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der el reino que le dieron con tanta voluntad. Declaróse la guerra contra él como contra quien alteraba la paz comun de toda la cristiandad; nombraron por general desta guerra á su mismo hermano el rey de Aragon; resolucion la mas extraña que se pudo pensar, armar un hermano contra otro y quebrantar el derecho natural, pero tanto pudo la fe y el escrúpulo y el mandato del resoluto Pontífice. Ordenadas pues las cosas desta manera, el rey don Jaime se partió para Aragon con intento de aprestarse para la guerra. Rugier Lauria fué enviado á Nápoles para servir á aquellos príncipes en aquella demanda. La reina doña Costanza y Juan Prochita se quedaron en Roma movidos por la devocion y santidad de aquella ciudad, cansados de tantos trabajos y por compasion del miserable estado en que vian puesta á Sicilia. No falta quien diga que murieron en Roma; la mas verdadera opinion, con que concuerdan autores muy graves, es que la reina doña Costanza cinco años adelante falleció en Barcelona, y que fué allí sepultada en el monasterio de San Francisco, en que hoy se ve un túmulo suyo con su letrero y nombre desta señora grabado en la piedra.

CAPITULO II.

Que el rey don Fernando de Castilla se desposo.

Vuelto que fué el rey de Aragon á su tierra, le tornaron los navarros los pueblos Lerda, Ulia, Filera y Salvatierra, como se decretó en los conciertos que en Anagni se hicieron, y hasta este tiempo no se habia efectuado. El año próximo siguiente, que fué de 1298, era virey de Navarra por los franceses Alonso Roneo, de nacion francés. Don Fernando, hermano bastardo del rey de Aragon, por voluntad del mismo Rey y por su mandado fué despojado de la ciudad de Albarracin, y la entregaron á Juan Nuñez de Lara, que parecia tener mejor derecho y se sabia claramente que se hizo agravio á su padre en quitársela, á lo menos se decia así. Este era el color que se tomó; lo que pretendia á la verdad el rey de Aragon con esto era tornar en su amistad un caballero tan poderoso y tenelle de su bando. Don Juan de Lara hizo su juramento y pleito homenaje en la ciudad de Valencia á los 7 dias del mes de abril de guardar á aquel Rey fe y lealtad mayor, es á saber, que solia. Estas prevenciones hacia el rey de Aragon porque pensaba de acometer en un mismo tiempo con sus armas los reinos de Castilla y de Sicilia; pretensiones mas arduas de lo que su estado ni riquezas podian llevar. El rey de Sicilia, por habelle todos desamparado, estaba mas cercano al naufragio. El rey de Castilla se reconcilió con don Dionisio, rey de Portugal, por medio de dos casamientos que se concertaron. El uno fué de dona Costanza, hija de don Dionisio, bien que no era de edad para casarse, con el rey don Fernando, como antes lo tenian tratado. En Alcañiz, que es un lugar cerca de Zamora á la raya de Portugal, en que los reyes se juntaron á vistas para tratar de las paces, se celebró con solemnidad el desposorio. Las muestras de alegría pública, por la esperanza cierta que todos tenian de perpetua concordia, fueron tanto mayores, que dona Beatriz, hermana del rey don Fernando, se desposó tambien á trueco, que fué el otro matrimonio, con el infante don Alonso, hijo de don Dionisio y

heredero de su reino, aunque no tenia él mas de ocho años. Para mayor seguridad la Reina, madre de la doncella, la entregó á su suegro, y así la llevaron á Portugal. Era tan grande el deseo de efectuar y establecer esta paz y concordia, que aunque no se dió en dote cosa alguna á doña Costanza, al de Portugal le dieron con su esposa á Olivenza y Congüela y otro pueblo, que se llama el Campo de Moya, con alguna nota de la grandeza de Castilla y grandísima señal de miedo; pero tal era el estado de las cosas y la revuelta de los tiempos, que no se avergonzaron de rescatar la paz con su deshonra y menoscabo. Lo que el rey de Portugal hizo cuando se tornó á su tierra solamente fué dar trecientos hombres de á caballo escogidos, y por capitan dellos á Juan Alonso de Alburquerque para que estuviesen en servicio del rey de Castilla contra don Juan, tio del rey don Fernando, que se intitulaba rey de Leon, como arriba dijimos. Esta ayuda de Portugal y toda esta costa fué de mas ruido que provecho, y así, los caballeros se tornaron á Portugal sin dejar hecha cosa alguna. Por otra parte, don Alonso de la Cerda habia tomado á Almazan y otros lugares que están allí á la redonda á la raya de Aragon y puesto allí soldados de guarnicion. Sigüenza fué acometida por los soldados de don Juan de Lara, que cae cerca de la misma raya; pero por el gran valor de los ciudadanos se defendió y estuvo constante en su fe. Los conjurados tenian gran falta de dineros, que lo demás parecia que les era fácil y favorable; y porque no faltase para las provisiones y pagas, batieron moneda con las insignias y nombre de rey, baja de ley de manera tal, que si la ensayaban y hundian, se perdia gran parte del valor. Don Dionisio, rey de Portugal, á ruego de su yerno, vino con buen escuadron de gente de guerra en su favor y ayuda por la parte de Ciudad-Rodrigo, pero con mayor sosiego y gana de paz que las cosas tan revueltas requerian. Así, sin hacer efecto alguno casi como enojado se tornó á Portugal. La causa de su enojo fué querer que al infante don Juan, que usurpaba título de rey, le dejasen para él y sus herederos y sucesores la provincia de Galicia, de que por fuerza de armas estaba apoderado, y que la ciudad de Leon la gozase por sus dias. La Reina y los grandes de Castilla no eran deste parecer, porque debajo de aquella muestra de paz se encerraban deshonor, daño y menoscabo del reino, cuya autoridad se disminuia, y cuyas fuerzas se enflaquecian con quitalle una provincia tan principal. Con la vuelta del rey de Portugal algunos grandes de Castilla, que hasta entonces por miedo estuvieron sosegados, comenzaron muy fuera de tiempo á alborotarse. Parece que de la revuelta del reino querian tomar ocasion unos para vengar sus injurias, otros para acrecentar sus estados. El sufrimiento de la Reina fué maravilloso y su disimulacion, porque de su voluntad acudia á sus codicias, y les daba las villas y castillos que ellos pretendian, á trueco de conservar la paz; que es gran prudencia en tiempos revueltos acomodarse á la necesidad, y no hay ninguno tan amigo de las armas que no quiera mas alcanzar lo que desea con sosiego que poner su persona al peligro. Sobre el reino de Sicilia andaba la guerra muy brava. El crédito de Rugier Lauria era grande, mucho lo que ayudaba á la parte de Francia, que parece llevaba consigo la victoria y buenandanza á la

parte que se acostaba y allegaba. Por su buena diligencia se ganaron muchas plazas que estaban por los sicilianos en lo postrero de Italia, que fué la causa de que en Sicilia le acusaron de aleve; y como fuese por sentencia condenado, le despojaron de un gran estado que en aquella isla tenia, merced de los reyes pasados en premio de sus grandes méritos y servicios. Desde á poco, como se hobiese apoderado en la Calabria de la ciudad de Cantanzaro y pretendiese ganar el castillo, que todavía se tenia por los contrarios, fué vencido en una batalla por menor número de soldados que los que él tenia. El hacer poco caso de sus enemigos fué ocasion deste daño, que el popar al enemigo siempre es peligroso, demás que se dice peleó con el sol de cara, otro daño no menor. Muchos fueron los muertos; los mas se salvaron por la escuridad de la noche. El mismo capitan Rugier con algunas heridas que le dieron en la batalla se estuvo escondido en unos lugares allí cerca hasta tanto que se pudo escapar, y pasó en Aragon con gran deseo de vengarse. Fué tanto mayor la pesadumbre que recibió desta desgracia, que nunca tal le aconteció, como el que siempre salió victorioso en las demás batallas. Desde Aragon el Rey y Rugier, caudillos de aquella empresa, señalados por los principes confederados de comun consentimiento, se hicieron á la vela con una gruesa armada que ya tenian aprestada, en que se contaban no menos de ochenta galeras. Llegaron con buen tiempo á Roma; el sumo Pontifice les bendijo el estandarte real, y á ellos echó su bendicion. En Nápoles se les juntó Roberto, duque de Calabria, con otra arınada que tenia á punto. Corrieron las marinas de Sicilia, donde todo al principio lo hallaron mas fácil de lo que pensaban. Apoderáronse de la ciudad de Pati, que se entiende Ptolemeo llamó Agatirion, y de otros castillos por aquella comarca. Desde allí, doblado el promontorio Peloro, que es el cabo de Melazo cerca de Mecina, y pasado el Estrecho, no pararon hasta ponerse sobre la ciudad de Siracusa. El cerco fué muy apretado por mar y por tierra, y sin embargo, duró muchos dias; esto, y por estar los lugares tan distantes, convidó á los ciudadanos de Pati para que, echada la guarnicion que tenian, volviesen al poder del rey don Fadrique. Trataban de combatir el castillo, que todavía se tenia por Aragon. Acudió por mandado del rey de Aragon Juan Lauria con veinte galeras para socorrer los cercados; proveyó el castillo de vituallas y lo demás necesario para la defensa; á la vuelta empero fué preso él y diez y seis galeras de las que llevaba por los de Mecina, que, puesta su armada en órden, le salieron al encuentro y le vencieron. Es aquel Estrecho muy peligroso á causa de las grandes corrientes y remolinos que tiene; altéranse las olas sin órden, y á manera de vientos combaten entre sí y corren á fuer de un arrebatado raudal, ora hácia una parte, ora hácia la contraria, de que resultan remolinos y peligros muy grandes para los que navegan. La experiencia que desto tenian ayudó mucho á los sicilianos, y fué causa que los aragoneses se perdiesen por saber poco de aquel paso. La ciudad de Siracusa en el entre tanto se defendia valerosamente; ayudaba mucho la presencia del rey don Fadrique, que se puso en los lugares cercanos, y estaba alerta para aprovecharse de la ocasion. Por estas dificultades los aragoneses fueron forzados á alzar

el cerco, en especial que el ejército le tenian muy menoscabado, muertos mas de diez y ocho mil hombres, que perecieron á causa de los grandes calores, á que no estaban acostumbrados; y de la falta de las cosas necesarias procedieron graves enfermedades. Pusieron acusacion á Juan Lauria en Mecina; mandaronle que desde la cárcel hiciese su descargo; finalmente se vino á sentencia, y le cortaron la cabeza como á traidor. Fué increible el dolor que Rugier Lauria, su tio, recibió deste caso; bufaba de coraje y de pesar, que bien entendió aquella afrenta y aquel daño se hacia á su persona propia. No pudo acudir luego á la venganza porque en compañía del rey de Aragon era pasado en España. Dende, pasados los frios del invierno, ambos volvieron sobre Sicilia con mucho mayor armada que antes. Juntáronseles en el camino dos hijos del rey de Nápoles, es á saber, Roberto y Filipo. Llegaron todos juntos al cabo de Orlando, que está cerca de la ciudad de Pati; el número de las galeras era cincuenta y seis sin otros muchos bajeles. El rey don Fadrique, como viese animada su gente por la victoria pasada, acordó de representar la batalla á sus enemigos, dado que su armada era mucho menor, que no pasaba de hasta cuarenta galeras. Peleó valerosamente, mas al fin fué desbaratado; sus galeras, parte tomadas por los contrarios, parte se pusieron en huida. Fué grande la crueldad de que el general Rugier Lauria usó con los cautivos; hizo morir gran número dellos con deseo de vengarse; entre los otros degollaron á Conrado Lanza, hombre muy principal, de que resultó grande odio contra la gente catalana. El mismo don Fadrique estuvo en gran riesgo de ser preso, porque como quier que hobiese defendido su galera por largo espacio, ya que la iban á tomar, cayó desmayado; los suyos sacaron la galera de la batalla, con la cual y otras pocas se retiraron á Mecina. Con tanto el rey de Aragon, á instancia que le hicieron desde España y causas que alegaban y razones verdaderas ó aparentes, sin pasar adelante dió la vuelta, no sin queja del Papa y del rey de Nápoles. Verdad es que los mas cuerdos aprobaban este acuerdo ; que sin duda era cosa recia por negocios ajenos poner los suyos en balanzas y su persona á riesgo; fuera de que ganada aquella victoria, no dejaba de condolerse del rey don Fadrique, que en fin era su hermano. Dióse aquella batalla memorable y de las mas señaladas de aquel tiempo un dia sábado á 4 del mes de julio, año de 1299. En el mismo año falleció en Roma don Gonzalo, cardenal y arzobispo de Toledo, como lo reza la letra de su sepultura en Santa María la mayor de aquella ciudad. Sucedióle su sobrino don Gonzalo III. Su padre, Dia Sanchez Palomeque; su madre, doña Teresa Gudiel, hermana del Cardenal, ciudadanos de Toledo. Sobre el tiempo en que le eligieron hay dificultad; quién dice que algunos años antes, cuando su tio despues de la muerte del rey don Sancho partió para Roma, á lo que se entiende, á negociar dispensase el Papa en aquel su casamiento; quién que cuando el papa Bonifacio VIII le hizo cardenal por el mes de diciembre del año próximo pasado de 1298, por ser aquellas dignidades incompatibles y costumbre que el obispo á quien daban capelo dejase el obispado; quién que subió á aquella silla por muerte del Cardenal. Esto nos parece mas probable por hallarse en papeles, que este año por el mes

de agosto se llama electo de Toledo; así los años antes tuvo por su tio el gobierno de aquella iglesia, mas no la dignidad. Volvamos á Sicilia, donde los franceses se quedaron para llevar su intento adelante, seguir la victoria y ejecutalla; pero hicieron un yerro manifiesto, que dividieron el ejército en dos partes. Roberto y Rugier Lauria se encargaron de cercar á Rendazo, que es una plaza muy fuerte, puesta entre Pati y Catania casi á la mitad del camino. Filipo, duque de Taranto, fué con parte de la armada á correr las marinas del cabo de Trapana. Acudió á aquella parte el rey don Fadrique, tomó á los contrarios de sobresalto, y con su arrebatada venida se dió la batalla, en que fueron vencidos los franceses, y Filipo, su general, preso; que fué una buena ocasion para hacer las paces y confederarse aquellas dos naciones con una alianza que se hizo, tan dichosa y acertada cuanto la guerra era desgraciada. CAPITULO III.

Del año del jubileo.

Corria á la sazon el año postrero deste siglo, es á saber, el de nuestra salvacion de 1300, año muy señalado por una ley que hizo y publicó para que se guardase perpetuamente el pontífice Bonifacio, tomada en parte de la costumbre antigua de la ciudad de Roma, que celebraba su fundacion con ciertos juegos y fiestas cada cien años, en parte de la usanza y ley del pueblo judáico, donde cada cincuenta años habia jubileo. Ordenó pues que al fin de cada cien años se concediese plenaria indulgencia y remision de todos los pecados á todos los que en aquel año devotamente visitasen las iglesias de Roma, iglesias llenas de devocion, de sagradas reliquias y antigüedad. Esta ley era á propósito y se enderezaba para ennoblecer la majestad de Roma y para aumentar el culto de la religion. La cual Clemente VI redujo á cada cincuenta años; y mas adelante Sixto IV, con otra nueva ley y constitucion que hizo, atenta la humana flaqueza y la brevedad de la vida, mandó que se guardase y celebrase el jubileo cada veinte y cinco años. Fué grande el concurso de gente que aquel año acudió á la ciudad de Roma á fama deste jubileo. Entre otros vino Cárlos de Valoes, casado en segundo matrimonio con madama Catarina, hija de Filipo, nieta del emperador Balduino; y así pretendia cobrar el imperio de Grecia, á él debido como en dote de su mujer. Si salia con la empresa, publicaba renovaria la guerra de la Tierra-Santa, que tenian olvidada de tantos años atrás. Cosa honrosa para el sumo Pontífice, que en su tiempo y con su favor se tornasen á tomar las armas para la guerra sagrada. Veuia el Papa bien en esto; prometia que no saldrian vanas las esperanzas de Cárlos, con tal que desde Francia tornase á Italia á la primavera con ejército bastante. En Vizcaya, que estaba en poder de Diego Lopez de Haro, hermano de don Lope Diaz de Haro, aquel que dijimos fué muerto en Alfaro en tiem po del rey don Sancho, se edificó la villa de Bilbao, la mas noble de toda aquella provincia á la ribera del rio Nervio; los moradores por la mucha anchura que lleva le llaman Ibaisabelo. Está dos leguas del mar, y porque allí se traen muchas mercadurías que de las naves se descargan, hay gran comercio y concurso de gente. Los mercaderes de Bermeo, por la comodidad del luM-1.

gar, los mas dellos se pasaron á morar y hacer su asiento en aquella poblacion nueva. A los moradores se les concedió que viviesen conforme á los fueros de Logroño. En Lérida otrosí fundó el rey de Aragon universidad, y le concedió los privilegios acostumbrados; llamaron maestros que leyesen en ella todas las ciencias con salarios que les señalaron. En aquel tiempo era virey de Navarra por los franceses Alonso Roleedo, sin que sucediese cosa en aquella provincia por entonces que de contar sea, sino que gozaban de una paz y sosiego grande, que es lo mas principal que se puede desear, como quier que las otras provincias de España estuviesen continuamente atormentadas con guerras y desasosiegos. Este envió á Valladolid un embajador á la Reina, que era la que tenia en pié las cosas entonces con su valor y prudencia, á pedille restituyese todo el término desde Atapuerca, que es una villa así llamada junto á Búrgos, hasta las fronteras de Navarra; alegaba que les pertenecia, y que antiguamente lo quitaron á gran tuerto los reyes de Castilla á los navarros sin otro derecho mas del que consiste en la fuerza. La Reina mandó fuesen muy bien tratados los embajadores y que espléndidamente los hospedasen. La respuesta que les dió fué que bien entendia no se pedia aquello de órden ni por voluntad del rey de Francia, y que el derecho de reinar mas consiste en la posesion fresca y nueva y en el uso della que en títulos y papeles viejos y olvidados. Los embajadores, visto el mal despacho que les daban, acudieron á don Alonso de la Cerda y á don Juan Nuñez de Lara, ca pensaban por aquel camino alcanzar mas fruto de su embajada. Estos señores, acometido que hobieron á Palencia, que casi estuvieron á pique de tomalla por traicion de algunos ciudadanos, como no les salió bien la empresa, estaban retirados en Dueñas. Allí, oidos los embajadores, hicieron mercedes con larga mano del señorío ajeno, y fué don Juan de Lara á Francia para que en presencia de aquel Rey tratase de todas las condiciones y incitase á los franceses á que con brevedad les acudiesen con el socorro de gente necesario. Poco fruto sacaron de toda aquella diligencia, si bien los mismos hermanos Cerdas fueron asimismo á Francia en pos de don Juan Nuñez de Lara; pero ni los unos ni los otros sacaron de su trabajo mas que buenas y corteses palabras, como quiera que al Francés le fuese mas en la guerra de Flandes, que andaba trabada entre aquellas dos naciones, que en la que tan léjos les caia y les era de menos importancia. Solamente, hecha su confederacion, Filipo, rey de Francia, les dió licencia para que pudiesen hacer gente en Navarra. Hiciéronlo así, y un escuadron de soldados entró por aquella parte en el distrito de Calahorra. Salióles al encuentro don Juan Alonso de Haro, señor de los Cameros, y en un rebate que tuvo con ellos los venció y prendió á su caudillo don Juan Nuñez de Lara, al cual no quiso poner en libertad hasta tanto que restituyese todos los castillos y pueblos del reino que le entregaran en tenencia. Ultra desto, juró que guardaria lealtad al rey don Fernando y le seria buen vasallo. Desto mismo tomó ocasion el rey de Aragon para poner debajo de su corona la ciudad de Albarracin, que antes restituyó al dicho don Juan. Junto con esto el infante don Juan, tio del rey don Fernando, dejadas las armas, en que tenia poco remedio contra las fuerzas de su so

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brino, que de cada dia iban en aumento, se resolvió de seguir mejor partido. Tratóse dello, y el concierto se hizo el año del Señor de 1301. Las capitulaciones del asiento fueron estas: que ante todas cosas dejase el nombre de rey que usurpara; que restituyese todas las ciudades y pueblos de que se apoderó en el tiempo de la guerra; que el principado de Vizcaya, que pretendia ser dote de su mujer, le dejase á don Diego Lopez de Haro, y á él diesen en trueco á Medina de Ruiseco, Castronuño, Mansilla, Paredes y Cebreros, lugares de que le hicieron merced la Reina y el Rey, su hijo, por excusar nuevas alteraciones y para que tuviese con qué sustentar su vida como persona que era tan principal. CAPITULO IV.

De Raimundo Lullo.

Dos cosas sucedieron este año, ni muy pequeñas ni muy señaladas, de que pareció todavía hacer mencion en este lugar. La una fué la muerte de Raimundo Lullo, persona que tuvo gran fama de santidad y de dotrina; la otra el agravio que se hizo á don Garci Lopez de Padilla, maestre de Calatrava, en deponelle de aquella dignidad. Raimundo fué catalan de nacion, nacido en la isla de Mallorca. Ocupóse siendo mas mozo en negocios y mercadurías con pretension de adelantarse en riquezas y seguir en esto las pisadas de sus antepasados, gente de honra y principal. Llegado á mayor edad se recogió al yermo, cansado de las cosas deste mundo y con deseo de huir la conversacion de los hombres. En aquella soledad escribió un arte, que por nuevos atajos y senderos en breve introduce al lector en conocimiento de las artes liberales, de la filosofía y aun tambien de las cosas divinas. Cosa de tan grande maravilla, que persona tan ignorante de letras, que aun no sabia la lengua latina, sacase, como sacó á luz, mas de veinte libros, algunos no pequeños, en lengua catalana, en que trata de cosas, así divinas como humanas, de suerte empero que apenas con industria y trabajo los hombres muy doctos pueden entender lo que pretende enseñar, tanto, que mas parecen deslumbramientos y trampantojos, con que la vista se engaña y deslumbra, burla y escarnio de las ciencias, que verdaderas artes y ciencias. Puesto que él testifica alcanzó lo que enseña por divina revelacion en un monte en que se le apareció Cristo, nuestro Dios y Señor, como enclavado en la cruz. Lo que en él merece sin duda ser alabado es que con deseo de extender la religion cristiana y convertir los moros pasó en Africa, y llegado á Bugia en la costa de Mauritania, como quier que no cesasc de amonestar y reprehender aquella gente bárbara, de dos veces que allá fué, la primera le prendieron y maltrataron, la segunda le mataron á pedradas. Su cuerpo, traido á Mallorca, de aquellos isleños es tenido en grande veneracion, dado que no está canonizado ni su nombre puesto en el número de los santos. Sobre sus libros hay diversas opiniones. Muchos los tachan como sin provecho y aun dañosos, otros los alaban como venidos del cielo para remedio de nuestra ignorancia. A la verdad quinientas proposiciones sacadas de aquellos libros fueron condenadas en Aviñon por el papa Gregorio XI á instancia de Aimerico, fraile de la órden de los Predicadores y inquisidor que era en España, ciento de las cuales proposicio

nes puso Pedro, arzobispo de Tarragona, en la segunda parte del Directorio de los Inquisidores. Si va á decir verdad, muchas dellas son muy duras y malsonantes, y que al parecer no concuerdan con lo que siente y enseña la santa madre Iglesia. Esto nos parece; debe ser por nuestra rudeza y grosería, que impide no alcancemos y penetremos aquellas sutilezas en que los aficionados de Raimundo hallan sentidos maravillosos y misterios muy altos como los que tienen ojos mas claros, ó por ventura adivinan y fingen que ven ó sueñan lo que no ven, y procuran mostrarnos con el dedo lo que no hay. De los cuales hay en este tiempo gran número, y cátedras en Barcelona, Mallorca y Valencia para declarar los dichos libros, buscados con gran cuidado y estimados despues que fueron reprobados; que si no se hiciera dellos caso, el tiempo por ventura los hobiera sepultado en el olvido. Esto de Raimundo Lullo. Sus discípulos dicen que fué de noble linaje y que falleció en edad de setenta y cinco años, el de Cristo de 1315. Sospecho que en esto se engañan por lo que de los libros del mismo se saca. Lo cierto que fué casado y que dejó mujer y hijos pobres, por donde se ve que no fué tan grande alquimista como algunos le hacen. Al maestre de Calatrava derribó el desabrimiento que contra él tenian los caballeros de su órden, causado de su severidad y recia condicion. Ofrecióseles buena ocasion para ejecutar su saña, y fué que los nuestros no tenian fuerzas para reprimir á los moros por ser los tiempos tan revueltos y turbios, y aun hallo que el año pasado los moros se apoderaron de la villa de Alcaudete y la quitaron á los caballeros de Calatrava. Acometieron á Vaena, pero ya que tenian ganada buena parte de aquella villa, fueron lanzados por el valor y esfuerzo de los soldados que dentro tenia. Pusieron cerco á Jaen y la combatian con todo su poder. Imputaron todo este daño al Maestre, y en particular le achacaron que por su culpa se perdió Alcaudete; demás que decian de secreto tenia inteligencias y favorecia á don Alonso de la Cerda. Esta era la voz y el color, como quier que, mal pecado, aborreciesen su áspera condicion y su severidad; su valor y esfuerzo y gran destreza en las armas los atemorizaba, y por el miedo le aborrecian. Juntaron capítulo, en que absolvieron del maestrazgo á don Garci Lopez de Padilla, y pusieron en su lugar á don Aleman, comendador de Zorita, á sinrazon y contra justicia, como poco despues lo sentenciaron los jueces que sobre este caso señaló el Papa, es á saber, los padres de la órden del Cistel. Volvió pues á su dignidad al fin deste año y gobernó mucho tiempo aquella órden; mas como el aborrecimiento que le tenian los caballeros quedase mas reprimido que remediado, adelante al cabo de su vejez le tornaron á poner nuevos capítulos y acusaciones, con que de nuevo le depusieron, y en su lugar eligieron al maestre don Juan Nuñez de Prado, no con mejor derecho que al pasado. Verdad es que, como quier

que don García por la vejez se hallase muy cansado y sin fuerzas, no solo para los trabajos de la guerra, sino aun para las cosas del gobierno, de su voluntad dejó á su contrario el maestrazgo, que tan contra justicia y sin razon le quitaron. Solo se reservó algunos pueblos en Aragon con que pasar su vejez ; caballero de gran valor, no solo por sus grandes hazañas, sino en particular por menospreciar aquella dignidad y honra con deseo

de la paz y sosiego, perdonando con ánimo muy generoso el agravio recebido de sus contrarios. Volvamos con nuestro cuento al camino y órden que llevamos.

CAPITULO V.

De las bodas del rey don Fernando.

Tratábase con gran cuidado de alcanzar dispensacion del Papa para efectuar los casamientos que entre Portugal y Castilla tenian concertados, ca eran prohibidos

dos en confesion se le dé cárcel perpetua, y para su sustento solamente pan y agua. El octavo cánon manda que se paguen á la Iglesia los diezmos de todas aquellas cosas que la tierra produce, aunque no sea cultivada. Prohíbese en el nono que las hostias con que se ha de decir misa no se hagan sino por mano de los sacerdotes ó en su presencia. Demás desto, se determinaron otras muchas cosas provechosas para aumento del culto divino. El mes de mayo siguiente murió Mahomad Miro, rey de Granada; sucedióle su hijo mayor Mahomad Alhamar. Dió este trueco mucho contento á los nuestros por dos respetos, el uno que hobiese faltado el padre, que era valeroso y de grande industria; el otro por suceder su hijo, que era ciego. Verdad es que Farraquen, señor de Málaga, que era su cuñado, hombre de valor y lealtad para con el nuevo Rey, se encargó del gobierno público, así de las cosas de la guerra como de la paz. En Sicilia por el mismo tiempo á cabo de tantas alteraciones y guerras en fin se asentó la paz. Fué así, que junto á la isla de Ponza en una batalla naval fueron vencidos los sicilianos y preso Conrado Dorja, ginovés, general que era de la armada. Los sicilianos por esta rota comenzaron á temer, y los franceses cobraron esperanza de mejorar su partido, tanto, que sin tardar se pusieron sobre Mecina, que es el baluarte y fuerza principal de toda la isla. Llegó á peligro de perderse, defendióse empero por la constancia y valor de los ciudadanos y la buena diligencia del rey don Fadrique, que sabia muy bien cuánto le importaba aquella ciudad. La reina doña Violante acompañó á Roberto, su marido, en aquella jornada, que á la sazon estaba en Catania. A su instancia y por sus ruegos los dos príncipes se juntaron para verse y tratar de sus cosas en las marinas de Siracusa, en la torre llamada de Maniaco. Procuraron asentar las paces; solo pudieron acordar treguas por algunos dias con esperanza que se dieron que en breve se concluiria lo que todos deseaban. Hizose así, sin embargo que sobrevinieron á mala sazon dos cosas, que pudieran entibiar y aun desbaratar todas estas práticas, es á saber, la muerte de doña Violante, que falleció en Termini, ciudad que se tenia por los franceses, no léjos de Palermo; el otro inconveniente fué la venida de Cárlos de Valoes, que con intento de recobrar el imperio de los griegos abajó á Italia, y por hallar en Toscana las cosas muy alteradas pasó en Sicilia. Contra este peligro proveyó el rey don Fadrique que alzasen todos los bastimentos y los recogiesen en las plazas mas fuertes, y los que no pudiesen recoger los echasen á mal; todo esto con intento de excusar de venir á batalla con los enemigos. Con esto y con que se resfrió aquella furia con que los franceses vinieron, los redujo á términos de mover ellos mismos tratos de paz, que tambien él mucho deseaba. Finalmente, entre Jaca y Calatabelota, plaza en que don Fadrique se hallaba, por ser lugar muy fuerte, los tres príncipes se juntaron. Hobo muchos dares y tomares sobre asentar el concierto; por conclusion, las paces se asentaron con las capitulaciones siguientes: Filipo, principe de Taranto, sea puesto en libertad, asimismo todos

por derecho á causa del parentesco entre los desposados. Tenian esperanza otorgaria con lo que pretendian, porque, demás de ser el negocio muy justificado, el pontífice Bonifacio se preciaba traer su orígen y descendencia de España, con que parecia favorecer á los españoles, y aun comenzaba á desabrirse con los franceses. Los reyes de Castilla y de Portugal sobre esta razon se juntaron en Plasencia; acordaron de enviar sus embajadores á Roma, por cuyo medio consiguieron lo que deseaban. Demás desto, dispensó tambien el Pontífice en el casamiento de la reina doña María y del rey don Sancho, que tenia la misma falta, si bien don Sancho era ya muerto, y muchos decian no poderse revalidar los casamientos de difuntos que de derecho eran nulos, como gente que ignoraba cuán grande sea la autoridad de los sumos pontífices, cuyos términos extienden algunas veces por respetos que tienen y consideraciones, otras por el bien y en pro comun. Como vino la dispensacion, con nuevo gozo y alegría se hizo el casamiento del rey don Fernando y doña Costanza en Valladolid, y se celebraron las solemnidades de las bodas, que dilataran hasta entonces, así por la edad del Rey como por el parentesco que lo impedia. Ordenaron la casa real, y el Rey se encargó del gobierno. Don Juan Nuñez de Lara fué nombrado por mayordomo de palacio. Al infante don Enrique, tio del Rey, dieron á Atienza y á Santisteban de Gormaz en recompensa del gobierno del reino que le quitaban. Todas estas caricias no bastaban para sanar su mal pecho, porque se halla que á un mismo tiempo con trato doble y muestras fingidas de amistad tenia suspensos á los aragoneses y á los moros. Era su condicion y costumbre estar siempre á la mira de lo que sucediese y seguir el partido que le pareciese estalle mejor, que fué la causa de hacer se alzase el cerco que tenia sobre Almazan, villa que se tenia por los Cerdas; y la gente de guerra de Castilla que estaba sobre ella fué enviada á otras partes. En Hariza se vió con el rey de Aragon sobre sus haciendas y aliarse, todo con la misma llaneza que tenia de costumbre con los demás. Tuvo el rey de Aragon cercada mucho tiempo á Lorca, ciudad bien fuerte en el reino de Murcia, y al principio del año del Señor de 1302 la vino á ganar. Hay una villa muy noble en Castilla la Vieja á la ribera del rio Duero, que se llama Peñafiel; allí se celebró concilio de los obispos y prelados de la provincia de Toledo. Abrióse á 1.o dia del mes de abril. Presidió en este Concilio don Gonzalo, arzobispo de Toledo. Entre otras constituciones mandaron que los clérigos no tuviesen concubinas públicamente, pena de ser por ello castigados. Tales eran las costumbres de aquellos cautivos de la una y de la otra parte; el rey don Fa

siglo, que les parecia lacian harto en castigar los pecados públicos. Esto contiene el tercer cánon. El sexto manda que al sacerdote que revelare los pecados sabi

drique deje todo lo que tiene en la tierra firme de Italia, y al contrario, los franceses las ciudades y fuerzas de que en Sicilia están apoderados; doña Leonor, herma

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