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guarda de don Fadrique. Cuando él lo supo, tuvo grande temor no hiciese otro tanto con él; mas esta vez no pusieron en él las manos. Este año tembló en muchas partes la tierra con grande daño de las ciudades marítimas; cayeron las manzanas de hierro que estaban en lo alto de la torre de Sevilla, y en Lisboa derribó este terremoto la capilla mayor, que pocos dias antes se acabara de labrar por mandado del rey don Alonso. Algunos pronosticaban por estas señales grandes males que sucederian en España, pronósticos que salieron vanos, pues el reinado del rey de Castilla y él en sus maldades continuaron por muchos años adelante; el pueblo por lo menos hizo muchas procesiones y plegarias para aplacar la ira de Dios. Tomada la ciudad de Toro, el conde don Enrique por caminos secretos y escondidos se huyó á Vizcaya, do su hermano don Tello con la gente y aspereza de la tierra conservaba lo que quedaba de su parcialidad, ca venció en dos batallas ciertos capitanes que tenian la voz del Rey. Des

de allí don Enrique se fué en un navío á la Rochela, ciudad de Jantoine, en Francia, para estar á la mira y esperar en qué pararian los humores que removidos andaban. A esta sazon el rey de Navarra en un convite á que le convidó en Ruan Carlos el delfin y duque de Normandía fué preso por el rey de Francia, que de repente sobrevino, y le compelió á que desde la prision respondiese á ciertos cargos que se le hacian; el principal era de traicion, porque favorecia á los ingleses contra lo que era obligado como príncipe por muchas vias y títulos sujeto á la corona de Francia. Desta manera se voian en aquel reino divididas las aficiones de los españoles que en él residian; don Enrique tiraba gajes del rey de Francia, dou Filipe, hermano del rey de Navarra, llamaba los ingleses á Normandía y se juntó con ellos. Lo mismo hizo el conde de Fox enojado por la injuria y agravio hecho al Rey, su cuñado. Así en un mismo tiempo en España y en Francia se temian muchas novedades y nuevas y temerosas guerras.

LIBRO DÉCIMOSÉPTIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Aragon.

UNA guerra entre dos reinos y reyes vecinos y aliados y aun de muelas maneras trabados con deudo, el de Castilla y el de Aragon, contará el libro diez y siete; guerra cruel, implacable y sangrienta, que fué perjudicial y acarreó la muerte á muchos señalados varones, y últimamente al mismo que la movió y le dió principio, con que se abrió el camino y se dió lugar á un nuevo linaje y descendencia de reyes, y con él una nueva luz alumbró al mundo, y la deseada paz se mostró dichosamente á la tierra. Póneme horror y miedo la memoria de tan graves males como padecimos. Entorpécese la pluma, y no se atreve ni acierta á dar principio al cuento de las cosas que adelante sucedieron. Embázame la mucha sangre que sin propósito se derramó por estos tiempos. Dése este perdon y licencia á esta narracion, concédasele que sin pesadumbre se lea, dése á los que temerariamente perecieron, y no menos á los que como locos y sandios se arrojaron á tomar las armas y con ellas satisfacerse. Ira de Dios fueron estos desconciertos y un furor que se derramó por las tierras. Las causas de las guerras, mirada cada una por sí, fueron pequeñas; mas de todas juntas como de arroyos pequeños se hizo un rio caudal y una grande avenida y creciente de saña y de enojos. Cada cual de los dos reyes era de ardiente corazon y que no sufria demasías, en las condiciones y aspereza semejables; bien que el de Castilla por la edad, que era menor y mas ferviente, se aventajaba en esto, y en rigor, severidad y fiereza. Querellábase el Aragonés que sus hermanos tuviesen en Castilla guarida y ballasen en ella ayuda para alborotalle su reino. Sentia asimismo que don Fernando, su hermano, con color de ase

gurar al de Castilla que le seria leal, en hecho de verdad por darle á él molestia, hobiese puesto guaraicion de castellanos en las sus fortalezas de Alicante y de Orihuela. Por el contrario, el rey de Castilla se quejaba que las galeras de Aragon á la boca de Guadalquivir tomaron ciertas naves que en tiempo de necesidad venian cargadas de trigo, de que resultó mayor hambre y carestía. Quejábase otrosí que los forajidos de Castilla eran recebidos y amparados en Aragon; que los caballeros aragoneses de Calatrava y de Santiago no querian obedecer á sus maestres, que eran de Castilla; en todo lo cual pretendia era agraviado, y decia queria tomar de todo emienda con las armas. A estos cargos y causas de romper la guerra se allegó otra nueva, y fué en esta manera. El rey de Castilla, apacíguado que hobo las alteraciones de Castilla la Vieja y dada órden en las demás cosas, entrado ya el verano partió al Andalucía para acabar de sosegar á Sevilla y los demás pueblos de aquella comarca. En Sevilla, fatigado con los cuidados y negocios, para tomar un poco de alivio determinó irse á las Almadrabas, en que se pescan los atunes, que es una vistosa pesca y muy gruesa granjería. Hizo aprestar una galera, y en ella se fué desde Sevilla á Sanlúcar de Barrameda. Sucedió estar surgidas en aquel puerto dos naves gruesas. Acaso diez galeras de Aragon que iban en favor de Francia contra los ingleses, sus capitales enemigos, salidas del estrecho de Gibraltar, costeaban aquellas riberas del mar Océano. El capitan de las galeras, que se llamaba Francisco Perellos, por codicia de la presa acometió y tomó aquellas dos naves delante los ojos del mismo Rey. Pareció este un desacato insufrible. Encarecíanle los cortesanos en grande manera, como gente que deseaba se encendiese alguna guerra con que pensaban acrecentar sus haciendas y ser mas estimados y honrados que en

cia la famosa batalla de Potiers, memorable por la matanza que de franceses se hizo muy grande por mucho menor número de ingleses, con que las fuerzas de aquel poderoso reino quedaron de todo punto quebrantadas. El mismo rey de Francia fué preso y Filipe, el menor de sus hijos. Murieron en el campo Pedro, duque de Borbon, padre de la reina doña Blanca, Gualter, condestable de Francia, Roberto, señor de Durazo y pariente del cardenal de Perigueux, que, enviado por legado del papa Inocencio para concertar aquellas gentes y asentar las paces, se halló en aquella batalla, sin otros muchos personajes de cuenta que allí perecieron. Sucedió aquella desgraciada batalla á 19 dias del mes de setiembre deste año de 1356. Desta jornada resultaron dos cosas notables y á propósito de nuestra historia. La una que por órden de algunos vasallos suyos el rey de Navarra se soltó de la prision en que le tenian, y hallada entrada en Paris, se hizo capitan de muchos sediciosos y alborotó el pueblo para que no acudiesen al Delfin, que pretendia buscar socorros allegar dineros para libertar al Rey, su padre, no sin grave ofension de aquella gente. Con esta ocasion el Navarro en una junta que se tuvo en Paris se querelló públicamente del agravio y afrenta pasada. Dijo que su derecho que tenia á la corona de Francia era mejor que el de los que la pretendían por las armas, por ser, como era, nieto del rey Luis Hutin, hijo de su hija, como el Inglés fuese hijo de madama Isabel, hermana del mismo. No hay duda sino que el Navarro tramaba una nueva tela de discordias, si sus fuerzas fueran iguales á su voluntad y ánimo. En fin hizo tanto, que le fueron restituidos sus bienes; y á los pueblos y estado que heredó de su padre le añadieron el señorío de Mascon y de Bigorra. No pudo empero alcanzar, por mas que andaban revueltas las cosas, que le entregasen á Bria, Campaña y Borgoña, estados á que pretendia tener derecho. Sucedió asimismo que don Enrique, conde de Trastamara, despues de esta batalla, en que se halló y salió salvo, se vino al rey de Aragon convidado con grandes promesas que le hizo. Esta fué la primera puerta que se le abrió y el primer escalon para venir despues á ser rey de Castilla, este el principio de su prosperidad. La suma de las capitulaciones de los dos fué: que don Enrique se desnaturalizase de Castilla y hiciese pleito homenaje de ser perpetuamente vasallo y amigo del rey de Aragon; que fuesen suyas todas las ciudades y villas, excepto Albarracin, que tuvo el infante don Fernando de Aragon; que el Rey le diese sueldo para seiscientos hombres de á caballo y otros tautos infantes que anduviesen debajo de su pendon y bandera. Entrado el año de nuestra salvacion de 1357, con varios sucesos se hacia la guerra en las fronteras de Castilla y Aragon. Tomaron los aragoneses á Alicante, y los castellanos á Embite y á Bordalua. Los principales capitanes del rey de Aragon eran el conde de Trastamara don Eurique, don Pedro de Ejerica y el conde don Lope Fernandez de Luna; por el rey de Castilla don Fadrique, maestre de Santiago, los dos hermanos infantes de Aragon y don Juan de la Cerda. Servian sus capitanes con mayor fidelidad al rey de Aragon que los suyos al de Castilla; los unos constantes y firmes, y estotros dudosos y como á la mira de lo que resultaria destas guerras. Especialmente que en

tiempo de paz, cuando por no ser tan necesarios los es-
timaban en menos; tal es la condicion de soldados y
palaciegos. Fué Gutierre de Toledo á reñir esta pen-
dencia y agraviarse del atrevimiento y demasia; mas
el capitan aragonés, como quier que era hombre de-
terminado y feroz, sin hacer caso de las amenazas y
fieras dió por final respuesta que aquellas mercadurías
eran de ginoveses, y que por derecho de la guerra las
podia tomar por estar con ellos á la sazon rompida en
Ja isla de Cerdeña por grande deslealtad de Mateo Do-
ria, ginovés de nacion. Vista esta respuesta tan resolu-
ta, el rey de Castilla envió al rey de Aragon una em-
bajada con Gil Velazquez de Segovia, uno de sus alcal-
des. Mandóle representase las quejas arriba referidas.
Que mandase restituir los navios que sus galeras to-
maron á tuerto; demás que le entregase al capitan de-
llas para castigalle conforme á su temeridad y locura.
Aprestaba á la sazon el de Aragon en Barcelona una
armada para pasar en Cerdeña contra los rebeldes de
aquella isla. Fuéte por esta causa enojosa la demanda
de Castilla. Respondió empero con blandura y humil-y
dad que él contentaria al rey de Castilla, satisfaria
los agravios que le proponia y echaria de Aragon fos
castellanos forajidos. Asimismo, que vuelto el capitan,
le castigaria segun su culpa mereciese. En lo que to-
caba á los caballeros de Santiago y de Calatrava, dijo
no pertenecia á su jurisdiccion.aquel pleito por ser per-
sonas religiosas, y á él seria mal contado si en sus
cosas se empachiaba; que se podria tratar con el sumo
Pontífice como causa y negocio eclesiástico, y lo que
se determinase él mismo lo tendria por bueno y pasa-
ria por ello. No se satisfizo nada Gil Velazquez con esta
respuesta, antes de parte de su Rey le desafió y denun-
ció la guerra. Replicó el rey de Aragon: No me parece
que esta es bastante causa para romper la guerra entre
dos reyes amigos y confederados; mas yo lo dejo al
juicio de Dios, que no permitirá pase sin castigo y
emienda cualquier insolencia; yo no comenzaré la guer-
ra, pero con la ayuda divina, si me la dieren, ni la
rehusaré ni la temno. Destos principios se vino á las ma-
nós. Residian en Sevilla muchos mercaderes catalanes;
todos en un punto fueron presos y confiscados sus bie-
nes. Hicieron en ambos reinos levas de gentes y los
demás apercibimientos. Acudieron asimismo á procurar
socorros de príncipes extranjeros. En particular don
Luis, hermano del rey de Navarra, que luego que en
Francia prendieron al Rey, su hermano, se volvió á
España para proveer á lo de acá, requerido por en-
trambas partes que se juntase con ellos, no quiso de-
clararse por la un parte ni por la otra, sino como sa-
gaz entretenellos con buenas esperanzas y estar á la mi-
ra, dado que de secreto mas se inclinaba al de Aragon
como á mas amigo y deudo. Hízose por un mismo
tiempo entrada por tres partes en el reino de Valencia.
Don Hernando de Aragon pretendia levantar los de
aquel reino por la parte que en él tenia y por la me-
moria de las revoluciones pasadas, cosa en que mas
confiaba que en las armas ; mas no halló la entrada que
él pensaba, ca estaban escarmentados por causa de
los males y castigos pasados. Desta manera se entrele-
nia la guerra y continuaba en los postreros del mes de
agosto con daño notable de los campos y aldeas de
aquella frontera. En estos mismos dias se dió en Fran-

general aborrecian las maldades y aspereza de condicion de su Rey. Así, al cabo el de Aragon con su buena industria y maña, de que hallo que en esta guerra se valió mas que de sus fuerzas, los vino á atraer todos á su servicio y á tenerlos de su parte. Don Juan de la Cerda y Alvar Perez de Guzman fueron los primeros que se apartaron del servicio del rey de Castilla, que todavía tenian presente la muerte de su suegro don Alonso Coronel, señor de Aguilar, á quien el Rey hizo matar, y ellos eran casados con doña María y doña Aldonza, sus hijas. Tenian otrosí miedo que el Rey, que con una desenfrenada lujuria habia puesto los ojos en doña Aldonza, se la queria tomar á su marido Alvar Perez: así por ventura fueron dos las causas que compelieron á estos caballeros á apartarse del servicio de su Rey, y á que de Seron, de donde hacian la guerra en la raya de Aragon, se pasasen al Andalucía, en que tenian muchos parientes y amigos y grande estado. Pretendian con su autoridad y presencia levantar y alborotar aquella provincia, como lo comenzaron á poner por obra; puesto que era grande confianza y osadía, mas aína temeridad, atreverse á mover guerra civil en el medio y corazon de un reino tan poderoso. A esta sazon el rey de Castilla con todo su ejército tenia sitiado un castillo de Aragon junto á la raya de Castilla, que se dice Tebal ó Sisamon, como otros dicen. Allí tuvo nueva como estos caballeros, desamparado Seron, se iban al Andalucía; fué luego en pos dellos. Siguiólos algun tanto, mas no los pudo alcanzar, que se fueron como si huyeran por la posta. Volvióse á encender la guerra con mayor furia que de primero. Tomó el rey de Castilla algunos pueblos de poca importancia; con el mismo ímpetu fué sobre Tarazona, ciudad principal, que está cerca de Navarra; ganóla y entróla por fuerza en 9 de marzo. Los ciudadanos, perdida la parte alta de la ciudad, que era la mas fuerte della, se dieron á partido, salvas las vidas y hacienda; así los dejaron ir libremente á Tudela. Díjose que esta ciudad la perdieron los aragoneses por culpa del alcaide Miguel de Gurrea, que la pudiera sustentar mucho mas tiempo si tuviera mayor corazon y mas sufrimiento; así, por entender que no podria descargarse y satisfacer bastantemente á su Rey, se pasó con su casa y familia al reino de Navarra. Pobló el Rey la ciudad de soldados castellanos y avecindólos en ella; repartióles sus casas, campos y heredades. El rey de Aragon, despues que perdió esta ciudad, no se tenia por seguro dentro de los mismos muros de Zaragoza. Por esta causa con mayor ansia y cuidado que de antes procuró nuevos socorros y ayudas de extranjeros; mayormente que en esta sazon don Juan de la Cerda en el Andalucía fué muerto y desbaratado por el concejo de Sevilla, de cuyas gentes fueron capitanes en aquella batalla Juan Ponce de Leon, señor de Marchena, y el almirante Gil Bocanegra. Vino de Francia en servicio del rey de Aragon el conde de Fox y en su compañía muchos caballeros, soldados de fama. El señor de Labrit, su contrario, vino al tanto con un buen número de lanzas á ayudar al rey don Pedro de Castilla. El papa Inocencio envió á España á Guillen, cardenal de Boloña, por su legado para que pusiese paz entre estos dos reinos. Hizo muchas idas y venidas de los unos á los otros con grandísimo trabajo suyo; en fin, concertó treguas por un

año y tres meses mientras que algunos grandes trataban medios de paz, para lo cual fué nombrado por parte del rey de Aragon Bernardo de Cabrera, y por el de Castilla Juan Fernandez de Hinestrosa. En el entre tanto los pueblos que ambas partes ganaran se pusieron en fieldad y como en tercería en poder del Cardenal legado, que puso pena de excomunion contra el primero que quebrase las treguas. Concluyéronse estas pláticas en 18 dias del mes de mayo. En este mes murió en Lisboa don Alonso el Cuarto, rey de Portugal, de edad de setenta y siete años y seis meses; reinó por espacio de treinta y un años, cinco meses y veinte dias; fué enterrado su cuerpo en la misina ciudad junto al altar de la iglesia mayor, do sepultaron su mujer doña Beatriz. Sucedióle en el reino su hijo don Pedro, por sobrenombre el Cruel. Un mes antes le habia nacido un hijo de doña Teresa, gallega, á quien tenia por amiga, despues que su padre hizo matar á doña Inés de Castro. Era doña Teresa mujer muy apuesta; por lo demás ninguna otra gracia tenia porque mereciese ser querida. Llamaron á su hijo don Juan, á quien los cielos tenian determinado de entregar el reino de su padre y abuelos, como se dirá adelante en su debido lugar. Volvamos á las cosas de Aragon y Castilla. Hechas las treguas, los aragoneses entregaron al Cardenal legado los pueblos y fortalezas que tenian-de Castilla. Hiciéronlo de mejor gana por ser pocas las que ellos ganaran. El rey de Castilla, si bien consintió en todas las demás capitulaciones, nunca se pudo acabar con él que quisiese sacar de Tarazona los soldados castellanos que nuevamente hizo avecindar en ella. Mientras estas cosas se concluian, fuese á la ciudad de Sevilla para apaciguar las revueltas del Andalucía y juntar una buena armada con que hacer guerra en los pueblos marítimos de Aragon luego que espirase el tiempo de las treguas; la paz, ni la esperaba, ni aun la deseaba. En Sevilla dióse tanto á los amores de doña Aldonza Coronel, que en su respeto no hacia ya caso de doña María de Padilla. ¡Cuán poco duran las privanzas y favores! Cuán ciega é indomita bestia es un hombre sujeto á sus pasiones! Ningunas dificultades ni trabajos eran bastantes para poder apartar al rey don Pedro de sus deleites y torpezas. Cansado pues y molino el Legado de sus cautelas y marañas, le descomulgó y puso en toda Castilla entredicho. Todavía pareció que el Legado en esto procedió con mas priesa y cólera de la que en tan grave caso se requeria; por esta causa el Papa le envió á llamar y le hizo salir de España. Todas eran trazas y mañas del rey de Aragon por hacer mas odioso al de Castilla y que le tuviesen por un mal hombre, sacrilego y descomulgado, ca pretendia con esta infamia y mala opinion que los de su reino le desamparasen, maña en que ponia mas confianza que en su valor y fuerzas. Sucedióle al rey de Castilla otro nuevo disgusto. Tenia en su poder á doña Juana, mujer de su hermano don Enrique. Pedro Carrillo, un caballero criado suyo, tuvo manera para la sacar de Castilla, y la llevó á Aragon y la entregó á su marido. Con esto se acabó de perder la esperanza que de paz podia quedar entre los dos hermanos. Los otros dos, don Fadrique y don Tello, tenian gana de rebelarse. Ninguna otra cosa los detenia para que no se pasasen al de Aragon sino que entendian no les podria dar igual recompensa á los grandes

estados que dejaban en Castilla. Esta tardanza en este mismo tiempo fué dañosa y mortal á muchos. Don Fernando de Aragon estaba en esta coyuntura en guarnicion de la villa de Jumilla, que él en aquella frontera ganara á los aragoneses; tenia sus tratos secretos con Bernando de Cabrera; en fin se pasó al rey de Aragon porque se le concedió la procuracion del reino y la restitucion de su estado; que en tiempo tan apretado y de tanta necesidad nada parecia demasiado. La rebelion de don Enrique y de don Fernando, como dió la vida á los aragoneses, así causó la muerte á los hermanos de ambos, como adelante se verá. En Cerdeña en estos dias las cosas se mejoraban con la muerte de Mateo Doria, que sucedió á buen tiempo, y el rey de Aragon se concertó con sus sucesores. MaMariano, el juez de Arborea, no se acababa de sosegar, puesto que con tan gran pérdida como la de Oria poco se adelantaba su partido. La mayor parte de Sicilia en este mismo tiempo tenian ocupada las guarniciones y soldados del rey Luis de Nápoles; Palermo y Mecina, dos principales ciudades de aquella isla, eran suyas. Don Fadrique, llamado el Simple, que dos años antes sucedió en aquel reino á su hermano el rey don Luis, era de poca edad, de corto ingenio y menos fuerzas y poder. El título de rey conservaba en sola la ciudad de Catania con cortas esperanzas, á causa que volvia á revivir la parcialidad francesa, y tenia por vecinos á los reyes de Nápoles, y los isleños le eran desleales. Con esto en tanto grado perdió el ánimo y esperanza de poder defenderse y sustentar su reino, que hizo donacion de Sicilia, Atenas y Neopatria á su hermana doña Leonor, mujer del rey de Aragon. Desta donacion envió al Rey, marido della, escrituras públicas y auténticos instrumentos para convidarle y animarle á que le enviase sus gentes y armada con que defender á Sicilia. El rey de Aragon quisiera acudir á su cuñado; mas tenia tanto que hacer en su casa con una tan pesada y peligrosa guerra y llena de grandes dificultades, que no pudo ayudar como quisiera á las cosas de Sicilia, que llegaron á término de estar de todo punto perdidas. El esfuerzo y lealtad de don Artal de Alagon, conde de Mistreta y maestre justicier de Sicilia, que hizo rostro á los enemigos y los venció en una batalla en que mató muchos dellos y hizo justicia de algunos del reino culpados, las entretuvo. La deslealtad de otros fué vencida con algunas mercedes que les hicieron; que en fin dádivas todo lo acaban y ablandan.

CAPITULO II.

De las muertes de algunos señores de Castilla.

El ardiente deseo de vengarse llevaba al despeñadero á los reyes de Castilla y de Aragon, sin cuidar de lo bueno y justo, y sin que echasen de ver lo que en el mundo se podria decir dellos; en que se empeñaron de suerte, que no tuvieron empacho de llamar los moros en su ayuda. El rey moro de Granada envió golpe de gente de á caballo en favor del rey de Castilla, con quien meses antes se aviniera. El de Aragon llamó de Africa al rey de Marruecos para oponerle á su enemigo, balanzar las fuerzas y estar con él á la iguala; acuerdo infame y traza vergonzosa á la religion cristiana. Quejóse gravemente dello por sus cartas el paM-1.

dre santo Inocencio, y entre otras razones les escribió que se maravillaba mucho que el deseo de hacerse daño llegase á tanto extremo, que no tuviesen miedo de traer á su tierra una peste tan contagiosa y mala, con que y con menor ocasion en otro tiempo se asoló y destruyó toda España. Fuera este cuidado y diligencia del Pontífice buena y á buen tiempo; mas las orejas los reyes tenian con un exceso de pasion y enojo de tal manera tapadas, que no oyeron sus paternales, santas y saludables amonestaciones. Los grandes, que seguian la opinion de Castilla, fueron por los aragoneses solicitados y aun persuadidos á que se pasasen á su parte. El primero el infante don Fernando de Aragon; la misma naturaleza inclinaba á que en este riesgo quisiese antes favorecer á su hermano que al rey de Castilla, su primo. Tuvo sus hablas secretas en la villa de Jumilla, que ganara en esta guerra, como se tocó ya, y finalmente, por la buena diligencia y persuasiones de Bernardo de Cabrera se pasó á su hermano el rey de Aragon. No pudieron estar secretos tratos de tan grande importancia; así, en el principio del año de 1358 el maestre de Santiago don Fadrique tomó por fuerza de armas á Jumilla, y la sacó del poder de los aragoneses. Hecho esto, vínose el Maestre á Sevilla, y entrado en el alcázar, por mandado del Rey, su hermano, delante de sus ojos, fué cruelísimamente muerto por unos ballesteros de maza del Rey. Este fué el premio y mercedes que le hizo por el buen servicio que le acababa de hacer; bien es verdad que se sabe de cierto no andaba muy sosegado y que trataba de pasarse á Aragon: sospecho que este trato debió de venir á noticia del Rey, y que por esta causa se le aceleró la muerte. Luego que fué muerto don Fadrique, se partió el Rey á grande priesa á Vizcaya; las manos, que ya tenia tintas en la fraternal sangre, queria en aquella provincia volverlas á ensangrentar con otro semejante ejemplo de severidad. Sospechólo su hermano don Tello, y huyóse á Francia en un navío, y de allí se fué á Aragon para vengar con las armas su injuria y la muerte del hermano. No faltó otro desdichado en quien, en su lugar, el cruel Rey ejecutase su saña. Ido don Tello, el infante don Juan de Aragon, á quien se debia el señorío de Vizcaya por ser casado con doña Isabel, hija de don Juan Nuñez de Lara, y tambien el Rey á la partida de Sevilla se le prometió, le suplicó fuese servido de dársele, pues con la huida de don Tello quedaba sin dueño y desamparado. El Rey, ó porque le apretó mucho con esta deinanda, ó por saber que era de acuerdo con los demás grandes que se eran pasados á Aragon, èn Bilbao, do á la sazon estaban, le hizo matar á sus maceros; y aun escribe un autor que él mismo le acabó de un golpe de jabalina que le dió con su propia mano: abominable crueldad. Su cuerpo le hizo echar de una ventana abajo, y caido en la plaza, dijo á muchos vizcaínos que le miraban : Veis alí á vuestro señor y al que demandaba el estado de Vizcaya. Mandóle despues llevar á Búrgos; mas ni le dió sepultura ni se le hicieron las debidas honras ni obsequias, antes por mandado del Rey lo echaron en lo profundo del rio, que nunca mas pareció; con esto echó el sello y acabó de suplir lo que á un caso tan atroz faltaba de crueldad, que era vengarse en el cuerpo de su primo hermano, tan malamente muerto. Con la misma furia á la reina dona Leonor, su tia, madre del Infante, y su infelicisima

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mujer doña Isabel, las hizo prender en Roa y llevarlas dende presas al castillo de Castrojeriz. Prosiguióse por todo el reino una grande carnicería, y de diversas partes le trujeron á Búrgos seis cabezas de caballeros principales, que fueron para él un espectáculo tan grato y apacible cuanto era horrendo y miserable á los hombres buenos que le miraban. Tenia tambien determinado de matar otros muchos en Valladolid, si no se lo estorbara la entrada que repentinamente hicieron en Castilla don Enrique y el infante don Fernando. Don Enrique destruia y asolaba la tierra de Campos, de Soria y Almazan; Jon Fernando hacia cruel guerra en el reino de Murcia. A entrambos incitaba el justo sentimiento de la muerte de sus hermanos, y el grave dolor que su memoria les causaba los encendia en cólera y deseo de vengarlos y satisfacerse con las armas. El rey de Castilla, con miedo de la entrada que estos caballeros hicieron en su reino, se fué al Burgo de Osma para proveer lo necesario á esta guerra. De allí, en el principio del mes de julio, envió un ballestero de maza al rey de Aragon á quejarse porque le habia rompido maJamente la tregua, y faltando á su verdad hacia que sus gentes le entrasen en su tierra estando él descuidado y desapercebido con la seguridad de su palabra. A esto respondió el rey de Aragon que él era forzado á tomar las armas por el desafuero que él le hacia en no cumplir las condiciones de las treguas, demás que con la toma de la villa de Jumilla él primero las quebrara. Que cualquiera dellos fuese el culpado, era cosa muy inhumana é injusta que pagase sus desgustos la sangre ino'cente de tantas gentes. Que seria mejor que estas diferencias se acabasen por combate de veinte con veinte, ó cincuenta con cincuenta, ó ciento con ciento. En esta forma el rey de Aragon desafió al de Castilla con grandes amenazas y palabras de mucha confianza. Su 'enemigo, como quier que era mas poderoso y de grande corazon, ningun caso hizo de sus fieros y desafío. Envió á don Gutierre Gomez de Toledo, á quien pocos días antes dió el priorato de San Juan, á que pusiese cobro en las cosas del reino de Murcia; á otros despachó á diversas partes, segun que le pareció convenia á la buena administracion de la guerra. El se partió á gran priesa á Sevilla; tenia allí puesta en órden una armada de doce galeras, con las cuales se juntaron otras 'seis que vinieron de Génova. Con esta flota se determinó correr toda la costa del reino de Valencia, acometer y dar un tiento á las villas y ciudades marítimas. Fueron sobre Guardamar, villa del infante don Fernando, que ganaron por fuerza de armas. No se tomó el castillo, porque sobrevino súbitamente una borrasca tan furiosa, que dieron las galeras al través en tierra y las hizo pedazos; solamente escaparon dos que por buena suerte se acertaron á hallar en alta mar. Con tan grande y no pensado infortunio el fiero y soberbio corazon del Rey no desmayó ni se quebrantó, antes quemó el pueblo y las galeras destrozadas, y levantado el ejército, se fué por tierra á Murcia. Dende á pocos dias que llegó á aquella ciudad envió á Sevilla á Martin Yañez, privado suyo, con órden que hiciese labrar otra nueva armada; y él, juntado que tuvo de todas partes su ejército, se partió para Almazan, do tenia muchos hombres de armas. Entró por aquella parte en las tierras de su enemigo; ganóle algunas villas y castillos, así de los que te

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nian los aragoneses en Castilla como otros del reino de Aragon, y principalmente se hizo cruel guerra en el estado de don Tello. En fin del otoño se volvió el Rey á Sevilla con intento de, en pasando el invierno, juntar una grande flota y hacer la guerra por el mar, ca le parecia que se haria desta manera mayor daño al enemigo. Para este efecto su tio el rey de Portugal le envió diez galeras, y tres el de Granada. Este año fué señalado por el nacimiento de dona Leonor, hija del rey don Pedro de Aragon, y de don Juan, hijo de don Enrique, los cuales tenia Dios determinado que se ayuntasen en matrimonio y heredasen los reinos de Castilla. Nació doña Leonor en 20 dias del mes de febrero, y don Juan asimismo en 20 del mes de agosto. En este mismo año en las Cortes de Valencia se estableció que los años no se contasen como solian por la era de César, sino por el nacimiento de Cristo. En el principio del año siguiente de 1359 el rey de Aragon puso cerco sobre Medinaceli, pueblo puesto en los confines de los antiguos celtiberos, carpetanos y arevacos, qué en tiempo antiguo fué una grande ciudad, mas en este solo era una mediana villa, empero fuerte por su sitio natural y por tener dentro buena guarnicion de gente, que la defendió valerosamente, tanto, que fué forzado el Aragonés á volverse á Zaragoza sin empecerles ni dejar hecha cosa que fuese de mucha consideracion ni momento. Estaba el rey de Castilla para ir á socorrer á Medinaceli, cuando tuvo aviso que era llegado á Almazan el cardenal Guido de Bolona, legado del papa Inocencio. Dióle el Rey audiencia en esta villa; el Legado de parte del Papa le dijo que sentia tanto el Padre Santo hobiese guerra entre él y el rey de Aragon, y le tenia puesto en tan gran cuidado, que si no fuera por su mucha edad y por otros gravísimos negocios de la Iglesia que se lo estorbaron, él mismo en persona viniera á poner paz entre ellos y hacerlos amigos. Que los reyes de Castilla siempre fueron columna de la Iglesia, amparo y defensa, no solamente de España, sino de toda la cristiandad; pero que visto como al presente, olvidado de todo punto de la guerra de los moros, se ocupaba en hacerla á un Principe cristiano, vecino y pariente suyo, no podia dejar de recebir grandísima pena y dolor. Que cuando saliese con la victoria, antes ganaria odio é infamia que honra ni provecho alguno. Que á ambos con paternal amor les rogaba, y de parte de Dios les amonestaba que tantas gentes, tesoros y armas los empleasen contra los enemigos de nuestra santa fe; si así lo hiciesen, su divina Majestad les daria en las manos muy honradas y señaladas victorias como las alcanzaron sus antepasados, esclarecidos reyes. Respondió á esto el Rey que se recelaba de pláticas de paz por causa que el rey de Aragon le engañó ya una vez con color della y muestra de querer amistad. Así, que estaba determinado y con entera resolucion de no veuir en concierto ni acuerdo alguno, si no fuese que ante todas cosas echase de su reino los castellanos forajidos y restituyese á la corona de Castilla las ciudades de Orihuela y Alicante y otros pueblos de aquella comarca, que en el tiempo de las tutorías de su abuelo el rey don Fernando los aragoneses, contra razon y justicia, usurparon; demás que por los gastos hechos en esta guerra, el rey de Aragon le contase quinientos mil florines. El Legado, oido lo que decía el Rey, fué á verse con el de Aragon;

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