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dio destos regocijos nombró aquel rey á Lope de Alburquerque y le dió título de conde de Penamacor, recompensa debida á sus servicios y trabajos que pasó en grangear las voluntades de los señores de Castilla. Pusieron otrosí por escrito los derechos en que fundaban la preten– sion de doña Juana, y enviaron traslados y copias á todas partes, bien largos, y en que iban palabras afrentosas y picantes claramente contra los reyes sus contrarios. Sucedieron estas cosas á los postreros del mes de mayo: consultaron asimismo como se haria la guerra, y sobre que parte primeramente debian cargar.

CAPITULO VIII.

Que el rey de Portugal tomó á Zamora.

La llama de la guerra á un mismo tiempo se emprendió en muchos lugares: la fuerza y por

fia era muy grande y estrema como entre los que debatian sobre un reino tan poderoso. Villena con las villas que le estaban sujetas, comenzó á ser trabajada por gentes del reino de Valencia. Por esta causa y á persuasion del conde de Paredes, tomadas las armas de comun acuerdo, los naturales de aquella ciudad se pasaron al servicio del rey don Fernando: para hacerlo sacaron por condicion que perpetuamente quedasen incorporados en la corona real. Al maestre de Calatrava quitaron á Ciudad Real, de que se habia apoderado sin tener otro derecho mas del que pueden dar las armas. En el Andalucía y en Galicia hacian unos contra otros correrías y robaban la tierra en gran perjuicio mayormente de los labradores y gente del campo. Pedro Alvarado se apoderó de la ciudad de Tuy en nombre del rey de Portugal; al contrario los ciudadanos de Burgos acometieron y aprelaron con cerco á Iñigo de Zúñiga alcaide de aquella fortaleza y al obispo don Luis de Acuña, que seguian el partido de Portugal.

Estaba suspenso aquel rey y muy dudoso, sin resolverse á que parte debia primeramente acudir: unos le llamaban á una parte, otros le convidaban á otra, conforme á la necesidad y aprieto en que cada cual se hallaba. Los señores acudian escasamente con lo que largamente prometieran, es à saber dineros, soldados, mantenimientos. Los pueblos aborrecian aquella guerra como desgraciada y mala, y por ella á los Portugueses; y aun ellos comenzaban á flaquear, en especial por ver que el rey don Fernando que apenas tenia quinientos de á caballo al principio y al tiempo que los Portugueses rompieron por las tierras de Castilla, ya le seguia un muy bueno y grueso ejército, en que se contaban diez mil de á caballo, y treinta mil de á pie. Cerca de Tordesillas pasaron alarde, do tenian asentados sus reales, todos con un deseo encendido de hacer el deber y venir á las manos.

El rey de Portugal resuelto en lo que debia hacer, pasó primero á Arévalo, villa que tenia su voz. Desde allí fué à Toro, llamado de Juan de Ulloa, con esperanza de apoderarse como lo hizo de aquella ciudad, y tambien de Zamora que cae cerca. Movióle á intentar esto ser aquella comarca muy á propósito para proveerse de mantenimientos, ca están aquellas ciudades á la raya de Portugal. Al contrario el rey don Fernando, alterado por este daño, sin dilacion marchó con su gente sin parar hasta hacer sus estancias cerca de Toro donde estaba el enemigo. Pretendia socorrer el castillo de aquella ciudad que todavia se tenia por él. No vinieron á las manos, ni aquella ida fué de algun efecto, solo el rey don Fernando desafió por un rey de armas á los Portugueses à la batalla. Ellos bien que son hombres valerosos y arriscados, estuvieron muy dudosos: parecíales que si salian al campo, correrian peligro muy cierto por ser menos en número, que no pasaban de cinco mil de á caballo, y veinte mil de a pie, aunque era la fuerza y lo mejor de Portugal, demas de las ayudas y gentes de Castilla que seguian este partido: si rehusaban la pelea, perdian reputacion, y corage de los soldados se debilitaria, y su brio que es en la guerra tan importante.

Para acudir á todo el de Portugal, como principe recatado, por una parte se escusó de la pelea con decir que tenia derramadas sus gentes, por otra parte para no mostrar flaqueza se ofreció de hacer campo de persona á persona con el rey su contrario, todo á propósito de entretener y acreditarse; que nunca llegan á efecto con diversas ocasiones desafios y rieptos semejantes, y así no se pasó adelante de las palabras. Con esto el rey don Fernando despues que tuvo en aquel lugar sus estancias por espacio de tres dias, visto que ningun provecho sacaba de entretenerse pues no podia dar socorro al castillo que al fin se rindió, y mas que padecia falta de dinero para pagar los soldados, y de mantenimientos para entretenerlos por

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tener el enemigo tomados los pasos y alzadas las vituallas, dió la vuelta á Medina del Campo. En las cortes que se tenian en aquella villa, de comun acuerdo los tres brazos del reino le concedieron para los gastos de la guerra prestada la mitad del oro y de la plata de las iglesias, à tal que se obligase á la pagar enteramente luego que el reino se sosegase: con esla ayuda partió para poner cerco sobre el castillo de Burgos.

Muchas cosas se dijeron sobre la retirada que el rey don Fernando hizo de Toro: los mas decian que fué de miedo, y lo echaban á que sus cosas empeoraban, por lo menos fué ocasion al arzobispo de Toledo para de todo punto declararse; y aunque era de mucha edad, pasados los montes se fué con quinientos de á caballo á juntar con el rey de Portugal. No queria que acabada la guerra, le culpasen de haber desamparado aquel partido, cuyo protector principal se mostrára. Hizo esto con tanta resolucion que no tuvo cuenta con las lágrimas del conde su hermano, ni de sus hijos don Lope que era adelantado de Cazorla, y don Alonso por respeto del tio promovido en obispo de Pamplona, Fernando y Pedro de Acuña hermanos de los mismos: todos sentian mucho que su tio temerariamente se fuese á meter en peligro tan claro.

Llegado el arzobispo, fué de parecer así él como el duque de Arévalo, que el rey de Portugal con mil y quinientos de á caballo y buen número de infantes fuese en persona á socorrer el castillo de Burgos que cercado le tenian. Hízolo así, y de camino rindió el castillo de Baltanás, que está entre Pisuerga y Duero asentado en lugares ásperos y montuosos, y al conde de Benavente que alli halló, envió preso á Peñafiel: con esto el Portugués sea por parecelle habia ganado bastante reputacion, sea por no tener fuerzas bastantes para contrastar y dar la batalla á don Fernando, alegre y rico con grandes presas que hizo, de repente dió la vuelta sin pasar adelante en la pretension que llevaba de dar socorro al castillo de Burgos. Quedáronse doña Juana en Zamora, y doña Isabel en Valladolid: la primera fuera del nombre poco prestaba; doña Isabel como princesa de ánimo varonil y presto, sabido el peligro de su marido y lo que los Portugueses pretendian, con las gentes que pudo de presto recoger, pasó á Palencia, resuelta si fuese menester de acudir luego á lo de Burgos. Todo esto, y el cuidado de la gente que andaba á la mira de lo en que paraban cosas tan grandes, se sosegó con la vuelta que sin pensar dieron los Portugueses.

Los reyes de Castilla y de Aragon enviaron á Roma sus embajadores, personas de gran cuenta, los cuales por el mes de julio en consistorio relataron sus comisiones, y dieron la obediencia en nombre de sus príncipes: oficio debido, pero que hicieron dilatar hasta entonces las grandes alteraciones y guerras civiles de aquellos reinos. El pontifice respondió benignamente a estas embajadas, ca estaba muy aficionado á los Aragoneses à causa que Leonardo su sobrino hijo de su hermana, Prefecto que era de Roma, casó con hija bastarda de don Fernando rey de Nápoles. Esta acogida tan graciosa del pontifice dió pesadumbre á los embajadores de Portugal. Alegaban y decian que antes que se determinase aquella diferencia y se oyesen las partes, era justo que el papa estuviese neutral y á la mira; si ya no queria interponer su autoridad para componer aquellos debates, que no se mostrase parte. Por esta causa declaró el pontifice lo que en semejantes casos se suele hacer, que aceptaba aquellos embajadores, y recebia la obediencia que por parte de Castilla le daban, sin perjuicio de ningun otro principe y de cualquier derecho que otro pudiese pretender en con

trario.

El principal entre los embajadores de Aragon era Luis Dezpuch maestre de Montesa, persona muy conocida en todo el mundo por la fama de su esfuerzo y prudencia que mostró, en particular que en las guerras de Italia en que se halló en tiempo del rey don Alonso de Aragon y de Nápoles. Convidáronle con el virreinado de Sicilia, vaco por muerte de don Lope de Urrea, que finó por el mes de setiembre y se gobernó en aquel cargo con mucha loa. No quiso el maestre aceptar en manera alguna aquel gobierno por estar determinado de recogerse en algun monasterio, y partir mano bien así de las cosas de la guerra como de todo lo al, y allí acabar lo que le quedaba de la vida en servicio de Dios y aparejarse para la partida.

En el castillo de Albalate à la ribera de Segre á diez y nueve de noviembre falleció asímismo don Juan de Aragon arzobispo de Zaragoza hijo del rey de Aragon, y de parte de su madre persona noble: prelado de grande autoridad y que tuvo gruesas rentas. Fué este año muy señalado en todo el mundo por el jubileo universal que publicó en Roma el pontifice Sixto por una nueva constitucion, en que ordenó que cada veinte y cinco años se celebrase

y otorgase á todos los que visitasen aquellos santos lugares, como quier que de antes se ganase de cincuenta en cincuenta años. Muchos acudieron á Roma para ganar esta gracia, entre los demas don Fernando rey de Nápoles con la edad mas devoto (al parecer) y religioso que solia ser los años pasados.

CAPITULO IX.

Como el rey don Fernando recobró á Zamora.

AL fin deste año el rey de Aragon tuvo cortes á los Aragoneses en Zaragoza : viejo de mucha prudencia y sagacidad, las fuerzas del cuerpo eran flacas, el ánimo muy grande. Poníale en cuidado la guerra que hacia el rey de Portugal, y no menos la de Francia, porque un capitan de ciertas compañías de Franceses llamado Rodrigo Trahiguero sin respeto de las treguas que tenian asentadas, por la parte de Ruysellon hizo entrada en tierras de Cataluña, y tomado un pueblo llamado S. Lorenzo, puso espanto en toda la provincia y comarca, en tanto grado que lo que no se suele hacer sino en estremos peligros, mandaron en Cataluña por edictos que todos los que fuesen de edad se alistasen y acudiesen á la guerra.

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En Castilla el partido de Portugal y las armas prevalecian: la esperanza que les daban de que en Francia se apercebian nuevas gentes en su ayuda, como lo tenian asentado, los alentaba. Avisaban que para acudir mas fácilmente el inglés y el francés, que hasta enton ces tuvieron grandes guerras, en una puente que hicieron en la comarca de Amiens, se hablaron y concertaron paces en que comprehendian los duques de Bretaña y de Borgoña. Fué esto en sazon que el de Borgoña entregó al rey de Francia el condestable de Francia Luis de Lucemburg, que andaba huido en Flandes: estraña resolucion, si bien el condestable tenia merecida la muerte que le dieron, por su inconstancia, y por estar acostumbrado á no guardar la fé mas de cuanto era á propósito para sus intentos, con que parecia burlarse

de todos; esto dicen los mas, otros afirman que padeció sin razon. Los que tienen mucho poder, riquezas y mando, de unos son envidiados (que la prosperidad cria de ordinario mas enemigos que la injuria) otros los defienden: asi pasan las cosas, y tales son las opiniones de los hombres.

Para acudir á estas guerras no eran bastantes las fuerzas de Aragon por estar consumidas con los gastos de una guerra tan larga, y ser la provincia no muy grande. Determinó pues el rey de Aragon usar de maña, y por el mes de noviembre concertó treguas con los Franceses por lo de Aragon, y por espacio de siete meses. Para la guerra de Portugal procuró tener habla con el arzobispo de Toledo: escribióle con este intento una carta muy comedida. Decíale que muy bien sabia cuan grandes eran los servicios que habia hecho á la casa de Aragon: que le pesaba mucho no se le hobiese acudido como era razon; todavía si olvidados por un poco los enojos se quisiese ver con él, que en todo se daria corte y se enmendarian los yerros á su voluntad. No quiso el arzobispo aceptar los ruegos del rey, por ser hombre voluntario, y estar determinado de morir en la demanda, ó salir con la empresa: su corage llegaba á que muchas veces se desmandaba en palabras hasta amenazar y decir: Yo hice reina á doña Isabel, yo la haré volver á la rueca.

Los reyes de Castilla no hacian mucho caso de su enojo ni de sus fieros: recelábanse que si él volvia, el cardenal de España que tanto les ayudaba, se podria desabrir, mayormente que ellos de cada dia crecian en poder y fuerzas, y su partido se mejoraba. Y aun en este tiempo el marques de Villena y el maestre de Calatrava de Castilla la Vieja se partieron para Almagro con intento, segun se entendia, de pasar á Baeza, cuyo castillo tenian cercado sus contrarios. Con esta ocasion los de Ocaña se alborotaron, villa que se tenia por el marques: desde Toledo el conde de Cifuentes y Juan de Ribera con las gentes que llevaron en favor de los alzados, echaron la guarnicion del marques, y quedó la villa por el conde de Paredes maestre que se llamaba de Santiago. El rey don Fernando desde Burgos secretamente acudió á Zamora por aviso de Francisco de Valdés, alcaide que era de las Torres y le prometia darle entrada en la ciudad: hizose así, y el rey luego se apoderó de la ciudad. Restaba de combatir el castillo, que sin embargo se tenia por Portugal: púsosele sitio con resolucion de no desistir antes de tomarle.

Tratóse á esta sazon que el rey de Aragon y don Fernando su hijo se viesen, y que se hallase á la habla la princesa doña Leonor: todo á propósito de sosegar las alteraciones de Navarra, que resultaban de las parcialidades y bandos que andaban entre Biamonteses y Agramonteses, y se aumentaban por tener muger el gobierno. Asimismo les ponian en cuidado los socorros que les avisaban venian de Francia á los Portugueses debajo la conducta de un capitan valeroso llamado Ivon: sospechaban que por la parte de Navarra pretendia entrar en Castilla y juntarse con los contrarios. De Vizcaya que les caia mas cerca, la aspereza de la tierra y falta de vituallas, y tambien el esfuerzo de los naturales aseguraban que los Franceses no acometerian á romper por aquella parte.

Estaba el rey don Fernando ocupado en lo de Zamora, cuando el castillo de Burgos, perdida toda la esperanza de poderse entretener, por el esfuerzo de don Alonso de Aragon y su buena maña (que poco antes llegara de Aragon con cincuenta hombres de armas escogidos) por principio del año 1476 se rindió á la reina doña Isabel, que avisada del concierto acudió á la hora para este efecto desde Valladolid. Fué de grande importancia para todo echar con esto de todo punto los Portugueses de aquella ciudad real, y de su fortaleza. Quedó por alcaide Diego de Ribera, persona á quien la reina tenia buena voluntad porque fué ayo de su hermano el infante don Alonso.

A la misma sazon falleció en Madrid á diez y siete de enero la reina doña Juana, muger que fué del rey don Enrique, y madre de la que se llamaba reina doña Juana, quien dice que el año pasado á trece de junio. Su cuerpo enterraron en S. Francisco en un túmulo de mármol blanco, que se vee con su letrero junto al altar mayor. Para este efecto quitaron de allí los huesos de Rodrigo Gonzalez de Clavijo, persona que los años pasados fué con una embajada al gran Tamorlan. Vuelto labró á su costa la capilla mayor de aquel templo para su entierro así se truecan las cosas, y es ordinario que á los mas flacos, aun despues de muertos, no falta quien les haga agravio. Muchas cosas se dijeron de la muerte desta reina y del achaque de que murió: su poco recato dió ocasion á las hablillas que se inventaron. Entre los coronistas los mas dicen que secretamente y con engaño le hizo dar yerbas su hermano el rey Portugal. Alonso Palentino se inclina á esto, y añade corrió la fama que fa

TOMO II.

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lleció de parto: tal es la inclinacion natural que tiene el vulgo de echar las cosas á la peor parte y mas infame.

CAPITULO X.

De la batalla de Toro.

QUEDÓSE el príncipe don Juan en Portugal para tener cuenta con el gobierno: el brio que le

ocasionaba su edad y su condicion era grande. Avisado pues de lo que en Castilla pasaba, y como el partido de los suyos se empeoraba á causa que los grandes de aquel reino ayudaban poco, hizo nuevas levas y juntas de gentes: recogió hasta dos mil de á caballo y ocho mil infantes, los mas número, mal armados y poco á propósito y de poco provecho contra el mucho poder de los contrarios: con estas gentes acordó de acudir á su padre. Pasada la puente de Ledesma, acometió de camino á tomar un pueblo llamado San Felices: no pudo forzarle ni rendirle. Llego á Toro á nueve dias del mes de febrero, do halló á su padre con tres mil y quinientos de á caballo, y veinte mil peones alojados y repartidos en los invernaderos de los lugares comarcanos. La gente que venia de nuevo, como juntada de priesa daba mas muestra de ánimo y brio que esperanza de que podrían mucho ayudar.

El rey don Fernando estaba sobre el castillo de Zamora con menor número de gente, ca tenia solamente dos mil y quinientos caballos, dos tantos infantes: hizo llamamiento de gentes de todas partes por estar muy cierto que los Portugueses no pararian antes de hacer alzar el cerco, ó venir á batalla. El de Aragon por sus cartas y mensageros avisaba que en todas maneras se escusase, y amonestaba al rey que por el fervor de su mocedad se guardase de aventurarlo todo y ponerlo al trance de una jornada: á qué propósito poner en peligro tan grande el reino de que estaba apoderado? á que propósito despeñar las esperanzas muy bien fundadas por tan pequeño interés, aunque la victoria estuviera muy cierta? que enfrenase el brio de su edad con el consejo y con la razon, y obedeciese á las amonestaciones de su padre, à quien la larga esperiencia hacia mas recatado.

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Acompañaban al rey don Fernando el cardenal de España, el duque de Alba, el almirante con su tio el conde de Alba de Liste, el marques de Astorga y el conde de Lemos: todos á porfia procuraban señalarse en su servicio. Sin estos en Alahejos alojaban con buen número de gente don Enrique de Aragon primo del rey, y don Alonso hermano del mismo, y con ellos el conde de Treviño, todos prestos para acudir á Zamora que cerca está. Hasta la misma reina doña Isabel para desde mas cerca dar el calor y ayuda mayor que pudiese, de Burgos se volvió para Tordesillas. El de Portugal puesto que se hallaba acrecentado de nuevo con las gentes que su hijo le trajo, como sabia bien que las fuerzas no eran conformes al número, se hallaba suspenso sin saber que acuerdo tomase, si debia socorrer al castillo, si sería mejor escusar aquel peligro: vacilaba con estos pensamientos; en fin se resolvió en lo que era mas honroso, que era socorrer el castillo, á lo menos dar muestra de quererlo hacer.

En la parte de Castilla la Vieja que los antiguos llamaron los Vaceos, hay dos ciudades asentadas á la ribera del rio Duero, sus nombres son Toro y Zamora. Muchos han dudado que apellidos antiguamente tuvieron en tiempo de los Romanos: los mas concuerdan en que Toro se llamó Sarabis, y Zamora Sentica, cuyo parecer no me desagrada. Son los campos fértiles, la tierra fresca y abundante; en el cielo saludable de que gozan, no reconocen ventaja á ciudad alguna de España; el número de los moradores no es grande, y aunque su asiento es llano, son fuertes por sus muros y castillos. Zamora es catedral: en esto se aventaja á Toro, que es de su diócesi; en lo demas en policia, número de gente y riquezas entre las dos hay muy poca diferencia: báñalas el rio por la parte de mediodía con sendas puentes con que se pasa.

Salió pues el rey de Portugal de Toro: dió muestra de ir por camino derecho á verse con el enemigo; mas como mudado de repente el parecer pasó la puente, y por aquella parte fué á poner sus reales junto al monasterio de S. Francisco que está enfrente de Zamora, de la otra parte del rio. À la entrada de la puente por donde desde la ciudad se podia pasar á sus estancias, contrapuso y plantó su artillería: desta manera ni podia impedir la batería del castillo, ni daba lugar á la pelea. En altercar de palabras, en demandas y respuestas se pasaron trece dias sin hacer efecto alguno: despues desto un viernes primero de marzo, antes de amanecer, recogido el bagage, dió la vuelta. Para que el enemigo no le siguiese en

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