra entre los cristianos. Volvainos la pluma y el cuento á Castilla.

CAPITULO XX.

De la conjuracion que hicieron los grandes contra el rey
don Alonso de Castilla.

El ánimo del rey don Alonso se hallaba en un mismo tiempo suspenso y aquejado de diversos cuidados. El deseo de tomar la posesion del imperio de Alemaña le punzaba, á que las cartas de muchos con extraordinaria instancia le llamaban. Los grandes y ricos hombres del reino andaban alterados y desabridos por las ásperas costumbres y demasiada severidad del Rey, á que no estaban acostumbrados. Rugíase demás desto por nuevas que venianque de Africa se aparejaba una nueva guerra con mayores apercebimientos y gentes que en ninguno de los tiempos pasados. Dado que Pedro Martinez, almirante del mar, el año pasado acometió y sujetó los moros de Cádiz, que halló descuidados. Era dificultoso mantener con guarnicion y soldados aquellas ciudad y isla; por esta causa la dejaron al rey

de Marruecos, de cuyo señorío antes era; resolucioná propósito de ganar la voluntad de aquel bárbaro y sosegalle. El rey don Alonso de Portugal envió á don Dionisio, su hijo, que era de ocho años, á su abuelo el rey de Castilla para que alcanzase dél libertad y exencion para el reino de Portugal, y que le alzase la palabra que dió los años pasados y los homenajes. Tratóse deste negocio en una junta de grandes; callaban los demás, y aun venian en lo que se pedia por no contrastar con la voluntad del Rey, que á ello se mostraba inclinado. Don Nuño Gonzalez de Lara, cabeza de la conjuracion y de los desabridos y mal contentos, se atrevió á hacer rostro y contradicion. Decia que no parecia cosa razonable diminuir la majestad del reino con cualquier color, y mucho menos en gracia de un infante. Sin embargo, prevaleció en la junta el parecer del Rey, que Portugal fuese exento; y con todo esto la libertad de don Nuño se le asentó mas altamente en el corazon y memoria que ninguno pensara. Juntado este desabrimiento con los demás, fué causa que don Nuño y don Lope de Haro y don Filipe, hermano del Rey, se determinasen á mover práticas perjudiciales al reino y al Rey. Quejábanse de sus desafueros y de los muchos desaguisados que hacia; no tenian fuerzas bastantes para entrar en la liza; resolviéronse de acudir á las ayudas de fuera y extrañas. Así en el tiempo que el rey Teobaldo se ocupaba en la guerra sagrada solicitó á don Enrique, gobernador de Navarra, el infante don Filipe que se fuese á ver con él y hermanarse y hacer liga con aquellos grandes. El, como mas recatado, por no despertar contra sí el peso de una gravísima guerra, dió por excusa la ausencia del Rey, su hermano. Los grandes, perdida esta esperanza, convidaron á los otros reyes, al de Portugal, al de Granada y al mismo emperador de Marruecos por sus cartas á juntarse con ellos y hacer guerra á Castilla, sin mirar, por el gran deseo que tenian de satisfacerse, cuán perjudicial intento era aquel y cuán infames aquellas tramas. Don Alonso, rey de Castilla, era persona de alto ingenio, pero poco recatado, sus orejas soberbias, su lengua desenfrenada, mas á propósito para las letras que para el gobierno de Jos vasallos; contemplaba al cielo y miraba las estrellas; mas en el entretanto perdió la tierra y el reino. Avisado pues de lo que pasaba por Hernan Perez, que los conjurados pretendieron tirar á su partido y atraer á su parcialidad, atónito por la grandeza del peligro, que en fin no dejaba de conocer, volvió todos sus pensamientos á sosegar aquellos movimientos y alteraciones. Con este intento desde Murcia, do á la sazon estaba, envió á Enrique de Arana por su embajador á los grandes, que se juntaron en Palencia con intento de apercebirse para la guerra, por ver si en alguna manera pudiese con destreza y industria apartallos de aquel propósito. El y la Reina, su mujer, fueron á Valencia para tratar con el rey don Jaime y tomar acuerdo sobre todas estas cosas. El, como quier que por la larga experiencia fuese muy astuto y avisado, cuando vino á Búrgos para hallarse á las bodas del infante don Fernando, antėvista la tempestad que amenazaba á Castilla á causa de estar los grandes desabridos, reprehendió á don Alonso con gravísimas palabras y le dió consejos muy saludables. Estos eran que quisiese antes ser amado de sus vasallos que temido; la salud de la república consiste en el

amor y benevolencia de los ciudadanos con su cabeza; el aborrecimiento acarrea la total ruina; que procurase granjear todos los estados del reino; si esto no fuese posible, por lo menos abrazase los prelados y el pueblo, con cuyo arrimo hiciese rostro á la insolencia de los nobles; que no hiciese justicia de ninguno secretamente por ser muestra de miedo y menoscabo de la majestad; el que sin oir las partes da sentencia, puesto que ella sea justa, todavía hace agravio. Estas eran las faltas principales que en don Alonso se notaban, y si con tiempo se remediaran, el reino y él mismo se libraran de grandes afanes. En la junta de los reyes y con las vistas ninguna cosa de momento se efectuó. Al rey don Alonso fué por tanto forzoso el año siguiente volver de nuevo á Alicante para verse con el Rey, su suegro, y rogalle enfrenase los nobles de Aragon para que no se juntasen con los rebeldes de Castilla, como lo pretendian hacer; y porque el rey de Granada continuaba en hacer guerra contra los de Guadix y los de Málaga, le diese consejo á cuál de las partes seria mas conveniente acudir. En este punto el rey don Jaime fué de parecer que guardase la confederacion antigua; que no debia de su voluntad irritar á los de Granada ni hacelles guerra. La embajada de Arana no fué de provecho alguno; antes el rey de Granada á persuasion de los alborotados, quebrantada la avenencia que tenian puesta, fué el primero que se metió por tierras de cristianos talando y destruyendo, y metiendo á fuego y á sangre los campos comarcanos. Tenia consigo un número de caballos africanos que Jacob Abenjucef, rey de Marruecos, le envió delante. Sabidas estas cosas, el rey don Alonso mandó por sus cartas á don Fernando, su hijo, que á la sazon se hallaba en Sevilla y se apercebia para la nueva guerra, que con todas sus gentes marchase contra el rey de Granada ; él se partió para Búrgos por ver si en alguna manera pudiese apaciguar los ánimos de los rebeldes. En aquella ciudad se hicieron Cortes de todo el reino, y en particular fueron llamados los alborotados con seguridad pública que les ofrecieron; y para que estuviesen mas sin peligro se señaló fuera de la ciudad el Hospital Real en que se tuviesen las juntas. Habláronse el Rey y los señores en diferentes lugares, con que quedaron las voluntades mas desabridas. Llegaron los disgustos á término, que renunciada la fidelidad con que estaban obligados al Rey, en gran nú mero se pasaron á Granada el año 1272. Don Nuño, don Lope de Haro, el infante don Filipe eran las tres cabezas de la conjuracion. Fuera destos, don Fernando de Castro, Lope de Mendoza, Gil de Roa, Rodrigo de Saldaña; de la nobleza menor tan gran número que apenas se pueden contar. Al partirse con sus gentes quemaron pueblos, talaron los campos y dieron en todo muestra de la enemiga que llevaban. El Rey á grandes jornadas pasó á Toledo, de allí á Almagro; y porque no tenia esperanza de que se podrian reducir los grandes á su servicio, pretendia avenirse y sosegar al rey de Granada. Esto sobre todo deseaba ; si no salia con ello, se resolvia de hacelle la guerra con todas sus fuerzas y con la mas gente que pudiese juntar.

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