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na pisaron aquel suelo. Mas ellos no encontraron nuevo indicio de un culto que enseñó el discípulo de Jesucristo y había desaparecido sin dejar otro recuerdo. Convirtióse Goa en centro comercial de grande importancia, que atrajo considerable número de negociantes, con el abandono por desgracia de los sentimientos religiosos y morales, y una rapacidad y depravacion que bien pronto suscitó pleitos y contiendas. Aquellas poblaciones corrían inminente riesgo de volver á sus primitivos dueños, y D. Juan III, que había establecido en su patria la Inquisicion, aplicó igual remedio á las posesiones portuguesas de Asia, solicitando de la Santa Sede que se estableciera en Goa un tribunal; mas causas inevitables y la enorme distancia retardaban dicha instalacion, y entre tanto seguían los desórdenes que inutilizaban el esfuerzo de algunos misioneros. Allí sólo se daba culto á un tráfico sostenido sin justicia, conciencia ni moderacion, y aquellos comerciantes anteponían su utilidad á las reglas de la moral cristiana. Cuando en Mayo de 1542 llegó S. Francisco Javier á Goa, la desmoralizacion era tan grande que los indios, testigos de tanto exceso, creían más perfecta y pura su idolatría que la religion de los europeos. El santo Jesuita empleó mayor trabajo para reformar á los portugueses que para convertir á los infieles. Un distinguido escritor moderno describe la situacion de aquellos pueblos con frases que merecen recordemos:

«Los portugueses habían introducido en las Indias con la »victoria la fe, que segun ellos decían, les aseguraba el domi»nio perpetuo: realizóse á no dudarlo la profecía de Santo >>Tomás Apóstol, grabada para memoria de los siglos sobre >>una columna de piedra no léjos de los muros de Meliapor en >el Coromandel. Los primeros que penetraron en las Indias. >>hicieron renacer en ellas el cristianismo, pero pronto cam>>bió de objeto el celo de los conquistadores: habían llegado >>en nombre de Cristo, y le habían anunciado á aquellas gentes: pero no tardaron en conocer ellos mismos que el »yugo de la religion era un obstáculo demasiado grande para »poder satisfacer sus pasiones: bien pronto la conviccion los »transformó en especuladores. Erales preciso dar rienda suel»ta á sus desarreglados instintos: cegábales la sed del oro y »la crápula: y para no evocar áun en la apariencia de un cul

>>to importunos remordimientos y una amarga censura de la »vida á que se entregaban, se fueron poco á poco despojan>do de toda virtud y de todo pudor: legando á las naciones >>conquistadas ejemplos tales de corrupcion é inmoralidad, >>que los mismos salvajes se ruborizaban de pertenecer al >>cristianismo.

>>Habían los portugueses desterrado ya de su seno la jus>>ticia y moralidad: los amos adquirían colosales fortunas ha>>ciendo un infame tráfico con la prostitucion de sus escla>vas verificando sus crímenes con tanta más libertad, cuan>>to que se hallaban autorizados á cometerlos por los mismos »eclesiásticos, que se asociaban á su depravacion. Habían lle»gado con objeto de fecundar aquel suelo idólatra y orientarle >>en la religion del Crucificado con el espectáculo de una ca>>ridad ardiente: pero sólo intentaron legitimar sus vergon>>zosos placeres y brutales satisfacciones, autorizando con >>su ejemplo toda clase de vicios. Sostenían aquellos sacerdo»tes degradados, que era lícito y permitido despojar á los in>>dios de sus bienes y someterlos al más duro trato, para que así despojados de cuanto poseían, fuese más fácil inculcar>>les la fe por medio de los predicadores: la doctrina no po»día ciertamente ser más cómoda y ventajosa: ya se deja >>conocer que no temieron ponerla en práctica los eclesiásti>>cos portugueses.

>>Empero los indios, testigos y víctimas de semejantes >excesos, procuraban sacar toda la parte que podían en tan »general desórden: persuadidos de que la religion que ha>>bían inculcado en sus almas los vencedores, era aún más >impura que la suya acudían en masa á sus pagodas, tor »nando á ofrecer culto á sus ídolos. Adoraban al demonio. »bajo mil figuras obscenas: adoptaban por dioses á los ani>>males más inmundos, y ofrecían por todas partes sacrifi>>cios sangrientos. Para captarse el favor de sus deidades no »era raro ver á los padres inmolando á sus propios hijos so>>bre los altares erigidos por la ignorancia y conservados >por el fanatismo (1).»

Tal era la situacion de aquel país cuando tuvo la dicha de

(1) CRETINEAU-JOLI: Hist. de los Jes. ; tom. 3.o, cap. IV.

ser visitado por el héroe de la caridad cristiana, nuestro santo compatriota el sabio discípulo de S Ignacio, cuyas virtudes y elocuencia lograron frutos admirables. Concluyéronse los concubinatos, hubo muchas restituciones de intereses mal adquiridos, desapareció la usura, y un comercio de buena fe y en armonía con la santa moral del Evangelio, abrió nuevos rumbos á la honradez y laboriosidad. Con el ejemplo de tantos cristianos reformados por el fervoroso misionero, los idólatras comprendiendo las bellezas y verdad de nuestra santa religion, abandonaron las supersticiones, aborreciendo el culto tributado á séres inmundos, y los horribles sacrificios de victimas humanas. Empero si los idólatras aceptaban la verdadera religion, y el pueblo católico se mejoró, para los herejes fué ineficaz la enseñanza del Santo Jesuita y de los sacerdotes que dejó continuando su mision. En aquella tierra vivían muchos judíos ejerciendo un comercio lucrativo, y no era menor el número de holandeses y traficantes europeos. Estos hombres eran luteranos, y por consiguiente no aceptaron la moral católica, que limitaba sus negociaciones dentro de una regulacion equitativa, en que el interes del prójimo debe resultar ileso: reglas opuestas á la usura y abusos del comercio de mala fe. La codicia de aquella gente, poco escrupulosa para allegar dinero, no se modificó por la reforma de costumbres que los misioneros produjeron, y áun fueron más adelante, pretendiendo el establecimiento público de sus falsas creencias; rechazó el Gobierno las gestiones que con este motivo plantearon, mas ellos sin desistir de la propaganda y subvencionando á los ministros protestantes que hicieron venir de Europa, querían generalizar sus creencias como seguro medio de obtener autorizacion para la apertura de sus capillas evangélicas. Buscaban una preponderancia religiosa que en su dia les hiciera dueños del territorio. Con este propósito disputaban sus conquistas á los desinteresados misioneros de nuestra · santa fe cristiana, esforzándose para desconceptuarlos entre los neófitos. Los nuevos propagandistas no acometían las empresas admirables del sacerdocio católico, compartiendo las desdichas de los infelices indios, enseñando á sus hijos, cuidándolos en sus dolencias, y sufriendo las grandes penalidades de residir entre pueblos incivilizados. Los luteranos, misioneros y negociantes á la vez, siguieron otro rumbo en que

sus intereses ocupaban preferente atencion, y las personas no corrían riesgo ni sufrían los efectos de un clima insalubre en muchos puntos: su propaganda se manifestó destruyendo la obra civilizadora del catequista católico, con papeles que impugnaban sus enseñanzas acerca de la moral, y el gobierno, disciplina, jerarquía y ritos de la Iglesia. Anónimos llenos de blasfemias solían aparecer en los cepillos de nuestros templos; las imágenes santas eran mutiladas, si faltaba una esmerada vigilancia; aparecían revueltos los altares y ensuciados repugnantemente, y se repetían otros muchos sacrilegios y profanaciones. Clamaban los cristianos contra semejantes hechos, é hicieron llegar sus quejas á Lisboa. El Gobierno portugués no pudo llevar su tolerancia hasta el punto de comprometer la paz general de sus posesiones: y por este motivo activó la partida de los inquisidores, deseando que no se demorase más el establecimiento del tribunal que debía contener aquella descarada é impía propaganda. El correctivo era cada vez más urgente, y por esta causa instaló el año de 1561 en Goa un tribunal independiente del Inquisidor supremo portugués. Alejo Diaz Falcon y Francisco Marquez Botello, ejercieron dicho cargo hasta el año de 1570, en que Bartolomé Fonseca fué trasladado de Coimbra con el cargo de Inquisidor general de las Indias. Fr. Gaspar Mello y los padres Rodrigo, Sodrino, y Pinto, religiosos dominicos, fueron sucediéndose en el desempeño de esta primera magistratura con otros varones distinguidos, á cuyo esfuerzo se debió restablecer la unidad católica en aquellas regiones tan apartadas de Portugal y que los aventureros negociantes en dicha tierra domiciliados, renunciaran á las discusiones teológicas, para emplear su ingenio en los negocios comerciales que entendian mejor, y no siempre manejaban con muy cristiana habilidad.

CAPÍTULO XLVI.

EL SANTO OFICIO EN PORTUGAL.

Equivocado juicio del P. Santa María sobre el restablecimiento de la Inquisicion en este reino.-Aventuras de Hernando Pérez de Saavedra.-Es calumniado un P. Jesuita.-Se finge Saavedra legado pontificio.-Estafa grandes sumas.-El inquisidor de España manda secretamente prenderle si atraviesa la frontera. - Ejecútase la órden. - Proceso y sentencia del falsificador.-La potestad secular le juzga por estafas hechas al erario.Proceso contra Sor María de la Visitacion por fingida santidad.-Abjura-. cion y castigo de esta monja.-Compromete á su confesor Fr. Luis de Granada. - No se procesó á este religioso como se ha supuesto. - Unicamente declaró lo que permitía el sigilo sacramental.

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E ha indicado anteriormente un asunto que nos proponemos apurar, demostrando la equivocacion de aquellos que atribuyen el restablecimiento del Santo Oficio en Portugal á los vituperables manejos de un célebre falsificador. El monje de san Jerónimo, Fr. Miguel de Santa María, creyó este suceso por haberlo visto en cierta relacion, que sin fundamento se le dijo había compuesto el mismo actor de la farsa. No está conforme otro manuscrito que hemos examinado, y por su concordancia de fechas ofrece mayor motivo de autenticidad. El padre Santa María pudo reflexionar que no deben acogerse sin maduro exámen las revelaciones de un falsificador, cuyo concepto de hombre veridico se perdió en el laberinto de sus travesuras y mentiras. Si la relacion á que se refiere el monje de S. Jerónimo pudiera ser verdadera, diríamos que su autor mintió una vez más, y parece muy extraño admitir sin desconfianza el relato de un embustero, cuando de algun modo quiso justificar su enredo

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