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peligros, no saciar venganzas propias, ni atender a querellas extrañas. ¿Pero podía ser español aquel hijo de francés y de italiana, rey italiano y padre de un rey italiano? Fué un excelente administrador en España, no un soberano de España, y su política exterior tuvo resonantes consecuencias para las provincias americanas de la Monarquía, como luego se verá.

Ya nada habría que decir de los antiguos Estados europeos de la corona de España, si no quedara todavía aquella sombra de Isabel Farnesio, proyectándose en Italia, e influyendo como un elemento de disociación, sobre todo por lo que se refiere a los países americanos. El hijo de Carlos III, figura grotesca, que en un momento se creyó poseedor de los atributos del genio político, siguió con el Directorio la misma conducta de secuaz, adoptada por Carlos III con el rey de Francia. Carlos IV se proponía ocupar el trono restaurado de Francia, y su ministro, Godoy, quería, después, reinar en una parte de Portugal, desmembrado por los franceses. A estas quimeras se sacrificó la flota destruida en Trafalgar, y el reino abierto a la invasión francesa. Otra quimera, de proporción mínima, pero igualmente extranacional, fomentada por la parmesana María Luisa, esposa de Carlos IV, entregó a Francia el territorio de la Luisiana, que Napoleón vendió a los Estados Unidos. Es digna de nota esa enajenación de la Luisiana, territorio de un valor estratégico decisivo, hecha por las instancias de una italiana para favorecer una combinación italiana. Así se vió que España, en el momento de rodar al desastre en que desaparecieron sus grandezas, era regida por monarcas y ministros a quienes fascinaban aquellas mismas ventajas ilusorias de una supremacía en Italia, que habían arrastrado a todos los reyes, desde Fernando, el Católico.

L

CAPÍTULO III

La España trasatlántica

verdadera expansión, la de carácter nacional, fué la colo

nizadora consiguiente al movimiento de las exploraciones. Tuvo dos caracteres que la distinguieron del esfuerzo militar impendido en Europa. Primeramente no fué dinástica, sino de tendencia espontánea, esencialmente popular. En segundo lugar, fué creadora, tanto por lo relativo a la incorporación de las poblaciones indígenas en los grupos conquistadores, como por la exacta identificación de las nuevas sociedades con la sociedad española. Siendo tipos diversos en un sentido, mestizos algunos de ellos, e híbridos otros, por la acumulación de elementos étnicos africanos, manifestaban en otro sentido tan profundas analogías con el originario tipo español, que resultaban inconfund.bles derivaciones de la patria común. Un hispanoamericano de la Araucania, y otro de las Antillas, nacido éste junto al mar Caribe, y aquel en el Pacífico del Sur, en dos mares tan distantes, y en opuestos hemisferios, en climas que difieren tanto como pueden diferir el de Galicia o Bretaña del de las islas de Cabo Verde o del de Guinea, con influjos ancestrales tan remotos como los que ha de haber, por fuerza, entre descendientes de Lautaro y descendientes de un esclavo congolés, muestran, sin embargo, convergencias tales que llevan al creciente predominio de un grupo común y armónico de caracteres. superiores.

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EL DOCTOR NICOLAS MONARDES, SEVILLANO

fué autor de un libro de extraordinario interés, publicado en 1565, reeditado en 1569, aumentado en 1571, refundido en 1574, e impreso nuevamente en 1580.

La edición de 1574 lleva esta sugestiva portada: «Primera y segunda y tercera parte de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en Medicina. Trata de la piedra Bezaar, y de la yera escuerconera. Diálogo de las grandezas del Hierro, y de sus virtudes medicinales. Tratado de la nieve y del bever frto. Hechos por el Doctor Monardes. Médico de Sevilla. Van en esta impresión la Tercera Parte y del Diálogo del Hierro nuevamente hechos, que no han sido impressos hasta agora. Do ay cosas grandes y dignas de saber. Con licencia y privilegio de su Magestad en Sevilla. En cast de Alonso Escrivano, 1574.>>

La segunda parte, de 1571, tenía este resumen: «Do se trata del tabaco y de las sassafras y del cardo sancto y de otras muchas yerbas y plantas, simientes y licores, que agora nuevamente han venido de aquellas partes de grandes virtudes y maravillosos effetos.>>

El libro corrió por toda Europa. Aunque la lengua española estaba muy difundida, bien pronto se tradujo la obra al latín, al francés, al inglés y al italiano.

La expansión encontró obstáculos, y uno de ellos fué el de medios geográficos poco propicios para una acción intensa, así por el carácter aislante que tienen las delimitaciones territoriales, como por la falta de articulación de los centros de colonización española. A pesar de este hecho, que impidió e impide todo propósito de solidaridad, el mundo hispanoamericano formó la unidad más perfecta dentro del Estado. La unidad religiosa y de lengua, el sentimiento de fidelidad al monarca, como cabeza visible de la patria, y la centralización burocrática, hicieron, de todos esos países, provincias íntimamente. ligadas en un gran conjunto.

La colonización española, insular en sus orígenes, tomó desoués un carácter esencialmente continental. Y no sólo fué con tinental, sino que su continentalismo revistió la forma especialísima de núcleos internos aislados de las costas, sin vías fáciles de penetración, como las que tienen los núcleos anglosajones del Norte. Aislábanse tanto más cuanto que la población. tendía necesariamente a acumularse lejos de las tierras bajas, tórridas e insalubres, para gozar de las altas y templadas mesetas de las cordilleras. Tal era, por lo menos, el caso de la Nueva España, de la Nueva Granada y del reino de Quito. Aunque el Perú y Chile admitían, desde luego, una densa población en las costas, menos apartadas del centro que las del golfo de Méjico y las del Darién y Guayaquil, lo más importante de la vida peruana se concentró en los lejanos valles interiores, y la de Chile en valles próximos a la costa, pero también internos.

Otro rasgo del conjunto de las provincias americanas fué muy singular. Casi todas ellas, y desde luego las principales, tenían su frente hacia el Océano Pacífico. Empezando por la América Central, primer paso de avance dado desde las Antillas, las condiciones climatéricas hicieron de la costa austral la línea de propagación y acumulación, pues allí la vida era

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