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tantas juntas y coloquios y vistas de reyes, tantos gastos y trabajos. España á esta sazon sosegaba, si bien parecia que la amenazaba alguna cruel tempestad, á causa de estar todas las voluntades, así bien de los grandes como de los pequeños, muy alteradas y desabridas, y la pretension que andaba sobre la sucesion del reino.

CAPITULO V.

Cómo don Sancho se rebeló contra su padre.

Las vehementes sospechas que entre don Sancho y su padre el rey don Alonso se despertaron de pequeños principios poco a poco, como acontece, vinieron á parar en discordia manifiesta y en guerra. Llevaba mal el rey don Alonso verse á causa de su vejez poco estimado de muchos ; dábale pena el deseo que sentia en sus vasallos de cosas nuevas. Para acudir á este daño tan grande y ganar reputacion entre los suyos, con gente de guerra que juntó se determinó hacer una nueva entrada en tierra de moros, con que les robó y taló la campaña y les hizo otros daños, dado que su edad era mucha y el cuerpo tenia quebrantado por los muchos trabajos y pesadumbres. Ninguna cosa mas le aquejaba que la falta del dinero, cosa que desbarata los grandes intentos de los príncipes. Trataba de hallar algun medio para recogello. Parecióle que el camino mas fácil seria batir un nuevo género de moneda, así de cobre como de plata, de menor peso que lo ordinario y mas baja de ley y que tuviese el mismo valor que la de antes, mal arbitrio, y que no se sufre hacer sino en tiempos muy apretados y en necesidad extrema. Resultó pues desta traza un nuevo daño, es á saber, que se encendió mas el odio que públicamente los pueblos tenian concebido contra el Rey, mayormente que se decia por cosa cierta que en las causas civiles y criminales y en castigar los delitos no tenia tanta cuenta con la justicia, como con las riquezas que las partes tenian, y que á muchos despojaba de sus haciendas por cargos y acusaciones fingidas que les imponian, cosa que no se puede excusar con ningun género de necesidad, y con ninguna cosa se ganan mas las voluntades de los vasallos para con su príncipe que con una entereza y igualdad en hacer á todos justicia. Envió por embajador á Francia á Fredulo, obispo de Oviedo, francés que era de nacion. Echaron fama que para visitar al rey Filipo y por su medio alcanzar del Sumo Pontifice la indulgencia de la cruzada para los que fuesen á la guerra de los moros. El principal intento era comunicar y tratar con él la manera cómo pondrian en libertad á sus nietos, fuese por la compasion que tenia de aquella inocente edad y por la aficion que tenia á los infantes como á sus nietos, ó lo que yo mas creo, por el aborrecimiento que habia cobrado á don Sancho, su hijo, por cuyo miedo los años pasados, mas que por su voluntad, los privó de la sucesion del reino. No se le encubrieron á don Sancho las pretensiones de su padre, como quiera que no pueda haber secreto en semejantes discordias domésticas. Acordó de prevenirse; en particular para ayudarse del socorro de los moros se partió para Córdoba; allí asentó confederacion con el rey de Granada, y para ganalle mas le soltó las dos partes del tributo que pagaba, partido que poco antes pretendió el Moro del rey don Alonso y

él no lo quiso aceptar. Demás desto por negociacion del infante don Juan, que ya era del bando del infante don Sancho, su hermano, los grandes de Castilla y de Leon, que muy de atrás andaban desabridos por la severidad del Rey y su aspereza, se declararon por su hijo. La memoria fresca del triste suceso del señor de los Cameros y del infante don Fadrique atizaba mas estos desabrimientos. Tratábanse estas cosas al principio del año 1282 del nacimiento de Cristo nuestro Señor. En el mismo año por el mes de agosto en la villa de Troncoso se celebraron las bodas entre Dionisio, rey de Portugal, y doña Isabel, hija mayor del rey de Aragon. Esta es aquella reina doña Isabel que por sus grandes virtudes y notable piedad es contada entre los santos del cielo, y su memoria se celebra en aquel reino con fiesta particular. Este Rey, sin tener respeto á su abuelo, atraido con la destreza y mañas de don Sancho, se juntó con él y se declaró por su amigo y aliado, sea por algun enojo que tenia con su abuelo, sea por tener por esta via esperanza de mejor partido y remuneracion. El rey don Alonso miraba poco las cosas por venir, así por su larga edad como por la comun tacha de nuestra naturaleza, que en sus proprios negocios cada cual es menos prudente que en los ajenos; estorba el miedo, la codicia y el amor proprio, y ciega para que no se vea la verdad. Hizo llamar á Cortes para la ciudad de Toledo, por ver si en alguna manera se pudieran sosegar las voluntades de su hijo y de la gente principal sin poner mano á las armas. Por seguir el camino mas blando, que era apaciguallos amigablemente, ni se apercibió como fuera menester, ni usó de bastante recato. Don Sancho por otra parte, confiado en el favor y ayuda de la nobleza y por estorbar la traza y ardid de su padre, llamó asimismo á Cortes para Valladolid; acudió á su llamado mucha mas gente que á Toledo. Tenia deseo de dejar sucesion; casó con doña María, hija de Alonso, señor de Molina, que era su pariente en tercero grado. Deste matrimonio le nacieron don Fernando, su primogénito, y otros hijos. En aquellas Cortes todo lo que se hizo fué conforme al parecer de los grandes que allí se juntaron, porque don Sancho les otorgó todo aquello que se atrevieron á pedir, así en pro de cada cual dellos como para el público, además de muy mayores mercedes que les prometió para adelante, camino que le pareció el mejor de todos para ganar las voluntades de grandes y pequeños. Proveyéronse nuevos oficios y cargos, hiciéronse nuevas leyes; cuanto cada uno tenia de fuerza y autoridad, tanta mano metia en el gobierno del reino. Cundió el deseo de cosas nuevas y de levantarse contra su rey, y llegó hasta la gente vulgar. Tal era la disposicion de los corazones en aquella sazon, que hazaña tan grande como quitar el ceptro á su Rey unos se atreviesen á intentalla, muchos la deseasen y casi todos la sufriesen, sin faltar quien en medio del aplauso y vocería llamase rey á don Sancho y le diese nombre de padre de la patria con todos los demás títulos de príncipe. Mas él constantemente lo desechó con decir que mientras su padre fuese vivo no sufriria le quitasen el nombre y honra de Rey, ora fuese por mostrarse modesto y despreciar un vano apellido, pues en efecto todo lo mandaba, ó por encender mas las voluntades del pueblo con entretenellos. Pasó el negocio tan adelante, que

sin embargo el infante don Manuel, tio de don Sancho, en nombre suyo y de los grandes, por sentencia pública que se pronunció en las Cortes, privó al rey don Alonso de la corona. Castigo del cielo sin duda, merecido por otras causas y por haberse atrevido con lengua desmandada y suelta, confiado en su ingenio y habilidad á reprehender y poner tacha en las obras de la divina Providencia y en la fábrica y compostura del cuerpo humano; tal es la fama y voz del vulgo desde tiempo antiguo continuada de padres á hijos. Este atrevimiento castigó Dios con tratalle desta manera, revés que dicen él habia alcanzado por el arte de astrología, en que era muy ejercitado, si arte se puede llamar, y no antes engaño y burla, que siempre será reprehendida y siempre tendrá valedores. Añaden que deste conocimiento procedieron sospechas y que con el miedo se hizo cruel, de que resultó el odio que le tenian, y del odio procedió su perdicion y caida. Las bodas del infante don Sancho se celebraron en Toledo; el aparato no fué muy grande, por estar en víspera de la guerra civil todo revuelto. El rey don Alonso, reducido á estos términos por verse desamparado de los suyos, acudió á pedir socorro y dineros prestados al rey de Marruecos. Envióle en prendas su real corona, que era de gran valor. Alonso de Guzman, señor de Sanlúcar, por desabrimientos que tuvo con el rey don Alonso, residia á la sazon en Marruecos; la causa en particular no se sabe; lo cierto es que era estimado en mucho de aquel rey Moro y que le hizo capitan de sus gentes. Hoy dia se muestra una carta del rey don Alonso, para él muy humilde por el aprieto en que se hallaba, que fué la mayor miseria estar forzado á rogar y humillarse á su mismo vasallo que le tenia ofendido. Por la carta le ruega se acuerde de la amistad antigua que entre ellos habia y de su nobleza; ponga en olvido los desgustos y cosas pasadas y le favorezca en aquel aprieto; sea parte para que se le envien dineros y gente de guerra, pues puede y alcanza tanto con el rey Moro. Prométele que tendrá perpetua memoria deste beneficio y servicio, y que en efecto podrá esperar de su benignidad cualquier cosa, por grande y dificultosa que sea, que corresponderá en todo á su deseo. El rey Bárbaro lleno de esperanzas y por parecelle se le ofrecia buena ocasion de mejorar su partido á causa de las discordias de Castilla, hizo aun mas de lo que se le pedia. Con acuerdo del rey don Alonso pasó en Algecira; y en Zabara, villa del reino de Granada, se vió con él. Usaron entre los dos de grandes comedimientos y cortesías. Diósele al rey don Alonso mas alto lugar y silla, honra que se le hizo por ser huésped y porque el de Marruecos ganó el reino que tenia; don Alonso procedia de casta de reyes y desde su niñez fué criado como quien habia de ser Rey, por tanto era mayor en dignidad, que fueron todas razones del mismo Bárbaro. Tratóse en esta habla de la forma que se debia tener en hacer la guerra, pues la esperanza de hacer y asentar paces con su hijo era ninguna, aunque desto tambien se movió plática. De las ciudades de la Andalucía, Sevilla se tenia por el rey don Alonso, Córdoba por don Sancho, su hijo. Los moros tomaron á su cargo de cercar aquella ciudad, como lo hicieron despues de talar y robar los campos comarcanos. Acudió el rey don Alonso desde Sevilla al cerco con la gente de

guerra que allí pudo ayuntar. Córdoba se defendió valerosamente por el esfuerzo de los ciudadanos y la buena diligencia de don Sancho, que se previno con presteza contra la venida de los enemigos. Así el rey Moro á los veinte dias que puso el cerco le alzó; para la priesa que traia, cualquier dilacion le era pesada. Todavía con voluntad del rey don Alonso pasó por Sierramorena y llegó hasta Montiel; hizo gran daño en toda aquella tierra y grandes despojos con que se volvió á Ecija. Este fué el fruto de la discordia civil y no otro. Acudió allí el rey don Alonso, pero luego se retiró secretamente y se fué á Sevilla, de donde era venido, por aviso que le dieron que el rey Moro trataba de le pren. der; si fué verdad ó mentira no se sabe. Lo que consta es que el Moro mostró gran sentimiento y pesar de que en su lealtad se pusiese duda, en tanto grado que, dejada España, se pasó en Africa; restituyó empero á don Alonso mil caballos escogidos que con su licencia tiraban sueldo del rey Moro, que fué señal de no ir de todo punto desabrido. Era caudillo desta gente Hernan Ponce; cuéntase que como junto á Córdoba se encontrasen con diez mil caballos de los enemigos, fué tan brava la carga que les dieron, que los rompieron y pu sieron en huida: tan grande era su valor y esfuerzo, tan señalada su destreza, conocida y probada en muchas guerras. En Sevilla el rey don Alonso en una solemne junta que tuvo privó á su hijo don Sancho de la sucesion del reino con palabras muy sentidas y graves y mil denuestos y maldiciones que descargó sobre su cabeza, como se puede pensar de padre tan ofendido. Pasó esto á 8 dias del mes de noviembre. El infante don Sancho hacia poco caso de aquellas maldiciones y saña; renovó la confederacion con el rey de Granada, y en la comarca de Córdoba, donde estaba, se apercebia para todo lo que pudiese suceder; la gente de guerra para que invernasen repartió por aquellos lugares.

CAPITULO VI.

De la conjuracion que hizo Juan Prochita contra los franceses en Sicilia.

Este año fué notable, no solamente por el desafuero que hicieron al rey don Alonso y las discordias de Castilla, sino mucho mas por la conjuracion muy famosa de Juan Prochita. Este fué señor de la isla de Prochita, que cae junto á Sicilia, varon de grande ingenio, y que fué muy estimado y grande amigo del rey Manfredo; los años pasados por no ser maltratado de los franceses, que entonces tenian el mando y buscaban todas las ocasiones de descomponer la gente poderosa, se recogió á Aragon. Los reyes de Aragon don Jaime y don Pedro holgaron de su venida por ser persona de tanto valor, por medio del cual podrian cobrar los reinos de Sicilia y Nápoles, que pretendian contra derecho les quitaron. No solo le recogieron con mucha alegría y muestras de amor, sino le heredaron de grandes posesiones con que pudiese sustentar su vida, particularmente le dió el rey don Pedro en tierra de Valencia á Lujen y á Benizan y á Palma. Los gibelinos, oprimidos por el mando que los franceses tenian en toda Italia, gente feroz y soberbia, así lo publicaban ellos, comenzaron á volver los ojos á los aragoneses, ca tenian esperanza que con su ayuda podrian desechar aquel pesadísimo yugo y imperio. Vió Italia en aquella sazon lo

que en el mas mísero cautiverio se puede esperar, que les vedasen el poder hablar libremente; señorío insufrible y que se extendia hasta Roma, donde el rey de Nápoles, puesto allí un su vicario ó teniente, tenia el gobierno de todo con nombre de senador. Nicolao, pontífice romano, procuraba con todas veras librar á Roma de aquella sujecion. Para esto lo primero que hizo fué declarar por un edicto ó bula que ninguno en Roma pudiese ser senador mas que por un año; quitó otrosí la facultad á los reyes y á sus parientes de poder tener y ejercitar aquel gobierno ó magistrado. A Cárlos, rey de Sicilia, le privó del nombre y autoridad de vicario, nombre de que usaba en Italia, como lugarteniente de los emperadores, con color que esta era la voluntad del emperador Rodulfo. Todo esto aunque iba encaminado á enflaquecer las fuerzas del rey Carlos, pero como era conforme á razon lo que se ordenaba, aun no se movian las armas ni se llegaba á rompimiento. Lo que algunos autores defienden ó porfian, que el papa Nicolao tenia determinado hacer de la familia y casa Ursina, de que él descendia, dos reyes en Italia, el uno en Lombardía, y el otro en Toscana, para estorbar á los tramontanos la entrada de Italia, la mas frecuente fama y casi el comun consentimiento de todos lo condena como falso. De cualquier manera que esto sea, Cárlos, viudo de la primera mujer, casó con hija del emperador Balduino desposcido; con esto trataba de volver á aquella pretension y ayudar con sus fuerzas á Filipo, su cuñado, para recobrar el imperio de Constantinopla. Procuraba para salir con este intento de hacerse amigo de don Alonso, rey de Castilla. Para mas prendalle procuró que le diese su hija doña VioJante para casalla con el emperador Filipo. Estas pretensiones se deshicieron con las artes de los aragoneses, y aun expresamente se estableció en el Campillo, donde, como dicho es, los reyes se hablaron, que el rey de Castilla no emparentase con franceses. A doña Beatriz, hija del rey Manfredo, hermana de doña Constanza, reina de Aragon, la tenia el rey Carlos presa sin querella en manera alguna poner en su libertad, aunque sobre ello habia sido importunado. Esto se juntabu con otras causas y razones de discordias y enojos. Juan Prochita con la ocasion destas disensiones y disgustos intentó de cobrar su patria y estado; fué una y segunda vez á Constantinopla en hábito desconocido. Puso al emperador Paleólogo, que ya antes tenia recelo de sus cosas, en mayor sospecha y cuidado. Avisóle que el rey Carlos de Nápoles, juntadas sus fuerzas con las de Francia, tenia una poderosa armada puesta en órden para ir contra él; que los franceses tenian sus fuerzas enteras; á los griegos enflaquecian los bandos que entre ellos andaban, demás de otras desgracias, de tal manera, que no podrian resistir al poder de aquellos dos reyes. «Los sucesos de las guerras pasadas, dice, os pueden servir de aviso. Séame lícito decir la verdad; en vos no cabe soberbia, y es cosa muy loable y magnífica saberse el hombre gobernar en el enojo y peligro. Por ventura con estaros en vuestra casa entorpecido esperaréis que os acometan con la guerra y que acrecentados con sus fuerzas y las de vuestros vasallos, que andan desgustados y revueltos, lo que me pone temor decillo, os echen de vuestro estado? Gran carga teneis sobre los hombros, tal, que si no la regís con ma

ña, os oprimirá con su peso; mejor seria que á vuestros enemigos les diésedes en qué entender en sus ca-. sas, porque los sicilianos con la memoria del antiguo gobierno y por el aborrecimiento que tienen al nuevo están desgustados de suerte, que mas les falta cabeza á quien seguir que deseo de rebelarse. No cesan de importunar á los reyes de Aragon que les dén socorro y se apoderen de toda la isla. Fuera desto, el Pontífice romano está muy desgustado con los franceses; si ayudáredes sus pretensiones, sin duda con poco trabajo y costa ahorraréis de grandes tempestades y revolveréis sobre ellos el daño que contra vos procuran. Finalmente, os persuadid que los franceses jamás os serán amigos. El poder y fuerzas que alcanzan ¿quién no lo sabe? » El Emperador tenia por cierto era verdad todo lo que Prochita le decia; mas no queria empeñarse mucho en el negocio ni del todo declararse. Prometió que él ayudaría las pretensiones del rey de Aragon con dineres de secreto, porque estas práticas no se entendiesen. Concertado esto, el Prochita se volvió á Italia; fuése á ver con el Papa, que estaba en Roca Soriana junto á Viterbo. Avisóle de todo lo que pasaba, y con tanto dió la vuelta á Sicilia á tratar con los principales de la isla que se rebelasen. Fué el descuido ó seguridad de los franceses tal y el silencio de los conjurados, que jamás se entendió cosa alguna. Falleció en esta sazon el papa Nicolao; por su muerte fué puesto en su lugar Martin IV, natural de Turon de Francia, que favorecia el partido del rey Cárlos de tal manera, que á contemplacion suya declaró por descomulgado al Emperador griego, como á scismático y que no queria obedecer á la Iglesia romana. El rey de Aragon envió al nuevo sumo Pontifice por su embajador un varon en aquel tiempo muy señalado y de gran prudencia, llamado Hugo Metaplana, para que procurase entender sus intentos, dado que la voz era para hacer canonizar á fray Raimundo de Peñafuerte. El Pontífice no quiso otorgar con esta demanda; decia que no se debia conceder cosa alguna á quien rehusaba de pagar el tributo que debia á la Iglesia romana; antes revocó la concesion que de los diezmos eclesiásticos hicieron sus antecesores al rey don Jaime, su padre. Lo que pudiera atemorizar al Aragonés le encendió mas para aprestar la jornada, porque si se detenia no sucediese alguna cosa que la estorbase; apercibió una grande armada en las costas de Aragon con voz de pasar en Africa, en que dos hijos del rey de Túnez, despojado por Conrado Lanza, como arriba se tocó, de aquel reino, competian entre sí sobre el señorío de Constantina y Bugía, ciudades que quedaron en poder de su padre. Esta era la farna; el mayor y mas verdadero cuidado de acudir á lo de Sicilia. El Pontífice envió á saber por sus embajadores la causa de aquel aparato, y como no cesasen de preguntar lo que les era mandado, el Rey encendido en cólera les respondió: «Quemaria yo mi camisa si pensase era sabidora de mis puridades. » La misma respuesta dió al rey de Francia, que á entrambos tenian puestos en cuidado las cosas del rey Cárlos, tanto mas que sabian muy bien la enemiga que los aragoneses tenian contra él. El Emperador griego, segun que lo tenia prometido, acudió con buena suma de dinero. La conjuracion de los sicilianos se vino á ejecutar en el mas santo tiempo de todo el año, que parecia gran maldad, es á saber, el

danos y amigos muertos; los cercados, por entender esto, se defendian valerosamente con tanto coraje, que, hasta las mujeres, niños y viejos acudian á todas partes, no esquivaban ni trabajo ni peligro. A esta sazon llegó el rey de Aragon á Palermo; en aquella ciudad se coronó, y fué de todos saludado por rey, que era meter nuevas prendas; acrecentó su armada con las naves que los sicilianos tomaron al principio deste alboroto, y las tenian apercebidas para ir contra los griegos. Los cercados, con la esperanza del socorro que les venia á buen tiempo, cobraron mayor ánimo, tanto, que el rey Cárlos fué forzado de alzar el cerco de Mecina, y con tristeza y vergüenza, pasado el Faro, dar la vuelta á Italia. Fué este para los aragoneses un principio de gran. des desabrimientos, y de gloria y honra no menor. Enviáronse los reyes cartas llenas de saña y denuestos, con que mas se irritaron las voluntades hasta llegar á declararse la guerra por ambas las partes. El Aragonés esperaba nuevo ejército de España, el rey Cárlos de la Proenza y de Marsella; todo les era á los aragoneses llano en Sicilia, á los franceses dificultoso. Los reales destos, puestos junto al estrecho de Mecina á la vista de Sicilia, los soldados aragoneses repartidos en muchas partes y enviados á las ciudades para mas asegurallas y defendellas; el rey don Pedro, con recelo de

tercero dia de la Pascua de Resurreccion, que fué á 31 dias del mes de marzo, cuando por todas partes se hacian juegos y alegrías, muestras mas de seguridad y contento que de temor y matanza. Al mismo tiempo y hora que al son de las campanas despues de comer llamaban los pueblos á vísperas se ejecutó la matanza de los franceses, que bien descuidados estaban, en toda la isla en un momento; de que vino el proverbio de las Vísperas Sicilianas. Apoderáronse otrosí los sicilianos de toda la armada que en los puertos de Sicilia tenian aprestada contra el Emperador griego, ya declarado por enemigo por el papa Nicolao IV. Desta manera pasó este hecho, segun que lo divulgó la fama y lo dejaron escrito muchos autores. Otros afirman que este estrago tuvo principio en Palermo, donde como la gente en aquel dia señalado fuese á visitar la iglesia de Sancti Spíritus, que está en Monreal, una legua distante, un cierto francés, llamado Droqueto, quiso con soltura catar á una mujer para ver si llevaba armas. Aquel desaguisado tomó por ocasion el pueblo para levantarse. En el campo, en la ciudad y en el castillo se hizo gran matanza de franceses, sin tener respeto á mujeres, niños ni viejos, con tan grande furia y deseo de satisfacer su saña, que aun las mujeres que entendian estar preñadas de los franceses, porque dellos no quedase rastro alguno las pasaban á cuchillo. La misma ciudad de Palermo fué saqueada coma si fuera de enemigos; que el pueblo alborotado no tiene término ni órden, y cualquier grande hazaña casi es forzoso vaya mezclada con muchos agravios y sinrazones. Las demás ciudades y pueblos en muchas partes con el ejemplo de los panormitanos acudieron asimismo á las armas; solo Mecina por algun tiempo estuvo sosegada á causa de hallarse presente Herberto, aurelianense, gobernador de toda la isla por los franceses; miedo y respeto que no fué bastante ni duró mucho tiempo, antes en breve los mecineses, á ejemplo de las otras ciudades, tomadas las armas, echaron fuera la guarnicion de los soldados y al mismo Gobernador. Solo Guillen Porceleto, provenzal de nacion y que tenia el gobierno de Calatafimia, en lo mas recio del alboroto le dejaron ir libremente, porque la opinion de su bondad y modestia le amparó para que no se le hiciese algun agravio. Este fué el suceso y la manera de la conjuracion de Juan Prochita, mas famosa que loable. Los sicilianos, amansado aquel primer ímpetu, puesto que entendian el peligro en que quedaban y que algunos se comenzaban á arrepentir de lo hecho, todavía determinados de antes morir que tornar á poder de los franceses, acordaron de acudir de nuevo al rey de Aragon para pedille los ayudase. A la sazon que esto pasaba en Sicilia estaba él en Tortosa con su armada aprestada. Pensaba antes que llegase la nueva de Sicilia de pasar en Africa. Hízolo así. Dende robadas y destruidas todas aquellas marinas, volvió repentinamente las velas, y mudado el camino, llegó á Córcega. Allí tuvo aviso de todo lo sucedido en Sicilia y que el rey Cárlos á gran priesa era partido de Toscana, y con gente de guerra que juntara de todas partes tenia puesto sitio sobre Mecina, tan apretado, que de muchos años á aquella parte no se dió á ciudad ninguna batería mas recia ni mas brava. Todos hacian el postrer esfuerzo; los franceses ardian en deseo de vengarse, y con la sangre de los sicilianos pretendian hacer las exequias de sus ciuda

perder lo adquirido por ser el enemigo tan poderosa y los socorros que él esperaba muy lejos, acordó de valerse de ardid y maña. Era el rey Cárlos muy valiente por su persona, de grandes fuerzas y destreza, de que él mucho se preciaba. Envióle el de Aragon á desafiar con un rey de armas; que si confiaba en sus fuerzas y valor, saliese á hacer campo con él; perdonasen á tantos inocentes como de fuerza moririan en aquella demanda; que por quien quedase el campo fuese señor de todo lo demás, y cesaria la causa de la guerra que tenian entre manos. Así lo cuentan los historiadores franceses. Los aragoneses, al contrario, afirman que primero fué desafiado el rey don Pedro del Francés, y que el mensajero fué Simon Leontino, de la órden de los Predicadores ; lo que se sabe de cierto es que aceptado el riepto, se concertaron que peleasen los dos reyes con cada cien caballeros. Altercóse sobre señalar la parte en que se haria el campo. Al fin se escogió Bordeaux, cabeza de la provincia de Guiena en Francia, que pareció á propósito por estar entonces en poder de Eduardo, rey de Ingalaterra; señalóse el dia de la pelea y juraron las condiciones de una parte y otra. El Padre Santo, como supiese todas estas cosas y lo que en Sicilia pasaba, amonestó al rey de Aragon dejase aquella empresa; que no perturbase la paz pública con desenfrenada ambicion. Finalmente, porque no quiso obedecer, á los 9 dias del mes de noviembre le declaró por descomulgado; en Montefiascon se pronunció la sentencia. Al rey de Ingalaterra le envió á mandar con palabras muy graves que no diese campo á los reyes ni lugar para pelear en su tierra. No aprovechó esta diligencia. La reina doña Constanza por mandado de su marido se fué á Sicilia por ser la señora natural y porque con la ausencia del Rey no se mudasen los sicilianos. Llegó á Mecina á 22 dias del mes de abril del año del Señor de 1283. Acompañóla don Jaime, su hijo, á quien e! padre pensaba dar el reino de Sicilia. Los reyes se aprestaban para su desafío. El rey Cárlos pasó en Francia, do

tenia cierta la ayuda y favor de su gente, y las voluntades aficionadas. El rey don Pedro con su armada pasó en España. A 1.o de junio, que era el dia aplazado para la batalla, el rey don Cárlos con el escuadron de sus caballeros se presentó en Bordeaux. El rey don Pedro no pareció. Los escritores franceses atribuyen este hecho á cobardía, y que quisieron engañar los ánimos sencillos de los franceses con aquella muestra de honra que les ofrecieron, como quier que el rey de Aragon en aquel medio tiempo pretendiese fortalecerse, juntar armas y gente. Nuestros historiadores le excusan; dicen que fué avisado el rey don Pedro del gobernador de Bordeaux se guardase de las asechanzas de los france-, ses, que le tenian armada una zalagarda, y que el rey de Francia venia con grande ejército. Por ende hiciese cuenta que los cien caballeros aragoneses habian de combatir contra todo el poder de Francia. A la verdad los franceses mas cercano tenian el socorro que los aragoneses. Con este aviso dicen que el rey de Aragon entregó al gobernador de Bordeaux el yelmo, el escudo, la lanza y la espada de su mano á la suya en señal que era venido al tiempo señalado; y por la posta se libró de aquel peligro, y se pasó á Vizcaya, que cae cerca. Dejó por lo menos materia á muchos discursos, opiniones y dichos; ocasion y aparejo para nuevas guerras y largas.

CAPITULO VII.

De la muerte de doa Alonso, rey de Castilla. Luego que el rey de Aragon volvió á su tierra trató en un mismo tiempo de efectuar dos cosas : la una era echar á don Juan Nuñez de Lara de Albarracin, á causa que por la fortaleza de aquella ciudad muchas veces corria libremente las fronteras de Aragon; la otra apaciguar los señores aragoneses y catalanes, que en tiempo tan trabajoso, en que tenian entre manos tantas guerras con los forasteros y tan fuera de sazon, andaban alborotados. Quejábanse que eran maltratados del Rey, casi como si fueran esclavos; que no se tenia cuenta con las leyes, antes les quebrantaban todos sus fueros y libertad, finalmente, que los desaforaba. No faltaban entre ellos lenguas sueltas para alborotar los pueblos so color de defender la libertad de la patria. Para acudir á estas revueltas se juntaron Cortes, primero en Tarazona, despues en Zaragoza, y últimamente en Barcelona; ofreció el Rey de emendar los daños y desórdenes pasados y expedir en esta razon nuevas provisiones, con que la gente se apaciguó. Fuéronles muy agradables aquellos halagos y blandura, si bien sospechaban que otro tenia en el pecho, y que no procedian tanto de voluntad cuanto del aprieto en que el Rey se hallaba. La guerra con los franceses, que era de tanta importancia, le tenia puesto en cuidado; y el recelo que si se ocupaba en las cosas de Italia y Sicilia no se alborotasen en Aragon sus vasallos le hizo ablandar. Demás desto, la descomunion que contra él fulminó el Papa, como poco antes se dijo, le tenia muy congojado, y mas en particular una nueva sentencia que en 21 del mes de marzo pronunció en Civitavieja, en que como inobediente á sus mandamientos le privaba de los reinos de su padre, y daba la conquista dellos á Carlos de Valoes, hijo menor del rey de Francia. Rigor que á mu

chos pareció demasiado, y que no era bastante causa para esto haberse apoderado de Sicilia, pues los mismos sicilianos puestos en aquel aprieto le llamaron y convidaron con aquel reino para que los ayudase; demás que le pertenecia el derecho del rey Manfredo, ultra de la voluntad y consentimiento que tenia por su parte del pontífice Nicolao III, que se allegaba á lo demás. Si los negocios de Aragon andaban apretados, en Castilla no tenian mejor término por las alteraciones que prevalecian entre el rey don Alonso y su hijo. La mayor parte seguia á don Sancho; don Alonso por verse desamparado de los suyos acudia á socorros extraños; segunda vez hizo venir al rey de Marruecos en España, si bien porque la sonada no fuese tan mala, dió á entender que era contra el rey de Granada, que favorecia á sus contrarios y tenia hecha liga con don Sancho. Esta empresa no fué de efecto memorable á causa que los africanos hallaron á los contrarios mas apercebidos de lo que pensaban; y el rey de Granada, con tener puesta guarnicion en sus ciudades y plazas, huia de encontrarse con el enemigo, y no queria ponello todo al trance de una batalla. Con tanto el de Marruecos dió la vuelta para Africa. El rey don Alonso, ya que esta traza no le salió como pensaba, acudió á otra diferente, solicitó al Francés para que le acudiese contra su hijo; demás desto, procuró ayudarse de la sombra de religion y cristiandad. Fué así, que por sus embajadores acusó á don Sancho, delante el pontifice Martino IV, de impío, desobediente y ingrato, y que en vida de su padre le usurpaba toda la autoridad real sin querer esperar los pocos años que le podian quedar de vida, por su mucha ambicion y deseo de reinar. Dió oidos el Pontífice á estas quejas. Expidió su bula en que descomulgó todos aquellos que contra el rey don Alonso siguiesen á su hijo don Sancho. Nombró jueces sobre el caso, los cuales en todas las ciudades y villas que le seguian, pusieron entredicho, como se acostumbra entre los cristianos; de suerte que en un mismo tiempo, aunque no por una misma causa, en Aragon y Castilla estuvo puesto entredicho y tuvieron los templos cerrados, cosa que dió gran pesadumbre á los naturales, y todavía se pasó en esto adelante, sin embargo que don Sancho amenazaba de dar la muerte á los jueces y comisarios del Papa, si los hobiese á las manos. Todo esto y el escrúpulo y miedo de las censuras fué causa que muchos se apartaron de don Sancho. Entre los primeros sus hermanos los infantes don Pedro y don Juan, conforme á la inclinacion natural, comenzaron á condolerse de su padre. Entendió esto don Sancho, entretuvo á don Pedro con promesa de dalle el reino de Murcia. Don Juan, dado que dió muestras de estar mudado de voluntad, de secreto se partió, y por el reino de Portugal se fué á Sevilla, do su padre estaba. Muchos pueblos, arrepentidos de la poca lealtad que á su Rey tuvieron, buscaban manera para alcanzar perdon y salir de la descomunion en que los enlazaron; y luego que lo alcanzaron, se le rindieron con todas sus haciendas. En este número fueron Agreda y Treviño, y muchos caballeros principales, como don Juan Nuñez de Lara y don Juan Alonso de Haro y el infante don Diego, se juntaron con el campo de Filipo, rey de Francia, que venia en ayuda del rey don Alonso, y con él entraron por tierras de Castilla, robaron y talaron los campos hasta To

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