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cena, mujeres perdidas, las cuales con gran desverguenza haber desnudado los cuerpos y propuesta delante los ojos toda manera de deshonestidad, haber venido y corrompido todas las edades. Crisóstomo en muchos lugares lo reprehende, y dice que se hacia en su edad, y principalmente al fin de la Homilía 6. sobre el cap. 2. de Sant Mateo, habiendo dicho muchas cosas contra la vanidad de los espectáculos. Despues desto dice qué cosa es como en las calles no quieras mirar una mujer desnuda ni aun en casa; antes si acaso acontece, piensas que te han en ello injuriado; cuando subes al teatro á corromper la vergüenza del uno y del otro sexo y adulterar juntamente tu propia vista, ninguna cosa tengas por deshonesta. Y no debes decir ramera es la que se desnudó, sino mirar que es la misma naturaleza y el mismo cuerpo de la ramera y el de la libre; porque si piensas que no hay deshonestidad ninguna en esto, ¿por qué causa cuando ves esto en la calle te detienes y reprehendes severamente tal desvergüenza, si por ventura no crees que la misma cosa es torpe de la misma manera hecha cuando estamos solos y cuando congregados en uno nos asentamos? Hasta aquí son palabras de sau Crisóstomo, y no creo que en nuestros teatros salgan mujeres desnudas, dado que en este propósito, segun se dice, algunas veces en la misma representacion se desnudan, ó á lo menos salen vestidas de vestiduras muy delgadas, con las cuales se figuran todos los miembros y casi se ponen delante los ojos; pues ¿qué cosa hay mas poderosa para enredar las almas y llevarlas á la muerte perpetua y inflamarlas que la vista de una mujer hermosa y ataviada demás desto, provocando con meneos y palabras amorosas y blandas? Yo cierto no lo veo. San Pablo veda en la primera á los corintios, cap. 2.o, que la mujer enseňe en la iglesia porque su voz no mueva á los oyentes á lujuria; ansí lo entiende san Anselmo; y habrá quien á sí y á otros prometa siguridad de semejante peligro? A David, profeta sanctísimo, la vista de una mujer despeñó en muchos males; ¿y habrá quien se tenga por seguro bastantemente desta peste? Juego, dicen, es, pero el tal juego llevará á verdaderos pecados y males de veras; la mujer vista en la calle, mirada curiosamente, cautiva muchas veces al descuidado; ¿qué pensarémos acontescerá á los que corren á los teatros con tanto deseo de ver mujeres faranduleras? Cierto en la ley divina se ordena en san Mateo, cap. 5.o: El que viere la mujer para desearla haya adulterado su corazon con ella; y Job en el cap. 31 dice: Hice concierto con mis ojos para ni aun pensar de la doncella. A los ojos veda el pensar, porque de la vista se sigue el pensamiento, ni es lícito mirar lo que no es lícito desear. Por ventura ¿saldrá alguno libre de un horno encendido, cuales son los teatros, mas encendidos que el horno de Babilonia? Echa el demonio leña y sopla y enciende los pensamientos torpes, ansí por otras cosas como con la vista y oido de las mujeres; y es cierto que es fuego mas poderoso el que consume las almas que el que los cuerpos, tanto mas miserable, que los

que se queman no lo sienten, porque de otra manera no se reirian tanto, antes trocarian el alegría en lágrimas, y es género de grandísimo infortunio tener la miseria por deleite, lo cual encarece mas copiosamente san Crisóstomo en la Homilia 8. De poenitentia, al principio. Mucho me parece confian de su constancia los que á ojos abiertos y á sabiendas se meten en semejantes peligros, y se prometen siguridad en tantos lazos; ó lo que tengo por mas verdadero, tienen en poco su alma, y la estiman en poco menos que el cuerpo, el cual procuran asegurar con mucho mayor cuidado y miramiento. Pero sea esta la comun miseria del pueblo que tengan en mas las cosas humanas que las celestiales, las temporales que las eternas. Desto me maravillo que esta vanidad arrebata los hombres prudentes de tal manera, que con gran sed se ocupen en los espectáculos sin considerar que con su ejemplo acarrean la muerte á los menores, y no contentos con esto y hechos defensores de la comun locura para pecar con mas libertad y sin ser reprehendidos, niegan que estos espectáculos de suyo sean causa de la maldad, sino que esto proviene por el abuso de los hombres, al cual si quisiésemos proveer y poner remedio, seria menester quitar del mundo al mesmo sol; porque, ¿qué cosa hay debajo del cielo de la cual no abuse la malicia de los hombres y la convierta en maldad? El cual argumento, porque en otro lugar se tornará á tratar, por ahora le dejarémos, y nos contentarémos con examinar lo que añaden, conviene á saber, que ó las comedias se han de desterrar del todo, ó las mujeres, aunque no quieran, se deben convidar para que salgan en ellas, por ser mayor peligro sacar muchachos hermosos y vestidos y ataviados como mujeres, con cuya vista los que miran se muevan á mayor torpeza y maldad, la cual por ser contra naturaleza, dicen se debe evitar con mayor cuidado, y con razon; porque, ¿qué cosa hay mas torpe que aquella fealdad, y mas perjudicial para el pueblo? Asi juzgan que estas mujercilias deben representar en los templos, y de hecho lo procuran y hacen; lo cual en estos años no una vez ha acontecido en un templo de España nobilísimo, y por su ejemplo creo yo en otros de toda la provincia, cosa que tiemblan las orejas de oir; mas de qué cosa hayan tratado, tengo vergüenza y empacho de referirlo. Buscan, conviene. á saber, velo para su malicia; hacen uno, y quieren mostrar que pretenden otra cosa. ¡Dios inmortal! En este argumento demás desto ¡ cuántas tachas hay! Primeramente estas mujeres, no solo hacen personajes de mujeres, sino de soldados tambien, de rufianes y de esclavos vestidos á manera de hombres, que es mayor perversidad; despues desto impútase á nuestra nacion sospecha de pecado, el cual naturalmente aborrecen, sacados pocos, ó por la buena institucion ó por el cuidado y severidad de los jueces y yo sé que en otras provincias donde prevalece este pecado, muchas veces han sacado á representar muchachos y haber representado como se ofrecia diversos personajes, con mucho decoro y gallardía, sin peligro alguno, porque

la cobdicia de las mujeres extiéndese mas y tiene mayores ímpetus, no solo en los hombres corruptísimos y malos, cuales son los dados á vicio contra natura, sino tambien en los otros que son señalados en bondad y modestia. Dios ciertamente, como dice san Basilio en el libro de La virginidad, al principio, como criase los animales distinto el uno y el otro sexo, ingirió en los cuerpos un estímulo con que se codiciasen entre sí, principalmente los hombres, y se alegrasen y deleitasen con el ayuntamiento del otro sexo; pero este deseo quiso que fuese muy mayor en el hombre. A la hembra sujetó al imperio y potestad del varon como formada de su costado, y ordenó que le obedeciese á la manera que la parte obedece al todo; pero al varon amansó en cierta forma con el deseo y amor de la hembra, templando con él su fiereza y fuerza, porque la ama como á su propio miembro, y por el ayuntamiento parece que la quiere tornar á unir consigo. Ansi la hembra tiene en sí cierta virtud y maravillosa propriedad de atraer á sí al varon, no de otra manera que la piedra iman como ella no se mueva, tira á sí el hierro, por donde se ve que el cuerpo de la hembra y todas sus partes son mas agradables á los sentidos que las del varon; molle, blanca, la voz aguda y suave, el rostro muy hermoso y toda la postura del cuerpo; y no sin causa del varon, y no de la mujer, se dijo en el Génesis, cap. 2.o, por esta dejará el hombre padre y madre y se allegará á su mujer. Muévense ciertamente los varones con la vista de las mujeres; pero tambien al contrario, á las mujeres se les para peligro mirar los varones, principalmente desnudos, lo cual consideró Augusto César cuando proveyó que ninguna mujer se hallase en los certámenes de los luchadores, como lo refiere Suetonio, cap. 44. Contra este poderosísimo apetito han de pelear todos los que desean alcanzar la dignidad y hermosura de la castidad, no cansándose de pelear hasta el fin de la vida, lo cual si lo hacen los que con tanto cuidado y diligencia concurren á los teatros, donde hay los peligros que se han dicho, el pio y modesto lector lo puede considerar por sí mismo. Este pues es el primero y mayor daño que nace desta libertad y abuso de las representaciones donde se hallan mujeres; pero otros tambien será bien que representemos, conviene á saber: las tales mujeres que andan con los representantes y los acompañan son ordinariamente deshonestas y que se venden por dinero; porque, ¿cómo es posible estando rodeadas de tantos hombres lujuriosos y ociosos de dia y de noche vivir honestamente? Cosa seria semejante á milagro, mayor ciertamente que si el fuego ardiese en el agua, y como sea ansí que por la mayor parte las saquen de su torpe ganancia para hacer este oficio, ora sean casadas con algun representante de aquella infame compañía, ó lo que acontece mas veces, amancebadas con alguno, quitada de todo punto la vergüenza con la libertad y desenvoltura, vuelven á sus mañas, y afeando su cuerpo entre muchos, á todos causan perdicion, y sus artificios y halagos á muchos sacan de seso: lo que hacia Circes, famosa ramera, con yerbas y canta

res, conviene á saber, con el arte meretrice, volviendo á los hombres en fieras. Estos años pasados en cierta compañía destos hombres, lo cual oimos al mesmo juez que lo averiguó, cierta mujer de aquel rebaño que representaba la Magdalena, fué convencida en Alcalá de Henares de estar amancebada con el farandulero que con aparato y majestad, con voz, meneos y vestiduras representaba á Cristo, el mesmo hijo de Dios; grande torpeza, y tanto mayor, que eran oidos con grande aplauso del pueblo, y muchas veces hacian saltar las lágrimas á los que los miraban y oian. Pudiéranse traer otros ejemplos de semejantes torpezas, y no es posible castigarlos por no tener esta gente asiento cierto, andando vagando por pueblos y ciudades con mayor libertad de pecar. Despues desto, mozos ociosos y perdidos, de los cuales hay gran número en todas partes, movidos con la vista destas mujercillas, ¿qué no harán? Y ¿ de qué engaños no usan para hartar el apetito encendido? Sabemos muchas veces concertados y hecho un escuadron haber robado para este efecto aquellas mujeres y quitádolas á los faranduleros, de donde resultan graves riñas y heridas y muertes, peleando los mozos y acuchillándose entre sí con los representantes sobre la presa; y no hay dubda sino que muchas veces los tales mozos se van de unos lugares en otros, despreciados los padres y hacienda por el amor de aquellas mujercillas, ciegos, furiosos metiéndose por las espadas y por la llama, y no dejando su pretension hasta que han gastado el dinero, y vacíos y sin jugo los envian á sus casas. En Toledo se vió un mozo de Córdoba, hijo de un hombre muy rico, que ni por ruegos de su padre que le vino siguiendo, ni por amonestaciones de otros le pudieron tornar. Así sabemos que á otro sacerdote de la misma ciudad de Toledo, el cual se pudiera nombrar, le costó la vista seguir por diversos lugares á una destas mujercillas. Pudiéranse contar otros muchos ejemplos de mozos perdidos por esta causa, porque muchas veces sufriéndolo los mismos maridos ó disimulando, son admitidos, y les dan lugar, como gente que todo lo refieren á ganancia, y por deseo del dinero están determinados á sufrir cualquier afrenta y hacer toda suerte de engaños. Por lo menos los compañeros, haciendo oficio de terceros, venden á los mozos su industria lo mas caro que pueden, chupándoles todo cuanto tienen. Demás desto, en los lugares donde esta gente llega, las alcahuetas tienen grande miés para atraer las tales mujercillas y servir á los que están encendidos en el torpe deseo. Cosa torpísima es por cierto ver por las calles, plazas y mesones mozos, hijos de padres honrados, que perdida la vergüenza y el respeto, se andan abiertas las bocas tras estas mujeres, no de otra manera que los perros ó los caballos relinchan vista la yegua, á la cual despues del parto los arrebata el apetito encendido feroces y atrevidos, sin respecto alguno del freno, ni miedo del que los rige ó del palo con que los hieren gravemente. Todos estos escarnios el que no piensa ser justo que con todo cuidado se refrenen, mas duro que el hierro es, privado del comun

sentido y de la razon de los otros hombres. Entendieron los emperadores el peligro cuando proveyeron que á ninguno fuese lícito comprar, enseñar ó vender ó sacar en los convites ó espectáculos mujer tañedora en el Código de Teodosio, lib. xv, tít. 7.o de los Escénicos; en la ley Fidicinam. Entendiólo Augusto César cuando á un histrion, llamado Estefanion, al cual halló habia servido cierta matrona en hábito de muchacho, conviene á saber, en la representacion, azotado tres veces por el teatro, le desterró. Suetonio en su vida, cap. 45. Por ventura ¿es menos necesaria en nuestro tiempo la severidad y recato cuando hay tanta corrupcion de costumbres y tantos por todas partes que la estraguen?

CAPITULO IX.

ban las costumbres de sus antepasados con la lascivia y con ejercitar con el ocio los amores torpes en aquellos juegos, á imitacion de los príncipes, cosa de muy grande perjuicio; con el lenguaje y con los versos que cantaban en tono lascivo debilitarse los ánimos y mancharse, juntar los dias con las noches, mezclados hombres y mujeres, y por tanto con mayor libertad de pecar. Estos son los argumentos que trae por esta parte; por la otra los que gustaban de libertad, que siempre son en mayor número, usaban de mas argumentos. Los antepasados no haber aborrecido los espectáculos, antes abrazádolos segun la posibilidad que entonces habia, llamando los representantes de Toscana, y los demas juegos trayéndolos de las otras provincias; ninguno nacido de padres honestos en Roma por espacio de docientos años, que era el tiempo despues que aquellos juegos se habian recebido en la ciudad despues del triunfo de Lucio Mumio, haber ejercitado los artes teatrales; ser menor el gasto teniendo teatro perpetuo sin necesidad de hacer cada año nuevos gastos; quitarse al pueblo la ocasion de pedir otros juegos y es

Que no se deben hacer teatros públicos á los representantes. Vamos tratando esta disputa por sus partes y miembros antes que lleguemos á la principal dificultad; y en este lugar se declara un punto del cual muchas veces se ha dudado, si es expediente á la república y á los particulares que se edifique ó señale lugar deter-pectáculos estando contentos con las representaciominado á los representantes, alguna casa ó teatro donde ejerciten su arte, principalmente imponiéndoles algun tributo, porque desta máscara se cubre, con que sustenten los pobres ó se provean á otras necesidades públicas. Sea pues este el principio desta disputa. El primero que edificó en Roma perpetuo asiento de teatro con alto pensamiento concebido, admirable magnificencia y de labor muy prima, fué Gneyo Pompeyo ; porque antes de entonces de tablado de madera hecho á tiempo y escalones movedizos solian usar; con tanto, por esta causa y obra, agrado del pueblo y aplauso, que lo que ni los triunfos ganados de los enemigos vencidos, ni las demás cosas excelentes que en paz habia hecho, ni la nobleza del linaje y poder le dieron, el sobrenombre de Magno, le acarreó aquel edificio, como lo afirma Casiodoro, lib. iv, epíst. última, donde trata de la reedificacion del teatro de Roma por estas palabras: por donde no sin razon se cree haber sido Pompeyo por esta causa llamado el Magno. A lo cual acudió muy agudamente Tertuliano, libro de los Espectáculos, cap. 10, cuando dijo: Así que Pompeyo Magno por solo su teatro, hecho menor, etc. Tal fué siempre el juicio de la muchedumbre, la cual á manera de paja ligerísima es llevada donde quiera, y por el apetito del deleite mide los demás ejercicios y parte de la vida. Porque á la verdad fué reprehendido de gran parte de los hombres prudentes aquella obra y gasto, de donde él pretendia sacar loa, y no fué un mismo parecer de todos, sino muy diferente, como acaece de ordinario en todas las cosas nuevas, unos lo alabarán, otros lo reprehenderán. Así lo dice Tácito, lib. xiv, poniendo las razones de una y de otra parte, las cuales quiero referir en breve. Los mas severos decian que el ocio y pereza de la muchedumbre crecia con estar en el teatro dias y noches asentada, porque antiguamente el pueblo estaba en juegos en pié ; que poco a poco se olvida

á

nes; las victorias de los oradores y poetas ser aguijon para los ingenios; en conclusion, ni á los magistrados ni á los demás senadores parar perjuicio ó ser pesado ocuparse algun poco de tiempo en semejantes placeres, y hasta aquel tiempo no haberse conocido grandes inconvenientes y maldades que por esta causa hubiesen acontecido. De esta manera se disputó antiguamente esta cuestion, no habiendo aun la luz del Evangelio alumbrado los entendimientos de los hombres ni teniendo las leyes de continencia y castidad, con las cuales nuestra religion nos obliga; y haberse dudado si convenia en tiempos tan perdidos y por gente tan estragada en sus costumbres, nos debe ser argumento cierto que en ninguna manera conviene á las costumbres y santidad del pueblo cristiano que en las ciudades y pueblos se dé á los representantes cierto y perpetuo lugar para sus juegos, y que seria grande inconveniente la libertad y uso ordinario dellos, que necesariamente se seguirian del teatro, lo cual se confirma aun mas con los argumentos siguientes. Porque primeramente, habiendo hecho el teatro principalmente dividiéndole en cámaras donde puedan mirar gente principal, hombres y mujeres, cosa que en Toledo se trató estos años, y en Salamanca y Madrid se ha hecho con puerta secreta por no ser vistos, daríase ocasion manifiesta á los tales hombres y mujeres de tratar libremente entre sí, principalmente siendo interesado el que tomase á su cargo la tal cosa ó teatro; porque el que compra, cosa forzosa es que venda muy caro toda la libertad y disolucion que los hombres perdidos le quisieren pedir, y desta manera el teatro se mudará en burdel, muy mas perjudicial que los que tienen este nombre. Así, en tiempo de los romanos, como dice Casiodoro, lib. xvi de las Etimologias, cap. 52, los teatros se llamaban burdeles, conviene á saber, porque en lo mas bajo del teatro habia ciertas camarillas y bóvedas don

de habia mujeres perdidas con grande ganancia, encendiéndose los mozos perdidos con la torpeza del espectáculo en deshonestidad y lujuria, por donde sucediera que ninguna honestidad de doncella ó casada estaba segura que no se venciese fácilmente con el aparejo del teatro; porque, ¿quién las podrá detener que no vayan libremente al espectáculo las que en otros lugares no tuvieran aparejo alguno por estar guardadas de muchos y los ojos de todos puestos en ellas, quitada toda ocasion de hablar secretamente con los que bien quieren? Empero dirás dificultoso es guardar las mujeres mozas si ellas mismas no se guardan; y agudamente dijo el poeta Alexis en griego: No hay muraIla ni riquezas ni otra cosa alguna tan mala de guardar como la mujer. Ovidio con otras palabras y no menos elegantemente dijo en latin: Duro marido, poniendo guarda á la tierna moza, nada hace; cualquiera se ha de guardar por sí misma. Todo lo cual es verdad; pero sabemos que con la ocasion se hacen muchos pecados; que sin ella se dejarian adulterios, muertes, robos. Es cierto dificultoso enfrenar á la mujer que tiene el corazon estragado, ni se puede hallar retrete tan escondido y cerrado donde el gato y el adúltero no entren, como dijo otro poeta griego; pero para que el corazon no se estrague mucho, aprovecha tener quitada la libertad, trato y conversacion con los hombres; y dado que el corazon esté estragado, si los pecados no se pueden huir de todo punto, por lo menos se cometerán menos veces y con menos escándalo del pueblo. Ilasta aquí se ha propuesto el primero argumento; el segundo es que los juegos serian necesariamente mas frecuentes de lo que conviene, señalándoles lugar públicamente, porque el aparejo del lugar les convidaria á hacer estos juegos y á ir á vellos; y el que tiene cuidado de la casa ó teatro, habiéndole alquilado por gran precio, será forzado buscar representantes de todas partes y no permitir que pase dia alguno sin que haya farsas y juegos, juntando los dias con las noches; lo cual seria de gran perjuicio, porque los mancebos y de menos edad, despreciado el mandamiento de sus padres y cuidado de la hacienda, por ninguna manera los podrán apartar de aquella vanidad, despertando cada dia el deseo de oir la novedad agradable del espectáculo. Oficiales y labradores, cuya hacienda y crédito está puesta en su trabajo, dejando los ejercicios de cada dia, correrán á aquellos lugares, con cuánto daño de su tamilia no hay para qué decillo, el mismo negocio lo da á entender y lo dice, tanto con mayor perjuicio, que habiéndose una vez entregado al ocio y á la pereza, si queremos tornallos al trabajo, por mucho que en ello trabajemos, aprovecharémos poco. Los criados se distraerán del servicio que deben á sus señores sin miedo de los azotes; por el apetito de oir hurtarán en casa y sisarán con que poder pagar lo que se acostumbra en estos juegos. Las mujeres, quitada la vergüenza y menospreciado el cuidado de la casa, concurrirán sin poder tenerlas, lo que sabemos hacerse en este tiempo, y que muchas veces antes de medio dia dejan las cosas

por tomar lugar á propósito para ver la comedia que á la tarde se representa, de donde siempre viene que se despiertan por las casas enojos y riñas, y es oficio de la mujer honesta guardar los umbrales, si no le fuerza á salir alguna necesidad; lo cual Fidias ́estatuario dió á entender con una invencion graciosa pintando á Juno, diosa de los casamientos, sentada sobre una tortuga, el cual animal tiene dos propiedades muy á propósito, que se mueve lentamente y carece de voz; como por el contrario Salomon en los Proverbios, cap. 7.o, pintando la ramera haya dicho ser parlera y andariega. Digo que si en este tiempo concurren á ver las come dias hombres graves por la edad, nobleza, órdenes 6 estado ó hábito que tienen, en grande afrenta suya y de la ciudad, ¿qué pensamos será si se edifica teatro público dividido en muchos apartamientos, de donde cada uno, conforme á su estado ó dignidad, puedan mirar, no entrando ni saliendo todos por la misma puerta? ¿Cuán gran número de semejante gente acudirá al tal lugar y juegos? Torpeza detestable, pero tanto se estima el deleite. Demás desto, el número de los farsantes, que en estos veinte años pasados se ha hecho muy mayor que solia ser, edificado en las ciudades y pueblos el tal teatro, crecerá sin número y medida, peso inútil y sin provecho á la república, por ser como son efeminados con los deleites y de ánimos mujeriles; y está claro que será ansí, pues la esperanza de la ganancia y la cobdicia despertará á muchos para que se ensuciea con semejante ejercicio, hombres de voz y de fuerzas corporales, las cuales y el ingenio pudieran emplear mejor ayudando á la república en la guerra contra los enemigos, ó en tiempo de paz ejercitando otros oficios; y es averiguado que si no son en grandísimo número no podrán acudir á tantos teatros y á tan ordinarias representaciones como se introducirán por lo que se ha dicho. Y los mismos maestros deste ejercicio y dueños á cuyo cargo estuvieren los teatros, con la cobdicia del dinero y necesidad que tendrán de pagar el alquiler engañarán á muchos mozos y hijos de padres honestos para ayudarse de ellos y servirse en este torpe ejercicio. No se puede decir todo, pero sin duda esta suerte de gente rebañará mucho género de dinero de aquellos de los cuales no convenia en manera alguna, usando de varios artificios y poniendo diversos precios conforme á los lugares, pidiendo un tanto por la entrada y otro por los asientos, lo cual sabemos hacerse por ser tan ejercitados en estos engaños y saber todos los caminos de recoger dineros, y por esta causa no dejar por intentar cosa ninguna. Y por concluir : por ventura los mozos en semejantes desórdenes y locuras, fiestas de Baco y de Vénus, ¿desta escuela saldrán soldados valientes ó buenos gobernadores? ¿Aprenderán ellos ciertamente con la vista tan ordinaria destos juegos á ser enamorados para levantar riñas y cuestiones? ¿Serán á propósito para las injurias del frio y de la hambre y el peso de las demás molestias de la guerra? ¿Cómo los podrán sufrir los que están acostumbrados á estar asentados en los teatros los dias enteros, el cual

tiempo pudieran y fuera justo gastar en hacer mal á los caballos, correr y gobernallos con destreza ó tirando la barra, ó con el arco ó arcabuz tirar al blanco, de otra manera ejercitar las fuerzas del cuerpo, ó por lo menos rumiar y conferir las artes y manera con que la república se gobierna en tiempo de paz? Principalmente que los deleites deben ser templados y no tales que debiliten el cuerpo y acobarden el ánima, sino en cuanto ser pudiese ejercicio, y como escuela de las verdaderas virtudes. Porque mucho importa á qué deleites se acostumbran los mozos desde su tierna edad, pues de los primeros años en gran parte depende todo lo demás; que si dicen privarse la república de un gran interés quitado el teatro, no podré dejar de reirme de un tan gran desatino, pues la ganancia no se debe estimar en tanto que se menosprecien las costumbres del pueblo y la religion. Pero el negocio pasa desta manera. Como los años pasados se ordenase en algunas ciudades de España un hospital general para sustentar del público los pobres que viven de misericordia ajena, y no se ofreciese comodidad de sacar aquel gasto, y viesen que muchas compañías de representantes andaban vagueando por toda la provincia y barriendo dineros en todas partes, á algunos hombres prudentes les pareció que seria provechoso para la república alguna parte de aquella ganancia para sustentar á los pobres, edificándose con autoridad pública alguna casa ó teatro, y alquilándola á alguna persona por gran precio, porque desta manera entendian se acudiera á todo socorriendo á la necesidad de los pobres y reprimiendo con aquella como pena la libertad de los farsantes, principalmente poniéndoles leyes y sobrestantes que les fuesen á la mano, quitando la ocasion de pecado y teniendo cuidado de la modestia; aviso por cierto y consejo muy prudente si las obras fueran conforme á su traza y pensamientos, ó si algunas leyes bastasen para enfrenar la perversidad desta gente y la vanidad de los oyentes. Cierto ninguna cosa bay tan mala que no se pueda cubrir de aparencia de honestidad, y á mí me parece que semejantes personas quisieron imitar el hecho de Pompeyo Magno, el cual, por oir la reprehension de haber edificado el teatro, abierto una tienda y oficina de torpeza, usó desta maña que edificó el templo de Vénus como añadidura junto con el teatro, quiriendo con la aparente sanctidad de religion velar el nuevo edificio. Pero mejor será referir las mesmas palabras de Tertuliano: Así que, dice, Pompeyo Magno, por solo su teatro menor, como hobiese edificado aquel castillo de todas las torpezas, temiendo que algun tiempo no se hiciese á su memoria algun castigo por los censores, edificóle sobre un templo de Vénus, y llamando por pregon el pueblo á la dedicacion, no le llamó teatro, sino templo de Vénus, al cual, dijo, añadimos los escalones de los espectáculos. Desta manera la obra condenada y digna de condenarse la cubrió con título de templo, y huyó el castigo con la supersticion: esto dice Tertuliano. A imitacion pues de Pompeyo juntan con el hospital general el teatro para

que la ganancia sea mayor, como sabemos se ha hecho en Salamanca en tanta luz de doctrina y erudicion. Y es maravilla que siempre la disolucion y en todas partes halla valedores, y es cosa digna de consideracion que los teatros abatidos por nuestros antepasados, por lo menos caidos por haberse olvidado dellos, los queramos tornar á reedificar con tanto cuidado, y esto con pretexto de piedad. Y es cierto que nuestros antepasados no ignoraban semejantes pretextos, y que en la república no habia menores necesidades si pensaran que era lícito ayudarse de semejantes socorros. Y sin duda tendria por mejor, sino hobiese otra manera, que se dejasen los hospitales generales y que los pobres no se sustentasen del público que enredar la república con tantos daños y peligros. Haber los censores muchas veces en Roma abatido los teatros el mesmo Tertuliano lo dice, cap. 10 de los Espectáculos, como corrupcion certísima de las costumbres y oficina de deshonestidad; y ¿habrá en el pueblo cristiano, donde se profesa tanta sanctidad, quien pretende reedificarlos? No hay palabras con que encarecer tanta indignidad, y no digas que nuestros teatros no se pueden comparar con los antiguos ni en la majestad del edificio ni en el aparato de los juegos. La torpeza del lugar acusamos, no la manera del edificio; el arroyo pequeño tiene la naturaleza de la fuente donde mana, y el ramo tiene la misma propriedad del árbol donde se crió y cortó. Por casi todas las ciudades caen los teatros, como dice Augustino, lib. 1 de la Concordia de los Evangelistas, cap. 33, jaulas de torpezas y públicas profesiones de maldades; y pretenderémos nosotros que se deben edificar de nuevo?

CAPITULO X.

Que los farsantes están privados de los sacramentos.

Que los farsantes sean infames y dignos de toda afrenta, cosa es manifiesta de la ley primera de los Digestos, de aquellos que se notan con infamia, cuyas palabras son estas: Nótase con infamia el que del ejército por causa de afrenta fué despedido del general ó de quien tuviese poder para ello, el que por causa de arte burladora ó de representar saliese á la escena, quien hiciese oficio de rufian. Luego los farsantes que salen á representar deben ser contados entre las personas infames, pero con tal condicion, que la representacion sea pública y por lo menos primera y segunda vez hayan salido en ella, y en la comedia se trate de cosas torpes; porque desta manera personas doctas declaran las palabras de aquella ley, y templan su rigor Panormitano declarando el capítulo Cum decore de la vida y honestidad de los clérigos y Silvestro en la suma verbo infamia nu. ix. Y no importa que la deshonestidad se trate en el argumento principal ó en los entremeses y cantares con tonadas torpes y lacivas, y que abiertamente ó con disimulacion dan á entender la deshonestidad; pues igualmente es deshonesto lo uno y lo otro, igual daño acarrea y no menos enciende los ánimos de los

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