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que por la larga ausencia de los reyes la gente habia tomado. Tratóse del remedio; por consejo y parecer de personas principales y de letras se ordenaron y establecieron nuevas leyes con que el pueblo fuese regido y mantenido en justicia y en paz. Estas leyes son las que vulgarmente se llaman del Fuero Nuevo. Dado que hobieron asiento en las cosas de aquel reino, los nuevos reyes se volvieron á Francia con voz de favorecer al rey Francés, su deudo y amigo, contra los ingleses, que tornaban con las armas á la demanda del reino. La verdad era que el amor de la patria los aquejaba; las riquezas otrosí de Francia, trajes, vestidos y abundancia les hacia menospreciar la pobreza de Navarra. Dejaron para gobierno del reino á Enrique Soliberto, de nacion francés, gran dolor de los naturales por duralles tan poco su alegría y considerar cuán tarde caian en la cuenta y cómo les engañaba su esperanza. ¡Cuán breves son y engañosos los contentos deste mundo! ¡La buenandanza cuán presto se pasa!

CAPITULO XXI.

Que la guerra contra los moros se renovó.

Aquejaban á Castilla por una parte las discordias civiles, por otra el cuidado de la guerra contra los moros. Lo que sobre todo apretaba era la falta de dineros para hacer las provisiones y pagar á los soldados. Juntáronse Cortes del reino en Madrid. En estas Cortes se establecieron algunas notables leyes: una, que en la casa real ninguno tuviese mas que un oficio; otra, que sin llamar Cortes no se impusiesen nuevos pechos; tercera, que no se diesen beneficios á los extranjeros. Los pueblos otrosí ofrecieron el dinero necesario para la guerra tanto con mayor voluntad, que los moros por el mismo tiempo se apoderaran de la villa de Priego, que está á la raya de los dos reinos, y era de la órden de Calatrava. No fué necesario derramar sangre, porque el mismo alcaide que la tenia en guarda la entregó. Buscaban algun medio para sosegar á don Juan Manuel y sus consortes, y demás desto para granjear al rey de Aragon y hacer que acudiese con sus fuerzas en ayuda desta guerra. Lo uno y lo otro se efectuó, y en particular para reducir á don Juan le restituyeron á doña Costanza, su hija, que hasta entonces la detuvieron en la ciudad de Toro, con que la cuita y la afrenta se doblaba; repudialla y tenella como presa. Por otra parte apretaron á Juzef, el judío de Ecija, de quien se ha hablado, para que diese cuenta de las rentas reales que tenia á su cargo, todo á propósito de hallar ocasion para derriballe, que no podia faltar. Fué así, que no hizo su descargo bastantemente; con esta color le privaron del cargo de tesorero general. Demás desto, para adelante ordenaron que á ninguno que no fuese cristiano se encargase aquel oficio. Asimismo que el tesorero no se llamase almojaribe, apellido que por ser arábigo era odioso, sino que adelante se nombrase tesorero general; ordenanza que dió satisfaccion á todo el reino. El rey de Portugal envió quinientos caballos de socorro; el de Aragon y don

Juan Manuel prometieron de hacer entrada en tierra de moros por otra parte. Era doa Juan Manuel frontero por la parte de Murcia, y por su teniente Pero Lopez de Ayala. El rey de Castilla, juntade que tuvo su ejército, rompió por la parte del Andalucía en tierra de Granada; puso cerco sobre Teba de Hardales, villa muy fuerte, que fué el año de 1330. Ozmin con seis mil jinetes que su Rey le dió estaba alojado en Turron, tres leguas de Teba, desde donde hacia gran daño á nuestra gente, mayormente cuando salian á hacer forraje ó dar agua á los caballos, que por lo demás no se atrevia venir á batalla. En este medio los cristianos ganaron la villa de Pruna; Ozmin cautelosamente envió tres mil caballos al rio que allí cerca pasa para dar vista á los enemigos, y por otra parte, cuando la batalla estuviese mas trabada apoderarse él tle nuestros reales. Fué el Rey avisado deste intento. Envió adelante un grueso escuadron de gente contra los moros, y él con los demás á punto se quedó en el real, que fué engañar una astucia con otra; además que los moros fueron puestos en huida, y los nuestros en su seguimiento con el mismo ímpetu que llevaban entraron por los reales contrarios, que no tenian defensa, saquearon y robaron todas las tiendas y bagaje. Con esto los de Teba, perdida la esperanza de defenderse, por el mes de agosto rindieron la villa, salvas solamente las vidas. Cañete otrosí y Priego sin dilacion hicieron lo mismo sin otros muchos castillos y fortalezas. Fué tanto mayor la honra que ganó el rey don Alonso, que ni el rey de Aragon ni don Juan Manuel ayudaron, como prometieron, por su parte. El uno aun no andaba bien llano, el otro se excusaba con los ginoveses, que le alborotaban la isla de Cerdeña, á que le era forzoso acudir; demás desto el socorro de Portugal se era tornado á su tierra. Todo esto fué ocasion de nuevo desabrimiento, en especial contra don Juan Manuel y sus aliados, y de tomar asiento con los moros, como se hizo á la primavera, debajo que cada un año pagasen de tributo doce mil ducados. Esto asentado, se dió lugar al comercio y trato de una parte á otra y saca á los moros de trigo y otras provisiones de Castilla. Todo lo cual se efectuó con tanto mayor voluntad, que el Rey en Sevilla, do se concertaron las paces, se comenzaba á entregar á doña Leonor de Guzman de tal suerte, que la tenia y trataba como si fuera su legítima mujer. Esta señora en linaje, apostura y riquezas se pudiera tener por dichosa; su padre fué Pero Nuñez de Guzman, su marido Juan de Velasco, que poco antes falleciera; con la conversacion del Rey mas fama ganó que loa. Deste trato tuvo mucha generacion, y en particular un hijo, que despues de su muerte y despues de grandes trances últimamente vino á ser rey. El capitan Ozmin falleció en la ciudad de Granada; dejó dos hijos, Abraham y Abucebet. El rey Moro, privado de tal amparo y consejo y con deseo de intentar nuevas esperanzas, pasó en Berbería para traer dende nuevas gentes y dar principio á una nueva guerra, brava y sangrienta, cual fué la que adelante se encendió en España, segun que en el libro siguiente se declara.

LIBRO DÉCIMOSEXTO.

ca.

CAPITULO PRIMERO.

Que el rey de Granada pasó en Africa.

La tercera parte de la redondez de la tierra es AfriTiene por linderos á la parte del occidente el mar Océano Atlántico; á la del oriente á Egipto y al mar Bermejo, mar bajo y sin puertos; al setentrion la baña el mar Mediterráneo. Combatida por el un costado y por el otro de las furiosas olas del mar Océano, de anchisima que es, se estrecha y adelgaza en forma piramidal hasta rematarse por la banda del sur en una punta que llamaron primero cabo de las Tormentas, y hoy se llama el cabo de Buena Esperanza. Los moradores desta tierra son de muchas raleas, diferentes en leyes, ritos, costumbres, trajes, color y en todo lo al. Lo mas interior habitan los etíopes largamente derramados, todos de color bazo ó negro. Siguense luego los de Libia, y despues los númidas, generaciones de gentes que se dividen entre sí, y parten términos por las altas cumbres y cordilleras del monte Atlante. Por la costa y ribera de nuestro mar se extienden los que por su propio nombre llamamos africanos, berberiscos ó moros. En esta parte los campos son buenos de pan llevar y para ganados; arboledas hay pocas, llueve en ellos raras veces; tienen asimismo pocas fuentes y rios. Los hombres gozan de buena salud corporal, son acostumbrados al trabajo y muy ligeros. Vencen las batallas mas con la muchedumbre de la gente que con el verdadero valor y valentía; sus principales fuerzas consisten en la gente de á caballo. En esta provincia Albohacen, noveno rey de Marruecos, de la familia y linaje de los Merinos, poseia por este tiempo un anchísimo imperio; habia con perpetua y dichosa guerra domado todos los príncipes comarcanos, y era el que parecia podia aspirar al señorío de toda España por ser muy temido de los criastianos, y por su persona hombre singular, de loables costumbres, dotado de muchas partes, así del alma como del cuerpo. Traia guerra con Botejefin, rey de Tremecen, llevando adelante en esto las enemistades que su padre con él tuvo. Esto era lo que le faltaba para acabar de sujetar toda aquella provincia y lo que le hacia estorbo para acometer á España, á que le incitaban las antiguas victorias de sus antepasados, y encendíale el deseo de restituir en España y adelantar el imperio de los moros. Mahomad, rey de Granada, como el que tenia pocas fuerzas, pasó el mar para verse con Albohacen, deseoso de que fuesen compañeros en la guerra y de revolver á Africa con España. Llegado á Fez, ciudad nobilísima de la Mauritania Tingitana, fué espléndida y inagníficamente recebido y tratado del rey Bárbaro, puestas en olvido las contiendas viejas que antes tuvo, ca era enemigo de Ozmin y de su casa. Cada uno dellos procuró mostrarse al otro mas cortés, dadivoso y mas amigo. Llegaron á tratar de sus haciendas un dia para ello

señalado. El rey de Granada habló al rey Bárbaro en esta manera: «En España, poderoso Rey, apenas podemos sufrir la guerra; las fuerzas de mi reino están ya gastadas y la gloria de nuestra gente escurecida; no sabré fácilmente decir si los tiempos ó nosotros tenemos la culpa dello. En el postrer rincon de la Andalucía estamos ya retirados, cercados de todo género de miseria, de manera que con dificultad conservamos la libertad y la vida. Tengo vergüenza de decirlo, pero en fin lo diré; ojalá se nos concediera ser sujetos con algunas honestas y tolerables condiciones, y que pudiéramos estar seguros de que nuestros enemigos nos las guardaran; pero habémoslas con quien piensa que gana el cielo haciéndonos daño y engañándonos, y que para con nosotros no hay religion ni juramentos que les obliguen á guardarnos las treguas y capitulaciones que nos prometieren. Hácennos entradas cada año, quémannos las mieses, echan fuego á las campos, arruinan los pueblos, y nos roban las mujeres, los niños y viejos y los ganados: no podemos ya respirar; vémonos en estado que nos seria mejor morir de una vez que sustentar vida tan llena de peligros y miseria. ¿Dónde está aquella valentía de nuestros antepasados, con la cual con increible presteza, llenos de gloria y de victorias, corrieron la Asia, Africa y España, y con solo el miedo y fama de su valor juntaron naciones tan divisas y apartadas? Torpe cosa es no imitar los hechos valerosos de nuestros mayores; empero no sustentar la autoridad, gloria y reinos que nos dejaron es grau maldad y mengua. En estos trabajos y miserias hasta aquí nos ha sustentado la esperanza, puesta en tu felicidad, virtud y grandeza sin par; ahora me ha forzado á que, dejado mi reino, pasase en Africa á echarme á tus piés. Séame de provecho confesar la necesidad que tengo de tu amista y amparo. Real cosa es corresponder á la voluntad de aquellos de quien eres suplicado; mas tomar la defensa de tu gente, amparar los miserables, ser tenido, como lo eres, por escudo y defensor de la santa ley de nuestros abuelos te igualará con los inmortales. Sujetados ya todos los pueblos de Africa y rendidos á tu poder, se ha de acabar la guerra y dejar las armas, ó las has de volver contra otras gentes. Muchos grandes príncipes fueron mas famosos durante el tiempo de la guerra que despues de alcanzada la victoria. Lo que se pierde con la descuidada y ociosa paz, se repara con las armas en la mano y con ganar nuevos reinos, fama y riquezas. Por vecinos tienes los españoles, que solo un angosto estrecho de tí los aparta, y ellos están divididos en muchos señoríos y se abrasan con guerras civiles; tan enemigos son entre sí, que no se juntaran puesto que vean armas extrañas en su tierra. Tú tienes fortísimos ejércitos, práticos y experimentados con las continuas guerras; en la entrada de España fortisimos castillos muy a propósito para la guerra; á nos no faltan

soldados, armas, bastimentos y dineros con que poderte ayudar. Todo lo que se ganare será tuyo; yo me contentaré con la parte que darme quisieres de la presa. El mayor premio que yo espero de la victoria es la venganza de una tan mala y abominable gente. » El rey Bárbaro respondió á esto que su venida le daba mucho contento, y le era muy agradable le solicitase para que juntasen las armas y hiciesen la guerra de consuno, que siempre les sucedió bien el tener ambas gentes amistad, por el contrario de las discordias se les recrecieran graves daños. Luego que hobiese dado fin á las resultas de las guerras de Africa pasaria con todos sus ejércitos en España; de presente le parecia seria bien enviar delante á su hijo Abomelique con un buen golpe de gente de á caballo; que seria meter tales prendas en la empresa para continuar lo que entre ellos quedaba asentado. Entre tanto que esto pasaba en Africa, los moros de Granada y por sus capitanes Reduan y Abucebet entraron en tierra de Murcia, talaron y robaron los campos, destruyeron en particular y quemaron á Guardamar. Este es un pueblo llamado así porque está sobre el mar edificado á la boca del rio Segura. Con esta cabalgada llevaron cautivas mil y docientas personas. Venido el rey Mahomad á Granada, don Juan Manuel y los demás sediciosos se determinaron á tratar con él de conciertos; hiciéronse las amistades y alianza por medio de Pedro Calvillo, que andaba de una parte á otra en estos tratos. Estaban los pechos de todos tan llenos de una diabólica discordia, que sin tener memoria de la cristiana religion ni misericordia de los suyos, por hacer pesar á su Rey y vengar sus particulares enojos no echaban de ver ni curaban destos grandísimos apercebimientos de guerra que contra da misma cristiandad se hacian ni la tempestad que se armaba.

CAPITULO II.

Que Abomelique vino á España.

Vivia todavía doña Isabel, reina de Portugal, y aunque en lo postrero de su edad, tenia corazon y buen ánimo para tomar cualquier trabajo por la comun salud y paz pública. Rogó al rey de Castilla fuese á Badajoz. Destas vistas ningun mayor provecho resultó que visitar el Rey y acariciar con todo género de respeto y benevolencia á una santísima mujer, abuela suya. Venia el Rey desta ciudad cuando don Alonso de la Cerda, el que en vano tanto tiempo y tantas veces con grave peligro de la república movió guerra sobre el derecho del reino, con la edad mas cuerdo sin pensarlo nadie se encontró con él en el lugar de Burguillos, y echándose á sus piés le besó la mano, señal entre los castellanos de honra y protestacion de vasallaje. Fué este hecho gratísimo al Rey, y á don Alonso saludable y de importancia, ca fué restituido en su tierra, y se le dieron ciertas villas con cuyas rentas pudiese sustentarse. Habíase casado en Francia con una nobilísima señora, llamada Madelfa, de la sangre de los reyes de Francia, en quien tuvo dos hijos, á don Luis y á don Juan. Don Luis, que era el mayor, vino con su padre á España; á don Juan como á pariente tan cercano el rey de Francia dió el ducado de Angulema, y despues le hizo su condestable, dignidad que hoy en Castilla ha quedado solo en una sombra y vano título casi sin poder ni jurisdiccion alguna; pero en

Francia en las cosas de la guerra es la suprema potestad y autoridad despues de la real. Llegó el Rey á Talavera, villa que está en la Carpetania, hoy reino de Toledo; en esta sazon Santolalla, que es un pueblo puesto en la mitad del camino entre Talavera y Toledo, era de don Juan Manuel. Deste pueblo salian bandas de gente perdida á saltear los caminos, mataban los hombres y robaban los campos; estos fueron presos por mandado del Rey, y convencidos de sus delitos, los castigaron con pena de muerte. Un semejante ejemplo de justicia mandó hacer en Toledo, de donde se fué á Madrid y á Segovia y á Valladolid. En esta villa doña Leonor le parió un hijo, que llamaron don Pedro, á quien dió el señorío de Aguilar del Campo. Para remediar la falta del dinero que padecia, con malo é imprudente acuerdo acuñó un género de moneda baja de ley, que llamaron cornados, de que se siguió gran carestía y falta en los mantenimientos, en grave daño y enojo del pueblo, porque falseada y adulterada la moneda, luego cesaron los tratos y comercio. Estando el Rey en Búrgos le vinieron embajadores de aquella parte de Cantabria ó Vizcaya que llaman Alava, que le ofrecian el señorío de aquella tierra, que hasta entonces era libre, acostumbrada á vivir por sí misma con propios fueros y leyes, excepto Victoria y Treviño que mucho tiempo antes eran de la corona de Castilla. En los Hlanos de Arriaga, en que por costumbre antigua hacian sus concejos y juntas, dieron la obediencia al Rey en persona; allí la libertad, en que por tantos siglos se mantuvieron inviolablemente, de su propia y espontánea voluntad la pusieron debajo de la confianza y señorío del Rey. Concedióseles á su instancia que viviesen conforme al fuero de Calahorra; confirmóles sus privilegios antiguos, con que se conservan hasta hoy en un estado semejante al de libertad, ca no se les pueden imponer ni echar nuevos pechos ni alcabalas. De todos estos conciertos hay letras del rey don Alonso, su data en Victoria, á 2 dias de abril del año de nuestra salvacion de 1332. En esta ciudad instituyó el Rey un nuevo género de caballería, que se llamó de la Banda, de una banda ó faja de cuatro dedos en ancho que traian estos nuevos caballeros, de color rojo ó carmesí, que por encima del hombro derecho y debajo el brazo izquierdo rodeaba todo el cuerpo, y era el blason de aquella caballería y señal de honra. No se admitian en esta milicia ó caballería sino los nobles ó hijosdalgo y que por lo menos diez años hobiesen servido en la guerra y en el palacio real. No se recibia otrosí en ella los mayorazgos de los caballeros y señores. El mismo Rey fué elegido por maestre de toda esta junta y caballería, honra y traza con que los mancebos nobles y generosos se inflamaban y alentaban á acometer grandes hechos y acabar cosas arduas. Esta caballería mucho tiempo fué tenida en grande estima; despues por descuido de los reyes que adelante reinaron y por la inconstancia de las cosas se desusó de manera, que al presente no ha quedado della rastro ni señal alguna. Visitó el Rey la iglesia del apóstol Santiago en Compostella, y en ella se armó caballero; y en Búrgos él y la Reina fueron coronados por reyes. Hizo en ambas ciudades el oficio y ceremonia don Juan de Lima, arzobispo de Santiago. La Reina por su honestidad no fué ungida, demás que estaba preñada. Halláronse

presentes gran número de prelados; armó el Rey caballeros á muchos señores y nobles que le presentaron delante armados de todas piezas de punta en blanco; y aun se ordenó para adelante, y se guardó, que desta misma suerte se diese siempre y tomase la órden de la caballería. El público regocijo y contento que desto resultó destemplaron y menoscabaron dos cosas de desgusto que sucedieron : la primera fué que se comenzó á tratar divorcio entre doña Blanca y don Pedro, infante de Portugal; la segunda que pretendia. en lugar de doña Blanca recebir por mujer y casarse con doña Costanza, hija de don Juan Manuel; ambas á dos cosas eran pesadas y desabridas para el rey de Castilla. Doña Blanca era enfermiza y mañera, que no podia tener hijos. El principal autor y movedor deste divorcio Fernan Rodriguez de Balboa, prior de San Juan, aconsejaba á la Reina, cuyo chanciller era, lo procurase para vengarse en esta forma del amancebamiento tan continuado y feo de su marido. En esta sazon el Rey tuvo en la reina á don Fernando, que si viviera, fuera sucesor en el reino, y en doňa Leo.nor, su combleza, á don Sancho, á quien dió la villa de Ledesma. Los dos nacieron en un mismo tiempo en Valladolid. Demás desto, Abomelique, hijo del rey de Marruecos, como quedó concertado con el rey `de Granada, pasó el estrecho de Cádiz, y en Algecira se intituló rey della y de Ronda. Vinieron con él de Africa siete mil jinetes con codicia, intento y esperanza de enseñorearse de toda España. En el principio del año de 1333, á los 13 de enero, el arzobispo de Toledo don Jimeno de Luna celebró concilio en Alcalá de Henares, indictione prima, y del pontificado de Juan XXII el año diez y siete. Abomelique asimismo se puso sobre Gibraltar luego por el mes de febrero; combatiéronla sus gentes con mantas, res y con todo género de máquinas militares. El Rey se detuvo algunos dias en Castilla la Vieja para apaciguar algunos alborotos de gente sediciosa; pero envió delante á Jofre Tenorio, almirante de la mar, y á los maestres de las órdenes militares para que por tierra socorriesen á los cercados; desigual ejército contra tan grandes fuerzas como eran las de los moros. Padecian grande falta de mantenimientos en la villa por culpa y negligencia de su alcaide Vasco Perez, que por hacer de la guerra granjería no la tenia apercebida de almacen y municiones ni de soldados. Por otra parte, el rey de Granada hizo entrada en tierra de Córdoba, grandes robos y quemas en los campos; tomó á Cabra, derribóle el castillo, y llevó cautivos todos sus moradores por traicion del alcaide, que llamó á los moros, y los metió dentro de la villa y les entregó el castillo. Gibraltar, despues de padecidos grandes trabajos y perdida la esperanza de poderse defender, en el mes de junio se dió á partido, salvas la libertad y vidas de los soldados y de los vecinos. El alcaide Vasco Perez, por acusarle su conciencia de la maldad cometida y temer la indignacion del Rey y el odio del reino, se pasó en Africa. Esta pérdida causó de presente grande dolor y puso para lo de adelante grandísimo miedo, por acordarse que la general pérdida y destruicion que los moros hicieron en España comenzó y tuvo principio por aquella parte. El rey de Castilla, pareciéndole que dejaba sosegados los sediciosos, hechos por todo el

tor

reino grandes llamamientos y juntas de gente de guerra y puesto en órden un buen ejército, en lo recio del estio vino á Sevilla, tarde y sin ningun provecho para el socorro de Gibraltar, que ya halló en poder de moros. Diéronle esta nueva de la pérdida de Gibraltar en Jerez; todavía con esperanza de cobrarla antes que los moros la fortificasen y municionasen con grande presteza fué sobre ella. Hallóse en esta jornada don Jaime de Ejerica con algunas compañías de aragoneses. Cerca del pueblo con varios sucesos se escaramuzó muchas veces; la batalla campal ambas partes la esquivaban. Abomelique no se descuidaba ni se ensoberbecia con la victoria; el Rey tenia esperanza de volver á ganar á Gibraltar. Desbarató sus intentos la falta de bastimentos que se comenzó á sentir en los reales, porque, aunque se traia continuamente gran copia dellos por el mar, la gran muchedumbre de gente brevemente los consumia. Por esta mengua muchos soldados desamparaban el real y caian en manos de Abomelique, que tenia puestas celadas en los lugares que para esto eran mas cercanos y á propósito. Puso en esto tanta vigilancia y cuidado, que cautivó muchos soldados, y en tan gran número, que con gran deshonra y mengua del nombre cristiano se dice que se vendia un cautivo por una dobla de oro. Acudió el rey de Granada, con cuya venida Abomelique, y por ver nuestro ejército disminuido y sus fuerzas quebrantadas, cobrado nuevo esfuerzo y ánimo, se determinó de presentar al Rey la batalla; con esta resolucion sacó todo el ejército tres veces en campaña. Al rey de Castilla le pareció que era el mejor consejo el mas seguro, ca fuera temeridad con vana esperanza de un buen suceso arriscar el todo y ponerlo á la temeridad de la fortuna y trance de una batalla. Los mas cuerdos y prudentes juzgaban asimismo que si tomaban á Gibraltar, que era á lo que allí eran venidos, todo lo demás se haria bien; á esta causa se resolvió dé excusar la batalla. Cerraron pues todos los reales con un foso y albarrada para estorbar los rebatos de los enemigos; tiróse este foso dende el mar haciendo un cierto seno y vuelta, y yéndose encorvando conforme á la disposicion de los lugares, de manera que con la otra punta del arco tocaba en la otra ribera. Estas dos cosas interpretaban y creian los enemigos que se hacian de miedo, con que les creció el ánimo, y concibieron grande esperanza de la victoria. Mientras esto aquí pasaba, don Juan Manuel y don Juan Nuñez de Lara y sus amigos, puesta confederacion con el rey de Aragon, hacian gravísimos daños en la raya de Castilla. Habíaseles juntado don Juan de Haro, señor de los Cameros, caballero rico, poderoso y de muchos vasallos; así, de la parte que debian venir socorros y gente de allí resultó daño gravísimo. Por esto á pedimento de los moros les concedió el Rey treguas por término de cuatro años, á tal empero que todavía el rey de Granada pechase y acudiese con las parias que solia; con tanto se quedó Gibraltar por los moros, no sin grande nota y menoscabo de la majestad real. El Rey, que consideraba prudentemente el peligro, juzgó aquellos partidos por honrados, que eran mas conformes al tiempo y aprieto en que se hallaban las cosas, sin hacer caso de las murmuraciones del vulgo ni de la que llama honra la gente menos considerada.

CAPITULO III.

De las muertes de algunos príncipes.

Hechas las treguas, los reyes de Castilla y de Granada se hablaron, y en señal de amistad comieron á una mesa; hiciéronse asimismo á porfía ricos presentes, y diéronse el uno al otro joyas y paños de gran valor, cortés contienda y liberalidad en que el Moro quedó vencido, camino por do se le ocasionó su perdicion y ruina. El rey de Castilla se volvió á Sevilla, salva y entera la fama de su valor, no obstante los malos sucesos que tuvo. Abomelique se partió para Algecira, y el rey de Granada caminó á Malaga con deseo de ver aquella ciudad. Allí los hijos de Ozmin, que á todas estas cosas se hallaron presentes, se conjuraron de matarle. Abominaban y blasfemaban dél; cargábanle que con la familiaridad y trato que tenia con los cristianos, á sí mismo y á su nacion y secta deshonraba. Acaso traia puesta una ropa que le dió el rey de Castilla; esto les encendió mas el enojo y saña que contra él tenian, y les dió mayor ocasion de calumniarle. Andaba con el Rey un cierto moro, llamado Alhamar, de la sangre y alcuna de los primeros reyes de Granada, mas noble que señalado ni de grande cuenta. A este tentaron primero los hijos de Ozmin, y le persuadieron que se vengase de la notoria injuria y agravio que se le hacia en tenerle usurpado el reino que de derecho le venia, y que castigase el grande desacato que contra su secta se cometia. Concertada la traicion, estando el Rey muy seguro y descuidado della, le mataron á puñaladas en 25 dias del mes de agosto. Reduan, que á este tiempo era el caballero de mas autoridad y que habia sido alcaide y justicia mayor de Granada, á la sazon ausente, no supo cosa alguna ni fué en esta cruel traicion. Este procuró que un hermano del muerto, que se llamaba Juzef Bulhagix, fuese alzado por rey de Granada, como lo hizo; cosa soberbia y muy odiosa, dar el reino de su mano, mayormente dejando sin él á Ferraguen, hermano mayor del Rey muerto. Desta manera andaban las cosas revueltas entre los moros. Pasáronse al nuevo Rey los de Aguilar, don Gonzalo y don Fernando, hermanos, señores de Montilla y de Aguilar, caballeros poderosos en el Andalucía. Estaban estos caballeros, aunque no se sabe la causa, desavenidos y mal enojados con su Rey. Empezáronse á hacer robos y entradas en las rayas de los reinos, con que se rompieron las treguas que poco antes se concertaron. El rey de Castilla se detuvo en Sevilla mas tiempo del que se pensó y aun del que él quisiera ; esperaba en qué pararian estos movimientos. Pasaran mas adelante los daños, y aun revolvieran guerra formada contra los cristianos, si Abo-. melique no fuera llamado de su padre y le mandara volver á Africa para que le sirviese en la guerra de Tremecen. Con su partida se volvieron á tratar treguas con el nuevo rey de Granada. Y en el principio del año de 1334 se concluyeron y asentaron por otros cuatro años, sin que el rey de Granada quedase obligado á pechar las parias y tributo que cada año solia; tanto era el deseo que tenia el Rey de quedar libre para castigar los sediciosos y alborotados. En este tiempo de un parto de doña Leonor de Guzman le nacieron al Rey dos hijos, don Enrique y don Fadrique, bien nombrados adelante. Primero pasó el invierno que el Rey pu

diese desembarazarse de la Andalucía. A la primavera vino á Castilla, y fué á Segovia, y de allí á Valladolid. Los grandes que estaban rebeldes, como no eran tan poderosos que pudiesen hacer guerra, sino correrías y robos, comenzaron á ser molestados haciéndoseles daños y entradas en sus tierras, con que en el señorío de Lara fueron muchas villas tomadas por el Rey, como Ventosa, Bustos, Herrera; y lo demás que en tierra de Vizcaya tenian aquellos señores y no estaba acabado de allanar se recibió á merced debajo del amparo real. En una junta que se hizo en Guernica debajo de un an tiquísimo árbol, á la usanza de vizcaínos, fué el Rey en persona jurado y le prometieron fidelidad. Algunas fuerzas y castillos quedaron todavía en aquella tierra por los de Lara, que no se quisieron dar al Rey, confiados mas en ser inexpugnables por el sitio y naturaleza de los lugares que en otra cosa alguna. Don Juan de Haro en su villa de Agoncillo por mandado del Rey fué degollado, y toda su tierra como de rebelde confiscada. La villa de los Cameros dejó á sus hermanos don Alvaro y don Alonso, porque del todo no pereciese el señorío y el nombre desta ilustrísima casa. El alcaide del castillo de Iscar, confiado en su fortaleza y porque la tenia bien bastecida, cerró las puertas al Rey, por lo cual, siendo preso, le fué cortada la cabeza; aviso con que se entendió que ningun juramento ni homenaje hecho á los señores particulares excusa los desacatos que contra los reyes se cometen. Por estos mismos dias en los postreros del mes de agosto parió la Reina en Burgos un hijo, que se llamó don Pedro, que por muerte de don Fernando, su hermano, por triste y desdichada suerte suya y de Castilla sucedió en fin en el reino. De doña Leonor nació al Rey otro hijo, llamado eso mismo don Fernando. En Aragon murieron dos hermanos de aquel Rey, uno en pos de otro. Don Jaime, maestre de Montesa, murió en Tarragona, donde antes renunció el derecho del reino; don Juan, arzobispo de Tarragona, en un lugar de tierra de Zaragoza que llaman Povo, á los 18 de agosto; enterraron su cuerpo en la iglesia de Tarragona dentro de la reja del altar mayor. Iba á verse con el Rey, su hermano. Sucedióle en el arzobispado Arnaldo Cascomes, obispo que era de Lérida. El rey de Aragon, aunque se hallaba en lo bueno de su edad, por sus continuas indisposiciones que le sobrevinieron, luego que se volvió á casar alzó la mano, no solamente de las cosas de la guerra, sino tambien del gobierno del reino; lo cual todo encargó á don Pedro, su hijo mayor. La reina doña Leonor, como aquella que mandaba al Rey, con sus continuos é importunos ruegos alcanzó déi que diese á sus hijos don Fernando y don Juan algunas villas y ciudades, entre las demás fueron Orihuela, Albarracin y Monviedro; recibia en esto notable agravio y perjuicio el infante don Pedro, ca le disminuian y acortaban un reino que de suyo no era muy grande. Acusábanle al Rey un juramento que los años pasados hizo en Daroca, en que se obligó y estableció por ley perpetua que no enajenaria cosa de la corona real. Murmurábase en el reino este hecho. Rugíase que el Rey no tenia valor y se dejaba engañar de las caricias y mañas de la Reina, que le tenia como enhechizado. Desta ocasion entre la madrastra y el almado resultó un mortal odio, de que se siguieron grandes alborotos en el reino. La Reina, para hallarse

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