Imágenes de páginas
PDF
EPUB

amistad, en que nunca hobo quiebra, no obstante la competencia en la pretension de aquel reino. Fiualmente, le aseguraba que de mejor gana terciaria para concertallos que arrimarse á ninguna de las partes contra el otro. Despidiéronse con tanto los embajadores. El cerco se apretaba de cada dia mas, y los ciudadanos padecian falta y aun deseaban concertarse. La condesa doña Isabel, visto esto y por prevenir mayores inconvenientes, con licencia de su marido y beneplácito del Rey salió á verse con él y intentar si por algun camino le pudiese aplacar. Usó de las diligencias posibles, mas no pudo del Rey, su sobrino, alcanzar para el Conde mas de seguridad de la vida, si venia á ponerse en sus manos. El aprieto era grande; así fué forzoso acomodarse. Salió el Conde de la ciudad á postrero de octubre, y con aquella seguridad se fué á los reales. Llegado á la presencia del Rey y hecha la mesura acostumbrada, los hinojos en tierra y con palabras muy humildes, le suplicó por el perdon del yerro que como mozo

galle Tenia él pocas fuerzas para contrastar. Valióse de inaña, que fué enviar sus embajadores á Lérida, do el Rey era llegado, para prestalle los debidos homenajes; y así los hicieron en nombre de su señor á los 28 de octubre; todo encaminado solamente á que el nuevo Rey descuidase y deshiciese su campo, y mas en particular para que enviase á sus casas los soldados de Castilla, como se hizo, que despidió la mayor parte dellos. Juntáronse á vistas el Rey y el pontífice Benedicto en Tortosa. Lo que resultó demás de otras pláticas fué que el Pontifice dió la investidura de las islas de Sicilia y de Cerdeña y Córcega al nuevo Rey, como se acostumbra, por ser feudos de la Iglesia, como las tuvieron los reyes de Aragon, sus antepasados. Despedidas estas vistas, al fin deste año y principio del siguiente 1413 se juutaron Cortes de los catalanes en Barcelona. Todos deseaban sosegar al conde de Urgel para que no alterase la paz de aquellos estados, con el cual intento le otorgaron todo lo que sus procuradores pidieron, en particular que el infante don Enrique casase con la hi-confesaba haber cometido, que ofrecia en adelante re

ja y heredera del Conde. No se aplacaba con estas caricias su ánimo; antes al mismo tiempo traia inteligencias con Francia y con Inglaterra para valerse de sus fuerzas. El Rey, avisado desto y porque de pequeños principios no se incurriese, como suele acontecer, en mayores inconvenientes, mandó alistar la mas gente que pudo en aquellos estados. De Castilla asimismo vinieron cuatrocientos caballos, que le enviaba la reina dona Catalina, bien que tardaron, y al fin se volvieron del camino. Ofreciósele el rey de Navarra, mas uo quiso aceptar su ayuda por recelarse se ofenderian los naturales si se valia de tantas gentes extrañas. Todavía Jofre, conde de Cortes, hijo de aquel Rey fuera de matrimonio, le acudió acompañado de número de caba llos, gente lucida. Con estas diligencias se juntó buen campo, con que rompió por las tierras del conde de Ürgel sin reparar hasta ponerse sobre la ciudad de Balaguer, cabecera de aquel estado, en que el Conde por su fortaleza pretendia afirmarse y estaba dentro. El cerco fué largo y dificultoso, durante el cual las demás plazas de aquel estado se rindieron al Rey. En esta sazon le vinieron embajadores de dos reyes, el de Francia y el de Nápoles. El Francés le avisaba que por la insolencia del duque de Borgoña y estar alborotado el pueblo de Paris, sus cosas se hallaban en extremo peligro, él y su hijo, y otros señores como cautivos y presos. Pediale le acorriese en aquel trance; que el respeto de la humanidad le moviese y de la amistad de tiempos atrás trabada entre aquellas dos casas y reinos. El rey Ladislao pretendia que juntasen sus fuerzas contra el duque de Anjou, su competidor en aquel reino de Nápoles, pues si salia con aquella pretension, era cierto que revolveria con tanto mayores fuerzas sobre Aragon, cuya corona asimismo pretendia. Al Francés respondió el rey don Fernando que sentia mucho el afan y aprieto en que, así él como aquel su noble reino, se hallaban. Que tendria cuidado de lo que deseaba por cuanto sus fuerzas alcanzasen y el tiempo le diese lugar. Al rey Ladislao dió por respuesta que estimaba en mucho la amistad que le ofrecia; pero que entre él y el duque de Anjou intervenian grandes prendas de parentesco y

compensar con todo género de servicios y lealtad. La respuesta del Rey fué que si bien teuia merecida la muerte por sus dèsórdenes, se la perdonaba y le hacia gracia de la vida. De la libertad y del estado no hizo mencion alguna; solo mandó le llevasen á Lérida y en aquella ciudad le pusiesen á buen recaudo. Hecho esto, lo primero se entregó aquella ciudad, y se dió órden en las demás cosas de aquel estado; consiguientemente se formó proceso contra el Conde, en que le acusaron de aleve y haber ofendido á la majestad. Oidos los descargos y sustanciado el proceso, finalmente se vino á sentencia, en que le confiscaron su estado y todos sus bienes, y á su persona condenaron á cárcel perpetua. Tenia todavía gentes aficionadas en aquella corona; para evitar inconvenientes le enviaron á Castilla, donde por largo tiempo estuvo preso, primero en el castillo de Ureña, adelante en la villa de Mora ; finalmente, acabó sus dias sin dalle jamás libertad en el castillo de Játiva, ciudad puesta en el reino de Valencia. Príncipe desgraciado no mas en la pretension del reino que por un destierro tan largo, junto con la privacion de la libertad y estado grande que le quitaron. Entre los mas declarados por el Conde uno era don Antonio de Luna, que se hacia fuerte en el castillo de Lobarri; mas visto lo que pasaba, acordó desamparalle y desembarazar la tierra junto con su estado propió, que vino eso mismo en poder del Rey. Desta manera se concluyeron y se sosegaron aquellas alteraciones del Conde mas fácilmente que se pensaba y temia.

CAPITULO VI.

Que se convocó el Concilio constanciense.

Al mismo tiempo que lo susodicho pasaba en Aragon, de todo el orbe cristiano hacian recurso los príncipes por medio de sus embajadores al emperador Sigismundo para dar órden con su autoridad y buena maña de sosegar las alteraciones de la Iglesia, causadas del scisma continuado por tantos años. Habido con él y entre sí su acuerdo, requirieron á los que se llamaban pontifices viniesen con llaneza en que se juntase

concilio general de los prelados, en cuyas manos renunciasen el pontificado y pasasen por lo que allí se determinase. A la verdad hasta este tiempo la muestra que dieron de querer venir en esto no fué mas que una máscara para entretener y engañar, como quier que las intenciones fuesen muy diferentes. Los papas. Juan y Gregorio se mostraban mas blandos á esta demanda, y parece daban oidos á lo que comunmente se deseaba; el ánimo de Benedicto estaba muy duro y obstinado sin inclinarse á ningun medio de paz. Encargaron al rey de Aragon le pusiese en razon; él y el rey de Francia para este efecto le despacharon sus embajadores, personas de cuenta. En sazon que el de Aragon, concluida la guerra de Urgel y fundada la paz pública de su reino, se encaminó á Zaragoza y entró en aquella ciudad á manera de triuufante; juntamente se coronó por rey á los 11 de febrero, año del Señor de 1414, SOlemnidad dilatada hasta entonces por diversas ocurrencias, y ceremonia que hizo el arzobispo de Tarragona como cabeza y el principal de los prelados de aquel reino. Púsole en la cabeza la corona que la reina doña Catalina, su cuñada, le envió presentada, pieza muy rica y vistosa, y en que el primor y el arte corria á las parejas con la materia, que era de oro y pedrería de gran valor. Halláronse presentes diversos embajadores de príncipes extraños, los prelados y grandes de aquel reino, en particular don Bernardo de Cabrera, conde de Osona y de Modica, que ya estaba en gracia del nuevo Rey, y don Enrique de Villena, notable personaje, así bien por sus estudios, en que fué aventajado, como por las desgracias que por él pasaron, y á la sazon se hallaba despojado de su patrimonio y del maestrazgo de Calatrava. Fué así, que por muerte de don Gonzalo de Guzman y con el favor del rey don Enrique el Tercero, el dicho don Enrique de Villena pretendió y alcanzó aquella dignidad. Alegaban muchos de aquellos caballeros que era casado, y por tanto conforme á sus leyes no podia ser maestre. Deterininóşe, tal era la ambicion de su corazon, de dar repudio á su mujer doña María de Albornoz, si bien su dote era muy rico, por ser señora de Alcocer, Salmeron y Valdolivas con los demás pueblos del infantado. Para hacer este divorcio confesó que naturalmente era impotente. Para que sus propios estados no recayesen en aquella órden por el mismo caso que aceptaba el maestrazgo, cautelóse con renunciar al mismo Rey las villas de Tineo y Cangas, junto con el derecho que pretendia al marquesado de Villena. Olieron los comendadores de aquella órden, como era fácil, que todo era invencion y engaño. Juntáronse de nuevo, y considerado el negoció, depuesto don Enrique como elegido contra derecho, nombraron en su lugará don Luis de Guzman. Resultaron desta eleccion diferencias, que se continuaron por el espacio de seis años. Los caballeros de aquella órden no se conformaban todos; antes andaban divididos, unos aprobaban la primera eleccion, otros la segunda. La conclusion fué que por órden del pontífice Benedicto los monjes del Cistel, oidas las partes, pronunciaron sentencia contra don Enrique, y en favor de su competidor y contrario. Por esta manera el que se preciaba de muchas letras y erudicion pareció saber poco en lo

que á él mismo tocaba; y vuelto al matrimonio, pasó lo restante de la vida en pobreza y necesidad á causa que le quitaron el maestrazgo y no le volvieron los estados que tenia de su padre. Concluidas las fiestas de Zaragoza, que se hicieron muy grandes, volvió el nucvo Rey su pensamiento á las cosas de la Iglesia, couformne á lo que aquellos príncipes deseaban, Comunicóse con el pontifice Benedicto, acordaron de verse y hablarse en Morella, villa puesta en el reino de Valencia á los confines de Cataluña y Aragon. Acudieron el dia aplazado, que fué á 18 de julio. Señalóse el Rey en honrar al Pontífice con todo género de cortesía. Lo primero llevó de diestro el palafren en que iba debajo de un palio hasta la iglesia del pueblo. De alli hasta la posada le llevó la falda. Luego el dia siguiente en un convite que le tenia aprestado, él mismo sirvió á la mesa, y el infante don Enrique de paje de copa. Para que la solemnidad fuese mayor trocó la vajilla de peltre, de que usaba el Pontífice para muestra de tristeza por causa del scisma, en aparador de oro y plata; todo enderezado, no solo á açatar la majestad pontificia, sino á ablandar aquel duro pecho y granjealle para que hiciese la razon. Juntáronse diversas veces para tratar del negocio principal. El Papa no venia en lo de la renunciaeion, y mucho menos sus cortesanos, que decian el daño seria cierto, y el cumplimiento de lo que le prometiesen quedaria en mano y á cortesía del que saliese con el pontificado sin poderse bastantemente cautelar. En cincuenta dias que se gastaron en estas demandas y respuestas no se pudo concluir cosa alguna. De Italia á la misma sazon llegaron nuevas de la muerte de Ladislao, rey de Nápoles, que le dieron con yerbas, segun que corria la fama, en el mismo curso sin duda de su mayor prosperidad y en el tiempo que parecia se podia enseñorear de toda Italia. No dejó sucesion; por donde entró en aquella corona su hermana, por nombre Juana, viuda de Guillen, duque de Austria, con quien casó los años pasados, y á la sazon tenia pasados treinta años de edad; hembra ni mas honesta ni mas recatada en lo de adelante que la otra reina de Nápoles de aquel mismo nombre, de quien se trató en su lugar. Muchos príncipes con el cebo de dote tan grande entraron en pensamiento de casarse con ella; en particular por medio de embajadores que de Aragon sobre el caso se despacharon se concertó casase con el infante don Juan, hijo segundo del rey don Fernando; y así como á cosa hecha pasó por mar á Sicilia; sin embargo, este casamiento no se efectuó, antes aquella señora por razones que para ello tuvo casó con Jaques de Borbon, francés de nacion y conde de la Marcha, mozo muy apuesto y de gentil parecer. Rugíase que otro jóven, por nombre Pandolfo Alopo, tenia mas cabida con la Reina de lo que la majestad real y la honestidad de mujer pedia, de que el vulgo, que no sabe perdonar á nadie, sentia mal, y los demás nobles se tenian por agraviados. Perdida la esperanza de reducir al pontífice Benedicto, los principes todavía acordaron celebrar el concilio general. Señala❤ ron para ello de comun acuerdo á Constancia, ciudad de Alemaña, por querello así el Emperador ca era de su señorío. Comenzaron á concurrir en primer lugar los. obispos de Italia y de Francia. El pontifice Gregorio

tifical á los 4 de marzo, y acabada, prometió públicamente con grande alegría y aplauso de los circunstantes que haria la renunciación tan deseada de todos. Invencion y engaño por lo que se vió; que dende á pocos dias de noche se hurtó y huyó de aquella ciudad con intento de renovar los debates pasados. Enviaron personas en pos dél que le prendieron; y vuelto á Constancia, mal su grado fué forzado á hacer la renunciacion postrero dia del mes de mayo, y para atajalle los pasos de todo punto dieron cuidado al Conde palatino que le tuviese debajo de buena guarda, mas huyó tres años adelante. Finalmente, para sosegalle, por concierto le fué vuelto el capelo, con que, pasados algunos años, falleció en Florencia, cabeza de la Toscana. Sepultaron su cuerpo en aquella ciudad en el bautisterio de san Juan, en frente de la iglesia mayor. Sus tesoros, que allegó muy grandes en el tiempo de su pontificado, quedaron en poder de Cosme de Médicis, ciudadano principal de aquella señoría; escalon por donde él mismosubió á gran poder, y los de su casa adelante se enseñorearon de aquella república; tal es la comun opinion del vulgo. La alegría que los prelados recibieron por la deposicion del pontífice Juan se dobló con la renunciacion que cinco dias adelante Cárlos Malatesta, procurador del pontífice Gregorio, conforme á los poderes que traia muy amplos hizo en su nombre. Restaba solo Benedicto, cuya obstinacion ponia en cuidado á los padres, si antes que renunciase nombraban otro pontífice, no recayesen en los inconvenientes pasados. Acudieron al medio que les ofrecieron de España, que el césar Sigismundo en algun lugar á propósito se viese con el rey de Aragon y con el dicho papa Benedicto, ca no tenian de todo punto perdida la esperanza; antes cuidaban se dejaria persuadir y seguiria el comun acuerdo de todas las naciones y el ejemplo de sus competidores. Para estas vistas señalaron á Niza, ciudad puesta en las marinas de Génova, y en esta razon despacharon para los dos, el Rey y el Papa, sus embajadores, personas de cuenta y de autoridad.

envió sus embajadores con poder, si menester fuese, de renunciar en su nombre el pontificado. Juan, el otro competidor, acordó hallarse en persona en el Concilio, confiado en la amistad que tenia con el César y no menos en su buena maña. El rey don Fernando no cesaba por su parte de amonestar á Benedicto que se allanase á ejemplo de sus competidores. Despues de muchas pláticas sobre el caso se convinieron los dos de hacer instancia con el Emperador para que se viesen los tres en algun lugar á propósito. Para abreviar le despacharon por embajador á Juan Ijar, persona en aquel tiempo muy conocida por sus partes aventajadas de letras y de prudencia, en que ninguno se la ganaba; diéronle por acompañados otras personas principales. Pasábase adeJante en la convocacion del Concilio. La reina de Castilla en particular envió á Constancia por sus embajadorés á don Diego de Anaya, obispo á la sazon de Cuenca, y á Martin de Córdoba, alcaide de los Donceles. Concurrieron de todas las naciones gran número de prelados, que llegaron á trecientos, todos con deseo de poner paz en la Iglesia y excusar los daños que del scisma procedian. Abrióse el Concilio á los 5 del mes de noviembre en tiempo que en Aragon gran número de judíos renunciaron su ley y se bautizaron á persuasion de san Vicente Ferrer, que tuvo con los principales dellos y en sus aljamas muchas disputas en materia de religion con acuerdo del pontífice Benedicto, que dió mucho calor á esta conversion; creo con intento de servir á Dios y tambien de acreditarse. Pareció expediente para adelantar la conversion apretar á los obstinados con leyes muy pesadas, que contra aquella nacion promulgaron. Hállase hoy dia una bula del pontífice Benedicto en esta razon, su data en Valencia á los 11 de mayo del año veinte y uno de su pontificado. Las principales cabezas son las siguientes: Los libros del Talmud se prohiben; los denuestos que los judíos dijeren contra nuestra religion se castiguen; no puedan ser jueces ni otro cargo alguno tengan en la república; no puedan edificar de nuevo alguna sinagoga ni tener mas de una en cada ciudad; ningun judío sea médico, boticario ó corredor; no puedan servirse de algun cristiano; anden todos señalados de una señal roja ó amarilla, los varones en el pecho, y las hembras en la frente; no puedan ejercer las usuras, aunque sea con capa y color de venta ; los que se bautizaren, sin embargo, puedan heredar los bienes de sus deudos; en cada un año por tres veces se junten á sermon que se les haga de los principales artículos de nuestra santa fe. El tanto deste edicto se envió á todas las partes de España, y uno dellos se guarda entre los papeles de la iglesia mayor de Toledo. En Constancia la noche de Navidad, principio del año que se contaba de 1415, se hallaron presentes á los maitines el pontífice Juan y el Emperador. Pusiéronles dos sillas juntas, la del Pontífice algo mas alta; en otros lugares se asentaron la Emperatriz y los prelados. Pasada la festividad, comenzaron á entrar en materia. Parecia á todos que el mas seguro camino y mas corto para apaciguar la Iglesia seria que los tres pontífices de su voluntad renunciasen. Comunicaron esto con el pontífice Juan, que presente se hallaba, y al fin, aunque con dificultad, le hicieron venir en ello. Dijo misa de pon

CAPITULO VII.

Que los tres príncipes se vieron en Perpiñan.

Al mismo tiempo que estas cosas pasaban en Constancia, el rey de Aragon en Valencia festejaba con todo género de demostracion el casamiento del príncipe don Alonso, su hijo, con la infanta doña María, hermana del rey don Juan de Castilla. Para mas autorizar la fiesta se halló presente el pontífice Benedicto. Concurrió foda la nobleza y señores de aquel reino, grandes invenciones, trajes y libreas. Acompañó á la Infanta desde Castilla, con otras personas de cuenta, don Sancho de Rojas, que á la misma sazon de obispo que era de Palencia, trasladaron al arzobispado de Toledo por muerte de don Pedro de Luna, que finó en Toledo á los 18 de setiembre y le enterraron en la capilla de San Andrés de aquella su iglesia, junto á don Jimeno de Luna, su pariente; al presente yace en propio lucillo que le pusieron en la capilla de Santiago. La promocion de don Sancho se hizo por intercesion y á instancia del rey de Aragon, y él mismo por su persona y

y

aventajadas prendas era digno de aquel lugar y por los muchos servicios que á los reyes hízo en tiempo de paz de guerra. Su padre Juan Martinez de Rojas, señor de Monzon y Cabra, que falleció en el cerco de Lisboa en tiempo del rey don Juan el Primero; su madre doña María de Leiva. Hermanos Martin Sanchez de Rojas, y Dia Sanchez de Rojas y doña Inés de Rojas, la cual casó con Fernan Gutierrez de Sandoval. Nació deste casamiento Diego Gomez de Sandoval, conde de Castro Jeriz, adelantado mayor de Castilla y chanciller mayor del sello de la puridad. Fué gran privado de don Juan, rey de Navarra, cuyo partido y de los infantes, sus hermanos, siguió en las alteraciones que anduvieron los años adelante, que fué ocasion de perder lo que tenia en Castilla, grandes estados y de adquirir la villa de Denia por merced que le hizo della el mismo rey don Juan de Navarra. El arzobispo don Sancho le hizo donacion de la villa de Cea que compró de su dinero, pero con tal condicion que tomase el apellido de Rojas, homenaje que despues le alzó. Casó segunda vez la dicha doña Inés con el mariscal Fernan García de Herrera, que tuvo en ella muchos hijos, cepa y tronco de los condes de Salvatierra, que adquirieron asimismo la villa de Empudia por donacion del mismo don Sancho de Rojas. Las bodas del príncipe don Alonso se celebraron á los 12 del mes de junio. Dejó á la Infanta su padre en dote el marquesado de Villena; mas dél la despojaron y la dieron á trueque docientos mil ducados, por llevar mal los de Castilla que los reyes de Aragon quedasen con aquel estado, puesto á la raya de ambos reinos en parte que se podian fácilmente hacer entradas en Castilla. El rey de Portugal desde el año pasado aprestaba una muy gruesa armada. Los príncipes comarcanos, con los celos que suelen tener de ordinario, sospechaban no se enderezase á su daño; al de Aragon en especial le aquejaba este cuidado por rugirse queria tomar debajo de su amparo al conde de Urgel y por este camino alteralle el nuevo reino de Aragon. Engañóles su pensamiento, porque el intento del Portugués era asaz diferente, esto es, de pasar en Africa á conquistar nuevas tierras. Animábale su buena dicha, con que ganó y con poco derecho se afirmó en aquel su reino, y poníanle en necesidad de buscar nuevos estados los muchos hijos que tenia para dejallos bien heredados, por ser Portugal muy estrecho. En la Reina, su mujer, tenia los infantes don Duarte, don Pedro, don Enrique, don Juan, don Fernando y doña Isabel; fuera destos, á don Alonso, hijo bastardo, que fué conde de Barcelos. Armó treinta naves gruesas, veinte y siete galeras, treinta galeotas, sin otros bajeles, que todos llegaban hasta en número de ciento y veinte velas. Partió el Rey con esta armada la vuelta de Africa, sin embargo que á la misma sazon pasó desta vida la reina doña Filipa, que hizo sepultar en el nuevo monasterio de la Batalla de Aljubarrota. De primera llegada se apoderó por fuerza á los 22 de agosto de Ceuta, ciudad puesta sobre el estrecho de Gibraltar. El primero á escalar la muralla fué un soldado por nombre Cortereal; otro que se decia Albergueria se adelantó al entrar por la puerta; al uno y al otro remuneró el Rey y honró como era debido y razon; lo mis

mo se hizo con los demás conforme á cada uno era. Los moros, unos pasaron á cuchillo, otros se salvaron por los piés y algunos quedaron por esclavos. Deste buen principio entraron los portugueses en esperanza de sujetar las muy anchas tierras de Africa. Mudaron otrosi este mismo año la manera de contar los tiempos por la era de César, como se acostumbraba, en la del nacimiento de Cristo, por acomodarse á lo que las otras naciones usaban y en conformidad de lo que poco antes deste tiempo, como queda dicho, se estableció en los reinos de Aragon y Castilla. El cuidado de sosegar la Iglesia todavía se llevaba adelante, y los Padres del Concilio continuaban en sus juntas. No pudo el rey don Fernando ir á Niza por cierta dolencia continua que mucho le fatigaba; acordaron que el César llegase hasta Perpiñan; villa puesta en lo postrero de España y en el condado de Ruisellon; príncipe de renombre inmortal por el celo que siempre mostró de ayudar á la Iglesia sin perdonar á diligencia ni afan. El pontífice Benedicto y el rey don Fernando, como los que se hallaban mas cerca, acudieron los primeros. El Emperador llegó á los 19 de setiembre, acompañado de cuatrocientos hombres de armas á caballo y armados, asaz grande representacion de majestad. El vestido de su persona ordinario y la vajilla de su mesa de estaño, señal de luto y tristeza por la afliccion de la Iglesia. Concurrieron al mismo lugar embajadores de los reyes de Francia, Castilla y Navarra. Todo el mundo estaba á la mira de lo que resultaria de aquella habla. El miedo y la esperanza corrian á las parejas. No podia el Rey por su indisposicion asistir á pláticas tan graves. Todavía desde su lecho rogaba y amonestaba á Benedicto restituyese la paz á la Iglesia, y se acordase del homenaje que en esta razon hizo los tiempos pasados; el Concilio de los obispos se celebraba; no era razon engañase las esperanzas de toda la cristiandad, acudiese al Concilio hiciese la renunciacion que todos deseaban, conforme al ejemplo de sus competidores; ¿cuánto podia quedar de vida al que por sus muchos años se hallaba en lo postrero de su edad? Pudiera Benedicto con mucha honra doblegarse y ponerse en las manos de tan grandes príncipes y de toda la Iglesia si el apetito de mandar se gobernara por razon, afecto desapoderado, y mas en los viejos; mas él estaba resuelto de no venir en ningun partido de su voluntad, solo pretendia entretener y alargar con diferentes cautelas y mañas. Apretábanle los dos príncipes para que se resolviese y acabase. Un dia hizo un razonamiento muy largo en que declaró los fundamentos de su derecho; que si en algun tiempo se dudó cuál era el verdadero papa, la renunciacion de sus dos competidores ponia fin en aquel pleito, pues quitados ellos de por medio, él solo quedaba por rector universal de la Iglesia; que no era justo desamparase el gobernalle que tenia en su mano de la nave de san Pedro; cuanto tenia la edad mas adelante, tanto mas se debia recelar de no ofender á Dios y á los santos por falta de valor y de amancillar su nombre con una mengua perpetua. Siete horas enteras continuó en esta plática sin dar alguna señal de cansancio, si bien tenia setenta y siete años de edad, y los presentes de cansados unos en pos de otros se le salian de la sala. Alegaba so

y

bre todo que si él no era el verdadero pontífice, por lo menos la eleccion del que se habia de nombrar pertenecia á solo él, como al que restaba de todos los cardenales que fueron elegidos antes del scisma por pontifice cierto sin alguna duda y tacha. Gastábase mucho tiempo en estas alteraciones sin que se mostrase esperanza de hacer algun efecto. El Emperador, cansado con la dilacion, se partió de Perpiñan. Amenazaba á Benedicto usarian contra él de fuerza, pues no queria doblegar su voluntad. Todavía se entretuvo en Narbona por si con la diligencia del rey don Fernando, que se ofrecía á hacella, se ablandase aquel obstinado corazon. Todo prestó poco, antes con toda priesa Benedicto se robó y se partió para Peñíscola, con cuya fortaleza, que está sobre un peñon casi por todas partes rodeada del mar, cuidaba afirmarse y defender su partido. Llegóse al último plazo y remedio, que fué quitalle en Aragon la obediencia, como se hizo por un edicto que se publicó á los 6 de enero del año que se contó 1416, en que se vedaba acudir á él en negocios y lo mismo tenelle por verdadero papa. El principal en este acuerdo y resolucion fué fray Vicente Ferrer, que el tiempo pasado se le mostró muy aficionado y parcial. La larga costumbre puede mucho; así en los ánimos de algunos todavía quedaba algun escrúpulo, y se les hacia de mal apartarse de lo en que por tantos años continuaron. El pueblo fácilmente se acomodó á la voluntad del Rey, como el que poca diferencia hace entre lo verdadero y lo falso. Desabrióse Benedicto por esta causa; decia que el que le debia mas, ese era el primero á hacelle contraste, que esperaba en Dios que el reino que él mismo le dió se le quitaria como á ingrato; amenazas vanas y sin fuerzas para ejecutallas. Al mismo tiempo que con mayor calor se trataban estos pleitos falleció doña Leonor, reina de Navarra, en Pamplona á los 5 de marzo. Yace en la iglesia mayor de aquella ciudad en un sepulcro de alabastro con su letra que esto declara.

CAPITULO VIII.

De la muerte del rey don Fernando.

La indisposicion del rey don Fernando continuaba; tenia gran deseo de volver á Castilla por probar si con los aires naturales, remedio á las veces muy eficaz, mejoraba. A los dolientes, en especial con las bascas de la muerte, se les suelen antojar sus esperanzas. Demás que pretendia mirar por el bien de Castilla como cosa que por el deudo y el cargo que tenia de gobernador mucho le tocaba. En particular deseaba que aquel reino alzase la obediencia á Benedicto á ejemplo de Aragon y que de todo punto le desamparase. Con este propósito de Perpiñan dió la vuelta á Barcelona; desde aquella ciudad, pasados los frios del invierno, al principio del verano se puso en camino para Castilla. Con el movimiento se le agravó la dolencia; que en cuerpos enfermos y flacos cualquiera ocasion los altera. Reparó en Igualada, seis leguas de Barcelona. Allí le desafiuciaron los médicos, y recebidos los sacramentos como buen cristiano, pasó desta vida, juéves, á los 2 de abril. Príncipe dotado de excelentes partes de cuerpo y alma, presencia muy agradable, y que no tenia menos autoridad

que gracia, de grande ingenio y destreza en granjear las voluntades y aficionarse la gente, no solo despues que fué Rey, sino en el reino de otro, cosa mas dificultosa. No faltó quien le tachase de algunas cosas, en especial que en su habla y acciones era tardo, que desamparó á Benedicto y se aprovechó de las rentas reales de Castilla, que era pródigo de lo suyo, y codicioso de lo ajeno para suplir lo que derramaba. A los grandes personajes sigue la envidia, y nadie vive sin tacha. Reinó por espacio de tres años, nueve meses y veinte y ocho dias. Su cuerpo yace en Poblete en un sepulcro humilde y muy ordinario. En su testamento, que otorgó los meses pasados en Perpiñan, heredó á sus hijos en esta forma á don Juan en el estado de Lara junto con Medina del Campo y la villa de Momblanc, con título de duque, que le mandó, en Cataluña; item, otros muchos pueblos. A don Enrique dejó á Alburquerque, á don Sancho á Montalvan. Por heredero del reino nombró al príncipe don Alonso, su hijo mayor. Caso que todos los hermanos faltasen sin dejar sucesion, llamó á la corona los hijos y nietos de las infantas doña María y doña Leonor, sus hijas, si bien á ellas mismas dejó excluidas de la sucesion; cláusula digna de memoria, mas que ya otra vez se estableció en aquel reino lo mismo, segun que en otro lugar queda declarado. La muerte del rey don Fernando fué ocasion que Castilla por algun tiempo se mantuviese en la devocion de Benedicto. Tenia en ella muchos obligados con beneficios y gracias; en especial los arzobispos, el de Toledo y el de Sevilla, don Sancho de Rojas y don Alonso de Ejea, se mostraban muy declarados en su favor.

CAPITULO IX.

De la eleccion del papa Martino V.

En Castilla resultaron nuevas alteraciones y bullicios, principios de mayores males y muestra de cuánto importaba para el sosiego de la España la prudencia y el valor del rey don Fernando. La reina doña Catalina, luego que, como es de costumbre, hizo las honras del Rey, su cuñado, en Valladolid, ella sola se apoderó de todo el gobierno del reino. La crianza del Rey encomendó al arzobispo de Toledo junto con Juan de Velasco y Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor. Quejábanse muchos que en el repartimiento de oficios y cargos no les cupo parte, sobre todos se señalaban en esto el almirante don Alonso Enriquez y el condestable don Ruy Lopez Davalos, desgustos que amenazaban mayores revueltas y daños. Con mejor acuerdo por principio del año que se contaba 1417, asentaron treguas con el rey de Granada por término de dos años, en que le sacaron por condicion diese en cada un año libertad á cien cautivos cristianos., Los prelados que continuaban en el concilio de Constancia acudian á todas las partes, y cuidaban de lo que concernia al buen estado de la Iglesia y á su pacificacion. Para sosegar las revueltas de Bohemia y reducir á los herejes procuraron muy de veras que sus cabezas y caudillos, Jerónimo de Praga y Juan Hus, viniesen á aquella ciudad con salvoconduto que el Emperador les dió para su seguridad. El mal de la herejía es casi incurable, mayormente cuando está

[ocr errors]
« AnteriorContinuar »