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tratasen en secreto; tanto que el mismo Pompeyo por no firmallas se hizo malo. En lo público la escritura del concierto rezaba que los numantinos eran condenados en treinta talentos; los mas inteligentes sospechaban era ficcion inventada á propósito de conservar el crédito y autoridad del imperio romano. Lo cierto es que, con la venida del cónsul Pompilio, se trató de aquella confederacion y de aquellas paces; Pompeyo negaba habellas hecho; los numantinos probaban lo contrario por testimonio de los principales del ejército romano. En fin los unos y los otros fueron por el nuevo Cónsul remitidos al Senado de Roma, donde por tener mas fuerza el antojo y la pasion que la justicia, entre diversos pareceres, prevaleció el que mandaba hacer de nuevo la guerra contra Numancia.

CAPITULO VII.

De la confederacion que el cónsul Mancino hizo con los numantinos.

Entre tanto que esto pasaba en Roma y con los numantinos, el cónsul Pompilio acometió á hacer guerra á los lusones, gente que caia cerca de los numantinos; pero fué en vano su acometimiento. Antes el año siguiente, que de la ciudad de Roma se contó 616, como le bobiesen alargado el tiempo de su gobierno, fué en cierto encuentro que tuvo con los numantinos vencido y puesto en huida. En la España ulterior, para cuyo gobierno señalaron el uno de los nuevos cónsules, por nombre Decio Bruto, los soldados viejos de Viriato, á los cuales dieron perdon y campos donde morasen, edificaron y poblaron la ciudad de Valencia. Hay grande duda sobre qué Valencia fué esta: quién dice que fué la que hoy se llama Valencia de Alcántara, por estar en la comarca donde estos soldados andaban; quién entiende, y es lo que parece mas probable, que sea la que hoy se llama Valencia de Miño, puesta sobre la antigua Lusilania en frente de la ciudad de Tuy, y no falta quien piense que sea Valencia la del Cid, ciudad poderosa en gente y en armas. Pero hace contra esto que está asentada en la España citerior, provincia que era de gobierno diferente. Dejadas estas opiniones, lo que hace mas á nuestro propósito es que el año siguiente, de la fundacion de Roma 617, á Bruto alargaron el tiempo del gobierno de la España ulterior, y para lo de la citerior señalaron el uno de los nuevos cónsules, por nombre Cayo Hostilio Mancino. Este luego que llegó, asentado su campo cerca de Numancia, fué diversas veces vencido en batalla; y de tal manera se desanimó con estas desgracias, que, avisado como los vaceos, que caian en Castilla la Vieja, y los cántabros venian en ayuda de los numantinos, no se atrevió ni á atajarles el paso ni á esperar que llegasen; antes de noche á sordas se retiró y apartó á otros lugares que estaban sosegados. En qué parte de España no se dice, solo señalan que fué donde los años pasados Fulvio Nobilior tuvo sus alojamientos. En la ciudad de Numancia no se supo esta partida de los enemigos hasta pasados dos dias, por estar los ciudadanos ocupados en fiestas y regocijos sin cuidado alguno de la guerra. La manera como se supo fué que dos mancebos pretendian casar con una doncella: para excusar debates acordaron que saliesen á los reales de los enemigos, y el que primero de los dos trajese la mano derecha de alguno dellos, ese alcanzase

por premio el casamiento que deseaba. Hiciéronlo así; y como hallasen los reales vacíos, á mas correr vuelven á la ciudad para dar aviso de lo que pasaba que los enemigos eran idos y que dejaban desamparados sus reales. Los ciudadanos, alegres con esta nueva, siguieron la huella y rastro de los romanos, y antes de tener barreadas sus estancias bastantemente, pusieron sitio á los que poco antes los tenian cercados; que fué un trueque y mudanza notables. El Cónsul, perdida la esperanza de poder escapar, se inclinó á tratar de concierto, en que los numantinos quedaron con su antigua libertad, y en él fueron llamados compañeros y amigos del pueblo romano grande ultraje, y que despues de tantas injurias parecia escurecer la gloria romana, pues sc rendia al esfuerzo de una ciudad. Ayudó para hacer esta confederacion, mas necesaria que honesta, Tiberio Graco, que se hallaba entre los demás romanos, y por la memoria que en España se tenia de Sempronio, su padre, era bienquisto, y fué parte para inclinar á misericordia los ánimos de los numantinos. En Roma, lucgo que recibieron aviso de lo que pasaba y de asiento tan feo, citaron á Mancino para que compareciese á hacer sus descargos, y en su lugar nombraron por general de aquella guerra al otro cónsul, llamado Emilio Lépido, para que vengase aquella afrenta. Enviaron asimismo los numantinos sus embajadores con las escrituras del concierto y con órden que si el Senado no le aprobase, en tal caso pidiesen les fuese entregado el ejército, pues con color de paz y de confederacion escapó de sus manos. Tratóse el negocio en el Senado, y como quier que ni, por una parte, quisiesen pasar por concierto tan afrentoso, y por otra juzgasen que los numantinos pedian razon, dieron traza que Mancino les fuese entregado, con que les parecia quedaban libres del escrúpulo que tenian en quebrantar lo asentado. A Tiberio Graco, magüer que fué el que intervino en aquella confederacion y la concluyó, absolvieron porque lo hizo mandado. El vulgo, como de ordinario, se inclina á pensar y creer la peor parte, decia que esto se hizo por respeto de Scipion, su cuñado, que, como ya se dijo, casó con Cornelia, hermana de los Gracos.

CAPITULO VIII.

Cómo Cayo Mancino fué entregado á los numantinos.

Esto era lo que pasaba en Roma. En España el cónsul Marco Lépido, antes de tener aviso de lo que el Senado determinaba, acometió á los Vaceos, que era gran parte de lo que hoy es Castilla la Vieja, con achaque que en la guerra pasada enviaron socorro á los numantinos y los ayudaron con vituallas. Corrió sus muy fértiles campos; y despues que lo puso todo á fuego y á sangre, probó tambien de apoderarse de la ciudad de Palencia, sin embargo que de Roma le tenian avisado no hiciese guerra á los españoles, hombres que eran feroces y denodados, y de enojarlos muchas veces resultara daño. La afrenta y mal órden de Mancino tenia puesto al Senado en cuidado, y á los españoles daba ánimo para que no dudasen ponerse en defensa contra cualquiera que les pretendiese agraviar. Fué así que, por el esfuerzo de los palentinos como los romanos fuesen maltratados y asimismo tuviesen falta de vituallas, de noche á sordas, sin dar la señal acostumbrada para al

zar el bagaje, se partieron con tanto temor suyo y tan grande osadía de los palentinos, que luego el dia siguiente, sabida la partida, salieron en pos dellos, y los picaron y dieron carga, de suerte que degollaron no menos de seis mil romanos; de lo cual, luego que en Roma se supo, recibió tan grande enojo el Senado, que citaron á Lépido á Roma, donde, vestido como particular, fué acusado en juicio y condenado de haberse gobernado mal. Estos daños y afrentas en parte se recompensaban en la España ulterior por el esfuerzo y prudencia de Decio Bruto, que sosegó las alteraciones de los Gallegos y Lusitanos, y forzó á que se rindiesen los Labricanos, pueblos que por aquellas partes se alborotaban muy de ordinario. Púsoles por condicion que le entregasen los fugitivos, y ellos, dejadas las armas, se viniesen para él; lo cual como ellos cumpliesen, rodeados del ejército, los reprehendió con palabras tan graves, que tuvieron por cierto los queria matar; pero él se contentó con penarlos en dinero, quitarles las armas y demás municiones que tanto daño á ellos mismos acarreaban. Por estas cosas Decio Bruto ganó sobrenombre de Galaico ó Gallego. Esto sucedió en el consulado de Mancino y Lépido. El año siguiente 618 alargaron á Bruto el tiempo de su. cargo, y al nuevo cónsul Publo Furio Filon se le dió cuidado de entregar á Mancino á los numantinos, y se le encomendó el gobierno de la España citerior. Y porque Q. Metello y Q. Pompeyo, como personas las mas principales en riquezas y autoridad, pretendian impedir que Furio no fuese á esta empresa, de donde tanta gloria y ganancia se esperaba, él con una maravillosa osadía,. como cónsul que era, les mandó que le siguiesen y fuesen con él á España por legados ó tenientes suyos. Luego que llegó, puestos sus reales cerca de Numancia, hizo que Mancino, desnudo el cuerpo y atadas atrás las manos, como se acostumbraba cuando entregaban algun 'capitan romano á los contrarios, fuese puesto muy de mañana á las puertas de Numancia; pero como quier que ni los enemigos le quisiesen y los amigos le desamparasen,, pasado todo el dia y venida la noche, guardadas las ceremonias que en tal caso se requerian, fué vuelto á los reales. Con esto daban á entender los romanos que cumplian con lo que debian. A los numantinos no parecia bastante satisfaccion de la fe que quebrantaban entregar el capitan y guardar el ejército, que libraron de ser degollado debajo de pleitesía. Y es cosa averiguada que los romanos en este negocio miraron mas por su provecho que por las leyes de la honestidad y de la razon. Qué otra cosa Furio hiciese en España, no se sabe, sino que el año adelante, que se contó 619 de la fundacion de Roma, á Bruto alargaron otra vez el tiempo de su gobierno por otro año, que fué el tercero, y el cónsul Quinto Calpurnio Pison, por el cargo que le dieron de la España citerior, peleó con los numantinos mal, ca perdió en la pelea parte de su ejército, y los demás se vieron en grandes apreturas. Era el miedo que los romanos cobraran tan grande, que con sola la vista de los españoles se espautaban: no de otra guisa que los ciervos cuando ven los perros ó los cazadores, movidos de una fuerza secreta, Juego se ponian en huida. Muchos entendian que la causa de aquel espanto era el gran tuerto que les hacian y la fe quebrantada; mas á la verdad los españoles en

aquel tiempo ninguna ventaja reconocian á los romanos en esfuerzo y atrevimiento. No peleaban como de antes de tropel y derramados, sino por el largo uso que tenian de las armas, á imitacion de la disciplina romana, formaban sus escuadrones, ponian sus huestes en ordenanza, seguian sus banderas y obedecian á sus capitanes. Con esto tenian reducida la manera grosera de que antes usaban á preceptos y arte, con que siempre en las guerras y con prudencia se gobernasen.

CAPITULO IX.

Cómo Scipion, hecho cónsul, vino á España. '

Estas cosas, luego que se supieron en Roma, pusieron en grande cuidado al Senado y pueblo romano, como era razón. Acudieron al postrer remedio, que fué sacar por cónsul á Publio Scipion, el cual por haber destruido á Cartago tenia ya sobrenombre de Africano, con resolucion de envialle á España. Para hacer esto dispensaron con él en una ley que mandaba á ninguno antes de los diez años se diese segunda vez consulado. Sucedió esto el año que se contó 620 de la fundacion de Róma, en que, como creemos, prorogaron de nuevo á Decio Bruto y le alargaron el tiempo del gobierno que tenia sobre la España ulterior. Siguieron á Scipion en aquella jornada cuatro mil mancebos de la nobleza romana y de los que por diversos reyes habian sidó enviados para entretenerse en la ciudad de Roma; y si no les fuera vedado por decreto del Senado, lo mismo hicieran todos los demás. Tan grande era el deseo que en todos se via de tenelle por su capitan y aprender dél el ejercicio de las armas, que á porfía daban sus nombres y con grande voluntad se alista ban. Destos mozos ordenó Scipion un escuadron, que llamó Filonida, que era nombre de benevolencia y amistad, atadura muy fuerte y ayuda entre los soldados para acometer y salir con cualquier grande empresa. El ejército de España, por estar falto de gobierno, se hallaba flaco, sin nervios y sin vigor, efecto propio del ocio y de la lujuria. Para remediar este daño, dejó Scipion en Italia á Marco Buteon, su legado, que guiase la gente que de socorro llevaba, y él, lo mas presto que se pudo aprestar, partió para España, yen ella, con rigor, cuidado y diligencia en breve redujo el ejército á mejores términos; porque, lo primero, despidió dos mil rameras que halló en el campo; asimismo despidió de regatones, mercaderes y mochilleros otro no menor número ni menos dado á torpezas y deleites. Por esta manera, limpiado el ejército de aquel vergonzoso muladar, los soldados volvieron en sí y cobraron nuevo aliento, y los que antes eran tenidos en poco, comenzaron á pouer á sus enemigos espanto. Demás desto, ordenó que cada soldado llevase sobre sus hombros trigo para treinta dias, y cada siete, estacas para las trincheas, con que cercaban y barreaban los reales, que de propósito hacia mudar y fortificar á menudo, para que desta manera los soldados con el trabajo tornasen á cobrar las fuerzas que les habia quitado el regalo. Lo que hizo mas al caso para reprimir los vicios é insolencias de los soldados fué el ejemplo del general, por ser cosa cierta que todos aborrecen ser mandados, y que el ejemplo del superior hace que se obedezca sin dificultad. Era Scipion el primero al trabajo, y el postrero

á retirarse dél. Ayudó otrosí para renovar la disciplina la diligencia de Cayo Mario, aquel que desta escuela y destos principios se hizo con el tiempo y salió uno de los mas famosos capitanes del mundo. Pasada en estas cosas gran parte del año y llegado el estío, movió Scipion con todas sus gentes la vuelta de Numancia. No se atrevió por entonces de ponerse al riesgo de una batalla, porque todavía sus soldados estaban medrosos por la memoria que tenian fresca de las cosas pasadas. Contentóse con correr los campos enemigos por muchas partes y hacer en ellos todo mal y daño. Desde allí pasó haciendo asimismo correrías hasta los Vaceos, enojado principalmente contra los palentinos por lá rota con que maltrataron y el daño que hicieron al cónsul Lépido. Allí Scipion se vió puesto casi en necesidad de venir á batalla por la temeridad de Rutilio Rufo, el cual, con intento de reprimir á los palentinos, que por todas partes se mostraban y con ordinarios rebates daban pesadumbre, salió contra ellos, y con poco recato se adelantó tanto, que se iba á meter en una emboscada que los enemigos le tenian puesta; cuando Scipion, advertido el peligro desde un alto donde estaba, mandó que las demás gentes se adelantasen y que la caballería cercase por todas partes el lugar donde la celada estaba, y escaramuzando con el enemigo, diese lugar á los soldados 'que se metian en el peligro para que se pusiesen en salvo. En este camino y entrada que Scipion hizo vió por sus ojos la ciudad de Caucia, destruida por engaño de Lucullo; y movido con aquella vista á compasion, á voz de pregonero prometió franqueza de tributos y alcabalas á todos los que quisiesen reedificarla y hacer en ella su asiento y su morada. Esto fué lo que sucedió aquel verano, que estaba ya bien adelante; y casi comenzaba el invierno, cuando vuelto el ejército á Numancia, cerca de aquella ciudad se asentaron los reales de los romanos. Dende no dejaron en todo el invierno de salir diferentes cuadrillas á robar y talar los campos que por allí caian. Entre estos un escuadron, de cierto peligro en que se hallaba de perecer, fué librado por la buena maña y vigilancia de Scipion en esta manera. Estaba allí cerca una aldea rodeada en gran parte de ciertos pantanos, que sospechan sea la que se llama al presente Henar por estar junto á una laguna. Cerca de aquel lugar se alzaban unos peñascos á propósito de armar allí alguna celada. Escondióse allí cierto número de numantinos, y sin falta maltrataran y degollaran los soldados romanos, que, derramados yocupados en robar, andaban por aquella parte, si Scipion desde sus reales, conocido el peligro, no diera luego señal de recogerse, para que los soldados, dejado el robar, acudiesen á sus banderas. Y para mayor seguridad; tras mil caballos que envió delante, él mismo se apresuró para cargar sobre los contrarios con lo demás del ejército. Los numantinos, entre tanto que con iguales fuerzas y número se peleaba, se resistieron y hicieron reparar á un gran número de los contrarios; pero luego que vieron acercarse los estandartes de las legiones, se pusieron en huida con grande maravilla de los romanos, porque de largo tiempo no habian visto las espaldas de los numantinos. Estas cosas acontecieron en el consulado de Scipion en el tiempo que Jugurta desde Africa vino á juntarse con los romanos, nieto que era de Masinisa, nacido fuera de matrimonio de un

hijo suyo por nombre Manastabal. Envióle el rey Micipsa, su tio, con diez elefantes y un grueso escuadron de caballos y de peones, con deseo que tenia de ayudar á los romanos, y juntamente con deseño de poner á peligro aquel mozo brioso, por entender el que corrian sus hijos si la vida le duraba; consejo sagaz y prudente que no tuvo efecto, antes Jugurta, ganada mucha honra en aquella guerra, luego que se concluyó, dió vuelta á Africa con mayor crédito y pujanza que antes.

CAPITULO X.

Cómo Numancia fué destruida.

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El año luego adelante, que se contó de la fundacion de Roma 621, siendo cónsules Publio Mucio Scévola y Lucio Calpurnio Pison, á Scipion alargaron el tiempo del gobierno y del mando que en España tenia, traza con que Numancia fué de todo punto asolada, ca pasado el invierno y con varias escaramuzas quitado ya el miedo que los soldados tenian cobrado, con intencion de apretar el cerco de Numancia, de unos reales hizo dos, dividida la gente en dos partes. El regimiento de los unos encomendó á Q. Fabio Máximo, su hermano; los otros tomó él á su cargo, dado que algunos dicen que dividió los reales en cuatro partes, y aun no concuerdan todos en el número de la gente que tenia. Quién dice que eran sesenta mil hombres, quién que cuarenta, como no es maravilla que en semejante cuenta se halle entre los autores variedad. Los numantinos, orgullosos por tantas victorias como antes ganaran, aunque eran mucho menos en número, porque los que mas ponen dicen que eran ocho mil combatientes, otros deste número quitan la mitad, sacadas sus gentes fuera de la ciudad y ordenadas sus haces, no dudaron de presentar la batalla al enemigo, resueltos de vencer o perecer antes que sufrir las incomodidades de un cerco tan largo. Scipion tenia propósito de excusar por cuanto pudiese el trance de la batalla, como prudente capitan, y que consideraba que el oficio del buen caudillo no menos es vencer y concluir la guerra con astucia y sufrimiento que con atrevimiento y fuerzas. Ni le parecia conveniente contraponer sus ciudadanos y soldados á aquella ralea de hombres desesperados. Con este intento determinó cercar la ciudad con reparos y palizadas para reprimir el atrevimiento y acometimientos de los cercados. Demás desto, mandó á las ciudades confederadas enviasen nuevos socorros de gente, municiones y vituallas para la guerra. Hízose un foso al rededor de la ciudad, y levantóse un valladar de nueva manera, que tenia diez piés en alto y cinco en ancho, armado con vigas y lleno de tierra, con sus torres, troneras y saetías á ciertos trechos, de suerte que representaba semejanza de una muralla continuada. Solamente por el rio Duero se podia entrar en la ciudad y salir; pero tambien esta comodidad quitaban á los cercados las compañías de soldados y los ranchos que en la una ribera y en la otra tenian puestos de guarda. Para remedio desto los buzanos, zabulléndose en el agua, debajo della sin ser sentidos pasaban, cuando era necesario, de la una parte á la otra. Otros con barcas, por la lige reza de los remeros ó por la fuerza del viento que daba por popa, escapaban de ser heridos con lo que los soldados les tiraban; y por esta manera se podia meter al

guna vitualla en la ciudad. Duróles poco este remedio y consolacion tal cual era, porque con una nueva diligencia levantaron dos castillos de la una y de la otra parte del rio con vigas que le atravesaban, y en ellas unos largos y agudos clavos para que nadie pasase. Los numantinos, sin perder por esto ánimo, no dejaban de acometer las centinelas y cuerpos de guarda de los romanos; mas sobreviniendo otros, fácilmente eran rebatidos y encerrados en la ciudad; que á sabiendas no Jos querian matar, para que gastasen mas presto cuantos mas fuesen las vituallas, y forzados de la hambre y extrema necesidad se entregasen. En esta coyuntura un hombre de grande ánimo y osadía, llamado Retogenes Caravino, con otros cuatro, por aquella parte que los reparos de los romanos eran mas flacos y tenian menos guarda, escalado el valladar y degolladas las centinelas y escuchas, se enderezó á los pueblos llamados Arevacos, donde en una junta de los principales que para esto se convocó, les rogó y conjuró por la amistad antigua y por el derecho de parentesco no desamparasen á Numancia para ser saqueada y asolada por el enemigo, que, encendido en coraje y en deseo de vengarse, no tenia olvidadas las injurias que ellos le habian hecho; considerasen que aquella ciudad solia ser el refugio y reparo comun de todos, y al presente, por la adversidad de la fortuna y por la astucia de los que la cercaban, mas que por valor y esfuerzo, se haHlaba puesta en extremo riesgo y cuita: «¿Por qué, dice, en tanto que las fuerzas están enteras y los romanos por tantas pérdidas rebusan la pelea y por malas mañas y astucias pretenden apoderarse de aquella nobilísima ciudad, vos, juntadas las fuerzas, no quitaréis el yugo desta servidumbre, y echaréis de vuestra tierra esta peste comun? ¿Aguardais por ventura hasta tanto que cunda este mal, y de unos á otros pase y llegue à vuestra ciudad? Pensad que esta llama, consumido todo lo que se le pone delante, será forzoso que todo lo asuele. Por ventura ¿no conoceis la ambición de los romanos, sus robos y sus crueldades? Los cuales muchas veces habeis visto y oido que sin causa alguna, solo con deseo de extender su señorío, ponen asechanzas á la libertad y riquezas de toda España. Diréis que teneis hecho concierto con ellos, y con esto os asegurais. En que si no hubiera muchos ejemplos frescos y puestos delante los ojos de la deslealtad, codicia y fiereza de los romanos, la destruicion poco ha de Caucia y ahora la confederacion de los numantinos con Mancino quebrantada injustamente son bastante muestra como ninguna cosa tienen por santa por el deseo de enseñorcarse de todo. Mirad que si anteponcis ahora vuestro reposo particular á la salud comun, la cual en gran parte depende del valor y esfuerzo de Numancia, no seais en algun tiempo forzados á quejaros por demás, ojalá yo me engañe, de haber perdido y desamparado lo uno y lo otro. Afuera pues toda tardanza y cobardía; en tanto que hay tiempo y que las cosas están en término que se pueden remediar, volved vuestros ánimos y pensamiento á procurar la salud de la patria. Juntad armas y fuerzas, cargad sobre el enemigo, que está descuidado, cercándole los vuestros por una parte, y los nuestros por otra, por frente y por las espaldas. Considerad que en nuestro peligro corre riesgo la salud, la libertad y las riquezas de toda España.» Con

este razonamiento y con abundancia de lágrimas que derramaba, con echarse en tierra y á los piés de cada uno, tenia ablandados los corazones de muchos; pero como quier que á los desdichados y caidos todos les falten, prevaleció el voto de los que sentian que no convenia enojar á los romanos, antes decian que sin tardanza echasen de toda su tierra á los numantinos, porque no les achacasen y hiciesen cargo de haber oido en su junta aquella embajada. Lo que despues desto hizo Retogenes no se sabe; solo consta que la gente inoza de Lucía, pueblo que estaba á una legua de Numancia, acudióá socorrer los cercados; pero fué rebatida su osadía por la diligencia de Scipion; y con cortar las manos derechas por mandado del mismo á cuatrocientos dellos, los demás quedaron escarmentados para no imitar semejante desatino. Con esto los numantinos, perdida toda esperanza de ser socorridos y por el largo cerco quebrantados de la hambre, movieron tratos de paz. Enviaron para esto á Scipion una embajada el principal, por nombre Aluro, dada que le fué audiencia, se dice habló en esta manera: «Quiénes sean los ciudadanos de Numancia, de qué lealtad, de qué constancia, no hay para qué traello á la memoria; pues tú con la larga experiencia lo puedes tener entendido, y no está bien á los miserables hacer alarde de sus alabanzas. Solo diré que te será muy honroso haber quebrantado los ánimos de los numantinos, y á nos no será del todo afrentoso, ya que así habia de ser, ser vencidos de tan gran capitan. Lo que la presente fortuna pide y á lo que nos fuerzan los males deste cerco, confesámonos por vencidos, pero con tal que te contentes con nuestra penitencia y emienda, y no pretendas destruirnos. No pedimos del todo perdon, dado que en ninguna parte pudieras mejor emplearle; contentámonos con que el castigo sea templado. Que si nos niegas las vidas y no das lugar á la pelea, determinados estamos de probar cualquier cosa hasta morir por nuestras manos, si fuere necesario, antes que por las ajenas, que será el postrer oficio de varones esforzados. Tú debes considerar una y otra vez lo que la fama y el mundo dirá de tí, así de presente como en el tiempo adelante.» Maravillóse Scipion por este razonamiento que los corazones de aquella gente con tantos trabajos no estuvieran quebrantados, y que, perdida toda esperanza, todavía se acordasen de su dignidad y constancia. Con todo esto, respondió á los embajadores que no habia que tratar de concierto, si no fuese entregándoseá la voluntad del vencedor. Con esta respuesta los numantinos, como fuera de sí, matan á los embajadores, los cuales ¿qué culpa les tenian? Pero cuando la muchedumbre se alborola, muchas veces acarrea daño decir la verdad. Estaban ya sin ninguna esperanza de salvarse ni de venir á batalla; acuerdan de hacer el postrer esfuerzo. Emborráchanse con cierto brebaje que hacian de trigo, y le llamaban celia; con esto acometen los reparos de los romanos, escalan el valladar, degüellan todos los que se les ponen delante, hasta que, sobreviniendo mayor número de soldados y sosegada algun tanto la borrachez, les fué forzoso retirarse á la ciudad. Despues desta pelea dicen que por algunos dias se sustentaron con los cuerpos muertos de los suyos. Demás desto, probaron á huir y salvarse. Como tampoco esto les sucediese, por conclusion, perdida del todo la es

peranza de remedio, se determinaron á acometer una memorable hazaña, esto es, que se mataron á sí y á todos los suyos, unos con ponzoña, otros metiéndose las espadas por el cuerpo. Algunos pelearon en desafío unos con otros con igual partido y fortuna del vencedor y vencido, pues en una misma hoguera, que para esto tenian encendida, echaban al que era muerto, y luego tras él le seguia el que le quitaba la vida. Por esta manera fué destruida Numancia pasados un año y tres meses despues que Scipion vino á España. Grande fué su obstinacion, pues los mismos ciudadanos se quitaron las vidas. Apiano dice que, entrada la ciudad, hallaron algunos vivos. Contradicen á esto los demás autores; y es cosa averiguada que Numancia se conservó por la concordia de sus ciudadanos, que tenian entre sí y con sus comarcanos, y pereció por la discordia de los mismos; demás desto, que vencida quitó al vencedor la palma de la victoria. Los edificios á que perdonaron los ciudadanos, que no les pusieron fuego, fueron por mandado de Scipion echados por tierra, los campos repartidos entre los pueblos comarcanos. Hechas todas estas cosas y fundada la paz de España, se volvió Scipion á Roma á gozar el triunfo, que le era muy debido por hazañas tan señaladas, por las cuales, demás de los otros títulos y blasones, le fué dado y tuvo adelante el renombre de Numantino. Triunfó otrosí Decio Bruto poco antes en Roma por dejar vencidos y sujetos los gallegos, con que ganó asimismo sobrenombre de Calaico, como se dijo poco antes deste lugar.

CAPITULO XI.

De lo que sucedió en España despues de la guerra de Numancia.

Despues desto se siguieron en España temporales pacíficos, de grande y señalada bonanza. La forma del gobierno por algun tiempo fué que diez legados, enviados de Roma y mudados á sus tiempos tuvieron el gobierno de España, cada cual en la parte que de toda ella le señalaban. Los mallorquines, hechos cosarios, corrian aquellos mares y las riberas cercanas. Acudió contra ellos el cónsul Quinto Cecilio Metello, que los sujetó y puso en sosiego el año de la ciudad de Roma de 631, por lo cual el dicho cónsul fué llamado Baleárico, que es tanto como mallorquin. Por el mismo tiempo Cayo Mario, que era gobernador de la España ulterior, abrió y aseguró los caminos, quitados los salteadores, de que habia gran número y gran libertad de hacer mal: merced y reliquias malas de las alteraciones y revueltas pasadas. Restituyó asimismo en su provincia las leyes y la paz, dió fuerza y autoridad á los jueces, que todo en ella faltaba. Y doce años adelante, como aquella provincia se hobiese alterado, primero Calpurnio Pison, despues Sulpicio Galba, hijo del otro Galba que hizo en la Lusitania lo que arriba queda contado, apaciguaron aquellos movimientos. Hállanse á cada paso en España muchas monedas acuñadas con el nombre de Pison. Fundada pues la paz por la buena maña y valor de Pison y de Galba, otra vez se encargó el gobierno de España á diez legados en el tiempo que los cimbros, gente septentrional, en gran número, á manera de un raudal arrebatado, se derramaron y metieron por las provincias del imperio romano, y con el gran curso de victorias que en diversas partes ganaron,

no pararon hasta España. Mas por el esfuerzo de los romanos y de los naturales fueron forzados á dar la vuelta á la Gallia y á Italia año de la fundacion de Roma de 615. En este año, Quinto Servilio Cepion venció en una batalla á los lusitanos, si que se entienda qué cargo ó magistrado tuviese. Verdad es que, pasados tres años, siendo cónsul el mismo Cepion, los lusitanos se vengaron de los romanos, ca les hicieron mayor daño del que antes dellos recibieron. Fué aquel año, el que se contó de la fundacion de Roma 648, señalado mas que por otra cosa alguna por el nacimiento de Marco Tulio Ciceron, que nació este año en Arpino, pueblo de Italia. Su madre se llamó Helvia, su padre fué del órden Ecuestre y de la real sangre de los Volscos. Ennobleció Ciceron las cosas de Roma no menos en paz y desarmado con su prudencia, erudicion y elocuencia maravillosa, y ganó no menor nombradía que los otros excelentes caudillos de aquella república con las armas. Pasados otros dos años, que fué el año de 650, los cimbros mezclados con los alemanes, rompieron segunda vez por España; pero fueron de nuevo rebatidos por los celtiberos, y forzados á volverse á la Gallia. Las alteraciones de los lusitanos sosegó Lucio Cornelio Dolabella, que con nombre de procónsul tenia el gobierno de aquella provincia el año de la ciudad de Roma de 655. Apaciguadas estas alteraciones, luego el año siguiente se emprendió otra guerra de los celtiberos, para la cual vino en España el cónsul Tito Didio. Acercáronse los dos campos, ordenáronse las haces y adelantáronse; dióse la batalla con igual esperanza y denuedo de ambas partes. El suceso fué que los departió la noche y puso fin á la pelea sin declarar la victoria por ninguna de las partes, antes el daño fué igual. Valióse el Cónsul de su astucia y de maña en aquel trance, y fué que luego hizo correr el campo y sepultar los cuerpos muertos de los suyos. Con esto el dia siguiente los españoles, por entender que el número de sus muertos era mayor que el de los contrarios, perdida la esperanza de la victoria, se dieron á partido con las condiciones que los romanos quisieron ponerles. En aquella batalla y en todo el progreso de la guerra murieron de los arevacos veinte mil hombres, que fué gran número, si los autores no se engañan ó los números no están mudados. Los termestinos, por ser bulliciosos y levantarse muchas veces confiados en el fuerte sitio de su ciudad, fueron castigados en que la echasen por tierra y ellos se pasasen á morar en lo llano, divididos en aldeas sin licencia de fortificarlas y sin teuer forma y manera de ciudad. Una compañía de salteadores, acostumbrada á robar, se concertó con el Cónsul, y debajo de su palabra se vino para él con hijos, mujeres y ropa; pero todos fueron pasados á cuchillo, por no tener confianza que mudarian la vida y trato hombres acostumbrados á sustentarse de los sudores ajenos con robos y saltos. Hecho que de tal manera no fué en Roma aprobado, que sin embargo otorgaron á Didio que por las demás cosas que hizo triunfase. En esta guerra fué Quinto Sertorio, tribuno de soldados, que era como al presente coronel ó maestre de campo, en que ganó gran prez y loa por haber salvado la guarnicion de romanos que estaban en Castulon de la muerte que los de aquella ciudad, concertados con los girisenos, que se entiende eran los de Jaen, por el deseo que siempre tenian de la libertad, les

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