Imágenes de páginas
PDF
EPUB

por falta de fuerzas salió en vano, y la honra le acarreó la muerte demas de otros daños que resultaron: lo primero con la partida de don Pedro las fuerzas de Portugal se enflaquecieron en Africa, por donde de Tanger que pretendian tomar, fueron con daño rechazados los fieles por los Moros, y algunas entradas que se hicieron en los campos comarcanos, no fueron de consideracion ni de algun efecto notable; solo junto al monte Benasa en un encuentro que tuvieron con los enemigos, el mismo rey de Portugal estuvo á gran riesgo de perderse con toda su gente. Duarte de Meneses como quier que por defender á su rey se metiese con grande ánimo entre los enemigos, fué muerto en la pelea y otros con él. El conde de Villareal defendió aquel dia la retaguardia, por lo cual mereció mucha loa por testimonio del mismo rey que despues de la pelea le dijo: «Hoy en vos solo ha quedado la fé.»

El rey don Enrique desde Sevilla fué á Gibraltar: allí á su instancia y por sus ruegos aportó el rey de Portugal á la vuelta de Africa y de Ceuta. Estuvieron en aquel pueblo por espacio de ocho dias: despues dellos el de Portugal se volvió á su reino. El rey don Enrique por la parte de Ecija rompió por el reino de Granada, sin desistir de la empresa hasta tanto que le pagaron el tributo que tenian antes concertado, y le hicieron otros presentes de grande estima con esto por Jaen, do residia Miguel Iranzu su condestable por frontero, pasó el rey de priesa à Madrid. Queria recebir y festejar otra vez al de Portugal que por voto que tenia hecho, se encaminaba para visitar á Guadalupe, casa de mucha devocion: viéronse los dos reyes y habláronse en la Puente del Arzobispo raya del reino de Toledo: hallóse presente la reina de Castilla que en compañía de su marido iba para verse con su hermano el rey de Portugal.

:

En esta junta se concertaron dos casamientos, uno del rey de Portugal con doña Isabel hermana del rey don Enrique, y otro de doña Juana su hija con el principe y heredero de Portugal dilatáronse para otro tiempo las bodas, y al fin la tardanza hizo que no surtiesen efecto. Estaba del cielo determinado que los Aragoneses, reino mas á propósito que el de Portugal, viniesen á la corona de Castilla, bien que no sin grandes y largas alteraciones de España: males que parece pronosticó un torbellino de vientos que en Sevilla se levantó, el mayor que la gente se acordaba, tanto que llevó por el aire un par de bueyes con su arado, y de la torre de S. Agustin derribó y arrojó muy lejos una campana; arrancó otrosí de cuajo muchos árboles muy viejos, y los edificios en muchas partes quedaron maltratados. Viéronse en el cielo como huestes de hombres armados que peleaban entre sí, quier fuese verdadera representacion, quier engaño como se puede pensar, pues refieren que solamente las vieron los niños de poca edad: finalmente tres águilas con los picos y uñas en el aire combatieron por largo espacio; el fin de aquella sangrienta pelea fué que cayeron todas en tierras muertas. Los hombres movidos destos prodigios y señales hacian rogativas, plegarias y votos para aplacar, si pudiesen, la ira del cielo que amenazaba, y alcanzar el favor de Dios y de los santos.

CAPITULO VII.

De una conjuracion que bicieron los grandes de Castilla.

EL
El rey don Enrique comenzaba á mirar con mala cara al arzobispo de Toledo y al marqués

de Villena por entender que en las diferencias de Aragon no le sirvieron con toda lealtad: por esto ni le hicieron compañía cuando fué al Andalucia, ni se hallaron en la junta que tuvieron los reyes en la Puente del Arzobispo, antes por temer que se les hiciese alguna fuerza, ó dallo así á entender, desde Madrid se fueron á Alcalá; luego se juntaron con ellos el almirante de Castilla y el linage de los Manriques, y don Pedro Giron maestre de Calatrava. Allegáronseles poco despues los condes de Alba y de Plasencia por persuasion del marqués de Villena, que fué secretamente para esto á verse con ellos: el rey de Aragon asimismo por grandes promesas que le hicieron, se arrimó á este partido. Estos fueron los principios y cimientos de una cruel tempestad que tuvo á toda España por mucho tiempo muy gravemente trabajada. Era necesario buscar algun buen color para hacer esta conjuracion: pareció seria el mas á propósito pretender que la princesa doña Juana era habida de adulterio, y por tanto no podia ser heredera del reino.

Procuraron para salir con este intento apoderarse de los infantes don Alonso y doña Isabel hermanos del rey, que residian en Maqueda con su madre, por parecelles á propó

[ocr errors]

sito para con este color revolvello todo; verdad es que á instancia del rey, y con rehenes que le dieron para seguridad, el marques de Villena don Juan Pacheco volvió á Madrid. Todo era fingido, y él iba apercebido de mentiras y engaños con que apartar á los demas grandes del rey y de su servicio. Para este efecto le dió por consejo hiciese prender á don Alonso de Fonseca arzobispo de Sevilla, que á menos desto él no podria andar en la corte seguramente. Despues que tuvo persuadido al rey, con trato doble avisó á la parte del peligro en que estaba: dió él crédito á sus palabras, huyóse y ausentóse; traza con que forzosamente se hobo de pasar á los alterados.

Con esto quedó mas soberbio don Juan Pacheco, en tanta manera que estando la corte en Segovia al tiempo de los calores, cierto dia entró con hombres armados en el palacio real para apoderarse del rey y de sus hermanos. Pasó tan adelante este atrevimiento, que quebrantó las puertas del aposento real, y por no poder salir con su intento á causa que el rey y don Beltran de la Cueva con aquel sobresalto se retiraron mas adentro en el palacio y en parte que era mas fuerte, determinó de noche (que fué nueva insolencia) llevar adelante su maldad. Ya era llegada la hora, y los sediciosos se aparejaban con sus armas para ejecutar lo que tenian acordado; mas el rey y los suyos fueron avisados: con que las asechanzas no pasaron adelante. Estaba don Juan Pecheco autor de todo esto á la sazon en palacio los mas persuadian al rey y eran de parecer que le debian echar la mano y prenderle. Era tan grande el descuido del rey, que antepuso una vana muestra de clemencia á su salud y vida: decia que no era justo quebrantalle la seguridad que le diera; con que escapó entonces de aquel peligro, y las cosas se empeoraron de cada dia mas, mayormente que por el mismo tiempo por bula del sumo pontífice, don Beltran de la Cueva fué nombrado por maestre de Santiago, cosa que al pueblo dió mucha pesadumbre por el agravio que se hacia al infante don Alonso en quitalle aquella dignidad. Las demasías de don Juan Pacheco no parecia se podian castigar mejor que con levantar por este medio á su contrario y competidor don Beltran.

Intentó de nuevo el dicho marques de Villena si podia salir con su pretension, y con asechanzas y tratos apoderarse del rey: con este deseño le hizo fuese á Villacastin para tener allí habla; descubrióse tambien el engaño, y con esto se previno y remedió el daño. Desde Burgos los conjurados, juntados al descubierto y quitada la máscara, escribieron al rey de comun acuerdo una carta muy desacatada; las principales cabezas y capítulos eran: Que los Moros andaban libres en su corte sin ser castigados por maldad alguna que cometiesen: que los cargos y magistrados se vendian : que el maestrazgo de Santiago injustamente y contra derecho se habia dado á don Beltran : la princesa doña Juana como habida de adulterio no debia ser jurada por heredera; que si estas cosas se reformasen, de buena gana dejarian las armas, prestos de hacer lo que su merced fuese.

Recibió el rey y leyó esta carta en Valladolid, sin que por ella mucho se alterase : ciega sin duda el entendimiento la divina venganza cuando no quiere que se emboten los filos de su espada. A la verdad este príncipe tenia con los deleites feos y malos enflaquecidas las fuerzas del cuerpo y del alma. Hallóse presente don Lope de Barrientos obispo de Cuenca, que pretendia con grande instancia se debia con las armas castigar aquel desacato; pero no aprovechó nada, dado que le protestaba, pues no queria seguir el consejo saludable que le daba, que vendria á ser el mas miserable y abatido rey que hobiese tenido España que se arrepentiria tarde y sin provecho de la flojedad que de presente mostraba. Tralóse de nuevo de concierto, pues lo de la guerra no contentaba: para esto entre Cabezon y Cigales pueblos de Castilla la Vieja don Juan Pacheco, con qué cara? con qué vergüenza? en fin en un campo abierto y raso habló por grande espacio con el rey don Enrique. Resultó de la habla que se concertaron y hicieron estas capitulaciones: El infante don Alonso heredase el reino á tal que se casase con la pretensa princesa doña Juana: don Beltran renunciase el maestrazgo de Santiago: que se nombrasen cuatro jueces, dos por cada una de las partes, y por quinto fray Alonso de Oropesa general que era de los Gerónimos; lo que sobre las demas diferencias determinase la mayor parte destos jueces, aquello se ejecutase.

Tomada esta resolucion, el infante don Alonso que era de edad de once años, de Segovia fué traido á los reales del rey: allí le juraron todos por principe y heredero del reino; quedó en poder de los grandes, de que resultaron nuevos daños. A don Beltran de la Cueva dió el rey la villa de Alburquerque con título de duque, y juntamente le hicieron merced de Cuellar, Roa, Molina y Atienza demas de ciertos juros que en el Andalucía le señalaron

para cada un año en recompensa de la dignidad y maestrazgo que le quitaban. Los alterados señalaron por jueces árbitros á don Juan Pacheco y al conde de Plasencia; el rey á Pero Hernandez de Velasco y Gonzalo de Saavedra, enemigos declarados de don Juan Pacheco. El arzobispo de Toledo y el almirante se reconciliaron con el rey: la amistad duró poco, ó como decia el vulgo, fué invencion y querer temporizar. Andaban los cuatro jueces árbitros alterados, y entendíase que si llegaban á pronunciar sentencia, dejarian á don Enrique solo el nombre de rey y le quitarian todo lo demas: por esto mandó él de secreto al maestre de Alcántara y al conde de Medellin, personas de quien mucho se fiaba, que con las mas gentes que pudiesen, se viniesen á él, y desbaratasen aquellos intentos.

Gonzalo de Saavedra, que era uno de los jueces, y Alvar Gomez secretario del rey, al cual hiciera merced en la comarca de Toledo de Maqueda y de Torrejon de Velasco y de S. Silvestre, fueron por el rey llamados. Pusiéronles algunos grandes temores así á ellos como al maestre de Alcántara don Gomez de Solis y al conde de Medellin : avisáronlos que los querian prender, y que sus malos tratos eran descubiertos; con esto les persuadieron se declarasen, y públicamente con sus gentes se pasasen á los conjurados. El rey avisado de todo esto, puso lachas á los jueces árbitros, y alegó que los tenia por sospechosos; mandó otrosi á Pedro Arias ciudadano de Segovia (cuyo padre fué su contador mayor) que por fuerza se apoderase de Torrejon: así lo hizo, y dejó aquella villa á los condes de Puñonrostro sus descendientes. Pedro de Velasco se juntó tambien con los conjurados, dado que su padre el conde de Haro se quejaba mucho desta su liviandad, tanto que ni con soldados ni con dineros le ayudaba, y le era forzoso andar entre los otros grandes muy desacompaña – do y desautorizado.

Por este mismo tiempo á catorce de agosto falleció en Ancona ciudad de la Marca el papa Pio segundo pretendia, despues de convocados los principes de todo el mundo para tomar las armas contra los Turcos, pasar el mar Adriático y ser caudillo en aquella guerra sagrada, que fué una grande determinacion; y con este intento, bien que doliente, se hizo llevar á aquella ciudad: atajóle la muerte y cortóle sus pasos. Duróle poco tiempo el pontificado, solo espacio de seis años: su renombre por sus virtudes y pensamientos altos, y por sus letras será inmortal: con su muerte todos aquellos apercebimientos se deshicieron. Pusieron en su lugar con grande presteza al cardenal Pedro Barbo de nacion veneciano á treinta del mismo mes de agosto: llamóse Paulo segundo; era de cuarenta y siete años cuando fué electo en lo mejor de su edad. Mostróse muy aficionado á las cosas de España, y asi ayudó con su autoridad y diligencia al rey don Enrique en sus grandes trabajos.

CAPITULO VIII.

De las guerras de Aragon.

:

Cox la venida á Barcelona de don Pedro condestable de Portugal los Catalanes cobraron mas ánimo que conforme á las fuerzas que alcanzaban: mayor era el miedo todavia que la esperanza, como de gente vencida contra los que muchas veces los maltrataron la obstinacion de sus corazones era muy grande, que mas que todos los sustentaba. La ciudad de Lérida despues que por el rey estuvo cercada largo tiempo, y despues que le talaron y robaron los campos al derredor, finalmente fué forzada á entregarse. En muchas partes en un mismo tiempo la llama de la guerra se emprendia con daño de los pueblos y de los campos, rozas y labranzas miserable estado de toda aquella provincia. El principal caudillo en esta guerra era don Juan arzobispo de Zaragoza, que fué otro hijo bastardo del rey de Aragon, mas a propósito para las armas que para la mitra y roquete.

Philipo duque de Borgoña por el contrario envió á don Pedro una banda de Borgoñones, ayuda de poco momento para negocio tan grande. Con su venida la gente y compañías de Catalanes se juntaron en la villa de Manresa hasta en número de dos mil infantes y sobre seiscientos de á caballo. Estaba el conde de Prades por parte del rey de Aragon puesto sobre Cervera: el cerco se apretaba, y los cercados forzados de la hambre y falta de otras cosas trataban de rendirse; para prevenir este daño y por la defensa determinó don Pedro de ir en persona à socorrellos. La gente del rey de Aragon, lo principal de su egército y la fuerza, se tenia à la raya de Navarra á propósito de sosegar las alteraciones de aquella nacion: mandó el rey á su hijo el príncipe don Fernando que con parte del egército marchase

á toda priesa para juntarse con el conde de Prades. Era don Fernando de muy tierna edad, tenia solos trece años: la necesidad forzó á que en aquella guerra comenzase su padre á valerse dél, y él á ejercitarse en las armas; por esto no tuvo tiempo para aprender las primeras letras bastantemente: sus mismas firmas muestran ser esto verdad.

Llegaron los del condes table de Portugal à un lugar llamado los Prados del Rey çon determinacion de dar la batalla: asi lo avisaban las espias. El príncipe don Fernando que cerca se hallaba, apercibidas todas las cosas y aparejadas fué en busca del enemigo. Hizo alto en un ribazo, de do se veian los reales de los Catalanes. El portugués qizo al tanto, que se mejoró de lugar, y trincheó los reales en un collado cercano. Parecia queria escusar la batalla, bien que ordenó sus baces en forma de pelear. En la avanguardia iba Pedro de Deza con espaldas de los Borgoñones, que cerraban aquel escuadron: en el segundo escuadron iban por capitanes de los soldados Navarros y Castellanos Beltran y Juan Armendarios; el cuidado de la retaguardia llevaba el mismo don Pedro de Portugal. Las gentes de don Fernando eran menos en número, que no pasaban de setecientos caballos y mil infantes: ordenáronlas desta manera: la avanguardia se encomendó al conde de Prades: Hugon de Rocaberti, Castellan de Amposta y Matheo Moncada fortificaban los costados; don Enrique hijo del infante de Aragon don Enrique quedó de respeto para socorrer donde fuese necesario: en el postrer escuadron iba el príncipe don Fernando acompañado de muchos nobles; Bernardo Gascon natural de Navarra con la infantería de su cargo llevó órden de tomar la parte de la montaña para que no les pudiesen acometer por aquel lado.

Antes que se diese la señal de pelear, el príncipe don Fernando armó caballeros algunas personas nobles. Comenzaron á pelear los adalides, que iban delante, con grande voceria que levantaron: cargaron los demas, y en breve espacio el primero y segundo escuadron de los Portugueses fueron forzados á retirarse, y en fin todos se desbarataron por el esfuerzo de los Aragoneses. Con tanto atemorizados los demas que pusieron en la retaguardia, en que se hallaba el mismo don Pedro de Portugal y la fuerza del ejército, poca resistencia pudieron hacer. Volvieron las espaldas, y huyeron desapoderadamente la gente de á pie por los montes cercanos, los de á caballo por los llanos. Don Pedro de Portugal se valió de maña para escapar: quitóse la sobreveste, y mezclado con los vencedores, el dia siguiente sin ser conocido se puso en salvo. Los Borgoñones á los cuales se dió la primera carga, casi todos quedaron en el campo: peleaban entre los primeros, y conforme á su costumbre tienen por cosa muy fea volver el pie atrás. De los demas muchos fueron presos, y entre ellos el conde de Pallas, principal atizador de toda esta guerra. Dióse esta batalla postrero dia de febrero del año 1465. La victoria fué tanto mas alegre que de los Aragoneses pocos quedaron heridos, ninguno muerto. Don Pedro de Portugal se volvió á Manresa; Beltran Armendario sin embargo fortificó con gente el lugar de Cervera, en que metió parte del ejército, bien que desbaratado, no con menor ánimo que si ganara la victoria.

De allí pasó la fuerza de la guerra á la comarca de Ampurias, en que llevaban siempre lo mejor los Aragoneses, y los Portugueses lo peor. Parecia que todas las cosas eran fáciles á los vencedores, tanto mas que los alborotos de Navarra estaban casi acabados, y los Biamonteses reducidos á la obediencia del rey con el perdon que otorgó ȧ don Luis y a don Carlos hijos de don Luis ya difunto conde de Lerin y condestable de Navarra, y juntamente les fueron restituidos sus bienes, cargos y dignidades que solian tener: lo mismo se hizo con don Juan de Biamonte hermano del dicho condestable, prior que era de S. Juan de Navarra. Declararon otrosí por herederos de aquel reino á Gaston conde de Fox y doña Leonor su muger, que ya se intitulaban príncipes de Viana.

Ismael rey de Granada gozaba de tiempo atrás de una paz muy sosegada, cuando le sobrevino la muerte á siete de abril, que fué domingo, año de los Arabes ochocientos y sesen– ta y nueve á diez dias del mes de Xavan. Sucedióle Albohacen su hijo, varon de grande ánimo y de grande esfuerzo en las armas. Tuvo este rey dos mugeres, la una Mora de nacion, cuyo hijo fué Boabdil que adelante se llamó el Rey Chiquito, la otra era cristiana renegada, por nombre Zoroyra: della tuvo dos hijos llamados el uno Cado y el otro Nacre, los cuales en tiempo del rey don Fernando el Católico, cuando se ganó Granada, se volvieron cristianos: el mayor se llamó don Fernando, y el menor don Juan; su madre al tanto movida del ejemplo de sus hijos se redujo á nuestra fé, y se llamó doña Isabel. En tiempo deste rey Albohacen hobo por algun tiempo paz con los Moros: por frontero á la parte de Jaen estaba Iranzu el condestable, por la parte de Ecija don Martin de Córdova.

TOMO II.

65

Por el mismo tiempo don Fernando rey de Nápoles, vencidos y desbaratados sus enemigos asi los de dentro como los de fuera, afirmaba su imperio en Italia. Despues que en una batalla muy señalada que se dió cerca de Sarno en Tierra de Labor, quedó vencido, se rehizo de fuerzas, y ayudado de nuevos socorros del papa y duque de Milan, y de Scanderberchio (como arriba queda dicho) el año siguiente despues que perdió aquella jornada, humilló al enemigo que soberbio quedaba, en una batalla que le ganó cerca de Troya ciudad de la Pulla. No paró hasta tanto que forzó á Juan duque de Lorena á retirarse á la isla de Ischta; de donde sosegadas las alteraciones de los Barones y apaciguada la provincia, perdida toda esperanza, fué forzado con poca honra á dar la vuelta á Francia: era este príncipe igual en esfuerzo á sus antepasados, y dejó gran fama de su mucha bondad; la fortuna y el cielo no le fueron mas que á ellos favorables.

Desta manera el rey don Fernando, puesto fin à la guerra de los Barones de Nápoles, que fué muy dudosa y muy larga, entró en Nápoles como en triunfo de sus enemigos á catorce del mes de setiembre: grande magnificencia y aparato, concurso del pueblo y de los nobles extraordinario, que le honraron á porfia con todas sus fuerzas, regocijos y alegrías que se hicieron muy grandes. La reina doña Isabel su muger como quier que atribuia la victoria á Dios y á los santos, visitaba las iglesias con sus hijos pequeños que llevaba delante de sí, arrodillábase delante los altares, cumplia sus votos, hacia sus plegarias: hembra que era muy señalada en religion y bondad, y que merecia gozar de mas larga vida para que el fruto de la victoria fuera mas colmado. Todo lo atajó la muerte: falleció casi al mismo tiempo que el reino quedaba apaciguado.

El rey don Fernando su marido, fundada la paz y ordenadas las demas cosas á su voluntad, tuvo el reino mas de treinta años. Emprendió en lo de adelante y acabó muchas guerras felizmente en ayuda de sus amigos y confederados. Fuera desto á los Turcos, que se apoderaron pasados algunos años de Otranto y de buena parte de aquella comarca, desbarató y echó de Italia por su mandado don Alonso su hijo duque de Calabria: en conclusion si este rey en el tiempo de la paz continuara las virtudes con que alcanzó y se mantuvo en el reino, como fué tenido por muy dichoso, asi se pudiera contar entre los buenos príncipes y en virtud señalados; mas hay pocos que en la prosperidad y abundancia no se dejen vencer de sus pasiones, y sepan con la razon enfrenar la libertad.

No

CAPITULO IX.

Que el infante don Alonso fué alzado por rey de Castilla.

sosegaron las alteraciones de Castilla por quedar el infante don Alonso en poder de los grandes, antes fué para mayor daño lo que se pensó seria para remediar los males: como fueron los intentos y consejos errados, asi tuvieron los remates no buenos. El rey de Cabezon, cerca de donde fué la junta y la habla que tuvo con don Juan Pacheco, se partió para el reino de Toledo; los grandes se fueron á Plasencia. El maestre de Calatrava don Pedro Giron, que en Castilla la Vieja era señor de Ureña, se partió para el Andalucia, do tenia tambien la villa de Osuna, con intento de mover los Andaluces y persuadilles que tomasen las armas contra su rey. Era el maestre hombre vario, y no de mucha constancia, ni muy firme en la amistad, y que tenia mas cuenta con llevar adelante sus pretensiones y salir con lo que deseaba, que con lo que era honesto y santo. Quitaron el priorado de S. Juan á don Juan de Valenzuela, y al obispo de Jaen despojaron de sus bienes y rentas no por otra causa sino porque eran leales al rey: delito que se tiene por muy grave entre los que estan alborotados y amotinados. Por toda aquella provincia trató de levantar la gente, en especial de meter en la misma culpa á los señores y nobles: prometia á cada cual conforme á lo que era y á su calidad, cosas muy grandes, con que muchos se alentaron y resolvieron de juntarse con los alborotados, en particular las comunidades y regimientos de Sevilla y de Córdova, y el duque de Medina Sidonia y conde de Arcos y don Alonso de Aguilar.

El rey don Enrique vista la tempestad que se aparejaba y armaba, en Madrid hizo una junta para tratar del remedio. Preguntó á los congregados lo que les parecia se debia hacer, si acudir á las armas, ó pues las cosas no se encaminaban como se pensó, si seria bien tornar á mover tratos de paz. Callaron los demas: el arzobispo de Toledo dijo que su parecer era debian procurar que el infante don Alonso volviese á poder del rey, porque quién seria

« AnteriorContinuar »