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en lugar de los heridos y cansados venian de ordinario nuevas compañías de refresco de la ciudad que cerca tenian. Lo mismo hacian los nuestros, que adelanta-paldas, á toda furia se recogieron, parte á la ciudad,

ban sus compañías, y todos meneaban las manos. Adelantóse Pedro de Velasco, cuya carga no sufrieron los. moros; retiráronse poco.á poco cogidos y en ordenanza á la ciudad, de manera que aquel dia ninguno de los enemigos volvió las espaldas. Retirados que fueron los moros, los reales del Rey se asentaron á la halda del ⚫ monte de. Elvira, fortificados de foso y trincheas. Los moros eran cinco mil de á caballo y como docientos mil infantes, todos número, parte alojada en la ciudad, y parte en sus reales, que tenian cerca de las murallas á causa que dentro de la ciudad no cabia tanta muchedumbre. El domingo adelante ordenaron los moros sus haces en guisa de pelear. Allanaba el maestre de Calatrava con los gastadores el campo, que á causa de los valladares y acequias estaba desigual y embarazado. Acometiéronle los moros, y cargaron sobre él y sus gastadores que hacian las explanadas. Visto el peligro en que estaba, acudieron don Enrique, conde de Niebla, y Diego de Zúñiga, que mas cerca se hallaban, desde los reales á socorrelle; la pelea se encendia, y el calor del sol por ser á medio dia era muy grande. El Rey, enojado porque no pensaba pelear aquel dia y turbado por la locura y atrevimiento de los suyos, envió á don Álvaro de Luna para que hiciese retirar á los soldados y dejar la pelea. La escaramuza estaba tan adelante y los moros tan mezclados por todas partes, que á los cristianos, si no volvian las espaldas, no era posible obedecer. Lo cual como supiese el Rey, hizo con presteza poner en ordenanza su gente. Hablóles brevemente en esta sustancia: «Como aquellos mismos eran los que poco antes les pagaban parias, los mismos capitanes y corazones. Que el Rey no salía á la batalla por no fiarse de las voluntades de los ciudadanos, cuya mayor parte favorecia á Benalmao, que se ha acogido á nuestro amparo y pasado á nuestros reales. Acometed pues con brio y gallardía á los enemigos que teneis delante, flacos y desarmados. No os espante la muchedumbre, que ella misma los embarazará en la pelea. ¿Con qué cara volverá cualquiera de vos á su casa si no fuere con la victoria ganada? A los que temieron los aragoneses, los navarros, los franceses podrá por ventura espantar esta canalla y tropel de bárbaros, mal juntada y sin órden? Afuera tan gran mal, no permita Dios ni sus santos cosa tan fea. Este dia echará el sello á todos los trabajos y victorias ganadas, ó lo que tiemblo en pensallo, acarreará á nuestro nombre y nacion vergüenza, afrenta y perpetua infamia.» Dicho esto, mandó tocar las trompetas en señal de pelear. Acometieron á los moros, que los recibieron con mucho ánimo; fué el alarido grande de ambas partes; estuvieron algun espacio las haces mezcladas sin reconocerse ventaja. La manera de la pelea era brava, dudosa, fea, miserable; unos huian, otros los seguian, todo andaba mezclado, armas, caballos y hombres; no habia Jugar de tomar consejo ni atender á lo que les mandaban. Andaba el Rey mismo entre los primeros como testigo del esfuerzo de cada cual y para animallos á todos. Su presencia los avivó tanto, que vueltos á ponerse

en ordenanza, les parecia que entonces comenzaban á pelear. Con este esfuerzo los enemigos, vueltas las es

parte por el conocimiento que tenian de los lugares, y contiados en su aspereza, se retiraron por aquellos montes cercanos, sin que los nuestros cesasen de herir en ellos y matar hasta tanto que sobrevino y cerró la noche. El número de los muertos no se puede saber al justo; entendióse que seria como de diez mil. Los reales de los moros, que tenian asentados entre las viñas y los olivares, ganó y entró don Juan de Cerezuela. Los demás eclesiásticos con cruces y ornamentos y mucha muestra de alegría salieron á recebir al Rey, que, acabada la pelea, volvia á sus reales. Daban todos gracias á Dios por merced y victoria tan señalada. Detuviéronse en los mismos lugares por espacio de diez dias. Los moros, dado que ni aun á las viñas se atrevían á salir, pero ninguna mencion hicieron de concertarse y hacer confederacion, sea por confiar denasiado en sus fuerzas, sea por tener perdida la esperanza de ser perdonados. Por ventura tambien un extraordinario pasmo tenia embarazados los entendimientos del pueblo y de los principales para que no atendiesen á lo que les estaba bien. Dióse el gasto á los campos sin que alguno fuese á la mano. Hecho esto, el rey de Castilla con su gente. dió la vuelta. Quedó el cargo de la frontera al maestre de Calatrava y al adelantado Diego de Ribera, y con ellos Benalmao con título y nombre de rey para efecto, si se ofreciese ocasion, de apoderarse con el ayuda de su parcialidad del reino de Granada. Este fué el suceso desta empresa tan memorable y de la batalla muy nombrada, que vulgarmente se llamó de la Higuera por una puesta y plantada en el mismo lugar en que pelearon. Pocos de los fieles fueron muertos, ni en la batalla ni en toda la guerra, y ninguna persona notable y de cuenta; con que el alegría de todo el reino fué mas pura y mas colmada.

CAPITULO IV.

De las paces que se hicieron entre los reyes de Castilla y de
Portugal.

Estaba desde los años pasados retirado don Nuño Alvarez Pereira, condestable que era de Portugal, conde de Barcelos y de Oren, no solo de la guerra, sino de las cosas del gobierno, y por su mucha edad se recogió en el monasterio de los carmelitas, que á su costa de los despojos de la guerra edificó en Lisboa. Recelábase de la inconstancia de las cosas, temia que la larga vida no le fuese ocasion, como á muchos, de tropezar y caer; junto con esto, pretendia con mucho cuidado alcanzar perdon de los pecados de su vida pasada, y aplacar á Dios con limosnas que hacia á los pobres, y templos que edificaba en honra de los san. tos, como hoy en Portugal se ven no pocos fundados por él, y entre ellos uno en Aljubarrota de San Jorge, y otro de Santa María en Villaviciosa, muestras claras de su piedad, y trofeos señalados de las victorias que ganó de los enemigos. En estas buenas obras se ocupaba cuando le sobrevino la muerte, en edad de setenta y un años, y cuarenta y seis años despues que fué hecho condestable. Su fama y autoridad y memoria durará

siempre en España; su cuerpo enterraron en el mismo
monasterio en que estaba retirado. Hallóse el Rey
mismo á su enterramiento muy solemne, á que con-
currieron toda suerte de gentes. Esta prenda y mues-
tra de amor dió el Rey á los merecimientos del difunto,
al cual debia lo que era. Tuvo una sola hija, por nom-
bre doña Beatriz, que casó con don Alonso, duque de
Berganza, hijo bastardo del mismo rey de Portugal. En-á
tre los nietos que deste matrimonio le nacieron, antes
de su muerte dividió todo su estado. El rey de Portu-
gal, avisado por la muerte de su amigo, que era de la
misma edad, que su fin no podia estar léjos, lo que una
y otra vez tenia intentado, se determinó con mayor
fuerza y con una nueva embajada de tratar y con-
cluir con el rey de Castilla que se hiciesen las paces.
Partióse el rey don Juan arrebatadamente del reino de
Granada, con que parecia á muchos que se perdió muy
buena coyuntura de adelantar las cosas. Vulgarmente
se murmuraba que don Alvaro fué sobornado para hacer
esto con cantidad de oro que de Granada le enviaron en
un presente que le hicieron de higos pasados. Crefuse
esto fácilmente á causa que ninguna cosa, ni grande ni
pequeña, se hacia sino por su parecer; demás que el
pueblo ordinariamente se inclina á creer lo peor.
Llegaron á Córdoba á 20 de julio. Partidos de allí,
en Toledo cumplieron sus promesas y dieron gra-
cias a Dios por la victoria que les otorgara. De Toledo
muy presto, pasados los puertos, se fueron á Medina
del Campo, para donde tenían convocadas Cortes genc-
rales del reino, que en ninguna cosa fueron mas seña-
ladas que en mudar, como se mudaron, las treguas que
tenian con Portugal en paces perpetuas. La confede-
racion se hizo con honrosas capitulaciones para las
dos naciones, y á 30 de octubre se pregonaron en las
Cortes de Castilla y en Lisbon. Para este efecto de
Castilla fué por embajador el doctor Diego Franco. Por
otra parte, á la misma sazon, el conde de Castro fué
condenado de crímen contra la majestad real. Confisca-
ron otrosí los pueblos del maestre de Alcántara, y pu-
sieron guarniciones en ellos en nombre del Rey. Pren-
dieron al tanto á Pedro Fernandez de Velasco, conde
de Haro, á Fernan Alvarez de Toledo y al obispo de
Palencia, su tio, don Gutierre de Toledo. Cargábanlos
de estar hermanados con los infantes de Aragon, y que
con deseo de novedades trataban de dar la muerte á
don Alvaro. Estas sentencias y prisiones fueron causa
de alterarse mucho los ánimos, por tener entendido
los grandes que contra el poder de don Alvaro y sus
engaños ninguna seguridad era bastante, y que les era
fuerza acudir á las armas. En particular Iñigo Lopez
de Mendoza se determinó, para lo que podia suceder,
de fortificar la su villa de Hita con soldados y armas.
Tratóse en las Cortes de juntar dinero, como se hizo,
para el gasto de la guerra contra los moros, que pare-
cia estar en buenos términos á causa que el adelantado
y el maestre de Calatrava ganaron á la sazon muchos
pueblos de moros, Ronda, Cambil, Illora, Archidona,
Setenil, sin otros de menos cuenta. La misma ciudad de
Loja rindieron, que era muy fuerte; pusieron cerco
á la fortaleza, do parte de la gente se fortificara, en
cuyo favor vino de Granada Juzef Abencerraje; pero fué

vencido en batalla y muerto por los nuestros, que acudieron á estorballe el paso. La lealtad y constancia le fué perjudicial y querer continuar en servir al rey Mahomad. su señor, sin embargo que los naturales, en gran parte por el odjo que tenian al gobierno presente, se inclinaban á dar el reino á Benalmao. Por esto el rey Mahomad el Izquierdo, visto que no tenia fuerzas iguales sus contrarios, así por ser ellos muchos come porque los nuestros con diversas mañas los atizaban y anima ban contra él, dejada la ciudad de Granada en que prevalecia aquella parcialidad, se resolvió de irse a Málaga y allí esperar mejores temporales. Con su partida Benalmao fué recebido en la ciudad el primer dia del año de 1432, que se conlara de los moros 835 años, el mes iamad el primero; en el cual mes al infante de Portugal don Duarte nació de su mujer doña Leonor un hijo, que se llamó don Alonso, y fué adelante muy conocido por muchas desgracias que le acontecieron. Los ciulladanos de Granada á porfía se adelantaban á servir al nuevo Rey, la mayor parte con voluntades llanas, otros acomodándose al tiempo, y por el mismo caso con mayor diligencia y rostro mas alegre, que en gran manera sirve á representaciones y ficciones semejantes. El mismo Rey hizo juramento que estaria á devocion de Castilla, y sin engaño pagaria cada año de tributo cierta suma de dineros, segun que lo tenian concertado, de lo cual se hicieron escrituras públicas. Las rosas estaban desta manera asentadas, cuando la fortuna ó fuerza mas alta, poderosa en todas las cosas hu manas, y mas en dar y quitar principados, las desbarató en breve con la muerte que sobrevino á Benalman. Era ya de mucha edad, y así falleció el sexto mes de reinado, á 21 de junio, en el mes que los moros llaman iavel., Con esto Malomad el Izquierdo, de Málaga, do se entretenia con poca esperanza de mejorar sus eosas, sabida la muerte de su contrario, fué de nuevo llama lo al reino, y. recebido en la ciudad no con menor mucstra de aficion que el odio con que antes le echaron; tanto puede muchas veces un poco de tiempo para trocar las cosas y los corazones. Muchos, despues de desterrado y ido, se movian á tenelle compasion. Vuelto al reino, en lugar del Abencerraje nombró por gobernador de Granada á un hombre poderoso, llamado Andilbar. Puso treguas con el rey de Castilla, que le fueron, bien que por breve tiempo, otorgadas. A la raya de Portugal los infantes de Aragon no cesaban de alborotar la tierra. Los tesoros del Rey, consumidos con gastos tan continuos, no bastaban para acudir á lantas partes. Esta fué la causa de asentar con los moros aquellas treguas. Demás desto, en parte pareció condescender con los ruegos del rey de Túnez, el cual, con una embajada que envió á Castilla, trabajaba de ayudar aquel Rey por ser su amigo y aliado. Para reducir al maestre de Alcántara y apartalle de los aragoneses fué por órden del Rey don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, por si con la autoridad de perlado y el deudo que tenian los dos pudiese detener al que se despeñaba en su perdicion y reduc ille á mejor partido. Toda esta diligencia fué de ning un efecto; no se pudo con él acabar cosa alguna, si bien no mucho despues entendiendo que el Maestro estaba arrepentido, se dió cuidado al

doctor Franco de aplacalle y atraelle á lo que era razon. El, como hombre de ingenio mudable y deseoso de novedades, al cual desagradaba lo que era seguro, y tenia puesta su esperanza en mostrarse temerario, de repente como alterado el juicio entregó el castillo de Alcántara al infante de Aragon don Pedro, y al dicho Franco puso en poder de don Enrique, su hermano, exceso tan señalado, que cerró del todo la puerta para volver en gracia del Rey. La gente eso mismo comenzó á aborrecelle como á hombre aleve y que con engaño quebrantara el derecho de las gentes en maltratar al que para su remedio le buscaba. Al almirante don Fadrique y al adelantado Pedró Manrique con buen número de soldados dieron cargo de cercar á Alburquerque y de hacer la guerra á los hermanos infantes de Aragon. Gutierre de Sotomayor, comendador mayor de Alcántara, prendió de noche en la cama al infante don Pedro, primer dia de julio, no se sabe si con parecer del Maestre, su tio, que temia no le maltratasen los aragoneses, si porque él mismo aborrecia el parecer del tio en seguir el partido de los aragoneses, y pretendia con tan señalado servicio ganar la voluntad del Rey. La suma es que por premio de lo que hizo fué puesto en el lugar de su tio. A instancia del Rey los comendadores de Alcántara se juntaron á capítulo. Allí don Juan de Sotomayor fué acusado de muchos excesos, y absuelto de la dignidad. Hecho esto, eligieron para aquel maestrazgo á don Gutierre, su sobrino. El paradero de cada uno suele ser conforme al partido que toma, y el remate semejable á sus pasos y méritos. Los señores de Castilla que tenian presos fueron puestos en libertad, sea por no probárseles lo que les achacaban, sea porque muchas veces es forzoso que los grandes príncipes disimulen, especial cuando el delito ha cundido mucho.

CAPITULO V.

De la guerra de Nápoles.

Con la vuelta que dió á España don Alonso, rey de Aragon, como arriba queda mostrado, hobo en Nápoles gran mudanza de las cosas y mayor de los corazones. Muy gran parte de aquel reino estaba en poder y señorío de los enemigos. Los mas de los señores favorecian á los angevinos; pocos, y estos de secreto, seguian el partido de Aragon, cuyas fuerzas, como apenas fuesen bastantes para una guerra, en un mismo tiempo se dividieron en muchas; y sin mirar que tenian tan grande guerra dentro de su casa y entre las manos, buscaron guerras extrañas. Fué así, que los fregosos, una muy poderosa parcialidad entre los ciudadanos de Génova, echados que fueron de su patria, y despojados del principado que en ella tenian, por Filipo, duque de Milan, acudieron con humildad á buscar socorros extraños. Llamaron en su ayuda á don Pedro, infante de Aragon, que á la sazon en Nápoles con pequeñas esperanzas sustentaba el partido del Rey, su hermano. Fué él de buena gana con su armada, por la esperanza que le dieron de hacelle señor de aquella ciudad; á lo menos pretendia con aquel socorro que daba á los fregosos vengar las injurias que en la guerra pasada les hizo el duque de Milan: No fué vana esta empresa, M-11.

ca

juntadas sus fuerzas con los fregosos y con los fliscos, quitó al duque de Milan muchos pueblos y castillos por todas aquellas marinas de Génova. Despertóse por toda la provincia un miedo de inayor guerra: los naturales entraron con aquella ayuda en esperanza de librarse del señorío del Duque por el deseo que tenian de novedades. El duque de Milan, cuidadoso que si perdia á Génova, podia correr peligro lo demás de su estado, se determinó de hacer paces con los aragoneses. Para esto por sus embajadores que envió á España prometió al Rey sin sabello los ginoveses que le entregaria la ciudad de Bonifacio, cabeza de Córcega, sobre la cual isla por tanto tiempo los aragoneses tenian diferencia con los de Génova. Pareció no se debia desechar la amistad que el Duque ofrecia con partido tan aventajado; por esto el rey de Aragon envió á Italia sus embajadores con poder de tratar y concluir las paces. No se pudo entregar Bonifacio por la resistencia que hizo el Senado de Génova, pero dieron en su lugar los castillos y plazas de Portuveneris y Lerici. Tomada esta resolucion, el infante don Pedro, llamado desde Sicilia, donde se habia vuelto, puso guarnicion en aquellos castillos, y dejando seis galeras al sueldo del duque Filipo para guarda de aquellas marinas, se partió con lá demás armada. En conclusion, talado que hobo y saqueado una isla de Africa llamada Cercina, hoy Charcana, y del número de los cautivos, por tener grandes fuerzas, suplido los remeros que faltaban, compuestas las cosas en Sicilia y en Nápoles como sufria el estado presente de las cosas, se hizo á la vela para España, como arriba queda dicho, en socorro de sus hermanos y para ayudallos en la guerra que hacian contra Castilla, ni con gran esperanza, ni con ninguna de poderse en algun tiempo recobrar el reino de Nápoles. Las fuerzas de la parcialidad contraria le hacian dudar por ser mayores que las de Aragon; poníale esperanza la condicion de aquella nacion, acostumbrada muchas veces á ganar mas fácilmente estados de fuera con las armas que sabellos conservar, como de ordinario á los grandes príncipes antes les falta industria para. mantener en paz los pueblos y vasallos que para vencer con las armas á los enemigos. Representábasele que las costumbres de las dos naciones francesa y neapolitana eran diferentes, los deseños contrarios; por donde en breve se alborotarian y entraria la discordia entre ellos, que es lo postrero de los males. De la Reina y de los cortesanos, como de la cabeza, la corrupcion y males se derramaban en los demás miembros de la república. Juzgaba por ende que en breve pereceria aquel estado forzosamente y se despeñaria en su perdicion, aunque ninguno le contrastase. No fué vana esta consideracion, porque el de Anjou fué enviado por la Reina á Calabria con órden que desde allí cuidase solo de la guerra, sin embarazarse en alguna otra parte del gobierno ni poner en él mano. El que dió este consejo fué Caracciolo, senescal de Nápoles; pretendia, alejado su competidor, reinar él solo en nombre ajeno; cosa que le acarreó odio, y al reino mucho mal. Deste principio, como quier que se aumentasen los odios, pasó el negocio tan adelante, que el Aragonés fué por Caracciolo llamado al reino. Prometíale que

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todo le seria fácil por haberse envejecido y enflaquecido con el tiempo el poder de los franceses; que él y los de su valía se conservarian en su fe y seguirian su partido. No se sabe si prometia esto de corazon, ó por ser hombre de ingenio recatado y sagaz queria tener aquel arrimo y ayuda para todo lo que pudiese suceder. Con mas llaneza Antonio Ursino, príncipe de Taranto, seguia la amistad del Rey, hombre noble, diligente, parcial, deseoso de poder y de riquezas, y por esto con mas cuidado solicitaba la vuelta del rey de Aragon. Avisaba que ya los tenia cansados la liviandad francesa, como él hablaba, y su arrogancia; que la aficion de los aragoneses y su bando estaba en pié; de los otros muchos de secreto le favorecian; que luego que llegase, toda la nobleza y aun el pueblo por odio de la torpeza y soltura de la Reina se juntaria con él, y todavía si se detenia, no dejarian de buscar otras ayudas de fuera. Despertó el Aragonés con estas letras y fama; pero ni se fiaba mucho de aquellas promesas magníficas, ni tampoco menospreciaba lo que le ofrecian. Tenia por cosa grave y peligrosa, si no fuese con voluntad de la Reina, contrastar de nuevo con las armas sobre el reino de Nápoles. Sin embargo, dejados sus hermanos en España, él apercebida una armada en que se contaban veinte y seis galeras y nueve naves gruesas, se determinó acometer las marinas de Africa por parecelle esto á propósito para ganar reputacion y entretener de mas cerca en Italia la aficion de su parcialidad. Hízose con este intento á la vela desde la ribera de Valencia, y despues de tocar á Cerdeña, llegó á Sicilia. Tenian los franceses cercado en Calabria un castillo muy fuerte, llamado Trupia. Apretábanle de tal manera, que los de dentro concertaron de rendirse, si dentro de veinte dias no les viniese socorro. Deseaba el rey de Aragon acudir desde Sicilia, do fué avisado de lo que pasaba. No pudo llegar á tiempo por las tempestades que se levantaron, que fué la causa de rendirse el castillo al mismo tiempo que él llegaba. En Mecina se juutaron con la armada aragonesa otros setenta bajeles, y todos juntos fueron la vuelta de los Gelves, una isla en la ribera de Africa, que se entiende por los antiguos fué llamada Lotofagite ó Meninge. Está cercana á la Sirte menor, y llena de muchos y peligrosos bajíos, que se mudan con la tempestad del mar por pasarse el cieno y la arena de una parte á otra; apartada de tierra firme obra de cuatro millas, llena de moradores y de mucha frescura. Por la parte de poniente se junta mas con la tierra por una puente que tiene para pasar á ella, de una milla de largo. Era dificultosa la empresa y el acometer la isla por su fortaleza y los muchos moros que guardaban la ribera; porque Bofferriz, rey de Túnez, avisado del intento del rey don Alonso, acudió sin dilacion á la defensa. Tomaron los de Aragon la puente luego que llegaron, dieron otrosí la batalla á aquel Rey bárbaro, fueron vencidos los moros y forzados á retirarse dentro de sus reales. Entraron en ellos los aragoneses, y por algun espacio se peleó cerca de la tienda del Rey con muerte de los mas valientes moros. El mismo Bofferriz, perdida la esperanza, escapó á uña de caballo; los demás se pusieron al tanto en huida. La matanza no fué muy grande ni los despojos que se

ganaron, dado que les tomaron veinte tiros; con todo esto no se pudieron apoderar de la isla. Detuviéronse de propósito los isleños con engaño mucho tiempo en asentar los condiciones con que mostraban quererse rendir. Por esto la armada, como ellos lo pretendian, fué forzada por falta de vituallas de volverse á Mecina. Allí se trató de la manera que se podria tener para recobrar á Nápoles. Ofrecíase nueva ocasion, y fué que Juan Caracciolo por conjuracion de sus enemigos, que engañosamente le dijeron que la Reina le llamaba, al ir á palacio fué muerto á 18 de agosto. La principal movedora deste trato fué Cobella Rufa, mujer de Antonio Marsano, duque de Sesa, que tenia el primer lugar de privanza y autoridad con la Reina, y aborrecia á Caracciolo con un odio mortal. Todo era abrir camino para que recobrase aquel reino el rey don Alonso, que no faltaba á la ocasion, antes solicitaba para que le acudiesen á los señores de Nápoles. Envió una embajada á la Reina, y él se pasó á la isla de Isquia, que antiguamente llamaron Enaria, para de mas cerca entender lo que pasaba. Decia la Reina estar arrepentida del concierto que tenia hecho con el de Anjou, que deseaba en ocasion volver á sus primeros intentos, como se pudiese hacer sin venir á las armas. En tratar y asentar las condiciones se pasó lo demás del estío. Llevaron tan adelante estas práticas; que la Reina, revocada la adopcion con que prohijó á Ludovico, duque de Anjou, renovó la que hiciera antes en la persona de don Alonso, rey de Aragon; decia que la primera confederacion era de mayor fuerza que el asiento que en contrario della tomara con los franceses. Dió sus provisiones desto en secreto y solo firmadas de su mano, para que el negocio no se divulgase, todo por consejo y amonestacion de Cobella, por cuyos consejos la Reina en todo se gobernaba, como mujer sujeta al parecer ajeno, y lo que era peor al presente, de otra mujer; en tanto grado, que ella sola gobernaba todas las cosas, así de la paz como de la guerra; afrenta vergonzosa y mengua de todos. Pero la ciudad, inclinada á sus deleites, por la gran abundancia que dellos tiene, y con los entretenimientos y pasatiempos de todas maneras, á trueco de sus comodidades, ningun cuidado tenia de lo que era honesto, en especial el pueblo que ordinariamente suele tener poco cuidado de cosas semejantes, y mas en aquel tiempo en que comunmente prevalecia en los hombres este descuido. Entre tanto que esto pasaba en Nápoles, los infantes de Aragon se hallaban en riesgo, el uno preso, y á don Enrique tenian los de Castilla cercado dentro de Alburquerque. Teníanse sospechas de mayor guerra por no haber guardado la fe de lo que quedó concertado; desórden de que los embajadores de Castilla se quejaron, como les fué mandado, en presencia del rey de Navarra por ser hermano de los infantes, y que quedaba por lugarteniente del rey de Aragon para gobernar aquel reino. Concertaron finalmente que entregando á Alburquerque y todos los demás pueblos y castillos de que estaban apoderados los dos hermanos infantes, saliesen de toda Castilla. Tomado que se hobo este asiento con intervencion y por industria del rey de Portugal, los dos hermanos y la infanta doña Catalina, mujer de don

Enrique, y el maestre que era antes de Alcántara, y con ellos el obispo de Coria, se embarcaron en Lisbona, y desde allí fueron á Valencia con intento de acometer nuevas esperanzas y pretensiones en España; donde esto no les saliese á su propósito, por lo menos pasar en Italia, que era lo que el Rey, su hermano, ahincadamente les exhortaba, por el deseo que tenia de recobrar por las armas el reino de Nápoles, como el que tenia por muy cierto que la Reinâ solo le entretenia con buenas palabras, y que con el corazon se inclinaba á su competidor y contrario; que la discordia doméstica no sufre que alguna cosa esté encubierta, todos los intentos, así buenos como malos, echa en la plaza. Don Fadrique, conde de Luna, con diversas inteligencias que tenia y diversos tratos, pretendia entregar en poder del rey de Castilla á Tarazona y Calatayud, pueblos asentados á la raya de Aragon. Queria que este fuese el fruto de su huida, como hombre desapoderado que era, de ingenio mudable, atrevido y temerario. Daba ocasion para salir con esto la contienda que muy fuera de tiempo en aquella comarca se levantó sobre el primado de Toledo con esta ocasion. Don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo, con otros seis, nombrado por el rey de Castilla como juez árbitro para componer las contiendas y diferencias con el Aragonés, primero en Agreda, despues en Tarazona, donde los dijueces residian, llevaba delante la cruz ó guion, visa de su dignidad. El obispo de Tarazona se quejaba, y alegaba ser esto contra la costumbre de sus antepasados y contra lo que estaba en Aragon establecido. En especial se agraviaba Dalmao, arzobispo de Zaragoza, cuyo sufragáneo es el de Tarazona. Decian que se hacia perjuicio á la iglesia de Tarragona y á su autoridad, y que pues otras veces reprimieron los de Toledo, no era razón que con aquel nuevo ejemplo se quebrantasen sus costumbres y derechos antiguos. El de Toledo se defendia con los privilegios y bulas antiguas de los sumos pontifices; sin embargo, se entretenia en Agreda, y no entraba en Aragon por recelo que de la contienda de las palabras no se viniese y pasase á las manos. Este debate tan fuera de sazon era causa que no se atendia al negocio comun de la paz, y por la contienda particular se dejaba lo mas importante y que tocaba á todos. Por donde se tenia y corria peligro que pasado que fuese el tiempo de las treguas, de nuevo volverian á las armas; por este recelo los unos y los otros se apercebian para la guerra, dado que tenian gran falta de dinero, y mas los de Aragon, por estar gastados con guerras de tantos años.

CAPITULO VI.

Del concilio de Basilea.

Los ánimos de los españoles, suspensos con las sospechas de una nueva guerra, nuevas señales que se vieron en el cielo, los pusieron mayor espanto. En especial en Ciudad-Rodrigo, do á la sazon se hallaba el rey de Castilla por causa de acudir á la guerra que se hacia contra los infantes de Aragon, se vió una grande llama, que discurrió por buen espacio y se remató en trueno descomunal, que mas de treinta millas de

alli le oyeron muchos. Al principio del año 1433 en Navarra y Aragon nevó cuarenta dias continuos, con. grande estrago de ganados y de aves que perecieron. Las mismas fieras, forzadas de la hambre, concurrian á los pueblos para matar ó ser muertas. De Ciudad-Rodrigo se fué el Rey á Madrid á tener Cortes; acudió tanta gente, que la villa con ser bien grande, como. quier que no fuese bastante para tantos, gran parte de la gente alojaba por las aldeas de allí cerca. Tratóse en las Cortes de la guerra de Granada, y por haber espirado el tiempo de las treguas, Fernan Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, fué enviado para dar principio á la guerra, y ganó algunos castillos de moros. Por lo demás, este año hobo sosiego en España. Los grandes en Madrid á porfía hacian gastos y sacaban galas y libreas, ejercitábanse en hacer justas y torneos, todo á propósito de hacer muestra de grandeza y de la majestad del reino y para regocijar al pueblo, de que tenian mas cuidado que de apercebirse para la guerra. En Lisboa hobo este año peste en que murieron gran número de gente, el mismo rey don Juan falleció á 14 de agosto. Era ya de grande edad; vivió setenta y seis años, cuatro meses y tres dias; reinó cuarenta y ocho años, cuatro meses y nueve dias. Fué muy esclarecido y de gran nombre por dejar fundada para sus descendientes la posesion de aquel reino en tiempos tan re-. vueltos y de tan grande alteracion. Sucedióle su hijo don Duarte, que sin tardanza en una grande junta de fidalgos fué alzado por rey de Portugal. Era de edad de cuarenta y un años y nueve meses y catorce 'dias. Fuera de las otras prosperidades tuvo este Rey muchos hijos habidos de un matrimonio; el mayor se llamó don Alonso, que entre los portugueses fué el primero que tuvo nombre de príncipe; el segundo don Fernando, que nació este mismo año; doña Filipa', que murió niña; doña Leonor, doña Catalina y doña Juana, que adelante casaron con diversos príncipes. El mismo dia que coronaron al nuevo Rey, dicen que un cierto médico judío, llamado Gudiala, le amonestó se hiciese la ceremonia y solemnidad despues de medio dia, porque si se apresuraba, las estrellas amenazaban algun revés y desastre; y que con todo eso pasó adelante en coronarse por la mañana segun lo tenian ordenado, por menospreciar semejantes agüeros, como sin propósito y desvariados. Tomado que hobo el cuidado del reino y sosegada la peste de Lisbona, lo primero que hizo fué las honras y exequias de su padre con aparato muy solemne; el cuerpo con pompa y acompañamiento el mayor que hasta entonces se vió llevaron á Aljubarrota, y enterraron en el monasterio de la Batalla, que él mismo, como de suso queda dicho, fundó en memoria de la victoria que ganó de los castellanos. Acompa→ los ñaron el cuerpo el mismo Rey y sus hermanos, grandes, personas eclesiásticas en gran número, cubiertos de luto y con muy verdaderas lágrimas. Conforme á este principio y reverencia que tuvo este Rey á · su padre fueron los medios y remate de su reinado. Esto en España. Habia Martino, pontífice romano, convocado el postrer año de su pontificado los obispos para tener concilio en la ciudad de Basilea en razon de reformar las costumbres de la gente, que se apartaban

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