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gro, que en un tiempo en que los corazones de los hombres se mostraban con tantas muertes encruelecidos y fieros hobiese quien hiciese diferencia entre lealtad y traicion; grandísima maravilla, que un hombre extranjero tuviese tan grande constancia que se opusiese á la voluntad y determinacion de dos reyes, y mas que era camarero del Aragonés. La verdad es que Dios, á quien los hombres no pueden engañar ni impedir sus decretos, tenia ya determinado de dar al Conde el reino de su hermano, y quitarle al que con tantas crueldades le tenia desmerecido. Por este tiempo, en el mes de agosto, en Catania de Sicilia dió fin á sus dias la reina de Sicilia doña Costanza. Dejó una hija, llamada doña María, heredera que fué adelante del reino de su padre, y por ella su marido don Martin, hijo de otro don Martin, duque de Momblanc, y últimamente rey de Aragon.

CAPITULO VII.

Que don Enrique fué alzado por rey de Castilla.

Resfriado el calor con que se trataban las paces y perdida gran parte de la esperanza que de concluillas se tenia, el rey de Aragon se fué á Cataluña á procurar nuevos socorros para defenderse, el rey de Castilla á Sevilla con tanta codicia de renovar la guerra, que en el fin del año entró por Murcia en el reino de Valencia, y unas por combate, y otras á partido, ganó las villas de Alicante, Muela, Callosa, Denia, Gandía y Oliva. Pasó tan adelante, que en el mes de diciembre puso cerco á la ciudad de Valencia, cabecera de aquel reino. Esto causó en toda la provincia un miedo grandísimo, en especial al Rey, á quien tenia esta guerra puesto en gran cuidado, que á la sazon tuvo las pascuas de Navidad en la ciudad de Lérida. Poco despues se vió con el de Navarra en la fortaleza de Sos en 23 dias del mes de febrero, año de nuestra salvacion de 1361. Hallóse presente el conde don Enrique, reconciliado con los reyes, ó lo que yo tengo por mas cierto, porque no sabia el peligro en que estuvo en las vistas pasadas. Hizose liga entre ellos y amistades no mas duraderas que otras veces; presto se desavernán y serán enemigos. Pensaban si venciesen repartirse entre sí á Castilla, como presa y despojo de la victoria. Don Enrique tenia concebida esperanza de apoderarse de las riquezas y reino de su hermano, y el haberse escapado de tantos peligros le parecia á él que era dello cierto presagio y prenda, coino si hobiera ganado una grandísima victoria. Finalmente, su juego se entablaba bien y mejor que el de sus contrarios. En el repartimiento de Castilla daban al rey de Navarra á Vizcaya y á Castilla la Vieja; el reino de Murcia y de Toledo tomaba para sí el rey de Aragon, que es cosa muy fácil ser liberal de hacienda ajena. Solo á Bernardo de Cabrera no contentaban estos pretensos; parecíale que con ellos no se granjearia mas de irritar y echarse á cuestas las fuerzas y armas de Castilla, mas poderosas que las de Aragon, como los sucesos de las guerras pasadas bastantemente lo mostraban. Tratóse entre estos príncipes de matar al dicho Bernardo de Cabrera, plática que no estuvo tan secreta que primero que lo pudiesen efectuar no viniese á su noticia, y de Almudevar, donde esto se ordenaba, se huyese á Navarra. Siguiéronle por mandado de don Enrique algunos capitanes de á caballo de los suyos, alcanzaronle

en Carcastillo, y preso le tuvieron en buena guarda hasta que despues en ciertos conciertos fué entregado al rey de Aragon, que estaba muy ansiado por el cerco de la ciudad de Valencia sin saber en lo que pararia. Con este cuidado juntó todo su ejército para irla á descercar con ánimo de dar la batalla al enemigo. Partió de Burriana con su campo, y llegado á vista de los enemigos, les presentó la batalla. Excusóla el rey de Castilla; no se sabe por qué no se atrevió á venir á las manos con los aragoneses. Ellos, visto que los castellanos se estaban quedos dentro de sus reales, con grande honra suya y afrenta de los enemigos en 28 de abril se entraron como victoriosos en la ciudad de Valencia. La armada de Castilla, que era muy poderosa, de veinte y cuatro galeras y de cuarenta y seis navíos, dado que hobo un tiento á los pueblos de aquella costa, aportó á Monviedro. Allí se supo de las espías que el vizconde de Cardona tenia en el rio de Cullera diez y siete galeras aragonesas. El rey de Castilla tenia gran deseo de tomarlas, y parecíale que le seria cosa fácil por estar en parte que no se le podrian escapar; sacó su armada, y con gran presteza cercó la boca del rio. Cargó repentinamente el tiempo y sobrevino una furiosa tempestad que le forzó volverse á su puerto, por no ponerse á riesgo de correr fortuna ó de dar al través en aquella ribera. Vióse el Rey este dia en grandísimo peligro de perderse; así, luego que saltó en tierra, fué en romería á la casa de nuestra Señora Santa María del Puch á dar gracias a nuestro Señor de haberle librado de las ondas del mar y de las manos de sus enemigos, que de la ribera esperaban por momentos cuando alguna grupada se le entregaria. Dícese que hizo esta romería á pié, descalzo, en camisa y con una soga á la garganta; que de su natural no era tan sin piedad ni tau indevoto, si no hiciera las cosas tan sin órden y sin justicia. Con esto se volvieron los reyes, el de Aragon á Barcelona, y á Murcia el de Castilla, y de allí á Sevilla, en lo mas recio de las calores del estío, en el tiempo que en 26 de julio en la ciudad de Zaragoza fué justiciado públicamente Bernardo Cabrera por sentencia que dió contra él el mismo rey de Aragon, y la ejecutó su hijo el infante don Juan. Confiscaron las villas de Cabrera y Osona y otros muchos pueblos de su señorio; fiad en servicios y en privanza. Caso es este que, si atentamente se considera, se echará de ver que el rey de Aragon cometió un delito feo y atroz, muy semejante á parricidio, en hacer matar el discípulo á su ayo, de quien fuera santísimamente doctrinado, mayormente que era inocente y á todo el mundo eran manifiestos los grandes servicios que tenia hechos á la casa real de Aragon. Causóle la muerte la incorrupta libertad con que decia su parecer. Es así, que los príncipes huelgan con la disimulacion y lisonja; demás que los reyes cometen muchas veces grandes yerros, que á veces redundan en odio de sus privados; esto fué lo que acarreó la muerte á este excelente varon sin tener otra mayor culpa. Conspiraron contra él para liegarle á este trance la Reina, el rey de Navarra, don Enrique y el conde de Ribagorza. Despues desto se volvió con nueva cólera á echar mano á las armas. El rey de Castilla tomó á Ayora en el reino de Valencia. Don Gutierre de Toledo, que por muerte de don Suero era maestre de Calatrava, iba por mandado de su Rey á bastecer á Monviedro; aco¬

rian bien desde el tiempo que estuvo en las guerras de Francia. Señalábanse entre ellos muchos caballeros y señores de cuenta, muy valientes soldados y valerosos capitanes. Los mas principales eran Beltran Claquin, breton, y Hugo Carbolayo, inglés. La cabeza y caudillo desta gente Juan de Borbor, que queria venir á vengar la muerte de su hermana doña Blanca, no se sabe por qué causa se quedó en Francia; cierto es que no vino á España. Toda esta gente entre los de á caballo y de á pié llegaban como á doce mil hombres de guerra. Frosarte, historiador francés de aquella era, dice que venian en aquel ejército treinta mil soldados. El 1. dia de enero del año 1366 llegaron á Barcelona las primeras banderas deste campo; las demás desde á pocos días. El rey de Aragon hizo á todos muy buena acogida, y couvidó á un gran banquete á los mas principales capitanes. Dióles de contado una gran cantidad de florines, y prometióles otra paga mucho mayor para adelante. A Beltran Claquin dió el estado de Borgia con título de conde, porque con mayor gana le sirviese en esta guerra. Estos apercebimientos tan grandes despertaron al rey de Castilla que estaba en Sevilla, aunque no era de suyo nada lerdo ni descuidado. Partióse á Búrgos, y en Cortes que allí tuvo pidió al reino ayuda para esta guerra; todo era sin provecho lo que intentaba por tener enojado á Dios y las voluntades de los hombres no le eran favorables. Monsieur de Labrit era venido de Francia en su ayuda; aconsejábale que procurase con mucho dinero hacer que los extranjeros se pasasen á él y desamparasen á su hermano don Enrique. Ofrecia su industria para acabarlo con ellos, porque conocia su condicion, que no era mal aparejada para cosas semejantes; además que tenia entre ellos muchos parientes y amigos que le ayudarian en esto. Ciega Dios los ojos del alma á aquellos á quien es servido de castigar, no aciertan en cosa; así estuvieron cerradas las orejas del rey don Pedro, que no oyeron un consejo tan saludable; como era hombre tan fiero, no hacia caso del peligro que le corria. Entre tanto en la ciudad de Zaragoza, do estaban los soldados extranjeros, se vieron el rey de Aragon y el conde don Enrique. En estas vistas en 5 del mes de marzo confirmaron de nuevo la alianza que primero tenian hecha, y se declaró la parte del reino de Castilla que habia de dar al de Aragon don Enrique, caso que se apoderase de aquel reino. Para mayor amistad y firmeza de lo capitulado se concertó que la infauta doña Leonor, hija del rey de Aragon, casase con don Juan, hijo del conde don Enrique. Acabadas las vistas, el Rey se quedó en Zaragoza para esperar el fin que tendrian cosas tan grandes; el conde don Enrique, ya que tuvo junto todo el ejército, entró poderosamente en el reino de Castilla por Alfaro. Estaba alli por capitan Inigo Lopez de Horozco; no se quisieron detener en combatir esta villa, que era fuerte, por no gastar en ello el tiempo que les era menester para cosas mayores. Sabian muy bien que en las guerras civi

metiéronle en el camino golpe de aragoneses, y en un bravorencuentro que tuvieron le desbarataron y fué muerto en la pelea con otros muchos de los suyos. Por su muerte dieron el maestrazgo á don Martin Lopez de Córdoba, repostero mayor del Rey. Esta pérdida renovó y dobló la afrenta al rey de Castilla, que á la sazon molestaba mucho las comarcas de Alicante y Orihuela, y tenia harta esperanza de ganar esta ciudad. El Aragonés con toda su hueste, confiado y cierto que cada dia se reforzaria su ejército con gentes que le acudirian del reino, llegó á poner su campo á vista del enemigo; y como tambien allí representase la batalla al rey de Castilla, y él por no fiarse de los suyos la rehusase, socorrió á Orihuela con gente y bastimentos; con que se volvió á Aragon. Esto pasaba en el fin deste año. En el principio del siguiente de 1365 de nuestra salvacion el rey de Aragon cercó á Monviedro y le apretó de suerte, que forzó á los castellanos á que se le entregasen á partido. Por el contrario, el rey de Castilla con un largo cerco ganó tambien la ciudad de Orihuela. En 7 dias del mes de junio deste mismo año murió en Orihuela, la cual el rey don Pedro tenia cercada, Alonso de Guzman despues que hizo grandes servicios á don Enrique, cuya parcialidad seguia; murió en la flor de su mocedad; era hombre de grande valor, de agudo ingenio, de maduro y alto consejo. Sucedióle en el señorío de Sanlúcar y en lo demás de su estado Juan de Guzman, su hermano. Don Gomez de Porras, prior de San Juan, sea con miedo que tuvo del rey don Pedro por rendir, como rindió, á Monviedro, sea por hacer amistad á don Enrique, se pasó á la parte de Aragon con seiscientos caballos que en aquella ciudad tenia de guarnicion. Deste principio, aunque pequeño, se comenzaron á enflaquecer, ó por mejor decir, ir muy de caida las fuerzas del rey de Castilla; que así muchas veces acontece que de pequeñas ocasiones, en la guerra mayormente, sucedan desmanes muy grandes. Allegóse tambien á esto, que como quier que á la sazon hobiese paces entre Francia é Inglaterra, vinieron muchos soldados de Francia en ayuda de Aragon, que, como vivian de lo que ganaban en la guerra, les era forzoso, hecha la paz, sustentarse de las haciendas que robaban á los miserables pueblos. Estos mismos ladrones que andaban por Francia vagabundos y desmandados tuvieron cercado al mismo papa Urbano y le forzaron á comprar con mucha suma de dineros su libertad y la de su sacro palacio. La voz era que les daba trecientos mil florines por modo de salario y debajo de nombre de sueldo; capa con que cubrieron la afrenta del Papa y aquel sacrilegio. Habíales dado el rey de Francia otra tanta cantidad por echar de su tierra una tan cruel pestilencia como esta. El sumo Pontífice, librado deste peligro, pensó pasar su silla á Italia, dado que por entonces aquel propósito no duró mucho. Sentia el castigo de Dios, y temíale mayor de cada dia por haber sus antecesores desamparado su sagrada casa. Muerto pues el cardenal don Gil de Albornoz, quiso visitar, lo ganado, y poner en paz y justicia á sus súbditos. Vino pues, como deciamos, á España desta gente de Francia una grande avenida de soldados alemanes, ingleses, bretones y navarros y de otras naciones por codicia de la ganancia y robo. Llamólos el coude don Enrique, á quien que

hizo, el patrimonio de la Iglesia que le dejó ra y así, lo les ninguna cosa tanto aprovecha como la presteza; tonla

tardanza es muy dañosa y empece. Dejado Alfaro, marchó el ejército con buena órden derecho á Calahorra, ciudad que baña el rio Ebro, y es de las mas principales de aquella comarca. Luego que llegó el conde don Enrique, le abrieron las puertas don Fernando, obispo de aquella ciudad, y Fernau Sanchez de Tovar, que a

tenia por el rey de Castilla. Entró el Conde en ella lúnes 16 dias del mes de marzo; no se sabe si la entregaron por no estar tan bien fortificada y bastecida que se pudiese poner en defensa, ó porque los ciudadanos estuviesen mal con el rey don Pedro. Aquí en Calahorra se hizo consejo para determinar cómo se procederia en esta guerra. Los pareceres eran diferentes y contrarios; unos decian que era bien ir luego á Búrgos como á cabeza de Castilla, otros fueron de parecer que el conde don Enrique tomase titulo de rey para que, perdida del todo la esperanza de reconciliarse con su hermano, con mayor ánimo y constancia se hiciese la guerra y para meter á todos en la culpa y empeñallos. Beltran Claquin, como quier que era varon de grande pecho y ánimo y por la grande experiencia que tenia en las cosas de la guerra el hombre de mas autoridad que venia en el ejército, dicen que habló desta manera: «Cualquiera que hobiere de dar parecer y consejo en cosas de grande importancia está obligado á considerar dos cosas principales: la una, cuál sea lo mas útil y cumplidero al bien comun; la otra, si hay fuerzas bastantes para conseguir el fin que se pretende. Como es cosa inhumana y perjudicial anteponer sus intereses particulares al bien público y pro comun, así intentar aquello con que no podemos salir, y á lo que no allegan nuestras fuerzas, no es otra cosa sino una temeridad y locura. Ninguna cosa, Señor, te falta para que no puedas alcanzar el reino de Castilla; todo está bien pertrechado; por tanto, mi voto y parecer es que lo pretendas, ca será utilísimo á todos, á tí muy honroso, y á nos de grandísima gloria, si con nuestras fuerzas y debajo de tu pendon, y siguiéndote como á cabeza y capitan, echáremos del mundo un tirano y un terrible monstruo que en figura humana está en la tierra para consumir y acabar las vidas de los hombres. Restituirás á tu patria y al nobilísimo reino de tu padre la libertad que con su muerte perdió, y darásle lugar á que respire de tan innumerables trabajos y cuitas como desde entonces hasta el dia de hoy han padecido. ¿Por ventura no ves como las casas, campos y pueblos están cubiertos de la miserable sangre de la nobleza y gente de Castilla? ¿No miras tus parientes y hermanos cruelmente muertos, que ni aun á las mujeres ni niños no se ha perdonado? No tienes lástima de tu patria? No sientes sus males y te compadeces y avergüenzas de su miserable estado, tantos destierros, confiscaciones de bienes, perdimientos de estados, robos, muertes? Tan grandes avenidas y tempestades de trabajos, ¿quién, aunque tuviese el corazon de acero, las podria mirar con ojos que no se deshiciesen en lágrimas? No lo has de haber con aquellos antiguos y buenos reyes de Castilla los Fernandos y Alonsos, aquellos que, confiados mas en el amor que les tenian sus vasallos que en las armas, alcanzaron de los moros tan señaladas y gloriosas victorias. Ofrécesete un enemigo, que en ser aborrecido puede competir con el tirano que mas malquisto haya sido en el mundo, desamado de los extraños, insufrible y molestísimo á los suyos; una carga tan pesada, que cuando no hobiera quien la derribara, ella misma se viniera por sí al suelo. Falto y desguarnecido de gente, y si tiene algunos soldados, estarán como su príncipe corrompidos y estragados con los vicios, y que vendrán á la batalla ciegos, flacos y rendidos. Tú tienes un vale

roso ejército en que se halla toda la flor de Francia, Inglaterra, Alemania y Aragon y lo mejor del propio reino de Castilla, todos soldados viejos muy ejercitados y que se han hallado en grandes jornadas. Tienes muchos reyes amigos, y sobre todo tu ventura y felicidad y grande benevolencia con que de todo este ejército eres amado. Deséate toda Castilla, los buenos del reino te esperan, y le quieren favorecer y servir; no habrá ninguno que, sabido que te han alzado por rey, no se venga á nuestros reales. A otros pudiera en algun tiempo ser provechoso el nombre de rey, mas á tí en este trance es necesario del todo para sustentar la autoridad que es menester para que te respeten y para descubrir las aliciones y voluntades de los hombres. Si, como yo lo espero, el cielo nos ayuda, á tí se te apareja una gloria grande, nos quedarémos contentos con la parte de la merced y honra que nos quisieres hacer. Si sucediere al revés, lo que de pensarlo tiemblo, no puede avenirte peor de lo que de presente padeces. Todos corremos el mismo riesgo que tú; por tanto, nuestro consejo se debe tener por mas fiel y seguro, pues es igual para todos el peligro. No ha lugar ni conviene entretenerse cuando la tardanza es peor que el arrojarse. Ea pues, ten buen ánimo, ensancha y engrandece el corazon y toma á la hora aquel nombre, para el cual te tiene Dios guardado de tantos peligros. Ayúdate con presteza, y haz de tu enemigo lo que él pretende hacer de tí; acábale desta vez, ó si fuere menester, muere valerosamente en la demanda, que la fortuna favorece y teme á los fuertes y esforzados, derriba á los pusilánimes y cobardes.» Despues que Beltran acabó su plática, todos los demás caudillos del ejército rodearon á don Enrique y le animaron á que se llamase rey; trujéronle á la memoria pronósticos en esta razon, aseguráronle que Dios y los hombres le favorecian. Con esto despliegan los pendones, y con mucho regocijo por las calles públicas de la ciudad dicen á voces: « Castilla, Castilla por el rey don Enrique.» El nuevo Rey, segun el estado y méritos de cada uno, hizo muchas mercedes; á unos dió ciudades, y á otros villas, castillos, lugares, oficios y gobiernos. Holgaba de parecer liberal, y era fácil serlo de hacienda ajena. Cada uno pensaba que cuanto pidiese tanto se hallaria, que todo le seria concedido. A Beltran Claquin dió á Trastamara, y á Hugo Carbolayo á Carrion, al uno y al otro con título de condes. A los hermanos del nuevo Rey, á don Tello restituyó el estado de Vizcaya, á don Sancho dió el de Alburquerque, el maestrazgo de Santiago se dió á don Gonzalo Mejía, y á don Pedro Muñiz, que tambien él era muy querido de don Enrique, dieron el maestrazgo de Calatrava; á don Alonso de Aragon, conde de Denia y Ribagorza, que era tio hermano del padre del rey de Aragon, le hizo merced de Villena con título de marqués y con todo el señorío que fué de don Juan Manuel; á otros dió villas y castillos, con que los contentó de presente y los heredó en el reino para adelante.

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pueblos, todos deseosos de poderse rebelar y vengar la sangre de sus parientes. Ninguna cosa los tenia sino el miedo que, si les fuese contraria la fortuna, serian sin misericordia castigados. Los dos reyes con grande porfía y ahinco comenzaron la contienda sobre el reino. Cada cual tenia por sí grandes ayudas y valedores. De parte de don Enrique estaba el ejército extranjero, el odio de su competidor, y el ser los hombres naturalmente aficionados á cosas nuevas. A don Pedro ayudaba que casi antes fué rey que hobiese nacido, que era hijo de rey y descendia de otros muchos reyes, y que él solo quedaba por heredero legítimo de todos ellos. En ambos el nombre y majestad real era respetado y venerable. Punzaba á don Pedro la ofensa que se le hacia; á don Enrique le encendia en cólera y animaba á la venganza la sangre que de su madre y hermanos, amigos y parientes derramaron, y los grandes trabajos que el reino padecia. Finalmente, mayor cuidado tenia de sustentar el nuevo nombre de rey que su propia vida. Con esta resolucion don Enrique y los suyos se determinaron ir luego á Búrgos; en el camino pasaron cerca de Logroño, mas no quisieron llegar á él porque entendieron que los ciudadanos no harian nada de su voluntad, y que si les cercaban seria cosa muy larga; Navarrete y Briviesca se les dieron luego. Mientras esto así pasaba, don Pedro se hallaba en Búrgos con pocos amigos, ca muchos dellos él mismo los hizo matar; suspenso y dudoso de lo que haria, no se atrevia á fiarse de nadie ni tomar resolucion si se iria, si esperaria á su enemigo. Resolvióse finalmente en ir con grande presteza á Sevilla, porque tenia en aquella ciudad sus hijos y tesoros, y temia perderlo todo. No se atrevió á arriscarse por saber cuán pocos eran los que le querian bien. Los de Burgos todavía le ofrecieron su ayuda; él se lo agradeció, y dijo que entonces no se queria valer de su buen ofrecimiento y lealtad, antes les alzó el homenaje que le tenian hecho para que, si se viesen en aprieto, pudiesen entregarse á don Enrique sin incurrir infamia ni caso de traicion. Cególe Dios para que no acetase el favor que le hacian, mayormente que como toda su perdicion le viniese por su crueldad, acrecentó de nuevo el odio que le tenian, con que al tiempo que se queria partir hizo matar á Juan Fernandez de Tovar no por otra culpa sino porque su hermano acogió en Calahorra á don Enrique. Esto hecho, se partió de Búrgos en 28 dias del mes de marzo. Dende el camino mandó á los capitanes y alcaides de las villas y castillos que tomara en Aragon les pegasen fuego, y desamparados, sacasen luego las guarniciones, y que lo mas presto que pudiesen se fuesen para él á Toledo. Desta suerte en un instante perdió lo que con gran costa y trabajo en muchos años tenia ganado. Uno destos pueblos fué la ciudad de Calatayud; la libertad que cobró en el postrero de marzo, hasta hoy la celebra con fiesta solemne y procesion, en que van fuera de la ciudad á Santa María de la Peña á cumplir el voto que entonces hicieron en memoria de la merced recebida. Llegó el rey don Pedro á Toledo; allí se detuvo algunos dias en asegurar aquella ciudad y dejalla á buen recaudo. Mandó quedar en ella por general á don Garci Alvarez de Toledo, maestre de Santiago. Partido el rey don Pedro de Burgos, los de la ciudad enviaron por sus cartas á llamar á don Enrique. Diéronle título de conde,

pero ofrecíanle la corona de rey si la fuese á tomar en su ciudad, pues por su antigüedad y nobleza se le debia que en ella y no en otra diese principio á su reinado. Aceptó su oferta, y luego se partió para aquella ciudad, en que le recibieron con grandes aclamaciones y regocijos; en el monasterio de las Huelgas fué coronado y recebido por rey de Castilla. Con el ejemplo de Búrgos las mas ciudades y fortalezas del reino de su propia voluntad en espacio de veinte y cinco dias despues de su coronacion le vinieron á dar la obediencia. Con esto no quedó nada inferior á su contrario ni en fuerzas ni en vasallos; los grandes y los pueblos todos á porfía deseaban con apresurarse ganar la gracia del nuevo Rey. Asentadas las cosas de Castilla y Leon, se fué don Enrique á Toledo. Allí sin ninguna dificultad, antes con mucho regocijo, le abrieron las puertas. Renunció el maestre de Santiago, don Garci Alvarez de Toledo. Dióle el rey don Enrique en recompensa del maestrazgo y de que se pasó á su servicio lo de Oropesa y de Valdecorneja, con que don Gonzalo Mejía quedó sin contradiccion por maestre de Santiago. Por muerte de don Garci Alvarez lo de Oropesa quedó á su hijo Fernan Dalvarez de Toledo, que en su mujer doña Elvira de Ayala tuvo á Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, y á Diego Lopez de Ayala, cabeza de los Ayalas de Talavera, señores de Cebolla. Lo de Valdecorneja quedó á otro Fernan Dalvarez de Toledo, hermano ó sobrino del Maestre, y dél vienen los duques de Alba. Llámanse Valdecorneja el Barrio, Dávila, Piedrahita, Horcajada y Almiron. Apoderado don Enrique de tan principal ciudad como Toledo, todo lo demás del reino quedó llano, de manera que don Pedro no se atrevió mas á estar en el reino, antes perdida del todo la esperanza, se determinó de ponerse en salvo en una galera, en que embarcó sus hijos y tesoros, con que se fué á Portugal. Al que Dios comenzaba á desamparar parecia que le faltaba el consejo y tambien el favor de los hombres. El rey de Portugal no le quiso tener en su reino, antes le envió á decir que no cabian dos reyes en una provincia. Don Fernando, hijo del rey de Portugal, estaba inclinado á don Enrique; favorecíale, y enviábanse muchos recados el uno al otro, y estaba mal con el rey don Pedro. Verdad es que en Portugal no se le hizo ningun desaguisado por no violar el derecho de las gentes, antes se le dió paso seguro para Galicia, para do se encaminaba con intento de juntar en aquellos pueblos alguna flota en que pasarse á Bayona de Francia. Llegado á Compostella, hizo matar á don Suero, arzobispo de Santiago, y al dean de aquella iglesia, que se decia Peralvarez, ambos naturales de Toledo. No amansaban tantos peligros el cruel ánimo del Rey, y él mismo sin necesidad aumentaba las causas de su destruicion. Ordenó su partida á Francia; parecióle que le era muy peligroso ir por tierra; así, allegó de aquella costa una armada de veinte y dos navíos y algunos otros bajeles menores. Embarcóse en ella con don Juan, su hijo, y otras dos hijas, que dona Beatriz, la mayor, muerta, aunque Polidoro escribe que falleció en Bayona de Francia. Con buen viento llegaron á Bayona en la Guiena, que á la sazon se tenia por los ingleses; llevó consigo una buena parte de sus tesoros. Verdad es que la mayor cantidad dellos, que enviaba en una galera con su tesorero Martin Yáñez, se la tomaron los ciuda

era

danos de Sevilla con deseo de hacer algun uotable servicio á don Enrique, al cual todo se le allanaba. Córdoba se le habia entregado, y por horas le esperaban en Sevilla. Desta manera entendió don Pedro por su mal que las cosas humanas no permanecen siempre en un ser, y que muchas veces muy grandes príncipes, por mas dichosos y mas poderosos que fuesen, aunque estuviesen rodeados de grandes ejércitos, fueron destruidos por ser malquistos del pueblo, y llevaron el pago que sus obras merecian. El nuevo rey don Enrique, despues de llegado á Sevilla, asentó paces con los reyes de Portugal y de Granada. Hecho esto, del ejército de los extranjeros escogió mil y quinientas lanzas, y por sus capitanes Beltran Claquin y don Bernal, hijo del conde de Fox, señor de Bearne; con tanto, como si todo lo al quedara llano, despidió los demás soldados. De Aragon le enviaron á su mujer y á su nuera la infanta doña Leonor, en cuya compañía vinieron don Lopez Fernandez de Luna, arzobispo de Zaragoza, y otros señores principales. Era necesario asentar el gobierno del reino y poner buen recaudo en las rentas reales, proveer de dineros, porque el tesoro real le halló muy consumido con la guerra pasada. No se ponia duda sino que de Francia bajaria otra tempestad de guerra, y que don Pedro, por ser de corazon tan ardiente, no sosegaria hasta que dejase juntamente el reino y la vida. Por tanto, se hicieron en Búrgos Cortes generales de todo el reino, y en ellas el infante don Juan, hijo de don Enrique, fué jurado por sucesor y heredero del reino para despues de los dias de su padre. En estas Cortes asimismo se concedió la décima parte de las cosas que se vendiesen, sin limitar el tiempo desta concesion. La gana de que se administrase bien la guerra y el aborrecimiento que tenian á don Pedro les hizo en parte que no advirtiesen por entonces cuán grave carga habia de ser este tributo en los tiempos venideros. La ciega codicia de venganza y el dolor y peligro presente fácilmente turba y desbarata la corta providencia de los entendimientos de los hombres. Hizo don Enrique merced á la ciudad de Búrgos de la villa de Miranda de Ebro por los servicios que le hicieron en su coronacion y en recompensa de la villa de Briviesca, que era de Búrgos y la diera á Pedro Fernandez de Velasco, su camarero mayor; y porque la villa de Miranda era de la iglesia de Burgos, le dió en pago sesenta mil maravedís de juro cada un año situados en los diezmos del mar, para que se gastasen en las distribuciones ordinarias de las horas nocturnas y diurnas y se repartiesen entre los prebendados que asistiesen á los divinos oficios en la dicha iglesia mayor, que antes desto no tenian estas distribuciones. Era á la sazon obispo de Búrgos don Domingo, único deste nombre, cuya eleccion fué memorable; por muerte de su antecesor don Fernando los votos del cabildo se dividieron sin poderse concordar en dos bandos. Conviniéronse en que aquel fuese de comun consentimiento de todos electo por obispo á quien nombrase el canónigo Domingo, como árbitro que le hacian desta eleccion, ca le tenian por hombre santo y de buena conciencia. El, acetado que hobo la accion que le daban, sin hacer caso de ninguno de los competidores, dijo por sí aquella sentencia que despues se mudó en refran : «Obispo por obispo séaselo Domingo.» Holgaron todos los canónigos que se

hobiese nombrado, y recibiéronle por su prelado; diéronle las insignias episcopales é hicieronle consagrar. En estos dias el arzobispo don Lope de Luna vino otra vez á Castilla enviado por el rey de Aragon con emba-. jada á don Enrique para pedille cumpliese con él lo que tenia capitulado y acusalle los juramentos que le tenia hechos y las pleitesías; en particular queria le pagase mucha suma de moneda que le prestara. El rey don Enrique le respondió que él confesaba la deuda y ser así todo lo que el Rey decia; todavía que aun no estaban sosegadas las cosas del reino, y que si no era con grande riesgo de alguna gran revuelta y escándalo, no podia tan presto enajenar de la corona real tantas villas y ciudades como le prometió; que pasado este peligro, él estaba presto para cumplir lo asentado; que le tenia en lugar de padre y le debia el ser, vida y reino que poseia y todo lo al. Esto decia por entretener al rey de Aragon; por lo demás muy resuelto de no enajenar ninguna parte de lo que antiguamente era reino de Castilla. Desta manera suelen los príncipes mirar mas por lo que les es útil y provechoso que tener cuenta con el deber y promesas que tengan hechas y juradas.

CAPITULO IX.

De las guerras de Navarra.

Estas cosas pasaban en Castilla; entre los navarros y franceses con varia fortuna se proseguia en Francia la guerra que tres años antes deste se comenzara, aunque con mayor daño del rey de Navarra por estar ausente y ocupado en negocios de su reino. Tomáronle algunas villas y ciudades, cercáronle y combatieron otras. Los reyes de Francia y de Aragon hicieron liga en la ciudad de Tolosa, que es en la Gallia Narbonense, por sus procuradores, que cada uno dellos para este efecto envió. El principal en asentar los capítulos desta liga fué Luis, duque de Anjou, hermano del rey de Francia. Quedaron de acuerdo que el rey de Aragon hiciese guerra al de Navarra dentro de su reino, y que el rey de Francia le ayudase con quinientas lanzas pagadas á su costa, todo sin tener ningun respeto al estrecho parentesco que con él tenian, porque entrambos reyes eran sus cuñados por estar el de Navarra casado con hermana del rey de Francia, y el de Aragon tenia asimismo por mujer una hermana del mismo Navarro. Aquellos príncipes, que tenian obligacion á defendelle cuando otros le movieran guerra, esos se conjuraban contra él. ¡Oh fiera codicia de reinar! El mal modo de proceder del rey Carlos de Navarra y su aspereza le lacian odioso á los reyes sus vecinos, y era la causa que tuviese muchos enemigos. Entendida esta liga por el Navarro, él se estuvo quedo en España para hacer resistencia al rey de Aragon, mayormente que ya por su mandado Luis Coronel desde Tarazona hacia guerra en Navarra, robaba y destruia toda aquella frontera. A la Reina, su mujer, envió á Francia, dado que preñada, para que procurase aplacar al Rey, su hermano, y buscase algun remedio para salir del aprieto en que se hallaban. Esta ida no fué de provecho alguno, á causa que el rey de Francia pensaba y pretendia quedarse desta vez con toda la tierra que el de Navarra tenia en su reino. Estando pues la Reina en su villa de Evreux

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