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zado aquel cerco, dió la vuelta á Sevilla, y tornó á poner en su lugar la espada con que el rey don Fernando el Santo ganó antiguamente aquella ciudad, y en ella la guardan con cuidado y reverencia; y á las veces los capitanes para sus empresas, como por buen aguero, la solian dende tomar prestada. Hecho esto, repartió la gente para que invernase en Sevilla, Córdoba y otros pueblos, y él pasó al reino de Toledo con intento de apercebirse de todo lo necesario y recoger mas gente para continuar aquella guerra. A esta sazon falleció en Calahorra Pero Lopez de Ayala, chanciller mayor de Castilla, caballero señalado por su nobleza, por las muchas cosas que por él pasaron y por la Corónica que dejó escrita del rey don Pedro y don Enrique el Segundo y don Juan el Primero; si bien algunos sospechan que con pasion encareció mucho los vicios de don Pedro, y subió de punto las virtudes de su competidor en perjuicio de la verdad, Enterraron su cuerpo en el monasterio de Quijana. Francia asimismo andaba revuelta por la muerte que Juan, duque de Borgoña, hizo dar en Paris á Luis, duque de Orliens, volviendo muy de noche de palacio. El homiciano que ejecutó esta maldad se llamaba Otonvilla. La causa de la enemistad no se averigua del todo; sospecharon comunmente que, por estar el Rey á tiempos falto de juicio, el matador pretendia apoderarse del gobierno de Francia, y para salir con esto acordó de quitarse delante al que solo le podia contrastar por ser hermano del Rey. Luego que se descubrió el autor de aquella maldad, el de Borgoña se retiró á sus tierras para apercebirse, si alguno pretendiese vengar aquella muerte. La duquesa Valentina, mujer del muerto, puso acusacion contra el matador y hacia instancia sobre el caso. Los jueces, vencidos de sus lágrimas y de la razon, citaron al de Borgoña para que compareciese en persona á descargarse de lo que le achacaban. No dudó él de obedecer y presentarse, confiado en sus riquezas y en los muchos valedores que tenia en la corte de Francia. Formábase el proceso en el Parlamento; y por los púlpitos Juan Petit, doctor, teólogo de Paris, franciscano y predicador de fama en aquella era, no cesaba en sus predicaciones de abonar aquel hecho, como hombre lisonjero y interesal., Cargaba al de Orliens que pretendia hacerse rey de Francia; que el que atajó estos intentos tiránicos, no solo era libre de pena, sino diguo de mercedes muy grandes. No mostraron los jueces mas entereza; antes llegados á sentencia, dieron por libre al de Borgoña, con gran sentimiento de los hijos del muerto y de su mujer. De que resultaron guerras muy largas, con que se abrasaron y consumieron las riquezas y grandeza de Francia. La cuestion si un particular puede por su autoridad matar al tirano se ventiló mucho entre los teólogos de aquel tiempo; y aun en el concilio de Constancia que se juntó poco adelante, los padres sacaron un decreto, en que contra lo que Juan Petit enseñaba y contra lo que el de Borgoña hizo, determinaron no ser lícito al particular matar al tirano. Era Luis, duque de Orliens, hermano del rey de Francia, y el duque de Borgoña su primo hermano.

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CAPITULO XVII.

Que se hicieron treguas con los moros.

Las fiestas de Navidad tuvo el infante don Fernando en Toledo, principio del año 1408, en que hizo el cabo de año de su hermano el rey don Enrique. El Rey niño y la Reina, su madre, residian en Guadalajara por el buen temple de aquella ciudad y cielo saludable de que goza. Acordaron se juntasen allí Cortes á propósito de apercebir lo necesario para continuar la guerra que te- . nian comenzada con mayores fuerzas y gente. Los prelados y señores y ciudades que concurrieron al tiempo aplazado venian bien en lo que se pedia. La mayor dificultad consistia en hallar forma y traza cómo se juntase el dinero para los gastos. Los pueblos no daban oidos á nuevas imposiciones y derramas, cansados y consu midos con las contribuciones pasadas y recelosos no se continuase en tiempo de paz el servicio que por la necesidad de la guerra se otorgase. Mas por la mucha instancia que hizo el Infante y otros señores concedie➡ ron cantidad de ciento y cincuenta mil ducados con gravámen de tener libros de gasto y recibo para que constase se empleaban solo en los gastos de la guerra, y no en otros al albedrío de los que gobernaban. Teníanse las Cortes en tiempo que el rey de Granada, á los 18 dias del mes de febrero, se puso sobre la villa de Alcaudete, acompañado de siete mil caballos y ciento y veinte mil peones, número descomunal. Corrió gran peligro de perderse la plaza, y toda la Andalucía se alteró con este miedo por tener pocas fuerzas, los socorros léjos y el tiempo del año riguroso para salir en campaña. Acude nuestro Señor cuando falta la pruden cia. Defendiéronse muy bien los cercados, con que se abatió el orgullo de los moros. Junto con esto los nuestros por tres partes diferentes hicieron entradas en las tierras enemigas para divertir las fuerzas de los moros, y con las talas, quemas y robos, que fueron grandes, tomar emienda de los daños que hicieran en las fronteras de cristianos. Quebrantados los moros con tantos males y pérdidas, acordaron despachar sus embajadores parą. pedir treguas. No venia en otorgarlas el Infante, antes se queria aprovechar de la ocasion que la flaqueza de los enemigos le presentaba. La Reina era, como mujer, enemiga de guerra, que en fin hizo se concediesen las treguas por término de ocho meses. Los pueblos pretendian, pues la guerra cesaba, excusarse del servicio que otorgaron. El Infante no quiso venir en ello, ca de-, cia era necesario estar proveido de dinero para volver á la guerrael año siguiente; todavía se hizo suelta á los pueblos de la cuarta parte de aquella suma. Vino entre los demás á estas Cortes finalmente don Pedro de Luna, sobrino del papa Benedicto, y por su órden arzobispo de Toledo, como se dijo de suso. Traia de Aragon. en su compañía á Alvaro de Luna, su sobrino, mozo de diez y ocho años. Su padre Alvaro de Luna, señor de Cañete y Jubera, le hobo fuera de matrimonio en María de Cañete, mujer poco menos que de seguida, por lo menos tan suelta y entregada á sus apetitos, que tuvo cuatro hijos bastardos cada cual de su padre; al ya nombrado y á don Juan de Cerezuela, del gobernador de Cañete; á Martin, de un pastor por nombre Juan; y el

cuarto tambien Martin, de un labrador de Cañete; los dos postreros por respeto de su hermano tuvieron adeJante el sobrenombre de Luna. De tan bajos principios se levantó la grandeza deste mozo, que en un tiempo pudo competir con los muy grandes príncipes, de que al fin le despeñó su desgracia. En el bautismo le llamaron Pedro; agradóse dél el papa Benedicto, de su presencia, de su viveza y apostura, y quiso que en la confirmacion le mudasen el nombre de pila en el de Alvaro por respeto de su padre. Venido á Castilla, le hicieron de la cámara del Rey, con lo cual y su buena gracia y diligencia en servir, poco a poco le ganó la voluntad y aun se hizo señor della. En el alcázar de Granada á los 11 de mayo falleció el rey Mahomat, con que la gente se aseguraba que las paces serian mas ciertas. La ocasion de su muerte refieren fué una camisa inficionada que se vistió por engaño. Sacaron de Salobreña, donde le tenia preso, á Juzef, su hermano, para que le sucediese en el reino. Así ruedan y se truecan las cosas de los hombres, hoy cautivo y mañana rey. Apresuráronse los moros en esto, y usaron de todo secreto porque no se recreciese algun impedimento, mayormente de parte de los cristianos, que desbaratase sus intentos. Luego que Juzef se vió rey, despachó sus embajadores con ricos presentes para el de Castilla de caballos, jaeces, alfanjes, telas preciosas, pasas, higos y almendras, sustento el mas ordinario y regalado de aquella gente. Diéronles en retorno otros dones de valía; pero no otorgaron con lo que pretendian principalmente, que era se alargase el tiempo de las treguas.

CAPITULO XVIII.

Que el papa Benedicto vino á España.

El papa Benedicto por este tiempo se hallaba aquejado de diversos cuidados. Las provincias cansadas de scisma tan largo, sus amigos y devotos desabridos de sus trazas, sus mañas, en que no tenia par, descubiertas y entendidas. No sabia qué camino podia tomar para conservarse, que era su intento principal. Cuando se salió de Aviñon, fué á parar en Marsella, ciudad fuerte y puesta á la lengua del agua; su vivienda en San Victor, monasterio muy célebre en aquella ciudad. Dende acometió al papa Gregorio, su contendor, con partido de paz, que decia deseó siempre y de presente la deseaba. Que seria bien se juntasen en un lugar para tomar acuerdo sobre sus haciendas, que por medio de terceros era cosa muy larga. Para señalar lugar á contento de las partes vinieron embajadores de Gregorio á Marsella. Dieron y tomaron, y finalmente acordaron fuese la vista en Saona, ciudad del Ginovés; sacóse por condicion que hasta tanto que los papas se hablasen ni el uno ni el otro criase algun cardenal. Asentado esto, Benedicto sin dilacion se embarcó para pasar allá. Pretendia por esta diligencia que todos entendiesen deseaba la paz. El papa Gregorio replicó que no tenia por seguro aquel lugar por estar á la obediencia de su contrario. Solo fué á Luca, ciudad puesta en lo postrero de Toscana; y el papa Benedicto al principio deste año se adelantó y pasó á Portovenere para mas de cerca capitular y concertarse. Todo era mañas y

traspasos para entretener y engañar, y aun el papa Gregorio, contra lo que tenian concertado, de una vez hizo tres cardenales, con que los demás cardenales suyos se alborotaron y de comun acuerdo se pasaron á Pisa. El papa Benedicto, por aprovecharse de aquella ocasion, envió allá cuatro cardenales de su obediencia y tres arzobispos, que se detuvieron algún tiempo en Liorno entre tanto que los florentines', cuya era Pisa, les enviaban seguridad. Juntáronse finalmente con los cardenales de Pisa. A lo que la junta se enderezaba erá convocar concilio general, como lo hicieron. Sonrugíase que daban traza de prender á los papas, en especial á Benedicto. Esta fama, quier verdadera, quier falsa, dió ocasion á Benedicto de desamparar á Italia, donde demás de la sospecha ya dicha pretendia que su contrario estaba muy arraigado y poderoso, en particular se recelaba del rey Ladislao de Nápoles, que tenia muy de su parte como al que nombrara por vicario del imperio y senador de Roma, cargos á la sazon muy principales. Antes de su partida para mejor entretener la gente convocó concilio general para Perpiñan, villa en la raya de Cataluña, y con tanto se hizo á la vela. Aportó á Colibre á 2 de julio, dende por la ciudad de Elna pasó á la dicha villa de Perpiñan para dar calor en lo del concilio y esperar que los prelados se juntasen. Acudió á visitar al Papa entre otros el rey de Navarra, que llevaba intento de pasar en Francia y acometer las nuevas esperanzas que de recobrar alguna parte de sus antiguos estados le daban las alteraciones de aquel reino. Pero esta su ida á Paris no fué de mas efecto que las pasadas; así, finalmente dió la vuelta á su reino sin alcanzar cosa alguna de las que pretendia. Juntáronse en Perpiñan ciento y veinte obispos, casi todos de Francia y de España. Abrióse el Concilio á 1.° de noviembre; la principal cosa que trataron fué buscar medios para concertar los papas y unir la Iglesia. Los pareceres eran diferentes y aun los fines á que cada cual se encaminaba, por donde los mas de los obispos, perdida la esperanza de hacer cosa de momento, de secreto se salieron de Perpiñan y se volvieron á sus tierras. Quedaron solo diez y ocho obispos, que dieron de consuno un memorial al Papa en que le suplicaron atendiese con cuidado á quitar el scisma, aunque fuese necesario tomar el camino de la renunciacion, pues era mas justo conformarse con el deseo de toda la Iglesia que dejarse engañar de las lisonjas de particulares. Que la Iglesia con lágrimas en los ojos, las rodillas por el suelo y tendidas las manos le rogaba, lo que era muy puesto en razon, antepusiese el bien público á cualquier otro respeto; que ningun otro camino se mostraba parà la cura de dolencia tan larga. Poca esperanza tenian que viniese en lo que pedian el que como á puerto seguro se habia retirado á España. Todavía por mostrar voluntad á la concordia envió á Pisa siete personas principales con voz de querer concierto, mas á la verdad otro tenia en el corazon, ca pretendia le sirviesen de escuchas y le avisasen de todo lo que allí pasaba. Hallábanse en aquella ciudad juntos, además de un gran número de obispos, veinte y tres cardenales, los seis de la obediencia de Benedicto, que eran la mayor parte de su colegio. Entre estos asistió don Pedro Fernandez de

Frias, cardenal de España, criado por Clemente, papa de Aviñon. Publicaron sus edictos, en que citaban á los dos papas para que en presencia del Concilio alegasen de su derecho; mas visto que no comparecian y que se gastaba mucho tiempo en demandas y respuestas, de comun acuerdo á los 26 de junio del año 1409 sacaron por pontífice á Pedro Filargo, natural de Candia, de la órden de los Menores, presbitero cardenal y arzobispo de Milan. Llamóse en el pontificado Alejandro V. Duróle el mando muy poco, que no llegó á año entero. Resultó desta eleccion, de que se esperaba el remedio, otro nuevo y mayor daño, esto es, que la llaga mas se encancerase por añadirá los dos papas otro tercero, que cada cual pretendia ser el legítimo y los otros intrusos; tanta vez tiene la sazon en todo y la buena traza. Así la cristiandad, en lugar de dos bandos, quedó dividida en tres con otras tantas cabezas y papas, como suele acontecer que se vuelve al revés y daña lo que parecia prudentemente acordado; tan cortas son nuestras trazas.

CAPITULO XIX.

De la muerte del rey don Martin de Sicilia. Con mejor. órden gobernaba el infante don Fernando el reino de Castilla, bien que no se descuidaba en adesin lantar su casa y estado por los caminos que podia, dejar ocasion alguna. No faltaba quien por esta misma razon la tomase de ponelle mal con la Reina, como mujer y de su natural sospechosa. No hay cosa mas deleznable que la gracia de los reyes, ni mas frágil que su privanza. Decian que el gran poder del infante don Fernando podria parar perjuicio á la casa real; que con el poder, cuando mucho crece, pocas veces se acompaña la lealtad. Los que mas atizaban el fuego eran Diego Lopez de Zúñiga y Juan de Velasco por la mucha cabida que todavía tenian en la casa real. Don Fadrique, conde de Trastamara, hijo de don Pedro, el que fué condestable de Castilla, daba consejo á don Fernando que les echase mano. Poco secreto se guarda en los palacios; avisados de lo que se meneaba, se pusieron ellos con tiempo en salvo. Quedó la Reina desque lo supo mas lastimada y recelosa que antes; decia que aquella befa á ella misma se hiciera para despojalla de su consejo y del amparo que pensaba en ellos tener. Ultra de las demás prendas de que la naturaleza y el cielo dotaron á don Fernando con mano liberal, en que ningun principe en aquella era se le aventajaba, tenia muy noble generacion en su mujer: cinco hijos varones, don Alonso, don Juan, don Enrique, don Sancho y don Pedro, que llamaron adelante los infantes de Aragon, y dos hijas, doña María y doña Leonor. Falleció por aquellos dias Fernan Rodriguez de Villalobos, maestre de Alcántara; por su muerte hobo aquel maestrazgo el infante don Fernando en cabeza de su hijo don Sancho con dispensacion que dió en la edad el papa Benedicto. Lo mismo se hizo con don Enrique, el tercer hijo, dende á pocos meses para hacelle maestre de Santiago por muerte de Lorenzo Suarez de Figueroa. No faltaron sentimientos y desgustos de personas que llevaban mal que el Infante, no contento con el gobierno del reino, se apoderase en nombre de sus hijos de todo lo que va

caba. En esta misma sazon el conde de Lucemburg y el duque de Austria enviaron á ofrecer socorros de gente para continuar la guerra de Granada. Lo mismo hizo Cárlos, duque de Orliens, que prometia enviar en ayuda mil caballos franceses, y juntamente pedia por mujer á la reina doña Beatriz, pretensora del reino de Portugal, y viuda del rey de Castilla don Juan el Primero. No se le otorgó la una, ni aceptaron la otra destas dos demandas, porque la Reina, ni queria casar segunda vez, el ni con color de matrimonio desterrarse de España, y tiempo de las treguas con los moros le habian alargado por otros cinco meses, por la mucha instancia que sobre ello hizo Juzef, el nuevo rey de Granada, si bien poco despues acometieron los moros á tomar la villa de Priego, con que dieron bastante ocasion para que, sin embargo del concierto, se rompiese con ellos. Pero el rey de Granada se envió á descargar que aquel exceso no se hizo con su voluntad, y todavía ofrecia de hacer emienda conforme á lo que determinasen y hallasen se debia hacer jueces nombrados por las partes. Hallóse este año entre Salamanca y Ciudad-Rodrigo una imágen devota de nuestra Señora, que llaman de la Peña de Francia, muy conocida por un monasterio de dominicos que para mayor veneracion se levantó en aquel lugar y por el gran concurso de gentes que acude en romería de todas partes. El mismo año fue muy aciago y triste para los aragoneses por la muerte de don Martin, rey de Sicilia, hijo único y heredero del rey de Aragon, que falleció en Caller de Cerdeña á los 25 de julio en la flor de su edad y de las muchas esperanzas que prometia su buen natural. Mandóle su padre pasar en aquella isla para allanar á Brancaleon Doria y Aimerico, vizconde de Narbona, que por estar casados con dos hijas de Mariano, juez de Arborea, pretendian apoderarse por derechos que para ello alegaban de toda aquella isla. Andaban muy pujantes á causa que las fuerzas de los aragoneses eran flacas, y los naturales les acudian con mayor voluntad que á los extraños. La venida del Rey hizo que se trocasen las cosas. Juntaron sus gentes cada cual de las partes; llegaron á vista unos de otros cerca de un pueblo llamado San Luri. Ordenaron sus haces y dióse la batalla, en que los sardos quedaron desbaratados y preso Brancaleon, su caudillo. La muerte que sobrevino al Rey en aquella coyuntura hizo que no pudiese ejecutar la victoria ni concluir aquella guerra, si bien por algun tiempo el mariscal Pedro de Torrellas, muy privado deste Príncipe, y otros caballeros con la gente que les quedó se entretuvieron y sustentaron el partido de Aragon. Sepultaron el cuerpo del difunto en la iglesia catedral de Caller. En su mujer doña Blanca tuvo un hijo que falleció los dias pasados. De dos mujeres solteras naturales de Sicilia dejó dos hijos, á don Fadrique, cuya madre se llamó Teresa, y en Agatusa á doňa Violante, que casó adelante con el conde de Niebla. Corrió fama que la ocasion de su muerte fué desmandarse, antes de estar bien convalecido de cierta dolencia, en la afición de una moza natural de aquella isla de Cerdeña. Ordenó su testamento, en que nombró á su padre por heredero del reino de Sicilia, y á su mujer la reina doña Blanca encargó continuase en el gobierno que le dejó encomendado á su

partida, señalándole personas principales de cuyo consejo se ayudase. Mucho sintió todo el reino de Aragon la falta deste Príncipe. Muchos debates se levantaron sobre la sucesion de aquellos reinos. El Rey, su padre, como á quien mas tocaba el daño, ¿cuántas lágrimas derramó? ¿Qué extremos y demostraciones de dolor no hizo? Cada cual lo juzgue por sí mismo. Reportóse empero lo mas que pudo, y hechas las honras de su hijo, volvió su cuidado á asentar y asegurar las cosas de su reino. Sus privados le aconsejaban se casase, pues estaba en edad de tener hijos, con que se aseguraria la sucesion y se atajarian las tempestades que de otra suerte les amenazaban. Parecióle al Rey buen consejo este; casó con doña Margarita de Prades, dama muy apuesta y de la alcuna real de Aragon. Celebráronse las bodas en Barcelona á los 17 de setiembre. No pasaba el Rey de cincuenta y un años; pero tenia la salud muy quebrada, y era grueso en demasía; las medicinas con que procuró habilitarse para tener sucesion le corrompieron lo interior y aceleraron la muerte. Luis, duque de Anjou, avisado de lo que pasaba, fué el primero que volvió á las esperanzas antiguas de suceder en aquella corona. Despachó al obispo de Conserans para suplicar al Rey declarase por sucesor de aquel reino á Luis, hijo y de doña Violante, que, por ser su sobrina hija del rey don Juan, era la que le tocaba en mas estrecho grado de parentesco, mayormente que su hermana mayor la infanta doйa Juana era ya muerta, que falleció en Valencia dos años antes deste. Pedia otrosí que diese licencia para que la madre viniese á Aragon para criar á su hijo conforme á las costumbres de la tierra. Túvose á mal pronóstico que durante la fiesta de las bodas que el Rey celebraba le pidiesen nombrase sucesor. Los del reino tenian por mas fundado el derecho del conde -de Urgel. Favorecian lo que deseaban y lo que comunmente apetecen todos, que era no tener rey extraño, sino de su misma nacion, La descendencia del Conde se tomaba del rey don Alonso el IV, su bisabuelo, cuyo hijo don Jaime fué padre de don Pedro y abuelo del Conde. Demás que estaba casado con hermana del rey don Martin, la cual su padre el rey don Pedro hobo en la reina doua Sibila. Semejantes pretensiones y esperanzas tenia, bien que de mas léjos, don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, que por importunacion de los suyos, aunque muy viejo, entró en esta demanda como el que continuaba su descendencia de don Jaime el Segundo, rey de Aragon.

CAPITULO XX.

su

De una disputa que se hizo sobre el derecho de la sucesion en la corona de Aragon.

sucesion, consuelo para la vida y heredero para là muerte. Pero si acaso fuese otra su voluntad, lo cual no permita su clemencia, ¿quién se podrá anteponer á Luis, hijo del duque de Anjou? Quién correr con él á las parejas, pues es nieto de vuestro hermano, nacido de su hija? No dudaré decir lo que siento. Cada cual en su negocio propio tiene menos prudencia que en el ajeno; impide el miedo, la codicia, el amor, y escurece el entendimiento. Pero si á vos no tuviéramos, por ventura, ¿no diéramos la corona á la hija del Rey, vuestro hermano? Que si vos, lo que Dios no permita, faltárades sin hijos, ¿quién quita que no se reponga la misma y se restituya en su antiguo derecho? Si le empece para la sucesion ser mujer, ya sustituye en su lugar y derecho á su hijo, aragonés de nacion por parte de madre, y legítimo porende heredero del reino.»> Acabada esta razon, los mas de los que presentes estaban la mostraban aprobar con gestos y con meneos. Replicó Bernardo Centellas: «Muy diferente es mi parecer; yo entiendo que el derecho del conde de Urgel va mas fundado. Don Pedro, su padre, es cierto que tiene por abuelo el mismo que vos, en quien pasara la corona, muerto el rey don Alonso el Cuarto, si vuestro padre el rey don Pedro no fuera de mas edad que, don Jaime, su hermano, abuelo del Conde. Que si aquel ramo faltase con sus pimpollos, ¿por qué no volverá la sustancia del tronco y se continuará en el otro ramo menor? La hembra ¿cómo puede dar al hijo el derecho que nunca tuvo? Como quier que sea averiguado ser las hembras incapaces desta corona. Que si admitimos á las hembras á la sucesion, en esto tambien se aventaja el Conde, pues tiene por mujer á vuestra hermana doña Isabel, hija del rey don Pedro y de doña Sibila, deuda mas cercana vuestra que la hija de vuestro hermano, si que la hermana en grado mas estrecho está que la sobrina.» Movieron asimismo estas razones á los circunstantes, cuando Bernardo Villalico acudió con su parecer, que era asaz diferente y extraño: «No puedo, dice, negar sino que se han tocado muy agudamente los derechos del Duque y del Conde ya nombrados, si don Alonso, marqués de Villena y conde de Gandía, no se les aventajara. El cual tiene por padre á don Pedro, hijo que fué del rey don Jaime el Segundo. De suerte que vuestro bisabuelo es abuelo del Marqués, y vuestro abuelo el rey don Alonso el Cuarto, tio del mismo, como al contrario el bisabuelo del conde de Urgel, que es el mismo rey don Alonso, es vuestro abuelo. Así, el Marqués y su hermano el conde de Prades, abuelo de vuestra mujer la reina doña Margarita, tienen con vos el mismo deudo que vos con el conde de Urgel. Que si el deudo es igual, deben ser antepuestos los que de mas cerca traen su decendencia de aquellos reyes, de donde como de su fuente se toma el derecho de la corona y de la sucesion. No hay para qué traer en consecuencia la mujer del conde de Urgel, ni poner

Dió el rey de Aragon audiencia al Obispo francés y enteróse bien de todo la que pedia y de las razones en que fundaba el derecho y la pretension del Duque. Concluido aquel auto y despedida la gente, luego que se retiró á su aposento, los que le acompañaban continua-nos en necesidad de declarar mas en particular quién

ron la plática, y de lance en lance trabaron en presencia del Rey una disputa formada, que me pareció poner aquí por sumarse en ella los fundamentos de todo este pleito. Guillen de Moncada fué el primero á hablar en esta forma: «Será, señor, servido Dios de daros

fué su madre doña Sibila antes que fuese reina.» Oye- : ron todos con atencion lo que dijo Villalico, si bien poco aprobaron sus razones. Parecíales fuera de propósito valerse de derechos tan antiguos para hacer Rey á persona de tanta edad. De suerte que mas faltaba vo

brino, á todos los demás, á quien sus virtudes y proezas y haber menospreciado el reino de Castilla hacian merecedor de nuevos reinos y estados. Todavía el Rey por la mucha instancia que sobre ello hizo el conde de Urgel le nombró por procurador y gobernador de aquel reino; oficio que se daba á los sucesores de la corona, y resolucion que pudiera perjudicar á los otros pretensores si él mismo de secreto no diera órden á los Urreas y á los Heredias, dos casas las mas principales de Zaragoza, que no le dejasen entrar en aquella ciudad ni ejercer la procuracion general, sin embargo de las provisiones que en esta razon llevaba; trato doble de que mucho se sintió el conde de Urgel y de que resultaron grandes daños.

CAPITULO XXI.

De la muerte de don Martin, rey de Aragon.

El tiempo de las treguas asentadas con los moros era pasado, y sus demasías convidaban y aun ponian en necesidad de volver á la guerra y á las armas, en especial que tomaron la villa de Zahara, y talaban de ordinario los campos comarcanos y hacian muchas ca

luntad á los que oian, que probabilidad á las razones que alegó. Tomó el Rey la mano y habló en esta manera: «Con claridad habeis alegado lo que hace por los tres ya nombrados, y aun pudiérades añadir otras cosas en favor de cualquiera de las partes. Pero hay otro cuarto que, si mi pensamiento no me engaña, tiene su derecho mas fundado. Este es el infante don Fernando, tio del rey de Castilla y hijo de doña Leonor, mi hermana de padre y de madre, en que se aventaja á la condesa de Urgel. Vuestras particulares aficiones sin duda os cegaron para que no echásedes de ver lo que hace por esta parte. El marqués de Villena y el conde de Urgel de maş léjos nos tocan en deudo. Lo mismo puedo decir del hijo del duque de Anjou; en mas estrecho grado está el hijo de mi hermana que el nieto de mi hermano, por donde es forzoso que se anteponga á los demás pretensores. Para que mejor lo entendais os propondré un ejemplo. Así como el reguero del agua y el acequia, cuando la quitan de una parte y la echan por otra, deja las primeras eras á que iba encaminada sin riego, y no las torna á bañar hasta dejar regados todos los tablares á que de nuevo encaminaron el agua, así debeis entender que los hijos y descendientes del que una vez es privado de la corona que-balgadas. Para reprimir estos insultos y tomar emienda dan perpetuamente excluidos para no volver á ella, si no es á falta del que le sucedió y de todos sus deudos, los que con él están de mas cerca trabados en parentesco. Que por estar el reino en poder del postrer poseedor, quien le tocare de mas cerca en deudo, ese tendrá mejor derecho para sucedelle que todos los demás que quier que aleguen en su defensa. Conforme á esto, yerran los que para tomar la sucesion ponen los ojos en los primeros reyes don Jaime, don Alonso, don Juan, dejándome á mí, que al presente poseo la corona, y cuyo pariente mas cercano es doua Leonor, mi hermana, y despues della su hijo el infante don Fernando, cuyo derecho en igualdad fuera razon apoyar y defender, pues mas que todos los otros pretensores se adelanta en prendas y partes para ser rey. Mienten á las veces á cada cual sus esperanzas, y de buena gana favorecemos lo que deseamos; pero no hay duda sino que las muestras que hasta aquí ha dado de virtud y valor son muy aventajadas. Este es nuestro parecer; ojalá se reciba tan bien como es cumplidero para vos, en particular los que presentes estáis, y para todo el reino en comun. Las hembras no deben entrar en esta cuenta, pues todo el debate consiste entre varones, en quien no se debe considerar por qué parte nos tocan en parentesco, sino en qué grado.» Este razonamiento del Rey, como se divulgase primero por Barcelona, en cuyo arrabal se trabó toda la disputa, y despues por toda la cristiandad volase esta fama, acreditó en gran manera la pretension de don Fernando, y aun fué gran parte para que se la ganase á sus competidores. Destas cosas se hablaba públicamente en los corrillos y á veces en palacio en presencia del Rey, de que mostraba gustar, si bien de secreto se inclinaba mas á su nieto don Fadrique, que ya era conde de Luna, y para dejaHe la corona pretendia legitimalle por su autoridad y con dispensacion del papa Benedicto. Que si esto no le saliese, claramente anteponia á don Fernando, su so

de los daños el infante don Fernando, hechos los apercibimientos necesarios de soldados y armas, de dinero y de vituallas, por el mes de febrero del año que se contaba 1410 se encaminó con su campo la vuelta de Córdoba en sazon que los moros, por no poder forzar. el castillo, desampararon la villa de Zahara, y los nuestros á toda prisa repararon los adarves y pusieron aquella plaza en defensa. La gente de don Fernando eran diez mil peones y tres mil y quinientos caballos, la flor de la milicia de Castilla, soldados lucidos y bravos. Acompañábanle don Sancho de Rojas, obispo de Palencia, Alvaro de Guzman, Juan de Mendoza, Juan de Velasco, don Ruy Lopez Davalos, otros señores y ricos hombres. Con este campo se puso el Infante sobre la ciudad de Antequera á los 27 de abril con resolucion de no partir mano de la empresa hasta apoderarse de aquella plaza. El rey Moro envió para socorrer á los cercados cinco mil caballos y ochenta mil infantes, gran número, si las fuerzas fueran iguales. Dieron vista á la ciudad y fortificaron sus estancias muy cerca de los contrarios. Ordenaron sus haces para presentar la batalla, que se dió á los 6 de mayo; en ella quedaron los moros desbaratados con perdida de quince mil que perecieron en la pelea y en el alcance; con el mismo impetu les entraron y saquearon los reales. Victoria en aquel tiempo tanto mas señalada, que de los cristianos no faltaron mas de ciento y veinte. Dió don Fernando gracias a Dios por aquella merced; despachó correos á todas partes con las buenas nuevas. Para apretar mas el cerco hizo tirar un foso de anchura y hondura suficiente en torno de los adarves, y en el borde de fuera levantar una trinchea de tapias con sus torreones á trechos, todo á propósito de impedir las salidas de los mòros y hacer que no les entrase provision ni socorro. Fué muy acertado aprovecharse deste ingenio por estar el campo falto de gente, á causa que diversas compañías se derramaban por su órden para ro

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