Imágenes de páginas
PDF
EPUB

via (1699), poco afecto al dicho Padre. El nuevo confesor entregó al Inquisidor las cartas dirigidas por el P. Froilan al religioso de Cangas, y en virtud de ellas, y las deposiciones de algunos testigos, se le formó causa. Habiendo pasado el expediente á manos de los teólogos calificadores, declararon unánimes que no había lugar á proceder contra el presunto reo, cuyo dictámen confirmó el Consejo. Esto frustraba las miras del Inquisidor general, por lo cual remitió un auto al Consejo para proceder á la prision del P. Froilan en cárceles secretas; pero los Consejeros (á pesar de la decantada ferocidad y del servilismo con que se los ha solido pintar) se negaron á sancionar aquella ilegalidad, á despecho de las gestiones del Sr. Mendoza. El P. Froilan, temeroso de la venganza de éste, huyó á Roma. El Inquisidor consiguió que la corte le reclamara; y en efecto, la de Roma le entregó al Duque de Uceda, Embajador de España, que le envió preso á Múrcia. Remitióse allá el expediente incoado en Madrid, pero la Inquisicion de Múrcia declaró lo mismo que el Consejo, que no había lugar á la prision del reo.

Furioso el Inquisidor general con aquel desaire, hizo traer preso al desgraciado religioso, á quien tuvo tres años incomunicado en el convento de Santo Tomás de Madrid. La camarilla francesa, á pesar de sus triunfos, y áun despues del advenimiento de Felipe V al trono, dejó seguir aquella causa escandalosa. Había explotado la sencillez de aquel pobre religioso, y cuando no necesitó de él, dejó romper el instrumento de que se había valido. El Inquisidor, cada vez más enconado, persiguió á los Consejeros de la Suprema que no habían querido refrendar el auto de prision, y puso preso á tres de ellos, sujetos respetables y de nombradía, acusándoles de irreverencia (1) en términos muy destemplados, jubilando á unos y desterrando á otro. Cárlos II en el último año de su vida pasó por lo que el Inquisidor quiso hacer; mas habiendo re

(1) El fiscal del Consejo D. Juan Fernando de Frias dió un dictámen descabellado, acusando de herejía á los consejeros que no habían querido suscribir el auto de prision del P. Froilan. Respondióle con mucho brio el P. Perez, monje basilio, catedrático de Salamanca, probando la ignorancia de aquel fiscal.

clamado el Consejo de la Suprema contra aquellas medidas acerbas de su Presidente, se formaron varias juntas, y por último pasó al Consejo Supremo de Castilla (24 de Diciembre de 1703). El Consejo pleno resolvió por unanimidad ser notoriamente injustos, nulos y violentos los procedimientos del Inquisidor general (1). Este hubo de sucumbir ante el anatema de todo el Consejo de Castilla, y se vió precisado á renunciar su cargo poco despues (1705).

§. 176.

La Santa Sede adjudica la Corona á la casa de Borbon.

El Cardenal Portocarrero había sido llamado de su diócesis, adonde se había retirado por disgustos con el Conde de Oropesa. Con su venida adquirió nuevos brios el partido francés, y haciendo suspender el envio de provisiones á la corte, que estaba á cargo de algunos monopolizadores venales, ensayó el célebre pronunciamiento contra el Conde de Oropesa hizose asomar al Rey al balcon, saqueáronse las habitaciones de los ministros partidarios de la casa de Austria, y se dirigieron insultos contra la Reina y el confesor del Rey. En vano los frailes Dominicos expusieron al Santísimo Sacramento ante las turbas, que, agitadas por una mano oculta, pero diestra, obraban con cierta precision y regularidad.

De resultas de aquel motin cayó el Conde de Oropesa, y quedó Portocarrero dueño del campo: desde entónces los manejos de la embajada francesa prosiguieron á cara descubierta; mas no logrando vencer la inclinacion del Rey á la casa de Austria, se valió el Cardenal de un medio astuto y hábilmente preparado. Hízose creer al Rey que tan delicado negocio debía ser resuelto por el Papa, y que su salvacion estaba comprometida si despojaba de su derecho al legítimo sucesor. En virtud de esto hizo al Conde de Uceda pasar á Roma con la consulta. Aunque afecto á mi casa (dijo el Rey), mi salvacion eterna es á mis ojos más preciosa que todos los vinculos de mi familia.

[ocr errors]

(1) Son palabras textuales del informe del Consejo de Castilla.

Sabía bien el Cardenal Portocarrero la aversion de Inocencio XII á la casa de Austria. Aparentó éste tomar con repugnancia aquel encargo; pero puso el negocio en manos de los Cardenales Albano, Espinola y Espada, todos tres afectos á Francia. Despues de cuarenta dias de discusion, dióse el dictámen á favor de Francia, como era fácil presumir. Acompañaba á la decision de Roma una carta apremiante del Pontífice á favor del Delfin.-«No puede V. M. ignorar que son los hijos del Delfin los herederos legítimos de la Corona, y ni el Archiduque ni otro ningun indivíduo de la casa de Austria debe poner á ellos el menor reparo. Cuanto más importante es la sucesion, tanto más dolorosa sería la injusticia de excluir á los legítimos herederos, atrayendo sobre vuestra frente la venganza celeste.»> Esta resolucion no podía menos de ser decisiva para un Monarca tan tímido como religioso. Consultado el Consejo de Estado, apoyó en su mayoría el dictámen á favor de la casa de Borbon: dos solos de los vocales propusieron la convocacion de Córtes para resolver aquel problema. ¡Cuánto se había retrocedido en España desde los tiempos del célebre Compromiso de Caspe! Bajo estas impresiones, y á despecho de la Reina y del partido austriaco formuló Cárlos II su testamento, por el cual trasmitía su Corona á la familia francesa de Borbon, desheredando de ella á la de Austria, que la había poseido por espacio de dos siglos.

§. 177.

Mirada retrospectiva.

Vamos á entrar en una era enteramente nueva y en un terreno apénas parecido al que acabamos de recorrer. El reinado de Cárlos II es la agonía de la nacionalidad española; la muerte de aquel pobre Monarca es la muerte de España. Con él bajan á la tumba la dinastía austriaca, las tradiciones y costumbres españolas, el fervor religioso, la importancia europea de nuestro país, la independencia y el genio español, las inmunidades de las iglesias, la preponderancia del Santo Oficio, el celo por las fundaciones religiosas y las misiones evangélicas, la literatura nacional y el profundo respeto á la Santa Sede. Y

no se crea que estas cosas hubo de matarlas el advenimiento de la casa de Borbon; esta las halló casi muertas ó enteramente aniquiladas. La dinastia austriaca había seguido los períodos de la vida humana: niña inconsiderada con Felipe el Hermoso, jóven impetuosa con Cárlos V, varonil con Felipe II, decadente con Felipe III, vieja débil con Felipe IV, y decrépita imbécil con Carlos II. En el siglo XVI había sido su época ascendente, en el XVII la de su descenso. La Iglesia de España no había podido menos de sentir estas vicisitudes: grande, gloriosa, sábia, y enérgica en el siglo XVI, pierde al siguiente muchas de estas eminentes cualidades. Los estudios eclesiásticos decaen, la austeridad de costumbres se reemplaza con exterioridades, la majestad degenera en fausto, las relaciones de la Santa Sede se complican en demasía, y se principian á oir gritos amenazadores de parte de los regalistas. Estos presentan ya sus obras formando un cuerpo de doctrina para organizar la resistencia; los Concilios provinciales se dan al olvido, y los diocesanos apénas se celebran, con harta mengua para la disciplina. En lugar de ellos la Nunciatura y la Cámara se constituyen en opuestos polos, entre los cuales gira la Iglesia de España, inclinándose ora al uno, ora al otro, segun que la atraccion del uno es más fuerte ó la influencia del otro se debilita. Pero en medio de estos trastornos y alteraciones la fe permanece viva, y áun en las personas de malas costumbres se ve un gran respeto à la religior y unas creencias sumamente vigorosas. La duda aún no había principiado á corroer los corazones, y la impiedad, léjos de ser cosa de moda, inspiraba horror á todos los españoles.

¡Oh, si al menos hubiera conservado España esta piedad católica en la segunda mitad del siglo XIX, al retroceder visiblemente á los tiempos de Felipe IV! ¡Cuántos puntos de contacto entre aquello y esto!

¿ Estarémos condenados á ver en lo que resta de este siglo la desastrosa agonía de la nacionalidad española, como en tiempo de Cárlos II?

CAPITULO XXVII.

SERIE DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES EN ESTOS DOS SIGLOS.

§. 178.

Carácter de este trabajo, y su utilidad para el estudio de los siglos XVI y XVII.

Llegamos ya á una época más clara y desembarazada en lo relativo á esta pesada tarea. Las provincias eclesiásticas quedan formadas y deslindadas en su estado moderno, las fechas son exactas, los episcopologios diocesanos están formados y no ofrecen dificultades cronológicas. Pero si el trabajo es ya ménos pesado y difícil para el historiador, la utilidad no es menor para el que lee.

Además se ven al golpe las vicisitudes de las iglesias diocesanas, las múltiples é inconvenientes traslaciones que obligan á repetir las vidas de algunos Obispos cinco y seis veces en las historias particulares de las diócesis que ocuparon.

Aúu así no ha sido pequeña tarea la de completar estos episcopologios, pues la mayor parte de las crónicas de las iglesias de Castilla, Leon y Andalucía, terminan á mediados del siglo XVII. Por ese motivo ha costado algun trabajo completar algunos de la segunda mitad de aquel.

§. 179.

PROVINCIA TOLEDANA.

Arzobispos de Toledo.

1495.-Fray Francisco Jimenez de Cisneros; murió á 8 de Noviembre de 1517.

1518.-El Cardenal D. Guillermo de Croy, jóven flamenco: murió de una caida de caballo, en 1521,

« AnteriorContinuar »